domingo, 2 de septiembre de 2012

También quiero reproducir otro ensayo que escribí hace dos años. En él intentaba explicar las razones por las que la clase media, en vez de estar más unida en plena crisis para mantener su nivel de vida, se mostraba totalmente insolidaria entre sí. Este ensayo, al que denominé La utopía perfecta, trataba de mostrar el irracionalismo en el que vive actualmente el ser humano y que tanto está contribuyendo al recorte de derechos actual a la población.






LA UTOPÍA

PERFECTA
















INTRODUCCIÓN

El tema de la injusticia y de lo mal repartida que está la riqueza en el mundo, siempre ha conmovido a los corazones humanos. A lo largo de todas las épocas de la historia del hombre, muchas personas se han preguntado si esta situación tendría solución, y si sería posible crear sociedades justas en el futuro.
Con este objetivo, numerosos y variados pensadores han imaginado sociedades utópicas, recreadas como ideales hacia los que los seres humanos debían avanzar. Todos estos sistemas utópicos de pensamiento han tenido un punto de partida: la ilusión de que el ser humano es capaz de renunciar a su egoísmo, si con ello se consigue alcanzar un mundo más feliz para todos.
Sin embargo, la realidad es mucho más cruda. Pese a los grandes progresos de las civilizaciones modernas, la mejora material sólo ha servido para volver al hombre más egoísta. Es difícil de pensar, para cualquiera que, de modo voluntario, no se quiera engañar a este respecto, que en diez, veinte, treinta o cuarenta años, la pobreza y la miseria desaparecerán de nuestro planeta. Ambas son males inveterados asociados a la propia condición humana, como lo demuestra el hecho evidente de que siempre han estado presentes en todas las sociedades creadas por el ser humano.
Precisamente, de las razones de esta irremediable situación tratará este libro. Su contenido tiene, por tanto, un tono resignado. A lo largo de todas las páginas siguientes, la argumentación básica va a consistir en afirmar que, si bien es posible que haya personas buenas, es imposible que el ser humano cree sociedades justas.
Tal afirmación no es contradictoria, porque la bondad y la justicia no son ideas que tengan una necesidad de ir juntas. Si tal circunstancia ocurriera bastaría con conformar los gobiernos de cada sociedad con personas buenas para remediar las injusticias sociales, pero no creo que alguien que tenga buen juicio piense que una solución tan ingenua es suficiente.
Entrando en materia, por muy buenas intenciones que tenga el ser humano hacia su prójimo, su percepción de los actos ajenos y propios está determinada por una visión irracional de la realidad. Esta lectura distorsionada del mundo que le rodea hace que el ser humano sea incapaz de llevar el control de sus comportamientos y pensamientos, quedando abocado a que su subjetividad predomine sobre los juicios objetivos.
No puede crearse una sociedad justa si el individuo no es racional, y esta circunstancia, por mucho que pese, es imposible. El ser humano cuenta con una racionalidad limitada, debido a la fuerza de sus miedos. Éstos, potenciados por el poder de la imaginación humana, trastornan todo propósito de análisis objetivo de la realidad, ya que el ser humano persigue una sobreprotección de sí mismo.
Hasta tal punto está desarrollado este mecanismo de autodefensa psicológico que, antes de renunciar a una cuota de poder propia, el ser humano escogerá la desgracia ajena, por evidente que ésta sea. Incluso aquel individuo que, por ser desprendido o confiado, esté dispuesto a ayudar sin condiciones a los demás y sin querer nada a cambio, por lo general sólo conseguirá ser considerado estúpido o imprudente por el resto de la sociedad. Un magnífico ejemplo de este supuesto es el caso del Papa Celestino V, hoy día canonizado por la Iglesia por su bondad, pero al que, en su tiempo, Dante condenó de modo poético al infierno a causa de su renuncia al solio pontificio1.
De esta mentalidad dantesca participamos la inmensa mayoría de los seres humanos que, por volver al ejemplo de Celestino V, preferirán poner en el gobierno de su sociedad a una persona que demuestre inteligencia, aunque sea maquiavélica, que a un individuo que sea fácil de engañar2. La razón de esta preferencia es clara: la confianza en que el individuo inteligente sepa proteger mejor los intereses del resto de miembros de su sociedad.
No es la introducción el momento de extenderse en esta clase de razonamientos, ya que para ello existirá tiempo más adelante. Para ir finalizando, sólo corroborar algo ya dicho, la mejor prueba de que es imposible que el ser humano cree una sociedad justa es que nunca ha habido ninguna, cuando a lo largo de la historia humana se han ensayado muchos modelos de sociedad, algunos basados en hermosos ideales de justicia y paz.
Antes de acabar esta introducción, un último apunte es el relativo a la abundancia de digresiones literarias que he empleado en el texto. A lo largo de las páginas siguientes muchas veces, para acompañar a mis ideas, dispongo de párrafos o fragmentos entresacados de otros libros. Su fin, en unos casos, es aclarar el sentido de mis palabras y, en otros, entretener al lector con anécdotas o ejemplos curiosos.
Estas interpolaciones, en una gran cantidad de casos proceden de libros famosos, aunque no siempre, porque, citando a un autor antiguo, “no hay ningún libro que sea tan malo que no tenga ninguna parte aprovechable3”. Las referencias a alguno de estos libros se repiten más de una vez y, a veces, de un modo disperso4. Esto último se debe unas veces al insistente recuerdo que determinadas lecturas antiguas han dejado en mi mente y otras a que son libros que he leído hace poco tiempo. Sea en un caso o en otro, tales lecturas acuden de forma espontánea a mi memoria cuando trato cuestiones, como pasa en este texto, que tienen que ver con el comportamiento humano, cuya variedad está tan bien reflejada en los libros.



CAPÍTULO PRIMERO: EL MIEDO, LA PRINCIPAL OBSESIÓN HUMANA

LA VULNERABILIDAD DEL HOMBRE

Aunque el cuerpo humano es un organismo complejo y bastante perfecto a la hora de protegernos de enfermedades y demás males físicos, los seres humanos somos individuos frágiles. Con mucha facilidad podemos pasar de la vida a la muerte, o, lo que en ocasiones es peor, a sufrir daños en la salud que nos dejen impedidos.
Por citar un ejemplo reciente de esta fragilidad, que ha tenido bastante relevancia por ser una muerte en directo, está el asesinato en el metro de un joven de Madrid, Vicente Palomino. En el vídeo se ve como este joven recibe una sola puñalada por parte de su agresor, y sorprende conocer que alguien lleno de salud y en la plenitud de la vida muera con tanta rapidez por este ataque, en apariencia menor.
Uno de los recuerdos más vivos de mi infancia es una fotografía que salió en un periódico de la localidad en la que vivía, en la que se apreciaba a una madre arrodillada ante el cadáver de su hija, de unos seis o siete años de edad. Esta niña, en un momento de imprudencia, jugando, había cruzado la calle, siendo atropellada por un camión. La expresión de incredulidad de aquella pobre madre ante el cadáver de su hija, durante unos días me afectó tanto que no podía borrármela de la cabeza.
Continuando con recuerdos de infancia, un miedo que aún no tengo superado es a quedar ciego. Este temor me lo provocó el hecho de leer en una ocasión un libro sobre un monje tibetano, al que, en el curso de una guerra, unos torturadores le sacan los ojos. El libro era del escritor inglés Lobsang Rampa, y, a consecuencia de su lectura, durante muchos meses, me asaltó con recurrencia, sobre todo a lo largo de la noche, la sensación casi física de que se me desprendían los ojos. El extracto de este libro que tanta alteración me causó es el siguiente:

Yo le repliqué: "Soy un pobre, un sencillo monje y no tengo nada que deciros." Con lo cual, el verdugo chino metió un dedo y el pulgar dentro de la órbita del ojo izquierdo y mi ojo saltó fuera como el hueso de una ciruela. El ojo colgaba balanceándose sobre mi mejilla. El tormento de la visión deformada era terrible. Mi ojo derecho, aún intacto, miraba derechamente; el izquierdo, en su balanceo, miraba en otros sentidos. Entonces, de un rápido tirón, el chino cortó el ojo libre y me lo tiró a la cara, antes de hacer lo propio con el ojo derecho5.

Otro miedo humano no menos intenso se refiere al hecho de quedar inválido y, sobre todo, tetrapléjico. La opinión generalizada, si se pregunta a cualquier persona sana, es preferir, en caso de sufrir un accidente de tráfico grave, resultar muerto a quedar inválido de por vida. Igual que produce más terror una muerte lenta que una rápida, el ser humano por lo general prefiere la perspectiva de su propia desaparición a la de padecer una impotencia total. E, incluso, sin llegar a este grado de imposibilidad física, la pérdida de algún miembro del cuerpo también hace que algunas personas prefieran la muerte, antes que la perspectiva de convertirse en mutilados. Como se expresa en el siguiente fragmento de un libro que narra la tragedia de unos jóvenes soldados alemanes:

Albert sigue muy mal; vienen a buscarle para amputar. Le cortan la pierna por muy arriba. Ahora apenas habla, pero ha dicho que cuando vuelva a echar mano a su revolver se saltará la tapa de los sesos6.

Por no continuar con esta retahíla de amenazas graves sobre la salud humana, sólo apuntar que todas ellas pesan en la conciencia humana. Las personas se saben vulnerables, conocen que su físico es muy frágil, e intentan protegerse mentalmente de estos temores tan intensos, ya que, de otro modo, no les sería posible desarrollar su actividad diaria.
Para poder vivir, la mente, de modo instintivo, desarrolla estrategias para que el hombre no sea consciente de sus debilidades y de su fragilidad. Es una reacción defensiva natural e innata de nuestra razón contra la amargura de sentir a cada momento de la vida que ésta última está amenazada por peligros de toda clase.
Hay muchas personas que se volverían locas si fueran conscientes de hasta que grado está amenazada su existencia por toda clase de contingencias. Por poner un ejemplo, el propio hecho de salir de casa a la calle, por la fragilidad del ser humano, supone una decisión de riesgo si se analiza desde las coordenadas de la vulnerabilidad humana, ya que el ser humano está inerme ante la posibilidad de sufrir un atropello, de que le caiga una teja en la cabeza, de caer en una alcantarilla o de cualquier tipo de accidente por el estilo7.
Es sorprendente que, pese a esta enorme vulnerabilidad del ser humano, en muy pocos casos las personas parecen tan insignificantes como en realidad son. Otro de mis recuerdos, en este caso de mi época de estudiante, se relaciona con los cuadros de un pintor alemán, Caspar David Friedrich, en los que suelen aparecer figuras solitarias inmersas en un marco natural que las absorve por completo. La primera vez que contemplé uno de estos cuadros me quedé anonadado, por la sensación de pequeñez que tiene el ser humano ante la naturaleza y la debilidad consiguiente que manifiesta ante las fuerzas externas a él8.
La mente humana se defiende de esta potencial sensación de angustia obviando los riesgos y no teniéndolos nunca presentes. De un modo paradójico, es habitual que el ser humano tenga una sensación de invulnerabilidad, como queda evidenciado en que casi ningún conductor siente miedo al volante de su coche, aunque éste vaya a velocidades muy altas y cualquier choque con otro vehículo tendría consecuencias mortales.
En mi caso concreto, este último supuesto, el riesgo de, al conducir, cruzarse en una carretera con otro vehículo que lleva la dirección opuesta, circulando ambos a elevadas velocidades, nunca me había parecido una situación de peligro hasta la conversación con un amigo, que estaba obsesionado por esta fatídica posibilidad. Si se aplica el sentido común este riesgo es descartable, pero, también es evidente que, si ocurriera un accidente de este tipo, tendría resultados fatales.
Ante tanta zozobra, ¿qué respuesta encuentra el ser humano? Pues, la ya citada de blindarse mentalmente y sentirse invulnerable. Por ejemplo, el temor citado con anterioridad de quedar inválido como consecuencia de un desgraciado accidente, queda soterrado en la mente de la gente joven, la que más horror a esta condena de por vida debería tener, y que es, en cambio, la que más olvida la elemental norma de precaución de no conducir cuando se está borracho. En la práctica, sólo temores más concretos, como a tener que pagar multas o a sufrir la retirada del carné de conducir, consiguen disuadir a la mayoría de los individuos de estas conductas de riesgo.
La mente no sólo nos debe proteger de vivir en medio de un pánico constante, ocasionado por amenazas tan graves sobre la salud humana como las citadas en los párrafos anteriores. Existen otro tipo de miedos que también perturban a las personas y que, igualmente, son consecuencia de la debilidad de la naturaleza humana. En concreto, aquellos que están relacionados con la capacidad para poder cubrir las necesidades fisiológicas del ser humano.
El hombre es un ser que debe alimentarse todos los días o, por lo menos, de una manera constante. En la llamada sociedad de la abundancia en la que viven los países ricos, sus ciudadanos a veces olvidan que la posibilidad de que los seres humanos pasen hambre es real. Sin embargo, para cualquiera que tenga estudios y conozca el bajo nivel de vida que hubo en épocas pasadas, o para quien pueda viajar y conocer lo mal que se vive en otros lugares del planeta, la amenaza del hambre se le presenta como un hecho real. Un autor describe del siguiente modo dramático una hambruna ocurrida en la India:

En la aldea apenas quedaba ya nadie. Todos los que aún tenían fuerzas para caminar, ¡casi cincuenta kilómetros!, emprendieron el camino hacia Dacca. Cuando el hambre es el pan y el harapo el vestido no es fácil echar a andar sin esperanza. ¿Es que en la ciudad sobran los alimentos?, ¿es que la harina la regalan a manos llenas? Todo es hambre (...)
También la oración es hambre. Y rebeldía. Y miseria aceptada para el hombre que contempla en silencio las miradas que se apagan suaves y dóciles junto a él. Las miradas de ella, la compañera, la que ha parido cinco hambres que llevan nombres y atemorizadas miradas en el anochecer de la aldea. Le mira la mujer y los cinco hijos con nombres de hambre, le miran y ya no se atreven a tender la mano (...)9
Con respecto a este problema del hambre, se vuelve a revelar el modo en que la mente nos protege de angustias. Pese a que también es posible conocer de forma inmediata esta desgracia en el mundo a través de toda la información dada por los medios de comunicación, este conocimiento todo lo más que provoca es indignación o pena por la suerte de quienes sufren hambre, pero no ningún tipo de empatía con ellos. En cierta forma, se les ve como seres de otra especie, cuyo sufrimiento nos queda demasiado lejano.
Junto al hambre, el frío o el calor, y el dolor son otras manifestaciones destacadas de la debilidad de la naturaleza humana. En el primer caso, si se habita en viviendas con calefacción o aire acondicionado, o se dispone de las ropas adecuadas, las sensaciones desagradables asociadas al frío o el calor intenso se ven muy reducidas. En este sentido, el incremento general del nivel de vida en las sociedades desarrolladas, unido a su sentido práctico, palian mucho sus efectos, dejando en simples incomodidades lo que antaño eran potenciales riesgos para la salud. En un libro de ciencia-ficción, el mago Merlín, que es trasladado desde la Edad Media al siglo XX, observa con asombro los cambios ocurridos en la confortabilidad de las viviendas:

En verdad, no puedo entender el modo en el que vive y su casa me es extraña. Me ha ofrecido un baño que envidiaría un emperador, pero nadie me asiste en él; una cama más blanda que el propio sueño, pero cuando me levanto me encuentro que debo ponerme las prendas con mis propias manos como si fuera un campesino. Descanso en un cuarto con ventanas de cristal tan puro que el cielo puede verse con la misma claridad estén cerradas o abiertas y el viento dentro del cuarto no alcanzaría a apagar un vela sin protección, pero descanso en él a solas, sin más honores que los que tendría un prisionero en una mazmorra. En toda la casa hay un calor, una comodidad y un silencio que le traen a un hombre a la mente el paraíso terrenali10

En el caso del dolor, sobre todo si se tiene la desgracia de sufrir enfermedades o heridas importantes, también se notan mucho los grandes adelantos habidos en los dos últimos siglos, en concreto en la ciencia médica, ya que hoy día existen muchos calmantes o medicinas apropiadas que palian sus efectos y reducen el sufrimiento. Nada que ver con los padecimientos antiguos, que no perdonaban a nadie por elevada que fuera su cuna, como se ve en el diario del médico personal de Luis XIV, “poco tiempo después el Rey se fue para Fointenebleau, donde se reanudaron los ataques de gota el 26 y el 27 del mes, viéndose obligado a permanecer en la cama hasta el domingo, 17 de octubre. Estas tres semanas se pasaron con muchos inconvenientes, las noches para el Rey fueron muy malas, casi sin poder dormir, y muchas veces con ráfagas de fiebre acompañando a la ansiedad y el dolor11.” Pero, pese a todos los perfeccionamientos médicos y tecnológicos contemporáneos, el ser humano sigue siendo débil, por lo que necesita engañarse para creer que está a salvo de toda clase de amenazas.
Un libro dedicado al estudio de las religiones asiáticas hace una semblanza del modo en que el padre de Buda, un poderoso rey, trató de ocultarle a su hijo la cara amarga de la vida humana, creando en torno a Buda unas condiciones artificiales durante su juventud “para que no conociera nada que le hiciera pensar en la desgracia, en la vejez, en la enfermedad o en la muerte12. Ésta es, sin duda, una buena metáfora de cómo el ser humano prefiere más vivir engañado que saber acerca de su frágil naturaleza.
Sobre la manera en que este engaño se manifiesta no hay mejor exponente que la sensación de plenitud que, en muchas ocasiones, tiene una persona cuando hace una visita a una amistad que sufre problemas de salud. En ese momento, ante la situación del enfermo, y, por contraste con el estado de buena salud de que disfruta ella, la persona se siente fuerte, como si su organismo fuera más resistente ante la enfermedad que el de su conocido. El desencanto puede venir si, como ocurre con frecuencia, a los pocos días también cae enferma.
Aunque personalmente no tenga ninguna afición a la música, sobre este tipo de situaciones en las que queda al descubierto la ilusión de la fortaleza humana, me encanta la sinceridad de las letras de algunos tangos. En concreto, en un tango llamado Volvió una noche se toca una cuestión ante la cual los seres humanos somos muy sensibles, la de la pérdida de la juventud y su correspondiente corolario, la decadencia física13. En esta canción, un hombre recibe la visita de un antiguo amor, que le propone retomar relaciones, propuesta que con educación rechaza por parecerle que la mujer ha envejecido mucho. Sin embargo, al marchar esta última, el hombre no se siente triunfador porque, como se cuenta en los últimos versos de este tango, se fue en silencio, sin un reproche/ busqué un espejo y me quise mirar/ Había en mi frente tantos inviernos/ que también ella tuvo piedad.
Pese a breves momentos de lucidez como el apuntado en la canción anterior, es rarísimo que el individuo sea consciente de su desamparo, en gran medida porque está protegido por su sociedad, lo que le permite engañarse sobre sus capacidades reales. La sociedad, en este sentido, cumple un papel muy importante para reforzar la voluntad de autoengaño ya presente de forma natural en el ser humano. Este engaño sería completo si los hombres no tuvieran una particularidad tan destacada como la de que son seres dotados de inteligencia y, por tanto, con la facultad de percibir la verdad. Sin embargo, esta última es tan dolorosa que, ante ella, la respuesta humana no es asumir la condición humana, sino todo lo contrario, acentuar la negativa a reconocer la triste realidad de la fragilidad de las personas. A este último aspecto es al que se dedica el siguiente apartado.


LA AUTOIDEALIZACIÓN

El modo en que el ser humano evita asumir su propia condición es muy sencillo: se apoya en el poder de su imaginación para resaltar los aspectos positivos propios y ocultarse a sí mismo los negativos. Esta operación mental es natural e instintiva, al ser producto de la profunda necesidad ya vista de no sentirse tan vulnerable. La perfección de este camuflaje generado por la mente es tal que “el hombre es el único animal que miente tan hábilmente como para engañarse a sí mismo14”.
No hay nada caprichoso ni pueril en este falseamiento de su realidad por parte del hombre. Si el ser humano reconociera sus muchas imperfecciones, no tendría capacidad para protegerse mentalmente del miedo a morir, lo que le impediría desarrollar una vida normal, ya que vería amenazas por doquier y no se atrevería a emprender ninguna acción por el riesgo que pudiera ocasionarle15. Como expresa Benet en uno de sus libros:

No somos capaces de pensar en la muerte, ni siquiera en un ámbito limitado. En nuestro ánimo existe una fe en la pervivencia, una confianza ilimitada en lo que una vez pasó puede ocurrir de nuevo. Y luego no es así, la realidad no lo confirma. Sin duda existe en nuestro cuerpo una cierta válvula defensiva gracias a la cual la razón se niega a aceptar lo irremediable, lo caducable; porque debe ser muy difícil existir si se pierde la convicción de que mientras dure la vida sus posibilidades son inagotables y casi infinitas16.

Del modo en que el hombre no admite sus imperfecciones, un buen exponente es la vergüenza que siente por su propio cuerpo. El ser humano, en su mente, crea una idea de perfección propia tan intensa que, por supuesto, abarca a su mismo cuerpo, negando la evidencia de la fealdad de éste en la mayor parte de las ocasiones.
El cuerpo humano no es feo porque su naturaleza así lo disponga, sino porque las personas poseemos en nuestro interior una noción ideal de cómo debe ser. Como la mayoría de los seres humanos, por razones de edad, de constitución, de enfermedad, de metabolismo, etc, nos alejamos de este ideal, la única posibilidad que nos queda para mantener nuestra autoestima, es ocultar nuestro propio cuerpo. De ahí la incomodidad que suelen tener casi todas las personas cuando tienen que exhibirse desnudas. A este respecto, leyendo un libro hace muchos años, cuyo autor no recuerdo pero que trataba sobre métodos de tortura, me extrañó enterarme que una de las prácticas más eficaces para derrumbar la resistencia psicológica de un detenido era, sin más, privarle de sus pantalones.
Un libro que describe las mentalidades de la última parte de la Edad Media hace una referencia similar a esta cuestión del pudor en el siguiente texto, que describe las impresiones que a los contemporáneos les causaban las crueldades de ese tiempo:

En cuanto al sentimiento del pudor, resalta, por ejemplo, en lo siguiente: en las peores escenas de matanza y de saqueo déjanse a las víctimas las camisa o los calzones (...) En el relato de la crueldad del bastardo de Vauru con una pobre mujer le espanta la canallada de cortarle los vestidos inmediatamente por debajo de la cintura mucho más que los restantes martirios17.

El cuerpo no agota, ni mucho menos, los aspectos de sí mismo que el ser humano trata, por lo general, de ocultar. Todos tenemos en la cabeza un modelo de persona perfecta y a él intentamos aproximarnos. Por tanto, queremos ser inteligentes, valientes, guapos, infalibles, agradables, etc, y, si no fuera porque la realidad es a veces muy cruel con nosotros y nos descabalga de nuestro trono, nuestra vanidad haría que nos creyéramos en todo momento los mejores.
Sin embargo, como se ha dicho, la realidad, de cuando en cuando, introduce dudas sobre nuestra perfección, como cuando, al cabo de mucho tiempo, nos ve un amigo de la infancia y nos dice lo mucho que hemos cambiado, recordándonos que ya se notan en nuestra cara las señales del tiempo18, o como cuando un niño, con toda su inocencia, le dice a un hombre o una mujer obesos que están gordos. O, del mismo modo, la sensación de sofoco que sufren muchas personas si, de manera imprevista, tienen que hablar o mostrarse en público, quedando así expuestas al implacable examen ajeno.
En estos casos, a las personas no les queda más que el disimulo y la sonrisa forzada, ocultando su disgusto. En otros casos, este malestar aflora y se manifiesta con acritud, debido a que, con frecuencia, el ser humano acepta con muy poca deportividad las críticas que recibe. En efecto, estas últimas le provocan inseguridad y miedo, y, por tanto, se defiende de estas sensaciones tan desagradables intentando provocarlas, a su vez, en su censor.
No puede ser de otro modo esta reacción porque cualquier crítica choca con la imagen ideal que de sí tiene la persona y, en consecuencia, es percibida como una afrenta. De ahí el gran valor que tiene el hecho de que una persona, de modo voluntario, admita algún defecto, sobre todo si este último es grave o muy grave, porque es el único camino a que ella mismo colabore en su corrección. Un ejemplo pertinente de esta afirmación es la importancia que se le da en las asociaciones de alcohólicos anónimos al hecho de que los propios pacientes se atrevan a reconocer su adicción.
En efecto, incluso en casos tan graves como el de padecer males como la enfermedad del alcoholismo recién citada, el ser humano es capaz de alcanzar tal blindaje mental sobre sus propios defectos o problemas, que llega a perder la percepción de que éstos son reales. De ahí la dificultad que tiene un psicoanalista cuando intenta bucear en la mente humana para ayudar a su paciente. Estas defensas son tan poderosas por responder a una necesidad natural ya vista, la de sentirse protegido ante amenazas y, de esta manera, no criar manías paranoicas que le impidan actuar y llevar una vida normal19. De ahí que, hasta cierto punto, tampoco sea bueno que el hombre confiese sus defectos o pecados con demasiada asiduidad, aunque con ello se aleje de la verdad.
En este sentido, hay que admitir que la persona sea, de manera casi obligada, un ser obligado a permanecer en un estado de inmadurez. A lo largo de su vida irá ganando en experiencias, irá aprendiendo cuáles son sus límites, pero nunca podrá reconocerse a sí mismo en el espejo de sus actos. La visión idealizada de su propio ser le acompañará a lo largo de su vida y, para la creación de su identidad, tendrán más importancia sus juicios subjetivos que las realidades objetivas que acompañen a su vivir.


LA EXAGERADA SUBJETIVIDAD DEL SER HUMANO

Un ejemplo literario que, desde siempre me ha impresionado, de la profunda visión subjetiva que forma parte de la idiosincrasia del ser humano, es una descripción del punto de vista de un vagabundo chino sobre su sociedad. El texto, de finales del siglo XIX, un momento en que la sociedad china es profundamente jerárquica, con una clase social dominante muy marcada, la de los mandarines o letrados, y en el que las posibilidades de mejora social para las clases inferiores es casi nula, revela hasta qué punto cada individuo se crea su propio mundo idealizado al margen de la realidad:

A Q, por su parte, tenía muy buena opinión de sí mismo; consideraba a todos los habitantes de Weichuang inferiores a él, incluso a los dos jóvenes letrados, a quienes estimaba indignos de una sonrisa. Los letrados jóvenes tenían posibilidades de hacerse más tarde bachilleres. El señor Chao y el señor Chian eran tenidos en alta estima por los aldeanos, precisamente porque, aparte de ser ricos, eran también padres de jóvenes letrados y tan sólo A Q no mostraba signos de especial deferencia hacia ellos, pensando para sí: - Mis hijos pueden llegar muchos más alto20.

Este desventurado vagabundo, al que acabarán ejecutando al final del relato, refleja lo difícil que es intentar analizar el sentir del ser humano desde criterios objetivos. Si bien es cierto que hay más posibilidades de ser feliz cuanto más dinero se tiene, o, al menos, desde que se tiene una seguridad económica cara al futuro, nada quita, por este profundo subjetivismo del ser humano, que una persona pobre pueda estar más a gusto con la existencia que lleva que una persona rica.
Aunque no sirva para ofrecer una solución definitiva al interminable debate sobre si el dinero da o no da la felicidad, la explicación del caso anterior es relativamente fácil. Como es imposible que ningún hombre alcance la perfección deseada por su imaginación, para entender el grado de satisfacción consigo mismo, todo depende del nivel de victimismo que se aplique a sí mismo alguien afortunado21 o de la capacidad de autoengaño que sobre sí tenga un individuo más desgraciado22.
A esta enorme capacidad de engañarse a sí mismo hace referencia Vargas Llosa en el siguiente párrafo, en el que relata el modo en como, el hecho de sufrir unas novatadas, alimenta el ego de los cadetes de una escuela militar:

Allí lo desnudaron y la voz le ordenó nadar de espaldas, sobre la pista de atletismo, en torno a la cancha de fútbol. Después lo volvieron a una cuadra de cuarto y tendió muchas camas y cantó y bailó sobre un ropero, imitó a artistas de cine, lustró varios pares de botines, barrió una loseta con la lengua, fornicó con una almohada, bebió orines (...) Los muchachos se miraban unos a otros y, a pesar de haber sido golpeados, escupidos, pintarrajeados y orinados, se mostraban graves y ceremoniosos23.

Otro texto literario que refleja esta honda percepción subjetiva propia de la especie humana, en este caso entresacado de un libro al que acudiré en varias ocasiones, es el siguiente:

Por eso, sea cualquiera la situación de un ser humano, éste se forma necesariamente un concepto de la vida en que su actividad le parece importante y bella. Por lo general se cree que el ladrón, el asesino, el espía y la prostituta deben avergonzarse de su profesión, reconociéndola como mala. Pero ocurre todo lo contrario. Los hombres a quienes su destino, sus pecados o sus errores han colocado en una situación determinada, por inmoral que sea, se forman unas ideas de ésta que se les figura legítima y respetable.24

De la falta de sentido crítico hacia uno mismo que tiene el ser humano, otro buen ejemplo es el fenómeno llamado de la telebasura, en el que la gente sale en público a contar sus miserias privadas en programas de televisión. En este caso, se aprecia bien cómo opera la mente humana, aplicando un doble rasero de forma innata: los comportamientos que en otras personas se ven censurables, en uno mismo se entienden por disculpables y se espera la comprensión ajena. O expresado de forma más rotunda, la capacidad objetiva que se tiene para juzgar al prójimo, se pierde por completo al analizar los actos propios. Un fragmento procedente de un libro de novela negra, género literario que muchas veces desnuda con juicios certeros los absurdos del comportamiento humano, es revelador de esta falta de objetividad de la persona hacia sí misma:

Al igual que la mayoría de los italianos de su edad y formación, Vianello siempre se había creído a salvo de las probabilidades estadísticas. Por culpa del tabaco se morían los otros; por comer cosas grasas, el colesterol les subía a los otros, y sólo los otros sufrían los infartos.25

De este doble rasero innato al ser humano, un breve texto literario que también es bastante claro a este respecto es el siguiente, referente a una reflexión de una persona que está ayudando a otra a cometer un crimen y que, sin embargo, intenta justificar su actuación ante su propio secuaz:

Esas palabras las llevaba bien meditadas; pues somos tan insensatos en nuestro orgullo, que aun en ese momento que obraba como auxiliar de un criminal me parecía un pensamiento intolerable que mi conducta apareciese a los ojos de mi cómplice como más baja de lo que en realidad suponía que era.26

A este respecto, y continuando con un nuevo ejemplo literario, un asunto que, desde hace muchos años me ha intrigado, es la capacidad de muchos escritores de describir los vicios y las pasiones ajenas, y, al mismo tiempo, no controlarlas en su propia existencia27. Voy a transcribir el siguiente párrafo, de las experiencias de Gustave Flaubert, el penetrante autor de Madame Bovary, en un burdel de Constantinopla:

Aún luchando con la sífilis, que provocaría que en poco tiempo se le cayera el pelo y que su madre no lograra reconocerlo cuando por fin le viera, Flaubert va a un burdel en Estambul (...) en el que las mujeres son "tan repugnantes" que Flaubert quiere irse de inmediato. Pero, según lo que él mismo escribe, en ese momento, la "madame" propietaria le ofrece a su huésped su propia hija. Se trata de una muchacha de dieciséis o diecisiete años que a Flaubert le gusta mucho, pero que no quiere acostarse con él. La gente de la casa obliga a la fuerza a la chica -uno siente curiosidad por saber qué haría el escritor mientras la convencían....28

Ante un documento tan expresivo, poco hay que añadir. Con toda la seguridad, este famoso escritor tenía una idea de sí mismo mejor que la que refleja este texto. Y, cabe la posibilidad que se ofendiera gravemente si alguien se atreviera a censurarle su comportamiento en este burdel. Y, por supuesto, no sería extraño que Flaubert fuera muy crítico con otra persona si la viera actuar de un modo tan inmoral como en este episodio donde él había sido protagonista. Pero, y aquí está la base del comportamiento humano, a sí mismo no tiene nada que reprocharse, porque la mente se preocupa de embellecer todas nuestras acciones para liberarnos de nuestros miedos.
Una última digresión, antes de acabar este punto, se refiere a la confianza que las personas depositan en ocasiones, sobre todo en casos de graves crisis de las sociedades, en personajes salvadores o providenciales que están por encima del bien y del mal. De esta actitud, hay numerosos ejemplos a lo largo de la historia, algunos tan recientes y nefandos como los de Hitler o Mussolini29. Refiriéndome a uno de los últimos y, aunque no debería meterme en asuntos políticos, es muy posible que la mayoría de las personas en el mundo no hayan estado conformes con el liderazgo que ejerció George Bush sobre el pueblo estadounidense tras los atentados de las Torres Gemelas. La actitud de depositar una máxima confianza en una persona es una política peligrosa, debido al fortísimo subjetivismo propio del ser humano, ya que si éste no encuentra ningún freno externo, con mayor dificultad lo va a hallar en su interior30. Sobre este particular, y ya que acabo de citar a Hitler, personaje que, debido a sus locas ambiciones, llevó a la ruina a Alemania, reproduzco una radiografía mental suya realizada por uno de sus generales, Günter Blumentritt:

Debe tenerse en cuenta que Hitler no era un verdadero estadista. Jamás consideró la política como la serena persecución de un fin determinado. La política era un sueño, del cual él era el soñador, ignorando, por igual, el tiempo, el espacio y los límites de la potencia alemana, así como que la propia Alemania era sólo una pequeña parte de las vastas extensiones mundiales.31


EL EGOÍSMO HUMANO

El profundo subjetivismo del ser humano, analizado en el punto anterior, lleva de una forma casi inevitable, a que las personas sean muy egoístas. A este egoísmo se llega de dos maneras, por una vía directa, ya que, al no tener el individuo ninguna capacidad autocrítica, es habitual que confunda sus intereses con sus derechos, y, por una vía indirecta, por la desconfianza que, por la razón antedicha, se tienen unos individuos a otros cuando tienen que acordar algo en común.
Este segundo aspecto es muy importante, ya que el temor al engaño es una de las características de la convivencia humana. Incluso en un compromiso tan fuerte como es el concerniente a formar una familia, los recelos mutuos raramente desaparecen en los matrimonios mejor avenidos. Por muy bien que se lleven dos personas casadas, por mucho que se quieran y se tengan gran confianza el uno al otro, la realidad de que jamás van a poder entrar en la mente de su pareja lleva a que en cualquier momento uno de los cónyuges pueda albergar sospechas infundadas sobre el otro.
Sobre lo argumentado en el párrafo anterior y para entenderlo mejor, voy a disponer de nuevo de un ejemplo literario, recurso que me gusta emplear porque pienso que entretiene bastante al lector. En este caso, lo he extraído de un libro de James Joyce y consiste en que un marido que tiene una hermosa mujer, a la que admira y quiere con locura, va con ella a una cena en casa de unos amigos.
En el curso de la cena suena una melodía que a la esposa le recuerda un antiguo amor, que cree que murió de una pulmonía, ocasionada por ir a esperarla bajo la lluvia cuando ambos eran jóvenes. Su marido la nota apenada por este recuerdo y le pregunta los motivos de su tristeza, que ella cándidamente le cuenta. Finalizada la cena, tras regresar a su casa y acostarse, los pensamientos del hombre son los siguientes:

Ella dormía profundamente.
Gabriel, apoyado en un codo, miró por un rato y sin resentimiento su pelo revuelto y su boca entreabierta, oyendo su respiración profunda. De manera que ella tuvo un amor así en la vida: un hombre que había muerto por su causa. Apenas le dolía pensar en la pobre parte que él, su marido, había jugado en su vida. La miró mientras dormía como si ella y él nunca hubieran sido marido y mujer. Sus ojos curiosos se posaron un gran rato en su cara y su pelo: y, mientras pensaba como habría sido ella entonces, por el tiempo de su primera belleza lozana, una extraña y amistosa lástima penetró en su alma. No quería decirse a sí mismo que ya no era bella, pero su cara no era la cara por la que Michael Furey desafió a la muerte.
Quizás ella no le dijo todo el cuento…32

En este caso, que hasta un muerto sirva para despertar sospechas en un matrimonio que había sido ejemplar hasta ese momento, por lo que se infiere de la lectura previa del relato, evidencia la fragilidad de las bases que sustentan la confianza de los seres humanos. Que el marido incluso cuestione la belleza de su mujer indica de qué modo se ha roto el encanto que hasta ese momento había entre la pareja protagonista de la historia de Joyce.
Aunque en esta historia se manifiestan de forma civilizada, los celos son una de las manifestaciones más lógicas de la naturaleza humana. Este aspecto es fácil de entender, si se presta atención a la conformación de la mente humana. Teniendo en cuenta que la persona tiene una capacidad desmesurada para engañase a sí misma, ¿qué engaños no será capaz de perpetrar con su prójimo?. A la vez, como le resulta imposible leer en la mente ajena33, el círculo se cierra y la desconfianza puede aflorar en cualquier momento, por inoportuno que sea. Un ejemplo literario, más radical que el anterior, del extraordinario poder de los celos es el siguiente:

¿Cuál era la idea inicial? Varias palabras acudieron a esta pregunta que yo mismo me hacía. Esas palabras fueron: rumana, prostituta, placer, simulación. Pensé: estas palabras deben representar el hecho esencial, la verdad profunda de la que debo partir. Hice repetidos esfuerzos para colocarlas en el orden debido, hasta que logré formular la idea en esta forma terrible, pero indudable: María y la prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba placer; María es una prostituta34.

Para quien escribe, que es un apasionado aficionado al ciclismo, otro asunto en que se aprecia este recelo humano hacia la palabra de su prójimo, es el descrédito en que ha caído este deporte debido al dopaje continuado de los ciclistas. Estos últimos hacen frecuentes manifestaciones públicas afirmando su inocencia, pero, incluso a ciclistas que dan sensación de la máxima honradez, en estos últimos años se les ha descubierto haciendo trampa en alguna ocasión. Sobre el ser humano, por tanto, impera un principio de incertidumbre, debido al cual, sólo se cree en su palabra, mientras no se pueda demostrar lo contrario.
Este problema de la desconfianza es una dificultad con la que se topan a menudo las personas aquejadas de enfermedades nerviosas cuando acuden al médico. La práctica médica, en estos casos, se caracteriza por “la tendencia de tomar en serio los síntomas del paciente ansioso hasta que la exploración demuestra que todos los órganos se hallan exentos de lesión. Al paciente se le explica que todos los síntomas que experimenta son fruto de la imaginación y que las aprensiones que le atormentan no tienen ninguna justificación35”. El medico, pese a toda su ciencia, en muchas ocasiones antepone, a la hora de hacer su diagnóstico, un recelo natural hacia el subjetivismo ajeno.
El ejemplo del párrafo anterior es perfecto para señalar como las bases de la confianza humana en su prójimo son inevitablemente frágiles. Esta realidad es muy importante a todos los niveles porque todas las personas del mundo vivimos en una u otra sociedad, y todas las sociedades necesitan de unos políticos que asuman las responsabilidades públicas. Como, por las razones que sean, se desvelen casos de corrupción o de cualquier abuso de poder similar por parte de alguno de tales políticos, con rapidez se generará en el ciudadano común la creencia de que todos los políticos son inmorales. Y, como tales corruptelas se repitan con cierta frecuencia, esta creencia se convertirá en una convicción tan fuerte que resultará difícil de erradicar entre la población, como ocurre en una gran parte de los países del mundo.
Quizá esta desconfianza en el prójimo y en la clase política fuera menor, si el ser humano no tendiera a ser tan egoísta, o, lo que es lo mismo, tan acaparador de bienes y beneficios. La evidencia de la tremenda desigualdad de fortunas que existen entre los habitantes de nuestro planeta corrobora, sin más, esta afirmación. Algunos de los principales millonarios tienen sólo para sí solos más riqueza que la que poseen cientos de miles de individuos con menor suerte en la vida. Y, lo que es un dato más importante, ven esta situación completamente justa36.
Si hace un rápido repaso histórico de algunas expresiones, es fácil comprobar hasta que punto el ser humano es insensible con la suerte que corre su prójimo. Por ejemplo, la actitud de Malthus de alegrarse de que haya miseria en el mundo no parece muy humana37. De modo muy similar, la afirmación de Rilke de que la miseria es una ocasión de acrecentar la luz interior38. O la conocida expresión de desprecio de la zarina hacia su pueblo, en concreto hacia los hambrientos manifestantes que dan origen a la Revolución de Febrero de 1917: “si hiciera más frío seguramente se quedarían en sus casas39. Mucho más actual es la recomendación del presidente italiano Berlusconi a los afectados por un terremoto, el cual dejó a muchos de los ciudadanos de su país sin hogar, de que se lo tomen como un fin de semana de acampada.
Siguiendo el repaso empezado en el párrafo anterior a la Historia, posiblemente el acendrado egoísmo humano aclare la insensibilidad de muchas de las explicaciones que de los fenómenos históricos dan los estudiosos. Un muestrario de este tipo de planteamientos faltos de sentido común puede ser el siguiente: la defensa de que los siervos medievales eran libres40, la justificación de que los sufridos campesinos romanos vivían de un modo desahogado en la Antigüedad41, la crítica a los explotados obreros ingleses del siglo XIX porque no sabían ahorrar cuando tenían trabajo42, la sorpresa de que los conquistadores españoles de América no se hubieran comportado de manera aún más cruel con los indios43 o el argumento de que la aplicación de la sharia contribuye a mejorar mucho la condición social de la mujer44.
De esta escasa capacidad para situarse en la piel ajena que tiene el ser humano, una de las mejores manifestaciones es el llamado socialdarwinismo, una corriente de pensamiento de la segunda mitad del siglo XIX, que justificaba las enormes desigualdades sociales del momento como la consecuencia de una ley natural, por la que los más débiles de la sociedad no podían esperar la compasión de los más afortunados. Pongo este énfasis en el socialdarwinismo porque, es terrible pensar en que la fase histórica, el siglo XIX, en la que mayor fe hubo en el progreso y la perfectibilidad humana, trajo aparejadas teorías eugenésicas que proponían el exterminio de los seres humanos menos aptos45.
Por incidir un poco más en la crueldad de esta teoría, el socialdarwinismo se encuadró en una época de enormes padecimientos por parte de los obreros46, de cuya explotación se ha hecho mención en la página anterior. Tales sufrimientos, sin embargo, debido a esta manera de pensar no conseguían conmover a los empresarios. Las palabras de un millonario americano, John D. Rockefeller, reflejan el espíritu del socialdarwinismo: “El nacimiento de una gran industria no es más que un ejemplo de la supervivencia de los más dotados... No hay nada malo en ello. Se trata solamente de la puesta en práctica de una ley natural y de una ley divina47.
En relación con este escaso respeto de las clases superiores hacia los obreros, de un libro al que haré varias alusiones en estas páginas, Mi último suspiro, he entresacado los siguientes párrafos, que reflejan la poca sensibilidad social del pintor Dalí, procedente de una familia de la burguesía catalana:

Dalí, como Lorca, tenía un miedo terrible al sufrimiento físico y a la muerte. Había escrito una vez que no conocía nada más excitante que el espectáculo de un vagón de tercera lleno de obreros muertos, aplastados en un accidente.
Descubrió la muerte el día en que un príncipe que él conocía, una especie de árbitro de las elegancias mundanas, el príncipe Mdinavi, invitado a Cataluña por el pintor Sert, se mató en un accidente de automóvil. Aquel día, Sert y la mayoría de sus invitados se encontraban en el mar a bordo de un yate. Dalí se había quedado en Palamós para trabajar. Él fue el primero en ser informado de la muerte del príncipe Mdinavi. Acudió al lugar del accidente y se declaró totalmente trastornado.
La muerte de un príncipe era para él una verdadera muerte. Nada tenía que ver con un vagón lleno de cadáveres de obreros48.

Para ir concluyendo con este apartado, voy a contar un episodio que tiene un nivel más anecdótico que otra cosa, pero que me resulta una de las mejores muestras de la insensibilidad humana hacia su prójimo. Me refiero al experimento hecho por los ingleses a principios del siglo XIX con cuatro indios de la Tierra del Fuego, un territorio poblado por tribus muy primitivas que vivían en el extremo meridional de Argentina. Tras haber llevado a estos indígenas a Inglaterra, se les proporcionó durante varios años una educación refinada, hasta el extremo de que olvidaron su miseria anterior. Pero, conseguido este objetivo, los responsables de este experimento no tuvieron mejor ocurrencia que devolverlos a su lugar de origen, para ver cómo se adaptaban de nuevo a su entorno. El resultado es que los convirtieron en seres muy desgraciados, en especial a uno de ellos, al que los ingleses conocían por “Jemmy Button”, ya plenamente civilizado49.
De las razones profundas del exagerado egoísmo humano y de su corolario de una absoluta falta de percepción de las necesidades ajenas, se hablará en capítulos sucesivos. En este momento, lo que es en realidad importante es afirmar que este egoísmo existe, lo que está fuera de toda duda, y analizar las consecuencias. Si, como les ocurre a todos los millonarios del mundo, alguien que tienen mil o dos mil veces más riqueza que otra persona ve esta situación normal, es lógico pensar que la segunda persona desconfíe de que la primera va a entender sus reclamaciones de mayor equiparación como justas. Por tanto, más que un acuerdo para solucionar los problemas comunes, lo que perseguirá en la vida será también acumular bienes y riquezas.
Como consecuencia de todo lo dicho hasta este instante, en el ser humano predomina una apuesta por lo tangible y lo concreto, por la adquisición de propiedad propia, más que una confianza en las promesas o en la bondad ajena. Esta actitud no puede, por menos, de reforzar el egoísmo con lo que se cierra un círculo nefando cara a la comprensión mutua.
En definitiva, y retornando al punto de partida, el subjetivismo humano hace que la persona crea que todo lo que ella hace está bien, ya que necesita idealizarse. Al perder todo tipo de sentido autocrítico, no es consciente de su egoísmo. Al ser éste muy acentuado, se provoca una desconfianza mutua entre las personas que, a su vez, potencia aún más tal egoísmo, ya que nadie se fía de las buenas intenciones ajenas, con lo que el individuo sólo confía en sus propios recursos.
Más adelante, cuando se analicen las posibles razones por las que el egoísmo humano no tiene límites, pese a que el hombre es un ser racional y está dotado de una gran capacidad para disponer de un pensamiento colectivo, se profundizará en estas cuestiones. El capítulo siguiente, sin embargo, se dedicará a uno de los factores que más condiciona la existencia humana, como es la necesidad de integrarse en un grupo50 para sentirse a salvo.
El ser humano persigue la idealización propia para defenderse mentalmente del miedo a la muerte. Pero no sería posible este proceso mental si, acompañándolo, no hubiera otras salvaguardias que dieran seguridad al individuo de que su existencia está protegida. La más importante, con diferencia, es la pertenencia a un grupo humano. Dentro de este último, el individuo se siente más seguro, porque confía en la principal y a veces única razón por la que se organizan los grupos humanos, la defensa mutua contra las agresiones físicas de sus semejantes.



CAPÍTULO SEGUNDO: LA INCORPORACIÓN A UN GRUPO

EL HOMBRE COMO SER SOCIAL

Una de las principales presunciones humanas es la gran fe que pone en su libertad. Al ser humano le gusta soñarse como alguien libre, que, en cualquier momento, si no está contento con su suerte, puede dar un puñetazo sobre la mesa y emprender nuevos horizontes en su vida. Esta creencia anima al hombre en su hacer diario y, quien más, quien menos, confía en los ases que guarda bajo la manga, aunque esté pasando por malos momentos.
En la realidad, poner en prácticas estos deseos de libertad no resulta muchas veces sencillo, porque en el ser humano suele existir una gran diferencia entre los sueños que su mente alberga y sus posibilidades materiales de llevarlos a efecto. Acudiendo de nuevo a una cita literaria, voy a citar el siguiente texto, relacionado con los anhelos de los inmigrantes que a principios del siglo XX se acercaban a Barcelona en busca de trabajo, como paradigma de estas dificultades:

Luego están los otros, la masa....., ¿comprenden lo que quiero decir? La masa. La componen mayormente los inmigrantes de otras regiones, recién llegados. Ya saben cómo viene ahora esa gente: un buen día tiran sus aperos de labranza, se cuelgan de un tope de un tren y se plantan en Barcelona. Vienen sin dinero, sin trabajo apalabrado, y no conocen a nadie. Son presa fácil de cualquier embaucador. A los pocos días se mueren de hambre, se sienten desilusionados. Creían que al llegar se les resolverían todos sus problemas por arte de magia, y cuando comprenden que la realidad no es como la soñaron inculpan a todo y a todos, menos a sí mismos.51

Un análisis rápido de este texto lleva a la conclusión de que, si bien, el ser humano tiene, como se ha visto en el capítulo anterior, una enorme capacidad para autoengañarse, conoce también que hay unos condicionantes objetivos y que, en soledad, muchas veces sus propósitos van a ser irrealizables. Por tanto, su instinto le lleva a agruparse con otros individuos, buscando tanto protección, como ayuda para solucionar las dificultades de su vida.
El primero objetivo, la búsqueda de protección es una necesidad imperiosa para cualquier individuo. Por muchos pájaros que una persona tenga en la cabeza, el deseo de conservar su integridad física prevalecerá sobre cualquier otra consideración. Y este deseo de conservación pasa por tener una defensa contra la violencia indiscriminada que unos individuos puedan ejercer sobre otros.
En estos momentos, mientras escribo este ensayo, estoy leyendo un libro que resume la vida de los grandes criminales que ha habido a lo largo de la historia de la humanidad. Basta leer las sanguinarias hazañas de algunos de ellos para comprobar que la crueldad es un elemento presente en muchos seres humanos. Voy a citar un solo ejemplo, que desconocía y que me ha impactado por su salvajismo, el de la condesa Báthory, que, según su propio registro, había asesinado a seiscientas diez mujeres jóvenes. Y no sólo las había asesinado, sino que lo había hecho con una especial saña y maldad, intentando infligirles el máximo sufrimiento posible52.
De la capacidad que tiene el hombre para ejercer una crueldad infinita sobre otros seres humanos, un párrafo muy expresivo por la crudeza con la que están relatadas unas torturas, es el siguiente:

Entre sesión y sesión de silla eléctrica, lo arrastraban desnudo, a un calabozo húmedo, donde baldazos de agua pestilente lo hacían reaccionar. Para impedirle dormir le sujetaron los párpados a las cejas con esparadrapo. Cuando, pese a tener los ojos abiertos, entraba en semiinconsciencia, lo despertaban golpeándolo con bates de béisbol. Varias veces le embutieron en la boca sustancias incomestibles; alguna vez detectó excremento y vomitó (…)
Cuando este último diálogo con Ramfis, ya no pudo verlo. Le habían quitado los esparadrapos, arrancándole de paso las cejas, y una voz ebria y regocijada le anunció: Ahora vas a tener oscuridad, para que duermas rico., Sintió la aguja que perforaban sus párpados. No se movió mientras se los cosían (...).
Cuando le castraron, el final estaba cerca. No le cortaron los testículos con un cuchillo, sino con una tijera (…) Le acuñaron sus testículos en su boca, y se los tragó.53

O igual de horripilante:

La criatura (pues apenas era una niña) había sido torturada hasta morir por los soldados. No voy a describirle, mi querido Tiedemann, el estado en que la dejaron, a pesar de que la imagen de aquel pobre ser destrozado ha quedado grabada de un modo indeleble en mi memoria. Habían trabajado durante horas, con extremo cuidado, casi con una especie de amor obsceno, si me permite que lo llame así, para asegurarle la muerte más dolorosa que pudieran imaginar. Entonces, advertí, tal ve por primera vez, me da vergüenza admitirlo, la gratuita capacidad de perversión que hay en el hombre. Luego me pregunté, y me sigo preguntando ahora, si seres capaces de cometer actos así contra su prójimo pueden tener esperanzas de ser perdonados54.

Este tipo de monstruosidades no son corrientes por suerte, pero existen, y, en consecuencia, el deseo más fuerte de las personas es que existan mecanismos colectivos de defensa ante las agresiones procedentes de individuos desequilibrados, violentos o sádicos. De ahí que, con toda seguridad, la razón más fuerte de crear una sociedad consista en que esta última sea capaz de garantizar un orden que imponga castigos a los criminales.
Por otra parte, los seres humanos, por muchos esfuerzos que hagamos en pro de nuestra domesticación, tenemos un componente primitivo o animal, que hace que reaccionemos con fiereza si algo o alguien nos disgusta, de ahí que, para que esta violencia no se multiplique, también sea muy importante la idea antedicha de la existencia de un orden que ponga límites a los posibles excesos de unos y otros. Por tanto, el orden, como principio social, cumple dos funciones básicas, defender a los individuos pacíficos de la maldad de aquellos más peligrosos, e intentar evitar que los conflictos entre las personas se radicalicen.
Sobre la violencia caprichosa que esconde el ser humano, un documento que, por su elocuencia, siempre me ha llamado la atención es el siguiente extracto de un libro francés:

Creí que iba a saltar de nuevo. No, se limitó a mover la cabeza, allí, delante de mí, de derecha a izquierda, con los labios apretados, y con los ojos intentaba encontrarme de nuevo donde me había dejado en su recuerdo. Yo ya no estaba allí. Me había desplazado, también yo, en el recuerdo. En la situación en que nos encontrábamos, un hombre, un cachas, me habría dado miedo, pero de ella no tenía yo nada que temer. Yo la podía, como se suele decir. Siempre había deseado meterle un buen cate a una cabeza presa así de la cólera para ver cómo dan vueltas las cabezas encolerizadas en esos casos (…).
Hacía veinte años por lo menos, que me perseguía ese deseo. En la calle, en el café, en todas las partes donde la gente más o menos agresiva, quisquillosa y fanfarrona, se pelea. Pero nunca me había atrevido por miedo a los golpes y sobre todo por la vergüenza que acompaña a los golpes. Pero aquella ocasión, por una vez, era magnífica.
“Te vas a ir de una vez”, fui y le dije, sólo para excitarla un poco más aún, para ponerla a tono.
Ella ya no me reconocía, de hablarle así. Se puso a sonreír del modo más horripilante, como si me considerara ridículo y muy despreciable…” ¡Zas! ¡Zas!” Le pegué dos guantazos como para dejar sin sentido a un asno55.

Para evitar el ejercicio de la violencia entre individuos, el objetivo de alcanzar un orden que haga más pacíficas las relaciones entre los seres humanos tendría que tener un carácter universal. El ideal sería que toda persona, en cualquier circunstancia o lugar, se sintiera a salvo y protegida. Pero, aunque posible en un plano utópico, es muy difícil que haya una sola sociedad y un solo gobierno en el mundo que regule este principio de orden.
Hasta hace pocas décadas, antes de que la revolución tecnológica acercara física y mentalmente los hombres unos a otros, las dificultades geográficas y las grandes distancias a recorrer en función de los medios existentes, impedían pensar en el sueño de que todos los hombres viviéramos en el mismo estado. Todos los grandes imperios que se crearon en el pasado, como el persa o el romano, acabaron teniendo unos límites naturales.
Hoy día, desde una perspectiva ficticia, tal posibilidad es factible, pero la evolución histórica de cada territorio hace que los grupos humanos estén muy particularizados y no tengan una perspectiva global de la humanidad. La consecuencia más grave de que nunca haya existido una sola sociedad mundial es que las diferentes sociedades se han hecho la guerra unas a otras, con lo que se ha creado una nueva fuente de amenaza para la integridad humana.
Esta circunstancia ha añadido una tercera función al principio de orden, la de defender a los miembros de la propia sociedad de las potenciales agresiones por parte de otras sociedades. De ahí que sea raro el país que no tenga un ejército o unas fuerzas militares a las que confíe la defensa de su territorio y de sus ciudadanos.
En la actualidad, el desarrollo56 del derecho internacional regula tanto las relaciones entre los países como suele dar garantías jurídicas suficientes a las personas cuando se trasladan a otros países. Pero, así y todo, como más seguro está una persona es si puede desenvolver su existencia en su propio país, porque, de otra manera, puede, en un momento u otro, encontrarse en una situación de indefensión. Basta recordar los problemas que pueden llegar a tener muchos emigrantes para hacer valer sus derechos cuando sufren algún abuso.
Por tocar un tema que es de sobra conocido, muchas prostitutas procedentes de países pobres que vienen a los países occidentales engañadas con falsos contratos de trabajo, siendo obligadas por los proxenetas a ejercer la prostitución, se encuentran con muchas dificultades para denunciar a la policía sus casos, pese a que en ellos hay que añadir, por lo general, los agravantes de estar sujetas a amenazas e intimidaciones.
El ser humano sólo encuentra protección efectiva dentro de los límites del grupo social al que pertenece, de ahí que para la inmensa mayoría de las personas sea fundamental integrarse de una forma incuestionable en éste u el otro grupo humano. Esta ligazón tan fuerte entre sus miembros también ayuda a desarrollar el otro aspecto importante en la conformación de una sociedad, la provisión de ayuda mutua entre las personas que la componen.
Los seres humanos, a pesar de nuestra fuerte vanidad, conservamos un grado de lucidez suficiente para conocer que necesitamos de la ayuda de los demás para materializar nuestros sueños. Los individuos, si no se aprovecharan de la organización social preexistente y de la fuerte división de trabajo de las sociedades, tendrían muy limitadas sus posibilidades de mejorar su nivel de vida o enriquecerse.
He empezado este capítulo haciendo referencia a un apunte literario sobre la frustración en que caen muchos inmigrantes cuando se enfrentan a la realidad. Aunque los problemas de los inmigrantes citados en este texto tienen que, en lo fundamental, con una estructuración injusta de la sociedad, ya que la citada consistía en un tipo de emigración interna, sus desgracias reflejan bien la impotencia a la que está abocado el ser humano cuando tiene que resolver sus problemas vitales sin encontrar ningún apoyo exterior.
Estas dificultades son aún más acusadas cuando estos desplazamientos de personas ocurren entre países diferentes, sobre todo en el caso de no contar los recién llegados con una simpatía mínima de los naturales del lugar de bienvenida, debido a desconocer la lengua o las costumbres, o portar rasgos físicos que señalan con nitidez la diferencia de identidad.
Como se refleja de un modo claro en una tragedia griega, Las fenicias, escrita por Eurípides en el siglo V a.C., la posición de los emigrados muchas veces es muy difícil:

Yoc. ¿Qué es estar privado de patria? ¿Una desgracia grande?
Pol. La mayor: la realidad supera las palabras.
Yoc. ¿Cómo es? ¿Qué se hace insoportable para los desterrados?
Pol. Algo de importancia suma, no tener libertad de hablar.57

El dramaturgo griego se refiere, en estos versos, al poco apoyo social con el que cuentan los inmigrantes para denunciar las injusticias que sufren. Esta situación de soledad afecta a los inmigrantes, hasta el punto de que muchas veces sufren de una enfermedad depresiva que se tipificado con el nombre de "Síndrome de Ulises", que lleva este nombre en recuerdo del gran viajero griego de "La odisea". Este síndrome es consecuencia de que, si el inmigrante, al llegar al país de acogida se encuentra con que sus expectativas se ven frustradas, se le revela de golpe todo su desamparo, al faltarle todo aquello que al hombre le da seguridad en los malos momentos: la familia, los amigos, la protección legal de su sociedad, etc. Debido a ello, muchos inmigrantes sufren trastornos psíquicos y caen en un estado depresivo.
Sin embargo, y éste es un aspecto que conviene destacar, aunque el desdichado inmigrante relate sus tristes experiencias a habitantes de su lugar de origen, éstos pensaran que a ellos no les pasará lo mismo y tendrán más suerte que su compatriota58. El ser humano, por su propia estructura mental, incide una y otra vez en los mismos pecados porque necesita engañarse a sí mismo. Su imaginación le impulsa a emprender proyectos aventurados, mientras que los fracasos cosechados le recuerdan la importancia de pertenecer a una sociedad para recibir la ayuda ajena. Inmersa en esta dialéctica entre realismo y vanidad se desenvuelve, en una mayoría de casos, la existencia humana.



LA COLABORACIÓN NECESARIA Y EL RECELO MUTUO

En la parte final del punto anterior, se había tratado como el ser humano, a pesar de su inveterada vanidad, comprende que no puede construir castillos en el aire y que, si quiere materializar sus muchas ilusiones y fantasías, necesita de la colaboración de las demás personas. De ahí que los seres humanos no conciban como posible ningún modo de vida en que su libertad no se vea coartada por la pertenencia a una u otra sociedad.
Si se acude al auxilio de la Historia, el relato de cómo se originan las civilizaciones más antiguas a menudo es similar59: los colonizadores, tras alcanzar un espacio fértil, en vez de separarse e ir cada uno por su lado, acuerdan el reparto de las tareas a efectuar. Gracias a esta división de trabajo, que se va haciendo cada vez más compleja, se sientan las bases para el progreso de la sociedad recién creada. Algunos Westerns recogen este mito, cuando el argumento de la película toma como protagonista a los integrantes de una caravana de pioneros60 que, llegados a un punto del Salvaje Oeste, deciden levantar un poblado, repartiéndose entre ellos las tareas de construir las casas y cultivar los campos.
El hombre es un ser social por necesidad y es consciente de que la condición previa para que una sociedad prospere es implicarse en el trabajo en común. Aunque este compromiso muchas veces acaba siendo obligatorio, porque las sociedades según evolucionan acuden cada vez más a menudo a métodos coercitivos, parte de una evidencia absoluta: si no hay trabajo no se genera riqueza, y, si no existe ésta, no hay posibilidad de una mejora del nivel de vida de las personas.
Siendo evidente esta relación entre trabajo y riqueza, también es clara la tendencia natural del ser humano a la picaresca y al ocio. A pesar de que muchas éticas sociales, incluida la actual, fundamentada en destacar al hombre hecho a sí mismo gracias a su esfuerzo, valoran el trabajo, lo que de verdad quiere la persona es estar sin trabajar. Esa ilusión tan sostenida en el común de los mortales de, si toca la lotería, mandar el trabajo a paseo, así lo demuestra, o el hecho de que siempre se asocia un elevado status social a la posesión de criados que sustituyan a su amo en la realización de las tareas más pesadas o ingratas.
Esta inclinación a la picaresca no puede ser de otro modo si, de nuevo, se analiza la mente humana. El individuo huirá de todo aquello que traiga a colación sus limitaciones físicas o le provoque dolor, ya que le recordará su fragilidad, ocasionándole fuertes e íntimos temores. De ahí, que para ahogar este miedo, el hombre quiera mantenerse el mayor tiempo posible en estados de felicidad o de búsqueda de placer y, por lo general, estos estados son contradictorios con trabajar, sobre todo si el trabajo físicamente es muy duro o las condiciones del lugar donde se realiza son infames61.
Pero, incluso cuando el empleo u oficio del que se disfruta es cómodo y poco exigente, el trabajador espera con ansiedad cualquier fiesta que le libere de ir al trabajo, y, por muchas vacaciones que tenga, nunca le parecerán suficientes. Hay una inclinación natural en la persona a buscar el disfrute de los sentidos, a través de sensaciones agradables, o del aumento de los periodos de descanso, o de permanecer en la postura más relajada posible, y siempre al servicio de la comodidad del propio cuerpo.
Del rechazo del hombre al trabajo una muestra excelente es la inscripción que está grabada en un ushebti, una clase de estatuillas de carácter mágico que acompañaban en sus tumbas a los difuntos del Egipto de los faraones:

¡Oh, Ushebti! Cuando llegue mi turno y se me designe para las tareas que se llevan a cabo en los infiernos.... y sea convocado en cualquier momento para sembrar los campos, para regar la llanura, para transportar arena de la llanura oriental a la llanura occidental, tú dirás en mi lugar: ¡Heme aquí!62

Como curiosidad, hay una filosofía oriental, basada en la teoría de la no acción, que expresa de una manera perfecta este apego humano a la ley del mínimo esfuerzo. Está dentro de la corriente china del taoísmo y, para los que la siguen, la felicidad absoluta significa una completa libertad para vivir en un ocio constante. Sus más eximios representantes fueron los llamados siete sabios del bosque de bambú que, “reverenciaban y exaltaban el vacío y la no acción y desdeñaban los ritos y la ley; bebían vino más de la cuenta y despreciaban los asuntos de este mundo63”. Acudiendo de nuevo a una cita literaria, un párrafo extraído de un libro de Alberto Moravia también refleja bien esta tendencia a la holganza del ser humano:

Así, pues, estuve un buen rato bajo las sábanas y éste fue el primer placer que sentí al comienzo de una nueva fase de mi vida, que en lo sucesivo quería solamente agradable. Para mí, que todos los días de existencia me había levantado muy temprano, permanecer en el lecho cómodamente y dejar que el tiempo corriese inútilmente era, en verdad, un lujo. Durante mucho tiempo me lo había negado, pero ahora estaba decidida a concedérmelo siempre que me viniera en gana, y lo mismo pensaba hacer con las demás cosas a las que hasta entonces había tenido que renunciar por mi pobreza y mis sueños de una vida normal y familiar.64

O, del mismo tenor, entresacado de un libro de Juan Goytisolo:

La vida debería ser siempre así: el sol, un buen lecho de hierbas y un tiempo infinito de descanso. ¡Ah! Y una mujer al lado también. No para nada, entiéndeme. Sino sentirla ahí, acurrucada contra uno y saber que basta alargar la mano y que tiene pereza y se duerme… Entonces es maravilloso ver como los otros trabajan y se afanan (…) Pensar en ellos me ayuda a descansar65.

De los anteriores párrafos literarios, sin dudar se puede extraer la conclusión de que es una tarea ardua disciplinar a la persona para que acuda con puntualidad a su lugar de trabajo y no falte a sus obligaciones laborales. Que las alarmas de los despertadores vengan preparadas para sonar repetidas veces porque, la primera vez que avisan, la reacción primera humana es continuar durmiendo, evidencia este rechazo al trabajo. Posiblemente, hasta la profesión más envidiada en el imaginario popular por el género masculino, la de actor de pornografía, vista desde la experiencia de sus protagonistas sea considerada una actividad a la que renunciarían, si encontraran otra manera de ganar dinero sin trabajar.
La inclinación que tiene el ser humano a perseguir estados de placer es evidente, sólo hay que pensar la relevancia del juego en todas las facetas de la vida, pero quizá la prueba más evidente de ello es la importancia que en todas las sociedades han tenido y tienen las drogas. Éstas permiten al hombre evadirse de sí mismo que, en el fondo, se revela como una necesidad máxima del género humano. Dicho con un lenguaje vulgar, las drogas ayudan a pasárselo bien, propósito que, después de todo, es el más perseguido por toda clase de individuos y que, por lo general, es contradictorio con el deber de trabajar para la sociedad.
Un nuevo texto literario, entresacado del libro ya citado de Alberto Moravia, describe bien las sensaciones de desesperación que puede llegar a sufrir el ser humano cuando se tiene que ver alejado de los lugares donde hay fiesta y diversión:

Junto a la puerta, pegado a la muralla, había un parque de atracciones que, en verano, encendía sus luces y dejaba oír sus músicas. Desde mi ventana podía ver un poco de través de las guirnaldas de bombillas de colores, los techos embanderados de los pabellones y la multitud que se apretujaba en torno a la puerta, bajo las ramas de los plátanos. Oía a menudo y distintamente las músicas y por las noches solía quedarme oyéndolas y soñando despierta. Me parecía que llegaban de un mundo inalcanzable, al menos para mí, y ese sentimiento me lo reforzaban la angustia y las sombras de mi habitación. Era como si toda la población se hubiera reunido en el parque de atracciones y sólo faltara yo. Hubiera querido levantarme e ir, pero no me movía de la cama y las músicas seguían sonando impertérritas toda la noche y me hacían pensar en una privación definitiva por no sabía que culpas que ignoraba haber cometido. A veces, oyendo aquellas músicas, llegaba a llorar por la amargura de sentirme excluida.66

La inclinación humana al placer es tan marcada que, por lógica, provoca el recelo ajeno. En el texto literario siguiente se observa esta característica tan negativa de la especie humana, que es, sin embargo, uno de sus rasgos definitorios, incluso en aquellos lugares, como son los pueblos, cuya vida muchas veces se tiende a idealizar como propia de personas más sencillas y confiadas:

El café era malo. Se preguntó qué habría bueno en aquel pueblo, entre aquella gente pobre y mezquina. Se acusó mentalmente de despreciar a sus semejantes y ofender a Dios; pero realmente eran pobres y mezquinos y no debían creer en El asiduamente, aunque le temieran a la hora de la muerte (…) Pero todo seguía igual; las mismas mujeres acudían a confesar y leía idéntica desconfianza en el corazón de los hombres. Al principio, aquello le había hecho sentir una gran amargura.67

La explicación de esta desconfianza entre los seres humanos es bien sencilla. Nadie quiere asumir las tareas que dejan sin hacer sus vecinos y, al mismo tiempo, a toda persona le gustaría que su prójimo realizara la parte que a él le corresponde del trabajo en común. Esta contradicción no se resuelve sólo con buena voluntad porque, debido a su egoísmo, el ser humano es muy parcial y dado a ser injusto en sus juicios sobre los demás.
Incluso en el caso de que los seres humanos fiaran su colaboración a un reparto equitativo de las cargas del trabajo, los conflictos entre ellos serían constantes. La desconfianza no sólo no desaparecería sino que se haría aún más dueña de las relaciones humanas, ya que ninguna persona estaría nunca contenta de la parte proporcional del trabajo que a ella le correspondería, por justo que fuera el reparto. Es un defecto muy humano tratar de sacar ventajas de todas las situaciones y considerar injusto68 cuando no se consiguen tales ventajas.
Como tampoco es posible renunciar a formar una sociedad y a los beneficios de todo tipo que conlleva el trabajo colectivo, la única manera de mantener la cohesión del grupo, es darse pruebas mutuas unos miembros a otros de la sociedad de su implicación en el proyecto común. O, dicho de otro modo, los seres humanos tienen que demostrarse mutuamente que no tratan de engañarse, con el fin de que la unión entre ellos se pueda mantener.
En resumen, el ser humano necesita de la ayuda ajena y le gustaría que esta colaboración fuera unilateral, o sea, sin contraprestaciones. Pero, una sociedad, para crear riqueza, se basa en el trabajo de sus miembros, de ahí el necesario compromiso de éstos. Esta implicación se consigue de forma dificultosa, con grandes recelos mutuos entre los hombres, por su tendencia al placer. Sin embargo, al contrario de lo que pudiera pensarse, esta desconfianza no conduce a un reparto justo de las tareas, sino a enormes renuncias y sacrificios de los individuos particulares. A este último punto se dedica el siguiente apartado.


EL INDIVIDUO SOCIAL PUESTO A PRUEBA

Vivir en sociedad consiste en pasar un examen constante y continuo. La desconfianza ajena hace que las personas siempre tengan que estar demostrando que merecen pertenecer a esa sociedad. Como el individuo no puede renunciar a su pertenencia al grupo, ya que éste es quien le da protección y cobijo, acabará aceptando de forma natural muchas renuncias a sus derechos con tal de no ver puesta en duda su inclusión en el grupo.
Es curiosa la manera en que, pese al egoísmo intrínseco a todo ser humano, las sociedades se basan en la vida sacrificada de muchos de sus miembros69. Aunque hoy día ha desaparecido la esclavitud de la mayoría de los estados modernos, me gusta recordar el ejemplo del primer presidente de Estados Unidos, George Washington, que siendo dueño de una plantación explotada con trabajo esclavo, dirigió la revolución contra Gran Bretaña basándose en la defensa de derechos inalienables del ser humano como la libertad o la igualdad. Esta paradoja no es tal, si se constata el hecho de que en todas las sociedades hay una gran parte de la población que vive mal, triste situación que aquellos que llevan mejor vida ven con naturalidad. pobreza
El aspecto más resaltable de estos grandes porcentajes de población que, en todas las sociedades, viven en condiciones malas o lamentables es que, muchas veces, aceptan este estado sin rechistar demasiado. Galdós describe muy bien la mentalidad resignada que muchas veces tienen las clases populares en el siguiente fragmento literario, que trata de los consejos que da una humilde modistilla a un muchacho de clase baja que quiere cambiar de estado:

- Reinita- dije-, en eso te equivocas, porque nosotros deberíamos ser ricos y no los somos.
- Todos creerán lo mismo, hijito, y es preciso que alguno esté equivocado. Pues bien: todas las cosas del mundo concluyen siempre como deben concluir. No sé si me explico.
- Sí, te entiendo.
- A mí me han dicho.... no, no me lo han dicho: lo sé desde hace mil años... yo sé que en el mundo todo lo que pasa es según la ley... porque chiquillo, las cosas no pasan porque a ellas les da la gana, sino porque así está dispuesto. Las aves vuelan y los gusanos se arrastran, y las piedras se están quietas, y el sol alumbra, y las flores huelen, y los ríos corren hacia abajo y el humo hacia arriba, porque así es la regla... ¿me entiendes?
- Lo que es eso todos los sabemos -respondí menospreciando la ciencia de Inesilla.
- Bien, muchacho, continuó la profesora: ¿crees tú que una tortuga puede volar, aunque esté meneando toda su vida sus torpes patas?
- No, seguramente.
  • Pues tú pensando en ser hombre ilustre y poderoso, sin ser noble, ni rico, ni sabio, eres como una tortuga que se empeñara en subir volando al pico más alto de Guadarrama70.

Desde una perspectiva actual, y teniendo en cuenta que es verdad que los estados suelen tener métodos muy eficaces para silenciar las protestas sociales cuando éstas ocurren, tales revueltas no se dan, ni mucho menos, con la frecuencia que la profunda injusticia que hay en el mundo contemporáneo demandaría. Hay algunas voces concienciadas que señalan que el abandono y la miseria en que se encuentra el Tercer Mundo acabarán provocando una revolución social a nivel planetario, pero es una hipótesis poco clara, porque es una situación que se arrastra ya muchos años y no hay visos de que esté germinando ese gran cataclismo. De esta preocupación se hace eco un diálogo extraído de un libro sobre la India:

  • ¿De verdad le pone la pobreza tan nervioso como dice?
  • Estoy seguro que va a haber una revolución. Dentro de una o dos generaciones. Esto no puede continuar, la desigualdad de ingresos. Me da escalofríos pensarlo.71

Si se acude al análisis histórico, se ve que el llamado pueblo sólo se subleva en situaciones de gran desesperación72. Los campesinos medievales europeos, que vivieron en un régimen de gran opresión durante varios siglos, sólo en contadas ocasiones se levantaron en masa contra la injusticia de su estado73, siendo el episodio más famoso la llamada Jacquerie. En cuanto a la Edad Antigua, si se ha hecho famosa la rebelión de los esclavos dirigidos por Espartaco, es precisamente por su excepcionalidad, al menos en cuanto a la gravedad de esta revuelta. En el mundo contemporáneo, que es la época más revolucionaria de la historia con mucha diferencia, nada hace pensar en que es inminente una revolución global, a pesar de las grandes masas de población que viven en condiciones infrahumanas.
Vargas Llosa tiene un libro dedicado a una de estas escasas rebeliones populares masivas, ocurrida en el interior de Brasil, uno de los estados del mundo con mayores desigualdades sociales, cuestión de la que me volveré a ocupar en un capítulo posterior, ya que en él citaré al movimiento brasileño de los Sin Tierra. En este libro se observa como a la gente pobre le cuesta rebelarse, pero una vez tomada esta decisión, reconoce como a su enemigo al orden constituido, entrando a partir de romper esta barrera mental, en un estado de gran excitación, como si no creyera el paso que acaba de dar:

Están irreconocibles. Hay en ellos desasosiego, exaltación. Hablan a voces, se arrebatan la palabra para afirmar las peores sandeces que puede oír un cristiano, doctrinas subversivas del orden, de la moral y de la fe. ¿Sabéis a quien llaman el Anticristo los yagunzos? ¡A la República! Sí, compañeros, a la República. La consideran responsable de todos los males, algunos abstractos sin duda, pero también de los concretos y reales, como el hambre y los impuestos74.

Pero, pese a todos estos ejemplos aislados de revuelta, incluso en los momentos históricos en que se genera una mayor conciencia social en las masas, como ocurrió gracias al desarrollo del marxismo en la segunda mitad del siglo XIX, se ve que es tal el apremio por pertenecer a su grupo natural, que los individuos más débiles son manipulables con facilidad por los más fuertes de su sociedad. Es triste pensar que, a pesar de todas las promesas mutuas hechas entre los obreros europeos de mantener su solidaridad por encima de los intereses de las élites de sus países, llegado el momento de iniciarse la Primera Guerra Mundial, no tuvieron ningún reparo en sacrificar estúpidamente su vida y matarse unos a otros75.
A este respecto, el del modo en cómo las consideraciones nacionales se imponen a otros tipos de colaboración o amistad, también es significativo el libro de Julio Verne, Aventuras de tres rusos y tres ingleses, donde una guerra emprendida por sus países rompe la colaboración entre varios científicos. Un fragmento de este libro retrata a la perfección los vínculos casi sagrados que existen entre los miembros de un mismo grupo frente a los que, a su vez, unen a los de otro grupo:

Las últimas palabras del coronel Everest produjeron el efecto de un rayo. La impresión fue tremenda. Todos se levantaron súbitamente. Sólo estas palabras: “Está declarada la guerra”, habían bastado para ello. Ya no eran compañeros ni colegas, ni sabios unidos para la realización de una obra científica, sino que se medían con la mirada.
Por un movimiento instintivo se había separado unos de otros…76


LOS PODEROSOS VÍNCULOS ENTRE MIEMBROS DEL GRUPO

En el apartado anterior he hecho mención en diferentes ocasiones al modo en cómo la cohesión del grupo no tiene en cuenta las diferencias económicas. De esta especial y extraña simbiosis que se da entre ricos y pobres a causa de su común vinculación al mismo grupo hay mucho que maravillarse, porque es extraño que sea una relación tan fuerte y difícil de romper, cuando es evidente que favorece con claridad a unos y perjudica a los otros. En mi caso, y continuando con referencias a la historia, desde pequeño me ha llamado la atención la guerra a muerte que emprendieron los españoles contra los franceses durante la Guerra de Independencia, en defensa de un rey, Fernando VII, que representaba a un sistema social, el absolutista, que mantenía a la mayoría de la población en la más absoluta de las miserias frente al lujo de los privilegiados77.
Un fenómeno mucho más reciente en el tiempo que no logró entender, pese a que soy un gran aficionado al fútbol, es el entusiasmo que los triunfos de su selección nacional despiertan entre las masas de un país. Incluso dentro del contexto de una crisis económica como la actual, el Mundial de fútbol que se celebra este año en Sudáfrica78 concentra todo el interés de gran parte de la población mundial. Si estas manifestaciones de identificación colectiva fuera muestra del orgullo de pertenecer a un estado que trata bien a todos sus ciudadanos entendería la ilusión de la gente por esta clase de eventos, pero la pasión por el equipo nacional de fútbol también es propia de naciones con grandes desigualdades sociales o sumidos en una crisis económica permanente, como puede ser el caso argentino, al que cito porque mi esposa es de este país.
El loco comportamiento del hincha de una selección nacional de fútbol demuestra que no se pertenece a una sociedad sólo por un motivo racional, sino que los aspectos irracionales, o sea, los relacionados con la acción del miedo sobre la conciencia del hombre, son los fundamentales. El amparo que el individuo busca en el grupo es tan importante que es capaz de renunciar a la justicia e, incluso, a la verdad con tal de que no se cuestione su pertenencia a dicho grupo.
En efecto, la necesidad de formar parte de un grupo lleva a una actitud muy extendida entre el género humano, la de hacer causa común entre los miembros del mismo grupo antes que valorar si este apoyo mutuo es justo o no79. Por poner un ejemplo, lo ocurrido en Serbia con la detención de Karadzic, persona muy conocida por ser considerada responsable de una guerra que asoló una parte de Europa, los Balcanes, en la primera mitad de los años noventa del siglo XX. Aunque la responsabilidad de esta persona en el inicio y en la extrema violencia de esta guerra parece evidente, y pese a que se ha creado un Tribunal Especial para juzgar a los criminales de este conflicto, la mayoría de sus conciudadanos, los serbios, se opusieron a que este personaje fuera extraditado para ser juzgado en el citado tribunal, sito en la ciudad holandesa de La Haya. A la gran mayoría de los seres humanos les pasa como a los protagonistas de un libro alemán, que “sólo reconocían el crimen cuando éste se producía en el partido contrario”.80
Acudiendo de nuevo a una cita literaria, la dificultad de renunciar a seguir la opinión de tu grupo, aunque sea por una causa justa, queda bien reflejada en el siguiente párrafo de Pasaje a la India, donde el protagonista, un inglés, se ve en el dilema de elegir entre su conciencia y la fidelidad a su patria:

- Hasta pronto; ¿está usted realmente de nuestro lado, contra su propio pueblo?
- Sí. Completamente.
Fielding sentía tener que tomar partido. Su meta era pasar por la India sin que le colgaran una etiqueta. De ahora en adelante le llamarían antibritánico y sedicioso81.”

La fuerte lealtad existente entre los componentes de un grupo humano genera fundados recelos sobre su sentido de ecuanimidad, ya que las personas siempre darán trato de preferencia a los del propio grupo82. De este doble rasero a la hora de valorar los actos humanos, según se juzgue a un miembro de tu grupo o a uno de otro, una de las mejores muestras es la desconfianza hacia los inmigrantes que existe en todos los países. De modo automático, el incremento de éstos hace que por parte de los naturales del país se les eche la culpa de los delitos que existen en la sociedad, porque, ante la duda si los culpables son delincuentes pertenecientes al grupo o externos a él, siempre se achacará la responsabilidad a estos últimos.
Un ejemplo literario clarificador de lo extendido que está la desconfianza hacia el foráneo, en este caso entresacado de una sociedad rural, donde los extranjeros son, sin más, los que proceden de lejos del pueblo, es el siguiente:

Pero en el pueblo no querían a los extremeños porque estimaban su labor inútil, impedían el acceso de las ovejas a las colinas y les atribuían toda clase de vicios. Durante su estancia los nativos disfrutaban de una absoluta impunidad. Ante cualquier desaguisado la gente decía: Habrán sido los extremeños83.

Toda esta falta de autonomía del individuo para tener opinión propia por encima del interés de su grupo, es lo que hace que tantas veces acepte una posición subordinada en su sociedad. O, dicho de otro modo, aunque la organización de la sociedad a la que pertenece sea profundamente injusta, el individuo perjudicado por ello rara vez se atreverá a manifestar su descontento ante el temor de que esta protesta pueda conllevar su expulsión o su marginamiento por parte de los demás miembros del grupo social al que pertenece.
El temor principal del individuo es que si expresa una opinión discrepante y no hace causa común con los otros miembros de su grupo, con su actitud pueda debilitar a éste. Que, por consiguiente, esta actitud de rebeldía pueda ser malinterpretada como una traición al grupo y que éste, en contrapartida, pueda repudiar al rebelde. El arma terrible que era la excomunión en manos de la Iglesia medieval es un buen ejemplo del pánico al extrañamiento social que tiene el ser humano84.
La famosa y terrible proclama de guerra a muerte contra los españoles de Simón Bolívar demuestra hasta qué punto la libertad del ser humano queda condicionada por la vinculación a su grupo:

Españoles y canarios contad con la muerte aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.85

También en las modernas sociedades democráticas, basadas en los derechos humanos, y, por ello, en la idea de que el individuo puede hacer valer sus reclamaciones de justicia, el peso de este terror a la exclusión social se mantiene con fuerza. Si se vuelve a recordar las grandes bolsas de pobreza que hay en las sociedades desarrolladas, su mantenimiento se debe en gran medida a la aceptación de su estado por parte de los individuos que las componen, ya que, potencialmente, son lo bastante numerosos para ocasionar una gran protesta social y, al menos en teoría, en un estado democrático tienen cauces para desarrollarla.
En resumen, la sacrificada sumisión de grandes contingentes de individuos se debe a la combinación de dos factores: que la persona no entienda su existencia si no está englobada en un grupo social y la desconfianza mutua que se tienen los seres humanos ante sus respectivas reclamaciones, debido al poco freno interno que tienen éstas por el subjetivismo humano. El temor consiguiente a que el egoísmo de los individuos pueda provocar la disolución de la sociedad lleva a que en cualquier organización social predomine un principio de orden basado en el sacrificio de sus miembros86. Este sentido de orden es aceptado de manera natural por la mayoría de los seres humanos, ya que su más íntima preocupación es la supervivencia de su grupo social por encima, incluso, de su bienestar personal87.
Hace poco, leyendo un libro sobre la construcción de los jardines de Versalles, una reflexión de su autor me hizo recordar el modo en cómo el ser humano es capaz de asumir la idea de orden de modo natural, aunque esconda los mayores horrores y arbitrariedades. El texto trataba del modo en que Luis XIV sacrificó un regimiento de sus tropas de élite para crear un lago artificial, en una obra en la que fallecieron casi todos estos soldados debido a las enfermedades contraídas. Sin embargo, para el jardinero principal del rey la tragedia no era tan grande y, como prueba de ello, transcribo de manera literal las palabras del autor del libro: "Pero Le Notre era un monárquico incondicional que jamás se cuestionó la voluntad del rey, y en tanto que católico devoto es posible que considerase que dichas muertes, que no habían sido causadas directamente por accidentes, fueran obra de la voluntad divina"88.
Un ejemplo sencillo contemporáneo de la aplicación de esta supremacía del principio de orden sobre el interés del individuo se aplica al campo del empleo. Acerca de las razones por las que la gente trabaja, hay una verdad evidente, la de que lo hace fundamentalmente para recibir un salario con el que a atender a sus necesidades básicas. Por tanto, ya hay un elemento de presión inicial para que los individuos acepten trabajar si no tienen otras fuentes de ingresos.
Pero también es cierto que, en las sociedades más avanzadas, el trabajo se considera, y así debería ser, un medio para alcanzar el bienestar personal. Sin embargo, gran parte de los miembros de cualquier sociedad desarrollada acaban aceptando trabajos poco o nada satisfactorios, tanto en lo personal como en lo económico89. Para corroborar esta afirmación, basta con acudir a algunas estadísticas, como los datos de Cáritas sobre el aumento de la pobreza en España, que indican que muchos trabajadores no consiguen casi cubrir sus mínimos vitales debido a sus sueldos bajos90. La referencia siguiente, extraída de un libro ambientado en el sur de Estados Unidos, intenta tratar con humor este grave problema:

- Debería alegrarse de que le diese una oportunidad, muchacho -dijo Lana Lee- . En estos tiempos hay por ahí la tira de chicos de color buscando trabajo.
- Sí, y también hay muchos chicos de coló que se hacen vagabundos cuando ven los salarios que ofrece la gente. A veces, pienso que pá un negro es mejó sé vagabundo91.

Pese a estos datos negativos, la persona que encuentra trabajo en un país desarrollado puede sentirse satisfecha. Pero, más triste es la situación de quien está sin él, teniendo en cuenta que los gobiernos de los países principales, desde los años ochenta han renunciado al objetivo del pleno empleo92. En épocas de crisis como la actual, estos dramas personales se agravan, pero no provocan una respuesta social porque las personas no se apoyan unas a otras, por lo que quien no acepta o sufre una situación injusta, no sólo no se ve respaldado por su prójimo, sino que sufre una fuerte presión social en su contra si intenta rebelarse. Una muestra evidente del predominio de estos comportamientos es la escasa movilización social en la reciente crisis económica que ha sufrido el planeta. Como afirma un libro dedicado a tratar la problemática actual: “Excepto por algunas protestas y reivindicaciones acaecidas en los últimos dos años, la población está encajando sin excesivos problemas los cambios que ha ido experimentando su estándar de vida93


LA IDEA DE ORDEN

Aunque el apartado anterior ya se ha finalizado comentado la extraordinaria importancia que tiene una idea de orden en cualquier organización social, no está de más seguir incidiendo en este punto. Los estados democráticos presumen, frente a las dictaduras, de estar basados en un exquisito respeto a los derechos humanos y que, en consecuencia, hay en ellos una primacía de estos derechos esenciales sobre cualquier otra consideración, del tipo que sea. Sin embargo, ningún estado renuncia a la aplicación de métodos coercitivos contra los individuos94 y la mejor prueba de ello es la existencia de organismos como los servicios secretos en todos los países. Uno de sus más tristes representantes, por la aureola siniestra que emana de ella, es la CIA estadounidense.
En las democracias coexisten instituciones o mecanismos encargados de velar por los derechos del individuo como pueden ser en España el Defensor del Pueblo, el Tribunal Constitucional o el derecho a la justicia gratuita, con otro tipo de instituciones encargadas de reprimir cualquier insubordinación frente al orden social, como puede ser, siguiendo con el caso español, una policía militarizada, la Guardia Civil95. Esta última, por su propio carácter militar, está preparada, ante todo, para obedecer órdenes, aunque éstas consistan en ejercer la violencia, que es siempre el camino más eficaz para que las personas no se atrevan a hacer valer sus derechos.
Quizá la prueba más evidente de la fragilidad de muchos de los derechos que tiene el individuo se ve en cuando éstos entran en confrontación con los intereses del estado, dando lugar a situaciones kafkianas. En este sentido, me gusta recordar cómo empieza uno de los libros de García Márquez, que trata de la forma en que el gobierno colombiano convirtió en héroe a un marinero que sobrevivió diez días en el mar al naufragio de su barco, y como, cuando este marinero contó la verdadera causa del naufragio del barco, que derivaba en responsabilidades políticas, por parte del mismo gobierno se le hizo la vida imposible. El libro comienza así:

Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva
en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria,
besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y
luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre96

También en las democracias la verdad oficial no siempre es coincidente con las realidades de los individuos. En España fue famoso un caso de un accidente en que estuvieron implicados unos militares, cuyo avión se estrelló al volver de Afganistán, muriendo más de sesenta personas. Por las prisas por tapar el asunto, el gobierno español de aquel momento hizo una repatriación acelerada de los cadáveres, con muchos fallos en un tema tan delicado. Cuando las protestas de los familiares por estos errores empezaron a arreciar, se encontraron de frente con los instrumentos que emplean los estados para ocultar la verdad, que son muchos y variados, y muy difíciles de franquear por el individuo perjudicado, porque el estado, al encarnar la idea de orden, cuenta con el fácil respaldo del grupo a sus decisiones.
A veces el cine da un paso adelante y se decide a denunciar casos reales de este tipo de situaciones kafkianas que sufren los individuos en democracia. Recientemente, el director norteamericano Clint Eastwood ha dirigido una película, El intercambio, en que retrata las peripecias y vejaciones sufridas por una mujer a la que la policía quiso engañar. Este caso consistió en que a dicha mujer le secuestraron o le desapareció su hijo; tras la pertinente denuncia, la policía, para apuntarse un tanto publicitario acerca de su eficacia, le devolvió un hijo falso. Cuando la mujer protestó por este inmoral montaje, la policía recurrió a todo tipo de métodos, incluido el internamiento de la mujer en una clínica psiquiátrica, para acallar su voz.
Otra valiente película que denuncia este tipo de montajes que vulneran los derechos del individuo cuando conviene a las instituciones del estado se llama En el nombre del padre. En ella se ve como cuatro irlandeses son acusados de forma injusta de efectuar un atentado terrorista, en la época de máxima actividad del IRA, etapa en la que el estado británico tenía necesidad de demostrar que controlaba la seguridad del país. A pesar de la evidencia de la falsedad de las pruebas preparadas contra este grupo de inocentes, todos ellos pasaron largos años en la cárcel, hasta que se pudo demostrar que no tenían nada que ver con el atentado.
Aunque sin duda en las democracias no llega a haber la total falta de escrúpulos que hay en muchas dictaduras a la hora de anular o jugar con los derechos de los individuos, el principio de orden acaba imponiéndose en muchos de los casos en que se confronta con éstos. Sólo en mi vida he tenido que acudir a un juicio como imputado, por molestar junto a unos amigos a unos patos de propiedad municipal. Fue una experiencia que me hizo dudar de la calidad de la justicia de mi país, porque me resultó increíble que habiendo sido detenidos mis amigos y yo por miembros de la policía nacional, en el juicio se presentó un policía municipal a testificar en nuestra contra, asegurando que la detención había sido obra suya97.
Esta irregularidad o falta de rigor en el proceso, aunque sea en un caso tan intrascendente como el juicio de faltas que sufrí, me provoca sudores fríos cuando pienso en los abusos que pueden sufrir personas que tengan más difícil hacer valer sus derechos, ya que pueden llegar a encontrarse sin las mínimas garantías procesales. En efecto, el policía que acudió a mi juicio pensó que sólo con su testimonio iba a validar la acusación, sin tener en cuenta si era verdad o no aquello que afirmaba. Me mete miedo pensar que ésta puede ser una actitud corriente en un policía que, incluso en una democracia, se siente impune para mentir ante un tribunal.
Esta actitud irresponsable del citado policía me mete miedo también porque me recuerda el grado de opresión que puede llegar a sufrir los individuos si se les demasiado poder a los gobernantes. Cuando era estudiante, me fascinaba el contraste entre la hermosa utopía del marxismo98 y su aplicación violenta, que dio lugar a grandes excesos criminales, quizá los más conocidos los referentes a Stalin. No hay duda de que el germen de esta aplicación violenta del comunismo venía en la propia doctrina que daba demasiado poder al estado a costa de los derechos de las personas99.
Si se da demasiado poder a unos individuos con respecto a otros y los primeros encarnan la idea de orden, sintiéndose, en consecuencia, secundados por el grupo, su subjetivismo será absoluto, y por muchas maldades que hagan, interiormente se verán legitimados, por mucho horror que causen sus actos o decisiones. En una ocasión, que estaba leyendo un libro autobiográfico de una princesa iraní, ésta describía del modo siguiente cómo justificaba el sha, gobernante que tenía una buena prensa en occidente por el carácter modernizador de su política, una cruel represión ejercida sobre sus oponentes políticos:

No obstante, todavía recuerdo con horror aquella película que una noche vino a proyectarle a Echtessassi un grupo de oficiales: civiles colgados de horcas y militares cayendo bajo la salva de los fusiles. Horrorizada y escandalizada, me marché corriendo a mi habitación. Al día siguiente le pregunté al sha cómo había podido contemplar aquella monstruosidad. Él me respondió:
- Esos condenados representaban un peligro para la seguridad del Estado. Era preciso dar un castigo ejemplar...
- Pero, esa película..., ¡esas imágenes!
Un tanto violento añadió:
- Debía demostrar a los oficiales que me la proyectaron que el sha, pese a desaprobar la violencia y la muerte, debe hacer gala de firmeza y valor.100

Otra forma de ver de ver los excesos a los que puede llevar una idea de orden magnificada se ve desde la perspectiva contraria, de la anulación completa a la que puede conducir a muchos individuos, que quedan silenciados, sin voz ni voto. En sociedades marcadas por algún tipo de pensamiento totalitario, se observa con claridad como desde la moral se considera correcta esta persecución a la libertad del individuo.
Por ejemplo, el ámbito de intimidad y respeto por excelencia en la mayoría de las sociedades es la familia. Sin embargo, en las sociedades donde la idea de orden adquiere tintes totalitarios se fomenta la delación dentro de la familia. La primera vez que me enteré, con horror, de este tipo de prácticas fue leyendo un libro sobre los años de gobierno de los Jemeres Rojos en Camboya, uno de los momentos más siniestros de la historia de la humanidad101. Tampoco se queda muy atrás el proceso de evangelización de los españoles en América, como lo revela el siguiente texto, extraído de las memorias y recuerdos de un religioso español:

Estos niños que los frailes criaban y enseñaban salieron muy bonitos y muy hábiles, y tomaban tan bien la buena doctrina que enseñaban a otros muchos, y demás de esto ayudaban mucho, porque descubrían a los frailes los ritos e idolatrías y muchos secretos de las ceremonias de sus padres.102
Ya que con posterioridad voy a referirme al incesto en una parte posterior de este mismo ensayo, aprovecho para aludir a uno de los episodios más asqueantes y, a la vez, más conocidos, de este tipo de denuncias ilícitas, la manera en que los revolucionarios franceses indujeron al heredero francés a acusar a su madre, María Antonieta, de prácticas incestuosas. Como dice Stefan Zweig en una biografía de esta reina, “ante esta declaración tan espantosa de un niño que aún no ha cumplido los nueve años, un hombre sensato, en tiempos normales, habría sentido la más extrema desconfianza103, pero, por desgracia para María Antonieta, que acabó sus días en la guillotina, para los regímenes políticos tiránicos resulta válido cualquier procedimiento de descrédito de sus víctimas.
Por dar por terminada esta cuestión, otros ejemplos de este fomento de la delación por parte de los poderes oficiales que ahora me vengan a la cabeza son el legismo chino104, la corriente de pensamiento en que se apoyó el primer emperador chino para perpetuar su poder, y el mucho más conocido del macartismo, fenómeno conocido como la caza de brujas, y que en los años cincuenta provocó una cadena de delaciones en Estados Unidos, que afectó de un modo particularmente intenso a Hollywood105, dejando para siempre desacreditados a cineastas tan importantes como Elia Kazán106.
Recapitulando sobre alguna de las cosas afirmadas hasta el momento, la idea de orden puede volverse opresiva para el individuo porque es tal la inseguridad de éste, su necesidad de estar integrado en un grupo humano, que es capaz de las mayores renuncias para que no se puedan encontrar motivos para excluirlo de él. Del mismo modo, las incertidumbres que agobian al ser humano hacen que, ante todo, éste busque seguridad, y prefiera vivir en un mundo injusto que en uno desordenado. Sobre las razones de la inseguridad humana ya se ha anticipado la importancia que tiene un factor, el miedo consustancial a la condición humana. En el siguiente capítulo se desarrollará otro factor, el temor a caer en un estado animal, que también contribuye en gran medida a esta inseguridad.



CAPITULO TERCERO: LA ZOZOBRA ANTE LA LA POSIBILIDAD DE CAER EN UN ESTADO ANIMAL

LA ANSIEDAD POR SER CONSIDERADO PERSONA

El capítulo anterior se ha acabado haciendo referencia a la inseguridad humana. Hay muchas posibilidades de que esta tara sea uno de los elementos que mejor definen al ser humano. En casi todas las ocasiones, al ser humano le gusta representarse como alguien decidido, lleno de convicciones y dotado de una entereza y valentía grande a la hora de enfrentar cualquier decisión. A la hora de la verdad, estas actitudes no suelen ser frecuentes y, en la práctica, el individuo es un ser fácilmente moldeable y pasivo ante las circunstancias que le rodean.
Hace poco tiempo se ha filmado una película, de nombre Resistencia, que trata de la lucha que emprendieron un grupo de judíos bielorrusos contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Por lo general, cuando se vuelve a vista a este siniestro periodo, hay un énfasis deliberado en resaltar los grupos de resistencia, porque parece increíble el vacío moral resultante de comparar la extrema indefensión de las víctimas con la exigencia de autodefensa que parecería obvia107.
Un ejemplo más realista de la actitud pasiva que tuvieron la mayoría de las víctimas del Holocausto ante las agresiones que sufrían es el siguiente:

En Lublin, Polonia, quince policías alemanes se subieron a quince camiones y fueron hasta un campo donde estaban encerrados muchos judíos. Se ordenó que subieran treinta personas -hombres, mujeres y niños- a cada camión. Los llevaron hasta un aeródromo y les encargaron que cavaran zanjas. Después de cavar, les ordenaron que se desvistieran, cosa que hicieron. (....) Los policías lanzaron briznas de paja al fondo de las zanjas. Ordenaron a diez personas que se metieran en una y se tumbasen. Les dijeron que se estiraran en direcciones opuestas: cabeza, píes, cabeza, píes.
Después los policías lanzaron granadas a la zanja, donde explotaron. Salieron volando trozos de cuerpos. Dispararon a cualquiera que siguiera vivo después de las granadas. Los hombres vertieron cal y más paja, y obligaron al siguiente grupo a tumbarse encima de la primera capa de personas muertas y reventadas. Explotaron más granadas108.

Quizá alguna de las personas que pueda leer estas líneas pensara que ella, en este caso, no habría sido tan sumisa y se había rebelado ante los guardianes alemanes, aunque sólo fuera por defender su vida o la de su familia. Pero, la persona que pensara así obviaría un factor esencial, la debilidad de la naturaleza humana, que transmite indecisión al individuo a la hora de obrar.
Encuadrado en un grupo y bien dirigido, el ser humano es capaz de las mayores hazañas, como se ve en el caso de los propios judíos, en la guerra victoriosa que fueron capaces de llevar contra los árabes apenas unos años después con el objetivo de defender el naciente estado de Israel. Sin embargo, sin la protección de un grupo ante la amenaza de otro grupo, el individuo se siente muy indefenso.
Por descontado, en un ejemplo como el anterior del asesinato de los judíos en Lublin, la intimidación física es una razón lo suficientemente seria para entender el triste papel de las víctimas. Así y todo, parece extraña esta anulación tan intensa del instinto de supervivencia. Tiene que haber algo más que explique la absoluta resignación de las víctimas ante su suerte.
Aventurando una explicación, se puede argüir que en el momento en que se decidió el asesinato de los judíos, éstos ya habían sido privados de su identidad y rebajados hasta el extremo de ponerse en duda su propia condición humana. No sé con exactitud la nacionalidad de las personas asesinadas en Lublin, pero, en el caso concreto de los judíos alemanes, antes de la Segunda Guerra Mundial, se había emprendido contra ellos desde hacía varios años una campaña de humillaciones y ofensas constantes que, sin duda, tiene que haber hecho mella en su estado de ánimo y en su conciencia.
La profesión actual de quien está escribiendo es la de profesor en un instituto de educación secundaria. Aunque hasta el momento ha evitado sufrir esta clase de episodios en su propia carne, ha asistido ya a varios casos de compañeros de profesión que han entrado en una acusada fase depresiva cuando son objeto de modo reiterado de burlas e insultos por parte de sus alumnos. A este respecto, he visto perder a algunos de estos profesores toda confianza en sí mismos y entrar en una especie de letargo, en que de modo permanente se están cuestionando a sí mismos, como si la culpa de su situación fuera propia109.
Esta pérdida de autoconfianza lleva a algunos a la resignación, hasta el punto de acostumbrarse a aceptar las provocaciones y descalificaciones constantes de sus alumnos. La actitud más normal en estos casos es rodearse de una muralla de silencio y no comentar a sus compañeros nada de lo que les sucede en el aula, como si a través de esta ocultación de la verdad pudieran negar la realidad.
En el caso de los judíos supongo que esta pérdida de autoestima sería más grave aún si cabe, porque un profesor sabe que, en mayor o menor medida, está protegido por la ley y la moral pública, pero, en el caso judío, era justo al contrario, ya que las propias autoridades e instituciones promovían las agresiones a sus personas. Es muy posible que muchos judíos hayan llegado a un punto que hayan desistido de luchar, y de ahí su resignación extrema cuando se tomó la decisión de asesinarlos.
La conducta del ser humano, debido a su propia complejidad interior, no se ve sólo afectada por agresiones de tipo físico, sino que es muy sensible también a ataques de tipo moral. A causa de nuestra inteligencia, todos los seres humanos nos sentimos distanciados de los animales, y ciframos nuestra dignidad en que no pueda existir confusión entre la condición humana y la condición animal.
De ahí que, cuando contra un individuo se inicia una campaña continua de insultos, burlas o humillaciones, esta persona se sienta mal e insegura, debido a que se debilita su confianza acerca de su propia identidad como ser humano. Y, si hay un factor que en la persona puede provocar el afloramiento de todos sus miedos es éste, ya que ve rebajada de modo terminante su confianza en poder resolver los problemas que afectan a su vida. Como se señala en un libro de filosofía: “el drama humano consiste en poder ser bueno, y superior al animal, pero, a la vez, en poder ser malo, y en este caso inferior al animal110.



EL HORROR A SER ANIMALIZADO

La duda sobre su condición humana repercute en el hombre causándole un grave complejo de inferioridad. Y esta duda es fácil provocarla, ya sea tratándole peor que a sus semejantes, de tal modo que se le haga sentir que no merece recibir un trato humano, o, empleando otra estrategia, que es la de resaltar sus particularidades animales. En este segundo caso, el procedimiento se basa en hacer lo contrario de lo que espera el ser humano, que confía en que los demás tengan una visión amable de su persona. Sobre este particular, conviene volver a recordar la importancia que para el individuo tiene la ocultación de su parte animal, como ya se ha visto en el capítulo primero al comentar los intentos de disfrazar su propio cuerpo por parte del ser humano.
En este sentido, y por citar un testimonio que creo refleja esta aversión del ser humano a identificarse con los animales, me remitiré a unas reflexiones de Stevenson tras ver una pelea entre dos mujeres de las islas Gilbert, en el curso de la cual una de ellas le mordió la cara a la otra:

Hay aspectos de nuestra condición y de nuestra historia que vale más olvidar, y quizá la verdadera sabiduría consiste en no reflexionar sobre ellos. El crimen, la peste, la muerte, llenan el curso de nuestros días, y nuestro espíritu está dispuesto a aceptarlos. Por el contrario, rechaza instintivamente cuanto evoca la imagen de nuestra raza en su más baja condición, compañera de las bestias, bestial ella misma, hundida y amontonada en las cavernas de las edades primitivas111

Acerca de este innato rechazo a nuestra parte animal, es difícil de creer que a la mayoría de las personas les resulte agradable la siguiente reflexión:

Gente cuyo don de observación carece de prejuicios hasta el extremo de no temer malentendidos, dice que el cerdo doméstico, por su desnudez y el color de su piel, así como por ciertos rasgos de su ser, tiene cierto parecido con el hombre. El modo, por ejemplo, de hundirse en lo sexual, y también su falta de defensa contra la suciedad y su salud achacosa en general...112

El desprecio por su lado animal es inherente al ser humano pese a todas las evidencias de que es una parte esencial de su identidad. La aceptación sin más de este componente animal es considerada una forma de degradación, porque enfrenta al individuo al lado menos brillante de sí mismo y en todas las personas existe un alto grado de autoidealización. Esta deformada percepción propia, por otra parte, es el rasero sobre el que se comparan entre sí los seres humanos para no sentirse inferiores unos a otros.
Si se recuerda el ejemplo del vagabundo chino del primer capítulo, se ve que el ser humano tiene una resistencia grande, debido a la fuerza de sus estructuras mentales, a ser “menos” a sus semejantes. Pero, es tan sensible el ser humano al peligro de ser animalizado, que siempre llega un punto en que esta resistencia se puede quebrar, si el proceso de degradación de su dignidad es constante y público. Y, para evitar esta situación, puede llegarse a un punto de que el ser humano prefiera un condición material peor a cambio de una mayor tranquilidad psicológica, o sea, acepte perder en sus condiciones de vida o renuncie a una parte de sus derechos si, como contrapartida, se le garantiza en la medida de lo posible no sufrir humillaciones demasiado evidentes o continuas.
Este punto débil humano es conocido de sobra por los miembros más poderosos de las sociedades que, tradicionalmente, para mantener esa posición de privilegio han incidido en los defectos o faltas del resto de los miembros de la sociedad. Basta citar, por poner un ejemplo, como en el mundo occidental la religión cristiana y, en especial, la iglesia católica, han contribuido en gran manera a crear una sensación constante en el individuo corriente de que su humanidad se ponía una y otra vez a prueba113. La inseguridad que acerca de sus ser crea en los hombres conceptos como el del pecado o el de la penitencia, y el poder que para dominar las conciencias tenían prácticas como la confesión114 están fuera de toda duda.
Aunque no referido a la iglesia católica, sino a otra religión, la zoroástrica, los siguientes párrafos muestra esta relación entre un status de poder115 y la denuncia de las vergüenzas ajenas:

Por un mago que se sacrifica hay cuarenta que sólo sueñan con el poder y que no viven más que para conspiraciones e intrigas. Dictan a todo el mundo cómo vestir, comer, beber, toser, eructar, llorar, estornudar, qué formula farfullar en cada circunstancia, qué mujer desposar, en qué momento evitarla o abrazarla, y de qué manera. Hacen que grandes y chicos vivan en el terror de la impureza y de la impiedad.
Se han apropiado de las mejores tierras de cada región, han amasado riquezas, sus templos rebosan de oro, de esclavos y de grano; cuando el hambre hace estragos, son los únicos que no la sufren.116

La descripción anterior podría aplicarse con total propiedad a la iglesia cristiana medieval. Otro extracto literario que traigo a colación, por su divertido contraste entre la enormidad de la denuncia y la escasez del pecado es el siguiente, entresacado de un libro de Isabel Allende:

Nadie se había atrevido a desobedecerle. El sacerdote estaba provisto de un largo dedo incriminador para apuntar a los pecadores en público y una lengua entrenada para alborotar los sentimientos.
-¡Tú, ladrón que has robado el dinero del culto!- gritaba desde el púlpito señalando a un caballero que fingía afanarse en una pelusa de su solapa para no darle la cara-. ¡Tú, desvergonzada que te prostituyes en los muelles!- y acusaba a doña Ester Trueba, inválida debido a la artritis y beata de la Virgen del Carmen, que abría los ojos sorprendida, sin saber el significado de aquella palabra ni adónde quedaban los muelles-. ¡Arrepentíos, pecadores, inmunda carroña, indignos del sacrificio de Nuestro Señor! ¡Ayunad! ¡Haced penitencia!117

La condición animal de las persona, unido al gran poder que tiene su mente para alterar la realidad, aspecto ya visto con anterioridad al tratar del subjetivismo, hacen que el individuo sea un ser muy manipulable, ya que ni él mismo conoce con exactitud que alberga su interior, resultando fácil crearle mala conciencia. De un conocido libro de la literatura francesa, Por el camino de Swann, he extraído el siguiente párrafo, que habla de lo retorcida que puede llegar a ser la mente humana, en el instante en que el protagonista reflexiona sobre la clase de amor que les tiene un familiar:

Nos quería de verdad, y le hubiera gustado llorarnos; y de llegar en una ocasión en que se encontrara ella bien y sin sudar, la noticia de que la casa estaba ardiendo, de que ya habíamos perecido todos y de que pronto no quedaría ni una piedra en píe, dejó alimentar muchas veces sus esperanzas, porque reunía las ventajas secundarias de hacerle saborear en un sentimiento único todo su cariño a nosotros y de causar el pasmo del pueblo presidiendo el duelo, abrumada y valerosa moribunda, pero en píe…”118

Por todo lo comentado hasta el momento, incluso en las sociedades contemporáneas más laicas, en las que el individuo no siente las cortapisas mentales de sociedades pasadas, y en las que incluso se vanagloria de actos que hasta no hace mucho se considerarían vicios, el sentimiento de vergüenza sigue estando enraizado con mucha fuerza en las estructuras mentales de las personas. En los países occidentales, pocas mujeres se abochornan hoy día de haber tenido una aventura con un hombre pero, al mismo tiempo, tratarán de dar a este episodio un contenido romántico, no permitiendo que derive en una mera manifestación de incontinente deseo sexual.
Pocas personas, por tanto, pueden adoptar el punto de vista de Buñuel en sus memorias, cuando reflexiona del siguiente modo:

Sólo hacia los sesenta o sesenta y cinco años de edad comprendí y acepté plenamente la inocencia de la imaginación. Necesité todo ese tiempo para admitir que lo que sucedía en mi cabeza no concernía a nadie más que a mí, que en manera alguna se trataba de lo que se llamaba “malos pensamientos”, en manera alguna un pecado, y que había que dejar ir a mi imaginación, aun cruenta y degenerada, adonde buenamente quisiera.
Desde entonces, lo acepto todo, me digo: “Bueno, me acuesto con mi madre, ¿y qué?”, y casi al instante las imágenes del crimen o del incesto huyen de mí, expulsadas por mi indiferencia.119

Normalmente el punto de vista de vista humano que predomina es justo el contrario, el de avergonzarse de los malos pensamientos, como le ocurre al protagonista de un libro de Tolstoi ya citado:

No había tenido ningún acto reprensible, pero había tenido malos pensamientos, y era mucho peor, porque éstos engendran aquellos. Uno puede arrepentirse y no repetir una mala acción, pero los malos pensamientos engendran toda clase de malas acciones. Éstas no hacen más que preparar el camino para otras semejantes; en cambio, los malos pensamientos arrastran irremisiblemente por ese camino.120

El deseo de no confundir sus dos naturalezas, la humana y la animal, haciendo prevalecer la primera sobre la segunda, es uno de los elementos que mejor definen al ser humano, y al que, como se acaba de decir, muy pocas personas pueden renunciar. Incluso, como está ocurriendo en la actualidad, cuando muchos gobiernos inciden en los vicios o los malos hábitos de la juventud, parece claro que más que un problema real es una estrategia de dominio, similar a la que empleaba la iglesia católica en el pasado, para hacer dudar a importantes contingentes de población a la hora de reclamar más derechos121 o de recibir un mejor trato legal por parte de su sociedad.
Con respecto a este problema recientemente mencionado de los malos hábitos de la juventud, me es difícil imaginar que haya jóvenes que, aunque en determinado momento se emborrachen o se ensucien con una vomitona, no dejen de sentir vergüenza de su comportamiento. Además, cualquier generalización es siempre injusta, pese a lo cual, el tratamiento informativo que por lo habitual se da a este asunto se basa en dramatizar el problema, como si el alcohol y las drogas fueran un invento de la juventud actual.


LA FAMILIA, EL PROTECTOR DE LA CONDICIÓN HUMANA

Como se ha repetido en varias ocasiones, el ser humano tiene una clara preocupación por el que se le reconozca la condición humana y, aunque a nivel de grupo muchas veces consigue sentirse protegido, no siempre ve aceptada esta pretensión moral. En efecto, aunque hoy día las sociedades cada vez se basan más en un concepto universal tan hermoso como el de los derechos humanos, no por ello, a nivel de organización de los estados, al individuo se la ha dejado de considerar poco más que un dato estadístico.
La diferencia entre la sensibilidad que puede tener un estado hacia un ser humano y la que puede tener la familia de éste se ve claro en el ejemplo con el que se acabó el apartado anterior, referente a los vicios de la gente joven. Mientras el estado hace campañas para criminalizar a la juventud, el joven, en la mayoría de los casos, encuentra la comprensión o, al menos, la aceptación de su conducta, por parte de su familia.
La importancia de la familia para que el individuo sea tratado con mayor respeto por parte de algunos de sus semejantes es incalculable. Basta pensar en la penuria en la que quedaban los niños huérfanos en el pasado, cuando, a pesar de existir instituciones sociales encargados de su cuidado, estas últimas, los orfanatos, más bien parecían centros de detención y tortura. Por dar sólo un dato de la terrible realidad de estos tenebrosos lugares de acogida, entre 1756 y 1760 de los quince mil niños ingresados en el principal orfanato londinense, sólo cuatro mil cuatrocientos sobrevivieron hasta la adolescencia.122
El inicio del libro Oliver Twist, en el que se refiere el nacimiento de este personaje, ejemplifica bien esta desvalidez en la que quedaban los pequeños huérfanos:

Pero ahora, envuelto en las viejas ropas de percal, encajaba perfectamente en su lugar: un niño de la parroquia…, huérfano de hospicio…, humilde esclavo muerto de hambre…, carne de bofetadas y golpes para el mundo…, desprecio de todos y lástima de ninguno.
Oliver chillaba con ganas. Si hubiera sabido que era huérfano, abandonado a las pocas compasivas manos de mayordomos eclesiásticos e inspectores, quizá habría chillado más fuerte123.

En la actualidad, aunque los asilos para ancianos no se parecen nada en la inmensa mayoría de los casos a los orfanatos del siglo XIX, una de las mayores preocupaciones de muchas personas es saber si van a pasar sus últimos años en uno de ellos. ¿Por qué asusta tanto a las personas la perspectiva de acabar sus días en un asilo? Ésta es una institución donde una persona va a recibir los cuidados básicos y, por tanto, va a estar bien atendida. ¿Por qué entonces ese miedo124?
A los seres humanos no nos basta con saber que otra persona va a atendernos cuando tengamos un problema. Incluso, teniendo garantizada esta atención, queremos que haya una completa aceptación de nuestras personas, de modo que en todo momento sintamos que nuestros cuidadores no nos tienen ningún desprecio hacia nosotros por tener algún tipo de incapacidad, enfermedad o suciedad, o cualquier otra clase de tara que acompañan a la naturaleza humana.
En el siguiente texto, que describe los cariñosos cuidados que recibía un rey francés medieval por parte de una de sus damas, se aprecia bien el enorme valor que para el ser humano tiene el hecho de ser tratado con cariño:

En ningún momento del día ni de la noche abandonaba Odette de Champdivers la cámara en la que se encontraba el rey; siempre estaba allí para ayudarlo, consolarlo, limpiarlo cuando se ensuciaba y reprenderlo suavemente cuando no quería comer o se mostraba desabrido con las visitas. Incluso en los periodos de completa oscuridad mental, de alguna manera aquel demente debía de ser consciente de que estaba rodeado de un amor totalmente desinteresado, de que allí se le entregaba día a día lo mejor que puede tocarle en suerte a un hombre: el cariño que todo lo ve y todo lo perdona125.

Como no todos podemos ser reyes, la familia es, por lo general, el ámbito donde mejor trato humano reciben las personas, aunque, por supuesto, puede no ser así. Todavía recuerdo con espanto un artículo de revista donde leí la operación que sufrió una de las hermanas de John F. Kennedy, una especie de trepanación ordenada por su padre, que prefería ver a su hija en un estado vegetativo a soportar su carácter rebelde. O, lo que ocurre en sociedades muy patriarcales como la kurda, de que, por cuestiones de honor, los menores son obligados por sus padres a matar a sus hermanas o primas, ya que ellos reciben condenas menores126.
Sin embargo, esta deshumanización extrema es inhabitual en el ámbito de la familia, debido a que en ella suele existir una fuerte solidaridad interna entre sus miembros. Muchas veces son las familias las que permiten que el individuo mantenga la fe en la condición humana, cuando las sociedades en las que vive son injustas o despóticas. Leyendo un libro sobre la batalla de Stalingrado, en el episodio de la evacuación forzosa y precipitada de la ciudad, unas líneas que me conmovieron fueron, en un sistema tan severo y cruel como era el soviético, las notas que se dejaban los miembros de las familias de esta población con la esperanza improbable, que raras veces se concretó, de volver a reencontrarse en otro lugar. Dos ejemplos son los siguientes:

Mamá, estamos todos bien. Buscamos a Beketovka. Klava.
No te preocupes, Vana. Nos vamos a Astraján. Ven con nosotros. Yuri.127

En otro texto literario, también referente a una emigración forzosa, en este caso debido a la ruina económica de muchos campesinos estadounidenses con motivo de la Gran Depresión, existe un fuerte alegato por parte de la madre de uno de sus protagonistas a favor de la familia. En esta enérgica defensa de la familia se aprecia como ésta es la institución más segura para garantizar que el individuo no quede totalmente abandonado a su infortunio:

El dinero que ganáramos no serviría de nada- dijo-. Lo único que tenemos de valor es la familia sin dividir. Igual que las vacas de un rebaño se agrupan juntas cuando los lobos andan al acecho. No temo a nada mientras estemos aquí todos los que seguimos con vida, pero no pienso consentir que nos separemos. Los Wilson están con nosotros y el predicador también. No puedo decir nada si se quieren marchar, pero si alguno de mi familia quiere dividirnos lo impediré, con esta barra y todas mis fuerzas- su tono era frío y no admitía discusión128.

Pero, la familia no es sólo la institución que más se esfuerza por ayudar al individuo cuando éste tiene problemas. Incluso en el caso de que no los tenga o no sean graves, el ser humano necesita escapar de la tensión de vivir, de ser objeto constante del examen ajeno. Como se ha comentado en páginas anteriores de este ensayo, al ser humano le cuesta verse a sí mismo de una manera objetiva y de ahí el nerviosismo que por lo general le crean las apariciones públicas, porque en ellas la imagen irreal de sí mismo que ha generado inconscientemente se enfrenta no sólo a su propio juicio sino también al ajeno, mucho más exigente.
De ahí que para los seres humanos, como no pueden volverse eremitas ni dejar de vivir en sociedad, sea tan importante encontrar ámbitos de sociabilidad reducida donde se sientan arropados y a salvo de críticas demasiado severas sobre sí. El grupo de amigos, la pareja, y, en especial, la familia, se convierten así en la salvaguarda que permite a la persona escapar a la tensión de sentirse juzgado de forma permanente.
De este temor que suelen tener las personas cuando se enfrentan públicamente al examen ajeno, también llamado miedo escénico, existe una buena descripción literaria del estdo de nervios que ocasiona en un libro sobre Mani, el fundador del maniqueísmo, cuando éste tuvo que acudir a su primera audiencia a la corte del emperador sasánida:

Luego una voz gritó su nombre. Se volvió para asegurarse de que había oído bien. Demasiado tarde porque la puerta estaba ya abierta y una mano lo empujó. ¡Ay de aquel que hiciera esperar al divino Sapor! Mani avanzó a lo largo de la alfombra ribeteada que conducía a los peldaños del trono, pero tenía la sensación de ir a la deriva, de tan manera había perdido toda la noción de las distancias. El rey le parecía cercano, como podía serlo el sol de Mardino, cercano hasta el deslumbramiento, hasta la insolación, y sin embargo, el camino alfombrado que le llevaba hasta él parecía interminable, pedregoso, empinado, y lo recorría con una impresión de extremada lentitud, de ahogo y de opresión 129.

En consecuencia, la familia cumple una serie de funciones muy importantes, tanto de tipo material como moral. Si para el ser humano, como se ha visto en el capítulo anterior, la pertenencia a un grupo es fundamental porque en él busca tanto protección como una implicación común en la tarea de generar la riqueza necesaria para satisfacer las necesidades de los miembros del grupo, sólo en la familia encuentra sensibilidad hacia sus problemas particulares.
El ser humano necesita sentirse tratado con cariño, de forma que esté seguro de que no se verá rechazado por el resto de la comunidad por culpa de su lado animal. Sólo en la familia el individuo encuentra el amor necesario para estar seguro de que verá respetada su condición humana en cualquier circunstancia, tenga los defectos que tenga su persona.



IDENTIDAD ENTRE CONDICIÓN ANIMAL E INSOCIABILIDAD

Uno de los mayores temores que tiene el ser humano es sentir el rechazo del grupo social en el que se encuadra130. Uno de los motivos más importantes por el que le puede llegar este rechazo es porque no acepte las normas de su grupo. Y, con toda posibilidad, la mayor prevención que tienen las personas unas contra otras es que algunas de ellas no sean capaces de civilizarse lo suficiente como para aprender estas normas.
Esta nueva razón coadyuva a reforzar el temor del individuo a que las demás personas no reconozcan en él la fuerza de su lado humano o de su parte espiritual. De ahí que un comportamiento habitual del hombre sea tanto cultivar aquellas facetas puramente mentales como tratar de ocultar sus propiedades más primitivas. Estas últimas se consideran imperfecciones y, como se ha vista en el primer capítulo, el ser humano hace todo lo posible por negarlas.
El hombre es un animal que constantemente está fingiendo. Basta pensar en la compostura con la que todas las personas caminamos por la calle, el miedo a sufrir un tropezón que nos ponga en ridículo por poner un ejemplo, para entender esta parte invariable de la conducta humana. Todas las personas intentamos presumir de ser naturales y, en cambio, solemos ser seres muy afectados, tratando de poner un velo de disimulo a aquellas cualidades personales más deshonrosas como la curiosidad, la torpeza o la fealdad.
Si se hace un repaso a la cantidad de términos que existen en el lenguaje para censurar las conductas ajenas es fácil entender lo preocupado que está el ser humano por refinar sus comportamientos. Ante cualquier desliz, sabemos que aflorará la crítica fácil en el prójimo: "Es alguien grosero", "no tiene educación", "está sucio y desaseado", "no tiene modales", y tantas y tantas expresiones comunes que se podrían repetir y que están destinadas a censurar actitudes humanas.
Esta presión social que nos imponemos unos individuos a otros se debe al pavor que sienten las personas ante la posibilidad de que pueda aflorar el monstruo oculto en cada ser humano. A todos nos causan terror los comportamientos más elementales de los hombres y sentimos un rechazo instintivo ante el hecho de estar en contacto con comportamientos humanos primitivos o salvajes.
Siempre me acuerdo, cuando era niño, de las pesadillas que sufría a causa de los relatos que me contaba mi padre sobre aborígenes de la selva del Amazonas, como la costumbre de los jíbaros de reducir cabezas o, una historia que nunca se me olvidó, que trataba de la captura de un explorador y cómo se le asesinó obligándole a comer plátanos. De las lecturas de esos años tampoco se me olvidaron las descripciones de las hordas de los hunos, o de las crueldades efectuadas en los pueblos civilizados por las invasiones mongolas, con montañas de cabezas cortadas a los prisioneros o la tortura de enterrar vivas a las personas. En concreto, un libro como Miguel Strogoff y la visión que aporta de los tártaros, me hizo tener durante mucho tiempo un gran recelo hacia todos los pueblos de Asia.
La contraposición entre los seres civilizados y los salvajes, y el rechazo de los primeros a los segundos, es una manifestación consustancial a toda persona que presuma de haber recibido una educación. Esta última transformará en demonios a todos los seres humanos que considere que no han pasado del estado animal, considerándoles capaces de toda clase de excesos y sintiendo un temor irracional hacia ellos. Una descripción decimonónica de la forma en que Clarín percibía una taberna frecuentada por mineros es una buena muestra de esta visión deformada:

Paula padeció mucho en esta época; la ganancia era segura y muy superior a lo que podían pensar los que no la veían a ella explotar los brutales apetitos, ciegos y nada escogidos de aquella turba de las minas; pero su oficio tenía los peligros del domador de fieras; todos los días, todas las noches había en la taberna pendencias, brillaban las navajas, volaban por el aire los bancos. La energía de Paula se ejercitaba en calmar aquel oleaje de pasiones brutales (...)
La llamaban la muerta por su blancura pálida; y creyendo fácil aquella conquista, muchos borrachos se arrojaban sobre ella como sobre una presa; pero Paula los recibía a puñaladas, a patadas, a palos; más de un vaso rompió en la cabeza de una fiera de las cuevas y tuvo el valor de cobrárselo131.

Es difícil saber lo que hay de cierto en esta descripción de una taberna minera por parte de Clarín, pero teniendo en cuenta que él pertenecía a una clase social superior a la de los obreros y que en su vida habría entrado en un lugar como el que describe, existen muchas posibilidades de que haya mucho de fabulación en su relato. En este caso, parece que, por encima de todo, prevalecen los prejuicios sobre el carácter violento de los mineros.
Hasta cierto punto es lógico que haya desconfianza en el ser humano hacia el lado más oscuro y primitivo de su prójimo. Si se desbordan las pasiones humanas, el hombre pierde todo su autocontrol y es capaz de grandes violencias, como se ve, sobre todo, cuando ese descontrol se transmite a una masa humana. En el siguiente párrafo, extraído de un libro que se desarrolla en el periodo histórico de la Revolución Francesa y que describe un linchamiento, se ve como los hombres son, en estados de gran excitación, incapaces de poner freno a actos de crueldad evidentes:

Lo tiraron, lo levantaron y se le vio de píe en lo alto de las escaleras del edificio, luego, de rodillas; enseguida, de píe; luego, de espaldas. Lo arrastraron, lo golpearon y sofocaron con puñados de hierba y de paja que cientos de manos le arrojaban a la cara. Fue arañado y herido mientras jadeaba y sangraba, sin dejar por un momento de rogar y pedir clemencia. Unas veces podía moverse él solo, impulsado por una agonía vehemente, cuando la gente le hacía sitio empujándose unos a otros para que todos pudieran verlo; otras, fue como un tronco de madera muerta que rodaba a través de un bosque de piernas. Por fin, llegó a la esquina más próxima donde colgaba uno de los fatales faroles....132

Este tipo de crueldad espontánea, donde afloran las peores pulsiones humanas, es la parte del hombre que más espanta a las personas civilizadas. Por volver al inicio de este capítulo, donde se describía una matanza de judíos, los excesos de los ejércitos alemanes en Rusia durante la Segunda Guerra Mundial, fueron mucho mayores que los del ejército ruso en Alemania. Sin embargo, personalmente, me acuerdo, cuando leía sobre estos temas de joven, que las descripciones de las violaciones y asesinatos masivos causados entre la población civil alemana por las indisciplinadas tropas rusas me causaban mayor impacto que las matanzas indiscriminadas protagonizadas por las disciplinadas tropas alemanas.
Es un caso parecido al de la Guerra Civil española, en la cual es difícil asegurar cuál de los dos bandos fue más cruel, pero parece que hay un mayor grado de exceso en las violencias ocasionadas por las turbas revolucionarias que en las ordenadas matanzas del ejército de Franco133. En un libro que trata de los testimonios contemporáneos a la batalla de Isandlwana, una enorme derrota sufrida por el ejército colonial británico frente a una tribu africana, la de los zulúes, es curioso comprobar cómo las mayores atrocidades fueron cometidas por los civilizados blancos, que llegaron a volar con dinamita una cueva llena de mujeres y niños nativos134, y, en cambio, los zulúes parece que transmiten una mayor sensación de horror por sus terribles gritos al entrar al combate y sus atuendos primitivos.
En uno de los géneros cinematográficos más populares, el Western, también se aprecia esta paradoja de que aquellos pueblos agredidos y que desean la paz, al final sean los que aparecen reflejados como los malos de la película, por la sencilla razón de que encarnan la figura del salvaje, hacia el que todos los seres civilizados sentimos el mayor de los pavores. Aunque la imagen de los indios norteamericanos se ha revisado en las últimas décadas e, incluso, se ha pasado al otro extremo, llegándose a una gran idealización135, el estigma de su ferocidad sólo con mucha dificultad se lo van a poder quitar de encima.
Al igual que los anteriores ejemplos, se podrían citar otros muchos similares. El individuo aborrece las manifestaciones primitivas de su ser y, de ahí, que, para evitar el rechazo ajeno, los hombres traten de pulir sus comportamientos. No hay mayor pretensión, para toda persona decente, que tratar de hacer ver a los demás que es digno de formar parte de la gente de bien o gente civilizada.
El hombre siente sobre sí esta vigilancia del prójimo y, a la vez la ejerce, porque el control sobre el lado animal propio y humano parece también una manera de reducir el subjetivismo ajeno. En apariencia, una persona que sepa domesticar sus instintos y alcance un grado de autocontrol propio de sus pasiones, al saber ponerse límites, tendrá una mayor capacidad de comprender el punto de vista ajeno y será, en consecuencia, más sociable. De ahí que la mayoría de las morales que han existido a lo largo de la historia de la humanidad han incidido mucho en este aspecto de poner frenos internos a las manifestaciones más primitivas del ser humano.


LA EDUCACIÓN MORAL, OBJETIVO DE LOS GOBERNANTES

La preocupación del ser humano por ocultar su lado animal, debido al temor a sufrir el rechazo de su grupo social, se ha convertido en un asunto tan importante que, en la mayoría de las ocasiones, es asumido como una de las funciones fundamentales de los dirigentes de la sociedad, por no decir la principal, en parte debido a que responde a sus propios intereses de predominio social.
Aunque, como se ha visto con anterioridad, el objetivo básico por el que el ser humano se integra en un grupo social es la búsqueda de la protección, tampoco es un motivo secundario la búsqueda de aceptación de su condición humana. Ambos propósitos van de la mano en cuanto que las manifestaciones más evidentes de comportamiento animal por parte de los hombres son rechazados por sus semejantes.
La causa de este rechazo es el temor a que una persona que no sea capaz de controlar sus impulsos más primitivos no sea capaz de aceptar las normas de convivencia sociales. De ahí que, precisamente, una de las tareas básicas de los dirigentes de una sociedad sea la domesticación del conjunto de los miembros de ésta, como forma de reforzar el entendimiento y la colaboración entre todos los componentes del grupo social.
Para lograr este propósito, los líderes sociales, en muchísimas ocasiones, han recurrido al apoyo de las religiones, que, de este modo, se encargaban de la educación moral del llamado pueblo. En Europa occidental, el papel que ha tenido el cristianismo en este sentido durante muchos siglos, está fuera de duda. Su estricto control de las conciencias llegó a ser fundamental en muchos países europeos.
Este aspecto religioso y puritano ha calado de tal forma en las mentalidades que incluso ha impregnado en muchas ocasiones los movimientos de izquierda que han defendido en los dos últimos siglos una mayor liberalización del pensamiento y, con ello, entre otras cosas, un papel más activo en la sociedad de la mujeres136. Los límites de esta liberalización, sin embargo, quedan claros en el siguiente fragmento de un cuento de los inicios de la literatura soviética, que es conmovedor por su mojigatería137. Este cuento está ambientado en el contexto de la guerra civil ocurrida tras el triunfo de la Revolución de 1917, donde, si bien las mujeres podían incorporarse al ejército rojo y, debido a ello, estar rodeadas de hombres, se pretendía que todos éstos iban a ser respetuosos con ellas:

De entre los matorrales, arrastrándose por la empinada orilla, las siluetas de los soldados bajaban con sus cantimploras: durante todo el día no habían podido acercarse al río y nadie había bebido ni una gota de agua. Todos conocían ya la terrible orden. Esta noche era la última para muchos.
- Bésame- dijo Olga Vischeslávovna, con dulce angustia.
El dejó con cuidado la cantimplora en el suelo, la atrajo hacia sí -a ella se le cayó la gorra, se le cerraron los ojos- y la besó en los ojos, en la boca, en las mejillas.
- Te haría mi mujer, Olga, pero ahora no estaría bien; tú misma lo comprendes...138

Incluso en el momento actual, con la laicización de las sociedades, los gobiernos no pueden renunciar a este objetivo de educar moralmente a sus ciudadanos y la prueba más evidente es el nombre de la asignatura que, como profesor, quien escribe está obligado a impartir, Educación para la ciudadanía. Como curiosidad, esta asignatura, promovida por un gobierno socialista, ha levantado una fuerte polémica con el depositario tradicional de la moral en España, la Iglesia católica, es de suponer que porque esta última tiene miedo de que se la prive de una de sus funciones sociales más importantes139.
El objetivo declarado de esta asignatura es educar en valores a los jóvenes españoles. Al mismo propósito responden muchas de las campañas promovidas desde el estado contra los vicios habituales en el ser humano moderno, los más importantes el abuso de las drogas, el tabaco y el alcohol. En resumen, hay una intención de que las personas aprendan tanto normas de comportamiento como que consigan un mayor autocontrol interno en su búsqueda del placer.
No voy a ser yo quien critique tales buenos propósitos del gobierno. Sin embargo, a veces se echa en falta que, junto a este tipo de educación, no exista otra, también oficial, en que las personas sean formadas también en dotarse de una mayor capacidad crítica ante la sociedad que las rodea. Con respecto a la asignatura mencionada con anterioridad, Educación para la ciudadanía, la escuela debería ser una preparación para la vida, y por lo general, es al revés, ya que introduce al alumno en un mundo irreal, sólo hecho de buenas intenciones, de manera que cuando acaba la escolarización, la educación recibida no le permite tener ninguna idea acerca de sus derechos laborales ni del modo en que debe ejercerlos para mejorar su bienestar.
Posiblemente no sea el momento de pedir un retorno de las ideologías, ya que aún es reciente el extremismo a que han llevado a las masas durante el siglo XX, pero a veces es de lamentar que no haya cierta politización de la sociedad, al menos de la gente más joven, a la que habría que enseñar a defender sus intereses, ya que vivimos en democracia y tienen que ser participantes conscientes del juego político140.
Mientras que los gobiernos no pueden renunciar a introducir la educación moral en la escuela, en cambio son por completo pasivos a la hora de enseñar a los escolares la complejidad de la sociedad y de los grupos enfrentados que la conforman. Sería bueno que los jóvenes supieran lo más pronto posible, y no tuvieran que pasar por el trago amargo de aprenderlo en carne propia, que "toda valoración moral es convencional, la ley se funda siempre, y únicamente, en el interés. Unas veces los poderosos convierten su voluntad en ley, otras veces los débiles elaboran las leyes para protegerse de los fuertes".141 O, puesto en clave literaria:

Y hay personas más influyentes y grandes bufetes de abogados que cobran honorarios de cien mil dólares por conseguir que se rechace una ley que quería el ciudadano medio pero no los ricos, en razón de que reduciría sus ingresos. El gran capital es el poder y el gran poder acaba usándose mal. Es el sistema142.

Acerca de la pasividad de la juventud actual a la hora de defender sus intereses, hay una experiencia reciente de mi vida que me ha hecho gracia por su carácter paradójico. Habiendo acudido a una manifestación convocada contra un ley que quiere promulgar el gobierno que retrasa la edad de la jubilación de los sesenta y cinco a los sesenta y siete, me encontré con que la mayoría de los asistentes eran gente mayor, a la que no le afecta la medida, y, en cambio, prácticamente no había gente joven, a la que sí le afecta.
Aunque insuficiente, no se puede censurar del todo la educación moral, porque de sobra es sabido los excesos a que puede llevar la ingesta de alcohol o drogas por ejemplo, o, por citar al enemigo más perseguido por todas las morales conservadoras, el poder que tiene el sexo para alterar las conductas humanas. Mientras escribía estas líneas, hubo un terremoto muy fuerte en Haití, que desorganizó el país. Esta enorme desgracia provocó que las mujeres haitianas, en vez de recibir ayuda, quedaran expuestas a sufrir múltiples violaciones. Una de las peores manifestaciones de esta incontinencia sexual humana es la pederastia, como refleja el siguiente fragmento literario:

En Bangkok, Edgar Hartang estaba sentado con un crío de seis años sobre sus rodillas. Era una experiencia insólita para el chiquillo, pero no para E. H. que le hizo cosquillas en una tetilla, se echó a reír y se quitó las gafas de sol y la peluca. El bueno de E. H. se lo estaba pasando de miedo.
Y el crío también. Sólo que su miedo era diferente143.

De modo similar, basta leer el siguiente párrafo, procedente de un libro de Henry Miller, para observar cómo el sexo anula los mejores sentimientos humanos:

Camino del hotel, la muchacha va tiritando tanto que tenemos que parar e invitarla a un café. Es una criatura bastante tierna y está de buen ver. Evidentemente, ya conoce a Van Norden, sabe que no hay nada que esperar de él salvo los quince francos (…)
Y entonces empieza a contar una historia de desgracias: que si el hospital y el alquiler sin pagar y el niño en el campo. Pero no la exagera. Sabe que tenemos los oídos tapados…. No está intentando apelar a nuestra compasión; simplemente está cambiando de un lugar a otro ese enorme peso que lleva dentro. Me gusta bastante. Dios quiera que no tenga una enfermedad….
(…) “Siempre cuenta el mismo rollo”, dice Van Norden. “No le dejes que te inspire lástima. De todos modos me gustaría que hablara de otra cosa. ¿Cómo cojones vas a despertar la pasión, cuando tienes a una tía hambrienta en las manos144?



LA IRREDUCTIBLE CONDICIÓN ANIMAL DEL HOMBRE

Como por desgracia pone de relevancia el fragmento literario con el que se termina el apartado anterior, la naturaleza animal del hombre es imposible de erradicar. En este sentido, siempre me ha hecho gracia la forma que tuvo Marco Polo de señalar la gran población que vivía en Cambaluc, una ciudad china, haciendo mención que veinte mil prostitutas trabajaban en ella145. Por ello, la educación queda restringida a modificar los comportamientos públicos, ya que nadie quiere que su prójimo piense de él que es un animal. Esta diferencia entre lo público y lo privado se aprecia bien en el negocio fabuloso que es el sexo a través de internet.
Por citar un ejemplo, basta entrar en una página de internet llamada www.thebestporn.com para darse cuenta de la magnitud de este negocio. En esta dirección hay una organización por categorías de su contenido lo que permite ver con claridad las locuras sexuales del mundo actual. Entre estas categorías, que en el momento actual hacen el número de noventa y dos que, a su vez, incluyen cada una de ellas un alto número de páginas con importante contenido sexual, las hay de todo tipo. Por citar algunas:
- Ass to mouth: un hombre hace sexo anal con una chica interrumpiendo su acción cada cierto tiempo para que la mujer le limpie el pene con su boca.
- BDSM: consiste en ejercitar la crueldad sobre una mujer o sobre un hombre, uniendo sexo y violencia. Hay categorías similares como bizarre, femdom, spanking, etc.
- Big cocks: se basa en que una chica haga el amor con hombres que tienen penes enormes y que suelen ser de raza negra.
- Bukkake: una mujer acepta que multitud de hombres eyaculen sobre su cara o en su boca en un breve espacio de tiempo.
- Creampies: el hombre eyacula dentro del coño o del ano de la mujer y luego la cámara filma como el semen vuelve a fluir al exterior.
- Deepthroat: el hombre le mete el pene hasta el fondo de la garganta de la chica, impidiéndole respirar y haciendo generalmente que le salten las lágrimas.
- Gangbangs: una chica hace el amor de modo simultáneo con muchos hombres. Suele incluir sexo anal y los hombres acaban eyaculando sobre ella.
- Golden shower: un hombre o una mujer orina sobre un miembro del otro sexo.
- Insertions: la mujer se mete todo tipo de objetos por el sexo o por el ano.
- Mature: aquí el morbo está en ver cómo hacen el amor mujeres de edad avanzada.
- Pregnant: parecido al caso anterior pero sustituyendo mujeres mayores por embarazadas.
- Squirting: se basa en conseguir que la mujer alcance tal grado de excitación cuando es masturbada por un hombre que se pueda filmar como expulsa gran cantidad de fluidos vaginales.
- Swallow: la mujer tiene que tragar el semen del hombre tras hacer el amor.
En la relación anterior sólo he puesto algunas de las categorías más corrientes. Son suficientes supongo para indicar en que tipo de mundo vivimos donde gran parte del tiempo de los ciudadanos del primer mundo se gasta en desvaríos sexuales ya que, sino, no tendría sentido la gran cantidad de oferta que existe en este sentido. Hay que tener en cuenta que dentro de cada categoría de las citadas con anterioridad puede haber cientos de páginas y, muchas de ellas, con miles de fotografías y vídeos de diferentes chicas y chicos. Y estos desvaríos sexuales no tienen límites definidos, ya que, por poner un ejemplo, una medida que me impresionó cuando me enteré de ella era la que existía en el Antiguo Egipto de tener que pasar cuatro días para entregar los cadáveres de las mujeres bonitas a los embalsadores, porque entonces ya no corren peligro de que abusen de ellas146.
También, incidiendo en esta cuestión, y ya que en este ensayo pongo a menudo ejemplos basándome en textos literarios, es conocido la importancia que las referencias eróticas tienen para mantener el interés del lector, hasta el punto que muchos escritores apuestan en sus libros por un claro sensualismo. Por ejemplo, el extracto siguiente de un libro cuya protagonista principal es Cleopatra:

Pero si el Amor sólo podía ir andrajoso a despertar las apetencias del romano, el sexo se vistió con sus mejores galas para que Cleopatra recibiese sobre su piel los cobrizos muslos de su capitán egipcio. Y se entregó a él sin mediaciones del cerebro, sin astucias ni juegos ni disfraces. Enteramente desnuda como el mundo en su primer amanecer, abierta como los primeros manantiales, sorprendida como una virgen que recobrase su virginidad a cada momento que la perdía147.

Por todo lo antedicho, es evidente que, por mucha educación moral que reciba el ser humano, su lado animal siempre está presente. Sólo el incesto parece que es una de las escasas prohibiciones morales que realmente es interiorizada por el individuo148, al menos en una inmensa mayoría de casos. El protagonista de una conocida novela cuyo argumento es la enfermiza relación amorosa entre un hombre maduro y la jovencita a la que adopta, expresa sus remordimientos del siguiente modo:

No he hecho más que seguir la naturaleza. Soy el fiel sabueso de la naturaleza. ¿Por qué, entonces este horror del que no logro desprenderme?149

Apartando a un lado esta cuestión del incesto, que por su gravedad se sale de la norma general, incluso en aquellas épocas en que las morales se vuelven muy pacatas la sensualidad humana acaba aflorando por algún sitio, como se ve en el siguiente extracto, que analiza la mentalidad burguesa del siglo XIX:

Había sonado ya la hora de la disciplina de los “instintos”, que se intentarán desviar o sublimar por toda clase de medios. La mayoría de los médicos –incluyendo algunos adversarios de la Iglesia católica- sentará como postulado la grave peligrosidad del acto sexual, “solo o en compañía”, mientras que la satisfacción de los sentidos se efectuará a través de la alimentación, verdadera locura burguesa del siglo XIX. Esta fiesta tomará, por cierto, el cariz de una ceremonia social cuidadosamente ordenada: “El comensal al corriente de los usos mundanos no iniciará nunca una conversación antes de que finalice el primer servicio; hasta ese momento, la cena es un asunto serio del que resultaría imposible distraer a la asamblea”. Como una verdadera misa, comporta incluso el equivalente de la elevación: “Toda frase empezada debe quedar en suspenso cuando aparece un pavo trufado”150.

De la hipocresía151 a la que conduce la ocultación de la parte animal del hombre, nada es más revelador como a los líderes de una sociedad, aquellos que deberían dar ejemplo, muchas veces se les descubren escándalos sexuales, como, por citar un hecho reciente, las orgías del presidente italiano Berlusconi. Por tanto, esta educación queda limitada por lo general a su función represora, siendo un aviso para la persona de que se ande con cuidado ya que, si no acepta las normas morales y no esconde su lado animal152, puede ser rechazada por el resto de los miembros de la sociedad. Como ya se ha comentado con anterioridad en este capítulo, esta función represora da mucho poder a quienes quedan encargados de velar por las conductas ajenas, ya que pueden utilizarla para rebajar los derechos ajenos. Las llamadas leyes de Vagos y Maleantes que, hasta no hace mucho tiempo estuvieron vigentes en España, son un buen exponente de esto último, ya que tales leyes permitían a la policía detener a cualquier persona sin ocupación, o sea, fundamentalmente a los colectivos que, por necesidad, más descuidan su imagen, como pueden ser los vagabundos153. Una descripción literaria de la aplicación de estas leyes es la siguiente:

Y salió encogido pensando en un nuevo caminar.
Hasta que las luces de un los faros de un automóvil le cegaron. Quiso correr, pero no tuvo tiempo. Antes de hacerlo sintió que varias manos le agarraban y le tiraban de él. Le llevaron en silencio a la Dirección General de Seguridad.
  • ¿Qué hacías?
  • Andar.
  • ¿Dónde vives?
  • En la calle.
Todos tenían prisa aquella noche. Y le bajaron a los sótanos del edificio en donde se encontraban los calabozos y fuera y dentro de ellos guardias y ladrones, y maricas y mendigos. Y un olor que ahogaba. Abrieron la puerta de rejas de uno de los calabozos y le empujaron violentamente154.

Por último, la mayor limitación que tiene esta clase de educación moral, junto a la consabida de favorecer a unos miembros de la sociedad en detrimento de otros, es su inutilidad en momentos de crisis de la autoridad o en situaciones de crisis moral. La conocida fábula El señor de las moscas trata de esta fragilidad moral del ser humano que, muchas veces, es sólo civilizado en sus formas y maneras, ya que, interiormente, tiene poco control sobre su parte irracional, a no ser en limitados casos como el ejemplo mencionado con anterioridad de Buñuel. Retornando a los orígenes de este capítulo, hay que hacerse la triste pregunta de cuántos buenos padres de familia alemanes habrán participado en las atrocidades nazis contra los judíos. Las siguientes reflexiones, sobre las barbaridades efectuadas por el régimen de Stalin contra su propia población, esconden un mensaje terrible:

Pero, ¿saben que es lo más repugnante en los confidentes y en los delatores? Lo que hay de malo en ellos, pensaréis.
¡No! Lo más terrible de ellos son sus cosas buenas; lo más triste es que están llenos de cualidades y de virtudes.
Son hijos, padres, maridos, amantes cariñosos... 155



CAPÍTULO CUARTO: LA CONCIENCIA DE SI

EL MIEDO A SER MENOS

El capítulo anterior ha girado en una gran parte en torno a la preocupación de las personas por ocultar su lado animal y dejar en claro su condición de seres humanos. Sin embargo, en capítulos anteriores, se había visto como el ser humano es capaz de grandes sacrificios y renuncias con tal de sentirse protegido dentro de un grupo organizado de semejantes.
La fuerza de los miedos en el ser humano, con la consiguiente conciencia de su vulnerabilidad, hace que su primera y principal querencia se oriente a la plena integración en un grupo humano, olvidando, en origen, cualquier otra reclamación. Esta entrega completa de su persona al grupo se ve reforzada por un aspecto ya comentado, el miedo al subjetivismo humano, que se teme pueda llegar a romper la cohesión del grupo ya formado.
De ahí, que en todas las personas siempre existe un sentimiento inicial muy poderoso de desear la salvaguarda del grupo por encima de cualquier otra consideración. Por esta causa, los seres humanos son capaces, incluso, de anular gran parte de su individualidad, si con ello, se sienten más protegidos.
En los estadios más primitivos de la conciencia humana, es muy posible que el individuo, si sólo lucha por su supervivencia y, por tanto, está próximo al estado animal, no llegue a generar la suficiente individualidad para compararse con sus semejantes y, de este modo, no pueda apreciar las nociones de lo justo o lo injusto respecto de su estado. La descripción siguiente, extraída de un estudio sobre la percepción de sí mismo que tiene un hombre en las culturas más primitivas, se ajusta a lo que quiero expresar:

Sin duda, posee un vivo sentimiento interno de su existencia personal. Las sensaciones, los placeres y los dolores que experimenta, así como los actos de los que se reconoce autor voluntario, los relaciona consigo mismo. Pero no se sigue de ello que se aprehenda a sí mismo como un sujeto.....156

Pero las personas, no dejan nunca de ser esto mismo, personas. Y si llega un momento que alcanzan un nivel de vida suficiente para no sentirse tan atemorizados ante los peligros de la subsistencia diaria, ya sea tanto por sus propios méritos como por los beneficios del trabajo en común resultante de la organización social, sus expectativas personales crecerán.
Un texto extraído de un libro de Rómulo Gallegos puede que ayude a explicar este aumento de las ambiciones humanas en cuanto hay la esperanza de una mejora en el nivel de vida. Trata de la reacción de una chica que siempre ha vivido en la miseria, tras recibir el anuncio de que próximamente cambiará su infeliz vida por otra mucho mejor:

Por primera vez, Marisela no se duerme al tenderse sobre la estera. Extraña el inmundo camastro de ásperas hojas, cual si se hubiese acostado en él con un cuerpo nuevo, no acostumbrado a las incomodidades; se resiente del contacto de aquellos pringosos harapos que no se quitaba ni para dormir, como si fuese ahora cuando empezaba a llevarlos encima; sus sentidos todos repudiaban las habituales sensaciones, como si acabase de nacerle una sensibilidad más fina157.

En el ser humano, superados los estadios más primitivos de la conciencia, se asiste al crecimiento de la individualidad. Esta última se desarrolla, en lo fundamental, por dos razones. La primera de ellas es que, al aportar su esfuerzo al trabajo en común, el ser humano tiene que renunciar en gran medida a su inclinación al placer, y como compensación, entiende que debe ser más partícipe de los beneficios sociales que aquellos que no trabajan. El resentimiento que por lo general se forma en la sociedad hacia los vagabundos o hacia grupos sociales marginales, como puedan ser en España los gitanos, cuando reciben algún beneficio social de entidad, como la provisión de una vivienda o de una pensión, refleja bien este espíritu reivindicativo.
La segunda de las razones se debe al deseo humano de diferenciarse de los animales. Esta distinción sólo se puede hacer con claridad si las condiciones de vida de las personas están alejadas de un estado animal. O sea, si la persona puede disponer de vivienda, ropa, comida abundante, ciertas comodidades y demás rasgos civilizados. Para solicitar a su grupo estas cosas, la persona tiene que aprender a valorarse a sí misma, a calcular qué parte de los recursos generados por su grupo le corresponden a ella.
Por tanto, la actitud pasiva de las personas cuando los miedos más primarios predominan en ellas y sólo se preocupan por la supervivencia, cambia cuando tienen la suficiente confianza para exigir una mayor atención por parte de sus sociedades hacia ellas. Este descubrimiento de la individualidad trae consigo una serie de repercusiones muy importantes, que se irán viendo a continuación. Como dice Indro Montanelli, "con el estómago lleno se empieza a pensar en algo que no sea sólo el estómago"158
En efecto, en cuanto el hombre toma mayor conciencia de sí, quiere redefinir un nuevo marco de relaciones con sus semejantes, en el cual no se tenga que sentir inferior a ninguno de ellos159. Mientras, si domina en ella el sentimiento de entrega absoluta a su grupo, la persona acepta una posición subordinada, en cuanto duda de la justicia o no del trato que recibe, empieza a discutir mucho más acerca de cuál es el lugar que merece ocupar dentro de la estructura social.
En consecuencia, se establece un nuevo equilibrio de fuerzas, ya que, si bien el ser humano mantendrá una gran vinculación con el grupo y este último en todo momento condicionará su conducta, al mismo tiempo no querrá percibirse a sí mismo como un ser inferior a otros seres humanos, porque el sentimiento de valer menos que su prójimo recuerda al hombre su vulnerabilidad. Y el temor consiguiente de total indefensión es una sensación de la cual la mente humana trata de huir.
De ahí que una de las características de los seres humanos, en cuanto consiguen una mejora en su nivel de vida, es una mayor preocupación por sus derechos y, en especial, por el de igualdad. Como consecuencia, en las sociedades contemporáneas, con el aumento de las clases medias y del nivel de información de estas últimas, es más difícil para las élites asumir su tradicional papel de dirigentes de la sociedad, sin enfrentarse a una contestación mayoritaria del resto de la sociedad.
Es sabido el modo en cómo las mentalidades de las sociedades han cambiado mucho en los últimos tiempos. En el capítulo anterior se ha trascrito un párrafo de un libro de Isabel Allende en que un cura, desde el púlpito, arremetía de forma grosera contra sus feligreses. Es difícil de creer que un sacerdote pudiera, hoy día, humillar de esta forma pública a los asistentes a una ceremonia religiosa en un país desarrollado. Las últimas veces que he asistido a misa me extrañó observar la escasa gente que se arrodilla en los momentos que debería ser preceptivo160.
De este mayor valor que el individuo se da a sí mismo en la época contemporánea, una buena muestra es el rechazo que causaron las primeras pinturas de los impresionistas cuando, con su nueva técnica, dejaron de representar de forma detallada a las figuras humanas. Como evoca uno de los propios pintores impresionistas, el francés Camille Pissarro, los espectadores que contemplaban sus cuadros, ofendidos por el contenido de éstos, preguntaban: “¿Es que yo aparezco así por el bulevar? ¿Es que pierdo mis piernas, mis ojos y mi nariz y me convierto en una especie de bulto informe?”161. O, perteneciente también a este mismo periodo en que eclosionaba el impresionismo como movimiento pictórico, es la polémica que se desató entre los europeos como consecuencia de la publicación de la teoría de la evolución, debido al trauma generado en muchas personas al enterarse de que estaban emparentados con el mono162.
Este dos ejemplos que acabo de poner de sucesos ocurridos en la segunda mitad del siglo XIX, sirve para abordar otra cuestión, la dificultad de determinar en qué momento de la Historia y de qué modo surge en el individuo esta mayor conciencia de su valor. Parece que ha sido un proceso muy lento, que en la civilización occidental tiene un gradual desarrollo a lo largo de la Edad Moderna, desde sus orígenes en el humanismo renacentista163 hasta su consolidación dentro de un grupo humano tan importante como la burguesía durante la Ilustración164, para, con posterioridad, acabar democratizándose en los dos últimos siglos.
Retrocediendo en el tiempo, es más que posible que en la época clásica ya existiera un fuerte individualismo en el pensamiento de muchas personas, de ahí el racionalismo habido en este periodo, pero, durante la Edad Media, hubo un retroceso en este sentido. Como explica un libro sobre el pensamiento medieval, analizando la autobiografía escrita por San Agustín:

En la actualidad pensamos que una biografía es la descripción de los acontecimientos de la vida de una persona, de una persona tan útil e importante que se relata detalladamente lo que de verdad sucedió (...). En cambio, para comprender lo que Agustín entendía por autobiografía, estas ideas son poco útiles (...). Su descripción de los hechos de su vida es un medio para un fin y no un fin en sí mismo; y el final de las Confesiones es la conversión de Agustín, su rechazo de sí mismo por Dios165.

Retomando el hilo del proceso de formación del pensamiento moderno, quien escribe es historiador de arte y, cuando estudiaba en la universidad, tenía que aprender nociones como que en el tránsito de la Edad Media al Renacimiento, el artista comienza a reivindicarse a sí mismo, empezando a firmar sus obras y a demostrar el orgullo166 que sentía por realizarlas. La enseñanza se completaba con la contraposición entre el artista renacentista y el artesano medieval, que sólo vivía para servir a su comunidad y a Dios.
Otra enseñanza recibida, que trataba de aclarar la anterior, incidía en los cambios de mentalidad en la esfera religiosa ocurridos a finales de la Edad Media, aludiendo a una corriente espiritual centroeuropea del momento, la llamada Devotio Moderna, un movimiento humanista cristiano cuyos miembros preferían acercarse a Dios de una forma más individual y menos dirigida de lo que había sido corriente hasta ese instante dentro de la iglesia católica167.
Continuando con el repaso de estas lecciones de arte, aprendí también que la aparición y el desarrollo de la burguesía, generó una sensibilidad artística diferente, como sucede en el arte holandés del siglo XVII, debido a la cual las personas empezaron a preferir decorar sus casas con cuadros que reflejaran asuntos más íntimos y cercanos a su vida diaria y no, como había ocurrido hasta esa época, con escenas o motivos religiosos.
Estas modificaciones de la mentalidad se produjeron con lentitud como lo demuestra una anécdota extraída de la vida del importante humanista Erasmo de Rotterdam, en la que se ve las fuertes dificultades a las que se tuvieron que enfrentar, en esos tiempos, las personas que, conscientes de su valía, se atrevían a romper las rígidas jerarquías sociales. El episodio es el siguiente: habiéndose presentado una vez ante el rey inglés Enrique VIII sin dedicarle los preceptivos versos laudatorios, fue obligado a aceptar la humillante tarea de escribir un homenaje al monarca que tardó tres días en tener listo168.
En la Edad Moderna la rebeldía intelectual aún estaba muy penalizada, como se ve en el grupo de escritores del siglo XVII llamados los libertinos, uno de los colectivos que más dificultades pasó, por la divergencia entre lo avanzado de su pensamiento y la mentalidad aún predominantemente inmovilista de su época. Su librepensamiento le costó la vida a alguno de ellos, como es el caso de Claude Le Petit o Cesare Vanini169. Es indudable que su libertad de pensamiento contrastaba mucho con las mentalidades aún conservadoras de su tiempo, como se ve en el siguiente fragmento de un libro de uno de estos libertinos, en un texto muy crítico con la concepción patriarcal de la sociedad de la época y portador de un mensaje tan radical que podría firmar cualquier activista de Mayo del 68:

Además, mucho me gustaría saber si vuestros padres pensaban en vos cuando os hicieron. ¡De ninguna manera! Y, sin embargo, os creéis deudores de un presente que os hicieron sin pensarlo. Pero, ¡cómo! ¿Por qué vuestro padre fue un libertino que no pudo resistir los lindos ojos de no sé qué criatura, porque se la cameló para saciar su pasión y porque de sus magreos fuisteis vos la hechura, habéis de venerar a tal voluptuoso?170

En el siglo XVIII, en que vivieron numerosos filósofos o pensadores que reflexionaban sobre los derechos humanos, parece claro que ya numerosas personas tenían una conciencia muy fuerte de su identidad y de la condición humana en general, ya que es, por ejemplo, el momento en que el movimiento abolicionista de la esclavitud surge con una fuerza ya imparable171. Y que, lo que es más importante, los continuadores de estas personas consiguieron a lo largo del siglo siguiente172, sobre todo a partir de la extensión de los principios democráticos, que muchos países establecieran un marco de relaciones sociales en que los poderosos ya no tienen autoridad moral para recurrir a la intimidación con el fin de anular las voces discrepantes.


LA VULNERABILIDAD DE LA CONCIENCIA DE SÍ

Como se ha explicado en la última parte del apartado anterior, para que se manifieste la conciencia individual es imprescindible que no pueda ser silenciada de raíz de una forma violenta. Una reflexión de Buñuel, extraída de sus memorias, me sirve como un buen ejemplo de lo que quiero expresar:

A principios de mayo de 1968, yo estaba en París (....) Junto con la sinceridad y la seriedad de unos, se hacían un hueco la palabra y el confusionismo de otros. Cada cual buscaba su revolución con su linternita. Yo no dejaba de repetirme: “Si ésto ocurriera en México, lo acabarían en dos horas. ¡Y con dos o trescientos muertos!” (Por cierto, así ocurrió en octubre en la plaza de las Tres Culturas, muertos incluidos).173

Prosiguiendo con esta clase de reflexiones, voy a remontarme al capítulo anterior, que se había iniciado con una alusión a las matanzas de judíos efectuadas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. En los años previos a este conflicto, fueron muchos los consejos bienintencionados que recibió Hitler de Gandhi, así como fueron frecuentes las recomendaciones de este último de aplicar contra el líder nazi las estrategias de resistencia pasiva que él con tanto éxito estaba empleando en la India. Para cualquier observador lúcido, es difícil de pensar que, si Gandhi hubiera sido un judío alemán, hubiera podido resistir mucho tiempo sin acabar torturado o asesinado174. La enorme matanza de la plaza de Tianamen en el año 1989 por parte del ejército chino es uno de los últimos ejemplos de cómo la brutalidad represora puede ahogar cualquier manifestación de la conciencia individual o cívica de las personas.
Una persona que sufrió las tristes e inhumanas experiencias de pasar por un campo de concentración soviético, sistema despiadado175 donde las vidas de las personas no valían nada, cuenta, con mucho sarcasmo, la necesidad de que haya una mínima sensibilidad hacia los derechos de las personas para que puedan triunfar las reclamaciones pacíficas:

Aquella fe ingenua en la efectividad de la huelga de hambre nos venía de las experiencias del pasado, y también de la literatura del pasado. En realidad, la huelga de hambre es un arma de carácter puramente moral: sólo puede ser eficaz en un carcelero que conserve un vestigio de conciencia, de temor a la opinión pública.
Los carceleros de la época de los zares eran bisoños: en cuanto un preso empezaba a ayunar, les entraba pánico, ¡qué calamidad!, ¡qué apuro!, y lo mandaban al hospital. Abundan los ejemplos, pero no es nuestra intención estudiarlos. Resulta francamente ridículo que Valentinov no tuviera que ayunar más que doce días para obtener el levantamiento de la detención preventiva (…)176

Sin embargo, pese a las muchas formas existentes de violentarla, nacida la conciencia de sí de la persona, es difícil anularla si no es con la supresión física del individuo. En los momentos en que estoy escribiendo estas líneas, está en la cartelera de los cines del mundo una película177 sobre la vida de Nelson Mandela, una persona ejemplar al que, pese a permanecer detenido durante veintiséis años en unas condiciones de gran dureza, al estar encerrado en una celda muy pequeña y ser sometido a trabajos forzados, sus carceleros no consiguieron doblegar. El ciclo de las revoluciones liberales que se inició en la Europa occidental a finales del siglo XVIII y que dura toda la primera mitad del siglo siguiente, también demuestra la enorme dificultad que es para los gobiernos conseguir erradicar la conciencia individual de las personas si no es recurriendo a repugnantes medios de extrema brutalidad.
Con el objeto de atajar esta amenaza, uno de los principios básicos en que se basan las democracias modernas es el de que el ciudadano tenga el mayor número de libertades posibles. La libertad es necesaria para que el individuo pueda reclamar su derecho a ser igual a sus semejantes sin temor a sufrir violencias por ello. Como dice un dramaturgo de la época clásica griega, "propio de siervos es no decir lo que se piensa"178. Aunque la libertad por sí misma no garantiza la felicidad del individuo179, su ejercicio sin restricciones es, sin duda, una garantía para que exista un mayor respeto por su persona.


EL SENTIMIENTO DE PROPIEDAD

Mientras que en el capítulo segundo se trataba la cuestión de cómo grandes masas de población aceptan una posición subordinada en su grupo para que éste no les rechace, en el apartado anterior se ha visto la manera en que el ser humano, según cobra conciencia de sí, quiere una mayor participación en los beneficios sociales.
Dos párrafos de un libro, Resurrección, escrito por León Tostoi, al que ya he acudido en varias ocasiones, son buenos ejemplos de estas dos maneras diferentes de enfocar la sociedad por parte del ser humano. En el primero, que transcribo a continuación, y que tiene un mensaje muy similar a un texto de Galdós empleado en el capítulo segundo, se observa la resignación con la que las clases bajas aceptan su suerte:

La gente perece y está acostumbrada a su situación. Se han creado unas condiciones propicias para que el pueblo perezca, como, por ejemplo, el trabajo que realizan las mujeres, superior a sus fuerzas, y la falta de alimento para todos, especialmente para los viejos y los niños. El pueblo ha llegado paulatinamente a ese estado de cosas y por eso no ve todo su horror ni se queja de él. También nosotros consideramos que esto es normal.180

En el siguiente párrafo del mismo libro, se observa, en cambio, como el ser humano, en cuanto tiene una noción mínima de su derecho, ya no se conforma con tanta facilidad181. En este caso, el texto trata de la insatisfacción de unos campesinos cuando su dueño decide bajarles la renta de los campos en que trabajan, ya que, en realidad, a lo que ellos aspiraban era a la propiedad sobre la tierra:

Al parecer, todo había resultado bien y, sin embargo, experimentaba constantemente una especie de vergüenza. A pesar de que algunos campesinos demostraron agradecimiento, veía que no estaban satisfechos. Después de haberse privado de mucho, no había conseguido darles lo que esperaban.182

Este último texto trae a colación un nuevo derecho que, tras los de igualdad y libertad, se manifiesta con fuerza en el ser humano en cuanto éste toma conciencia de sí. La explicación del derecho de propiedad es sencilla: la secular desconfianza hacia el prójimo, juntada al deseo de asegurarse de poder recibir unos beneficios materiales de su sociedad, hacen que el ser humano se vuelva extraordinariamente celoso de lo suyo.
Abundando en esta explicación del origen del derecho de propiedad, la desconfianza hacia el prójimo provoca que el individuo quiera ver sus bienes muy bien protegidos por las leyes, mientras que el deseo de ser beneficiario de la sociedad unido a su propio subjetivismo lleva a que sean excepcionales las veces en que se sienta contento de su porcentaje de participación de la riqueza de su sociedad, de ahí que persiga acumular el mayor número de bienes posibles.
Estos dos factores combinados llevan a reforzar el egoísmo del hombre por lo que la toma de conciencia de sí mismo por parte del ser humano que, en principio, debería desembocar en una sociedad mejor por el descubrimiento de dos principios tan hermosos como el de libertad e igualdad, por lo general degenera en un mayor individualismo e insolidaridad. Acudiendo de nuevo a la Historia, las sociedades inspiradas en los ideales de la Revolución Francesa se basaron en la práctica en la explotación de grandes masas de población, como les ocurrió a los obreros durante el siglo XIX.
Un ejemplo cualquiera de esta explotación, entre los muchos testimonios que existen de las infames condiciones de vida de los obreros de este periodo, es el siguiente, que relata la degradación física de un niño, obligado a trabajar desde una edad muy temprana:

A la edad de ocho o nueve años, sus miembros empezaron a dar síntomas de flaqueza, bajo la excesiva fatiga a la que estaban sometidos.... Se tomaron todas las preocupaciones que su madre viuda se podía permitir, para impedir que su único muchacho se convirtiese en un tullido; pero todo fue en vano. Aceites, vendajes de franela, emplastes y mezclas reforzantes se le aplicaron incesantemente; se probaron todas las soluciones una por una, excepto la correcta (es decir, sacarle del trabajo), y fueron descartadas y abandonadas. A pesar de todos estos remedios, se convirtió por culpa del trabajo excesivo, en un inveterado tullido de por vida. Sus rodillas no resistieron y gradualmente se hundieron hacia adentro hasta que los huesos se tocaron unos con otros183.

Uno de los libros de Sinclair Lewis refleja bastante bien en unos de sus pasajes la mentalidad egoísta y cerrada de los empresarios de estos primeros tiempos de la industrialización:

- ¿Le parecen a usted bien las asociaciones obreras?- preguntó Carol al señor Elder.
- ¿A mí? ¡Ni mucho menos! Ocurre lo siguiente; a mí no me importa tratar con mis obreros sobre cualquier queja que crean tener, aunque Dios sabe adónde van a ir a parar estos obreros el día que no tengan una buena colocación. Sin embargo si vienen a mí lealmente de hombre a hombre, no tengo inconveniente en escucharlos. Yo, lo que no puedo tolerar es a ningún forastero, a ninguno de esos delegados, o como los llamen, que no son más que obreros ignorantes. ¡No voy a consentir que ninguno de estos individuos venga a decirme a mí cómo tengo que dirigir mi negocio!184

A este respecto, muchos de los teóricos del movimiento obrero del siglo XIX clamaron contra la propiedad como la fuente de todas las injusticias. En este sentido, basta recordar todas las teorías anarquistas que se desarrollaron en la época, la mayoría de ellas centradas en la necesidad de la desaparición de la propiedad. E, incluso, teorías que se alejaban del anarquismo, como las defendidas por los saintsimonianos, intentaron derribar uno de los pilares del derecho de propiedad, como es la herencia.
Sin embargo, todos los modelos de sociedad basados en la supresión de la propiedad privada que se han llevado a la práctica han acabado fracasando. El más cercano a triunfar ha sido el comunismo, que sustituía la propiedad privada por la pública, y que en muchos países tuvo durante bastantes años una influencia absoluta. Pero, en general, su sostenimiento tanto tiempo fue debido a una política coercitiva por parte de los estados comunistas más que a un verdadero entusiasmo de la población por este sistema de sociedad.
Es difícil, por no decir imposible, que pueda triunfar un modelo de sociedad que renuncie a la propiedad privada. Aunque en origen este sueño pueda ser muy sugerente, ya que sería hermoso que predominara una visión social colectiva sobre el individualismo, a la larga todas las personas que tuvieran alguna valía querrían que se reconocieran sus superiores méritos y las mayores recompensas asociadas a ellos. Por tanto, el subjetivismo del hombre, al creerse generalmente mejor que su prójimo, anula cualquier intento de concordia racional entre los seres humanos. Es un problema muy parecido al que ya se ha visto en un capítulo anterior al analizar la dificultad para repartir con equidad las cargas de trabajo entre los miembros de la sociedad, ya que el ser humano tiende a considerar que su sociedad le trata de modo injusto si no consigue un trato de favor.
Por otra parte, la conciencia de sí hace que el ser humano quiera asegurarse la huída de la condición animal, cifrando su dignidad en un nivel de vida digno, no estando seguro de conservar éste si no puede asegurar sus bienes a través del derecho de propiedad. La razón de este comportamiento conservador se basa en una evidencia ya tratada en repetidas ocasiones: los seres humanos desconocemos qué se esconde en el interior de nuestro prójimo y, por eso, desconfiamos de sus promesas.
En este sentido, es casi imposible que el ser humano crea en sociedades basadas en la buena voluntad común de todos sus miembros, porque, de forma inevitable, siempre queda abierta la puerta del engaño, o sea, la posibilidad de que alguna persona trame un plan y se aproveche de la buena fe de los demás. Si el temor al engaño ajeno ya es una de las propiedades que definen al ser humano, desde que éste alcanza una mayor conciencia de sí, asocia el miedo al ridículo a este temor al engaño, o sea, le asusta la posibilidad de demostrar ser menos inteligente que los demás, si es víctima de alguna estafa o trampa.


LA RESISTENCIA MENTAL A SENTIRSE INFERIOR

En relación con el contenido de la última parte del apartado anterior, relativo a la profunda vergüenza que puede llegar a sentir una persona cuando es objeto de un engaño, y aunque es un texto un poco largo de transcribir, me gusta recordar la experiencia sufrida por el protagonista de un libro. La trama de este pasaje se basa en la manera en cómo, en un hospital italiano, un enfermo se aprovecha de la ingenuidad de sus compañeros de habitación:

Habías hecho amistad con un enfermo de corazón, quien te había contado que era un antifascista, perseguido por los fascistas, luego encarcelado y confinado, lo que le hizo contraer su enfermedad. A la vuelta del confinamiento había encontrado a su mujer viviendo con otro hombre y a sus dos hijos en un hospicio. Te había confiado el cariño que sentía por sus hijos y por la mujer, a la que, a pesar de todo, seguía amando. Estaba muy enfermo, y era tan pobre que ni siquiera tenía un traje. Compartíais los cigarrillos y las nostalgias (...)
Tu amigo era un joven cordial y expansivo; un día manifestó el deseo de volver a ver a sus hijos, que se encontraban en el colegio. Como no tenía con qué vestirse, te ofreciste a procurarle lo necesario entre los internados en vuestra galería. Me gustaría causar buena impresión, te dijo él, e, inadvertidamente, te sugirió lo que deseaba de cada uno. Es decir las mejores prendas de cada uno. El número 8 le dio el traje; el 22, la camisa y la corbata; el 13, los calcetines; el 7, el sombrero; tú, el abrigo, y tu vecino de cama, el señor Pepe, que debía operarse aquel día, le entregó sus zapatos. Así, elegante y emocionado, salió del hospital (...)
A la noche, tu amigo no regresó, y tampoco al día siguiente, ni al otro. El número 8, un empleado, le había prestado su único traje (...). Al número 8, que te recordó que habías salido fiador, le hizo eco el 22 llamándote cómplice de una estafa. También el 7 alzó la voz, y el 13, el de los calcetines (...). Al principio te ofendiste (...)
Transcurrió el cuarto día, y la mujer del número 8, que había perseguido en vano el traje de su marido de una dirección a otra, llevó la noticia: se trataba de un delincuente común, condenado varias veces por hurto y por robo, y no existían ni la mujer ni los hijos (...)
Te afectó como si te hubieran dado un golpe interiormente: te subió la fiebre....185

A niveles más generales que este caso literario recién citado, los engaños también existen en el modo de organización de las sociedades. Volviendo a repasar lo que fue la aplicación práctica del comunismo, es evidente que en los países comunistas no todas las personas tenían el mismo nivel de vida, ya que eran muy superiores los beneficios sociales que recibían los miembros del partido comunista que los del resto de la población186. Al final, un sistema basado en una pretensión de justicia social, también ocasionaba importantes desigualdades.
De los efectos del engaño masivo que sufría la población de este país, uno de los que más me llama la atención es la apatía con la que la población de la antigua Unión Soviética cumplía sus deberes, al no tener ninguna ilusión a la hora de realizar sus trabajos o tareas187. Un viajero que, en los años ochenta visitó este país y lo recorrió montado en el Transiberiano, dejó escritas sus impresiones sobre este punto:

Las babushkas quitaban el polvo y fregaban, pero no había otro tipo de mantenimiento, no sólo en el sentido amplio de que las tuberías funcionaran o hubiese agua, sino en los detalles: faltaban los tiradores de los cajones y los pestillos de las ventanas que, de todos modos, no se abrían; las cerraduras estaban atascadas y las lámparas no funcionaban o eran un racimo de cables pelados. Las reparaciones se realizaban con trozos de cinta adhesiva y cuerda. Es verdad que todo viajero ha de estar preparado para afrontar incomodidades, pero había grandes facetas de la vida soviética que a mí no sólo me parecieron simplemente incómodas, sino claramente peligrosas.188

Este último párrafo literario trae a escena otro aspecto importante que desvela el espíritu de propiedad: el ser humano pondrá mucho más interés y empeño en trabajar si los beneficios van a ser personales que si el trabajo es a favor de la comunidad. El trabajo es siempre una actividad que rechaza el ser humano y, si llega un momento en que se crea una sociedad, como pasa con muchas de las contemporáneas, en que al individuo no se le puede obligar a trabajar, intentará usar esta libertad únicamente para conseguir ventajas propias.
De ahí que las sociedades modernas más desarrolladas basen la motivación del trabajador en los incentivos materiales, ya conseguidos de modo inmediato, o, lo que es mucho más frecuente, manteniéndole en la esperanza de que los conseguirá más adelante. En efecto, una de las características del mundo contemporáneo es la confianza de las personas corrientes en que, gracias a su esfuerzo y su dedicación, pueden progresar en la escala social hasta conseguir un grado de prosperidad envidiable.


LA CONVICCIÓN EN LAS CAPACIDADES PROPIAS

Una de las características del ser humano, cuando adquiere una mayor conciencia de sí, es que no le gusta sentirse menos que ninguno de sus vecinos de especie. A este respecto, basta recordar la referencia literaria con la que se iniciaba el apartado anterior, relacionada con la vergüenza que padece cualquier persona que tenga amor propio cuando es engañada.
Este no sentirse menos lleva a en primer lugar a que quiera seguridad sobre el punto de tener un nivel de vida que le impida sentirse animal. En un apartado anterior de este capítulo se han hecho alusiones al movimiento obrero. La mayoría de las reclamaciones de este último fueron de tipo material, o sea, peticiones de mejoras concretas del nivel de vida de la clase obrera189. Este tipo de reivindicaciones, en líneas generales, han calado en las sociedades desarrolladas, al menos en Europa, donde por el momento se asocian desarrollo personal y protección social.
Pero, si el ser humano consigue este objetivo mínimo de no tener que avergonzarse por vivir en un estado indigno, sus deseos de no sentirse menos, unidos al natural subjetivismo humano, crean el caldo de cultivo ideal para que la persona desarrolle un importante grado competitivo con su prójimo190. En efectos, los seres humanos, sintiéndose todos ellos importantes, disputarán entre sí los puestos más lucrativos de la sociedad en la que se integren.
Esta competitividad tiene unas reglas, por supuesto, ya que los seres humanos viven en sociedad y, como se ha visto en el capítulo segundo, dan una importancia desmedida al mantenimiento de la unidad de su grupo por encima de las opciones personales. Por tanto, el ser humano buscará el equilibrio entre ser beneficioso a su grupo y tener beneficios para sí mismo.
Para alcanzar estos objetivos, el individuo tratará de recalcar sus méritos a costa de los ajenos, de manera que la opinión general de su grupo vea justo que reciba mayores ventajas sociales en términos de riqueza y propiedad. Esta actitud de resaltar los méritos propios para conseguir un mejor nivel de vida es natural por la búsqueda de placer consustancial a la naturaleza humana pero, tras adquirir una mayor conciencia de sí, el individuo radicaliza su rivalidad con su prójimo.
Es en este punto donde, por lo general, se pierde el sentido de ayuda original con el que se conciben las sociedades. Los individuos no se agrederán, por supuesto, y mantendrán unas normas de educación entre ellos para evitar el rechazo ajeno, pero intentarán evitar la colaboración entre ellos a no ser que tengan un interés propio en un empeño común. Esta competencia hace que cada ser humano trate de extraer el máximo de sus recursos, intentando conseguir todas las ventajas posibles frente a sus rivales. El resultado de esta lucha es, por tanto, una mentalidad muy calculadora, donde no se desprecia ninguna posibilidad de obtener una ganancia191.
Esta mentalidad tan racionalizadora es una característica de la mayoría de los miembros de las sociedades desarrolladas. Es un racionalismo un poco ciego, como aquello de que el sueño de la razón produce monstruos, ya que una de sus manifestaciones más destacadas es la forma en que muchas familias viven al límite, incrementando sus deudas de forma constante y siempre dependientes del crédito ajeno. A otra escala también perniciosa, parece que las crisis periódicas del sistema capitalista, como la que ocurre en la actualidad, se deben al afán especulador de las personas más ricas de la sociedad.
Como uno de los mejores ejemplos de la locura a que puede llevar el exceso de racionalismo me gusta señalar el hundimiento del Titanic. Este trasatlántico iba a una velocidad imprudentemente alta por una zona infestada de icebergs debido a dos razones, la primera que se consideraba invulnerable a los accidentes y la segunda que sus constructores querían batir un record de velocidad en el cruce del océano Atlántico para un barco de su clase. Al final, como es de sobra conocido, chocó con un iceberg, accidente a resultas del cual se hundió, y los pasajeros se encontraron con que los propietarios del barco habían ahorrado en algo tan necesario como los botes salvavidas, no habiendo suficiente número de ellos para salvar de la muerte a toda la tripulación y el pasaje.
De esta mentalidad racionalizadora al máximo da buena cuenta también el espíritu urbano, que es un fenómeno del mundo contemporáneo. Hace ya muchos años, viendo un documental sobre Nueva York, me llamó la atención el modo en que se destacaba la indiferencia que tienen los habitantes de esta ciudad por todo lo que ocurre a su alrededor, al ir siempre embebidos en sus propias preocupaciones. Delibes, en uno de sus libros, describe de manera magistral esta falta de interés del habitante urbano por la suerte de su prójimo:

El francés 1959 no quiere crearle cuestiones al vecino, pero tampoco que éste se las cree a él. Así el hombre se transforma en un ente hermético, insolidario, y se comprende muy bien que en París uno pueda encontrarse en 1959 tan solo y en un ambiente tan adverso como en una isla desierta. En este punto no hablo por hablar. En la ciudad he encontrado a dos compatriotas modestos que arribaron a París con la intención de situarse y a quienes por una serie de circunstancias no salió nadie a esperar a la estación. Ninguno de los dos sabía una palabra de francés ni tenía un franco en el bolsillo, aunque sí unas cuantas pesetas que ignoraban dónde podrían cambiarlas. Pues bien, estos amigos pasaron dos días en París como en un desierto, buscando una dirección que no encontraban, sin comer ni beber y durmiendo en un banco de un parque público. Los transuentes los ignoraban y dondequiera que mostraban las pesetas eran automáticamente rechazados, sin que nadie tuviera tiempo de indicarles de alguna manera los pasos a dar para salir del atolladero192.

Con respecto a esta deshumanización del ciudadano moderno, en la contraposición entre las características del mundo rural y el mundo urbano siempre se oponen el predominio de las relaciones primarias en el primero frente a las relaciones secundarias, superficiales e impersonales, del segundo. De la frialdad de este segundo tipo de relaciones, y de los problemas afectivos que conlleva esta circunstancia, se hace eco Bertrand Russell en uno de sus libros:

Los obstáculos psicológicos y sociales que impiden el florecimiento del cariño recíproco son un grave mal que el mundo ha padecido siempre y sigue padeciendo. A la gente le cuesta trabajo conceder su admiración, por miedo a equivocarse; y le cuesta trabajo dar amor, por miedo a que les haga sufrir la persona amada o un mundo hostil. Se fomenta la cautela, tanto en nombre de la moral como en nombre de la sabiduría mundana, y el resultado es que se procura evitar la generosidad y el espíritu aventurero en cuestiones afectivas. Todo esto tiende a producir timidez e ira contra la humanidad, ya que mucha gente queda privada durante su vida de una necesidad fundamental….193

Es importante resaltar este aspecto de la importancia que cobran las relaciones impersonales en las sociedades modernas, porque es difícil encontrar ayuda en el ser ajeno si no existe ningún tipo de empatía o comunicación con él. Volviendo a tratar el espíritu urbano, es obvio que las sociedades de masas modernas hacen imposible que las personas tengan un trato estrecho, aunque sólo sea porque su gran número impide que se puedan conocer todas entre sí. El ideal de la polis de la época clásica, descrito en el párrafo siguiente, es imposible hoy día:

Lo mismo sucede respecto de la ciudad: demasiada pequeña no puede satisfacer sus necesidades, lo cual es una condición esencial de la ciudad; demasiado extensa (…) ya casi no es posible en ella el gobierno. (…) El magistrado manda y juzga. Para juzgar los negocios litigiosos y para repartir las funciones según el mérito, es preciso que los ciudadanos se conozcan y se aprecien mutuamente. Donde estas condiciones no existen, las elecciones y las sentencias jurídicas son necesariamente malas194.

Pero, si a causa del gran aumento demográfico del mundo actual ya se produce una inevitable deshumanización, este factor se ve incrementado por el desarrollo de la mentalidad competitiva citada. Por citar un aspecto de mi experiencia personal, en mi caso, que me considero una persona sensibilizada con los problemas de los inmigrantes, a los que ya he hecho alusión en este ensayo, reconozco que soy incapaz de pasar de un plano abstracto a un plano concreto. Si cualquier persona, inmigrante o no, me parara por la calle y me pidiera ayuda, mi primera reacción sería de rechazo.
Si nos remitimos a los orígenes de esta falta de espíritu caritativo, parece que surge con una clase social, la burguesía, que antepuso los valores de productividad y rendimiento económico a cualquier otra consideración, consiguiendo imponer sus valores a partir de la Revolución Industrial195. Hace años tuve que hacer un trabajo sobre una serie de viajeros extranjeros que visitaron Asturias en el siglo XVIII y, ya desde aquel momento, me sorprendió la visión negativa que un clérigo inglés tenía de la atención a los pobres que realizaba la iglesia asturiana:

Cuando los pobres enferman hay un cómodo hospital siempre dispuesto a recibirlos.
¿Pero imagina el lector que todas estas obras piadosas concluyen con el pauperismo? Cientos de mendigos cubiertos de andrajos y harapos hormiguean, sucios, por las calles de la población. Esto demuestra evidentemente que se aumenta el número y la miseria de los pobres, por la costumbre de subvenir a sus necesidades. ¿Qué estímulo tienen para el trabajo? ¿Quién bebe agua de la fuente irá a sacarla al pozo? ¿Un individuo tiene hambre? Pues en un monasterio le darán de comer. ¿Esta enfermo? Abierto tiene el hospital que le recibe. ¿Tiene hijos? Pues no tiene necesidad de trabajar para sostenerlos, que ellos serán provistos, como él. ¿Es enemigo del trabajo para buscarse el pan de cada día? Pues se retira al Hospicio…Suprimid la fuente y cada uno desde luego sacará el agua del pozo. Cerrad el Hospicio, dad sus fondos a otro destino…196

Esta forma de pensar tan inhumana, en que la ayuda al prójimo se considera un error, ha sido trasladada en la actualidad a las clases medias197 y a la sociedad en general. En todas las facetas de la vida lo que interesa a las personas es conseguir extraer los máximos rendimientos. Ejemplos se pueden poner numerosísimos. Basta pensar en el modo en que las empresas reducen derechos de sus asalariados, prorrateando pagas extras, intentando asegurarlos por menos de ocho horas al día, haciendo coincidir días de vacaciones con días de fiesta, u otras prácticas similares, todo con el objetivo de sacarles el máximo rendimiento y la mayor ganancia.
O, por continuar poniendo ejemplos de esta mentalidad tan calculadora, la manera como muchos establecimientos hosteleros intentan cobrar al cliente por todos los conceptos: por sentarse en la terraza, por usar los cubiertos, o incrementando el precio de los postres. O, del mismo modo, como los pisos que se construyen en la actualidad son cada vez más pequeños, manteniendo, en cambio, unos precios abusivos.
Qué decir de la SGAE198, un organismo español que protege los derechos de autor, que está adquiriendo muy mala fama por los excesos recaudatorios que comete, como cuando, en fechas recientes, obligó a los alumnos de un instituto de secundaria a pagar por representar una obra de teatro de un autor fallecido hace varios siglos. Otro exceso similar, por parte de otros organismos también desacreditados, son las comisiones que los bancos cobraron a las personas que mandaron ayuda a los afectados por el terremoto de Haití. También resultó socialmente indignante una noticia que apareció hace un par de años en los noticieros en torno a la indemnización por daños a su vehículo que reclamaba un conductor a los padres del ciclista que había atropellado, provocándole la muerte.
De este tipo de ejemplos se podrían seguir poniendo muchos, pero no viene al caso. Lo más importante es resaltar que la mentalidad competitiva actual produce muchos abusos, pero ello no es óbice para que las personas la acepten de modo mayoritario. La razón de esta aparente contradicción es que, volviendo al inicio de este apartado, ninguna persona se siente inferior a otra y no quiere que la sociedad le ponga límites, o dicho de otra manera, le corte las alas.
En efecto, la persona prefiere renunciar a un aumento de las garantías que impidan posibles abusos sobre ella, que a la posibilidad de que ella misma, cuando tenga poder sobre sus semejantes, no pueda ejercerlo con total libertad. Al no sentirse nunca menos que su prójimo, esta segunda posibilidad de llegar a ser poderoso le parece factible al ser humano, siempre y cuando le dejen desarrollar todas sus capacidades sin ponerle trabas jurídicas. De ahí que el individuo moderno confíe tanto en su voluntad199, o dicho con otras palabras, en su capacidad de cambiar su suerte.
Por tanto, y resumiendo las ideas principales de este apartado, desde que el ser humano toma conciencia de sí desarrolla un fuerte sentido competitivo, que le lleva a rivalizar con el ser ajeno, el cual participa también de esta misma mentalidad. Todo ello lleva a una deshumanización de la sociedad, que es aceptada por el individuo, porque le cuesta reconocerse en el lado de los débiles y se imagina, por el contrario, en el de los fuertes.
La principal consecuencia de todos estos cambios de sentir y pensar del ser humano es que ya no acepta sin más sacrificarse por el grupo, renunciando a su bienestar personal. Ello es debido a que, al no sentirse menos que su prójimo, tratará de que el lugar que ocupa en la sociedad no le avergüence. Al mismo tiempo, y como veremos en el capítulo siguiente, no se atreve a poner en riesgo con su individualismo la fortaleza de su sociedad, de ahí que para justificar este proceder egoísta trate, por un lado, de demostrar su utilidad social, generando visiones armónicas de la sociedad en que todos sus miembros cumplen un papel importante y, por otro, trate de alejar cualquier sospecha de insociabilidad sobre él, mediante la autocensura de cualquier tipo de comportamiento animal o primitivo propio.


CAPÍTULO QUINTO: LA SOBREPROTECCIÓN QUE SE OTORGA EL INDIVIDUO

LA BÚSQUEDA DE SER SUPERIOR

El deseo de elevarse por encima del resto de los miembros de su especie es uno de los aspectos más comunes del ser humano. A lo largo de la Historia, todas las sociedades complejas que ha creado el hombre se han caracterizado por sus fuertes jerarquías sociales. O, expresado de otro modo, el individuo, en cuanto alcanza algún grado importante de bienestar y, sobre todo, de poder, intenta hacer nítidas las diferencias entre su posición privilegiada y la de los miembros inferiores de la sociedad200. De este deseo de prevalecer unos sobre otros, hay incluso ejemplos grotescos, como se ve en la siguiente descripción de Galdós, en la que se recrea en las rivalidades existentes entre unas mendigas a la hora de tomar posesión del mejor puesto para pedir a la entrada de una iglesia:

Como en toda región del mundo hay clases, sin que se exceptúen de esta división capital las más ínfimas jerarquías, allí no eran todos los pobres lo mismo. Las viejas, principalmente, no permitían que se alterase el principio de distinción capital. Las antiguas, o sea las que llevaban ya veinte o más años de pedir en aquella iglesia, disfrutaban de preeminencias que por todos eran respetadas, y las nuevas no tenían más remedio que conformarse. Las antiguas disfrutaban de los mejores puestos, y a ellas solas se concedía el derecho de pedir dentro, junto a la pila del agua bendita. Como el sacristán o coadjutor alterasen esa jurisprudencia en beneficio de alguna nueva, ya les había caído que hacer. Armábase tal tumulto, que en muchas ocasiones era forzoso recurrir a la ronda o a la pareja de vigilancia. En las limosnas colectivas y en los repartos de bonos llevaban preferencia las antiguas …201

Otro texto literario hace referencia a jerarquías más comunes, las existentes por nacimiento entre las personas de condición noble y las de condición plebeya. El texto es un fragmento de un libro que retrata la sociedad austriaca del siglo XIX:

Desconocía las leyes que reinaban entre las autoridades reales e imperiales de Viena. Pero ahora las iba conociendo. De acuerdo con estas leyes, los ordenanzas se mostraban adustos hasta el momento en que sacaba su tarjeta de visita y conocían su categoría; a partir de ese instante se mostraban serviles.202

El igualitarismo es, sobre todo, un fenómeno moderno. E, incluso, se puede afirmar que, en su actual conformación democrática, es de ayer mismo. Hay que recordar que, pese a plantearse ya en el siglo XVIII, la idea de igualdad tardó en calar en las mentalidades, como se ve en la existencia del sufragio censitario en gran parte de las constituciones europeas del siglo XIX o en la permanencia hasta no hace mucho tiempo de tres categorías de pasajeros en los trenes, con vagones de primera, segunda y tercera203. Que el heredero de la corona española se haya buscado una novia plebeya y, más aún, que se haya casado con ella, sería un acto inconcebible para nuestros abuelos204. Tradicionalmente, para los hombres de condición elevada había existido un desdoblamiento amoroso en que “había respeto hacia la mujer de igual linaje y descarga del deseo erótico o del amor carnal en las mujeres de las clases inferiores205”. Las dudas que le asaltan al bienintencionado protagonista de una novela realista decimonónica son un buen ejemplo:

Sin otra discusión, la muchacha rompió a andar, y, Rogelio, por instinto, se colocó a su izquierda, como haría con una dama. A los diez pasos le pesaba ya su galantería. En primer lugar, menuda chacota le arrimarían sus compañeros si acertaban a acompañarle tan cortés a una individua de pañuelo a la cabeza y saya lisa de merino. En segundo, Rogelio atravesaba esa edad en que un chico criado algo falderamente, en la casta atmósfera maternal, no puede evitar una impresión de cortedad penosa cuando trata con mujeres desconocidas aún. Cierto que las de condición inferior no le atarugaban tanto... 206

Si nos remontamos en el tiempo, se puede apreciar hasta qué punto el igualitarismo es un fenómeno nuevo e insólito. Un filósofo de la Antigüedad como Aristóteles, que veía natural la esclavitud207, mal comprendería razones como que todos los hombres deben tener todos los mismos derechos. Si se piensa en la sociedad medieval, también tenía una organización rígida y desigual, con los llamados órdenes208, división que habían calado tanto que, por contar una anécdota, incluso dentro de los monjes había categorías, pues los monjes de origen campesino, los llamados conversos en la orden cisterciense, tenían una posición subordinada con respecto a los monjes de origen nobiliario209.
Pero es fuera de la sociedad occidental donde existe el mejor ejemplo de esta tendencia a codificar las desigualdades sociales. El caso de la India y su sistema de castas es paradigmático210. La marginación que sufría la casta inferior, los denominados intocables, por parte de las castas superiores, demuestra hasta qué punto es natural para el ser humano sentir desprecio hacia otros seres humanos menos afortunados.
Como ejemplo del horror que produce contemporaneamente este sistema de castas, transcribo a continuación un párrafo de un libro que lo denuncia, aunque lo hace con un cierto toque sensacionalista, ya que trata de la agresión sexual sufrida por una mujer de la casta de los intocables por parte de miembros de una casta superior:

Aunque grité, chillé y di alaridos, nadie salió de su casa, para contemplar mi nueva humillación. Esperaron hasta que estar seguros de que se habían ido los thakures. Todos temían que luego pudieran citarles de testigos (…)
Nadie acudiría en mi ayuda. Uno de ellos incluso felicitó a mi madre por haber dado a luz a una chica tan guapa.
-Ha sido muy divertido- me comentó con sorna, cuando ya salían de la aldea-. Acuérdate de enviarla a vernos de vez en cuando.
Era el peor insulto que podía ocurrírsele. Con aquellas palabras, lanzadas al aire en el momento en que los vecinos salieron al fin de su escondite, me marcaba como una perdida a la que tenían en su poder.
Empecé a comprender que no era sólo la pobreza lo que nos convertía en víctimas, sino también haber nacido en una casta inferior.211

Esta subordinación de unos seres humanos por parte de otros históricamente se ha potenciado rebajando la condición de los individuos que ocupan los lugares más bajos de la sociedad, hasta convertirlos en poco más que animales con forma humana, y sublimando la condición de los que ocupan los lugares más altos, hasta acercarlos a los dioses.
Del primer aspecto es un buen ejemplo, regresando a la India, la consideración que tenían los intocables como seres impuros, de modo que todo lo que tocaban lo contaminaban, por lo que, a consecuencia de ello, un miembro de una casta superior no podía acercarse a los intocables sin tener luego que efectuar ceremonias de purificación. Del segundo aspecto un ejemplo es el carácter sagrado que tenían los reyes o los gobernantes en tiempos pasados.


LA DESACRALIZACIÓN DE LOS GOBERNANTES

Con respecto a la última cuestión del apartado anterior, prácticas tan extrañas como la veneración de los excrementos del Dalai Lama212 señalan hasta qué extremo las personas dominantes de la sociedad tenían una consideración especial por parte del resto. Tocante a este punto también es significativo el modo en cómo los campesinos medievales querían tocar al emperador alemán Enrique IV, pese a estar excomulgado, porque pensaban que, gracias a ello, sus cosechas serían mejores213. O, por volver a cuestiones escatológicas, el hecho de que los cortesanos de Versalles consideraban un gran honor ver a Luis XIV dar rienda suelta a sus intestinos, como si nada en la figura real pudiera ser vulgar214.
Acerca de este tipo de extremada veneración de los dirigentes de una sociedad, nada mejor que reproducir el siguiente fragmento de un libro de novela histórica:

Entonces, como es lógico, el Duque volvía a sufrir el desgarramiento de vómitos atroces, y como nos había tomado a Baltasar y a mí especial cariño, nos tocaba a nosotros el privilegio insigne de sostener, el uno la señoril frente, el otro el áureo orinal, mientras que los testimonios desfigurados de su última comida desertaban violentamente el cofre de sus entrañas215.

Esta sacralización tan exagerada de los gobernantes tiene su razón de ser, al responder a propósitos que pueden ser considerados políticos. Es lógico dejar que gobierne o dirija al grupo aquellos de sus componentes que son mejores o superiores. Por tanto, conscientes de este requerimiento, las personas que estaban en el poder era las primeras que se preocupaban de dar una imagen de majestad, apropiada a su rango. Véase, por ejemplo, el siguiente texto:

Cuando el emperador Constancio, el tercer sucesor de Constantino el Grande, visitó Roma en el año 356, produjo en los habitantes de la ciudad una impresión de alienígena. Como un “hombre artificial” iba erguido en su carro de triunfo, inmóvil, con una rígida dignidad estatuaria. Ningún movimiento de su majestad revelaba participación alguna en la ceremonia: los aplausos y la admiración de la muchedumbre resbalaban sobre él. El emperador no buscaba ningún contacto. 216

El propósito de este tipo de actitudes graves y solemnes era hacer ver la distancia enorme que existía entre gobernantes y gobernados, ya que, como aparece en un libro de arte bizantino, “la impasibilidad, considerada sobrehumana, era indicio de santidad217. Si se ahonda en este comentario de ejemplos provenientes del Imperio Romano, hay que recordar que en éste fue obligada la divinización del emperador hasta el ascenso al poder por parte del cristianismo durante el siglo IV d. C.. El objetivo de esta medida parece claro: “El culto imperial era, pues, la forma de expresar la obligada veneración sumisa del pueblo a la persona del emperador218.
Siempre ha sido el sueño de todos los gobernantes que sus decisiones no sean contestadas por el resto de miembros del grupo que dirigen. Doctrinas como la de la infalibilidad papal o la importancia que en el pasado tuvieron los argumentos de autoridad219 demuestran bien este anhelo de los mandatarios de ser incuestionables. Una estrategia muy frecuente para conseguir este propósito ha sido la que se está desentrañando en estas líneas, por un lado elevarse ellos de condición y, por otro, desautorizar al resto, rebajándoles de condición. De ahí la importancia que tienen las estrategias para disminuir a la persona y hacerla sentir animal, a las que ya he aludido en el capítulo tercero.
Sin embargo, desde que la persona toma conciencia de sí, es más difícil conseguir que se humille hasta el punto de negarse a sí misma, a no ser que las presiones en sentido contrario sean excesivas. Más bien, el cambio que se ha producido en el mundo contemporáneo es el fenómeno contrario, una democratización del anhelo de ser superior. La gente corriente, las masas por emplear esta expresión, han descubierto que los ricos o las clases dirigentes no son seres especiales, en gran parte debido al aumento de información sobre sus vicios220, lo que ha contribuido a desacreditarlos221. Incluso los líderes religiosos se ven salpicados por frecuentes escándalos, como le pasa ahora a la Iglesia católica con los numerosos casos descubiertos de curas pederastas, y ocurrió hace años con el descubrimiento de los deslices sexuales de algunos telepredicadores norteamericanos.
La consecuencia de este cambio, en que por un lado hay un descrédito de las clases superiores y por otro ganan en autoestima las inferiores, es que, mientras que en las sociedades jerárquicas antiguas la mayoría de la población aceptaban una posición sacrificada y sólo una minoría se postulaba a ser superior, en la actualidad, y como se ha afirmado en el capítulo anterior, todas las personas o, al menos, un gran número de ellas compiten por sobresalir.
Para alcanzar este estado en que se respeta la libertad del ser humano para ascender en la escala social, se han eliminado muchas de las barreras o prejuicios que codificaban las sociedades, en especial el de la diferencia de status según el nacimiento. Otros de estos prejuicios, sobre todo, los raciales, son más difíciles de suprimir222, aunque, como consecuencia de las últimas elecciones presidenciales estadounidenses ha llegado una persona negra a la presidencia del país más poderoso del mundo, lo que no puede por menos de considerarse un hito.
En la actualidad la lucha por situarse socialmente por encima de sus semejantes, está determinada para el ser humano sobre todo por un factor esencial, el dinero. La riqueza es lo que condiciona el status que las personas ocupan en la sociedad y, ante esta evidencia, a veces, conviene resignarse. Citando a Adam Smith:

Que el amor al dinero es la causa de todos los males es algo que puede discutirse. Adam Smith, profeta para muchos de una autoridad sólo ligeramente inferior a los de la Biblia, pensaba, en 1776, que de todas las ocupaciones a que hasta entonces se había dedicado el hombre- guerra, política, religión, diversiones violentas, sadismo no compensado-, la de ganar dinero era, socialmente, la menos perjudicial. 223

El propósito de ganar dinero es, pues, un elemento de relación entre los seres humanos relativamente civilizado. Incluso, si se lograra alcanzar un equilibrio entre las ambiciones personales y las necesidades humanas, podría ser un mecanismo para reducir la injusticia en el mundo, sin necesidad de que el ser humano tenga que renunciar a conseguir beneficios propios para mantener la unidad y la cohesión de su grupo.
Sin embargo, es difícil que éste equilibrio se consiga de manera racional, en parte por factores ya citados, como el subjetivismo o el miedo al engaño, y, en parte, por un factor que se analiza a continuación, y que introduce un nuevo elemento de distorsión para que el ser humano tenga un juicio mesurado sobre los límites a los que debe aspirar en sociedad.
En el capítulo primero ya se había tocado la cuestión de hasta qué punto el ser humano es capaz de ser acaparador, sin poner ninguna medida a su ambición. La posesión de bienes y dinero llega a ser hasta tal punto una obsesión para aquellas personas que ya disponen de demasiada riqueza, que este egoísmo sólo se puede analizar si se aborda desde una nueva perspectiva. En resumen, si el propósito de ganar dinero por medios pacíficos no un cauce integrador en las sociedades, se debe a la aparición de un nuevo miedo, por el que el ser humano casi siempre se deja arrastrar.


EL MIEDO PSICOLÓGICO A LA MUERTE

Se había empezado este ensayo analizando la cuestión de la fragilidad humana y el modo en que determina muchos de los comportamientos humanos, sobre todo el incremento del subjetivismo debido a la autoidealización que provoca en la persona. De entre todos los temores asociados a la fragilidad humana, el más evidente es el miedo a la muerte. Como se afirma en un libro, “hay que luchar para no morir, porque la muerte no es sino vacío, negación, nada absoluto, olvido224.
Sin embargo, este miedo a la muerte puede permanecer larvado si el ser humano tiene otras preocupaciones más urgentes, como subvenir a sus necesidades inmediatas o intentar asegurarse un futuro en que su vida tenga unas mínimas condiciones de bienestar. En esta lucha diaria por adquirir un suficiente nivel de vida, muchas veces al ser humano no le queda espacio para inquietarse por problemas de índole más metafísico.
Pero, cuando el ser humano se siente a salvo de cualquier contingencia material o, dicho de otra manera, no teme a un futuro en que pueda pasar necesidad, el miedo a la muerte resurge con mucha fuerza. En efecto, cuando el ser humano está libre de incertidumbres económicas, es el momento en que se empieza a preocupar más de su ser. La razón es sencilla: la persona que objetivamente, debido a la riqueza propia acumulada, no ve amenazado su bienestar, descubre que su enemigo es ella misma. Su naturaleza tan vulnerable le hace ser consciente de que la abundancia en la que vive se puede acabar de golpe y éste es una idea que su mente no soporta. Es, en estos momentos, donde surge con violencia un trauma existencial, el miedo a la muerte, que golpea con fuerza su conciencia.
A este tipo de temor prefiero denominarle miedo psicológico a la muerte porque la persona que lo sufre no tiene porque estar en ninguna situación de riesgo. Simplemente, sabe que, por mucho poder que acumule, su suerte se puede truncar de golpe y, también, que no puede escapar a ese destino inexorable reservado a todos los mortales. Es un miedo, por tanto, irracional, que adolece de toda cura y remedio. El siguiente párrafo, que describe el estado mental de la esposa del último zar que existió en Rusia, pienso que expresa la desesperación de las personas aquejadas por este miedo:

La emperatriz, por el contrario, vive agitada por una angustia continua. "Me ha contagiado sus aprensiones- reconoce, asustada, la Virubova-; tiene miedo de algo, está asustada por alguna cosa, aunque ignora qué cosa pueda ser; todo en ella son presentimientos y temores225"

No siempre este temor a la muerte se manifiesta con síntomas tan evidentes, debido a esa capacidad humana de autoengañarse. Sin embargo, está casi siempre presente en las personas que tienen un grado de bienestar alto, porque son las que más tienen que perder si fallecen. Como explica un misionero que trató de llevar el mensaje evangélico a las tribus de Nueva Guinea en los primeros años del siglo XX:

¿Y si les queremos exponer modelos de vidas santas, hablarles, por ejemplo, de esos santos penitentes que dormían en el suelo duro o en cama de leño, que se abstenían de carne y vino? No les causa emoción alguna; ellos lo hacen todos los días.”226

A alguien pobre no le gusta morirse, como es obvio, pero disfruta mucho menos de la vida que alguien rico, por eso es más normal que a este último le afecte mucho más la perspectiva horrenda de la muerte227. De ahí que idee todo tipo de expedientes para evitar pensar en ella. En efecto, dentro de un comportamiento muy humano, a la persona le cuesta aceptar una visión fatalista de sí misma, de ahí que busque fórmulas lo más eficaces posibles de consolación.
Por lo general, la forma de autoengaño más seguida por la gente enriquecida es la que se explica a continuación. Para evitar sentir este vértigo de una caída en la nada cuando se tiene todo, la persona trata de parecer en todo momento superior a los demás, como forma de sentirse invulnerable. Creyendo que es diferente a los demás seres humanos, intenta escapar a la evidencia de que comparten la misma naturaleza y el mismo destino final. Para ello, busca rodearse de las sensaciones más exquisitas, vivir siempre en un mundo de plenitud, que le haga olvidar los aspectos más sórdidos de la existencia, incluido el temible recuerdo de la muerte.
En otras palabras, trata de vivir de espaldas a su propio ser, creando una nueva realidad en la que no se sienta amenazado. Necesita, en su fuero interno, alejarse de su naturaleza animal o sublimarla, de modo que se vea a sí mismo como un ser superior, al que no afecten las leyes de la naturaleza, o dicho con más claridad, necesita sentirse imperecedero. De ahí, en parte, ese culto a lo bello que se desarrolla en el ser humano en cuanto alcanza un elevado nivel de vida, entendida la belleza como la selección de aquellos aspectos que alejan al ser humano del recuerdo de lo abominable de su naturaleza. De esta obsesión estética de muchos seres humanos adinerados es un buen ejemplo el siguiente párrafo literario:

No tiene usted más que unos pocos años para vivir verdaderamente, perfectamente, plenamente. Cuando su juventud se desvanezca, su belleza se irá con ella, y descubrirá usted de pronto que ya no le quedan triunfos, o tendrá que contentarse con esos pequeños éxitos que el recuerdo del pasado hace aún más amargos que derrotas. Casa mes que huye le llevará hacia algo terrible. El tiempo está celoso de usted y guerrea contra sus lirios y sus rosas. Palidecerá usted, se hundirán sus mejillas y se apagarán sus ojos. Palidecerá usted horriblemente.... ¡Ah! Dese cuenta de su juventud mientras la tiene. No derroche el oro de sus días escuchando a los tediosos que intentan detener el desesperado fracaso, y defienda su vida del ignorante, del adocenado, del vulgar228.

Esta pretensión de huir de la muerte puede sonar a tontería, pero, cuando se observa el modo en cómo las personas, según van teniendo riqueza, anteponen sus propios caprichos, por extravagantes que sean229, a las necesidades más perentorias ajenas, se entiende mejor. Nadie nace ciego y sordo para no saber cuando su prójimo necesita ayuda o cuando reclama justamente unos derechos, pero este miedo a la muerte condena a los más ricos a perder su lado humano230, porque su prioridad va a ser la tranquilidad de su espíritu, que pasa, como se ha dicho, por sentirse en todo momento superior a los demás. Para entender esta actitud nada mejor que seguir parafraseando a Oscar Wilde:

Coleccionó de todas partes del mundo los más extraños instrumentos que pudo encontrar, hasta en las tumbas de los pueblos muertos o entre las escasas tribus salvajes que han sobrevivido a las civilizaciones occidentales, y gustábale tocarlos y probarlos (...) En una ocasión se dedicó al estudio de las joyas, y apareció en un baile disfrazado de Anne, duque de Joyeuse, almirante de Francia, con un traje cubierto de 560 perlas. Esta afición le dominó durante varios años, y, realmente, puede decirse que no le abandonó nunca (...) Porque aquellos tesoros y todo cuanto él coleccionaba en su atractiva casa, le servían como medios para olvidar, como recursos para evadirse por una temporada del temor que le parecía a veces casi demasiado grande para ser soportado.231

En la misma línea, el siguiente texto señala la imposibilidad del ser humano adinerado de marcarse un límite que le permita estar satisfecho consigo mismo:

Cuando sale por las tardes, antes de ir al Jockey Club, no sabe de pasos ni de cuadras. Se detiene e los mismos anticuarios, todos los días, como si por la noche se engrendrara el desprendimiento entre el objeto y su dueño. Busca lo inhallable, lo que existe de alguna manera en alguna casa de Buenos Aires. Algún de marfil o de coral, que le falta a su tetera pompeyana; el Thibon de Libian aquel, del periodo azul. Después que lo ha conseguido, en el instante mismo en que se produce el acto carnal entre el objeto y sus manos, después del dificultoso contacto y la ubicación en su casa o en Bagatelle, vendrá la tristeza de la realización amorosa. Y coo un amante desesperado iniciará la búsqueda de algo que volverá a desear y ansiar con la misma intensidad232.

Una nueva descripción literaria también colabora a entender la percepción diferente que tiene la gente privilegiada de la realidad:

Los señores no son así, claro que no viven ya de cosas ya manipuladas (...) Son distintos; quizá nos parezcan tan extraños porque han conquistado algo que todos buscan salvo los santos: poder despreciar los bienes terrenales a fuerza de poseerlos (...). Ahora les entra miedo por cosas que nosotros ni siquiera percibimos: he visto a don Fabrizio, hombre tan serio y tan sensato, enfadarse por un cuello de camisa mal planchado; y sé de buena fuente que el príncipe de Láscari no pudo cerrar los ojos toda una noche porque estaba furioso de que un banquete servido en la lugartenencia no le hubieran asignado el puesto que le correspondía. Pues bien, ¿no le parece a usted que esa humanidad que sólo se preocupa por las camisas o por el protocolo es una humanidad feliz, y por tanto, superior?233

El ser humano está abocado a desarrollar un fortísimo egoísmo porque, en su intento por evitar pensar en la muerte, en su búsqueda desesperada de sobreprotección, sólo le sirven aquellas cosas que calman de forma momentánea su ansiedad. Ya que a lo largo de estas páginas he hecho en varias ocasiones referencias a la Iglesia católica -muchas de ellas negativas, porque reconozco que no soy nada devoto-, voy a utilizar esta importante institución para intentar explicar el inmenso alcance de este egoísmo.
Aunque en la actualidad yo no sea creyente, mi familia sí es practicante, y una frase recurrente de mi padre, cuando los dirigentes de la Iglesia no están a la altura de la moral que predican es la de que “fallan los hombres y no las ideas234. Sin entrar en mayores discusiones, ésta es una realidad obvia, pero que no tiene solución, porque la Iglesia, siempre va a estar dirigida por personas y, como organismo poderoso que es, estas personas van a ser importantes, y, en consecuencia, se van a volver terriblemente egoístas debido a que van a estar afectadas por la ineludible preocupación por huir de la muerte.
Por tanto, aunque la doctrina cristiana predique valores como humildad, mansedumbre, o pobreza, su interiorización por los dirigentes de la Iglesia va a ser muy difícil porque, como humanos que son, los aparcarán hasta resolver sus propios temores. De ahí la contradicción que, a lo largo de la historia, ha existido entre la moral cristiana y el mal ejemplo dado por la Iglesia con su constante acumulación de bienes y riquezas. Sólo los miembros de la Iglesia primitiva, al ser más pobres, parece que escapaban a esta condición inexorable de intentar protegerse de la muerte.
El apartado anterior se había terminado haciendo mención al afán de ganar dinero como una forma de relación entre las personas relativamente positiva. Pero, si una institución como la Iglesia, con sus elevados valores, es incapaz de controlar el egoísmo innato humano, menos lo van a hacer personas cuyo único estímulo es enriquecerse. De ahí las profundas desigualdades que existen en las sociedades contemporáneas, a la vez tan prósperas y donde tantas personas viven en la mayor de las miserias. En este sentido, en épocas anteriores, la Iglesia fue la primera en condenar la usura235 como uno de los mayores pecados, pero ha sido incapaz de dar ejemplo por las razones ya explicadas.
Este dilema de la Iglesia de intentar adecuarse a su doctrina cuando su posición le impele al egoísmo, trae a escena una nueva cuestión muy importante. Los miembros más lúcidos de la Iglesia, aunque de puertas adentro puedan reconocer la hipocresía de algunos de sus comportamientos, jamás osarán reconocerlo en público, porque, como personas privilegiadas que son y, que, por ello, mayores beneficios sacan de la sociedad, no les interesa en absoluto que esta última se pueda disgregar. Y la mejor forma de no romper una sociedad es que todos sus miembros mantengan la creencia de no hay nadie que anteponga su propio interés al del colectivo.


LOS MECANISMOS IRRACIONALES DE COHESIÓN SOCIAL

En relación con la última afirmación del apartado anterior, pocas sociedades, por no decir ninguna a no ser en sus estadios más primitivos, han tenido una conformación igualitaria a lo largo de la historia236, lo que no es óbice para que casi todas ellas se hayan basado en hermosas construcciones mentales. Estas últimas, basadas en criterios de armonía social, en una inmensa mayoría de los casos han tenido un carácter claramente irracional, pintando sociedades idílicas y soñadas, proporcionando con ello visiones muy alejadas de unas situaciones reales mucho más crudas y tristes.
Por poner un ejemplo de este contraste entre la imaginación y la realidad, y ya que en el capítulo tercero he aludido al mito del buen salvaje, que idealizaba como seres pacíficos y bondadosos a los pueblos alejados del contacto con la civilización, véase el siguiente episodio que le ocurrió a una expedición de exploración portuguesa en las costas sudamericanas:

Moría ya la tarde, y decidieron los portugueses poner sobre la playa cascabeles, espejos y baratijas y regresar a las naves. Entonces sí bajaron los nativos. Con un resto de susto agitaron los cascabeles, y acabaron por reír mirándose en los espejitos. A la mañana siguiente, los marinos salieron a ver el resultado final de su política. Los nativos se habían retirado al monte y tenían encendida una gran hoguera. Ahora eran ellos quienes, por señas, llamaban a los cristianos (...). Se resolvió enviar un mozo a parlamentar con ellos. Era un portugués hermoso y esforzado. En cuanto bajó le hicieron gran círculo en torno. Le miraban, le tocaban. Parecía que les gustase. De pronto, salió del monte una mujer blandiendo un terrible garrote, y lo descargó con tal fuerza sobre la cabeza del mozo, que quedó muerto en el sitio. Veloces, las mujeres arrastraron el cadáver al monte (…) Al fondo, las mujeres encendían otra vez la hoguera. Entre las llamas, el portugués se doró237.

Esta clase de construcciones mentales, como la recientemente vista del buen salvaje, tienen un carácter artificial, bebiendo de un trasfondo imaginario en el que los hombres aceptan un reparto de tareas equilibrado en beneficio de la sociedad, donde tanto subordinados como jefes están conformes, y todos se tratan entre sí con respeto y corrección238. Son elaboraciones mentales, que justifican sociedades muy desiguales, y que ya vienen de antiguo, como se ve en el siguiente ejemplo de la literatura del Egipto de los faraones, en el que un visir egipcio expone su visión del mundo:

...No estés orgulloso de tu saber, déjate aconsejar tanto por el ignorante como por el sabio: no se alcanza el límite del arte, no hay artista dotado de la perfección. (...) Si conoces a alguien que discuta en su momento, que sepa dirigir su corazón mejor que tú, dobla los brazos y encorva la espalda. No arremetas contra él, y él no te podrá igualar. Podrás humillar a quien habla mal no mostrándole oposición en su momento, y él será considerado un ignorante. Tu autocontrol habrá igualado su riqueza. (...) Si eres un jefe que da órdenes a muchas personas, busca para ti todo tipo de benevolencia, para que tu mando esté exento de maldad. Es magnífica la justicia (Maat), perdurable y excelente, no se ve alterada por el tiempo de Osiris, y se castiga a quien transgrede las leyes (...)
Observa la verdad, pero no la sobrepases (...)
Se reconoce a un sabio por lo que sabe, y al noble por su buena acción239.

Aunque quizá no sea en todos los casos el origen de este tipo de visiones idílicas, no hay duda que por parte de las élites de cada sociedad, casi siempre se ha intentado pintar una imagen armoniosa e ideal de las relaciones entre los diferentes subgrupos que la componen240. El objetivo se basa en mediatizar cualquier intento de protesta al orden instituido, haciéndolo aparecer como una muestra de incivismo absoluta, al estar ya arbitrados cauces pacíficos para lograr la concordia. O, por decirlo de otra manera, en una sociedad perfecta, no hay lugar para la protesta241, porque rompe con la imagen de colaboración necesaria entre los miembros de esa sociedad.
Este tipo de construcciones mentales, pese a lo que pueda parecer en principio por su carácter irreal242, son muy eficaces ya que dan una tranquilidad psicológica al individuo corriente, que se siente más seguro si cree que dentro de su sociedad no pueden existir conflictos. Por lo general, como las sociedades son desiguales, estas visiones armoniosas han derivado en algún tipo de paternalismo como se ve en el siguiente texto de un industrial asturiano del siglo XIX, preocupado ante la aparición de una mentalidad obrera más reivindicativa:

Cada uno es indudablemente libre de profesar las opiniones políticas que crea mejores y no seremos ciertamente nosotros los que en ello encontremos mal alguno; pero es preciso que cada uno considere su especial posición antes de tomar en las luchas de los partidos una parte activa. Ahora bien: todos los que en la industria nos ocupamos somos ante todo trabajadores, y, por tanto, interesados en que no se altere el orden público, sin el cual todos los trabajos se paralizan y el obrero padece más que nadie.... 243

Si se hace un breve repaso histórico, se ve como estas cosmovisiones sociales han tenido variadas manifestaciones. Por ejemplo, en China fue muy característica una sociedad basada en el gobierno de los letrados, los llamados mandarines, que se han apropiado de la cúspide social durante largos siglos, apoyándose en una mentalidad, la confucioniana, acorde a sus intereses244. Este gobierno de sabios ha sido también la pretensión de muchos pensadores europeos, como Platón o Tomás Moro245, aunque en la sociedad occidental nunca se ha llevado a efecto246.
En otros casos, han sido los militares quienes han creado una sociedad a su medida, como fue la situación de la Esparta clásica, o son los religiosos quienes tienen un papel dominante, como en el caso de la casta sacerdotal budista en el Tíbet o como parece pudo ser la enorme influencia de los druidas en la sociedad celta. O, también puede existir un predominio combinado de ambos estamentos, militares y religiosos, como ocurrió en la sociedad feudal europea.
En el mundo contemporáneo occidental dos ideologías han sido las que más modelos de sociedad han generado, el liberalismo y el comunismo. Ambas sirven para apreciar estas características mencionadas de predicar una sociedad perfecta. En el liberalismo se da una impecable sintonía entre el interés individual y el colectivo, mientras que en el comunismo, aunque parte de una situación de confrontación, se llega también a un estado ideal de sociedad con la superación de la lucha de clases.
Ambos sistemas pretenden ser más racionales que los anteriores, en el sentido de que, con ellos, parece que todos los miembros de la sociedad deberían sentirse favorecidos de pertenecer a ella, sin que existan las enormes desigualdades sociales de antaño. Sin embargo, este propósito es en gran medida un espejismo, ya que los contenidos irracionales siguen siendo predominantes en ellos. En efecto, como cualquier cosmovisión anterior, se aprovechan de que al ser humano le interesa ante todo situarse en un mundo ordenado, así como conocer el lugar que ocupa en él.
Desde la caída del Muro de Berlín el comunismo se percibe como un sistema fracasado, sin embargo, el liberalismo sigue teniendo un gran predicamento, ya que encaja a la perfección con la creencia de muchos individuos pertenecientes a las clases medias de que pueden subir de status gracias a su esfuerzo247. Tales individuos, mayoritarios en las sociedades desarrolladas, confían en la cosmovisión liberal porque les proporciona la ilusión del ascenso social, sin tener que renunciar a hacerlo dentro de una sociedad ordenada y bien estructurada. En este sentido, que tales pretensiones de mejora muchas veces no se materialicen, hasta cierto punto no tiene excesiva importancia mientras se crea en ellas.
En efecto, si las élites sociales tradicionalmente han podido imponer una idea de armonía o sociedad perfecta irreal, esta circunstancia ha sido posible porque, debido a la fragilidad humana, el individuo está de manera insistente y constante persiguiendo seguridades o de verdades, sobre todo en el plano mental. De ahí el importante papel que en el pasado han jugado las religiones en las sociedades, ya que las personas prefieren confiar en un sistema comprensible de ordenamiento de la realidad en la que viven que cuestionarse esta última a todo momento.


LAS VERDADES PREVIAMENTE CONSTRUIDAS

Los seres humanos somos muy dogmáticos. Nos interesan los conocimientos cerrados porque son aquellos que nos aportan mayor seguridad. De ahí que la flexibilidad mental no sea una de las cualidades más alabadas de la especie humana, siendo sus miembros capaces de eternizarse en eternas discusiones sobre cuestiones irrelevantes. A las personas, en cuanto entran en posesión de un conocimiento o de una verdad, les cuesta mucho renunciar a ella248. Como expresa de modo magistral un escritor francés, “La tentación del profesor -y de todo hombre sin duda- está en la ambición de tener siempre razón, de decir triunfalmente la última palabra249”.
De esta forma de proceder tan común en los seres humanos, en la que importan más los prejuicios que las capacidades de razonamiento y observación250, es fácil dar buenas muestras, como la corriente de pensamiento surgida en algunas iglesias protestantes, llamada creacionismo, en la que se niega la teoría de la evolución251. O, del mismo modo, voy a traer a escena un texto de principios de los años setenta, en que por parte de la izquierda europea había una idealización de un sistema tan inhumano como fue la China maoísta, donde, en aquel momento, estaba en pleno auge la llamada Revolución Cultural:

Con la toma del poder por los revolucionarios chinos se introduce una nueva estrategia en la manera de enfocar los problemas de la ciudad, e incluso de concebir el papel que en la nueva sociedad debía desempeñar la ciudad, para corregir los defectos y el significado que ha tenido la ciudad china en el transcurso de su historia (…)
Parece que todas estas medidas han tenido, en conjunto, un éxito notable. Unos veinte millones de emigrantes rurales ingresaron al campo en los últimos años. Solamente en 1958 y 1959, al inicio de esta campaña, fueron liberados en Pekín 360.000 metros cuadrados de oficinas, que fueron transformadas en viviendas, y que se sumaron a los 3.660.000 metros cuadrados de viviendas construidas en esa misma capital durante los primeros años de la revolución.
En materia de higiene, sanidad, servicios públicos (que son gratuitos) y acercamiento a la cultura, se han hecho grandes progresos. En las ciudades ha disminuido la delincuencia, y la prostitución y los fumadores de opio han desaparecido.252

Cualquiera que haya leído sobre la salvajada que fue la Revolución Cultural, con su cúmulo innumerable de muertes y humillaciones253, con toda seguridad no tendrá una visión tan optimista de la China de Mao como la del texto anterior. En la época en que se escribió ya había suficiente información para conocer los excesos del régimen comunista chino, pero, en líneas generales, al ser humano le importa poco ejercer su sentido crítico si ya tiene la guía de una verdad superior. Como afirma John Stuart Mill, en la introducción de un libro en que pugnó inutilmente por defender la igualdad de las mujeres, ya que en su época se daba por descontada la inferioridad del sexo femenino:

Pero sería grave equivocación suponer que la dificultad que he de vencer es debida a la inopia o a la confusión de las razones en que descansan mis creencias; no, esta dificultad es la misma que halla todo el que emprende luchar contra un sentimiento o una idea general y potente. Cuanto más arraigada está en el sentimiento una opinión, más vano es que la opongamos argumentos decisivos; parece como que esos mismos argumentos le prestan fuerza en lugar de debilitarla254.
La referencia anterior a la prevalencia de una verdad superior sirve para introducir otra cuestión importante: cada grupo humano cree que su forma de concebir su sociedad es la mejor. De ahí que cada individuo sienta que sus valores son superiores a los de otros colectivos humanos255. Este etnocentrismo ha servido también por lo general a las élites de cada sociedad para imponer una concepción de ésta adecuada a sus propósitos de predominio256, ya que los valores sociales, una vez aceptados, son difícilmente cuestionables porque se sienten por la persona como parte de su propia identidad257.
Del modo en que muchas veces las clases dominantes consiguen empapar con sus valores al resto de la población un buen exponente es lo que ocurría en la España de la Edad Moderna. En un momento en que la mayoría de la población tenía que trabajar duramente para salir adelante, las personas que más estimación tenían por la sociedad eran las pertenecientes a la aristocracia, clase social que vivía en la holganza y despreciaba el trabajo manual258. De ahí, que, como se refleja de forma literaria con el hidalgo que desempeña el papel de tercer amo del Lazarillo de Tormes, muchas personas preferían, para no ver disminuido su status social, disimular su pobreza antes que ponerse a trabajar259.
Otro ejemplo de como los valores sociales son aceptados como una especie de cheque en blanco, con escasa capacidad crítica, es la forma en que sirven para tergiversar la comprensión de la realidad. Por ejemplo, en las sociedades contemporáneas occidentales, donde el valor por excelencia es la libertad, se caen en peligrosos reduccionismos cuando se trata de comprender culturas ajenas. Véase, por ejemplo, el análisis de un historiador sobre las guerras entre los griegos y los iraníes del siglo V a.C.:

Asimismo, el conflicto existente entre los espartanos y el resto de los griegos, por un lado, y la hueste persa, por otro, no fue sino el que existía entre la libertad y la esclavitud.260

Poner a los griegos como defensores de la libertad, cuando la sociedad griega era esclavista es una gran paradoja261, y se explica en gran medida porque los occidentales englobamos a los griegos dentro de nuestra tradición cultural, mientras que los persas nos suenan a gente extraña, oriental, a la que es más fácil atribuir defectos.
Esta consideración de los valores propios como superiores no es baladí, porque unida a la creencia en que se pueden crear modelos perfectos de sociedad, da lugar a grandes deformaciones de la percepción de la realidad que pueden camuflar flagrantes abusos. Continuando con la historia antigua, a Atenas se la considera la primera democracia existente, pero este hecho no disculpa su política imperialista, que fue justificada en su momento por sus dirigentes en base a su superior modelo de estado.
Contemporáneamente, para un crítico de la política exterior norteamericana, “derribar la tiranía en Irak fue algo más que un intento estadounidense de asegurarse la hegemonía en Oriente Medio: fue el comienzo de una nueva especie de imperialismo guiado por los principios liberales de los derechos humanos262”. Por desgracia, y como es de sobra conocido, pese a estos grandes principios, la intervención norteamericana en Irak tuvo un carácter muy negativo, generando un enorme aumento de la inseguridad y del desgobierno para la mayoría de la población.


EL DESEO DE ASOCIACIÓN CON LOS MEJORES

Dejando por el momento aparcada la importante cuestión de la formación de interesados sistemas de valores, otro aspecto clave para entender la aceptación por parte de la mayoría de la población de valores o concepciones sociales que muchas veces no les interesan, es que a les personas les gusta verse reflejadas en los miembros más importantes de su sociedad. Por el subjetivismo humano, a todos nos gusta imaginarnos como gente importante y, como pocos son los elegidos que lo pueden conseguir, los demás buscan alguna forma de identificación con ellos.
La admiración y la envidia que despiertan los millonarios o los famosos entre el resto de la sociedad son proverbiales. Incluso los miembros de la clase de la burguesía, que es en la que surgió y se desarrolló la mentalidad actual igualitaria, pretendieron durante la mayor parte de la Edad Moderna y gran parte de la Contemporánea imitar a la nobleza en su estilo de vida. Como se afirma en la página de Antehistoria dedicada a la burguesía: hasta en la sociedad inglesa -donde, pese a todo, la sociedad era más fluida y las oportunidades de la burguesía mayores que en el Continente- era el modo de vida noble, el modelo que todos, comerciantes, industriales o coloniales afortunados trataban de imitar, aportando incluso detalles extravagantes263.
Hoy día, aunque el espíritu igualitario está mucho más asentado entre el conjunto de la población y la democracia se ha convertido en el modo de gobierno por excelencia, el deseo de asociación con los miembros más sobresalientes de la sociedad sigue siendo uno de los anhelos más fuertes del común de los mortales. La única diferencia estriba en que, por el mayor espíritu reivindicativo de la gente corriente, las personas importantes suelen cuidar mucho su imagen, y no se comportan ya de modo tan despreciativo como, a menudo, en el pasado lo hacían los ricos con los pobres264. En un libro que relata bien la miseria, tanto real como moral, de la España anterior al desarrollismo de los años sesenta del siglo pasado, se aprecia bien en qué consistían este tipo de actitudes despóticas:

y así un día y otro, hasta que una tarde, al cabo de semana y media de salir al campo, según descendía Paco, el Bajo, de una gigantesca encina, le falló la pierna dormida y cayó, despatarrado, como un fardo, dos metros delante del señorito Iván, y el señorito Iván, alarmado, pegó un respingo.
¿será maricón, a poco me aplastas?
pero Paco se retorcía en el suelo, y el señorito Iván se aproximó a él y le sujetó la cabeza,
¿te lastimaste, Paco?
Pero Paco, el Bajo, ni podía responder, que el golpe en el pecho le dejó como sin resuello, y tan sólo, se señalaba la pierna derecha con insistencia (…)
y el señorito Iván,
¿qué no te tiene? ¡anda! no me seas aprensivo, Paco, si la dejas enfriar va a ser peor,
Mas Paco, el Bajo, intentó dar un paso y cayó,
no puedo, señorito, está mancada, yo mismo sentí como tronzaba el hueso,
y el señorito Iván,
también es mariconada, coño, y ¿quién va a amarrarme el cimbel ahora con la junta de torcaces que hay en las Planas?265

Este tipo de actitudes, hoy día, son condenables, al menos públicamente, ya que las personas han aprendido a reaccionar ante los desprecios con una mayor viveza. Hoy día resultaría incomprensible, como ocurría muy a menudo en el pasado, que un rico golpeara o maltratara a sus criados266. Es más, tiene la obligación de hacerles un contrato en regla y respetar sus derechos laborales, al menos en teoría. Por tanto, el poderoso debe mantener una actitud de respeto aparente hacia su inferior que nada tiene que ver con el desprecio que durante la Edad Media las clases nobles sentían hacia los campesinos, los cuales conformaron la mayor parte de la población mundial hasta el siglo XIX. De este menosprecio da buena cuenta el texto siguiente:

El campesino es el productor principal del mundo cristiano, esto no se pone en duda, pero el trabajo no le pertenece y su condición tiene que ser la de servir con sus manos. Es así como piensan hasta el siglo XIII los dueños del suelo e incluso los de las ideas: para los goliardos, pese a estar enfrentados al orden social, el campesino es un ladrón, un animal; para los obispos y abades son unos descarados cuando reclaman un bien; para Rutebeuf unos apestosos que el diablo no querría tener en el infierno; en las novelas y los poemas cantados ante los nobles se les llama feos, repelentes y codiciosos y feroces267.

Pero, pese al mayor cuidado en las formas, las diferencias sociales siguen existiendo y, por ello, se conserva intacto el deseo de asociación con los famosos por parte de la gente corriente que se observa, entre otros muchos aspectos, en el modo en que muchas personas disculpan la evasión de impuestos de las personas famosas. Hace poco, quien escribe entró en un foro de Internet donde una chica había planteado la pregunta de que en qué país pagaba impuestos el piloto de Fórmula 1, Fernando Alonso. A esta muchacha le llegaron respuestas airadas de todas partes, basadas en el argumento de que Fernando Alonso era un campeón del que teníamos que sentirnos orgullosos todos los españoles y que no había que ser mezquinos con él. Al final, me quedé sin saber la verdad.
Para acabar este apartado, este deseo de asociación con los miembros más destacados de la sociedad encaja de un modo perfecto con la teoría liberal, hoy día dominante, de que para cualquier persona es relativamente factible llegar a convertirse en millonaria. Esta creencia tan arraigada hace que muchas personas corrientes piensen como si ya fueran ricos y corran, por ello, riesgos económicos que no debieran. A este respecto, la crisis histórica más importante del sistema capitalista, la de la bolsa de Nueva York en 1929, fue debido en gran medida a esta irresponsabilidad. A ella hace referencia el siguiente extracto literario:

Por tercera vez en lo que iba de mañana, Giannini suscitó la cuestión de los pequeños inversores. Preguntó a García si especulaba.
  1. No, señor.
  2. ¿Por qué?
  3. Muy sencillo. Si un fulano con mucha pasta le vienen mal dadas, puede soportarlo. Pero uno como yo se quedaría arruinado para toda la vida. Si quiero jugar, voy a las carreras.
  4. ¿Qué harías respecto a las personas modestas que están jugando en Bolsa?
García respondió en seguida.
  • Les diría que son idiotas. Pero a mí no me escucharían268.

EL CONCEPTO DE HONOR

La superior consideración que tiene la gente importante o famosa para el resto de la sociedad ha hecho que, tradicionalmente, los miembros más destacados de la sociedad hayan creado un espíritu de cuerpo, que se ha traducido en un concepto un tanto vago como es el del honor. En efecto, al sentirse como seres superiores, y los demás aceptarlos en gran medida como tal, sus relaciones se guían por unos códigos propios, en gran medida basados en valores diferenciados a los del resto de la sociedad.
Hoy día, por supuesto, han desaparecido los duelos de honor y muchas manifestaciones de este espíritu elitista, en que bajo este cultivo aparente de cualidades honorables: sinceridad, valentía, caballerosidad, cortesía269, se escondía la búsqueda de patrimonialización de la verdad. O, dicho en otras palabras, la gente importante buscaba que su palabra valiera más que la de la gente corriente, que es una de las mejores maneras de que su posición privilegiada no sea discutida.
Por haber leído repetidas veces cuando era joven el libro de El padrino de Mario Puzo, no puedo evitar, cuando escucho la palabra honor, pensar en los graves y ceremoniosos asesinos retratados en este libro que, para justificar su actuación al margen de la ley, creaban unos códigos de conducta más civilizados que los del resto de la sociedad. Un ejemplo es el siguiente extracto del libro:

Este había aprendido del mismo Don el arte de la negociación. Nunca te enojes, le había dicho miles de veces. No profieras amenaza alguna. Razona con la gente. El arte del razonamiento consistía en ignorar todos los insultos, todas las amenazas; algo así como poner la otra mejilla. Hagen había visto al Don sentado en una mesa de negociaciones durante ocho horas, tragando insultos, tratando de persuadir a un hombre testarudo para que cambiara su punto de vista sobre determinado asunto. Al final de las ocho horas, Don Corleone había levantado las manos en señal de desesperanza, y dirigiéndose a los otros hombres de la mesa, habia dicho: Es totalmente imposible razonar con este individuo, y, seguidamente, levantándose, había salido de la habitación. El individuo testarudo había palidecido de terror. Alguien corrió a convencer al Don para que regresara a la mesa de negociaciones. El acuerdo se había realizado, pero dos meses más tarde, el individuo testarudo aparecía mortalmente herido en su barbería favorita270.

Las personas que amparan sus actuaciones con los códigos de honor buscan conseguir una autoridad moral que disculpe sus malas acciones. En la actualidad, este crédito mayor de unas personas con respecto a otras es un aspecto que ha desaparecido de las sociedades, al menos en sus manifestaciones más extremas. Es difícil imaginar hoy día una situación en que la prensa no pueda desvelar las miserias de alguien importante, sólo porque está persona está por encima del bien y del mal, como ocurría en el pasado con los gobernantes y las clases superiores en general271.
Sin embargo, y como se ve en el caso de los políticos, a pesar de poder sospecharse su posible engaño a la opinión pública- y aquí me viene a la cabeza la última guerra de Irak, iniciada con un pretexto inexistente, las llamadas armas de destrucción masiva-, las cualidades externas de una persona siguen pesando mucho a la hora de creer en sus palabras. De ahí que, para los personajes públicos, sea tan importante el manejo de las formas272.
Por tanto, el concepto de honor no ha desaparecido273, sino que se ha hecho más sutil. Por la conformación actual democrática de las sociedades no está bien visto que nadie presuma de códigos diferentes al resto274, pero sigue siendo una herramienta útil para contar con una mayor credibilidad resaltar unas facetas humanas en detrimento de otras. Las facetas que se resaltan son aquellas que alejan al ser humano de su parte animal275 y, con ello, aparentemente, de su parte egoísta y antisocial. De ahí que la persona que quiera ser bien considerada por el resto, por lo general resaltará su lado espiritual y altruista.
Como en unas páginas más atrás he hecho referencia en un par de ocasiones a la guerra de Irak, las siguientes frases proceden de un discurso de quien la promovió, el presidente norteamericano George Bush: “la supervivencia de la libertad en nuestro suelo depende cada día mas del éxito de la libertad en las tierras de otros. La mejor esperanza de paz para nuestro mundo es la expansión de la libertad en todo el mundo276.” En principio, unas palabras tan hermosas poco casan con una guerra tan horrible, hecha en defensa de la libertad277, pero, como ya decía un pensador del siglo XVIII, La Rochefocauld, “muchas veces se hace el bien para poder hacer impunemente el mal”278.
A veces, este tipo de estrategias son muy eficaces. A mí me gusta recordar la figura de la princesa inglesa, Lady Di, tristemente fallecida en un accidente de coche que, a pesar de ser una persona manirrota, que gastaba a manos llenas y llevaba un tren de vida fastuoso279, logró las simpatías de su pueblo por su aparente amor hacia la gente corriente y por sus obras de caridad. En otros casos, como el ya citado de George Bush, es más difícil que el engaño sea tan completo280.

LA LÓGICA DE LOS DOBLES JUICIOS

En la última parte del apartado anterior se ha tratado un concepto, el del honor, por el que unos seres humanos pretenden que su testimonio o palabra valga más que el del resto. Ello nos introduce ante una demanda bastante corriente, que afecta a cada persona y que se acentúa en la que es poderosa: el deseo de que la fuente de verdad no sean los hechos, sino ella misma.
Esta pretensión irracional se explica porque el ser humano se siente más seguro cuando lleva la razón, ya que de este modo parece tener mejor controladas las posibles amenazas que se ciernen sobre su persona. En el fondo, es un problema que tiene su origen en la fragilidad de la condición humana, particularidad que, ya se ha dicho, da la clave para entender muchos de los comportamientos aparentemente inexplicables del ser humano, tanto de los provocados por los miedos más primarios, como de los derivados del que he catalogado de miedo psicológico a la muerte.
Esta aspiración del individuo de validar su criterio por encima de la percepción objetiva nos retrotrae al subjetivismo analizado en el primer capítulo, y hace que, sin ser consciente de ello, el ser humano aplique raseros diferentes al juzgarse a sí mismo y al juzgar a los demás. O, dicho de otra forma, a estos últimos es capaz de juzgarlos con mayor objetividad que a sí mismo. Por tanto, lo que el ser humano ve justo para los demás, por lo general no le ve de igual modo aplicado a su persona, de ahí, por ejemplo, la facilidad del ser humano para caer en un comportamiento corrupto si tiene la ocasión281.
Sobre este particular, a mí me gusta pensar, ya que estoy escribiendo este ensayo con vistas a presentarlo a algún concurso, si aceptaré con objetividad que no sea premiado cuando llegue el momento en que el jurado emita su veredicto. Es más que posible que no acepte una decisión negativa con ecuanimidad, porque los seres humanos tendemos a ver sólo las virtudes y las cualidades de las obras que hacemos y, por lo habitual, nos negamos a reconocer sus defectos. Supongo que mi reacción natural, si la obra premiada no es el ensayo que yo he escrito, será mostrarme suspicaz y pensar que el ganador ya contaba con el favor previo del jurado.
La capacidad del ser humano para alterar la verdad, debido al poder de su imaginación, ya se ha visto en el primer capítulo. En éste lo que mayormente interesa es el modo como este aspecto se radicaliza en el ser humano que ha desarrollado un fuerte egoísmo, debido a su ansiedad de huir de la muerte por la mejora en su nivel de vida. A su vez, el análisis de este punto sirve para entender el deseo humano de buscarse privilegios y conseguir una situación jerárquica favorable.
Es obvio que una persona hace un análisis diferente de su sociedad o de la situación en que se encuentra en ella según las cosas de la vida le vayan mejor o peor. No es lo mismo pasar por la misma coyuntura desde una situación de mayor poder que desde otra de más indefensión como se ve el siguiente texto literario, que trata de un médico de un psiquiátrico que primero hace recomendaciones a un paciente y, luego, cuando él está a su vez internado en el mismo sitio, no entiende sus mismas razones anteriores. En el primer fragmento se observa el razonamiento del médico antes de su internamiento:

- ¿Por qué me tiene aquí?
- Porque está enfermo.
- Sí, estoy enfermo. Pero docenas y cientos de locos se pasean en libertad porque, en su ignorancia, no saben distinguirlos de los sanos. ¿Por qué estos desgraciados y yo hemos de estar aquí por todos, como cabezas de turco? Usted, el practicante, el inspector y toda la canalla del hospital están moralmente muy por debajo de nosotros. ¿Por qué hemos de permanecer recluidos nosotros y no ustedes? ¿Dónde está la lógica?
- El sentido moral y la lógica no tienen nada que ver con esto. Todo depende de la llamada casualidad. Aquí están los que fueron recluidos y los que no están se pasean libremente, eso es todo. En el hecho de que yo sea médico y usted un enfermo mental no intervienen para nada la moral ni la lógica, es simple casualidad (…)282

En el siguiente fragmento ya se ve como el médico, tras su internamiento y en conversación con uno de los enfermeros, ya no es capaz de ver las cosas del mismo modo que en el pasado, siendo, en cambio, el enfermero el que adopta su anterior punto de vista:

Andrei Efímich se acercó a la puerta y la abrió, pero inmediatamente Nikita se puso en píe de un salto y le cerró el paso.
- ¿A dónde va? ¡No se puede salir! –dijo- ya es hora de dormir.
- Es sólo un momento; quiero dar una vuelta por el patio –explicó Andrei Efímich.
- No se puede, no está permitido. Usted mismo lo sabe.
Nikita cerró la puerta de un portazo y la sujetó apretando con la espalda.
- ¿Qué daño voy a causar a nadie si salgo? –preguntó Andrei Efímich- ¡No comprendo! ¡Nikita, debo salir! –añadió con voz trémula - ¡Necesito salir!
  • No escandalice; eso no está bien- dijo Nikita sentenciosamente (…)283

Esta doblez es una característica del ser humano no sólo por su subjetivismo, sino porque, cada aumento de su nivel de vida, contra lo que pudiera pensarse, no le de mayor seguridad en sí mismo, sino todo lo contrario, acentúa su inseguridad, de ahí que trate de incrementar su poder284. Los hombres queremos vivir y vivir mejor, de ahí que muchas veces anulemos la sensibilidad hacia los requerimientos ajenos, si ello puede suponer un cambio que nos perjudica en nuestras ambiciones. De ahí que el ser humano, al acostumbrarse a ver más justas sus pretensiones que las del prójimo, llegue a ver normal cualquier situación en que él no se vea perjudicado de forma directa.
El mayor freno a este egoísmo no es tanto la razón como el deseo de no aparecer ante los demás como un ser antisocial, de ahí que, a título individual, y volviendo al concepto citado con anterioridad de honor, por parte de la persona se cultiven aquellos aspectos más idealistas del hombre, ya que contribuyen a disimular los egoístas285. También la sociedad por lo general promueve una educación moral, como ya se ha visto con anterioridad, para impedir la ruptura social. En este sentido, normalmente la juventud, todavía no tan enseñada por la vida, es más romántica o parece contener un mayor deseo de justicia, mientras que, con el paso de los años, los gestos desinteresados se van volviendo cada vez más escasos.
De este cambio de proceder, voy a poner un nuevo ejemplo literario dividido en dos fragmentos, en los que se ve el cambio operado en el protagonista de un libro, un empresario de la Francia del siglo XIX. El primero se corresponde a sus pensamientos cuando aún era joven y el segundo a su forma de obrar cuando ya ha asumido todas las responsabilidades de dirigir la empresa familiar.

Se había acostumbrado a considerar como camaradas, o jefes, a los seres en quienes su abuelo vio siempre sólo proveedores, clientes u obreros; y por eso los clasificaba ahora según el valor o la inteligencia que demostraban, y no –como corresponde a un Quesnay- por su crédito o por su trabajo (…)286

- Es fácil decirlo, señor Quesnay; se conoce que no está usted en el interior del asunto. Cuando le corre prisa una pieza le cuelga usted el cartelito: “Urgente”… Y, en los lavaderos se meten cuatro piezas a la vez en una máquina, y no hay más remedio que quitar el cartelito …
- Pues no hay que sino volvérselo a poner enseguida.
- ¿Y si cae en manos de uno a quien le dé igual o no sepa leer? Habría que andar tras ellos todo el santo día. En la tintorería, si le pedimos un gris a un hombre que ha preparado sus cubetas en azul o verde, ¿cree usted que va a interrumpirlo todo por una sola pieza? Reconozca que estaría mal que lo hiciera.
Suspiró fatigado y nervioso.
- “En el fondo – pensó Bernardo- tiene razón”. Pero lo que dijo en voz alta fue:
- Todo eso me es por completo indiferente, señor Leclerc. Necesito las piezas. Lo demás le incumbe a usted287.

Esta contradicción entre los ideales que muchas veces se tienen cuando no se ha entrado de lleno en la lucha por la vida y el mayor pragmatismo existente cuando se asumen responsabilidades, se refleja en las reflexiones del terrateniente protagonista de un libro, Resurreción, al que ya he hecho mención varias veces en este texto:

Ahora que se había convertido en un gran propietario, tenía que elegir entre renunciar a sus dominios, como lo hiciera diez años atrás con las doscientas desiatinas de tierra de su padre, o reconocer tácitamente como falsas y erróneas sus antiguas ideas.

Le era imposible hacer lo primero porque no tenía ningún otro medio de subsistencia. No quería volver al ejército y, por otra parte, estaba acostumbrado a llevar un tren de vida a todo lujo y consideraba que no podía ser de otro modo288

Dando por finalizado ya a este capítulo, y resumiendo las principales cuestiones tratadas, si el doble rasero es característico del ser humano debido a su innato subjetivismo, la mejora en su situación económica no le lleva a una capacidad de relativizar sus miedos y ser capaz de ayudar al prójimo, sino todo lo contrario. Según más poder tenga la persona, va a tratar de usarlo para asentar su posición y crearse nuevos privilegios. Sólo el miedo a ser rechazado por la sociedad, hace que el individuo introduzca en su comportamiento algunos elementos compensatorios, con los que trata de ganar el crédito suficiente para seguir beneficiándose de su pertenencia a la sociedad. Pero, en ningún caso, sus renuncias a favor de la sociedad, supondrán que se arriesgue a una merma real de su poder, ya que su objetivo prioritario será siempre seguir aumentando éste.


CAPITULO SEXTO: LOS ASPECTOS IRRACIONALES COMO FRENO A LAS BUENAS INTENCIONES

DEMASIADOS FACTORES IRRACIONALES EN LA MORAL

A lo largo de los capítulos anteriores se han tratado varios de los principales factores que afectan al comportamiento humano, su fragilidad, su necesidad de estar integrado en el grupo, el miedo a la animalización, la aparición de la conciencia de sí y el que he denominado el miedo psicológico a la muerte.
De todos ellos, sólo se puede considerar que coadyuva a crear una sociedad más racional el correspondiente a la conciencia de sí, pero con bastantes matices, porque, aunque está detrás de una mejor definición de los derechos humanos, también provoca un aumento de los conflictos y de la desconfianza hacia el prójimo debido a la mayor conciencia de su valía por parte del individuo.
No todos los elementos irracionales anteriores son por completo negativos, y la prueba es que muchas sociedades humanas han funcionado a lo largo de la historia con bastante éxito. Pero, si se entiende por la sociedad deseada aquella que más se acerca a un trato justo a todos sus miembros, de forma que todos ellos vivan en la mejor situación posible y que a todos se les reconozcan sus méritos, sean éstos mayores o pequeños, hay que decir que el hombre todavía no ha creado una sociedad que se acerque a estas apetecidas pretensiones.
Es muy complicado que el hombre mejore la sociedad hasta el punto de que ésta se base sólo en principios de justicia porque, para ello, tendría que interiorizar una comprensión de su prójimo que es, salvo raras excepciones, imposible. Y lo es por los factores ya mencionados: la fragilidad humana, al reforzar la imaginación, conduce al subjetivismo; la necesidad de estar integrado en el grupo debilita la opinión personal, ya que el individuo seguirá el criterio de su grupo, aunque moralmente sea censurable o incluso le perjudique; el miedo a la animalización aumenta la inseguridad del individuo; la conciencia de sí incrementa la competitividad entre las personas, y, por último, el miedo psicológico a la muerte lleva a que el egoísmo humano se acentúe en extremo.
De estas trampas mentales el ser humano es consciente, de ahí que, como consolación, trate de basar las sociedades en los principios más ideales posibles porque, a falta de realizaciones concretas, se ilusiona con utopías. Como se ha visto en el capítulo anterior, éstas, aunque falsas, también son útiles para mantener la cohesión social. Al menos, marcan un nivel de referencia moral para los más poderosos289.
Estos últimos, por su parte, también tratan de disimular su egoísmo, para evitar el rechazo ajeno, cultivando valores morales, aunque éstos, más que en un contenido social, por lo general se basan en una búsqueda de refinamiento espiritual de la persona, al aprovecharse de la asociación existente entre la condición animal y la falta de sociabilidad290. Hoy día, entre los poderosos, también ha pasado a ser importante el cultivo de una imagen más respetuosa con el resto de la sociedad, porque, tras el ciclo de las revoluciones ocurrido durante la Edad Contemporánea, la posibilidad de su expulsión de la sociedad se ha vuelto real291.
Esta disociación mencionada en el párrafo anterior entre valores morales y valores sociales es una necesidad en el ser humano, porque mientras su irracionalismo le impele el egoísmo, tampoco puede arriesgarse a no tener moralidad, ya que esta falta le ocasionaría el rechazo social. De ahí que el ser humano sea una combinación de luces y sombras, donde, a veces predominan en sus comportamientos las facetas más egoístas y otras veces las más nobles. En todo caso, estas últimas generalmente tienen más un sentido de justificación personal que de reforma social.
Esta dualidad humana queda bien reflejada en el siguiente texto, extraido de uno de los libros más conocidos de la literatura universal:

Pese a mis dos caras no era, en manera alguna, un hipócrita; las dos personalidades eran auténticas en mí; no era más sincero cuando ignoraba las restricciones y me llenaba de oprobio que cuando trabajaba, a la luz del día, para ampliar mis conocimientos o para aliviar la miseria y el sufrimiento. Sucedió así, que el derrotero de mis estudios científicos, que se encaminaba directamente a los místico lo trascendental arrojo fuerte luz sobre la conciencia de perenne lucha entre mis dos personalidades. Cada día, y desde ambas facetas de mi inteligencia, la moral y la intelectual, me acercaba firmemente a esa verdad a causa de cuyo descubrimiento parcial he sido condenado a tan espantosa suerte: la de que el hombre en realidad no es uno, sino que verdaderamente son dos292.

O, de modo muy similar, extraido de un libro ya citado varias veces en estas páginas, El otoño de la Edad Media, se hace un breve análisis psicológico de un político de la última parte del Medievo:

¿Habrá que sospechar detrás del rostro del donante de la Madona del canciller Rolín un ser hipócrita? Ya hemos hablado de la enigmática coexistencia de pecados como la soberbia, la codicia y la lujuria con una seria religiosidad y una intensa fe en caracteres como Felipe de Borgoña y Luis de Orleans293.

Debido a esta dicotomía humana, es muy difícil predecir el comportamiento del ser humano, siempre sujeto a sorpresas inesperadas. En mi caso, que soy muy aficionado a leer libros sobre la historia de la mafia, uno de los aspectos que más me llama la atención de este tema, es el cambio de actitud que tuvo el famoso escritor italiano Sciascia, que, durante muchos años estuvo denunciando con valentía a esta organización criminal, y, en cambio, cuando una serie de jueces se dedicaron a perseguirla con firmeza y sin complicidades, se opuso, con toda su reconocida autoridad moral, a las actuaciones de estos esforzados jueces. Un historiador aventura la explicación siguiente a este incomprensible comportamiento de Sciascia:

En la época que redactó su ataque a los jueces antimafia, Sciascia estaba mortalmente enfermo. Durante muchos años de soledad había dedicado todas las sutilezas de su arte a comprender las pautas del pensamiento mafioso, y ahora se resentía de toda la retórica antimafia que tanto abundaba. Pero la polémica de Sciascia era algo más que el arrebato de un hombre díscolo y moribundo. Era la voz de la desconfianza que varias generaciones de sicilianos parecían sentir tanto frente a la Mafia como frente al Estado italiano294.

Sea cual sea la explicación más acertada sobre el proceder de Sciascia, su caso expone bien la variabilidad característica del ser humano. La moral, tal como está planteada, no entra en contradicción con la falta de sensibilidad hacia los problemas ajenos. La moral viene a ser como una política personal de cada individuo en que trata de demostrar que es más espiritual que su vecino, o sea, que es menos animal que él. Pero, alcanzado este objetivo, se esconden enormes vacíos éticos.
De ahí que personas tan piadosas como San Bernardo de Claraval puedan predicar, con la mejor buena fe, una cruzada295, o, algunos de los líderes de los países del Tercer Mundo en la lucha por la liberación de sus pueblos hayan acabado siendo personajes en extremo corruptos, véanse los casos de Sekú Turé de Guinea o Houphouët Boigny en Costa de Marfil296. El caso de estos últimos es especialmente sangrante, pues, tras denunciar la explotación de las potencias coloniales, han creado en sus países sistemas de gobierno muy injustos, convirtiéndose en auténticos ladrones de sus conciudadanos.
Estos líderes corruptos citados, con toda seguridad habían profundizado en el estudio de nociones como justicia y libertad en el momento previo a ocupar el poder297, cuando aún estaban inmersos en la lucha anticolonial, pero, ello no quita que con posterioridad se hayan convertido en seres asociales. Ello es una muestra de que la educación moral298 es incapaz de cambiar el lado irracional humano, más bien puede fortalecer algunas de sus manifestaciones. En efecto, por lo general, el deseo de perfeccionamiento espiritual de los hombres suele ocultar una intención de sentirse superior a otras personas, y de ahí a creerse con más derechos que ellas no hay más que un paso que, en la mayoría de las ocasiones, se traspasa.
Como ejemplo de la última afirmación del párrafo anterior, sirve el siguiente pasaje literario en que se refleja el orgullo de una mujer culta, virtuosa y casta, cuando un peticionario le pide que interceda por una prostituta:

Asaltado por una nueva y terrible duda, Filamón se dispuso a esperar su regreso. "¿Rebajarse hasta ese extremo? ¿Poner en peligro su pureza?". ¿Y si esa actitud fuera el corolario de la filosofía de Hipatia? ¿Y si el egoísmo, el orgullo y el fariseísmo fueran los únicos frutos de su forma de ver las cosas? ¿Acaso los resultados no saltaban a la vista? ¿Cuándo había observado un gesto, oído de su boca una palabra de compasión a favor de los afligidos, de los pecadores? ... Perdido en tales consideraciones andaba cuando regresó Teón con una carta en las manos.
De Hipatia a su distinguido discípulo.
(...) No soy tan inhumana para reprocharte semejante ruego, igual que nada tengo que decir de ella por ser lo que es. Debe seguir su propia naturaleza. ¿Quién podría echarle en cara que el destino haya dado en dotar a tan hermoso animal de un espíritu tan grosero y terrenal? ¿Por qué habría nadie de compadecerse de ella? Polvo es y, y al polvo volverá299.

Ya que el capítulo tercero lo había empezado aludiendo a una matanza de judíos polacos, me sirve para recordar que una de las mejores muestras de que la educación superior no va encadenada a la moral es la de Hans Frank. Este personaje, que fue gobernador de Polonia en época de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, era un hombre muy culto que, sin embargo, en el ejercicio de su poder se mostró despiadado. Estas son algunas de sus reflexiones en esa época:

En cuanto a los judíos, debo decir francamente que de un modo u de otro hay que acabar con ellos (…) De todos modos, habrá emigración de los judíos, ¿qué sucederá con los judíos? Señores, debo pedirles que resistan a la compasión. Debemos destruir a los judíos donde los encontremos… Hay en el Gobierno General cerca de tres millones y medio de judíos… No podemos fusilar a tres millones y medio de judíos ni podemos envenenarlos. Pero debemos hacer por erradicarlos de algún modo (…)300

La cultura o la superioridad espiritual no son, ni mucho menos, sinónimos de mayor moralidad, por lo menos entendida como preocupación por la suerte del ser ajeno301. A veces, existen contrastes realmente interesantes entre las obras de algunos artistas que emanan belleza y su vida personal turbulenta y pendenciera. Un caso que me llama la atención, más ahora que hace poco tiempo que he vuelto de un viaje por Granada, es el de Alonso Cano, una persona tan delicada en sus trabajos como monstruosa en su vida privada.
Si se acuden a ejemplos de la prensa actual se puede seguir apreciando esta dicotomía característica del ser humano. Hace pocas fechas ha dimitido un senador norteamericano, que se destacaba en la política estadounidense por perseguir a homosexuales, al confesar que él también era homosexual. O, un episodio del mismo tenor, recientemente, en un control de alcoholemia la policía ha cazado a un político español, vocal de la comisión de antialcoholemia del Congreso de los Diputados.
Las actitudes morales, los aparentes perfeccionamientos espirituales de una persona, no conllevan, ni mucho menos, que sea posible tener una mayor fiabilidad o confianza en el individuo que las cultiva. Tampoco, cuando se desvelan casos como los reflejados en el párrafo anterior, hay que pensar de modo automático en términos de hipocresía. Guste o no, en el ser humano existe una incapacidad para ser completamente bueno. Por un lado, quiere evitar que se le considere un animal, de ahí que quiera ser un ser moral y, por otro, su egoísmo le impele a buscar reforzar su parcela de poder, de ahí que tantas veces entren en contradicción sus ideales y sus actuaciones.
Todo lo anterior no es óbice para que el ser humano siga confiando en la moral, entendida como conjunto de ideas que impiden la disolución de la sociedad. Sin embargo, a la mayoría de los hombres tampoco les interesa una concepción moral basada en una justicia extrema, porque, en el fondo, lo que persiguen las personas, es una idea de la sociedad subordinada al interés propio. Ya sea a través de un golpe de fortuna o resultado del esfuerzo puesto en un empeño determinado, todo ser humano aspira, sin la menor duda, a convertirse en un privilegiado.


CONFUSIÓN ENTRE DERECHOS Y PRIVILEGIOS

Tanto el último apartado del capítulo anterior, como el primer apartado de este capítulo, son diferentes formas de abordar un problema crucial, la imposibilidad de que el ser humano quiera, en realidad, recibir el mismo trato que su vecino. Sólo reclamará con visos de sinceridad una mayor justicia cuando se encuentre en una situación de opresión o maltrato, pero, si la ventaja está de su lado, no entenderá la reivindicación ajena, por objetiva que sea ésta.
En consecuencia, si hay una razón poderosa que dificultad la construcción de una sociedad justa para todos los seres humanos, es la interpretación interesada que éstos hacen de sus derechos. La visión que las personas tienen de sus derechos es egoísta y nada generosa, ya que, si viven mal, les sirven para reivindicar una mejora en sus condiciones de vida, y si viven bien, les sirven para que nadie intente frenar su afán de lucro.
Una muestra de lo expresado en el párrafo anterior es la facilidad que tiene una persona para trazar un análisis diferente de la sociedad que la rodea según las cosas de la vida le vayan mejor o peor. Si su situación vital es buena, la persona tenderá a deslegitimar cualquier muestra ajena de descontento en torno a la realidad social que opera a su alrededor. Sin embargo, si pasa por una coyuntura vital negativa, tratará de exagerar sus problemas para poder llegar a la sensibilidad ajena.
La explicación de este comportamiento es sencilla. Mientras la persona padezca de escasez o sufra penurias, sus reclamaciones pasarán porque la sociedad sea más justa con todos sus miembros. E, incluso puede llegar a creerse en estos momentos alguien en posesión de la verdad, y mejor persona que aquellos que sólo piensan en acumular poder y riquezas. Pero, en cuanto consigue asegurar su prosperidad, su única ambición pasa a ser, a su vez, la de poseer más bienes y la de ganar más dinero.
En este sentido, no hay un tránsito definido en la mente humana de una reclamación racional de mayor justicia a un deseo irracional de poseer más y más bienes. Mientras el hombre tiene miedo a sufrir necesidad, sólo piensa en la protección que le puede dar el grupo; en cuanto está amparado por éste, entonces pasa a desear un reconocimiento de sus derechos y una mejora material de su existencia; y, en cuanto asegura esto último, su objetivo es acumular poder para así sentirse invulnerable y olvidar su futura y segura muerte. Y, por último, este anhelo de poder llega a ser tan acuciante, por la necesidad generada de sentirse un ser superior, que ve lícito muchas veces recurrir a la fuerza para mantenerlo.
En el capítulo cuarto, había hecho mención de una película, Invictus, dedicada a un episodio de la vida de Nelson Mandela, inmediatamente posterior a su liberación de la cárcel y su proclamación como presidente de su país tras el fin del predominio blanco en Sudáfrica. Aparte del contenido de esta película, que no es demasiado relevante, en ella se reflejaban las ansias de justicia de la población negra tras muchos años de marginación y opresión por parte de la población blanca. Cualquiera que haya leído sobre lo atroz que fue el sistema racista del apartheid302 comprenderá el deseo de la población negra de resarcirse de las ofensas y daños sufridos.
Sin embargo, a lo largo de toda la película aparece un Mandela conciliador con la población blanca y cuyo único objetivo es la reconciliación. Sin duda, resulta más fácil esta última si previamente se está del lado de quien se ha aprovechado de una situación injusta que, si es al revés, y se ha tenido que sufrir muchos años en silencio a causa del miedo. El propio Mandela había pasado muchos años en la cárcel, tras una detención y un juicio arbitrarios. ¿Por qué este énfasis de Mandela en anular sus propios sentimientos de desagravio y los de los suyos?
Hay varias razones de peso. En primer lugar, que cualquier tentativa de eliminar el poder económico de los blancos por la fuerza llevaría de forma inevitable a una guerra civil en el país y al consiguiente desastre económico de éste. Pero, también, cualquier rápida medida legislativa que abogara por un mejor reparto de la riqueza se encontraría con la oposición de los blancos por muy justo que fuera su planteamiento. Tanto las clases medias blancas como las clases ricas se negarían a cualquier concesión, a las primeras porque les entraría el miedo a ser menos y a las segundas porque necesitan tener trato de favor para sentirse seguras.
Ambas reacciones conducirían a una resistencia violenta a las medidas redistributivas, de ahí que Mandela no haya tenido más remedio que acudir a una política reformista muy gradual, con la que no despierte temores irracionales de los poseedores de dinero303, ya que un análisis pragmático de la realidad dice que este último es necesario para el desarrollo de un país y hay que contar con la colaboración de quienes disponen de él.
No hay duda de que esta postura de Mandela tuvo que ser frustrante para las personas de raza negra que siempre habían vivido en la miseria y que, con el cambio de régimen, esperaban una mejora de su situación económica. Todavía hoy día, casi veinte años después, existen unas bolsas de pobreza enormes en el seno de la sociedad sudafricana, pero, al menos, ésta no se ha desintegrado en el caos como les ha pasado a otros países africanos. Pero esta última razón es poco consuelo para el sudafricano que no ha pasado de pobre en todos estos años.
Para Mandela, que parece una persona buena y ejemplar, con toda la seguridad tuvo que ocasionarle un dolor profundo adoptar la postura conciliadora que se vio obligado a seguir en sus años de ejercicio del poder. Fue elegido por millones de personas que esperaban de él que mejorara su suerte y no pudo hacerlo porque las reformas o cambios profundos de la sociedad hubieran provocado una reacción violenta de otras personas. Como dice Torrente Ballester en uno de sus libros, “la estrategia contra el statu quo no puede ser de violencia porque la provoca; pero la otra, la del asedio lento, tropieza con la impaciencia, con la urgencia304
No sé hasta qué punto el caso de Mandela es equiparable al del presidente brasileño Lula da Silva. Este último, procedente de la clase obrera, llegó al poder hace unos años en Brasil, posiblemente el país del mundo donde la riqueza esté distribuida de modo más injusto, y también ha optado por una política reformista. Saco a escena a este presidente brasileño porque tengo frescas las imágenes de un documental que emitió la televisión sobre el colectivo llamado los Sin Tierra, en que se recogía la profunda y lacerante miseria que existe en el campo en este país sudamericano.
En este documental, aparte de la pobreza del campo brasileño, en que muchos de sus moradores vivían como esclavos, se reflejaba también la postura rígida e inflexible de los hacendados brasileños, que no sólo no se preocupaban de mejorar las condiciones de vida de los campesinos, sino que recurrían a la violencia para atajar sus reclamaciones de mayor justicia. Entre otras cosas, el documental era un muestrario de los numerosos asesinatos que se ejecutaron por parte de sicarios desde que empezó el movimiento de protesta de los Sin Tierra. Como aparece en un libro ya citado, que pone las siguientes palabras en la boca de un poderoso “siempre es posible pagar a la mitad de los pobres para que maten a la otra mitad”.305
A este respecto de la violencia desatada por los terratenientes brasileños contra los campesinos, habitualmente se tiende a considerar como algo normal el odio de los más pobres hacia los ricos por lo injusto de su situación. Pero, en estos planteamientos de la cuestión social no se valora el hecho contrario, que los más ricos también pueden llegar a estar llenos de odio hacia los más pobres si ven amenazada su posición. Manuel Azaña ya advertía este fenómeno:

Los impulsos ciegos que han desencadenado sobre España tantos horrores –escribió- han sido el odio y el miedo. Odio destilado, lentamente, durante años en el corazón de los desposeídos. Odio de los soberbios, poco dispuestos a soportar la insolencia de los humildes306.

En un análisis de una situación de esta clase es fácil caer en un maniqueísmo, en el que, por volver al asunto anterior, los hacendados son los malos y los campesinos los buenos307. Indudablemente, los primeros se comportan de forma inhumana y cruel con los segundos, pero esta cerrazón no deja de ser una respuesta a sus propios miedos. Seguramente muchos de ellos son personas buenas, pero el miedo a descender de su status hace que no tengan ninguna flexibilidad mental, y sean incapaces de ceder parte de sus riquezas en beneficio ajeno308. Al igual que, por ejemplo, me pasa a mí a otro nivel más modesto, cuando alguien necesitado me pide limosna, por lo general no se la doy, y aunque me queda la sensación de poder hacer más por él, soy incapaz de rectificar mi decisión. Y, si esa persona que me pide limosna insistiera en ello con malos modos, sólo conseguiría provocar mi irritación309.
Todas estas digresiones sirven al fin de mostrar como el lado irracional humano, su tendencia al egoísmo, dificultan la construcción de una sociedad más justa, incluso cuando llegan al poder gobernantes que despiertan una esperanza razonable en las personas necesitadas. Sin embargo, estos gobernantes, si no caen en la mera demagogia, están atados de píes y manos para adoptar muchas de las medidas que desearían, porque chocarían con la postura de las clases altas de la sociedad, que asumen como derechos sus privilegios y, por tanto, no están dispuestos a renunciar en ningún momento a ellos310.
De forma muy parecida, en plena crisis económica, uno de los hechos que más indigna a los ciudadanos de a píe de mi país, España, es el modo en que el gobierno dio unas ayudas muy cuantiosas a los bancos sin ponerles ningún tipo de condición. Pero, es tal miedo de los gobernantes a ofender a los poderosos así como su necesidad del dinero de éstos311, que “aunque pueda ser meritorio prohibir que ineptos ejecutivos que conducen sus empresas a la quiebra reciban un apretón de manos en su despedida, observaremos que no se efectúa de manera sistemática un control individual sobre las firmas individuales o bancos”.312
De este mismo gobierno español, aunque podría ser extrapolable a muchos otros gobiernos del mundo, otra actuación ante la crisis que también demuestra su debilidad ante los poderosos es el miedo a introducir impuestos a las rentas altas313. Por el contrario, en una de sus últimas medidas ha decidido una rebaja salarial a los funcionarios que afecta directamente a quien escribe y que, de forma innegable, también demuestra otro de los asertos de estas páginas que, aunque España sea una democracia y, por tanto, un estado que se funda en el respeto a los derechos del individuo, estos últimos pueden ser disminuidos para los más débiles si está en juego la supervivencia del grupo.
Incidiendo en el punto anterior, también es revelador para entender las mentalidades humanas modernas el éxito que entre el resto de los trabajadores ha tenido la medida de bajar el sueldo a los funcionarios, también trabajadores por otra parte. Por un lado, a las personas de clase media les cuesta no imaginarse que puedan llegar a ser poderosas o ricas, de ahí que no quieran tocar los privilegios de las clases altas, por otro lado, no quieren ser menos que sus semejantes, de ahí que no les guste que otras personas de su misma condición social tengan mayor seguridad en sus condiciones de vida.


LA INSEGURIDAD HUMANA

La recién citada rigidez mental de las clases altas de la sociedad, su dificultad para repartir parte de su riqueza pese a que, objetivamente, no supondría ninguna merma grande en su nivel de vida, sirve para asomarse a una cuestión clave que, en la práctica, hace inviable la edificación de sociedades humanas más justas. Esta cuestión es la inseguridad que va unida a la condición humana.
Ya en diferentes momentos de las páginas anteriores se han dado varias razones que explican esta inseguridad tan típica de cada individuo de la especie humana: su fragilidad física, su desconocimiento de las intenciones reales ajenas, su miedo a ser animalizado o el que he llamado miedo psicológico a la muerte. Todas estas reacciones coadyuvan a que el ser humano tenga una serie de comportamientos irracionales característicos, por ejemplo, su dependencia de la opinión mayoritaria de su grupo, debido a ser incapaz de discrepar de éste por temor a quedar aislado.
Pero existe otro comportamiento fundamental propio de la especie humano derivado de su inseguridad. En el capítulo anterior ya he hecho mención a una conducta muy típica del ser humano, que es la de preferir, a la hora de emitir un juicio, guiarse por los prejuicios ya hechos que por su capacidad de observación.
El lado irracional es mucho más determinante y tiene mayor influencia en la conducta humana que el lado racional. Para cualquier persona es una necesidad tener en su cabeza las claves para comprender la realidad circundante, aunque tales claves estén faltas de cualquier justificación seria o sean imposibles de probar o demostrar. El ser humano requiere conocer sistemas de explicación de la realidad para sentirse más seguro; si éstos pueden tener una base científica mejor, de otro modo, es válido cualquier modelo que sea lo suficientemente completo para dar respuesta a las preguntas más acuciantes del ser humano sobre la vida y la muerte y que, a ser posible, pinte una sociedad sin conflictos internos.
En torno a esta cuestión, es curioso como, a día de hoy, y después de varios siglos de extraordinario cambio social debido al desarrollo científico, aún son pocas las personas capaces de renunciar a Dios314, por mucho que la existencia de éste sea indemostrable315, y muchas menos, las que son capaces de renunciar a una concepción armoniosa y ordenada de su sociedad, aunque todas las ideologías que, a lo largo de la historia, ha ideado el ser humano han demostrado la falsedad de sus principios en el momento de su aplicación. Ni el cristianismo, ni el comunismo, ni el liberalismo o el confucianismo, por poner varios ejemplos, han conseguido crear un mundo más justo.
De la importancia que tienen los prejuicios para determinar la conducta humana me parece muy acertado el siguiente ejemplo. En la actualidad existe una obsesión por la limpieza316, asociada a la higiene y a la salud; en cambio, durante la Edad Moderna, la creencia era diametralmente opuesta y los europeos pensaban que bañarse era malo para la salud, así que vivían inmersos en la más absoluta de las inmundicias, llenos de piojos y mugre. Como explica un libro dedicado a esta cuestión, que reproduce una recomendación médica del siglo XVI:

Conviene prohibir los baños, porque, al salir de ellos, la carne y el cuerpo son más blandos y los poros están más abiertos, por lo que el vapor apestado puede entrar rápidamente hacia el interior del cuerpo y provocar una muerte súbita, lo que ha ocurrido en diferentes ocasiones317.

Se pueden citar otros muchos ejemplos de conductas humanas por completo irracionales318, lo que no quiere decir que los hombres que las practican sean menos inteligentes, sino que necesitan de determinadas creencias o supersticiones para obrar con mayor seguridad en la vida319. Entre algunas de las más curiosas está la costumbre que tenían los marineros ingleses en el siglo XVIII de ponerse pendientes porque pensaban que, gracias a ello, se les mejoraba la vista320 o la fe que tenían los soldados del ejército ruso durante la Segunda Guerra Mundial en que, si sus novias les permanecían fieles, ellos no sufrirían daños en la guerra321. O, del mismo tenor, la creencia en el siglo XVI de que la zarzaparrilla era eficaz contra la sífilis322 y la superstición medieval de que no se envejece en el tiempo en que se tarda en oír misa323.
Continuando con esta relación de despropósitos, también es mencionable la barbaridad que cometió en el siglo XIX una tribu sudafricana, los xhosas, de matar todo su ganado por recomendación de sus profetas, que les habían dicho que, de este modo, ganarían la guerra que tenían contra los europeos324. Este último caso sirve para introducir una de las creencias ilógicas más conocidas, el carácter sagrado de las vacas en la India325, un país históricamente sometido a frecuentes hambrunas, como la descrita en el capítulo primero, que renuncia a una reserva de carne tan importante como es el ganado vacuno.
Si la inclinación del ser humano a dejarse llevar por comportamientos irracionales es ya de por sí algo inevitable, esta circunstancia se ve reforzada por un factor conductual imprescindible, producto de la combinación de dos fuerzas opuestas que actúan sobre toda persona. Por un lado, todo individuo está descontento de la fragilidad de su condición, o sea, cada persona se siente en algún momento infeliz al estar sujeta a la tensión existente entre la visión idealizada de sí misma y la más cruda realidad de su completa indefensión. Por otro, la forma más inmediata de eludir esta zozobra vital es evadirse mentalmente de ella, a través de estímulos sensoriales tan intensos o placenteros que hagan al individuo olvidarse o burlarse de sus miedos. Sin embargo, este recurrir a la magia de las sensaciones es penalizado por la moral, ya que acerca al ser humano a su lado animal, cuando, interiormente, el hombre persigue lo contrario, alejarse de su condición animal.
De ahí que, por un lado, la ingesta de drogas o muchas de las prácticas sexuales estén sancionadas moral, e incluso legalmente326, mientras que, por otro, son los elementos de la vida que mayor fascinación ejercen sobre el individuo. Pero, incluso, aunque se contenga dentro de los límites de la moral, la mayoría de los individuos están a la búsqueda de encontrar sensaciones catárticas, que les hagan olvidar sus angustias diarias327. Para un autor que estudia los efectos de las drogas, “volar, esquiar, hacer paracaidismo y escalar son, a causa de sus sensaciones internas y de sus peligros externos, actividades en cierto modo análogas a las experiencias con LSD328.
Esta doble pulsión humana, que, por una parte, impele al ser humano a reforzar su parte espiritual, y, por otra, busca estimular la máximo las sensaciones físicas de su cuerpo, lleva a los individuos a grandes contradicciones internas, de las que es un buen exponente la confusión entre sexo y misticismo que se dio en la España del Siglo de Oro, donde los místicos trataban de llegar a Dios a través de un lenguaje de connotaciones eróticas329. Incluso, para determinados colectivos humanos, como los seguidores del tantrismo, de los misterios dionisiacos de la antigüedad o la secta rusa de los khlystos, a la que pertenecía Rasputín, el acto sexual conducía a Dios. Un autor analiza las creencias de los khlystos del modo siguiente:

Pero hay que tener en cuenta que el dios de los filósofos es pocas veces dios de amor, como el de los creyentes. No corre el riesgo de suscitar ese ardor pasional que, a pesar de la pureza de su objeto, se ve precisado a utilizar el lenguaje e incluso las emociones del amor profano. No conoce el peligro erótico que bordea, en sus principios, el intenso amor de Dios.
Es fácil imaginar todas las locuras que los materialistas y los psiquiatras se han apresurado a deducir de esta comparación que se impone. Su común esfuerzo tiende a presentar como un idéntico sentimiento sexual todas las variedades del amor, incluso las que conducen a las austeridades del claustro. La verdad es que un estudio científico de nuestra vida emocional demuestra, por el contrario, que para expresar nuestros sentimientos más diversos sólo disponemos de una reducida cantidad de reacciones orgánicas330.

Esta profunda divergencia entre el deseo de no ser animalizado y el deseo de disfrutar de las sensaciones más plenas, no puede por menos de aumentar la confusión interior de la persona y, con ello, la inseguridad humana, potenciando sus inconvenientes. El principal de estos últimos es que la inseguridad humana facilita que sean sobre todo criterios irracionales los que guíen las conductas humanas, lo que refuerza los comportamientos egoístas, debido a que el ser humano se contenta con explicarse la realidad que le rodea, antes que responsabilizarse de su mejora.
Por último, y para cerrar este apartado, otra consecuencia de la inseguridad humana, que ya se había anticipado en el capítulo anterior, son los procesos de asociación con los miembros más importantes de su sociedad. El divismo de algunos grupos musicales o de algunos futbolistas, que, cuando acuden a algún lugar, se producen verdaderas peleas entre sus seguidores por acercarse o, incluso, por tocarles, demuestra la necesidad humana de proyectarse en otro ser superior.
En mi caso, que soy un apasionado seguidor del ciclismo, como ya he dicho en el primer capítulo, cuando veo una etapa de montaña, me espanta el modo en que tienen los aficionados de tocar a los ciclistas en el momento en que éstos realizan el máximo esfuerzo, corriendo el riesgo claro de tirarlos. Pese a todas las recomendaciones en sentido contrario, sin embargo, los aficionados persisten en este comportamiento, al superponerse el deseo irracional de comunión con sus ídolos a las más elementales normas de educación.
Esta continuada falta de aceptación de sí mismo por parte del hombre ayuda a fortalecer una característica humana ya vista, la recurrente disolución de su individualidad en el grupo, ya que éste último por lo general dispone de personas famosas o destacadas con las que asociarse. A su vez, dentro de esta función proyectiva, el individuo se puede identificar con los líderes políticos de su grupo, de ahí a veces el enorme ascendiente o carisma de éstos, ya que muchas personas se sienten totalmente identificadas con ellos. De ahí que, incluso en los tiempos actuales, donde la mayor información contribuye a poner límites a los excesos de los gobernantes, éstos tengan la adhesión incondicional de muchos de sus gobernados.
Esta ciega devoción tiene su razón de ser. Al proyectarse en los líderes políticos de su sociedad, el individuo espera recibir de ellos la fuerza y la esperanza que le hagan sentirse más protegido. En cierta forma, si el líder da una imagen de fortaleza, el individuo se sentirá fuerte también. Por tanto, cuanta más sensación de poder proyecte el líder, mayor seguridad tendrá el individuo, que se sentirá partícipe de ese poderío mostrado331. En la actualidad, el caso más claro es la función de liderazgo que ejerce el presidente de los Estados Unidos entre sus ciudadanos.
Con respecto a esta cuestión, hay que recordar que el enorme peso que tenía la religión en las sociedades antiguas provenía de servir para reforzar la autoridad de los gobernantes, al crearse vínculos directos entre éstos y divinidades todopoderosas332. El culto a la personalidad, tan característico de algunos estados dictatoriales donde el gobernante adquiere condición divina de hecho, también va en esta línea, como se ve en siguiente ejemplo de la Rusia soviética:

El culto al Jefe llega hasta su divinización (...). Pravda, del 28 de agosto del mismo año, publica la traducción de un poema uzbeco que atribuye al Jefe la creación del mundo:
¡Oh, gran Stalin! ¡Oh, Jefe de los pueblos!
Tú que hiciste nacer al hombre,
Tú que fecundas la tiera,
Tú que rejuveneces los siglos,
Tú que haces florecer la primavera,
(...)
Tú, esplendor de mi primavera, oh, tú,
Sol reflejado por millones de corazones...333

El Salmo 90 de la Biblia expresa en un lenguaje alegórico todas las inquietudes que perturban al ser humano y su necesidad de confiar en un ser superior, sea humano o, como ocurre en el caso de este salmo, divino:

No temerás terrores por la noche, ni flecha voladora por el día,
ni en la tiniebla peste invasora, ni azote que devasta a mediodía,
Caigan mil a tu lado, y diez mil a tu diestra; a ti no ha de alcanzarte (...)
Pues Yahveh constituye tu refugio, has hecho del Altísimo tu asilo.
A ti no ha de alcanzarte la desgracia, ni a tu tienda acercarse plaga alguna (...)
Andarás sobre el áspid y la víbora, hollarás al león y al dragón.
“Pues a mí se adhirió, he de librarle; le ampararé, pues veneró mi nombre.
Me invocará y le responderé; en la desgracia yo estaré a su lado;
le rescataré y le daré honra.
Le saciaré de dilatados días y le haré contemplar mi salvación334

Esta serie de referencias al poder otorgado por el conjunto de la población a los líderes políticos de una sociedad, conduce de nuevo a una situación, ya examinada en la parte final del capítulo anterior, relativa a la manera en que los vínculos sociales, por encima de las declaraciones morales, se rigen por relaciones de poder335. La inseguridad humana conduce a, por un lado, desear que su sociedad sea la más fuerte, dando carta blanca a sus dirigentes, y, por otro, como se va a ver a continuación, a desear construir su propia parcela individual de poder.


LA IDEA DE PODER

La proyección mental de muchas personas corrientes en el líder de su sociedad refleja aquello que, en el fondo, desearíamos la mayoría de los seres humanos. Nuestra mayor aspiración sería tener a nuestro cargo un montón de servidores incondicionales que nos siguieran y ayudaran en la realización de nuestros propios anhelos o necesidades. Un poco a la manera de los reyes o soberanos antiguos, cuyos deseos eran órdenes336.
Esta ilusión no es posible a no ser en unos pocos casos de individuos muy afortunados o poderosos. Ello no quita, que, inclinadas al egoísmo, las personas tratemos de influir en los demás para que hagan lo que deseamos. Todos nuestros temores se alían para que intentemos superarlos a través de tener poder sobre nuestro prójimo.
Hay diferentes formas de forzar la voluntad ajena, las tres más importantes son: tener algún tipo de autoridad legal, emplear la fuerza física o usar de condicionamientos morales. Todas ellas pueden ir juntas o por separado. El primer caso es propio de los gobiernos, ya que las personas que dirigen la sociedad suelen reservarse el derecho a la intimidación física337 así como marcar las pautas morales, amén por supuesto de detentar la autoridad. En este caso, las relaciones entre gobernantes y gobernados se suelen basar en un principio de gratitud338, ya que los primeros concentran tanto poder que a los segundos no les queda más que estar agradecidos de que no se les trate mal, a sabiendas de la existencia de una moral basada en el concepto ya visto de honor, la cual permite que una actuación despótica pueda ser ocultado con una declaración amable.
Para entender las diferencias que existen entre una relación de gratitud entre gobernados y gobernantes, frente a un compromiso real de los segundos hacia los primeros, un documento apropiado son las siguientes palabras, entresacadas de una autobiografía ficticia de Nerón:

Otro combate se desarrolló este año, entre el Senado y yo, a propósito de los impuestos. En esta ocasión quise ir demasiado rápido, sometiendo a consideración del Senado un proyecto que aspiraba a suprimir inmediatamente todos los impuestos indirectos. El pueblo, agobiado por la rapiña de los recaudadores de impuestos, bien que se merecía un regalo así. Todo el Senado montó en cólera, y me hicieron retroceder (...) Juntos, pues, fueron vencidos el emperador y los más pobres. Como compensación, hice que distrubuyeran entre el pueblo cuatrocientos sestercios por persona. Y yo recibí las alabanzas del Senado por mi generosidad339.

Aunque la soberanía popular propia de los regímenes políticos contemporáneos tendría que haber invertido las relaciones de gratitud tradicionales, ya que los gobernantes deberían estar agradecidos de ser elegidos por los ciudadanos, en la práctica no es así. Del modo en que funciona el sentido de gratitud en democracia, nada mejor que acudir de nuevo a una descripción literaria:

El pueblo elige, pero la maquinaria del partido domina, y las maquinarias del partido, para ser eficaces, necesitan mucho dinero. Alguien se lo tiene que dar, y ese alguien, ya sea individuo, grupo financiero, sindicato o cualquier otra cosa, espera cierta consideración a cambio340.

De ahí que, para no depender sólo de la gratitud ajena, las personas, al menos desde que cobran conciencia de sí, traten de estar en el lado de los poderosos, de ahí los mecanismos de rivalidad ya comentados en el capítulo cuarto, en que los individuos o las empresas compiten entre sí por sobresalir341. Saben que de otro modo, cuando ocurra, como es el caso actual con la crisis económica, un problema social a gran escala, ellos serán los encargados de sacrificarse por su grupo.
Sobre estas diferencias de trato que da la sociedad al individuo dependiendo de su status previo, uno de los ejemplos más espantosos fue el modo en cómo durante la Primera Guerra Mundial, mientras cientos de miles de soldados británicos morían o quedaban mutilados en los campos de batalla, los explosivos que usaban su enemigo, Alemania, eran fabricados con un producto, glicerina, que los alemanes compraban a los industriales británicos, que así se enriquecían342.
Este deseo tan fuerte de prosperar hace que las personas tratemos de aprovecharnos de nuestro prójimo, con el objeto citado de sentirnos menos vulnerables. Para ello, la forma de manipulación más usual es tratar de tener algún tipo de control sobre sus pensamientos, aprovechándose de los miedos compartidos por todos los seres humanos. Sólo así se entiende esa preocupación que siempre ha tenido la iglesia cristiana por salvar las almas, mecanismo de poder que llega a ser tan enrevesado que, a veces, justifica el asesinato de un individuo si, con ello, se puede hacer algo por su alma. Así se entienden las dudas que le asaltan al cura protagonista del fragmento literario siguiente, procedente de un libro ambientado en el contexto de la represión de los vencidos en la Guerra Civil española343:

Quizá de aquella respuesta dependiera la vida de Paco. Lo quería mucho, pero sus afectos no eran por el hombre, sino por Dios. Era el suyo un cariño por encima de la muerte y la vida. Y no podía mentir.
- ¿Sabe usted dónde se esconde? – le preguntaban a un tiempo los cuatro.
Mosén Millán contestó bajando la cabeza. Era una afirmación. Podía ser una afirmación. Cuando se dio cuenta era tarde. Entonces pidió que le prometieran que no lo matarían. Podrían juzgarlo, y si era culpable de algo, encarcelarlo, pero no cometer un crimen más. El centurión de la expresión bondadosa prometió. Entonces Mosen Millán reveló el escondite de Paco344.

Otras veces, el intento de sometimiento ajeno se efectúa a través del proceso de denigrar o animalizar al ser ajeno. Es un tipo de estrategia que han sufrido mucho las mujeres a lo largo de la historia a causa de su obligada elección entre el modelo de Eva y el modelo de la Virgen María, debido a lo cual, a la mujer sólo le quedaba elegir entre ser perfecta, lo cual es poco menos que imposible, o ser una pecadora, que era la degradación a la que quedaban condenadas la inmensa mayoría de las mujeres. Véase el texto siguiente de Virginia Woolf en que denuncia esta injusta situación:

Es muy posible que si el profesor recalcaba con algún énfasis la inferioridad de la mujer, le interesaba menos esa inferioridad que su propia superioridad. Eso es lo que él estaba protegiendo de un modo atolondrado y a gritos, porque para él era una joya de gran valor. Para ambos sexos la vida es ardua, difícil, una lucha perpetua. Exige coraje y fuerza gigantesca. Sin esa confianza somos como niños en la cuna. ¿Y cómo elaborar con más rapidez esa imponderable calidad, que sin embargo es tan preciosa? ¿Pensando que los demás valen menos que uno? Pensando que uno tiene alguna innata superioridad sobre los demás: dinero, o rango, o la nariz recta, o el óleo de un abuelo por Rommey; porque los artificios patéticos de la imaginación del hombre no tienen fin. De ahí que para un patriarca que debe conquistar y gobernar, la importancia enorme de sentir que muchísima gente – medio género humano es por naturaleza inferior a él345

Por supuesto, la forma más obvia de tener poder sobre los demás es disponiendo de mayores bienes y riquezas que ellos, de forma que no se dependa materialmente de otras personas, y, por el contrario, haya individuos a los que se pueda comprar, ya de modo directo, o por la devolución de favores que, con carácter previo, se les ha hecho. Esta última forma es la que mejor se integra con el egoísmo consustancial al ser humano ya que este último, según mejora económicamente, se vuelve más acaparador, y para no sufrir el rechazo social por su codicia o avaricia, necesita de crear una red de apoyos sociales entre personas dependientes de él.
Todos estos mecanismos de dominación conducen a una situación obvia, que es que no dejan espacio ni lugar para atender a posibles reclamaciones de una mayor justicia social, lo que hace que el ser humano sepa que puede quedar abandonado a su suerte en momentos de apuro346. La posibilidad de esta circunstancia, como es lógico, no le hace gracia y hará lo posible por evitarla imitando los peores comportamientos ajenos. Llegados a este punto, conviene repasar las razones últimas de la extensión de estas conductas agresivas: el miedo al subjetivismo ajeno, la prioridad del grupo sobre el individuo, la competitividad entre personas para no ser menos, el egoísmo propio del ser humano que se sitúa en el miedo psicológico a la muerte, etc.
Por otra parte, también hay un importante factor mental que favorece que el ser humano priorice una visión egoísta sobre otras consideraciones éticas o sociales. Este factor es la convicción social de que quién está arriba o ha escalado puestos en la sociedad es que ha hecho méritos para ello347. Dicho, en otras palabras, el dinero santifica y pocas veces se mira el origen de las grandes fortunas, por lo que la persona que consigue volverse poderosa siempre se gana la admiración o la envidia ajena. Quizá no haya nada más abominable que el tráfico de esclavos y, sin embargo, el rey inglés Jorge III, al contemplar el tren de vida de un hacendado esclavista, “se quedó asombrado del lujo de la carroza de uno de estos potentados indianos, y confesó apesadumbrado que él nunca podría poseer una parecida348.
Esta falta de sentido crítico hacia los motivos reales por las que una persona hace dinero o es poderosa es también lo que provoca que se establezcan, entre las élites, redes sociales por las que se favorecen mutuamente los miembros que las componen. Incluso en las sociedades democráticas actuales, en las que tanto se exalta el mérito como la forma de promoción del individuo, en la realidad, para ocupar una buena posición social, cuentan sobre todo las influencias que se tengan. Son famosos en este sentido los llamados Corps franceses, colegios de los que salen la mayoría de los altos funcionarios franceses y también es conocida la manera en que los más importantes cargos del Civil Service, la burocracia ministerial inglesa, proceden de las universidades de Oxford y Cambridge349.
Profundizando un poco en esta cuestión, es un hecho conocido el modo en que el acceso a la información útil determina en numerosas ocasiones el éxito que las personas tienen o dejan de tener en sus proyectos. Y este tipo de información privilegiada no suele estar abierta o ser fácilmente accesible al gran público. Está claro que, para una persona corriente hubiera sido más difícil la investigación siguiente, que un almirante estadounidense emprendió para dar con las causas del hundimiento de un acorazado de su país, el Maine, tragedia que estuvo en el origen de una guerra, la ya citada del año 1898 entre Estados Unidos y España:

Para ciertos conocimientos sobre experiencia naval norteamericana, consulté al vicealmirante Edwin Hooper, director de Historia Naval. El vicealmirante Julien LeBourgeois, presidente del Naval War College, me consiguió los planes de esta institución para el caso de una guerra con España. Dado mi interes por los aspectos del derecho internacional, el almirante LeBourgeois pidió al profesor William Mallison, que entonces ocupaba la cátedra Charles H. Stockon de Derecho Internacional, que investigara ciertas cuestiones. El contraalmirante B. R. Inman, director de inteligencia naval, mandó traducir los documentes españoles y franceses. El vicealmirante John Boyes, director de telecomunicaciones navales, y el teniente general Lewis Allen, director de la National Security Agency, fueron capaces de encontrar versiones descifradas de mensajes claves350.

Este tipo de redes elitistas es otra razón que contribuye a que la persona entienda que la sociedad está guiada por relaciones de fuerza antes que por principios de justicia, e intente adecuarse a ello. Además, este ejemplo recién expuesto del almirante norteamericano también refleja otra de las ventajas de tener poder, la cual es relevante sobre todo a niveles de autoestima. Una persona que tiene poder, emite órdenes que deben obedecer sus subordinados, lo que le evita realizar muchas tareas desagradables. Esta circunstancia, por supuesto, le permite cultivar mejor su imagen, o sea, autoidealizarse, lo que, cara a los efectos mencionados de huir de la parte animal, siempre hace que la persona se sienta mejor consigo mismo. Con respecto a este punto, resulta irrefutable que no es la misma postura la de un general que manda a sus soldados a la batalla y que puede considerar a la guerra como una actividad heroica y hermosa, que la del soldado que tiene que matar físicamente al enemigo, que verá en el combate algo sucio y siniestro.
Sobre esta diferente visión, según te ensucies o no al realizar una actividad desagradable o cruel, existe un libro que diferencia entre el punto de vista de los aviadores que bombardeaban a las ciudades durante la Segunda Guerra Mundial, que no se sentían mal por hacerlo, y el de los soldados de infantería que sí veían cuando mataban y, por tanto, tenían remordimientos351. Citando palabras textuales de este libro, en el ser humano “toda huella de comportamiento decente, sin embargo, desaparece tan pronto como se interpone entre los contendientes una moderada distancia352. Un diálogo que se produce en lo alto de una noria entre dos personajes de El último hombre es clarificador a estos efectos:

- ¿Víctimas?- preguntó-. No seas melodramático, Rollo. Mira ahí abajo- prosiguió, señalando a través de la ventana a la gente que se movía como moscas negras en la base de la noria.-. ¿De verdad podrías sentir lástima si una de esas manchas dejara de moverse para siempre? Hombre, si te dijera que podías conseguir veinte libras por cada mancha que se detuviera, ¿de verdad me dirías que me que quedara con mi dinero sin una vacilación? ¿O calcularías de cuántas manchas podrías prescindir sin problemas? Libres de impuestos, oye353.

Por último, el poder, la sensación de ser superior a otra persona y que la suerte de esta última depende de tus decisiones es siempre una sensación muy agradable, porque, al sentirse superior a tu prójimo, el individuo llega a olvidar sus propias limitaciones, mitigándose sus terrores internos. Como reflexiona un general turco del siglo XV, al condenar a trabajos forzados a unos condenados:

Mientras escribía estas palabras que aludían al túnel, experimentó la familiar sensación del poderoso que tiene en su mano precipitar a alguien en el abismo. El pensamiento de que algún otro pudiera disponer asimismo de su propia suerte, en lugar de refrenarlo, lo fortalecía en la actitud contraria354.

Del mismo tenor son los recuerdos de un juez ruso, haciendo balance de su vida:

…y le agradaba tratar afablemente, casi en píe de igualdad, a las personas que dependían de él, le agradaba dar a entender que él, capaz de aplastarlas, las trataba amistosamente, con sencillez. Pero estas personas no eran entonces muchas. Ahora, en cambio, como juez de instrucción, Ivan Ilich sentía que todos, todos sin excepción, hasta las personas más graves y satisfechas de sí mismas, estaban en sus manos, y que sólo escribir ciertas palabras en papel timbrado bastaba para que ese hombre grave y satisfecho de sí mismo compareciese ante él en calidad de acusado o testigo, y que, si no le invitaba a tomar asiento, el otro permanecería de píe ante él y debería contestar a sus preguntas355.


CONCLUSIONES

A lo largo de todas las páginas anteriores se han analizado diferentes cuestiones que tratan de las relaciones que se generan entre las personas que componen una sociedad. Se ha partido de los miedos propios de cada individuo para ir analizando de manera sucesiva diferentes temas que informan sobre su conducta, como pueden ser su necesidad de sentirse parte de un grupo, su miedo a ser animalizado, la aparición de la conciencia de sí o el modo en que la mejora de su situación económica refueza su egoísmo. Finalmente, ha habido un último capítulo dedicado a determinar como el conjunto de fuerzas irracionales que actúan sobre cada persona difuminan en gran medida todas sus potenciales buenas intenciones.
Pese a predominar en las páginas anteriores una lectura general negativa sobre el ser humano, hay que reconocer que, desde la aparición de una conciencia de sí en grandes masas de población, sin duda se ha avanzado en la construcción de sociedades más justas, al menos entre los países más desarrollados que existen en la actualidad. En estos últimos, grandes contingentes de población viven con un más que aceptable nivel de vida, situación que previamente nunca se había dado en la historia de la humanidad.
Tal mejora no quiere decir que a nivel de individuo haya habido ninguna importante reforma moral. Los cambios han sido debidos a que las personas corrientes o comunes han abandonado su posición pasiva tradicional y han adoptado una posición más activa, tanto a la hora de reclamar sus derechos, como en el momento de no resignarse sólo a aceptar los peores trabajos de la sociedad.
Sin embargo, son demasiadas las trampas que pone la moral a la construcción de una sociedad más justa, para pensar que una evolución permanente en esta dirección pueda ser consistente. Una prueba de este aserto es el hecho de que, si en la actualidad las clases medias están retrocediendo en algunos de los derechos alcanzados con anterioridad, es debido al surgimiento de un fuerte individualismo entre sus miembros, postura que les hace olvidar cualquier noción básica de solidaridad y que acaba siendo perniciosa para sí mismos. A esta situación se refiere un libro, que describe el estado económico de los jóvenes españoles. Éstos se sienten atrapados por los bajos salarios pese a su alta preparación, y, por ello, están aquejados de un enorme nivel de amargura interior, pero, al mismo tiempo, no tienen ninguna capacidad para cambiar su sino:

Nadie puede negar, ni los defensores más encarnizados del mileurismo, que aún así, una mayoría de ellos se conforma con quejarse, o con verter ácidos comentarios anónimos que no solucionan conflictos reales: como individualistas convencidos, no han desarrollado la capacidad de crear grupos de presión, y las acciones en solitario poco consiguen356.

Las citadas trampas de la moral se basan en que está planteada de tal modo que el cultivo del lado espiritual humano sirve para ocultar su egoísmo, debido a que existe una asociación entre el ser social y el ser refinado, por el que este último aspecto tiene más valor para establecer una valoración moral de un individuo que la evidencia de los posibles actos egoístas que cometa tal persona. Esta característica de la moral hace que el ser humano tengo muy poco sentido crítico hacia sí mismo, lo que no hace más que reforzar su subjetivismo natural.
En consecuencia, si la moral no sirve para corregir más que en una mínima medida los comportamientos humanos357, y el hombre es, de por sí, tan proclive al egoísmo, poca esperanza queda de una implicación sincera y real de los seres humanos en un proyecto común de mejora de la sociedad. Es indudable que no todas las personas son unos monstruos y que hay una cantidad de ellas muy importante en que predominan las facetas buenas sobre las malas, pero, hasta esta clase de seres bondadosos, por su inseguridad, se pueden dejar arrastrar por otros individuos que sí muestran peores intenciones.
Precisamente, y acerca de esta escasa esperanza de que se produzca un cambio social por intermediación del individuo, las morales han incidido siempre en la idea contraria, para ellas clave, del perfeccionamiento individual como la vía para la construcción de mundos más justos. En realidad, si la sociedad ha evolucionado a mejor en estos tres últimos siglos es debido a que, diferentes grupos humanos, primero la burguesía y con posterioridad la clase obrera, han defendido sus intereses escudándose en principios universales de justicia, sin que, al mismo tiempo, estos grupos hayan llegado a a ser lo suficientemente poderosos para poder anular de manera definitiva las reivindicaciones ajenas358. En este sentido, no ha ocurrido la misma situación que durante los primeros siglos de nuestra era, en la que los apologetas cristianos, durante la época de persecución de la Iglesia por parte de los emperadores romanos, eran unos apóstoles de la tolerancia y, en cuanto se hicieron con el poder, los cristianos prohibieron el ejercicio de las otras religiones359.
Por tanto, la edificación o construcción de una sociedad más justa, por la propia personalidad del ser humano, es siempre una realización muy condicional, y sometida a frecuentes retrocesos. Sólo en la competencia entre los diferentes grupos humanos, como todos ellos apelan a principios universales de justicia para que la sociedad admita sus reclamaciones, es posible un cambio a mejor. De otro modo, hay que admirar la lucidez del escritor y filósofo inglés John Stuart Mill, que refiriéndose a las masas trabajadoras, decía que “si se conforman con disfrutar de un mayor nivel de vida mientras dure, pero no aprenden a reclamarlo, retrocederán a su viejo nivel de vida360
En este sentido, y es un punto que ya he tratado con anterioridad, uno de los mayores inconvenientes que existe en las sociedades actuales más avanzadas para continuar en la senda del desarrollo de los derechos sociales es que, al creer que éstos están garantizados, el individuo ha perdido la conciencia colectiva necesaria para defenderlos. El descrédito en el que han caído los sindicatos, al menos en la sociedad española, es una buena muestra de estas actitudes.
Por desgracia, previsiblemente habrá que esperar a una fuerte caída en el nivel de vida de la población para que ésta reaccione de forma generalizada, y eso sólo en el caso de que el temor de volver a un estado de animalización predomine sobre el señuelo de llegar a ser poderoso. Quizás, si se llega a este punto, la gente vuelva a aprender a unirse para protestar. Como me gusta citar a los Sin Tierra, transcribo a continuación una de sus instrucciones sobre la ocupación de tierras de los latifundistas, básica para entender la diferencia entre la protesta individual y la grupal:

Si la ocupación, en vez de colectiva, fuera una acción individual, el campesino sería tildado de criminal o de delincuente, pero como es una reacción en grupo y organizada, la sociedad adopta, por lo general, otra posición.361

La pasividad de las clases medias y bajas es aún más deprimente si se tiene en cuenta que los integrantes de las clases altas sí suelen tener más conciencia de clase para defender con rigor sus intereses. Como intuye el escritor Raymond Chandler:

Todos los ricos pertenecen al mismo club. Cierto, existe la competencia; competencia dura, sin contemplaciones, en materia de circulación, fuentes de noticias, relatos exclusivos. Siempre que no perjudique el prestigio, los privilegios y la posición de los propietarios. De lo contrario, desciende la tapadera362.

Dejando de lado la tristeza que me produce la pérdida de derechos sociales que en la actualidad está habiendo en las sociedades avanzadas, este retroceso social evidencia que la creencia en un progreso constante de las sociedades humanas, por medio del cual éstas caminan hacia la edificación de un mundo mejor, hay que ponerla en duda, o más bien, como hace el siguiente autor, negarla por completo:

Las más habituales de estas narraciones son las teorías del progreso, en las que se postula que el crecimiento del conocimiento hace posible que la humanidad avance y mejore su situación. Pero, en realidad, la humanidad no puede avanzar ni retroceder, porque la humanidad como tal no puede actuar: no existe ninguna entidad colectiva que esté dotada de intenciones o fines, sino únicamente unos esforzados y efímeros animales con sus propias pasiones e ilusiones individuales.363

Como uno de los mejores exponentes de lo difícil que es creer en la perfectibilidad humana, reproduzco el siguiente texto, entresacado de un libro que ya había utilizado con anterioridad, al referirme a la persecución contra los judíos en la Segunda Guerra Mundial. El texto es el siguiente:

Helmuth Von Moltke estaba en una reunión del Ministerio de Exteriores en Berlín con veinticuatro hombres más. Debatían un decreto legal que expropiaría las propiedades de los judíos deportados. Veinticuatro de los veinticinco querían aprobar el decreto; Moltke estaba en contra.
Los hombres eran camaleones, escribió Moltke a su esposa: “En una sociedad sana, parecen sanos, en una enferma, como la nuestra, parecen enfermos. Y en realidad no son una cosa ni la otra. Son mero relleno364.
Para ir finalizando este ensayo, voy a citar las palabras de un filósofo chino, de nombre Siun Tsé, poco creyente en las bondades humanas, que afirmaba lo siguiente:

Consideremos, pues, la naturaleza humana. Desde su nacimiento los hombres se convierten en la presa del deseo de poseer. Si obedecen a esta pasión, el resultado es un cúmulo de disputas y de conflictos que reducen a nada la consideración y la tolerancia mutuas. Desde su nacimiento los hombres están animados de envidia y odio. Si obedecen a estas pasiones se originan violencias y muerte que reducen a la nada la fidelidad y la confianza recíprocas365.

O, de forma muy similar, debo señalar la visión negativa que de las sociedades humanas tenía Jonathan Swift que, aunque referida a un modelo de sociedad aristocrática, poco ha cambiado, en esencia, en la actual sociedad democrática, a tenor de la escasísima valoración que tienen los políticos actuales entre la población que gobiernan:

Quedé disgustado muy particularmente de la historia moderna; pues habiendo examinado con detenimiento a las personas de mayor nombre en las cortes de los príncipes durante los últimos cien años, descubrí cómo escritores prostituidos han extraviado al mundo hasta hacerle atribuir las mayores hazañas de guerra a los cobardes, los más sabios consejos a los necios, sinceridad a los aduladores, virtud romana a los traidores a su país, piedad a los ateos, veracidad a los espías; cuántas personas inocentes y meritísimas han sido condenadas a muerte o destierro por secretas influencias de grandes ministros sobre corrompidos jueces y por la maldad de los bandos; cuántos villanos se han visto exaltados a los más altos puestos de confianza, poder, dignidad y provecho; cuán grande es la parte que en los actos y acontecimientos de cortes, consejos y senados puede imputarse a parásitos y bufones....366

No sé si hay que llegar a tener estas visiones tan tremendistas y negativas del ser humano, ya de otro modo sería imposible creer en la convivencia entre los hombres y habría, como decía Hobbes, que delegar todo el poder en una autoridad fuerte que, simplemente, pusiera orden, aunque con ello se volviera a caer en la trampa de confiar en un ser superior como salvador de la sociedad. En cambio, sí pienso que muchas veces la falta de confianza en una reforma integral de los comportamientos egoístas humanos, que en tantas y tantas ocasiones provoca la confusión aparente de la hipocresía con la moral, hace entender posturas de tipo existencialista.
En mi caso, reconozco que me encanta esta corriente de pensamiento debido a su preferencia por retratar perdedores, que faltos de idealismo, al menos no son completamente cínicos. En concreto, me fascina el comienzo de un libro francés, que reproduzco a continuación para dar ya por cerradas estas páginas, con la esperanza de que su lectura haya resultado entretenida:

Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: “Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame”. Nada quiere decir. Tal vez fue ayer.
El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús de las dos y llegaré por la tarde, así podré velarla y regresaré mañana por la noche. He pedido a mi patrón dos días de permiso que no me podía negar con una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué incluso a decirle: “No es culpa mía367”.


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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN PAG. 2

CAPÍTULO PRIMERO: EL MIEDO, LA PRINCIPAL OBSESIÓN HUMANA

LA VULNERABILIDAD DEL HOMBRE PAG. 5
LA AUTOIDEALIZACIÓN PAG. 11
LA EXAGERADA SUBJETIVIDAD DEL SER HUMANO PAG. 14
EL EGOÍSMO HUMANO PAG. 19

CAPÍTULO SEGUNDO: LA INCORPORACIÓN A UN GRUPO

EL HOMBRE COMO SER SOCIAL PAG. 26
LA COLABORACIÓN NECESARIA Y EL RECELO MUTUO PAG. 33
EL INDIVIDUO SOCIAL PUESTO A PRUEBA PAG. 38
LOS PODEROSOS VÍNCULOS ENTRE MIEMBROS DEL GRUPO PAG. 42
LA IDEA DE ORDEN PAG. 48

CAPÍTULO TERCERO: LA ZOZOBRA ANTE LA LA POSIBILIDAD
DE CAER EN UN ESTADO ANIMAL

LA ANSIEDAD POR SER CONSIDERADO PERSONA PAG. 54
EL HORROR A SER ANIMALIZADO PAG. 57
LA FAMILIA, EL PROTECTOR DE LA CONDICIÓN HUMANA PAG. 63
IDENTIDAD ENTRE CONDICIÓN ANIMAL E INSOCIABILIDAD PAG. 68
LA EDUCACIÓN MORAL, OBJETIVO DE LOS GOBERNANTES PAG. 72
LA IRREDUCTIBLE CONDICIÓN ANIMAL DEL HOMBRE PAG. 77

CAPÍTULO CUARTO: LA CONCIENCIA DE SÍ

EL MIEDO A SER MENOS PAG. 82
LA VULNERABILIDAD DE LA CONCIENCIA DE SI PAG. 89
EL SENTIMIENTO DE PROPIEDAD PAG. 92
LA RESISTENCIA MENTAL A SENTIRSE INFERIOR PAG. 96
LA CONVICCIÓN EN LAS CAPACIDADES PROPIAS PAG. 99

CAPÍTULO QUINTO: LA SOBREPROTECCIÓN QUE SE OTORGA
EL INDIVIDUO

LA BÚSQUEDA DE SER SUPERIOR PAG. 105
LA DESACRALIZACIÓN DE LOS GOBERNANTES PAG. 109
EL MIEDO PSICOLÓGICO A LA MUERTE PAG. 113
LOS MECANISMOS IRRACIONALES DE COHESIÓN SOCIAL PAG. 119
LAS VERDADES PREVIAMENTE CONSTRUIDAS PAG. 124
EL DESEO DE ASOCIACIÓN CON LOS MEJORES PAG. 129
EL CONCEPTO DE HONOR PAG. 133
LA LÓGICA DE LOS DOBLES JUICIOS PAG. 137

CAPITULO SEXTO: LOS ASPECTOS IRRACIONALES COMO FRENO
A LAS BUENAS INTENCIONES

DEMASIADOS FACTORES IRRACIONALES EN LA MORAL PAG. 142
CONFUSIÓN ENTRE DERECHOS Y PRIVILEGIOS PAG. 149
LA INSEGURIDAD HUMANA PAG. 155
LA IDEA DE PODER PAG. 163

CONCLUSIONES PAG. 171

BIBLIOGRAFÍA PAG. 177

ÍNDICE PAG. 193

1 Dante identifica a este Papa bajo la imagen de un anciano que “por cobardía, llevo a cabo la gran renuncia”, en José Luis González-Balado, Los Papas, Madrid, Acento Editorial, 1996, pag. 52. Son muy escasos los mandatarios que, de modo voluntario y sin sufrir presiones externas, han renunciado al poder a lo largo de la Historia. Entre los más famosos, están los casos de Carlos V o Diocleciano. Algo menos conocidos son los casos del rey español Felipe V o del rey aragonés Ramiro II “El monje”. Más corriente es el caso de mandatarios que se aferran al poder y, aunque estén seniles, no lo quieren abandonar. Ejemplos recientes, que me vengan a la memoria, son los casos de Franco, Brézhnev y Juan Pablo II. Con respecto a esto último, entre los soberanos antiguos son muy escasos los que siguieron el ejemplo del importante rey Askia del estado de Songhai, que, viéndose viejo, dimitió en el año 1528, viviendo aún catorce años más, en AAVV, La antigüedad: Asia y África. Los primeros griegos, Madrid, Historia Universal. El País, Tomo III, 2004, pag. 284. Esta escasez de reyes que dimiten es lo que explica el aprecio popular que tienen aquellos que lo hacen, como es el caso del monarca inglés Eduardo VIII, aunque, muchas veces en lo personal, como es el caso de este personaje, de claras inclinaciones filonazis, no merezcan tal aprecio.
2 Por citar dos ejemplos históricos, los líderes británico y francés que firmaron el acuerdo de Munich con Hitler han sido considerados débiles e ingenuos por la posterior crítica histórica, y la valoración que tiene el pueblo norteamericano de la presidencia de un hombre tan apaciguador como Carter es bastante negativa.
3 Son palabras puestas en boca de Plinio el Viejo por su sobrino, Plinio el Joven, en María Esperanza Torrego, Plinio el Viejo. Textos de Historia del Arte, Madrid, Visor, 1987, pag. 12.
4 Estas referencias tienen un carácter un tanto arbitrario ya que, como es obvio, en gran medida se guían por mis gustos e inclinaciones personales. Espero que, por lo general, sean atinadas. Los siete libros a los que más me he referido en las páginas siguientes son Resurrección, de León Tolstoi; Humo humano, de Nicholson Baker; El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga; Mi último suspiro, de Luis Buñuel; El choque de los fundamentalismos. Cruzadas, yihads y modernidad, de Tariq Alí; Introducción a la antropología histórica de Lucy Mair y El largo adiós, de Raymond Chandler.
5 Lobsang Rampa, El ermitaño, Barcelona, Ediciones Destino, 2004, pag. 99.
6 Erich M. Remarque, Sin novedad en el frente, Madrid, Biblioteca de Selecciones del Reader´s Digest, 1969, pag. 316. Esta cuestión toca de lleno a mi familia debido a que uno de mis abuelos perdió la razón como consecuencia de la amputación de una de sus piernas.
7 Este tipo de desgracias son tan inexplicables para el ser humano que en las sociedades primitivas, cuando ocurrían, se buscaba la causa en un acto de brujería o demoniaco: los zande saben desde luego que si le cae a uno encima un árbol el golpe le matará, pero se preguntan: ¿Por qué habría de caer sobre mí?, en Lucy Mair, Introducción a la antropología social, Madrid, Alianza Universidad, 1986, pag. 236.
8 Una reacción de aprensión semejante debía de sufrir Unamuno ante el paisaje castellano porque, como se explica en una biografía suya, Unamuno va encontrando en este paisaje los signos de una acomodación a sus propias preocupaciones. La eternidad, la trascendencia, la espiritualidad encarnan en estos llanos, en los que el hombre se siente solo y acongojado frente a una inmensidad que le sobrepasa y le intimida, en Luciano González Egido, Miguel de Unamuno, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1997, pag. 82.
9 Julio Manegat, Ellos siguen pasando, Barcelona, Plaza&Janes, 1979, pags. 159 y ss.
10 C. S. Lewis, Esa horrible fortaleza, Ediciones Orbis, Buenos Aires, 1986, pag. 178.
11 En Journal de la santé du roi Louis XIV de l'année 1647 à l'année 1711 (1862), en http://www.archive.org/details/journaldelasant00fagogoog. El texto se corresponde a la parte del diario médico del año 1694.
12 Th. Van Baaren, Las religiones de Asia, Barcelona, Enciclopedia Esencial, 1967, pag. 122. Este propósito del padre de Buda recuerda a la Edad de Oro de Hesiodo, un periodo feliz donde los hombres “vivían sin preocupaciones y sin trabajar, alimentándose sólo de granos, frutas silvestres y la miel que goteaba de los árboles, bebiendo leche de oveja y de cabra; nunca envejecían, bailaban y reían mucho; la muerte no era para ellos más terrible que el sueño”, en Robert Graves, Los mitos griegos, Barcelona, RBA, 2009, pag. 44. Añado este comentario porque en el capítulo cuarto se dedicará un apartado a los modelos ideales de sociedad que inventa el hombre por su necesidad de sobreprotección.
13 En mi caso, la preocupación por la pérdida de la juventud me llegó después de leer una biografía sobre el poeta griego Kavafis, un hombre traumatizado por esta cuestión. Está obsesión también está presente en otros intelectuales, por ejemplo, Hemingway se negaba a afrontar la vejez y la muerte, hasta el punto que para evitarlas optó por el suicidio, en AAVV, La Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. 1936-1945, en Historia Universal. Tomo XVIII, Larousse, 2005, pag. 3349. Para el importante artista francés Balthus el paso del tiempo se ha convertido en una de las paranoias más graves del hombre actual, en Javier Pérez Segura, Au revoir, Balthus, Descubrir el arte. Nª25, pag. 47. A esta cuestión se volverá más adelante, cuando se trate la obsesión contemporánea por la belleza del cuerpo humano.
14 Robert Ardrey, La evolución del hombre: la hipótesis del cazador, Madrid, Alianza Editorial, 1981, pag. 16.
15 Esta necesidad del hombre de ocultarse información para atreverse a actuar, es similar a esa creencia popular de que, si las personas supiéramos la composición de muchos de los alimentos prefabricados que comemos, ni nos atreveríamos a probarlos. Hay un libro de principios del siglo XX, La jungla, de Upton Sinclair, que denunciaba las prácticas fraudulentas de las empresas cárnicas a la hora de maximizar beneficios. Basado en este libro existe un entretenido cómic, cuyas descripciones del trabajo en una fábrica no tiene desperdicio:

Por ejemplo, no se prestaba ninguna atención a lo que se cortaba para salchichas. Era carne almacenada en grandes pilas en habitaciones por cuyas goteras se filtraba agua, y por las que corrían miles de ratas. Los trabajadores les ponían pan envenenado y morían, por lo que las ratas, la carne y el pan se metía en la trituradora.

Peter Kuper, La jungla, Barcelona, Editorial Norma, 2006, pag. 11. Sobre la capacidad humana de autoengaño es interesante un libro que se ocupa a fondo de este tema: Daniel Goleman, El punto ciego. Psicología del autoengaño, Barcelona, Plaza&Janes, 1997.
16 Juan Benet, Volverás a Región, Barcelona, Editorial Planeta, 1998, pag. 113.
17 Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid, Alianza Universidad, 1984, pag. 443.
18 Las siguientes observaciones son de uno de los protagonistas de un libro de Benedetti, al reencontrarse, después de muchos años, con un antiguo amigo:

El adolescente alto, nervioso, bromista, se ha convertido en un monstruo panzón, con un impresionante cogote, unos labios carnosos y blandos, una calva con manchas que parece de café chorreado, y unas horribles bolsas que le cuelgan bajo los ojos y se le sacuden cuando ríe.

En Mario Benedetti, La tregua, Madrid, Biblioteca el Mundo, 2001, pag. 35.
19 Por ejemplo, una de las razones que se aducen para explicar el enorme descenso de la población indígena en América Central y del Sur tras la conquista española es la llamada “desgana vital”, la pérdida del deseo de vivir de los indios como consecuencia tanto del traumatismo asociado a la conquista como de la profunda transformación de su estilo de vida, en Bartolomé Bennassar, La América española y la América portuguesa (siglos XVI-XVIII), Madrid, Editorial Sarpe, 1986, pag. 100. Se calcula que desapareció entre dos terceras partes y tres cuartas partes de la población nativa tras la llegada de los españoles, Héctor Anabitarte, Bartolomé de las Casas, Barcelona, Ediciones Castell, 1992, pag. 16.
20 Lu Sin, La verdadera historia de A Q, Barcelona, Salvat, 1971, pags. 23 y 24.
21 De este victimismo se pueden poner muchos ejemplos, como el de Felipe II considerar que la realeza es una esclavitud, en Jaime Contreras, Los Austrias Mayores (1516-1598), en Historia de España, Tomo VI, Madrid, El Mundo, 2004, pag. 211. O el de los ricos criollos opinar que “su suerte es más desgraciada que la del esclavo más mísero”, en Nelson Díaz, La Independencia Hispanoamericana, Madrid, Historia 16, 1999, pag. 178. O, por citar un ejemplo más reciente, los prósperos estudiantes universitarios norteamericanos de los años sesenta considerarse una clase explotada, en Pablo J. Irazazábal, Kennedy y la Alianza para el progreso, en Historia del siglo XX, T. 25, Madrid Hª16, 68.
22 Sobre este tema hace la siguiente observación un escritor italiano, que reflexiona sobre la envidiada sociedad sueca de los años sesenta:

Además, ¿en que´consiste la verdadera felicidad? ¿Es más feliz un meridional que canta despreocupadamente aunque no tenga pan para dar a sus hijos, aunque no haya recibido instrucción, aunque no tenga ninguna seguridad para el futuro, o un sueco sumido en sus propias reflexiones, que ve continuamente el mundo a través de un cristal oscuro, pero que no tiene preocupación alguna por los hijos, por la carrera, por la vejez?

En Enrico Altavilla, Suecia. Infierno y paraíso, Barcelona, Círculo de lectores, 1970, pags. 9 y 10.
23 Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, Buenos Aires, Seix Barrall, 1972, pags. 48 y 49.
24 León Tolstoi, Resurrección, Madrid, Alianza Editorial, 2009, pag. 223.
25 Donna Leon, Vestido para la muerte, Barcelona, Planeta Agostini, 2006, pag. 96.
26 Karl Gjellerup, El peregrino Kamanita, Madrid, Ediciones Rueda, 2002, pag. 131. Con respecto a la idea reflejada en este texto, relacionada con el modo en que los criminales disculpan sus delitos, es también elocuente la visión que de la mente de los mafiosos sicilianos tenía un prefecto de policía italiano, Cesare Mori:

El factor más notable, el que causa mayor perplejidad a quien estudie la psicología del mafioso típico, es su firme convicción de que no está obrando mal. Mientras obedezca la ley de la omertá- ya sea que cometa chantajes, robos o asesinatos- seguirá siendo para sí, lo mismo que para sus hermanos, un hombre honrado. Estará en paz con su conciencia.

En, AAVV, Los grandes libros de Selecciones, México, Reader´s Digest, 1962, pag. 218.
27 Es un caso similar al de los médicos, cuya profesión los debería hacer más conscientes de los peligros del tabaco, y, al parecer, son un colectivo que cuenta con un alto índice de fumadores.
28 Orhan Pamuk, Estambul, ciudad y recuerdos, Barcelona, Debolsillo, 2008, pag. 334.
29 Los grupos humanos tienen una clara inclinación histórica a ser gobernados por un solo individuo, llámese rey, emperador, tirano o dictador. Esta peligrosa predisposición humana es una cuestión que debería preocupar debido a la crisis actual, ya que ésta puede provocar que llegue al poder un político demagogo e irresponsable. Hay que recordar que personajes como Hitler o Napoleón III han salido triunfadores de elecciones democráticas. Dentro de la historia de España, del predicamento que tienen estas soluciones autoritarias merece la pena citar a Joaquín Costa que, ante una crisis muy fuerte ocurrida en el estado español en el año 1898, debida a la corrupción imperante, propuso como medida fundamental la llegada al poder de un “cirujano de hierro” que regenerase y modernizase el país. Por desgracia, esta clase de propuestas anticiparon la llegada al poder de varias dictaduras militares en España a lo largo del siglo XX, en Feliciano Montero y Javier Tusell, El reinado de Alfonso XIII, en Historia de España, Tomo XIV, Madrid, El Mundo, 2004, pag. 75. Como reconocía el más prestigioso militar argentino de todos los tiempos, “la presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es temible para los estados”, en Eduardo García del Real, José de San Martín, Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 195.
30 En un libro dedicado al análisis del último golpe de estado que hubo en España, en el año 1981, se hacía una semblanza de uno de los políticos más importantes de ese periodo, Adolfo Suárez, que quedaba retratado en la siguiente frase: “como todos los políticos puros, se acababa creyendo lo que decía”, en Javier Cercas, Anatomía de un instante, Barcelona, Círculo de lectores, 2009, pag. 131. O, en un retrato psicológico de un dictador argentino, Juan Manuel Rosas, se describe así la acción de su pensamiento: “su mecanismo psíquico no admite distancia entre el pensamiento y el acto. Sospecharse de que un hombre tiene intención, suponerla realizada, darlo por probado y castigarse, todo es instantáneo”, en Manuel Gálvez, Vida de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Editorial Claridad, 2007, pag. 270.
31 Siegfried Westphal, Batallas decisivas de la Segunda Guerra Mundial, Barcelona, Editorial Inédita, 2007, pag. 67.
32 James Joyce, Los Muertos en Dublineses, Barcelona, Salvat, 1972, pags. 182 y 183. El libro citado con anterioridad de Daniel Goleman alude al modo en que, incluso los matrimonios mejor avenidos ignoran los secretos del otro, y cómo, para mantener la relacion, tienen una cautela mutua en que "ella no comenta nada sobre las miradas que él dirige a las muchachas en la playa y él nunca menciona sus sospechas de que en ocasiones ella finge sus orgasmos": Daniel Goleman,, op. cit.., pag. 223.
33 No hay nada más enigmático que el pensamiento de otro ser humano, incluso en los casos en que la personalidad parece más noble y diáfana, podía ser un buen compañero y tener excelentes cualidades: pero era así; nunca se podía saber lo que pasaba en sus adentros, en Pär Lagerkvist, Barrabás, Barcelona, Círculo de lectores, 1962, pag. 27. O, como reflexiona Koestler en su autobiografía, la mayoría de los hombres son así. Aunque son incapaces de guardar un secreto que se refiera al mundo de los hechos, son unos perfectos conspiradores cuando se trata de defender el mundo de sus fantasías, en Arthur Koestler, Flecha en el azul, Madrid, Alianza Editorial, 1973, pag. 51. En un imaginativo libro, cuyo protagonista es una máquina que es capaz de leer los pensamientos, se hace de ella la siguiente publicidad cuando su autor quiere ponerla a la venta en grandes cantidades:

Pero Psiky es más fácil de recordar para el gran público... al lado de una joven, sueña un hermoso muchacho:“¿Te desea? Sólo Psiky lo sabe”. En el matrimonio: “¿Qué ha hecho hoy mi mujer¿ ¿Me dice la verdad? Sí, porque Psiky la vigila...”
En André Maurois, La máquina de leer los pensamientos, Barcelona, Plaza&Janes, 1985, pag. 91.
34 Ernesto Sábato, El tunel, Madrid, Unidad Editorial, 1999, pag. 113.
35 Lluís Daufí, La enfermedad, hoy, Barcelona, Biblioteca Científica Salvat, 1994, pag. 170.
36 A este respecto, hay que matizar que en estos casos no es fácil concretar una definida responsabilidad moral ya que el egoísmo aspira al bien de la persona implicada y no pretende en sí mismo el daño de nadie, aunque en muchas situaciones tiene el efecto colateral de dañar a otros, en D. Daiches Raphael, Darwinismo y ética, en AAVV, Un siglo después de Darwin, Madrid, Alianza Editorial, 1969, pag. 219. Como afirma Susan Sontag, conviene hacer una reflexión acerca de como la riqueza de algunos quizá implique la indigencia de otros, en Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, Madrid, Punto de lectura, 2004, pag. 117.
37 AA.VV, El fin del antiguo regimen. 1789-1820, en Historia Universal.Tomo XIII, Larousse, 2005, pag. 2357.
38 Th. Van Baaren, op. cit.., pag. 104.
39 Elena Hernández Sandoica, Las condiciones revolucionarias, en Historia del siglo XX, T. 6º, Madrid, Hº 16, 1997, pag. 24.
40 Robert Brenner, Estructura de clases agraria y desarrollo económico en la Europa preindustrial, en El debate Brenner, Barcelona, Editorial Crítica, 1988, págs., 28 y 29. El autor alude a la obra de dos historiadores, D. C. North y R. P. Thomas, The Rise and Fallo f the Manorial System: A Theoretical Model.
41 Julio Mangas, La agricultura romana, Cuadernos Historia 16, Madrid, Historia 16, 1997, págs 23 y ss.
42 A. A. Zvorikine y S. V. Chukardin, La Revolución Industrial, en Historia de la Humanidad, Tomo XII, UNESCO, Barcelona, Editorial Planeta, 1977, pág., 304.
43 Francisco Morales Padrón, Los conquistadores de América, Madrid, Editorial Espasa, 1974, pag. 79.
44 Chris Horrie y Peter Chippindale, ¿Qué es el Islam?, Madrid, Alianza Editorial, 1995, pag. 89. De la falta de respeto del Corán por la mujer, basta reproducir algunos de sus versos:
Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres porque Alá los ha hecho superiores a ellas y porque gastan sus bienes para mantenerlas. Las mujeres virtuosas son obedientes. Cuidan, en ausencia de sus maridos, lo que Alá les ha ordenado cuidar. ¡Amonestad a aquellas de quienes temáis que se rebelen, dejadlas solas en el lecho, pegadles! Si os obedecen, no hagáis más en su contra. Alá es omniscente y sabio.
El Corán (4.34).
45 Sobre estas cuestiones del socialdarwinismo, véase Donald G. Mac Rae, El darwinismo y las ciencias sociales, en AAVV, Un siglo después de Darwin, Madrid, Alianza Editorial, 1969, pag. 169 y ss.
46 La desigualdad social de la época se refleja perfectamente en el texto siguiente, que forma parte de una biografía de Chaplín:

Por esta época Londres era, sin duda, la ciudad más importante del mundo, e Inglaterra, la dueña de un imperio colosal. Pero nada de eso se reflejaba en los barrios pobres del East End, la orilla este del río Támesis. Este es un barrio pobre, de trabajadores que van sobreviviendo en unas condiciones de vida insalubres que merman su salud y sus fuerzas.

En Manuel Matji, Charles Chaplin, Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 18.
47 Stephen Crane, El rojo emblema del valor, Madrid, Editorial Anaya, 1981, pag. 212. De la inmisericorde moral burguesa de esta época también dan buena cuenta las siguientes palabras de Concepción Arenal, “consideramos inevitable cierta cantidad de dolor en la colectividad como en el individuo, y contraproducente y peligroso sustraerse a la ley del sufrimiento”, en Marianne Krause, Madrid, 1900: la ciudad de la miseria, Historia 16. Nº 101, pag. 22.
48 Luis Buñuel, Mi último suspiro, Barcelona, Plaza&Janes, 1982, pag. 181.
49 Elvajean Hall, Argentina. Pueblo y costumbres, Barcelona, Editorial Sayma, 1992, pag. 118. El barco encargado de devolver a estos indios fueguinos a su lugar de origen fue “el Beagle”, el mismo en el que Darwin dio la vuelta al mundo, reuniendo los datos necesarios para desarrollar su famosa teoría de la evolución. El propio Darwin dejó anotado el desagrado que le causó este experimento, sobre todo la triste suerte del nativo ya citado, “pero el propio Jemmy nos miraba con aire contrito y a buen seguro hubiera estado encantado en regresar junto a nosotros”, en Charles R. Darwin, Viaje de un naturalista, Barcelona, Ediciones Salvat, 1972, pag. 107.
50 Entiendo la palabra grupo en este caso en un sentido social. No sé cual es la mejor definición que se puede emplear, por lo que voy a reproducir una tomada de un libro de antropología en la que grupo significa un conjunto o cuerpo social con existencia permanente, un conjunto de personas reunido de acuerdo con principios reconocidos, que tienen intereses y normas comunes, loas cuales fijan los derechos y obligaciones de los miembros del grupo en su relación mutua y en relación con dichos intereses, en Lucy Mair, op. cit. pag. 21.
51 Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta, Espasa Calpe, Madrid, 1992, pag. 98.
52 Alain Monestier, Los grandes casos criminales, Madrid, Ediciones del Prado, 1992, pag. 61.
53 Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo, Madrid, Santillana, 2001, pags. 464 y ss.
54 John Banville, Copérnico, Madrid, El país. Novela Histórica, 2005, pag. 159.
55 Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Madrid, El País. Clásicos del siglo XX, 2003, pags. 533 y 534. Esta violencia escondida que tiene el ser humano se expresa también de forma impecable en uno de los personajes de un libro de Coetze cuando, disgustado por la conversación que está teniendo con una niña y su madre, “siente rabia sobre todo contra esta niña, a la que por su misma mansedumbre desearía descuartizar miembro a miembro”, J. M. Coetze, El maestro de Petersburgo, Barcelona, Debolsillo, 2000, pags. 24 y 25.
56 Este desarrollo del derecho internacional es una conquista histórica relativamente reciente, que comienza con el proceso de conquista y colonización de América, con las dudas sobre su licitud por parte del dominico Francisco de Vitoria, que es el primer pensador que defiende que “todos los hombres tienen el dercho de gobernarse por sí mismos”, en Santiago Olmedo Bernal, El dominio del Atlántico en la Baja Edad Media, Salamanca, Sociedad V Centenario del Tratado de Tordesillas, 1995, pag. 325.. No hay duda que fue una enorme aportación ya que, como se explica en un libro que estudia esta época, “ni a Colón, ni a Fernando, ni a Isabel, les había pasado por la imaginación el que no existiese derecho a disponer de los salvajes”, en Germán Arciniegas, Amerigo y el Nuevo Mundo, Madrid, Alianza Editorial, 1990, pag. 169. Como se explica en un libro cuyo contenido versa sobre la conquista de las Canarias, inmedietamente anterior a la de América:

Su modo de vida, tan alejado en cualquier aspecto de lo que en el occidente europeo bajomedieval se tenía por común y lógico, les privaba de ser considerados soberanos de la tierra en la que habitaban. Su único derecho era el de recibir la fe cristiana, y aparejada con ella la forma de vida y pensamiento de quienes les instruyen. La resistencia a una y otras les aparta de toda consideración y justifica cualquier medida que con ellos se tome. Esa es la lógica subyacente en todo el proceso conquistador y lo que puede explicar las atrocidades que tantas veces le acompañan.

En Demetrio Castro Alfín, Historia de las islas Canarias. De la prehistoria al descubrimiento, Madrid, Editorial Nacional, 1983, pags. 137 y 138.
57 Luis Gil, Censura en el mundo antiguo, Madrid, Alianza Editorial, 2007, pags. 63 y 64
58 Hay muchas historias trágicas en la emigración contemporánea, basta con recordar los enormes riesgos que existen en montar en una patera para llegar desde África hasta Europa o en atravesar la frontera desértica entre Estados Unidos y México. Personalmente la historia que más me conmovió, que no sé si está basada en un hecho real, es un relato llamado Hombres en el sol, del escritor palestino Gasan Kanafani. En este relato se cuenta la muerte por asfixia de tres emigrantes palestinos que intentan atravesar la frontera entre Irak y Kuwait dentro de la cisterna de un camión durante el tórrido verano iraquí. De tenor más optimista son los recuerdos de Joseph Joanovici, un judío rumano que, tras emigrar a Francia en los años veinte, consiguió convertirse en millonario, “No tenía ni un céntimo en el bolsillo, ni una palabra de francés en mi vocabulario, pero durante toda la travesía, efectuada en la cubierta de los paquebotes, me decía que en Francia todo iría mejor”, Charles Baudinat, El misterioso monsieur Joseph, en AAVV, Los grandes enigmas de la Guerra Fría. III, Madrid, Artes Gráficas Mateu-Cromo, 1969, pag. 124.
59 Generalmente, en este tipo de relatos, los dioses acuden al auxilio de los hombres, como se ve en el siguiente mito inca:

Según la tradición más familiar a los estudiosos europeos, hubo un tiempo en que las antiguas razas del continente estaban sumergidas en una barbarie deplorable, en que adoraban casi sin distinción a todos los objetos de la naturaleza, hacían de la guerra una diversión y se alimentaban de la carne de sus prisioneros. El Sol, que era la luz y el padre a la vez, del género humano, tuvo piedad de su condición y envió a dos de sus hijos, Manco Cápac y Mama Oello Huaco, para constituir en sociedad a los indígenas y enseñarles las artes de la vida civilizada.

En William H. Prescott, El mundo de los incas, Barcelona, Círculo de lectores, 1974, pag. 7.
60 El nombre de algunas de estas películas no deja lugar a dudas, “Caravana de Oregon”, dirigida por James Cruze; “Caravana de pioneros”, dirigida por William Deaudine; “Caravana de paz”, dirigida por John Ford, o “Caravana del oeste”, dirigida por Lew Landers.
61 Sobre estos aspectos, más adelante, en el capítulo quinto, se hará referencia al tradicional desprecio hacia el trabajo manual por parte de las clases privilegiadas.
62 Kurt Lange, Pirámides, esfinges y faraones, Ediciones Destino, Barcelona, 1998, pag. 184.
63 Luigi Pareti, Las religiones y la evolución de la filosofía, en Historia de la Humanidad, Tomo IV, UNESCO, Barcelona, Editorial Planeta, 1977, pag. 271.
64 Alberto Moravia, La romana, Ediciones GP, Barcelona, 1973, p. 128.
65 Juan Goytisolo, Duelo en el paraíso, Barcelona, Editorial Salvat, 1971, pag. 30.
66 Alberto Moravia, La romana, op. cit.. , pag. 14.
67 Jesús Fernández Santos, Los bravos, Barcelona, Editorial Salvat, 1971, pag. 104.
68 La envidia es uno de los pecados más extendidos en el ser humano y no siempre está justificada. Sobre esta cuestión, me gusta recordar la función que tenía la brujería en las sociedades primitivas como mecanismo nivelador. El siguiente texto, que describe una ceremonia zulú, es lo suficientemente expresivo:

En ciertos momentos, el tono de la salmodia subía y bajaba (…) Las hechiceras fueron infiltrándose entre las filas, y cada vez que aumentaba el volumen de la cantinela había un nuevo muerto. A sabiendas o no, los zulúes estaban sacando a relucir su envidia, porque las víctimas eran siempre gente rica o inteligente.

En Alan Scholefield, Gran elefante, Madrid, Biblioteca de Selecciones del Reader´s Digest, 1969, pag. 280. De modo similar, aplicado a la sociedad tradicional rural asturiana, “las brujas atacaban al macho, a la mula, al niño gordo y bien criado, a la moza joven y guapa de buena casa y a la que exhibía demasiado sus atractivos, en fin, a todo lo que se podía envidiar”, en Adolfo García Martínez, Grupos sociales marginados. Los vaqueiros de alzada, en Historia de Asturias, Oviedo, Editorial Prensa Asturiana, 1990, pag. 574.
69Si se consultan libros sobre la historia de España, es fácil encontrar citas de la penuria con la que vivieron la mayoría de los españoles en el pasado. Por ejemplo, para la sociedad bajomedieval son claras las siguientes palabras, por lo demás el límite que separaba a la “gente menuda” del tenebroso mundo de los menesterosos era muy etéreo, por lo que fácilmente podía ser rebasado, en Julio Valdeón, Los orígenes históricos de Castilla y León, Valladolid, Editorial Ámbito, 2009, pag. 94. O, en uno de los muchos libros dedicados al estudio de la sociedad española del siglo XVI, se hace el siguiente comentario, que retrata la total aceptación por las masas populares de su bajo nivel de vida:
De esa forma era tan fácil llegar a la pobreza en aquellos tiempos, salvo para la minoría de los grandes linajes, que se hallaban a resguardo de tales vaivenes de la fortuna. Así se puede comprender con qué naturalidad se admitía al mendigo, dado que pocos eran los que se sabían a resguardo de tal contingencia.

En Manuel Fernández Álvarez, La sociedad española en el Siglo de Oro, Madrid, Editorial Gredos, 1989, pag. 57.
70 Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV, Madrid, Espasa Calpe, 2008.
71 V. S. Naipaul, India, Barcelona, Editorial Mondadori, 2003, pags. 28 y 29.
72 El famoso aventurero inglés, Lawrence de Arabia, en uno de sus libros, que describe sus experiencias como recluta en el ejército británico, trata con ironía esta cuestión:

Transcurridas seis semanas, había agrias protestas en la barraca; sugestiones de que tendríamos que hacer esto o aquello para defender nuestros derechos. ¿Rebeldes de nuevo? ¡Ni por pienso! Creo que hace cientos de años que la Cámara de los Comunes de Inglaterra no ha tenido un agravio que no se purgara con rezongos

En T. E. Lawrence, El troquel, Madrid, Alianza Editorial, 1975, pag. 113.
73Hasta la crisis Bajomedieval, hubo escasas revueltas en el campo europeo a lo largo de la Edad Media”, en Julio Valdeón, Los campesinos medievales, Madrid, Cuadernos de Hª16, 1996, pag. 29.
74 Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo, Barcelona, Plaza&Janes, 1986, pag. 56.
75 Habían adoptado el acuerdo de mantener la paz en un congreso de la II Internacional celebrado en Basilea en 1912. Sobre los intentos de parar la Primera Guerra Mundial, es significativa la tregua espontánea que se dio en la Navidad de 1914 entre los soldados de los ejércitos contendientes ya que demuestra que, si las personas no estuvieran encuadradas en grupos, no tendrían tanta voluntad de luchar entre ellas. Sobre esta tregua, véase Chistian Carion, Feliz Navidad, Saint Andreu de Llavaneres, Editorial Malabar, 2007.
76 Julio Verne, Aventuras de tres rusos y tres ingleses, Barcelona, Editorial Antalbe, 1981, pag. 105.
77 AAVV, Asturias y la Ilustración, Oviedo, Consejería de Cultura, 1996, pag. 57. Acerca de estas ciegas lealtades de los gobernados a sus gobernantes, un episodio de la historia que me fascina es el modo heroico en cómo la población paraguaya siguió al dictador Solano López a una guerra suicida contra sus países vecinos. En esta contienda murió más de la mitad de la población paraguaya. Para esta guerra, llamada de la Triple Alianza, véase Eugenio Pereira Salas, La América española, en Historia de la Humanidad, Tomo XIV, UNESCO, Barcelona, Editorial Planeta, 1977, pag. 88. También es cierto que, a veces, cuando los regímenes políticos son excesivamente opresivos, se encuentran con la indiferencia de la población cuando son atacados, que no acude en su socorro. En este sentido, destaca el rápido derrumbe del estado visigodo tras el ataque musulmán, en José Luis Martín, La Alta Edad Media, en. Historia de España, Tomo III, Madrid. El Mundo, 2004, pag. 260.
78 Al final, este Mundial fue ganado por la selección de fútbol de mi país, España, confirmando todo lo que ya está expuesto: pese a la crisis española, y pese a la política de recortes sociales emprendida por el gobierno a consecuencia de ella, los españoles compartieron una exaltación común, como si el hecho del triunfo de España cambiara en algo la penosa situación por la que pasan.
79 David Mamet, en uno de sus libros, describe muy bien esta actitud tan típica del ser humano:

Ese hombre que está ahí fuera, como tú has dicho, que por los intereses del grupo al que pertenece –o espera, espera un segundo: por la necesidad de no ser excluido, de no estar fuera del grupo, eso es-, se abstiene de hacer aquello que lo condenaría al ostracismo.

En David Mamet, La vieja religión, Madrid, Biblioteca el Mundo, 2003, pags. 64 y 65.
80 Ernst Jünger, Sobre los acantilados de mármol, Madrid, Biblioteca el Mundo, 2003, pag. 56. De esta parcialidad es un buen exponente el famoso Juicio de Nuremberg, en el que se juzgó a los criminales nazis y, en cambio, se pasaron por alto los crímenes efectuados por los países vencedores de la guerra. O, si se recuerda el acuerdo de paz que puso fin a la anterior guerra mundial, el Tratado de Versalles, que fue denostado por los alemanes por considerarlo abusivo, y que, en cambio, era mucho menos humillante que la paz impuesta por los propios alemanes a los rusos el año anterior en el Tratado de Brest-Litvosk.
81 E. M. Forster, Pasaje a la India, Madrid, Biblioteca el Mundo, 2002, pag. 188. Una actitud parecida a la del protagonista de este extracto literario, y ya que acabo de utilizar el ejemplo de una personalidad serbia, es la postura de los soldados italianos de no considerar justa su ocupación de Yugoslavia durante la Segunda Guerra Mundial, en Arnold J. Toynbee, La Europa de Hitler, Madrid, Sarpe, 1985, pag. 239. Por desgracia, este tipo de posicionamientos no son corrientes.
82 Con respecto a este punto, me resulta significativa una reflexión entresacada de un libro procedente de la literatura inglesa del siglo XIX y que alude a las históricamente difíciles relaciones entre ingleses e irlandeses:

Y aunque los descendientes de Phaudrig vivían, la apelación ante los tribunales ingleses dio como resultado que la herencia pasara a manos del inglés. Siempre ha ocurrido lo mismo cuando se ha tratado de litigios entre ingleses e irlandeses.

En William Thackeray, Las aventuras de Barry Lyndon, Barcelona, Ediciones B, 1991, pag. 15. Otra muestra significativa de esta actitud arbitraria, que atañe a los mismos grupos humanos, es la respuesta de los industriales de Birmingham a las quejas sobre el carácter defectuoso de sus armas, más peligrosas para quien las usaba que para el enemigo, “los manufactureros de Birmingham protestaron diciendo que sus armas de fuego, aunque no eran perfectas, no ofrecían peligro alguno para quien las usara y que debían utilizarlas los soldados, si no los ingleses, al menos los irlandeses”, en Maxine Berg, Comercio y creatividad en el Birmingham del siglo XVIII, en AAVV, Mercados y manufacturas en Europa, Barcelona, Editorial Crítica, 1995, pag. 168.
83 Miguel Delibes, Las ratas, Barcelona, Ediciones Destino, 1984, pag. 85.
84 Del efecto de la exclusión social en las personas, un episodio recurrente que me viene a la cabeza es el drama de un guerrero espartano, Aristodemo, que se retiró por estar medio ciego de la batalla de Las Termópilas, en la que murieron sus compañeros, siendo acusado de cobardía. Tal fue el efecto del vacío social que le hicieron sus amigos que, en la siguiente ocasión que tuvo de entrar en combate, literalmente se suicidó, atacando el primero al enemigo. Véase Philip de Souza, De Maratón a Platea, Barcelona, RBA Coleccionables, 2009, pags. 77-79.
85 Manuel Fernández Avello, Bobes, Oviedo, ALSA, 1982, pag. 75. De cómo en determinadas ocasiones, en que los odios son profundos, la vinculación al grupo tiene que ser ciega, también es revelador la causa principal de las sentencias a muertes dadas por los consejos de guerra del bando franquista en la Guerra Civil española, que es la de no sumarse a la rebelión, en José María Zavala, Los horrores de la Guerra Civil, Barcelona, Debolsillo, 2004, pag. 266. En una biografía novelada sobre la tragedia de uno de los militares perdedores de este conflicto se asiste al siguiente diálogo, en el momento en que está sufriendo el consejo de guerra:

- Con arreglo a la nueva concepción jurídica usted no es un prisionero, sino un rebelde.
- ¿Por qué? ¿Por luchar contra la rebeldía soy un rebelde? Eso es una contradicción absurda.

En José Luis Olaizola, La guerra del general Escobar, Barcelona, Editorial Planeta, 1983, pags. 194 y 195. El abandono que sufrieron por parte del gobierno francés los soldados argelinos que lucharon por Francia en el conflicto entre 1954 y 1962, los llamados harkas, también es un buen reflejo de lo injustos que son los criterios para valorar a un individuo si no está plenamente identificado con un grupo. A estos soldados Argelia los exterminó por traidores, mientras que Francia no hizo nada por salvarlos de la muerte.
86 A este respecto siempre me ha llamado el modo en cómo muchas sociedades antiguas se organizaban en torno al principio de responsabilidad colectiva a la hora de hacer frente a las obligaciones con el estado, sobre todo las impositivas. Por citar algunos ejemplos, los collegia, agrupaciones de personas del mismo oficio, en el Bajo Imperio Romano, en Narciso Santos Yanguas, La decadencia de Roma, en AAVV, El ocaso de Roma, Madrid, Ediciones Arlanza, 2000, pag. 86. O, en el caso bizantino, la responsabilidad colectiva era la base de la unidad aldeana, en Robert Fossier, La sociedad medieval, Barcelona, Editorial Crítica, 1996, pag. 253. En China, el sistema de responsabilidades colectivas tenía carácter fiscal, penal y social, en Isabel Cervera Fernández, La China antigua, en AAVV, China y Sudeste asiático, Madrid, Arlanza, 2000, pag. 31. En este sentido, uno de los mayores privilegios conseguidos por los campesinos españoles fue “la liberación de los habitantes de las poblaciones de la obligación de responder colectivamente por los delitos cometidos dentro del término de su localidad cuando no fuese habido el delincuente”, en Luis G. de Valdeavellano, Curso de Historia de la Instituciones españolas, Madrid, Biblioteca de la Revista de Occidente, 1973, pag. 417.
87 No hay mejor ejemplo que las crueles penas con las que se castigaban los delitos de las clases bajas en el pasado, que estas últimas aceptaban para no romper el orden social, los padres fueron condenados a morir, junto con otro hermano por ser los autores del robo referido, pero sobre todo por ser pobres, ‹‹les fue forzoso pagar con la vida lo que no se pudo con la hacienda››, en Manuel Peña Díaz, Los pícaros, en Marginales.Los olvidados de la historia, Barcelona, Círculo de lectores, pag. 92.
88 Ian Thompson, Los jardines del rey Sol, Barcelona, Editorial Belacqva, 2006, pag. 275.
89 Situación que al menos en la Unión Europea se puede agravar en un futuro ya que el Tratado de Lisboa ya no reconoce el derecho a una remuneración adecuada y digna, en www.voltairenet.org/article161494.html. Esta clase de leyes comunitarias son también un buen ejemplo de hasta qué punto los deseos del individuo están subordinados a un principio de orden, ya que, como se afirma un libro dedicado al análisis de la Unión Europea, “actualmente los ciudadanos europeos no pueden alabar ni culpar a nadie por una ley comunitaria buena o mala”, en Marcel Scotto, Las instituciones europeas. Le Monde, Barcelona, Salvat, 1995, pag. IX.
90 Citando palabras textuales de un artículo de Internet que reflexiona sobre los datos aportados por Cáritas en sus informes anuales, la precariedad laboral fomenta las situaciones de pobreza transitoria que acontecen en España, en http://ongmania.org/informe-foessa-la-pobreza-en-espana. O, un informe reciente del Parlamento Europeo, elaborado por la portuguesa Ilda Figueiredo en que alerta sobre el número creciente de pobres con trabajo, en www.europarl.europa.eu/news/public/focus_page/008-86242-281-10-41-901-20101008FCS86210-08-10-2010-2010/default p001c008_es.htm
91 John Kennedy Toole, La conjura de los necios, Barcelona, Editorial Anagrama, 2009, pag. 79.
92 Políticas económicas que son otro ejemplo de cómo los intereses del grupo, en este caso el objetivo de los países de no tener una inflación alta, se superponen a los del individuo, al que se le abandona un tanto a su suerte. Es el concepto de tasa de paro natural, por el que se acepta que un 5% de la población pueda estar sin trabajo.
93 Santiago Niño Becerra, El crash del 2010, Barcelona, Debolsillo, 2010, pag. 122.
94 Incluso en el caso en que un gobierno actúe de este modo, muchas veces tiene que dar marcha atrás, como le ocurrió a la I República española que, tras abolir las quintas, se encontró enfrentada a una situación de caos, con una guerra en Cuba, una sublevación carlista y otra cantonalista. En consecuencia, para recuperar el orden, tuvo que recurrir de nuevo al ejército. Para estas cuestiones, véase José Manuel Cuenca Toribio, La I República, Madrid, Cuadernos de Historia 16, 1996. Sobre estos aspectos del orden, hay que recordar que fue el fracaso del general ruso Korvilov en restaurar la disciplina del ejército ruso lo que condujo a la ruina del sistema democrático en este país al permitir el triunfo revolucionario, en G. Katkov y H. Shukman, La Rusia de Lenin. Mito y realidad de un coloso, Barcelona, Ediciones Nauta, 1971, pag. 83. El mayor defecto de las teorías anarquistas ha sido siempre el no poder articular un modelo alternativo de sociedad en la que sea posible renunciar a todo tipo de imposición sobre el individuo. Por desgracia, hay que convenir en que, una sociedad sin poder coactivo es algo generalmente imposible, en J. G. Davies, Los cristianos, la política y la revolución violenta, Santander, Editorial Sal Terrae, 1977, pag. 187.
95 Sobre esta cuestión del mantenimiento de un sentido represor en cualquier modelo de estado, un dato revelador es que la Ley de Orden Público creada en el régimen democrático de la Segunda República española pudo ser luego utilizada por el régimen dictatorial de Franco sin efectuar demasiados cambios, en Juan Manuel Covelo López, Herencia republicana en la legislación franquista, en Hº 16, Nº 330, pag. 77.
96 En Gabriel García Márquez, Relato de un náufrago, Barcelona, Mondadori, 1994, pag. 3. De las situaciones kafkianas, en que el individuo está por completo desprovisto de derechos ante el poder del estado para falsear la verdad, una de las más impresionantes es la suerte ocurrida con los rusos condenados a trabajos forzados en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial que, tras su liberación, fueron castigados, a su vez, por Stalin, al considerárseles traidores, en Guadalupe Gómez Ferrer, Nuevas fronteras y traslados de población, en Historia del siglo XX, T. 19, Madrid, Hª 16, 1998, pag. 110 y en Alexandr Soljenitsin, Archipiélago GULAG, Barcelona, Plaza&Janes, 1973, pag. 77. Una situación parecida la describe Canetti:

Muhammad Tughlak, el Sultán de Delhi, tenía varios planes que superaban en grandiosidad a los de Alejandro o Napoleón: entre ellos, la conquista de China por la travesía del Himalaya. Puso en píe un ejército de 100.000 jinetes. El año 1337 este ejército se puso en marcha: pereció cruelmente en la alta montaña. Sólo lograron salvarse diez hombres. Ellos regresaron a Delhi con la noticia de la desaparición de todos los otros. Estos diez hombres fueron ejecutados por orden del sultán.

En Elías Canetti, Masa y poder, Madrid, Alianza Editorial, 1995, pag. 238.

97 Un episodio idéntico lo relata Daniel Goleman, op. cit.., pag 315. Esta indefensión del individuo ante la ley es la razón de que muchas veces las personas duden a la hora de ayudar a una persona metida en problemas con la policía, incluso en el caso de que se encuentre herida, cuestión a la que atañe el siguiente fragmento literario:

- No puedes tocarlo...lo prohíbe la ley – le dijo con énfasis el cónsul, que ahora parecía querer alejarse tanto de la escena como le fuera posible, aunque tuviera que ser en el caballo del indio-. En provecho tuyo. De hecho es una ley sensata. De otro modo podrías llegar a convertirte en cómplice después de cometido el crimen.

En Malcolm Lowry, Bajo el volcán, Madrid, Biblioteca el Mundo, 2002, pag. 276.
98 Transcribo las siguientes palabras de una biografía de Stalin, que no tienen nada que ver con lo que en realidad ocurrió:

Es indudable que Lenin y sus compañeros afirman con la mayor sinceridad que quieren hacer de la dictadura del proletariado una verdadera democracia, en cuyo seno cada hombre y cada mujer ejercerá un poder directo. No existirá policía alguna, ningún ejército, ningún cuerpo de funcionarios distintos del pueblo. Estos últimos serán colocados bajo el control del pueblo, elegibles y revocables en todo momento…

En AAVV, Stalin, Barcelona, Ediciones Castell, 1991, pag. 70.
99 En el capítulo siguiente haré referencia al movimiento abolicionista, otro ideal hermoso que también tuvo consecuencias dramáticas. La primera sociedad contemporánea que aplicó la igualdad entre blancos y negros fue la francesa tras la Revolución de 1789. Alejo Carpentier, en uno de sus libros refleja lo que supuso esta ansiada libertad para los negros en las Antillas francesas:
Por lo pronto, Víctor Hugues decretó el trabajo obligatorio. Todo negro acusado de perezoso o desobediente, discutidor o levantisco, era condenado a muerte. Y como había que llevar el escarmiento a toda la isla, la guillotina se dio a viajar...

En Alejo Carpentier, El siglo de las luces, Marid, Biblioteca el Mundo, 2001, pag. 138.
100 Soraya, El palacio de las soledades, Ediciones Martínez Roca, Madrid, 1992, pags. 172 y 173.
101 En esta clase de procedimientos incriminatorios fueron maestros los regímenes comunistas. En la antigua Unión Soviética, por ejemplo, el gobierno ruso puso a un palacio moscovita el nombre de Pavlik Morózov, un muchacho de catorce años que denunció a su padre, que acabaría ejecutado, por ser un enemigo del “pueblo”. El delito de este desgraciado padre era ser amigo de los kulaks, una clase de campesinos enriquecidos que a principios de los años treinta fue perseguida por Stalin, en Annie Kriegel, Los grandes procesos en los sistemas comunistas, Madrid, Alianza Editorial, 1984, pag. 81. Un historiador francés explica este tipo de comportamientos usando otras palabras diferentes a las mías, al decir que son propios de las sociedades donde la libertad individual se sacrifica a intereses superiores que, en el caso comunista, era la razón de estado, véase Jean Baptiste Duroselle, Europa. De 1815 a nuestros días, Barcelona, Labor, 1975, pag. 83. Un científico de la Unión Soviética dedica un capítulo de uno de sus libros a explicar las estrategias que tenían que utilizar los intelectuales soviéticos para burlar la censura, tan fuerte en este tipo de sociedades represoras. El capítulo se llama Lectura entre líneas, en Leo S. Klejn, La arqueología soviética. Historia y teorías de una escuela desconocida, en Barcelona, Editorial Crítica, 1993, pags. 125-139.
102 Fray Toribio Benavente "Motolinía", Historia de los indios de la Nueva España, en Ricardo Piqueras, La conquista de América. Antología del pensamiento de Indias, Ediciones Península, Barcelona, 2001, pags. 145 y 146.
103 Stefan Zweig, María Antonieta, Barcelona, Editorial Juventud, 1954, pag. 405.
104 AAVV, El mundo de la Grecia clásica 450 a. C.- 27 a. C., en Historia Universal. Tomo III, Larousse, 2005, pag. 475.
105 Para Orson Welles, “La caza de brujas supuso un golpe casi mortal para la libre creación artística y arruinó Hollywood”, en AAVV, El mundo después de la Segunda Guerra Mundial. La reconstrucción de Europa, en Historia Universal. Tomo IX, Barcelona, Ediciones Castell, 1991, pag. 2474.
106 Este cineasta es otro buen ejemplo de un aspecto comentado en el capítulo anterior, de cómo algunos intelectuales son capaces de describir las pasiones y vicios humanos, y no reconocerlos en uno mismo. En el caso de Elia Kazán me impresionó, desde que leí su libro América, América, el modo en que fue capaz de describir la degradación moral de su protagonista, Stavros.
107 Nicholas de Lange, El pueblo judío, Barcelona, Círculo de lectores, 1990, pag. 130.
108 Nicholson Baker, Humo humano, Barcelona, Mondadori, 2009, pag. 368.
109 Es una situación parecida a la comentada en el capítulo primero cuando se hizo referencia a la desgana vital de los indios tras la conquista española, pero ahora por motivos de índole moral y no como consecuencia de sufrir daños físicos, al operar la conciencia a un nivel superior, de mayor identidad propia.

110 Alejandro Díez Blanco, Los grandes problemas filosóficos, Valladolid, Editorial Casa Martín, 1954, pag. 237. También, de modo similar, pero con otras palabras lo expresa un libro de novela histórica, “el martirio del hombre, que se debate entre el animal y Dios”, en Hella S. Haase, La ciudad escarlata, Madrid, El País. Novela Histórica, 2005, pag. 317. Un pensamiento muy parecido lo expresa un escritor medieval catalán, “el hombre ha sido creado en el medio, para que estuviera más abajo que los ángeles y más arriba que las bestias, y para que tuviera algo en común con lo superior y con lo inferior, o sea: inmortalidad con los ángeles y mortalidad de la carne con las bestias, hasta que la resurrección repare la mortalidad”, en Bernat Metge, El sueño, Barcelona, Ediciones Planeta, 1985, pag. 5.
111 Robert Louis Stevenson, En los mares del sur, Barcelona, Ediciones B, 1999, pag. 285. De este rechazo del hombre a su ser animal, no hay mejor exponente del modo en que los supervivientes de un accidente de un avión uruguayo en los Andes pasaron de héroes a villanos en un instante, cuando se descubrió que, para poder sobrevivir, habían tenido que efectuar actos de canibalismo con sus compañeros muertos en el accidente, “un periodista argentino sugería constantemente que los más fuertes habían matado a los más débiles para procurarse alimento”, “un periódico chileno publicó la historia bajo el título Que Dios los perdone”, en Piers Paul Read, ¡Viven!, Barcelona, Editorial Noguer, 1974, pag. 314.
112 Alexander Lernet-Holenia, El conde de Saint- Germain, Barcelona, Ediciones GP, 1974, pag. 39.
113 Para verificar este particular, basta comprobar el concepto que del ser humano transmitía el Papa Inocencio III a sus contemporáneos:

El horror al hombre, formado de asquerosísimo semen; concebido con desazón de la carne, nutrido con sangre menstrual, que se dice es tan detestable e inmunda, que con su contacto no germinan los frutos de la tierra y sécanse los arbustos.

Tomado de Johan Huizinga, op. cit., pag. 310. En mi caso, que he recibido una educación católica, la historia que más me impresionó de niño acerca de estos macabros aspectos fue la la conversión de San Francisco de Borja, después de tener que acompañar en un largo viaje el cuerpo de una hermosa mujer, verificando, antes de enterrarla, la podedumbre de su cadáver, como había que destapar la caja para dejar constancia que allí estaba el cuerpo de la soberana, este hombre ve toda la descomposición horrorosa de la muerte en esta hermosísisma figura de mujer y esto le ocasiona una repugnancia, un desdén del mundo, tan extraordinario, que renuncia a su riqueza, a su poder, a su nombre, entra en religión, en Arturo Uslar-Prieti, Valores humanos. II, Madrid, Editorial Mediterráneo, 1964, pag. 56.
114 La confesión tiene que estar apoyada en alguna divinidad omnisciente que todo lo conoce, hasta el interior del pensamiento humano y sus actos más secretos. A menudo ocurre que, como los individuos no están cometiendo constantemente maldades, la confesión es un acto vacío de contenido, y de marcado carácter rutinario, como se describe en el siguiente texto:

- Me acuso de algunas impaciencias.
Era una señora quien hablaba.
- Pido perdón, también, por todos los pecados de mi vida, en especial de haber hecho cosas feas...
Era un muchacho de saludable aspecto.
- Y de dar malas respuestas a mi madre.
Ahora hablaba una chica (...)
A las dos horas de aquel ejercicio, Francisco se sentía flotar en media del aburrimiento, por más que hacía esfuerzos a fin de mantenerse atento. Era poco amigo de echar discursos en el confesionario. No conocía a aquellas gentes. Sentía que no deseaban de él otra cosa que la absolución por vía rápida. Y él se la administraba a uno tras otro.

En José Luis Martínez Vigil, Los curas comunistas, Barcelona, Círculo de lectores, 1968, pag. 68. La importancia de la confesión en el ministerio cristiano queda extraordinariamente reflejada en el libro de Graham Greene, El poder y la gloria. Su protagonista, un sacerdote fugitivo de la justicia, cae en una emboscada de sus perseguidores por cumplir con el deber de confesar a un individuo.
115 Como generaliza un libro dedicado a su estudio, “la religión ha actuado y actúa como clave en los mecanismos de sustentación de privilegios de todo tipo”, en Francisco Diez de Velasco, Breve historia de las religiones, Madrid, Alianza Editorial, 2006, pag. 13.
116 Amin Maalouf, Los jardines de la luz, Madrid, Alianza Editorial, 2000, pag. 249. En un libro al que haré varias referencias en estas páginas, Tariq Alí hace la siguiente descripción de la imaginería popular de su tierra, Pakistán, que tanto contrasta con la aureola de prestigio que los occidentales creemos que los religiosos tienen en el mundo musulmán, “el mulá de ficción de los narradores de cuentos y de los espectáculos de marionetas que viajaban de pueblo en pueblo era un bribón consumado, lascivo y codicioso, que se valía de la religión para satisfacer sus deseos y ambiciones” en Tariq Alí, El choque de los fundamentalismos. Cruzadas, yihads y modernidad, en Madrid, Alianza Editorial, 2002, pag. 39. En la siguiente página de Internet, http://publicalpha.com/la-otra-historia-del-tibet, se hace un breve repaso de todas las salvajadas que caracterizaban al gobierno de los monjes budistas en el Tíbet, que desmiente por completo la visión idealizada del budismo como una religión que produce hombres buenos y justos.
117 Isabel Allende, La casa de los espíritus, Barcelona, Plaza&Janes, 1992, pags. 10-11.
118 Marcel Proust, Por el camino de Swann, Madrid, Unidad Editorial, 1999, pag. 104. De los tortuosos caminos de la mente, otro buen ejemplo es el experimento realizado por Gandhi de acostarse en la misma cama con su sobrina, mucho más joven con él, ambos desnudos, con el fin de probar su capacidad para resistir la tentación sexual, en Rosa Herranz, Mohandas Karamchand Gandhi, Madrid, Ediciones Rueda, 1995, pags. 116 y 118. Parece que esta prueba ascética de acostarse con una mujer más joven era frecuente durante la Edad Media entre los santos cristianos, recibiendo el nombre de pugna carnis, en Robert Fossier, op..cit., pag. 183.
119 Luis Buñuel, op. cit.., pag. 171. Como afirma un libro de psicología, la capacidad de “decirlo todo”, es decir, de pensar y sentir sin tapujos todos los pensamientos, sin que importe lo aborrecibles que sean, no libera monstruos terribles, sino que crea una personalidad bien aislada y equilibrada, en Jane G. Goldberg, El lado oscuro del amor, Barcelona, Círculo de lectores, 1997, pag. 343.
120 Leon Tolstoi, op. cit., pag. 426.
121 Sobre esta clase de políticas, con frecuencia me viene a la cabeza una entrevista televisiva a John Wayne en la que, habiendo preguntado el entrevistador a este actor sobre cuál era su opinión sobre la concesión de todos los derechos a los negros, dijo que él estaría de acuerdo si los negros supieran comportarse como personas. Con relación a este asunto, la explicación que da un estudioso a la tardía concesión de la independencia al Congo Belga es que los belgas negaban los derechos políticos a los africanos “basándose en la concepción francesa de democracia de que un hombre no puede ejercer su libertad si previamente no se ha librado de la pobreza y de la falta de educación”, en Philippe Lemarchand, Atlas de África, Madrid, Acento Editorial, 2000, pag. 65.
122 Marvin Harris, Caníbales y reyes, Madrid, Alianza Editorial, 1987, pag. 248.
123 Charles Dickens, Oliver Twist, Madrid, Anaya, 1999, pag. 21.
124 De la fuerza de este miedo, una evidencia es el modo en cómo muchas novelas de crimen y terror se ambientan en residencias destinadas al cuidado de las personas mayores. Un ejemplo es el siguiente:

Su cama había sido cuidadosamente abierta, el camisón había sido sacado del armario y extendido incitantemente encima del colchón de satén; las zapatillas estaban en el suelo, al lado de la cama. En Alpenstand se trataba a los huéspedes con toda clase de miramientos y, sin embargo, la habitación a la luz de la lámpara, el silencioso terreno de estacionamiento, el extraño y aislado hotel, habían comenzado ya a adquirir una atmósfera de espanto.

En Lucille Fletcher, ...Y dado por muerto, Madrid, Biblioteca de Selecciones del Reader´s Digest, 1964, pag. 387.
125 Hella S. Haase, El bosque de la larga espera, Barcelona, Plaza&Janes, 2005, pag. 290.
126 Christiane Bird, Mil suspiros, mil rebeliones. Un recorrido por el Kurdistán iraquí, Barcelona, Ediciones B, 2005, pag. 413.
127 Willian Craig, La batalla de Stalingrado, Barcelona, Editorial RBA, 2005, pag. 74.
128 John Steinbeck, Las uvas de la ira, Madrid, El país. Clásicos del siglo XX, 2002, pags. 245 y 246. De la importancia de la familia como elemento protector del individuo cuando éste vive sumido en la pobreza habla bien una de las razones fundamentales que están detrás del rápido crecimiento demográfico que existe en los países en vías de desarrollo, en palabras de un demógrafo “los programas de planificación familiar no han tenido éxito en muchos países en vías de desarrollo porque los hijos son necesarios al constituir una seguridad social para sus ancianos padres”, en Paul R. Ehrlich y Anne H. Ehrlich, La explosión demográfica. El principal problema ecológico, Barcelona, Biblioteca Científica Salvat, 1993, pag. 219.
129 Amin Maalouf, op. cit.., pag. 207.
130 Supongo que en este tipo de anhelos de ser aceptado por su grupo está el fundamento de la reinserción de los delincuentes, a los cuales, dándoles una oportunidad de llevar una vida decente, intentan ser dignos de ella. Con respecto a esta cuestión, me gusta recordar un episodio de la historia antigua, en el que el general romano Pompeyo, tras haber llevado una dura y victoriosa guerra contra unos piratas de Asia Menor, en vez de exterminarlos, les otorgó tierras, convirtiéndoles en civilizados campesinos. Una reseña de este episodio está en Francisco Bertolini, Historia de Roma, Madrid, Edimat Libros, 1999, pag. 275.
131 Leopoldo Alas "Clarín", La regenta, Madrid, Colección Austral, 2004, pag. 456.
132 Charles Dickens, Historia de dos ciudades, Madríd, Cátedra, 2004, pag. 325.
133 Dentro del análisis de una guerra civil argentina, en la que también existió un predominio del elemento popular en uno de los bandos enfrentados, un autor hace la siguiente reflexión: “^Parece que el federal es más sanguinario que su enemigo. ¿Más odio? Acaso más plebeyismo. En las guerras a muerte hay más sangre del lado del pueblo, tal vez porque en el pueblo todo es instintivo, infrarracional”, en Manuel Gálvez, op. cit., pag. 396.
134 Carlos Roca, Zulú. La batalla de Isandlwana, Barcelona, Inédita Editores, 2004, pag. 201.
135 Basada en el mito del buen salvaje, difundido por Rousseau, que pinta a los seres primitivos como criaturas virtuosas, amables, ingenuas y confiadas. Este mito refleja una de las paradojas del hombre al que, por un lado, le asusta el lado salvaje humano y, por otro, no quiere admitirlo como una característica plenamente humana, “no quiere oír, y no se lo reprocho, que somos seres humanos porque durante millones de años matamos para vivir”, en Robert Ardrey, op. cit., pag. 72. En el caso de los indios norteamericanos, su magnificación suele atribuírse al libro de D. H. Lawrence Mañanitas Mexicanas, en Alberto Cardín, Movimientos religiosos modernos, Barcelona, Salvat, 1986, pag. 32. Uno de los documentos contemporáneos más repetidos para justificar su idealización es la carta que escribió un jefe de una tribu india llamado Seattle al presidente norteamericano Frankin Pierce. Esta carta es una verdadera proclama ecológica y conservacionista. Uno de sus fragmentos es el siguiente:
No sé, mas nuestro modo de vida es distinto del de ustedes. La sola vista de sus ciudades llena de tristeza los ojos del piel roja. Tal vez sea que el piel roja es un salvaje y no comprende nada...
No existe un lugar pacífico en las ciudades blancas, ni hay un sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o el zumbido de los insectos. Quizá esto también se deba a que soy un salvaje y no entiendo nada
Pero, después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el adorable lamento del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas en el filo de un estanque?
En Mayne Reid, Oceola, el gran jefe de los semínolas, Bilbao, Editorial Legasa, 1980, pag. 37.
136 Por ejemplo, Lenin rechazó las teorías del amor libre impulsadas por la primera mujer que fue comisaria del pueblo, Alexandra Kollontái, tras la toma de poder por parte de los bolcheviques en 1918, en AAVV, La Europa de entreguerras 1918-1936, en Historia Universal, Tomo XVII, Larousse, 2005, pags. 3070 y 3071. A esta oposición se refiere Sciascia en uno de sus libros:

- Es una cosa tan sencilla hacer el amor…¿Qués el amor? No hay otra cosa entre un hombre y una mujer. Es como tener sed y beber (…)
- Esto de la sed y el beber no es nuevo.
- Es de una revolucionaria rusa, pero Lenin, ¿se acuerda?, planteó la cuestión del vaso; se negaba a beber en el vaso en que hubieran bebido otros. Más bien reaccionario, ¿no le parece?
- Puritano, yo diría puritano. Todos los revolucionarios lo son.

En Leonardo Sciascia, Todo Modo, Madrid, El País. Clásicos del siglo XX, 2003, pags. 58 y 59.
137 Siempre me ha llamado la atención el caso de una importante comunista española del siglo XX, Dolores Ibárruri, que fue una mujer piadosa en extremo durante su juventud, sustituyendo con posterioridad este fervor religioso por el fanatismo comunista. De un converso así es fácil esperar que sea conservador en terrenos morales. Para esta cuestión, véase Adrian Shubert, Historia social de España, Madrid, Nerea, 1991, pag. 208. Sobre otro adepto comunista, uno de los más importantes traidores de la historia reciente, hay un libro que describe su conversión a la fe comunista con los siguientes trazos, es posible que fuera en aquellos años placenteros cuando Fuchs, sintiendo más que nunca el vacío que en su espíritu había dejado la perdida fe cristiana, se asió con mayor afán al ideal comunista que la sustituyó, en Charles Baudinat, El hombre que entregó a los rusos la bomba A, en AAVV, Los grandes enigmas de la guerra fría, Madrid, Artes Gráficas Mateu-Cromo, 1970, pag. 120.
138 Alexéi N. Tolstoi, La víbora, en Cuentos rusos, Barcelona, Salvat, 1970, pag. 125. Sólo tras Mayo del 68 parece que las sociedades occidentales han aprendido a relativizar algunas de sus muchas represiones mentales tradicionales. Como se dice en un libro de historia contemporánea, este movimiento “cuestiona fuertemente el paternalismo autoritario de los padres vencedores del fascismo que, paradójicamente, había llenado la vida cotidiana de tabúes y represión social o sexual”, en Fernando García de Cortázar, Breve historia del siglo XX, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999, pag. 347.
139 Hasta qué punto la función moral en España es patrimonio de la Iglesia se ve en el segundo tercio del siglo XIX, época en que los gobiernos liberales españoles expropiaron enormes cantidades de bienes de la Iglesia, para así reducir su poder y, en cambio, la enseñanza religiosa se siguió considerando por estos mismos gobiernos la fundamental para educar al pueblo español, en Juan-Sisinio Pérez Garzón, Crisis del feudalismo y revolución burguesa, en Crisis del Antiguo Régimen. De Carlos IV a Isabel II, Madrid, Hª16, 1982, pag. 101.
140 Es paradójico el modo en cómo ahora los españoles que vivimos en democracia nos hemos despolitizado, fenómeno que se da sobre todo en la juventud, y que era el objetivo que tenía el dictador que nos gobernó con anterioridad, que quería sustituir la política por la administración. Para este propósito de Franco, véase Stanley G. Payne, El fascismo, Madrid, Alianza Editorial, 2001, pag. 34.
141 Alejandro Díez Blanco, op.. cit.., pag. 21. Como se dice en un libro dedicado a estas cuestiones, “el derecho es sólo aquello que las instituciones legales han decidido en el pasado. Por ejemplo, si han decidido que los trabajadores pueden cobrar compensación por las lesiones ocasionadas por la negligencia de un compañero de trabajo, entonces, esa es la ley. Si han decidido lo contrario, esa es la ley entonces”, en Ronald Dworkin, El imperio de la justicia, Barcelona, Editorial Gedisa, 1988, pag. 19.
142 Raymond Chandler, El largo adiós, Madrid, El País, 2002, pag. 377. Este párrafo sintetiza bien la realidad indiscutible de que los miembros más poderosos de una sociedad tienen una enorme capacidad de influencia en la elaboración de los leyes. Las razones de su intervención son evidentes, “la redistribución de la renta perjudica a los privilegiados y, como éstos ocupan el poder, pueden impedir que se lleve a cabo”, en José Luis Sampedro, Conciencia del subdesarrollo, Barcelona, Salvat, 1972, pag. 112.
143 Tom Sharpe, Becas flacas, Barcelona, Editorial Anagrama, 1997, pag. 98.
144 Henry Miller, Trópico de Cáncer, Madrid. El País. Clásicos del siglo XX. 2002, pags. 164 y 165.
145 Marco Polo, Libro de las maravillas, Madrid, Ediciones Anaya, 1983, pag. 210.
146 Kurt Lange, op.. cit.., pag. 148.
147 Terenci Moix, No digas que fue un sueño, Madrid, Bibliotex, 2001, pag. 169. Un descubrimiento que me sorprendió mucho sobre la literatura erótica fue la importancia que ésta tuvo en la Ilustración, cuando los recuerdos que yo tenía de la escuela eran que los escritores de este periodo eran muy aburridos, a causa de su tono didáctico y moralizante. A este respecto, de la literatura pornográfica de la España Ilustrada, es gracioso el título de un libro Arte de putas, atribuido a Moratín, en Roberto Fernández Díaz. La economía en el siglo XVIII: agricultura, industria y comercio en el siglo de las reformas, en Historia de España, Tomo IX, Madrid, El Mundo, pag. 620.
148 Para la cuestión de la condena generalizada del incesto por parte de las sociedades humanas, véase David. P. Barash y Judith Eve Lipton, El mito de la monogamia. La fidelidad y la infidelidad en los animales y en las personas, Madrid, Ediciones Siglo XXI, 2003, pag. 318, Francisco Diez de Velasco, op. cit., pag. 40 o Lucy Mair, op. cit., pags. 88 y 90. En esta última cita se añade la opinión del importante antropólogo Malinowski, para el que la prohibición del incesto señala la transición de la naturaleza -la vida de los animales- a la cultura, el modo de vida peculiar de los hombres. El incesto está detrás del horror que causa la costumbre faraónica de desposarse con sus hermanas o hijas, o los posibles amoríos de César Borgia y Lucrecia Borgia. También conviene indicar que el incesto tiene que haber sido una prohibición necesariamente respetada a causa del hacinamiento y la promiscuidad con la que durante muchos siglos vivieron las clases bajas. En el siguiente fragmento literario se describe una situación de esta clase:

En el suelo de esta reducida habitación había un gran colchón cuadrado. Por un lado entraban los cuerpos del Muecas y de su consorte, por el otro lado los más esbeltos de sus hijas núbiles (…). Pero seguían durmiendo los cuatro juntos en el colchón grande por varios motivos: porque los cuatro cuerpos juntos elevaban la temperatura de la cámara estanca...

En Luis Martín-Santos, Tiempo de silencio, Madrid, El País. Clásicos del siglo XX, 2003, pag. 69.
149 Vladimir Nabokov, Lolita, Madrid, Biblioteca el Mundo, 1999, pag. 126.
150 Roger-Henri Guerrand, Historia de la higiene urbana, Valencia, Edicions Alfons el Magnanim, 1988, pag. 199.
151 De la hipocresía que existe sobre los aspectos sexuales humanos, una frase que me despierta una sonrisa es la siguiente: “El sexo es la única actividad humana en la que el profesional tiene un estatus inferior al del aficionado”, tomada de Sylvia de Béjar, Tu sexo es aún más tuyo, Barcelona, Planeta, 2007, pag. 28. Por ejemplo, en el libro mencionado en una nota anterior sobre Cleopatra, ésta recibe clases de una prostituta para poder seducir a Marco Antonio. También, desde que lo leí, me ha llamado la atención el modo en cómo en la España del Siglo de Oro, en teoría tan católica, los maridos prostituían a sus mujeres:

Prosigue Piñeyro, luego de contar varios casos de maridos traficantes con sus mujeres:
“Y la verdad es que los tales maridos lo saben bien y disimulan, porque son las fincas que más les rinden y las dotes de las que viven. Y así es que en Castilla eso se tiene por cosa corriente; y no es tal o cual marido, los más nada gastan en joyas y vestidos para sus mujeres, que se los saben ganar: las mozas, ya con palabras, ya con obras...”

Tomado de José Deleito y Piñuela, La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid, Alianza Editorial, 1998, pag. 32. O, de este mismo periodo, es paradójico el hecho de que las casas de prostitución estaban controladas por las cofradías religiosas, situación que da mucho juego literario para tratarla con ironía, como se ve en Bartolomé Bennassar, El galeote de Argel, Madrid, El País, 2005, pags. 39 y 40, o en Miguel Delibes, El hereje, Barcelona, Ediciones Destino, 1999, pag. 99.
152 En un libro de tono lúdico, que retrata las reacciónes de los asistentes a un juicio donde se encausa a un escritor de libros pornográficos, se hace alusión a este permanente camuflaje de nuestos pensamientos sexuales:

Bien, bien... No tenía más remedio que cortar este tipo de pensamientos. Tal vez había sido la lectura de los libros de Claude lo que le hacía pensar así. Y el oír todas esas palabras en el tribunal, todas aquellas descripiciones sexuales... Bien podía ser que, en este sentido, la acusación tuviese razón. Pero, si quería ser honrado consigo mismo, y no había razón para no serlo pues estaba solo y nadie- a Dios gracias- era capaz de leer sus pensamientos, tenía que reconocer que esas ideas eran en él relativamente frecuentes.

En Linda Dubreuil, El pornógrafo, Barcelona, Ediciones Actuales, 1978, pag. 172
153 En cierta forma, los vagabundos son los antisistema por excelencia y de ahí el recelo que siempre han despertado en las autoridades. Aunque no soy experto en estas cuestiones, fácilmente me vienen a la cabeza nombres de colectivos que han sido perseguidos por su vida errante como los goliardos medievales, los vaqueiros, que era un pueblo de la tierra donde he nacido, Asturias, o el caso mucho más conocido de los gitanos. Sobre estos últimos, en la actualidad en algunos países como Francia se está procediendo a la expulsión de alguno de sus colectivos, en concreto los de origen rumano.
154 Enrique Castro, Hombres made in Moscú, Barcelona, Luis de Caralt, 1963, pag. 96.
155 Vasili Grossman, Todo fluye, Barcelona, Debolsillo, 2010, pag. 99.
156 Lucien Levy-Bruhl, El alma primitiva, Barcelona, Ediciones Península, 2003, pag. 22.
157 Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, Buenos Aires, Colección Austral, 1968, pag. 82.
158 Indro Montanelli, Dante y su siglo, Barcelona, Plaza&Janes, 1964, pag. 113. O, en palabras de otro estudioso, “la libertad comienza más allá de la necesidad”, en Raymond Aron, Ensayo sobre las libertades, Madrid, Alianza Editorial, 1974, pag. 41.
159 En este sentido, una curiosidad histórica es el modo en cómo en los inicios de la Revolución Francesa, algunos grupos revolucionarios radicales querían imponer la obligatoriedad del tuteo, para acabar con los tradicionales tratamientos de respeto hacia los miembros de las clases superiores, en Jean-Pierre Bois, La Revolución Francesa, Madrid, Historia 16, 1999, pag. 115.
160 Que los musulmanes sigan postrándose en la oración es lo que hace que sean tenidos por especialmente piadosos por los descreídos habitantes de los países europeos, en Francisco Diez de Velasco, op. cit., pag. 186.
161 Ernst Gombrich, La historia del arte, Londres, Phaidon, 2008, pag. 522.
162 Esta polémica cuestión viene bien explicada en Herbert Wendt, Tras las huellas de Adán, Barcelona, Editorial Noguer, 1962, pags. 271 y ss.
163 Algún historiador retrotrae su origen en el siglo XII, donde empieza a germinar un incipiente humanismo:

A partir del siglo XIII, el hombre y el cristiano empezaron a representar dos categorías del todo distintas. Lo que se aplicaba al uno no tenía necesariamente porque aplicarse al otro. El vacío dejado por el hombre renacido (el cristiano) se llenó al despertar el hombre natural de un sueño de siglos.

En Walter Ullmann, Historia del pensamiento político en la Edad Media, Barcelona, Editorial Ariel, 1983, pag. 159.
164 Como afirman dos autores dedicados al estudio de este movimiento cultural, “en este siglo caracterizado por la soberanía de la razón, se entabló un combate generalizado contra el dogmatismo”, en A. Schönberger y H. Soehner, El rococó y su época, Barcelona, Salvat, 1971, pag. 15. Más adelante, haré mención a que este siglo es el periodo en que se comienza a cuestionar intensamente los argumentos de autoridad, casi sagrados hasta ese momento.
165 William R. Cook y Ronald Herzman, La visión medieval del mundo, Barcelona, Vicens-Vives, 1985, pag. 98. Para la mentalidad medieval, “el mayor pecado ante los ojos de los hombres y de Dios es querer salir de su estado. El deseo de ascenso social debe desterrarse de la sociedad”, en Pedro de Santidrián, Tomás de Aquino, Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 17.
166 El concepto de gloria, que “se considera el instrumento más poderoso del arsenal humanista”, en André Chastel, El humanismo, Barcelona, Salvat, 1964, pag. 13.
167 Aparece una nueva piedad en la que la vida interior cuenta más que la celebración litúrgica, en Julio Valdeón, Historia general de la Edad Media. Siglos XI al XV, Madrid, Mayfe, 1971, pag. 301.
168 Juan Elliot y Javier Moncayo, Enrique VIII, en Historia y Vida. Especial Número 500, pag. 63. Como dice Umberto Eco, sólo en el siglo XVIII el artista se libera de la humillante dependencia del mecenazgo, en Historia de la belleza, Barcelona, Lumen, 2005, pag. 252. De la sumisión a que obligaban este tipo de dedicatorias véase, por ejemplo, la que hace Cervantes al duque de Béjar al inicio del Quijote:

En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y las granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos que, no conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.

En Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Salvat, 1916, Tomo I, pag. 3. De la rabia ocasionada por tener que rebajarse de este modo ante los grandes por parte de los intelectuales, el documento más relevante es la llamada Historia secreta de Procopio, historiador oficial de Justiniano que, si bien, en sus escritos oficiales alababa a éste y a su mujer Teodora hasta extremos serviles, en la Historia secreta se vengaba con párrafos tan elocuentes como el siguiente:

Teodora se reunía con diez o doce amigos y se entregaba a ellos sucesiva y repetidamente en varias posiciones, y no teniendo bastante con ellos llamaba a sus criados y esclavos, y aún éstos no eran suficientes, pues podía ser abatida por el cansancio pero satisfecha por todos…

En Joseph M. Walker, Historia de Bizancio, Madrid, Edimat, 2004, pag. 131.
169 Louis Gottschalk, Católicos y protestantes en Europa (1500-1775), en Historia de la Humanidad , Tomo VIII, UNESCO, Barcelona, Editorial Planeta, 1977, pag. 355. De esta necesidad de encontrar un equilibrio entre la propia dignidad y las presiones sociales es un buen ejemplo el llamado humanismo cortesano, oportunista y adulador, de la segunda mitad del siglo XVI, explicado en José Luis Beltrán y Doris Moreno, Renacimiento, Madrid, Ediciones Arlanza, 2000, pag. 71. Los científicos también tuvieron difícil en esta época encontrar este equilibrio, como lo prueban las condenas por parte de la Inquisición a Galileo o Vesalio, teniendo que retractarse el primero y muriendo a causa de la penitencia impuesta el segundo, para este segundo caso, véase, Fernando Martínez Laínez, Miguel Servet, Madrid, Editorial Hernando, 1977, pag. 68. Un caso también trágico de un intelectual condenado por la Inquisición, en este caso consumándose la pena de la condena a la hoguera es el de Giordano Bruno. Aunque esta muerte en sí ya es horrible, lo que más me impactó cuando leí el final de este hombre, fue la brutalidad realizada con él previamente para que no pudiera hablar y defenderse: “un carcelero fue hacia Bruno, y mientras otros dos le inmovilizaban la cabeza, le sujetó la lengua con dos largos pinchos. Uno de ellos le atravesaba la lengua horizontalmente, mientras que el otro le fue clavado a través de los labios”, en Michael White, Giordano Bruno. El hereje impenitente, Buenos Aires, Ediciones B, 2001, pag. 175.
170 Cyrano de Bergerac, El otro mundo o los estados e imperios de la luna, Madrid, Anaya, 1987, pag. 108.
171 En mi caso, de este siglo me gusta recordar el movimiento de los cuáqueros que, “con mayor conciencia civil, se oponían a toda forma de violencia, a la guerra, a la pena de muerte y a la esclavitud”, en Alberto Tenenti, La Edad Moderna. Siglos XVI-XVIII, Barcelona, Editorial Crítica, 2000, pag. 265. Entre ellos sobresale la figura de Anthony Benezet (1713-1784), que “también fue pionero de otros movimientos reformistas, como el de la educación de las mujeres y el del tratamiento más justo para los indios”, Carson I. A. Ritchie, Comida y civilización, Madrid, Alianza Editorial, 1994, pag. 168.
172 Una serie de frases, tomadas del mismo autor, resumen estos cambios habidos a lo largo del siglo XIX; “la vida política interior se caracteriza por la continuación de los combates a favor de los derechos de los pueblos y de la constitución, en los que persisten vitalmente las acciones consecutivas de la Revolución francesa (…) Se plantea, cada vez con mayor importancia la cuestión social. Ha conducido a una lucha de clases para obtener la igualdad política de derechos y la mejora material de la clase trabajadora (…) Indiscutiblemente fue ganando en importancia el pensamiento democrático en la vida política de Europa”, en Paul Diepgen, Historia de la medicina, Barcelona, Labor, 1925, pags. 142 y 142.
173 Luis Buñuel, op. cit.., pag. 122.
174 Como afirma correctamente un autor, el éxito de Gandhi se debió al hecho de que los británicos tuvieron conciencia, en J. G. Davies, op. cit., pag. 198. Pese a ser contemporáneo a los éxitos de Gandhi, el caso coreano es un buen ejemplo del fracaso de las tácticas de resistencia pasiva. Corea fue anexionada por Japón en el año 1910, invasión frente a la que muchos coreanos, en señal de protesta, decidieron suicidarse. Tal sacrificio fue en vano, ya no que sirvió para rebajar un ápice la brutalidad de la ocupación. Estos hechos son tratados en Pilar Cabañas Moreno, Corea, en AAVV, Japón y Corea, Madrid, Ediciones Arlanza, 2000, pag. 28.
175 Al carácter inhumano de la sociedad soviética ya me he referido en anteriores ocasiones. En el siguiente texto se relatan las dramáticas experiencias personales de un campesino ruso perseguido por la policía política, contadas por él mismo:

Cruzando el campo por noche, llegué a casa, y de noche volvía a marcharme. Cogí a mi hermano más pequeño y me lo llevé a regiones más cálidas. No teníamos nada para comer. En Frunse encontramos una banda de vagabundos, alrededor de un caldero de alquitrán. Me dirigí a ellos: “Escuchad, descalzonados: Os dejo a mi hermanito como aprendiz, para que le enseñéis a salir adelante en la vida” Ellos le recogieron...

En Alexandr Soljenitsin, Un día en la vida de Iván Denisovitch, Barcelona, Luis de Caralt, 1963, pag. 99.
176 Alexandr Soljenitsin, Archipiélago GULAG, Barcelona, Plaza&Janes, 1973, pag. 346.
177 Su nombre es Invictus y está dirigida por Clint Eastwood.
178 Cita de Eurípides, tomada de Luis Gil, op cit.., pag. 39. Hay muchos ejemplos históricos del modo en que se pueden silenciar las voces de protesta. Personalmente, uno de los que más me gusta, porque me encanta la historia del imperio bizantino, es como durante el proceso de feudalización que se da en este último a partir del siglo XIII, los campesinos, acostumbrados a un régimen de mayor libertad, acudían a los tribunales públicos para defender sus derechos, siendo asesinados por sus nuevos señores cuando exponían sus quejas, en AAVV, Historia de Bizancio, Barcelona, Editorial Crítica, 2001, pag. 207.
179 Como asegura un estudioso de la época antigua, “la esclavitud puede ser preferida a una libertad carente de recursos en la que la supervivencia es difícil”, en Juan Manuel Roldán y Juan Santos Yanguas, Hispania romana. Conquista, sociedad y cultura (siglos III a. C- IV d. C), en Historia de España. Tomo II, Madrid, El Mundo, 2004, pag. 422.
180 León Tolstoi, op. cit., pag. 322.
181 Para Alexis de Tocqueville, un importante estudioso de la Revolución Francesa, ésta se produjo, no por un empeoramiento de las condiciones de vida de las clases populares, sino, justo por lo contrario, ya que, según la prosperidad iba llegando a los campesinos, éstos empezaron a ver los privilegios feudales como vejatorios e intolerables, en George Rudé, Europa en el siglo XVIII. La aristocracia y el desafío burgués, Madrid, Alianza Editorial, 1978, pag. 302. En este sentido, es famosa una de las frases de este intelectual francés, el momento más peligroso para un mal gobierno es aquel en el que intenta reformarse, ya que cualquier relajación de la opresión hace que las personas se den cuenta de la desigualdad social que sufren y luchen por corregir esta situación injusta. Por poner un ejemplo histórico, se considera que las reformas puestas en marcha por Gorbachov, destinadas en principio a mejorar el sistema soviético, desestabilizaron a éste del tal modo que provocaron su derrumbe, en Julio Aróstegui y otros, El mundo contemporáneo: historia y problemas, Barcelona, Editorial Biblos-Cátedra, 2001, pag. 542.
182 Leon Tolstoi, op. cit., pag. 304.
183 John Rule, Clase obrera e industrialización, Barcelona, Editorial Crítica, 1990, pag. 214. A las infames condiciones de vida de los obreros del siglo XIX ya se hizo referencia en este ensayo, cuando en el primer capítulo se trató la corriente filosófica del socialdarwinismo.
184 Sinclair Lewis, Calle mayor, Barcelona, Ediciones GP, 1965, pag. 52.
185 Vasco Pratolini, Crónica Familiar, Barcelona, Salvat, 1971, pags. 126 y ss.
186Hacia 1934 la relación entre los ingresos más altos y los más bajos era de 29 a 1”, Vladimir Boukovski, La Unión Soviética. De la utopía al desastre, Madrid, Ediciones Arias Montano, 1991, pag. 163. Para lo que es corriente en una sociedad, tampoco esta desigualdad de ingresos es tan acusada, pero sí niega la visión de la sociedad soviética como una sociedad igualitaria. Un escritor italiano se toma el asunto con ironía en las siguientes líneas, en que pone en boca de un imaginario Lenin las siguientes palabras:

Nosotros hemos cambiado únicamente la clase que fundaba su hegemonía sobre este sistema. Eran sesenta mil nobles y tal vez unos cuarenta mil grandes burócratas; en total, cien mil personas. Hoy se cuentan cerca de dos millones de proletarios y de comunistas. Es un progreso, un gran progreso, porque los privilegios son veinte veces más numerosos, pero el noventa y ocho por ciento de la población no ha ganado mucho en el cambio.

En Giovanni Papini, Gog, Barcelona, Ediciones G. P., 1965, pag. 141. En la conocida sátira sobre la Unión Soviética, Rebelión en la granja, esta desigualdad se resume en el mandamiento final que rige la vida de la granja:

Todos los animales son iguales, pero unos animales son más iguales que otros.

En George Orwell, Rebelión en la granja, Barcelona, Ediciones Destino, 1996, pag. 181. A este respecto, es reveladora la tesis del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética en el año 1967, “la introducción de una distribución pareja, minaría los intereses materiales de los hombres en activo en los resultados del trabajo y en el fomento de su nivel intelectual, cultural y profesional”, en Giovanni Blumer, La revolución cultural china, Barcelona, Ediciones Península, 1972, pag. 77.
187 Como se explica en un libro escrito por alguien que vivió desde dentro el sistema soviético, “no funcionó bien con la socialización de las propiedades. Al eliminar los intereses individuales, la gente fue dejando de trabajar”, en Leo S. Klejn, op. cit., pag. 113.
188 Paul Theroux, En el gallo de hierro, Barcelona, Ediciones B, 1997, pag. 61.
189 Por citar un exponente histórico de en qué consistió exactamente este tipo de lucha, en España el Tribunal Supremo fijó en 1893 que la huelga no debía considerarse delito si era utilizada para lograr mejoras salariales, en Javier Paniagua, Anarquistas y socialistas, Madrid, Historia 16, 1999, pag. 143.
190 Como ejemplo de esta actitud vale la estrategia con la que Hitler rompió la tradicional solidaridad obrera: al llegar al poder fue introduciendo el trabajo a destajo entre los proletarios, de tal modo que rápidamente fomentó el individualismo entre éstos, en Alexandra Minerbi, Atlas ilustrado del nazismo, Madrid, Susaeta Ediciones, 2003, pag. 72.
191 Por ir señalando algún ejemplo de este comportamiento, este año ha habido un colapso en los aeropuertos europeos debido a la paralización del tráfico aéreo por la erupción de un volcán islandés. Ante las dificultades de muchos viajeros para volver a su lugar de origen, muchos taxistas se han aprovechado de la situación, cobrando precios abusivos por trasladar a estas personas a sus hogares. Un caso parecido, son las onerosas tarifas que imponen los cerrajeros cuando tienen que abrir la cerradura de casas cuyos propietarios sufireron el descuido de salir de su domicilio sin llaves.
192 Miguel Delibes, Europa: parada y fonda, Barcelona, Plaza&Janes, 1981, pag. 236.
193 Bertrand Russell, La conquista de la felicidad, Madrid, El País. Clásicos del siglo XX, 2003, pag. 175. De los efectos extremos de esta falta de afectividad, ya que se producía incluso dentro de su familia, a mí me gusta recordar la personalidad de Madame Curie. Esta mujer, privada del cariño materno, ya que su madre, afectada de tuberculosis, no podía besar a sus hijos, tuvo durante toda su vida un carácter seco, que no admitía ningún gesto de tuteo, cariño o familiaridad hacia su persona, véase Carmen Herranz, Marie Sklodowska Curie, Madrid, Ediciones Rueda, 1995, pags. 10-11 y 147-148.
194 Aristóteles, Política, Madrid, Espasa Calpe, 1999, pags. 162 y 163.
195 Un historiador francés describe este proceso del modo siguiente: El concepto de “Estado providencia” correspondiente al Antiguo Régimen es sustituido por el de “Estado policía”, cuya única finalidad consiste en asegurar el orden, la propiedad y la libertad económica, en André Corvisier, Historia Moderna, Barcelona, Editorial Labor, 1986, pag. 391.
196 Joseph Townsend, Viaje por Asturias, Oviedo, Imprenta de Uría, 1874, pags. 24 y 25. Uno de los más terribles exponentes de esta mentalidad inmisericorde con el prójimo es la ley inglesa Poor Law Amendment que en 1834 instauró el trabajo forzado para los niños indigentes, en AAVV, El siglo de las naciones. 1820-1862, en Historia Universal. Tomo XIV Larousse, 2005, pag. 2533.
197 Como se afirma en un libro que estudia la mentalidad de los sectores sociales intermedios del sur de Italia, éstos “se consideran explotados, además de por el capital, por las clases parasitarias”, en Francesco Alberoni, Escenario de poder, en AAVV, La nueva Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1997, pag. 92.
198 Sociedad General de Autores Españoles.
199 Para muchos estudiosos, el culto a la voluntad es la base de la cultura moderna, en Stanley G. Paine, El fascismo, Madrid, Alianza Editorial, 2001, pag. 108.
200 De ahí la desconfianza que entre las élites han generado tradicionalmente fiestas como los carnavales, en las que hay una subversión y una burla de las estructuras sociales admitidas. Ya en la Roma antigua el Senado intentó prohibir las bacanales porque eran fiestas que ignoraban las barreras sociales, en Fabio Bourbon y Anna María Liberati, Roma antigua. Grandes civilizaciones del pasado, Barcelona, Editorial Folio, 2005, pag. 114. Un ejemplo literario de la censura del carnaval es el siguiente:

Por el peso y la influencia de este cambio de banda, todo el mundo parecía un poco arrepentido del carnaval. Aquel año los predicadores tomaron como bandera de escándalo del pasado “paganismo”, la muerte de la pobre Antonia, “esa santa criada de la virtuosa doña Carmén”. Su muerte se achacaba a los “desafueros báquicos de la fiesta demoniaca”…

En F. García Pavón, El carnaval, Madrid, Selecciones del Reader´s Digest, 1968, pag. 187.
201 Benito Pérez Galdós, Misericordia, Madrid, Editorial Cátedra, 1997, pags. 73 y 74. Con respecto a estas disputas jerárquicas entre personas de condición social humilde, un aspecto que desde siempre me ha llamado la atención de las sociedades antiguas era que los esclavos podían poseer esclavos, véase, por ejemplo, para la sociedad asiria, J.F. Rodríguez, A. Ibáñez y L. Abad, Los asirios, Madrid, Cuadernos de Historia 16, 1995, pag. 20. Del mismo modo, para la sociedad babilónica, J. M. Roberts, Historia antigua. Desde las primeras civilizaciones hasta el Renacimiento, Barcelona, Blume, 2005, pag. 97.
202 Joseph Roth, La marcha Radetzky, Barcelona, Círculo de lectores, 1993, pag. 361 Sobre la rigidez y sinsentido a que, a veces, conduce el protocolo, un buen ejemplo es la muerte de Felipe III, ocurrida, al parecer, a causa de que a ninguno de los presentes le correspondía retirar un brasero cercano al rey, cuyo calor contribuyó a agravar el estado de salud del monarca español, en AAVV, Rebeldes. Los olvidados de la historia, Barcelona, Círculo de lectores, 2004, pag. 107.
203 Basta leer una descripción de la sociedad española de principios del siglo XX para comprender la lentitud de los cambios sociales:

Como es obvio, las diferencias sociales eran abismales en aquella época, empezando por el vestido. El paisaje humano de los años 10 mantenía en el atuendo unas distancias insuperables. La gente bien se vestía de levita, chaqué o americana y se cubría con flexible, chistera o canotier, según el tiempo. Los menestrales iban de chaqueta, pañuelo blanco al cuello y bombín, y los proletarios, con blasón, alpargatas y gorra o boina.

En Rafael Abella, Los españoles de principios de siglo, en Madrid, Historia Universal del siglo XX. T. 3, Historia 16, 1997, pag. 50.
204 Un ejemplo de las dificultades para realizar matrimonios desiguales, fechado a finales del siglo XIX, es la historia de amor del heredero del imperio austrohúngaro, Francisco Fernando, catorce años antes, día tras día, tras una larga contienda familiar, política y protocolaria, el archiduque había conseguido de su tío, el emperador, autorización para casarse con la mujer que amaba, Sofía Chotek de Choktowa. La Corte y el Consejo privado supeditaron el matrimonio para la boda a una condición: tiene que ser matrimonio morganático. Sofía no sería emperatriz y debía renunciar en nombre de sus futuros hijos al derecho de sucesión. La novia, en efecto, no era de sangre real, en Claude Guillaumin, Sarajevo: dos disparos que causaron millones de muertos, en AAVV, Los grandes enigmas de la Primera Guerra Mundial.I, Madrid, Artes Gráficas Mateu-Cromo, 1968, pag. 27.
205 Manuel Fernández Álvarez, op. cit., pag. 1062.
206 Emilia Pardo Bazán, Morriña, en Morriña. La última Fada, Barcelona, Editorial Salvat, 1972, pag. 28.
207 Por citar una referencia a esta cuestión, véase John Stuart Mill, La esclavitud femenina, editorial De la luna, 2001, pag. 43. A vueltas con el tema tratado en el capítulo tercero del miedo a ser animalizado por parte del ser humano, es significativa la afirmación siguiente: “El deseo de convertir a hombres en animales es el impulso más potente de la esclavitud”, en Elías Canetti, op. cit., pag. 381.
208 Consistía en la división en tres clases de personas, dos de ellas privilegiadas, la nobleza y los eclesiásticos, y una tercera sobre la que descargaba todo el trabajo, los campesinos. Quien mejor definió en su momento esta división tripartita es un monje medieval, Adalberón de Laón, en una obra titulada Carmen ad Robertum Regem, en Emilio Mitre, Historia de la Edad Media. Occidente, Madrid, Editorial Alambra, 1988, pag. 190.
209 Jean-Francois Leroux Dhuys, Las abadías cistercienses. Historia y arquitectura, Könemann, 1999, pag. 74.
210 De la implantación de las castas en la sociedad india es paradigmático el modo en que los jesuitas, llevados por la intención de evangelizar este país, se adaptaron a él, generándose enormes diferencias sociales entre los jesuitas de una casta superior y los de una casta inferior, hasta el punto que el más destacado de los primeros, Roberto de Nobili, se negaba a predicar a las castas inferiores, en Henry Chadwick, La iglesia cristiana. Veinte siglos de historia, Barcelona, Círculo de lectores, 1990, pag. 123. También los judíos que vivían en la India, en un similar proceso de adaptación, crearon su propio sistema interno de castas, en Nicholas de Lange, op.. cit., pag. 42. Otro sistema de castas bastante desarrollado es el que los españoles impusieron en su imperio, con claras connotaciones racistas. Como afirmaba Humboldt, “en América, la piel más o menos blanca decide la clase que ocupa el hombre en la sociedad”, en Nelson Martínez Díaz, op. cit., pag. 31.
211 Devy, La reina de los bandidos, Barcelona, Ediciones B, 1996, pag. 260. Si en la sociedad occidental, como se comentó en una nota anterior, a principios del siglo XX, había tres categorías de pasajeros, en la India, debido a la división en castas había hasta ocho: AAVV, Locomotoras de colección.La historia del ferrocarril, Madrid, Club Internacional del Libro, 2002, pag. 122.
212 John Gregory Bourke, Escatología y civilización, Barcelona, Círculo Latino, 2005, pag. 72.
213 George Duby, La época de las catedrales, Madrid, Cátedra, 2008, pag. 28 y Marc Bloch, La sociedad feudal, Madrid, Ediciones Akal, 1986, pag. 398.
214 Ian Thompson, op. cit., pag. 216.
215 Manuel Mújica Láinez, El laberinto, Madrid, El País. Clásicos del siglo XX, 2003, pags. 153 y 154.
216 Wilhelm Ziehr, Esplendor del mundo antiguo, Barcelona, Mundo Actual de Ediciones, 1978, pag. 181.
217 Tania Velmans, Frescos y mosaicos, en Bizancio. El esplendor del arte monumental, Barcelona, Lunwerg Editores, 1999, pag. 13.
218 Juan G. Atienza, Monjes y monasterios españoles en la Edad Media, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1992, pag. 31.
219 En las sociedades contemporáneas, se ha sustituido en gran medida este concepto de autoridad por el de credibilidad, debido a la mayor capacidad de cuestionamiento de la realidad que tienen las personas en la actualidad, en José María López Piñeiro, Víctor Navarro y Eugenio Portela, La Revolución Científica, Madrid, Alba Libros, 2006, pag. 57. Esta crítica a los argumentos de autoridad cobra fuerza desde el siglo XVIII, como lo demuestran las siguientes palabras del padre Feijoo, “a mí me sucedió mil veces, en diferentes materias, leyendo este o aquel autor de los más clásicas notar alguna sentencia a que me era imposible conformar el entendimiento, por hallarla opuesta a lo que claramente me dictaba la razón, sin que por eso dejase de conocer y confesar que en lo general la ciencia del mismo autor era muy superior a la mía”, en Carmen Martín Gaite, El proceso de Macanaz. Historia de un empapelamiento, Barcelona, Debolsillo, 2000, pag. 34.
220 Una de las mayores diferencias sociales entre las personas adineradas y las personas corrientes, es que las primeras se suelen divertir de un modo más privado y discreto y, por tanto, sus excesos no están tan a la vista. Esta circunstancia no es óbice para que cada vez sean mejor conocidos. A este respecto, socialmente se ha establecido una relación entre la cocaína y las fiestas de los famosos. Sobre los adictos de esta droga, pese al pacto de silencio que existe entre la gente importante, corren muchas leyendas urbanas, que no viene al caso reproducir, pero que, por su mera existencia, contribuyen al descrédito de tales personas. Acerca de esta asociación entre la cocaína y la gente bien, hay un libro bien documentado, Tim Madge, Polvo blanco. Historia cultural de la cocaína, Barcelona, Ediciones Península, 2002. Del carácter real de las fiestas privadas de la gente importante, es revelador el breve texto siguiente, que describe un prostíbulo destinado a políticos sirios:

¡El club ése es de locura! Es increíble que haya una cosa así en Damasco. Fuera los tíos prohíben que nos toquemos, y besarnos, por supuesto, ni hablar; y dentro están ellos y se permiten la más alocada vida parisién...

En Rafik Schami, Un puñado de estrellas, Barcelona, Círculo de lectores, 1990, pag. 232.
221 Ya se ha hecho mención en un capítulo anterior a las orgías de Berlusconi, ejemplo recurrente puesto en este ensayo. El descrédito de los gobernantes debido a sus excesos sexuales es un cambio importante con respecto a tiempos pasados, en que se los disculpaba como faltas menores. Como se afirma en un libro sobre la época de Felipe IV, “el buen pueblo español era indulgente con las debilidades de señores y poderosos”, en José Deleito y Piñuela, op. cit., pag. 22. A este respecto resulta revelador el papel privilegiado que tenían en la corte francesa las amantes del rey. De un libro dedicado a este tema, el aspecto más chocante me resultó el hecho de Luis XV tuvo como amantes sucesivas a cinco hermanas, las Nestlé, a las que compartió en su lecho algunas veces, Juan Manuel González Cremona, Amantes de los reyes de Francia, Barcelona, Editorial Planeta, 1996, pags. 199-204. En cambio, en la actualidad, los políticos que no pueden reprimir su deseo sexual están obligados a ocultar sus infidelidades, que son conocidas con posterioridad, como en el caso del presidente estadounidense John. F. Kennedy, en David. P. Barash y Judith Eve Lipton, op. cit., pag. 323. De la necesidad de discreción actual, nada más revelador que la función que tenían los guardaespaldas de este presidente durante sus desenfrenos en la Casa Blanca, “mientras, los servicios de seguridad tenían que estar ojo avizor para controlar los movimientos de la primera dama, y más de una vez las fiestas tuvieron que interrumpirse para la que la señora Kennedy no sorprendieses a su marido en actividades que poco tenían que ver con su labor presidencial”, en Marta Rivera de la Cruz, Fiestas que hicieron historia, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 2001, pag. 78.
222 En el imaginario diálogo siguiente, extraido de un libro ambientado en la Sudáfrica de los años ochenta, se ve la fuerza de los prejuicios raciales:

  • Sé que está mal nuestro modo de tratar a los negros, pero en el fondo de mí siento que ellos no serían capaces de administrar el país tan bien como nosotros. Sé que es un prejuicio, pero no puedo evitar sentirlo.
  • ¿Y no cree que si les hubieran dado a los negros más oportunidades, mejor educación y mejores empleos, serían capaces de hacer las cosas?
  • Sí, estoy segura de que sí, pero cuando uno mira a los otros países africanos y ve cómo han estropeado todo.

En Iain Finlay, Misión en Azania, Barcelona, Editorial Pomaire, 1980, pag. 171.
223 John Kenneth Galbraith, El dinero, Barcelona, Ediciones Orbis, 1983, pag. 12.
224 Genevieve Chauvel, Saladino. El unificador del Islam, Madrid, El País. Novela histórica, 2005, pag. 64.
225 Gilbert Marie, El asesinato de Rasputín, Barcelona, Ediciones Urbión, 1983, pag. 32.
226 André Dupeyrat, Veintiún años con los papúes, Barcelona, Labor, 1965, pag. 44.
227 Posiblemente el gran número de depresiones actuales, que es uno de los fenómenos más característicos del mundo contemporáneo, tenga que ver con el aumento general del nivel de vida de la sociedad. En un libro ya citado, dedicado al estudio de la próspera sociedad sueca de los años sesenta, se hace la siguiente reflexión:

O porque las enfermedades mentales aumentan en todas partes (“la nuestra -ha escrito alguien- es una generación de locos”), o porque esa nueva y controvertida rama de la Medicina ejerce una gran atracción, lo cierto es que el sofá del psicoanalista, ingrediente número uno de la curación, corre el riesgo de convertirse en el mueble más importante del decorado mental de los escandinavos.

En Enrico Altavilla, op. cit., pag. 95.
228 Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, Barcelona, Salvat, 1970, pag. 31. En este fragmento literario aparece una peligrosa obsesión por la belleza del cuerpo humano, de la que, hoy día, participa gran parte de la población que, vive, como consecuencia, en un estado de permanente inseguridad. Como se dice en un libro que refleja este problema en las mujeres brasileñas, “la importancia que se concede a la juventud las aterroriza cuando aparece la primera arruga” AAVV, Brasil, Colección Pueblos y naciones, Madrid, Editorial Planeta, 1987, pag. 67. Hoy día, para ocultar estas arrugas, se recurre a la cirugía estética. En el pasado se recurría a procedimientos aún más agresivos, como el que parece que condujo a la muerte a la décimotercera duquesa de Alba, la contemporánea de Goya, que se maquillaba con productos que contenían componentes venenosos, en Carmen Güell, La duquesa de Alba, Madrid, La esfera de los libros, 2004, pag. 203 y ss. A modo de curiosidad, un inglés del siglo XVII, sir Kenelm Digby, “habiendo tomado por esposa a una mujer de extraordinaria belleza, Venetia Anastasia, pretendió conservarle su juventud sometiéndola a un régimen especial, consistente en jóvenes capones alimentados con serpientes. Venetia murió joven”, en Jean Rostand, El correo de un biólogo, Madrid, Alianza Editorial, 1986, pag. 102. Mucho más horroroso es el sistema utilizado para mantenerse joven de la ya citada condesa Báthory, que se bañaba en la sangre de chicas jóvenes, a las que previamente desangraba, en Renzo Vitalini, Brujas, hombres lobos y vampiros, Barcelona, Editorial G.R.M., 2007, pags. 109 y ss.
229 En la siguiente página de internet, por ejemplo, se reproducen algunas de las extravagancias de los millonarios: www.el universal.com/estampas/anteriores/030405/encuentros3.shtml.
230 Generalmente, los más ricos justifican las críticas a su egoísmo basándose en el argumento de que existe un rencor injustificado hacia ellos, producto de la envidia que generan. Quizá no les falte algo de razón, pero ello no descarta su avaricia. Por ejemplo, el impuesto que el gobierno alemán impuso a las grandes fortunas alemanas es llamado por los afectados el 'Impuesto de la Envidia'. Según su punto de vista, que ellos paguen más impuestos para que los más desfavorecidos tengan sanidad o educación es una cuestión de envidia, no de justicia social, Para esta cuestión, véase http://comunidad.terra.es/forums/thread/12830867.aspx. Abundando en esta cuestión, también son interesantes unas manifestaciones de Rainero de Mónaco en el año 1999, cuando su estado estaba siendo investigado por su condición de paraíso fiscal: “El Principado se ha convertido en un asunto que marcha bien, y por culpa de este éxito, suscitamos la envidia y los celos de otros”, en María Eugenia Yagüe, Los Grimaldi, Barcelona, Plaza&Janes, 2005, pag. 278.
231 Oscar Wilde, Ibid. Ibid., pags. 127 y 132. Sobre el tipo de coleccionista obsesivo reflejado en este párrafo, el caso real más conocido es el del magnate William Hearst, cuya vida sirvió como fuente de inspiración para la película Ciudadano Kane, dirigida e interpretada por Orson Welles. De la rentabilidad del tráfico ilegal de objetos históricos o artísticos, da cuenta el dato de que, por ejemplo, en Sudamérica es la segunda actividad ilícita más rentable, por detrás del narcotráfico, en Ramy Wurfat, Las rutas del expolio. Latinoamérica, Descubrir el arte. Nº 42, pag. 47. El caso más escandaloso de robo del patrimonio histórico- artístico habido en los últimos años ha sido el del Museo de Bagdad, tras la conquista de esta ciudad por los estadounidenses.
232 Beatriz Guido, El incendio y las vísperas, Barcelona, Círculo de lectores, 1974, pag. 35.
233 Tomaso di Lampedusa, El gatopardo, Madrid, Unidad Editorial, 1999, pag. 141.
234 A este respecto me encanta el comentario de un religioso, protagonista de un libro decimonónico: “la iglesia católica es la única culpable de que haya herejes e incrédulos- solía decir-, pues si un solo día nos comportásemos como se nos ha enseñado, todo el mundo se convertiría antes de caer la noche”, Charles Kingsley, Hipatia de Alejandría, Madrid, Ediciones Edhasa, 2009, pag. 688.
235 En la Edad Media, por ejemplo, estaba condenada por el Derecho Canónico, en Robert Fossier, op.. cit,, pag. 292. Todavía a principios del siglo XIX, se prohibió a los eclesiáticos de la América española prestar a interés, práctica habitual en ellos debido a lo exiguo de sus sueldos, en Manuel Lucena, Breve historia de Latinoamérica, Madrid, Editorial Cátedra, 2007, pag. 58. La Iglesia, hoy día, ha olvidado estas restricciones, como se ve en el modo en cómo hay que pagar entrada para entrar a ver muchas catedrales. En mi caso, como turista, entiendo este punto de vista, pero a los miembors de mi familia, que son creyentes, esta obligación les molesta bastante.
236 Un episodio histórico que me fascina es el ocurrido en la Persia sasánida cuando un soberano, Kavadh, apoyó un movimiento social, el mazdakismo, que predicaba un mejor reparto de la propiedad y las riquezas, véase Peter Brown, El mundo en la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma, Madrid, Taurus, 1989, pag. 197. Finalmente este rey volvió a una postura más natural y reprimió el movimiento social que primero había impulsado, sabedor de que le podía costar el trono. A este respecto, de la historia antigua de Roma me gusta recordar el episodio del patricio Manlio Capitolino, que, cuando con su patrimonio quiso liberar de la prisión a los deudores plebeyos, fue condenado a muerte como reo de alta traición por los de su propia clase social, en Odön Von Horvath, Juventud sin Dios, Madrid, Editorial Espasa, 2000, pag. 58. Quizá el temor a correr una suerte similar explique el espectacular cambio de timón de Lutero, sobre el que los campesinos alemanes, en su revuelta de 1525, habían puesto tantas esperanzas de que les ayudara a mejorar su estado, confiando en que la reforma religiosa acarreara una reforma social y que, sin embargo, en una famosa carta, tomó el partido de los poderosos, incitándoles a la masacre de los sublevados:

Por eso a aquel a quien le sea posible debe abatir, estrangular, matar a palos, en público o en privado, igual que hay que matar a palos a un perro rabioso, y pensar que no puede hallarse nada tan venenoso, nada tan nocivo y diabólico como un sedicioso.

En James Atkinson, Lutero y el nacimiento del protestantismo, Madrid, Alianza Editorial, 1971, pag. Pag. 277.
237 Germán Arciniegas, op. cit.,, pag. 235. Este episodio demuestra que los pueblos primitivos, si bien no siempre son salvajes sin ningún tipo de principios, tampoco conviene idealizarlos antes de conocer sus costumbres reales.
238 Una transposición perfecta de este ideal es el siguiente fragmento de un libro de José Saramago:

... pero en el mismo momento en que iba a abrir la boca para pronunciar la frase consabida, No sé cómo he de agradecerle, el jefe se volvió de espaldas, al mismo tiempo que pronunciaba una palabra, una simple palabra, Cuídese, fue lo que dijo en un tono que tenía tanto de condescendiente como de imperativo, sólo los mejores jefes son capaces de unir de forma armoniosa sentimientos tan contrarios, por eso cuentan con la veneración de los subordinados.

En José Saramago, Todos los nombres, Madrid, Punto de lectura, 2000, pags. 160 y 161.
239 María Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Atlas ilustrado del Antiguo Egipto, Madrid, Susaeta Ediciones, pags. 66 y 67.
240 Por ejemplo, y aunque más adelante volveré a tratar el tema de la tradicional subordinación de la mujer, no creo que ninguna mujer moderna ratificase la visión que del papel femenino en la sociedad tenía Fray Antonio de Guevara en el siglo XVI, que recuerda mucho, a su vez, la postura que sobre la mujer tiene El Corán, ya reproducida en el capítulo primero:

Qué placer es ver a una mujer levantarse por la mañana, andar revuelta, la toca desprendida, las faldas prendidas, las mangas alzadas, sin chapines en los píes, riñendo a las mozas, despertando a los mozos y vistiendo a sus hijos! ¡Qué placer es verla hacer su colada, cocer su pan, barrer su casa, encender su lumbre, poner su olla, y después de haber comido tomar su almohadilla para labrar o su rueda para hilar!

En Ricardo García Cárcel, Las culturas del Siglo de Oro, Madrid, Historia 16, 1999, pag. 217.
241 De ahí que, históricamente, en la mayoría de las sociedades los castigos hacia los disidentes hayan sido terriblemente crueles, porque, con su actitud rebelde, ponían en peligro la armonía de la sociedad. Por ejemplo, el escarmiento dado al autor de un atentado contra el rey español Fernando el Católico:

El rey declaró que perdonaba a su asesino, por amor de Dios y de su Santísima Madre, y pidió que se le pusiese en libertad. Pero el consejo, sin que el rey supiese nada, decidió otra cosa. Porque, aunque estuviese loco, poseído del diablo y fuese idiota, convenía que muriese y que su castigo fuera cruel y ejemplar. Por tanto, lo subieron a una carreta, atado a un leño, y lo pasearon por las principales arterias de Barcelona; y cada una de estas calles se le arrancó un miembro …

En Bartolomé y Lucile Bennassar, 1492, ¿Un mundo nuevo?, Madrid, Editorial Nerea, 1992, pags. 110 y 111. El mayor peligro de las visiones armónicas estriba en que, al castigarse duramente la discrepancia, fácilmente derivan en regímenes totalitarios. De ahí, por ejemplo, la degeneración ya comentada del marxismo en el momento de su aplicación práctica.
242 Este carácter irreal a veces llega a extremos increíbles, como la ya citada Edad de Oro descrita por Hesiodo, o la descripción siguiente de lo que iba a ser la Era del Espíritu Santo, predicha por Joaquín de Fiore durante la Edad Media: “Nuevas órdenes religiosas, no contaminadas por la riqueza y el poder, señalarían el camino hacia ella, las jerarquías desaparecerían para ser reemplazadas por comunidades, y entraría en una era de sabiduría contemplativa, de paz y amor e iluminación universal”, en Geoffrey Ashe, Merlín. Historia y leyenda de la Inglaterra del rey Arturo, Barcelona, Crítica, 2007, pag. 44.
243 Luis García San Miguel, Las clases sociales en la Asturias del siglo XIX, en Historia de Asturias, Tomo VIII, Oviedo, Ediciones Ayalga, 1981, pag. 108.
244 De la desigualdad de la sociedad china, nada más característico que los rasgos de su derecho: falta de derecho civil, la existencia de una ley penal draconiana aplicada al pueblo y la existencia de un código de honor para los privilegiados, en AAVV, El mundo chino: religiones, pensamiento filosófico y jurídico, en Historia de la humanidad, Tomo VI, UNESCO, Barcelona, Planeta, 1977, pag. 150.
245 Éste es el creador de la palabra utopía, procedente del título de una obra literaria que escribió, en la que proyectó una sociedad pacífica y comunista. Como todo ideal, también escondía un lado siniestro, como la aplicación de la pena de muerte a los adúlteros, o la aceptación de la eutanasia para ahorrar al estado la alimentación de bocas inútiles. Para estas cuestiones, véase José Luis Beltrán y Doris Moreno, op.. cit.., pag. 77.
246 Y no es porque no haya sido el deseo perenne de los intelectuales europeos, como se ve en las siguientes líneas, “en una buena ordenación de las cosas públicas, la masa es la no que actúa por sí misma. Tal es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representa, organizada -hasta para dejar de ser masa, o, por lo menos, aspirar a ello-, pero no ha venido al mundo para hacer todo eso por sí. Necesita referir su vida a la instancia superior, constituida por las minorías excelentes”, en José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Madrid, El País. Clásicos del siglo XX, 2002, pag. 158.
247 Estos planteamientos impregnan de tal modo las mentalidades que, hoy día, parece que si alguien alcanza el éxito tiene que ser partiendo de cero para que se le reconozca el mérito. En las biografías este modelo del hombre hecho a sí mismo es muy frecuente y, a veces, lleva a contradicciones porque, ni mucho menos, todos los grandes hombres tienen orígenes humildes. Por ejemplo, leyendo en una ocasión una biografía de Le Corbusier, en una de sus primeras páginas se afirmaba lo siguiente, pintando a la familia del arquitecto como la de un artesano humilde:

Una grave crisis acosa al taller del señor Jeanneret (…) Pero la familia, pese a ello, podrá llevar una decorosa existencia, sin privaciones.

En Adrián García Jiménez, Le Corbusier, Barcelona, Ediciones Castell, 1992, pag. 20. Sin embargo, unas páginas más adelante, cuando el arquitecto, aún joven y casi desconocido, necesita financiación para una revista, no hay problemas para conseguir el dinero:

Hay un grupo de hombres de negocios suizos en París, relacionados con su padre, que no pueden negarle su contribución. Los reúne en un almuerzo (…). A los postres ya ha conseguido su propósito. En el bolsillo tiene cheques que suman 10000 francos.

En Adrián García Jiménez, Ibid. Ibid., pag. 60. Como anécdota sobre esta cuestión, está el aprendizaje para la vida de Robert Kennedy que, si bien vendía periódicos, lo hacía en el Rolls de su familia, en Pablo J. Irazazábal, Robert F. Kennedy. Sueño roto, en La aventura de la historia. Nº 101, pag. 42.
248 A este respecto, por poner un ejemplo de esta rigidez, es curioso el modo en que, históricamente, “los cristianos reservaron una intolerancia especial para el hereje que profesaba una fe casi, pero no del todo, idéntica a la ortodoxia”, en Anthony Storr, La agresividad humana, Madrid, Alianza Editorial, 1985, pag. 101.
249 Michel Barlow, Diario de un profesor novato, Salamancia, Ediciones Sígueme, 1984, pag. 138.
250 Uno de los casos más claros de esta actitud ciega fue la presuntuosa creencia española, debida a su pasado glorioso, de que iban a ganar la guerra a los estadounidenses en el año 1898, cuando la superioridad militar de estos últimos era aplastante. Los datos de la principal batalla de esta guerra, la de Santiago, son elocuentes, 326 muertos, 215 heridos y 1720 prisioneros españoles, frente a una baja norteamericana. Estos datos están tomados de Jesús Díaz, La rendición de Santiago, en AAVV, Memoria del 98. De la guerra de Cuba a la Semana Trágica, Madrid, El País, 1997, pag. 137. Otro ejemplo militar de esta clase de insensatez, en la que se aprecia el modo en que el ser humano es incapaz de aprender de la experiencia si está muy imbuido de una convicción ocurrió durante la Guerra de los Cien Años, en el curso de la cual los caballeros franceses habían sufrido dos derrotas enormes, Crezy y Poitiers, frente a los arqueros ingleses a mediados del siglo XIV, pero, a pesar de ello, tan convencidos estaban de su superioridad militar que volvieron a plantear una batalla similar, Azincourt, frente a los mismos enemigos a principios del siglo siguiente, con la consecuencia de sufrir una nueva y tremenda derrota. Como dice un libro de historia de Francia: “habían pasado sesenta años desde la gran batalla de Poitiers, más aún desde Courtrai y Crécy, y en esas batallas no habían estado los caballeros franceses de ese momento (…). Así las lecciones de cuatro grandes batallas fueron olvidadas”. En Isaac Asimov, La formación de Francia, Madrid, Alianza Editorial, 1982, pags. 204 y 205. Incluso después de Azincourt, “fueron necesarios nuevos desastres en Verneuil y Rouvray antes de que los franceses aprendieran a enfrentarse a la táctica inglesa”, en Geoffrey Regan, Historia de la incompetencia militar, Barcelona, Editorial Crítica, 2007, pag. 68.
251 Pese al enorme desarrollo científico de Estados Unidos, hay zonas de este país, en las que existe una fuerte implantación de estas corrientes fundamentalistas cristianas, donde en las escuelas no se enseña a los niños ninguna teoría científica que ponga en duda el relato bíblico, en Francisco Diez Velasco, op. cit., pag. 206.
252 Juan Maestre Alfonso, La pobreza en las grandes ciudades, Barcelona, Biblioteca Salvat, 1973, pags. 136 y 137. Esta visión equivocada del régimen de Mao es aún más sorprendente porque en esta época ya eran sobradamente conocidos los crímenes previos de Stalin y resulta sorprendente que se continuara con esta idealización del sistema comunista. Otros dos ejemplos de esta visión idealizada de la China maoísta en plena efervescencia de la Revolución Cultural se encuentran en Juan Rastrilla, Dos versiones del sistema socialista: URSS y China, en Geografía Humana y Económica, Madrid, Ediciones SM, 1978, págs. 263 y ss. así como en J. de Otto, Los Regímenes Políticos, Barcelona, Biblioteca Salvat, 1973, págs. 138 y 139.
253 La Revolución Cultural fue un proceso por el que bandas de adolescentes, los llamados guardias rojos, se dedicaron a intimidar y agredir a cualquier persona que no estuviera fervorosamente a favor de las consignas de Mao. En este proceso hubo una enorme destrucción de patrimonio y cultura china, estimándose que las víctimas rondan alrededor del millón de personas, en John King Fairbank, Historia de China. Siglos XIX y XX, Madrid, Alianza Universidad, 1990, pag. 361. Un periodista inglés describe este fenómeno histórico del siguiente modo:

Fue una época de caos y crueldad indiscriminada. Bandas de centenares de miles de guardias rojos adolescentes invadieron Pekin y tomaron la calle imponiendo la ley de su ideario. Era entonces espectáculo habitual ver personas mayores con letreros colgados al pecho y a la espalda exponiendo sus “crímenes” o tocados con gorros cónicos de zopencos; adultos a los que es escupía, se insultaba y se pegaba.

En Edward Behr, El último emperador, Barcelona, Planeta, 1987, pag. 14.
254 John Stuart Mill, opus cit., pags. 27 y 28.
255 La mejor critica que se puede hacer de estas posturas cerradas, en las que se minusvaloran las costumbres ajenas, viene bien resumida en las siguientes líneas, la mayoría de nosotros nos limitamos a considerar que esto demuestra la inferioridad de otras naciones, y somos pocos los que llegamos a aprender que, a los ojos de otras naciones que dan por consabidas otras reglas, somos nosotros los inferiores, en Lucy Mair, op. cit., pag. 10.
256 Por destacar uno de los efectos de este tipo de imposiciones morales, una de las mayores dificultades que tenían los obreros medievales para conseguir encontrar eco en sus reivindicaciones de mejores salarios era que chocaban con el ideal cristiano de pobreza, Viktor Rutenburg, Movimientos populares en Italia. Siglos XIV-XV, Madrid, Ediciones Akal, 1983, pag. 230.
257 Un ejemplo moderno, para el que la sensibilidad occidental es especialmente impresionable es la discriminación que sufren las mujeres en el mundo musulmán. En cambio, muchas de éstas reaccionan ante las restricciones religiosas a su vestimenta, considerando que “la moda occidental obliga a las mujeres a vestirse con ropa incómoda e indecorosa que las convierte en objetos sexuales y las despoja de toda decencia y dignidad”, en John L. Esposito, El Islam. 94 preguntas básicas, Madrid, Alianza Editorial, 2004, pag. 132.
258 Esta forma de pensar es una herencia de la mentalidad nobiliaria medieval que, a su vez, proviene de los prejuicios de la época clásica, en la que el trabajo manual se asociaba a tareas propias de esclavos. En la Edad Media esta postura elitista se reforzó por la condena que hacía la Iglesia del trabajo por considerarlo consecuencia del pecado de Adán y Eva. Como curiosidad, pongo a continuación unas observaciones hechas sobre el comportamiento que tiene un noble medieval tras haber robado a unos viajeros, en las que se aprecia el poco valor que este aristócrata le da al dinero porque, como se dice coloquialmente, “no lo gana con el sudor de su frente”:

Ese dinero que le quema las manos, que por otra parte ni quiere tocar con ellas, encargando a su escudero que lo tome entre las suyas. Este dinero que sirve para el placer caballeresco, que el caballero gasta con el corazón alegre, que se avergonzaría de ahorrar. Poco importa cómo fue adquirido. Guillermo arrambla, por tanto, con los ahorros con absoluta buena conciencia. No más que esto, las piezas de dinero, desviándolas de un mal uso para utilizarlas de la única forma que no sea maloliente: para derrocharlas en una fiesta.

Texto tomado de George Duby, Guillermo el Mariscal, Barcelona, Ediciones Altaya, 1996, pag. 53. De la mentalidad de no valorar el trabajo manual, para la España de la Edad Moderna, un episodio que me gusta recordar son las dificultades que tuvo un pintor tan extraordinario como Velázquez para conseguir su ennoblecimiento, pese a contar con el favor real. Sobre esta historia, véase Jonathan Brown, que considera que “fue una victoria pírrica” porque no logró modificar la consideración social de los artistas, en La edad de oro de la pintura en España, Madrid, Ediciones Nerea, 1991, pag. 145. De la conservación de estos prejuicios hasta tiempos recientes, un excelente ejemplo es el modo en que, durante los años treinta del siglo pasado, el príncipe español Alfonso de Borbón perdió gran parte de su vida social tras convertirse en un hombre de negocios, en Ana Lucía Ortega, Una cubana para España, en Hº 16. Nº 337, pag. 53.
259 Esta actitud tan poco utilitaria se extendió como la peste durante la Edad Moderna en España, “A partir del siglo XVI, los comentaristas han sido virtualmente unánimes al considerar el creciente desdén que en España se sentía hacia las labores manuales, como resultado del infortunado anhelo de nobleza entre amplios sectores de la población”, en César Ballester, Benito Pérez Galdós, Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 166.
260 Paul Cartledge, Termópilas, Barcelona, Editorial Ariel, 2008, pag. XII. Entre los historiadores anglosajones es muy habitual esta asociación entre griegos y libertad, y persas y tiranía. Por poner otro ejemplo, véase el análisis que de la batalla de Maratón hace William Weir, en 50 batallas que cambiaron el mundo, Barcelona, Editorial Inédita, 2008, pags. 15-24.
261 Esta apropiación indebida de principios morales me trae a la memoria la denominación de democracias que tenían los sistemas comunistas del este de Europa. Como se afirma en un libro cuyo contenido versa sobre la Segunda Guerra Mundial, “Al final, después de la guerra, se descubrirá que en torno a la mesa de Yalta la delegación soviética usaba un lenguaje distinto que el de ingleses y americanos. Stalin y Molotov hablaban de fascistas queriendo aludir a demócratas, y aludían a los demócratas hablando de comunistas”, en AAVV, La Segunda Guerra Mundial, Tomo VI, Madrid, Editorial Sarpe, 1978, pag. 2084. Del mismo lenguaje equívoco participa la llamada democracia orgánica del régimen dictatorial de Franco, “basada en un sufragio corporativo que representaría los auténticos intereses de la nación”, en Raymond Carr, España, de la dictadura a la democracia, Barcelona, Editorial Planeta, 1979, pag. 26. Esta perversión de la palabra democracia se debe a que en el mundo contemporáneo las sociedades necesitan organizarse en sistemas que, aunque sea sólo formalmente, tengan en cuenta al pueblo. Se ha llegado al punto que, como afirma un autor, “muchos pueblos califican lo que les gusta, o aquello a lo que están habituados, con el término democrático, y llaman no democrático a lo que les disgusta o les resulta poco familiar”, en Owen y Eleanore Lattimore, Breve Historia de China, Madrid, Espasa, 1996, pag. 193.
262 John Gray, Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, Barcelona, Paidós, 2008, pag. 216.
263 www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/2025.htm. Es curioso como el Setecientos, el momento justo anterior a la Revolución Francesa, el hecho histórico que va a cambiar el modelo de sociedad, se revela como “un gran siglo nobiliario, en cuyo transcurso la aristocracia alcanza las mayores cimas de refinamiento del Antiguo Régimen, crea una verdadera civilización aristocrática”, en Carlos Martínez Shaw y Marina Alonso Mola, La Ilustración, Madrid, Ediciones Arlanza, 2000, pags. 24 y 25. De esta imitación de la nobleza, a un nivel más modesto, durante la Edad Moderna participaban hasta los campesinos más humildes, como describe un contemporáneo:

En Labourt, los aldeanos y aldeanas más miserables se hacen llamar señor y señora de tal casa, que son las casas que cada uno de ellos tiene en su aldea, aun cuando sólo constara de una pocilga de puercos…

En Pedro García Martín, Los campesinos del siglo XVI, Madrid, Cuadernos Historia 16, 1995, pag. 19.
264 Este es un cambio que se produjo con mayor rapidez en los Estados Unidos que en Europa. Un observador francés, Alexis de Tocqueville, que viajó al primero de los países en el siglo XIX observó con sorpresa el hecho de que “incluso los ciudadanos más ricos prestan mucha atención a no diferenciarse del pueblo”, en Angel Bahamonde y Ramón Villares, El mundo contemporáneo. Siglos XIX y XX, Madrid, Taurus, 2001, pag. 92.
265 Miguel Delibes, Los santos inocentes, Madrid, Unidad Editorial. El mundo, 1999, pags. 67 y 68.
266 Un ejemplo cualesquiera es la costumbre que tenía el Gran Duque de Alba de forrar a sus pajes con almohadones y disparar contra ellos con una ballesta, en Fernando Martínez Laínez y José María Sánchez de Toca, Tercios de España. La infantería legendaria, Madrid, Editorial Edaf, 2007, pag. 207. Los frecuentes raptos de cólera de los amos hacia sus criados quedan bien descritos en el siguiente pasaje:

Aquel imbécil me irritó cierto día más que de costumbre. Alcé la mano para golpearlo; desgraciadamente tenía entre los dedos un estilo, que le vació el ojo derecho. Jamás olvidaré el aullido de dolor…

En Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, Barcelona, Ediciones Edhasa, 1986, pag. 188. También eran frecuentes los abusos sexuales a los criados, como se reconoce tácitamente en las siguientes líneas de un libro que analiza la sociedad inglesa del siglo XVIII, “En general parece que la protoindustrialización trajo algunas mejoras para la vida de las mujeres (..) Las chicas podían quedarse con la familia hasta que se casaban, lo cual reducía las posibilidades de que fuesen explotadas sexualmente por un patrono”, en Maxine Berg, op. cit., pag. 201. Sobre este particular, son de destacar los llamados malos usos en la época medieval, o sea, derechos a ejercer abusos legales que tenían los señores sobre los campesinos durante este periodo. Uno que resulta especialmente sangrante es aquel que, en caso de adulterio de la mujer del campesino, el señor tenía derecho a quedarse con la mitad de los bienes del campesino cornudo. Sobre éste y otros malos usos, véase Luis G. de Valdeavellano, op .cit., pag. 253. Una situación extrema de los abusos de los amos a los criados era el asesinato de los sirvientes de los reyes sumerios con el fin de ser enterrados con sus soberanos cuando éstos morían, en C.W. Cerán, Dioses, tumbas y sabios, Barcelona, Ediciones Destino, 1959, pag. 280.
267 Robert Fossier, op.. cit.., pag. 343.
268 Gordon Thomas y Max Morgan-Witts, El día en que se hundió la bolsa, Barcelona, Plaza&Janes, 1983, pags. 150 y 151. En el libro El guardián entre el centeno hay un diálogo similar en que también se aborda con lucidez la dilatada brecha que existe entre las diferentes clases sociales:


  • La vida es una partida, muchacho. La vida es una partida y hay que vivirla de acuerdo con las reglas del juego.
  • Sí, señor. Ya lo sé. Ya lo sé.
De partida, un cuerno. Menuda partida. Si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo donde está la partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada.

En J. D. Salinger, El guardián entre el centeno, Madrid, Alianza Editorial, 1989, pag. 15.
269 Estos códigos de honor se aplicaban sobre todo en el campo de batalla, pretendiendo a través de ellos, dotar de nobleza a una actividad tan innoble como la guerra, punto de vista que, tras el desarrollo del pacifismo, ha perdido toda credibilidad. Una de sus últimas manifestaciones se dio en la aviación de la Primera Guerra Mundial, donde hubo un espíritu deportivo entre los contendientes, no olvidándoseme nunca el episodio que aparece en una película dirigida por Roger Corman sobre el piloto alemán Barón Rojo en que, éste, tras haber recibido una orden del alto mando alemán para pintar con colores de camuflaje los aviones de su escuadrilla, los pintarrajeo con los colores más estridentes que encontró porque no entraba en su código militar esconderse del enemigo. De lo engañoso de estos códigos de honor, me gusta recordar lo que fueron las teorías del amor cortés medievales, elaboradas por aquellos mismos brutales caballeros para los que la violación era un acto casi natural. No hay mejor ejemplo para este último aserto que la tormentosa vida de Sir Thomas Malory, acusado entre otras cosas de numerosas violaciones, y que, sin embargo, es el autor de La vida de Arturo, libro del siglo XV que es uno de los catecismos del amor cortés. Ricardo Corazón de León es otro conocido ejemplo de esta dualidad entre la poética amorosa medieval y el reprensible comportamiento real. Sin embargo, pese a la falacia de la imagen del caballero medieval honrado, valiente y cortés, ésta ha tenido tanto éxito que la propia palabra caballero prefigura una persona bien educada y de comportamiento intachable. Esta falsa idealización de los caballeros medievales me recuerda mucho la mitificación posterior de los piratas durante el Romanticismo, uno de cuyos mejores ejemplos es “La canción del pirata” de José de Espronceda, pese a que, “el pirata romántico y extravagante es el que aparece en los libros; el original, en cambio, era, con pocas excepciones, un cobarde y un asesino”, en Philip Gosse, Historia de la piratería, en www.antorcha.net/biblioteca_virtual/hitoria/pirateria/epilogo.html.
270 Mario Puzo, El padrino, Barcelona, Ediciones Orbis, 1983, pags. 66 y 67.
271 Aunque la censura empieza a desaparecer en algunos países, como es el caso inglés, a partir del siglo XVII, estas opacidades no empiezan a dejar de ser sagradas hasta finales del siglo XIX. Un buen ejemplo del cambio operado en esta época es el llamado caso Dreyfus, un montaje del ejército francés que condenó sin pruebas a un oficial judío acusándole de traición, y que gracias a la acción de la prensa, pudo la verdad salir a la luz, aunque con muchas dificultades. Como se refleja en un libro que se ocupa de esta cuestión, en el proceso de Dreyfus “no era el hombre lo que estaba en juego, sino, por encima de su persona, un mito, un símbolo, una cierta forma de concebir la autoridad del ejército y su preeminencia sobre el poder civil, una cierta idea de la República y su evolución, AAVV, El caso Dreyfus, Madrid, Ediciones Urbión, 1983, pag. 11. De una forma u otra, pese a todos los avances democráticos en este terreno, sigue siendo muy difícil enfrentarse a una mentira avalada oficialmente, como es el caso ya citado en el capítulo segundo del engaño a los familiares de los militares españoles fallecidos en un accidente de aviación cuando regresaban de una misión en Afganistán, o el escándalo de los curas pederastas en la Iglesia católica. En un libro ya citado de Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, se hace referencia a la dificultad que hoy día tienen los fotógrafos para documentar las guerras recientes, como las de Irak y Chechenia, y así poder mostrar las atrocidades que ocurren allí.
272 De ahí, por ejemplo, el escándalo político ocasionado en su momento en Estados Unidos por las infidelidades cometidas por el presidente Bill Clinton con una becaria, Mónica Lewinsky. Hoy día, a los dirigentes políticos se les perdona por parte de la opinión pública mucho menos sus aventuras sexuales que en el pasado aunque, a veces, lo sigan intentando, como es el caso ya mencionado varias veces en estas páginas de Berlusconi. En la actualidad, tienen un dilema abierto entre el deseo de poder y el deseo sexual que no existía con anterioridad. A muchos políticos les gustaría volver a los tiempos pasados y que les atendieran tan bien como en el episodio que se describe a continuación:

Verónica Franco fue- ella sí que con toda seguridad- una de las meretrices más famosas de Venecia y, a la vez, un importante miembro de los círculos literarios y artísticos de la ciudad. Su celebridad en todos los sentidos era tanta, que en 1574, durante una visita de Enrique III de Francia, los dirigentes de la Serenísima República la eligieron a ella para que el monarca pasara una noche en su compañía: hermosa, refinada y culta…

En Ángeles Caso, Las olvidadas. Una historia de mujeres creadoras, Barcelona, Editorial Planeta, 2005, pag. 115.
273 Del modo en que el honor de los poderosos sigue siendo un elemento vigente para ocultar la verdad, un horrible ejemplo es el hecho de que el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU está formado actualmente por países como China, Arabia Saudí, Libia, Mauritania o Rusia, países donde el respeto a los derechos humanos brilla por su ausencia. En el segundo capítulo he puesto el ejemplo de una represión cruel del Sha sobre sus opositores iraníes. A pesar de la crueldad de este personaje, la Primera Conferencia de Derechos Humanos de la ONU fue organizada bajo su mandato en Teherán en 1968.
274 Basta recordar la desconfianza que generan entre la población instituciones como la masonería o el Opus Dei, por su carácter secreto y cerrado. Sobre esta última hay una literatura tan negativa, que permite que se hagan alusiones sobre ella como la siguiente que, en su contexto, sirve para caracterizar a un mafioso: “Sal Scacchi era miembro del Opus Dei, la feroz organización secreta, de extrema derecha y anticomunista, compuesta por obispos, sacerdotes y leales esbirrios como Sal”, en Don Winslow, El poder del perro, Barcelona, Editorial Mondadori, 2010, pag. 431.
275 Como se ha tratado en el capítulo tercero, es una aspiración de la gente corriente alejarse del estado animal como signo de civilización y sociabilidad. Hoy día nadie disfrutaría de una comida como eran las de la Edad Media en que todo el mundo eructaba, se limpiaba con la manga o comía con los dedos. Pero, por desgracia queda abierta una puerta para que los buenos modales o la educación no sea más que una máscara hipócrita, cuando el refinamiento no es más que una estrategia para ocultar las malas intenciones. De ahí, por citar un aspecto de la sociedad moderna, la obligación que tienen los comerciales de ir de traje y corbata, como manera de inspirar confianza en el cliente.
276 Estas hermosas palabras fueron parte del discurso que hizo George Bush en la ceremonia de inauguración de su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos. Como dijo la revolucionaria francesa Manon Roland en una famosa frase, justo antes de subir al patíbulo en el año año 1793, “Libertad, ¡qué de crímenes se cometen en tu nombre!, en Antonio Monclús, El pensamiento utópico contemporáneo, Barcelona, Ediciones CEAC, 1981, pag. 13.
277 Una parodia terrible de estas guerras “justas” puede verse en la proclama que Hank, el protagonista de Un yanqui en la corte del rey Arturo, hace a sus soldados después de masacrar a sus enemigos:

SOLDADOS, CAMPEONES DE LA IGUALDAD Y LA LIBERTAD (...) El conflicto fue breve y redundó en gloria vuestra. Esta resonante victoria no tiene par en la historia, al haberse llevado a cabo sin pérdida alguna de nuestra parte (...) Con la nación ya hemos terminado; en adelante nos ocuparemos exclusivamente de los caballeros. Los caballeros ingleses pueden ser aniquilados, pero no conquistados. Somos conscientes de lo que se avecina. Mientras uno solo de estos hombres siga con vida, nuestra tarea no habrá terminado, y la guerra no se dará por finalizada. Los mataremos a todos.

En Mark Twain, Un yanqui en la corte del rey Arturo, Madrid, Anaya, 1989, pags. 366 y 367.
278 Francois de La Rochefocauld, Máximas, Barcelona, Editorial Planeta, 1984, pag. 27. A este respecto, ya que este escritor pertenece a la Edad Moderna, un dicho irónico de esta época era, “no dejes tu bolsa en manos de un moralista, porque encontrará razones para quedarse con ella”, en Ana Jáuregui, Pascal, Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 8.
279 Un recuerdo imborrable que tengo de mi adolescencia, a consecuencia de leer la prensa del corazón, es el prurito de esta princesa de no repetir nunca el mismo vestido en sus actos públicos, pese al enorme gasto que tal exigencia suponía para el erario público inglés.
280 De cómo la apariencia de moral personal puede llevar a engaño sobre el talante real del individuo, reproduzco las siguientes palabras de un libro:
Asistía a la cena un profesor de teología alemán, un tal Julius Richter, hombre apaciguador. Dijo que la oleada de antisemitismo alemán pasaría. “El canciller Hitler es un hombre muy responsable, muy inteligente- dijo Richter-. No bebe; no fuma; lleva una vida rigurosamente moral. Podemos estar seguros de que Hitler no permitirá que semejantes cosas duren mucho tiempo”

En Nicholson Baker, op.. cit.., pag. 40.
281 Ahora mismo, mientras escribo, en los informativos son frecuentes las noticias sobre los casos de corrupción habidos en España en los años previos, que fueron numerosos y descarados. Retomando el concepto de honor es irritante el modo en cómo estos políticos corruptos se sienten agraviados por las acusaciones, haciéndose las víctimas. Conocen perfectamente que la sociedad les reconoce una consideración mayor que a los delincuentes comunes, aunque sus robos sean mucho más cuantiosos. La escasa pena que suelen tener los delitos económicos también abunda en esta diferencia de grado entre los delincuentes, pese a un teórico igualitarismo legal. No deja de ser sonrojante que le pueda caer la misma pena de cárcel a un mantero por vender películas en la calle, que a alguien que se ha apropiado ilícitamente de varios millones de euros. Aún sin caer en el terreno del delito, que las personas son incapaces de asumir la idea de igualdad se ve en otros muchos ejemplos, como que, en la reciente crisis mundial, los ejecutivos de las grandes empresas siguieran subiéndose el sueldo, o, que, el gobierno español recientemente haya propuesto una medida, retrasar la jubilación hasta los sesenta y siete años para que el trabajador común consiga el pleno de derechos económicos, cuando a un diputado le bastan ocho años cotizados para tener el mismo premio. Aunque siempre se acude a ese gran consejo de mandar predicando con el ejemplo, el ser humano, pudiendo elegir, prefiere el privilegio. Historias como la del presidente tanzano, Nyerere, que, tras gobernar numerosos años se retiró con unas propiedades de sólo seis vacas y huerto, son escasas. Este último caso se refiere en AAVV, Africa Oriental. Colección Pueblos y naciones, Barcelona, Editorial Planeta, 1988, pag. 122. No creo que muchos políticos quisieran seguir la propuesta que hizo en su día el líder laborista británico Bevan que pedía que los representantes llevaran una vida muy semejante en todo los representados, en Javier Tusell, La revolución posdemocrática, Oviedo, Ediciones Nobel, 1997, pag. 220.
282 Antón P. Chejov, La sala Nº 6, en Narraciones, Barcelona, Editorial Salvat, 1970, pag. 37.
283 Antón P. Chejov, Ibid. Ibid., pag. 63.
284 En palabras de Montesquieu, en esta evolución “hay que acusar al hombre cada vez más ávido de poder a medida que va teniendo más y que no desea todo sino porque ya posee mucho”, en André Jardin, Historia del liberalismo político. De la crisis del absolutismo a la Constitución de 1875, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pag. 34.
285 El mejor ejemplo que se me ocurre de este tipo de dobleces es la situación que se daba en la España de primeros del siglo XX, en que mientras la derecha conservadora exaltaba los valores del patriotismo para continuar con la guerra que España tenía en Marruecos, sus hijos evitaban tener que ir a esta sangrienta guerra gracias a un oportuno sistema de redención en metálico. Para este asunto, véase Feliciano Montero y Javier Tusell, op. cit., pag. 267. Una semblanza de un importante general francés del siglo XVII, el Príncipe de Condé, refleja a la perfección estas dos caras, la pública y la privada, “este gran general había despertado siempre la admiración de Cristina. Condé tenía todas las cualidades que la reina admiró siempre; ambición, orgullo, audacia y valor. Condé, en el fondo de su alma, era un hombre cruel, avaro y mezquino”, en Natacha Molina, Cristina de Suecia, Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 58.

286 Andre Maurois, Bernardo Quesnay, Barcelona, Editorial Salvat, 1971, pag. 17.
287 Andre Maurois, Ibid ibid, pags. 135 y 136.
288 Leon Tolstoi, op. cit., pag. 28.
289 Por ejemplo, en el pasado, aunque la Iglesia católica, pese a sus principios éticos, no ha dado lugar a sociedades justas, ha cumplido un papel paliativo de los mayores excesos, como hizo al patrocinar las Treguas de Dios en la Edad Media, basadas en el principio de que “ningún cristiano mate a otro cristiano”, en Marc Bloch, op. cit., pag. 429. También es destacable el papel que cumplieron religiosos como Las Casas en la mejora del trato dado a los indios tras la conquista de América, al menos en el plano legal, con la promulgación de las llamadas Leyes Nuevas. Sobre este último aspecto, el de las iniciativas tomadas por los misioneros para proteger a los indios, algunas de ellas muy interesantes, como la de los hospitales-pueblos de Vasco de Quiroga, hay un apartado específico en John Lynch, Monarquía e Imperio: el reinado de Carlos V, Madrid, El País, 2007, pag. 410 y ss. Contemporáneamente, la Teología de la Liberación ha continuado con esta línea cristiana de defensa activa de los más débiles. Aunque en otro orden de cosas, de la manera en que los principios morales de las religiones determinan el comportamiento de los individuos quizá uno de los ejemplos más evidentes es la monogamia de los reyes cristianos frente a la poligamia de los gobernantes de otras civilizaciones. Acerca de este punto, siempre me ha hecho gracia el modo en que algunos reyes medievales cristianos intentaron esquivar esta prohibición. Uno de los casos más destacados es el del emperador Federico II que contaba con un harén, en Ingo F. Walther y Norbert Wolf, Obras maestras de la iluminación, Madrid, Editorial Taschen, 2005, pag. 172. Para ilustrar la mentalidad de estos reyes, no hay nada más explícito que las siguientes palabras, “los placeres de la mesa y de la cama, la caza, la violencia, una vida en suma, a la que a duras penas pone freno el sentimiento religioso”, en Manuel Fernández Álvarez, op. cit., pag. 95.
290 El libro de Frankenstein es el mejor ejemplo literario del modo en que el carácter monstruoso de un ser determina su rechazo social. También es muy habitual que, en el arte del cómic, a los malvados se les representen con rasgos bestiales, por ejemplo, en Dick Tracy, “las más increíbles deformaciones físicas buscan su correspondencia en alguna específica perversidad moral”, en Juan Antonio Ramírez, Crecimiento y desarrollo de la cultura visual de masas, en AAVV, Historia del arte, Madrid, Editorial Anaya, 1995, pag. 862. Acerca del asunto tratado en el capítulo anterior de la identificación de los griegos con la libertad y los persas con la tiranía, un película producida recientemente sobre la batalla de las Termópilas, inspirada en un cómic, caracteriza a los griegos como seres bellos y esculturales y a los persas como seres monstruosos y siniestros. La película se llama 300 y su director es Zack Snyder.
291 Sólo hay que pensar en la gran cantidad de reyes europeos que han perdido su corona en los últimos siglos a manos de su propio pueblo, muchos de ellos sufriendo un final trágico. De estos últimos los más conocidos son Carlos I de Inglaterra, Luis XVI de Francia y Nicolás II de Rusia. Aunque fuera del territorio europeo, también es muy famoso el caso de Maximiliano de México. Actualmente son una minoría los países europeos que siguen conservando la monarquía como forma de gobierno. Que recuerde son los siguientes: España, Holanda, Bélgica, Reino Unido, Dinamarca, Noruega y Suecia.
292 Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Barcelona, Ediciones Byblos, 2006, pag. 197.
293 Johan Huizinga, op.. cit.., pag. 381.
294 John Dickie, Cosa Nostra, Madrid, Mondadori, 2007, pag. 417.
295 Este santo, el abad principal de la orden monástica de los cistercienses, predicó a favor de la segunda cruzada, pero, en un difícil juego de equilibrios entre esta campaña a favor de una guerra y la natural vocación monástica pacífica y de retiro del mundo, se opuso en todo momento que los monjes cistercienses se sumaran a la cruzada, pese al deseo de muchos de ellos de hacerlo, en Hans Eberhard Mayer, Historia de las cruzadas, Madrid, Ediciones Istmo, 2001, pag. 135.
296 Micheline Rousselet, Los terceros mundos. Le Monde, Barcelona, Ediciones Salvat, 1996, pag. 157.
297 Es característico, por ejemplo, el caso de Kenneth Kaunda, presidente de Zambia, que, antes de su llegada al poder su ideario se basaba en el pensamiento de Gandhi, en la fe que ponía éste en el hombre común y en la no violencia, véase Elspeth Huxley, El desafío de África, en Historia de los descubrimientos y las exploraciones, Tomo XI, Bilbao, Ediciones Moratón, 1978, pag. 155. Ello no fue óbice para que durante muchos años gobernará su país de modo autoritario y corrupto.
298 Aunque siempre he puesto grandes esperanzas en luchar por una sociedad más justa, hace ya bastantes años que, desde la lectura de un libro sobre los terroristas anarquistas de finales del XIX, tan ejemplares en su conducta moral, perdí mucha de la fe que tenía en los idealistas. El libro es El agente secreto y de él expongo el siguiente extracto, que refleja el pensamiento íntimo de uno de estos santones anarquistas:
Destruir la fe pública en la legalidad era la fórmula imperfecta de su pedante fanatismo; pero el convencimiento subconsciente de que el marco de un orden social establecido no podía ser destruido, en forma efectiva, sino por alguna forma de violencia colectiva o individual. Él era un agente moral, y esa idea no se cuestionaba en su imaginación. Al ejercer como tal, en un reto despiadado, se procuraba a sí mismo las apariencias de poder y prestigio personal.
En Joseph Conrad, El agente secreto, Madrid, Biblioteca el Mundo, 2003, pag. 88. Continuando con el cuestionamiento de los idealistas, recuerdo la fatuidad que tenía en aquella ya lejana mi primera vocación de escritor, en la que, por un lado, aspiraba a que mis escritos servirían a la causa de conseguir un mundo más justo y, por otro, de modo más inconfesado, esperaba que despertarían la admiración de románticas y guapas chicas, que sentirían auténtica adoración por mí. Era, sin duda, un sueño demasiado hermoso.
299 Charles Kingsley, op. cit., pags. 537 y 538. Un episodio muy similar, de un cura que quiere ayudar a una prostituta y se encuentra con la prohibición para hacerlo de su superior, un piadoso deán, lleva a las siguientes reflexiones del cura, “Él pensaba en el deán: un santo, sí, pero sin entrañas; de la especie sin entrañas...”, en Francois Mauricac, Los ángeles negros, Barcelona, Plaza&Janes, 1967, pag. 53. De este tipo de soberbia por creerse superior espiritualmente, el mejor exponente es el mito cristiano de Lucifer, del ángel caído a causa de su orgullo. También en el libro Thais, de Anatole France, se representa la enorme vanidad que llega a desarrollar un santo estilita.
300 AAVV, La Segunda Guerra Mundial, Tomo VII, Barcelona, Editorial Sarpe, 1978, pags 92 y 93.
301 Por recordar un ejemplo puesto en el primer capítulo, la postura de Dalí de considerar excitante un accidente de un tren lleno de obreros.
302 Es un sistema racista, iniciado en el año 1948, y que se basaba en tres leyes básicas, la Population Registration Act aseguraba la pureza de la raza blanca- con la ayuda de una Junta facultada para examinar piel, uñas y cabellos-; la Group Areas Act prescribía el asentamiento de blancos y negros en zonas residenciales separadas, y la Bantu Educaction Act perpetuaba la educación separada con una carga inherente de desigualdad entre las razas. En Anthony Sampson, Negro y oro. Sudáfrica: magnates, revolucionarios y “apartheid”, Barcelona, Ediciones Grijalbo, 1988, pag. 77.
303 En un libro dedicado al pensamiento del padre Las Casas, figura histórica que tanto abogó por la defensa de los derechos de los indios frente a su explotación por los españoles, se afirma textualmente, para explicar el fracaso de los esfuerzos de este religioso, que sus planes de reforma eran utópicos porque no medían bien la resistencia ciega de los intereses privados a todo cambio que discuta su privilegio, en M. Bataillon y A. Saint-Lu, El padre Las Casas y la defensa de los indios, Barcelona, Editorial Ariel, 1974, pags. 10 y 11.
304 Gonzalo Torrente Ballester, Cuadernos de la romana, Barcelona, Ediciones Destino, 1987, pag. 246.
305 Santiago Becerra, op.. cit.., pag. 52. De modo parecido, y citado textualmente de un libro sobre la Edad Media, “siempre hay plebe dispuesta a aliarse con la facción más retrógrada”, en Indro Montanelli, op . cit., pag. 143.
306 Tomado de Javier Tusell, Guerra y dictadura. La guerra civil, la posguerra y el fin del aislamiento internacional (1936-1951), en Historia de España, Tomo XVI, Madrid, El Mundo, 2004, pag. 84.
307 Caer en un maniqueísmo en una situación de injusticia siempre es una tentación equivocada. Si los campesinos pasaran a ser hacendados y los hacendados a campesinos intercambiarían su papel de víctimas y verdugos con la mayor naturalidad. Por poner un ejemplo de este intercambio de situaciones, aunque sea a nivel de grupo, en este ensayo he aludido varias veces al holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, hoy día, los judíos se comportan con gran crueldad con los palestinos, olvidando su propio pasado de pueblo perseguido. Cuando se ocupa una posición de fuerza, ni siquiera el sufrimiento pasado ayuda a las personas a ser más humanitarias. Incluso, cuando se trata de personas de parecida índole social, suele haber un grado importante de insolidaridad entre ellos, como ocurrió en el periodo colonial entre los obreros europeos y los de los países colonizados. Por ejemplo, el gobierno del Frente Popular francés, llegado al poder en 1936, se negó a alterar la estructura colonial existente, en Tariq Alí, op. cit., pag. 153. De este tipo de casos hay numerosos, por ejemplo, en la Segunda República española, etapa en que los obreros consiguieron aumentar sus sueldos dentro de una coyuntura de aumento del desempleo, esta medida “hizo aún más patético el contraste entre trabajadores empleados y desempleados”, en Julio Gil Pecharromán, La Segunda República, Madrid, Historia 16, 1999, pag. 60. O, remontándose a la historia antigua, un historiador atribuye el fracaso de una reforma social en Roma, a “los egoísmos del proletariado romano, cuyos cofrades del Lacio y de la península le importaban un comino”, Indro Montanelli, Historia de Roma, Barcelona, Plaza&Janes, 1985, pag. 152.
308 Aunque con ello se ganen el odio ajeno y tengan que vivir permanentemente con guardaespaldas, como les pasa a las clases altas sudamericanas, siempre amenazadas de sufrir secuestros o robos. Esta transformación del miedo psicológico a la muerte propio de los más ricos en miedo físico real, debido al aumento de la delincuencia que trae la pobreza extrema, tiene su reflejo en la literatura sudamericana, como se ve el siguiente fragmento de un libro, que trata de las desdichas de una joven hacendada, tras sufrir una violación por parte de uno de sus antiguos servidores:

Y fue él mi esclavo, mi perro, el que se alzó contra mí. Me besaba, me arrancó la ropa con sus manos horribles. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Le pegó candela a mi casa, a mis tierras, me destruyó todo, se sació en mi cuerpo. Después, ¿qué podía hacer yo en el mundo? Huir.

En Arturo Uslar Prieti, Las lanzas coloradas, Madrid, Cátedra, 1993, pag. 276. Otro ejemplo de la presencia de este miedo en la literatura sudamericana es el siguiente, “por primera vez solo en la tenebrosa mansión de sus mayores, apenas si podía dormir en la oscuridad, por el miedo congénito de los nobles criollos de ser asesinados por sus esclavos durante el sueño”, en Gabriel García Márquez, Del amor y otros demonios, Barcelona, Círculo de lectores, 1995.
309 Ante las personas menesterosas, la reacción normal de la gente que disfruta de mejor posición social suele ser de rechazo, más que de compasión. A esta circunstancia hace alusión el siguiente fragmento literario:

El nuevo alcalde de Damasco está enviando a sus policías a la caza de mendigos. Damasco tiene que quedar en medio año vacío de mendigos. (....) He escrito que el nuevo alcalde me parece verdaderamente tonto: en vez de perseguir a la pobreza, persigue a los pobres.

En Rafik Schami, op. cit., pag. 153.
310 Como afirma un especialista en estas cuestiones, “la economía sensata refleja las necesidades de la gente opulenta y respetable”, John Kenneth Galbraith, op. cit., pag. 105.
311 Esta dependencia de los poderosos es tan grande que, pese al discurso igualitario de las izquierdas, muchas veces sus gobiernos adoptan políticas de signo contrario. Ni siquiera cuando cuentan con un gran apoyo popular, los gobernantes de izquierda, se atreven a desafiar a los poderes económicos. En España, el partido socialista ganó las elecciones de 1982 con una mayoría aplastante de votos. Pese a ello, y como afirma un libro de historia no sin acritud, “con el pretexto de Europa, los socialistas se deciden a practicar abiertamente la política neoliberal que siempre desearon aplicar y se ganan el aplauso de la banca y los empresarios”, en Fernando García de Cortázar, Álbum de la Historia de España, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1995, pags. 157 y 158. Tal falta de autonomía de los gobiernos lleva a que muchos veces hay una clara imbricación entre los poderes políticos y económicos, por poner un ejemplo antiguo, “de las 85 personas que desempeñaban un papel esencial en la Administración Eisenhower, 68 tenían intimas relaciones con los ambientes de negocios”, en Elías Díaz, Estado de derecho y sociedad democrática, Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1979, pag. 128.
312 Charles P. Kindleberger, El orden económico internacional, Barcelona, Editorial Crítica, 1992, pags. 69 y 70. En España, además, este tipo de situaciones de ineptitud empresarial o bancaria, en las que no existe ninguna responsabilidad social es ahora evidente porque Díaz Ferrán, el presidente de la patronal de empresarios, y, por tanto, quien representa a este colectivo, ha llevado a la quiebra recientemente a varias empresas.
313 Para los privilegiados el objetivo de no pagar impuestos es una de sus aspiraciones más notables. Basta recordar que la causa fundamental de la Revolución Francesa fue la resistencia del clero y la nobleza a pagar impuestos. Modernamente, con los paraísos fiscales, este objetivo casi lo tienen conseguido. Es proverbial, en este sentido, la fuga de capitales que se da en los países sudamericanos. Como curiosidad histórica, me llama la atención el sistema que tenían los más ricos de evadir impuestos al principio de la Edad Media, que era fundando iglesias propias, al estar éstas exentas de contribuciones, en Javier Rodríguez Muñoz, El cristianismo en la vieja Asturia, en La monarquía asturiana. Nacimiento y expansión de un reino, Oviedo, Editorial Prensa Asturiana, 2004, pag. 77.
314 Reproduzco a continuación un divertido diálogo de un libro de Gabriel García Márquez:

  • “¿Es lo último que puede decirme?”
  • “La ciencia no me ha dado los medios para decirle nada más”, le replicó el médico con la misma acidez. “Pero si no cree en mí le queda todavía un recurso: confíe en Dios”.
El marqués no entendió.
  • “Hubiera jurado que usted era incrédulo”, dijo.
El médico no se volvió siquiera a mirarlo:
  • “Que más quisiera yo, señor”:

En Gabriel García Márquez, opus. cit., pag. 70
315 Ni siquiera los místicos, en el curso de sus éxtasis más profundos, son capaces de describir a Dios, en Rudolf Otto, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid, Alianza Editorial, 1980, pag. 60 y ss. Sobre este tema, transcribo a continuación unas líneas de un libro muy conocido que, en su momento, tuvo una gran difusión porque abordó de manera sencilla muchas de las cuestiones metafísicas: “En Inglaterra existe una asociación especial para los escépticos. Hace muchos años prometieron un sustancioso premio económico a la primera persona que les pudiera mostrar un modesto ejemplo de algo sobrenatural. Pero hasta ahora no se ha presentado nadie”, en Josten Gaarder, El mundo de Sofía, Madrid, Ediciones Siruela, 1994, pag. 579. Aunque este razonamiento también se puede aplicar en sentido contrario, “y había seguido cursos de apologética; a cualquier objeción dirigida contra las verdades reveladas, yo sabía oponer un argumento sutil: no conocía ninguno que las demostrara”, en Simone de Beauvoir, Memorias de una joven formal, Barcelona, Círculo de lectores, 1993, pag. 164.
316 Sobre esta manía moderna por la limpieza, y aunque son de un libro que ya leí hace muchos años, me quedaron grabadas, debido a su falta de sentido, las siguientes líneas de un libro de Sinclair Lewis, “y bebía mucho más vino del que una madre norteamericana le permite beber a uno de esos niños tan higiénicos que tenemos en nuestro país”, en Sinclair Lewis, Este inmenso mundo, Barcelona, Salvat, 1973, pag. 88.
317 Georges Vigarello, Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media, Barcelona, Ediciones Altaya, 1997, pag. 22. Los hombres de la Edad Moderna tenían miedo de ser contagiados por la peste si se bañaban. El caso es que, para los españoles que conquistaron Centroamérica, que eran tan sucios que los mayas tenían que perfumarlos para poder acercarse a ellos, esta convicción se tuvo que confirmar, ya que contagiaron múltiples epidemias a los indios, mucho más limpios. Para esta cuestión, Hugh Thomas, La conquista de México, Barcelona, Editorial Planeta, 2004, pag. 149.
318 La Edad Media europea dio mucho juego en este sentido con asuntos como el culto a las reliquias o los llamados juicios de Dios. Un cronista árabe describe así el horror que le causó la contemplación de uno de estos últimos:

Habían instalado una enorme cuba llena de agua. Al joven sospechoso, lo ataron, lo colgaron por los omóplatos de una cuerda y lo arrojaron al agua. Si era inocente, decían, se hundiría con el agua y lo sacarían tirando de esa cuerda. Si era culpable, no conseguiría hundirse en el agua. El desdichado, cuando lo echaron a la cuba, se esforzó en llegar hasta el fondo, pero no lo consiguió y hubo de someterse a los rigores de su ley. ¡Dios los maldiga! Le pasaron entonces por los ojos un punzón de plata al rojo y lo cegaron.

En Amin Maalouf, Las cruzadas vistas por los árabes, Barcelona, Editorial Altaya, 1996, pag. 151.
319 De hasta qué punto lo irracional puede predominar sobre lo racional, uno de los mejores exponentes que me vienen a la memoria es como “alrededor de 1800 eran bastante habituales los experimentos con pacientes vivos, pero después de la defunción los dirigentes del hospital y del gobierno sólo permitían la experimentación con el muerto en casos muy especiales”, en A. J. Dunning, Extremos. Reflexiones sobre el comportamiento humano, Barcelona, Círculo de lectores, 1994, pag. 127. No deja de ser chocante que se pueda hacer daño a una persona viva por razones científicas, pero no se pueda profanar su cadáver por cuestiones religiosas.
320 Roy Adkins, Trafalgar. Biografía de una batalla, Buenos Aires, Editorial Planeta, 2005, pag. 115.
321 Anthony Beevor, Berlín. La caída: 1945, Barcelona, Editorial Crítica, 2005, pag. 342.
322 Carlo M. Cipolla, La odisea de la plata española, Barcelona, Editorial Crítica, 1999, pag. 48. De modo parecido, en la Inglaterra victoriana se creía que acostarse con una virgen curaba la sífilis. En una novela ambientada en este periodo se hace la siguiente reflexión, por parte de un personaje enfermo de sífilis:
Sabía también que la relación con una virgen no gozaba de aceptación universal como cura de la enfermedad venérea. Muchos hombres juraban que la experiencia curaba; pero otros rechazaban la idea. Se argüía a menudo que el fracaso respondía al hecho de que la joven en cuestión no era una virgen auténtica.

En Michael Crichton, El gran robo del tren, Valencia, Círculo de lectores, 1975, pag. 134.
323 Johan Huizinga, Ibid. Ibid., pag. 218.
324 Esta decisión tuvo la consecuencia fatal de que los miembros de este pueblo se murieron de hambre. Este episodio histórico se describe en Stanley Trapido, Dos ejemplos de asentamiento en el hemisferio austral, en Historia de la humanidad, Tomo XIV, UNESCO, Barcelona, Editorial Planeta, 1977, pag. 166. Este episodio también viene reflejado en Elías Canett, op.. cit., pags. 189 y ss.
325 La falta de sensibilidad de los ingleses hacia las creencias indígenas de la India les costó sufrir una sublevación terrible, la llamada revuelta de los cipayos del año 1857. Véase, Daniel R. Headrick, Los instrumentos del imperio. Tecnología e imperialismo europeo en el siglo XIX, Barcelona, Ediciones Altaya, 1998, pag. 81. De esta falta de sensibilidad que tenían los ingleses hacia los nativos en la primera mitad del siglo XIX, un extracto literario que resulta divertido es el siguiente:

...al momento de partir le regalé un poco de opio creyendo que en su calidad de oriental debía conocerlo y, en efecto, su expresión me persuadió de que así era. No obstante, me sentí un poco consternado cuando de pronto le vi llevarse la mano a la boca y echárselo todo entre pecho y espalda, dividido en tres pedazos que no hicieron sino un bocado. La cantidad bastaba para matar a tres soldados de caballería con sus respectivos caballos; me quedé algo inquieto por la pobre criatura, mas ¿qué podía hacer? (...) No podía, desde luego, violar las leyes de la hospitalidad ordenando que le echasen mano para obligarle a tomar un vomitivo, con lo cual creería espantado que le íbamos a sacrificar a algún ídolo inglés. No, evidentemente no había nada que hacer; el hombre se despidió; me sentí preocupado unos días, pero, como nunca oí que se encontrase el cadáver de un malayo…

En Thomas de Quincey, Confesiones de un inglés comedor de opio, Madrid, Cátedra, 1997, pags. 171 y 172.
326 Del tremendo poder de seducción que tienen las drogas sobre el ser humano, nada es más revelador que, pese a estar prohibidas en la mayoría de los países, es uno de los mayores negocios mundiales. El fracaso de los Estados Unidos a la hora de prohibir el consumo de alcohol en la década de los años veinte lleva a un experto en la cuestión a la siguiente reflexión, “…el negocio de las drogas ilegales depende de consumidores que están dispuestos a violar la ley por su propia cuenta. La experiencia de la prohibición debería haber demostrado ampliamente hasta qué punto los ciudadanos, en otras circunstancias respetuosos con la ley, están dispuestos a saltársela”, en Tim Madge, op. cit., pag. 150.
327 Como se afirma en un conocidísimo libro de literatura inglesa, “la realidad, por utópica que sea, es algo de lo cual la gente siente la necesidad de tomarse unas vacaciones”, en Aldous Huxley, Un mundo feliz, Barcelona, Plaza&Janes, 1976, pag. 16.
328 Peter Laurie, Las drogas, Madrid, Alianza Editorial, 1984, pág., 194.
329 Antonio Fernández Luzón, Visionarios y místicos, en Herejes. Los olvidados de la historia, Barcelona, Círculo de Lectores, 2004, pag. 408.
330 Gilbert Marie, op. cit., pag. 84.
331 En parte, gracias a este sentimiento de empatía de la población con su líder es posible entender las brutales represalias israelíes, cuyo ejército forma parte de una sociedad democrática, como respuesta a los atentados palestinos. O la manera en que Putin se convirtió en una figura clave de la política rusa, cuando dirigió con firmeza, o mejor dicho con crueldad, la violenta reacción del estado ruso a una serie de cruentos actos terroristas de los chechenos. En un libro de novela histórica se hace la siguiente caracterización de la actitud correcta de una reina después de que las tropas de su ejército ganen una batalla:

Pisaba fuerte y sin dudar sobre aquella fúnebre alfombra aún caliente sin detenerme ante algún que otro quejido bajo mis borceguíes (...). A punto estuve de detenerme a atender a los heridos, pero no lo hice (...) En el campo de batalla nunca una reina debía demostrar debilidad ante los enemigos.

En Almudena de Arteaga, Catalina de Aragón, Madrid, La esfera de los libros, 2009, pag. 154. A este respecto, los líderes políticos tienen la obligación de dar la sensación de mantener el control de las situaciones a las que se enfrentan, de ahí que, cuando admiten su incapacidad, por sensata y sincera que sea esta postura, reciban fuertes críticas. Un ejemplo de esto último, referido a la historia de España, es la ingenua actitud del político socialista Indalecio Prieto, que cuando era ministro de economía de la Segunda República Española, cometió el error de admitir que no tenía soluciones para los males económicos del estado español, en Jordi Palafox, Atraso económico y democracia, Barcelona, Editorial Crítica, 1991, pag. 290.
332 Como se refiere en un libro que estudia el arte sumerio, “que los dioses sean intercersores y mediadores esa es la constante obsesión. El hombre, aunque sea un rey, no puede aproximarse por sí mismo, al píe del trono de las potencias celestes de alto rango, si no llega acompañado y presentado por una divinidad tutelar y personal”, en André Parrot, Súmer, Madrid, Editorial Aguilar, 1963, pag. 230.
333 Víctor Serge, El destino de una revolución, Barcelona, Los libros de la frontera, 2010, pag. 162.
334 AAVV, La Biblia, Tomo III, Madrid, Editorial Miñón, 1970, pag. 1106.
335 Si se repasa la historia política de la humanidad hay muchos casos de acuerdos poco éticos entre gobernantes. Un ejemplo extraordinario es el pacto que firmaron Hitler y Stalin en el año 1939, que causó sorpresa y rabia generalizada en su momento, “se sentía indignado por la alianza y la complicidad de los dos compadres totalitarios, que unos meses antes pasaban por ser enemigos irreconciliables”, en Julian Gorkin, El asesinato de Trotsky, Barcelona, Círculo de lectores, 1973, pag. 17. De la adhesión ciega que consiguen los líderes sociales y, siguiendo con este mismo ejemplo histórico, es revelador el siguiente texto: la primera noticia del pacto entre Hitler y Stalin la comunicó al mundo la United Press y, “un importante rotativo comunista de Copenhague comentaba la noticia de la United Press haciendo observar que todo eso no era otra cosa que una artimaña propagandística del insidioso e infame, harto conocido por todos, llamado Joseph Goebbels. Dos días más tarde la redacción del mismo periódico celebraba la conclusión del pacto germano-soviético como la jugada maestra del genial José Stalin, padre del pueblo ruso”, en H. S. Hegner, El Tercer Reich, Barcelona, Plaza&Janes, 1963, pag. 426.
336 Hay innumerables ejemplos del despotismo terrible que ejercían en el pasado los soberanos. En mi caso me gusta recordar la costumbre sádica que tenía el zar Iván el Terrible de clavar en la cabeza los tocados de quien no se descubría rápidamente en su presencia, por la valentía que tuvo un embajador inglés, Jerome Bowles, de negarse a hacerlo. Este episodio viene relatado en Nathalie Ettinger, El continente asiático, en Historia de los descubrimientos y las exploraciones. Tomo X, Bilbao, Ediciones Moretón, 1978, pag. 24. Desde que era pequeño, y leía en la prensa las atrocidades de Bokassa, siempre me han impresionado la brutalidad de los gobernantes africanos. Un ejemplo de sus crueldades es el siguiente episodio:

Por este tiempo había yo penetrado distintas veces en el recinto real, y, por consiguiente, había tenido ocasión de conocer las costumbres de la corte. Entre ésta, una de las que se había repetido casi todos los días, por increíble que parezca, desde que había tomado posesión de mi nueva residencia, era la de llevar una, dos o tres de las mujeres del palacio a la casa de las ejecuciones, maniatadas y arrastradas por uno de los guardias de corps. Estas pobres mujeres, durante el trayecto, solían clamar desesperadamente y, sin embargo, estos gritos desgarradores no lograban conmover ni un alma, y nadie se atrevía a salvarlas, aunque algunos comentaban privadamente su belleza.

En J. H. Speke, Diario del descubrimiento de las fuentes del Nilo, Tomo II, Madrid, Espasa Calpé, 1999, pag. 44.
337 Cualquier autoridad pública persigue monopolizar la fuerza física, incluso en una sociedad como la azteca, cuyos ritos religiosos incluían un desprecio total a la vida humana, “el soberano tenía el poder de dar muerte, por lo que aquel que se tomaba la justicia por su propia mano era condenado a muerte, por usurpar el poder del rey”, en José Alcina Franch, Los aztecas, Madrid, Alba libros, 2006, pag. 97.
338 Una prueba evidente de este tipo de relación es la preferencia que tienen los políticos o los mandatarios por la realización de grandes obras, más que por la resolución de los problemas particulares de los ciudadanos. De este modo, pueden demostrar que ellos hacen más por la sociedad que el resto de las personas, que deben estarles agradecidos, por tanto, de estas obras. La afición que tradicionalmente han tenido los reyes por construir ciudades entra en este capítulo, pienso principalmente en Alejandro Magno, pero también en los soberanos asirios que, al llegar al poder edificaban una nueva capital, o en el Gran Mogol Akbar, o en los faraones Akenatón o Ramsés II, o en el visigodo Leovigildo. Como dice un artículo de revista dedicado al arte clásico griego, “Pericles supo comprender la importancia de la arquitectura como arma de propaganda política”, José Jacob Storch de Gracia, La Acrópolis de Atenas, Descubrir el arte. Nº 30, pag. 66. Sobre este tipo de empresas faraónicas, un dato que me conmocionó es el de que, en la construcción de San Petesburgo, por parte de Pedro el Grande, murieron o enfermaron más de 150.000 trabajadores, en Juan Manuel Carretero, Pedro el Grande, Madrid, Cuadernos de Historia 16, 1996, pag. 12. Otro dato escalofriante similar es que en uno de los cementerios cercanos al canal de Panamá hay enterrados 56000 trabajadores que murieron durante su construcción, en Roland Gööck, Maravillas del mundo, Barcelona, Círculo de lectores, 1968, pag. 234. El moderno empeño de algunos países en organizar acontecimientos como las olimpiadas también se pueden incluir en esta clase de actuaciones políticas, sobre todo, cuando se hacen en países pobres, donde contrasta el despilfarro de este tipo de eventos con el nivel de vida de la población. Uno de los ejemplos más siniestros del papel que juegan este tipo de acontecimientos para disimular las injusticias es el uso que hizo la dictadura militar argentina del Mundial de fútbol de 1978, que sirvió para ocultar las torturas y los excesos represivos de este régimen.
339 Alain Darne, Diario de Nerón, Barcelona, Círculo de lectores, 1997, pags. 127 y 128.
340 Raymond Chandler, op. cit., pag. 318.
341 El modo en que esta competencia esconde elementos claros de fuerza, en los que el objetivo es, o aspirar al monopolio, o a establecer acuerdos entre los más fuertes para anular a los más débiles, se ve en el siguiente párrafo de un libro de economía:

La desregulación de la energía en California no funcionó de la manera en que sus defensores pretendían. Se había vendido mediante el slogan habitual del libre mercado: reducir la regulación da rienda suelta a las fuerzas de mercado, las fuerzas de mercado conducen a una mayor rentabilidad, la competencia garantiza que los beneficios de estas fuerzas de mercado irán a parar a los consumidores. En cambio, sólo dos años después de la desregulación, los precios se elevaron drásticamente …

En Joseph. E. Stiglitz, Los felices 90. La semilla de la destrucción, Madrid, Punto de lectura, 2005, pag. 394.
342 Marc Ferro, La Gran Guerra (1914-1918), Madrid, Alianza Editorial, 1984, pag. 236.
343 Éste fue un periodo especialmente siniestro, con abundancia de odios y violencias, en que, como afirma un libro dedicado a su estudio, “una buena parte del clero se implicó sin reservas en la trama de informes, denuncias y delaciones que mantuvo vivo el funcionamiento cotidiano de ese sistema de terror”, en Julián Casanova, La Iglesia de Franco, Barcelona, Editorial Crítica, 2005, pag. 19. Este indigno comportamiento de muchos religiosos ha servido de inspiración literaria para bastantes escritores españoles contemporáneos, como es el caso de dos libros que he leído recientemente, Julio Llamazares, Luna de lobos, Madrid, Editorial Cátedra, 2009, pags. 150-155, y Alberto Méndez, Los girasoles ciegos, Barcelona, Editorial Anagrama, 2009, pags. 152-155.
344 Ramón J. Sender, Réquiem por un campesino español, Madrid, El país. Clásicos del siglo XX, 2003, pags. 116 y 117. La mentalidad del cura de este fragmento es similar a la de los conquistadores españoles de América, cuyo comportamiento cruel resultaba paradójico para los indios, en su criterio son bondadosos: nos matan para salvarnos, para impedir que continuemos sin el beneficio de la fe, en Abel Posse, Daimón, Barcelona, Editorial Argos Vergara, 1981, pag. 50. O, de la misma manera, y recordando un asunto anterior, la concepción de San Bernardo de Claraval de que la participación en una cruzada era una tarea penitencial, la cual servía para liberar de pecados las almas de los cruzados, en Hans Eberhard Mayer, op. cit., pag. 134. En estos casos, existe, en palabras de un famoso intelectual alemán, “una oposición abismal entre la conducta que sigue la máxima de una ética de fines últimos- esto es, en términos religiosos: el cristiano hace el bien y deja al Señor los resultados- y la conducta de quien actúa siguiendo una ética de la responsabilidad que dice: debemos responder por las consecuencias previsibles de nuestros actos”, en Max Weber, El sabio y la política, Córdoba, EUDECOR, 1966, pag. 95.
345 Virginia Woolf, Un cuarto propio, Madrid, Biblioteca Woolf. Alianza Editorial, 2003, pag. 41.
346 De este falta de atención a las necesidades humanas debido a la obsesión humana por acumular poder, el dato más destacado es la facilidad que tienen las sociedades para encontrar dinero destinado a armamento y la dificultad para destinar este dinero para usos sociales. Por poner un ejemplo ya antiguo, toda la ayuda estadounidense al exterior del año 1989, se correspondía a un tercio del coste de uno de los sofisticados bombarderos de este país, en Paul E. Ehrlich y Anne H. Ehrlich, op.. cit.., pag. 236.
347 Es un proceso mental similar a la creencia calvinista de que la “la ganancia y el éxito son signo de predestinación divina”, en Fernando Martínez Laínez, op.. cit.., pag. 114.
348 Carson I. A. Richtie, op..cit.., pag. 170. Sobre el ascenso social conseguido gracias a negocios inmorales, una anécdota curiosa es la demanda por difamación que puso el pirata inglés Sir Henry Morgan al autor de un libro que describía sus crueldades, ya que “en el libro se presentaba a Morgan como un perfecto monstruo por el cruel tratamiento inflingido a sus prisioneros, pero aunque ésto le ofendió, lo que de verdad causó su irritación fue que se pusiera en conocimiento de los lectores su origen humilde…”, en Philip Gosse, Quien es quién en la piratería, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2003, pag. 14. Ante el requerimiento del gobierno chino para que los ingleses dejaran de introducir opio en China, negocio que había aumentado en un 6000% el número de drogadictos en este país, la respuesta de la Cámara de los Comunes también es reveladora del modo en que los principios éticos no son los que determinan los criterios de valoración social, consideramos inoportuno abandonar una fuente de ingresos tan importante como el monopolio de la Compañía de Indias en materia de opio, en Francesc Freixa i Santfeliu, El fenómeno droga, Barcelona, Editorial Salvat, 1984, pag. 11. Con posterioridad, la indecencia del gobierno inglés llegó al extremo de declarar una guerra a China, cuando este país quiso proteger la salud de su población prohibiendo la importación de más droga.
349 Veáse, AA.VV, Francia, Colección Pueblos y Naciones, Madrid, Editorial Planeta, 1989, págs. 83 y 84 y, para el caso inglés, Wilfried Rörhrich, Los sistemas políticos en el mundo, Madrid, Alianza Editorial, 2001, pág. 19. Del modo en cómo funcionan estas redes elitistas de poder, un destacado exponente es el episodio ocurrido a un miembro de una poderosa familia paquistaní, de rancia tradición conservadora, el cual, a pesar de afiliarse al partido comunista, su familia seguía garantizándole el escaño que consideraban suyo, todo dentro, por supuesto, de un sistema electoral corrupto. Este episodio ocurrió en el año 1947, tras la independencia del Pakistán y viene contado en Tariq Alí, opus cit., pag. 34.
350 Hyman G. Rickover, El Maine y la guerra de Cuba, Barcelona, Ediciones Tikal, 1995
351 Tanto de la brutalidad de la guerra como de los remordimientos que, en ocasiones, acompañan a los soldados, un buen reflejo es el siguiente fragmento literario, que describe el ensañamiento de los soldados de un tanque alemán hacia un soldado ruso:

Por mi periscopio veo a un soldado ruso que salta de un agujero y se lanza elegantemente hacia el cráter siguiente. Automáticamente, le apunto y le lanzo una corta ráfaga de ametralladora. Las balas remueven la tierral a su alrededor, pero ninguna le toca. Al acercarse nuestro tanque, sale del segundo agujero y alcanza el siguiente, corriendo como una liebre. De nuevo las balas hacen hervir la tierra a su alrededor. (...)
El sujeto acaba de zambullirse en otro cráter. Apunto el lanzallamas y lanzo un chorro de fuego a ras del suelo. Luego me vuelvo hacia El Viejo y digo riendo:
-Si después de esto se levanta...
-¿Tú crees? -replica El Viejo-. Mira por el periscopio.
Nunca he visto cosa semejante. Negro de grasa, pero indemne, el soldado corre con nuevos ánimos y se mete en una casa. Porta, Stege, Pluton y El Viejo ríen con todas sus fuerzas. Ahora se ha convertido en una cuestión de honor para mí el suprimir a aquel pobre diablo. Rocío la casa hasta que se incendia...
Cuestión de honor. ¿Cómo pude hacer tal cosa?

En Sven Hassel, La legión de los condenados, Barcelona, Plaza&Janes, 1987, pags. 231 y 232.
352 Anthony Storr, op. cit.,, pag. 195
353 Graham Greene, El tercer hombre, Madrid, El País, 2004, pag. 120.
354 Ismaíl Kadaré, El cerco, Madrid, Alianza Editorial, 2010, pag. 158.
355 Leon Tolstoi, La muerte de Ivan Ilich, Barcelona, Salvat, 1969, pag. 30.
356 Espido Freire, Mileuristas. Retrato de una generación, Barcelona, Editorial Ariel, 2006, pag. 124. Hay que confiar que esta amargura no les lleve en el futuro a optar por soluciones de tipo radical, como ha ocurrido en el mundo musulmán con gran parte de los jóvenes universitarios que, víctimas de su falta de expectativas, han optado por la vía del integrismo, en Ignacio Montes Pérez, Los orígenes medievales de la ideología radical islámica, en www.scribd.com/doc/196023/LOS-ORIGENES-MEDIEVALES-DE-LA-IDEOLOGIA o en Micheline Rousselet, op. cit., pag. 151. En este sentido, es sorprendente como gran parte de los terroristas suicidas musulmanes tienen un elevado nivel de formación. Del nivel de frustración que puede alcanzar una persona que desciende bruscamente en su nivel de vida, me impresiona un libro, La embriaguez de la metamorfosis, de Stefan Zweig, que cuenta el modo en que una muchacha pobre, que durante un tiempo es invitada a llevar un tren de vida muy alto, tras retornar a un estado de pobreza decide recurrir al delito para recuperar su bienestar perdido.
357 Como se resume en una reflexión de uno de los personajes de La dama de las camelias, ”...semejante a esos usureros que roban a miles de individuos y que creen rescatarlo todo al prestar un día veinte francos a algún pobre diablo que se muere de hambre sin exigirle interés y sin pedirle recibo,” Alejandro Dumas, La dama de las camelias, Espasa Calpe, Madrid, 1998, pag. 111.
358 Del modo en cómo los principio morales son superados por el ansia de poder, un buen ejemplo es el modo en cómo durante la Primera Guerra Mundial los países de la Entente, con imperios coloniales, trataban de justificar su superioridad moral sobre su enemigo con argumentos que defendían el principio de las nacionalidades. Pero, al comprobar que esta política daba alas a las reivindicaciones de independencia de sus colonias, pronto dieron marcha atrás, en Marc Ferro, op. cit., pag. 185.
359 Luis Gil, op..cit.., pags. 244 y 362. Como dice otro libro dedicado a esta cuestión, “si hubo personas que recomendaron tolerancia y una pacífica coexistencia, éstos fueron rápidamente excluidos. Los cristianos estaban preparados para tomar el poder…”, en Arnaldo Momigliano, Historiografía pagana y cristiana en el siglo IV, en AAVV, El conflicto entre paganismo y cristianismo en el siglo IV, Madrid, Alianza Editorial, 1989, pag. 96. La autora del libro citado recientemente sobre la situación de la juventud española, describe así su sorpresa ante el egoísmo de la generación que protagonizó Mayo del 68, “pasará a la historia como una generación sorprendentemente opresora, si se tiene en cuenta su origen liberal”, Espido Freire, op. cit., pag. 20.
360 E. A. Wrigley, Cambio, continuidad y azar. Carácter de la Revolución Industrial inglesa, Barcelona, Editorial Crítica, 1992, pag. 37. A este respecto, me gusta poner el ejemplo de los campesinos del este de Europa que, tras haber conseguido un régimen de libertad en la última parte de la Edad Media, a partir del siglo XVI vuelven a caer en la servidumbre, en AAVV., La segunda servidumbre en Europa central y oriental, Madrid, Ediciones Akal, 1980, pag. 97 y ss. Aunque a un nivel diferente, hoy día entre los miembros de las clases medias de los países desarrollados hay una conciencia general de que se está retrocediendo en el nivel de vida, “los padres hoy en día ya no piensan que sus hijos alcanzarán condiciones de vida mejores que las suyas, lo que es una situación desconocida desde hace un siglo”, Sami Naïr, Las heridas abiertas, Madrid, Punto de lectura, 2002, pag. 72.
361 Marta Harnecker, Sin Tierra. Construyendo movimiento social, Madrid, Siglo XXI, 2002, pag. 88. Ya que en el capítulo tercero he hecho una breve referencia a los sofistas, uno de éstos, Licofrón, fue el primero en demostrar filosóficamente una reflexión obvia, como es el hecho de que la única manera que tienen los débiles de hacerse fuertes es unirse entre sí. Para esta cuestión, véase Claude Mossé, Las doctrinas políticas en Grecia, Barcelona, A. Redondo editor, 1971, pag. 30.
362 Raymond Chandler, op .cit., pag. 96.
363 John Gray, op. cit., pag. 251.
364 Nicholson Baker, op.. cit.., pag. 390.
365 Th. Van Baaren, op..cit.., pag. 198.
366 Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Madrid, Espasa Calpe, 1998, pag. 159.
367 Albert Camús, El extranjero, Madrid, El País. Clásicos del siglo XX, 2002, pag. 7.






 

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