También quiero reproducir otro ensayo que escribí hace dos años. En él intentaba explicar las razones por las que la clase media, en vez de estar más unida en plena crisis para mantener su nivel de vida, se mostraba totalmente insolidaria entre sí. Este ensayo, al que denominé La utopía perfecta, trataba de mostrar el irracionalismo en el que vive actualmente el ser humano y que tanto está contribuyendo al recorte de derechos actual a la población.
LA
UTOPÍA
PERFECTA
INTRODUCCIÓN
El
tema de la injusticia y de lo mal repartida que está la riqueza en
el mundo, siempre ha conmovido a los corazones humanos. A lo largo de
todas las épocas de la historia del hombre, muchas personas se han
preguntado si esta situación tendría solución, y si sería posible
crear sociedades justas en el futuro.
Con
este objetivo, numerosos y variados pensadores han imaginado
sociedades utópicas, recreadas como ideales hacia los que los seres
humanos debían avanzar. Todos estos sistemas utópicos de
pensamiento han tenido un punto de partida: la ilusión de que el ser
humano es capaz de renunciar a su egoísmo, si con ello se consigue
alcanzar un mundo más feliz para todos.
Sin
embargo, la realidad es mucho más cruda. Pese a los grandes
progresos de las civilizaciones modernas, la mejora material sólo ha
servido para volver al hombre más egoísta. Es difícil de pensar,
para cualquiera que, de modo voluntario, no se quiera engañar a este
respecto, que en diez, veinte, treinta o cuarenta años, la pobreza y
la miseria desaparecerán de nuestro planeta. Ambas son males
inveterados asociados a la propia condición humana, como lo
demuestra el hecho evidente de que siempre han estado presentes en
todas las sociedades creadas por el ser humano.
Precisamente,
de las razones de esta irremediable situación tratará este libro.
Su contenido tiene, por tanto, un tono resignado. A lo largo de todas
las páginas siguientes, la argumentación básica va a consistir en
afirmar que, si bien es posible que haya personas buenas, es
imposible que el ser humano cree sociedades justas.
Tal
afirmación no es contradictoria, porque la bondad y la justicia no
son ideas que tengan una necesidad de ir juntas. Si tal circunstancia
ocurriera bastaría con conformar los gobiernos de cada sociedad con
personas buenas para remediar las injusticias sociales, pero no creo
que alguien que tenga buen juicio piense que una solución tan
ingenua es suficiente.
Entrando
en materia, por muy buenas intenciones que tenga el ser humano hacia
su prójimo, su percepción de los actos ajenos y propios está
determinada por una visión irracional de la realidad. Esta lectura
distorsionada del mundo que le rodea hace que el ser humano sea
incapaz de llevar el control de sus comportamientos y pensamientos,
quedando abocado a que su subjetividad predomine sobre los juicios
objetivos.
No
puede crearse una sociedad justa si el individuo no es racional, y
esta circunstancia, por mucho que pese, es imposible. El ser humano
cuenta con una racionalidad limitada, debido a la fuerza de sus
miedos. Éstos, potenciados por el poder de la imaginación humana,
trastornan todo propósito de análisis objetivo de la realidad, ya
que el ser humano persigue una sobreprotección de sí mismo.
Hasta
tal punto está desarrollado este mecanismo de autodefensa
psicológico que, antes de renunciar a una cuota de poder propia, el
ser humano escogerá la desgracia ajena, por evidente que ésta sea.
Incluso aquel individuo que, por ser desprendido o confiado, esté
dispuesto a ayudar sin condiciones a los demás y sin querer nada a
cambio, por lo general sólo conseguirá ser considerado estúpido o
imprudente por el resto de la sociedad. Un magnífico ejemplo de este
supuesto es el caso del Papa Celestino V, hoy día canonizado por la
Iglesia por su bondad, pero al que, en su tiempo, Dante condenó de
modo poético al infierno a causa de su renuncia al solio
pontificio1.
De
esta mentalidad dantesca participamos la inmensa mayoría de los
seres humanos que, por volver al ejemplo de Celestino V, preferirán
poner en el gobierno de su sociedad a una persona que demuestre
inteligencia, aunque sea maquiavélica, que a un individuo que sea
fácil de engañar2.
La razón de esta preferencia es clara: la confianza en que el
individuo inteligente sepa proteger mejor los intereses del resto de
miembros de su sociedad.
No es
la introducción el momento de extenderse en esta clase de
razonamientos, ya que para ello existirá tiempo más adelante. Para
ir finalizando, sólo corroborar algo ya dicho, la mejor prueba de
que es imposible que el ser humano cree una sociedad justa es que
nunca ha habido ninguna, cuando a lo largo de la historia humana se
han ensayado muchos modelos de sociedad, algunos basados en hermosos
ideales de justicia y paz.
Antes
de acabar esta introducción, un último apunte es el relativo a la
abundancia de digresiones literarias que he empleado en el texto. A
lo largo de las páginas siguientes muchas veces, para acompañar a
mis ideas, dispongo de párrafos o fragmentos entresacados de otros
libros. Su fin, en unos casos, es aclarar el sentido de mis palabras
y, en otros, entretener al lector con anécdotas o ejemplos curiosos.
Estas
interpolaciones, en una gran cantidad de casos proceden de libros
famosos, aunque no siempre, porque, citando a un autor antiguo, “no
hay ningún libro que sea tan malo que no tenga ninguna parte
aprovechable3”.
Las referencias a alguno de estos libros se repiten más de una vez
y, a veces, de un modo disperso4.
Esto último se debe unas veces al insistente recuerdo que
determinadas lecturas antiguas han dejado en mi mente y otras a que
son libros que he leído hace poco tiempo. Sea en un caso o en otro,
tales lecturas acuden de forma espontánea a mi memoria cuando trato
cuestiones, como pasa en este texto, que tienen que ver con el
comportamiento humano, cuya variedad está tan bien reflejada en los
libros.
CAPÍTULO
PRIMERO: EL MIEDO, LA PRINCIPAL OBSESIÓN HUMANA
LA
VULNERABILIDAD DEL HOMBRE
Aunque
el cuerpo humano es un organismo complejo y bastante perfecto a la
hora de protegernos de enfermedades y demás males físicos, los
seres humanos somos individuos frágiles. Con mucha facilidad podemos
pasar de la vida a la muerte, o, lo que en ocasiones es peor, a
sufrir daños en la salud que nos dejen impedidos.
Por
citar un ejemplo reciente de esta fragilidad, que ha tenido bastante
relevancia por ser una muerte en directo, está el asesinato en el
metro de un joven de Madrid, Vicente Palomino. En el vídeo se ve
como este joven recibe una sola puñalada por parte de su agresor, y
sorprende conocer que alguien lleno de salud y en la plenitud de la
vida muera con tanta rapidez por este ataque, en apariencia menor.
Uno
de los recuerdos más vivos de mi infancia es una fotografía que
salió en un periódico de la localidad en la que vivía, en la que
se apreciaba a una madre arrodillada ante el cadáver de su hija, de
unos seis o siete años de edad. Esta niña, en un momento de
imprudencia, jugando, había cruzado la calle, siendo atropellada por
un camión. La expresión de incredulidad de aquella pobre madre ante
el cadáver de su hija, durante unos días me afectó tanto que no
podía borrármela de la cabeza.
Continuando
con recuerdos de infancia, un miedo que aún no tengo superado es a
quedar ciego. Este temor me lo provocó el hecho de leer en una
ocasión un libro sobre un monje tibetano, al que, en el curso de una
guerra, unos torturadores le sacan los ojos. El libro era del
escritor inglés Lobsang Rampa, y, a consecuencia de su lectura,
durante muchos meses, me asaltó con recurrencia, sobre todo a lo
largo de la noche, la sensación casi física de que se me
desprendían los ojos. El extracto de este libro que tanta alteración
me causó es el siguiente:
Yo le repliqué: "Soy un pobre, un sencillo monje y no tengo
nada que deciros." Con lo cual, el verdugo chino metió un dedo
y el pulgar dentro de la órbita del ojo izquierdo y mi ojo saltó
fuera como el hueso de una ciruela. El ojo colgaba balanceándose
sobre mi mejilla. El tormento de la visión deformada era terrible.
Mi ojo derecho, aún intacto, miraba derechamente; el izquierdo, en
su balanceo, miraba en otros sentidos. Entonces, de un rápido tirón,
el chino cortó el ojo libre y me lo tiró a la cara, antes de hacer
lo propio con el ojo derecho5.
Otro
miedo humano no menos intenso se refiere al hecho de quedar inválido
y, sobre todo, tetrapléjico. La opinión generalizada, si se
pregunta a cualquier persona sana, es preferir, en caso de sufrir un
accidente de tráfico grave, resultar muerto a quedar inválido de
por vida. Igual que produce más terror una muerte lenta que una
rápida, el ser humano por lo general prefiere la perspectiva de su
propia desaparición a la de padecer una impotencia total. E,
incluso, sin llegar a este grado de imposibilidad física, la pérdida
de algún miembro del cuerpo también hace que algunas personas
prefieran la muerte, antes que la perspectiva de convertirse en
mutilados. Como se expresa en el siguiente fragmento de un libro que
narra la tragedia de unos jóvenes soldados alemanes:
Albert sigue muy mal; vienen a buscarle para amputar. Le cortan la
pierna por muy arriba. Ahora apenas habla, pero ha dicho que cuando
vuelva a echar mano a su revolver se saltará la tapa de los sesos6.
Por
no continuar con esta retahíla de amenazas graves sobre la salud
humana, sólo apuntar que todas ellas pesan en la conciencia humana.
Las personas se saben vulnerables, conocen que su físico es muy
frágil, e intentan protegerse mentalmente de estos temores tan
intensos, ya que, de otro modo, no les sería posible desarrollar su
actividad diaria.
Para
poder vivir, la mente, de modo instintivo,
desarrolla estrategias para que el hombre no sea consciente de sus
debilidades y de su fragilidad. Es una reacción defensiva natural e
innata de nuestra razón contra la amargura de sentir a cada momento
de la vida que ésta última está amenazada por peligros de toda
clase.
Hay
muchas personas que se volverían locas si fueran conscientes de
hasta que grado está amenazada su existencia por toda clase de
contingencias. Por poner un ejemplo, el propio hecho de salir de
casa a la calle, por la fragilidad del ser humano, supone una
decisión de riesgo si se analiza desde las coordenadas de la
vulnerabilidad humana, ya que el ser humano está inerme ante la
posibilidad de sufrir un atropello, de que le caiga una teja en la
cabeza, de caer en una alcantarilla o de cualquier tipo de accidente
por el estilo7.
Es
sorprendente que, pese a esta enorme vulnerabilidad del ser humano,
en muy pocos casos las personas parecen tan insignificantes como en
realidad son. Otro de mis recuerdos, en este caso de mi época de
estudiante, se relaciona con los cuadros de un pintor alemán, Caspar
David Friedrich, en los que suelen aparecer figuras solitarias
inmersas en un marco natural que las absorve por completo. La primera
vez que contemplé uno de estos cuadros me quedé anonadado, por la
sensación de pequeñez que tiene el ser humano ante la naturaleza y
la debilidad consiguiente que manifiesta ante las fuerzas externas a
él8.
La mente humana se defiende de esta potencial sensación de angustia
obviando los riesgos y no teniéndolos nunca presentes. De un modo
paradójico, es habitual que el ser humano tenga una sensación de
invulnerabilidad, como queda evidenciado en que casi ningún
conductor siente miedo al volante de su coche, aunque éste vaya a
velocidades muy altas y cualquier choque con otro vehículo tendría
consecuencias mortales.
En mi caso concreto, este último supuesto, el riesgo de, al
conducir, cruzarse en una carretera con otro vehículo que lleva la
dirección opuesta, circulando ambos a elevadas velocidades, nunca me
había parecido una situación de peligro hasta la conversación con
un amigo, que estaba obsesionado por esta fatídica posibilidad. Si
se aplica el sentido común este riesgo es descartable, pero, también
es evidente que, si ocurriera un accidente de este tipo, tendría
resultados fatales.
Ante tanta zozobra, ¿qué respuesta encuentra el ser humano? Pues,
la ya citada de blindarse mentalmente y sentirse invulnerable. Por
ejemplo, el temor citado con anterioridad de quedar inválido como
consecuencia de un desgraciado accidente, queda soterrado en la mente
de la gente joven, la que más horror a esta condena de por vida
debería tener, y que es, en cambio, la que más olvida la elemental
norma de precaución de no conducir cuando se está borracho. En la
práctica, sólo temores más concretos, como a tener que pagar
multas o a sufrir la retirada del carné de conducir, consiguen
disuadir a la mayoría de los individuos de estas conductas de
riesgo.
La mente no sólo nos debe proteger de vivir en medio de un pánico
constante, ocasionado por amenazas tan graves sobre la salud humana
como las citadas en los párrafos anteriores. Existen otro tipo de
miedos que también perturban a las personas y que, igualmente, son
consecuencia de la debilidad de la naturaleza humana. En concreto,
aquellos que están relacionados con la capacidad para poder cubrir
las necesidades fisiológicas del ser humano.
El hombre es un ser que debe alimentarse todos los días o, por lo
menos, de una manera constante. En la llamada sociedad de la
abundancia en la que viven los países ricos, sus ciudadanos a veces
olvidan que la posibilidad de que los seres humanos pasen hambre es
real. Sin embargo, para cualquiera que tenga estudios y conozca el
bajo nivel de vida que hubo en épocas pasadas, o para quien pueda
viajar y conocer lo mal que se vive en otros lugares del planeta, la
amenaza del hambre se le presenta como un hecho real. Un autor
describe del siguiente modo dramático una hambruna ocurrida en la
India:
En la aldea apenas quedaba ya nadie. Todos los que aún tenían
fuerzas para caminar, ¡casi cincuenta kilómetros!, emprendieron el
camino hacia Dacca. Cuando el hambre es el pan y el harapo el
vestido no es fácil echar a andar sin esperanza. ¿Es que en la
ciudad sobran los alimentos?, ¿es que la harina la regalan a manos
llenas? Todo es hambre (...)
También
la oración es hambre. Y rebeldía. Y miseria aceptada para el hombre
que contempla en silencio las miradas que se apagan suaves y dóciles
junto a él. Las miradas de ella, la compañera, la que ha parido
cinco hambres que llevan nombres y atemorizadas miradas en el
anochecer de la aldea. Le mira la mujer y los cinco hijos con
nombres de hambre, le miran y ya no se atreven a tender la mano
(...)9
Con respecto a este problema del hambre, se vuelve a revelar el modo
en que la mente nos protege de angustias. Pese a que también es
posible conocer de forma inmediata esta desgracia en el mundo a
través de toda la información dada por los medios de comunicación,
este conocimiento todo lo más que provoca es indignación o pena por
la suerte de quienes sufren hambre, pero no ningún tipo de empatía
con ellos. En cierta forma, se les ve como seres de otra especie,
cuyo sufrimiento nos queda demasiado lejano.
Junto al hambre, el frío o el calor, y el dolor son otras
manifestaciones destacadas de la debilidad de la naturaleza humana.
En el primer caso, si se habita en viviendas con calefacción o aire
acondicionado, o se dispone de las ropas adecuadas, las sensaciones
desagradables asociadas al frío o el calor intenso se ven muy
reducidas. En este sentido, el incremento general del nivel de vida
en las sociedades desarrolladas, unido a su sentido práctico, palian
mucho sus efectos, dejando en simples incomodidades lo que antaño
eran potenciales riesgos para la salud. En un libro de
ciencia-ficción, el mago Merlín, que es trasladado desde la Edad
Media al siglo XX, observa con asombro los cambios ocurridos en la
confortabilidad de las viviendas:
En
verdad, no puedo entender el modo en el que vive y su casa me es
extraña. Me ha ofrecido un baño que envidiaría un emperador, pero
nadie me asiste en él; una cama más blanda que el propio sueño,
pero cuando me levanto me encuentro que debo ponerme las prendas con
mis propias manos como si fuera un campesino. Descanso en un cuarto
con ventanas de cristal tan puro que el cielo puede verse con la
misma claridad estén cerradas o abiertas y el viento dentro del
cuarto no alcanzaría a apagar un vela sin protección, pero
descanso en él a solas, sin más honores que los que tendría un
prisionero en una mazmorra. En toda la casa hay un calor, una
comodidad y un silencio que le traen a un hombre a la mente el
paraíso terrenali10
En
el caso del dolor, sobre todo si se tiene la desgracia de sufrir
enfermedades o heridas importantes, también se notan mucho los
grandes adelantos habidos en los dos últimos siglos, en concreto en
la ciencia médica, ya que hoy día existen muchos calmantes o
medicinas apropiadas que palian sus efectos y reducen el sufrimiento.
Nada que ver con los padecimientos antiguos, que no perdonaban a
nadie por elevada que fuera su cuna, como se ve en el diario del
médico personal de Luis XIV, “poco
tiempo después el Rey se fue para Fointenebleau, donde se reanudaron
los ataques de gota el 26 y el 27 del mes, viéndose obligado a
permanecer en la cama hasta el domingo, 17 de octubre. Estas
tres semanas se pasaron con muchos inconvenientes, las noches para el
Rey fueron muy malas, casi sin poder dormir, y muchas veces con
ráfagas de fiebre acompañando a la ansiedad y el dolor11.”
Pero, pese a todos los perfeccionamientos médicos y tecnológicos
contemporáneos, el ser humano sigue siendo débil, por lo que
necesita engañarse para creer que está a salvo de toda clase de
amenazas.
Un
libro dedicado al estudio de las religiones asiáticas hace una
semblanza del modo en que el padre de Buda, un poderoso rey, trató
de ocultarle a su hijo la cara amarga de la vida humana, creando en
torno a Buda unas condiciones artificiales durante su juventud “para
que no conociera nada que le hiciera pensar en la desgracia, en la
vejez, en la enfermedad o en la muerte”12.
Ésta es, sin duda, una buena metáfora de cómo el ser humano
prefiere más vivir engañado que saber acerca de su frágil
naturaleza.
Sobre la manera en que este engaño se manifiesta no hay mejor
exponente que la sensación de plenitud que, en muchas ocasiones,
tiene una persona cuando hace una visita a una amistad que sufre
problemas de salud. En ese momento, ante la situación del enfermo,
y, por contraste con el estado de buena salud de que disfruta ella,
la persona se siente fuerte, como si su organismo fuera más
resistente ante la enfermedad que el de su conocido. El desencanto
puede venir si, como ocurre con frecuencia, a los pocos días también
cae enferma.
Aunque
personalmente no tenga ninguna afición a la música, sobre este tipo
de situaciones en las que queda al descubierto la ilusión de la
fortaleza humana, me encanta la sinceridad de las letras de algunos
tangos. En concreto, en un tango llamado Volvió
una noche
se toca una cuestión ante la cual los seres humanos somos muy
sensibles, la de la pérdida de la juventud y su correspondiente
corolario, la decadencia física13.
En esta canción, un hombre recibe la visita de un antiguo amor, que
le propone retomar relaciones, propuesta que con educación rechaza
por parecerle que la mujer ha envejecido mucho. Sin embargo, al
marchar esta última, el hombre no se siente triunfador porque, como
se cuenta en los últimos versos de este tango, se
fue en silencio, sin un reproche/ busqué un espejo y me quise mirar/
Había en mi frente tantos inviernos/ que también ella tuvo piedad.
Pese a breves momentos de lucidez como el apuntado en la canción
anterior, es rarísimo que el individuo sea consciente de su
desamparo, en gran medida porque está protegido por su sociedad, lo
que le permite engañarse sobre sus capacidades reales. La sociedad,
en este sentido, cumple un papel muy importante para reforzar la
voluntad de autoengaño ya presente de forma natural en el ser
humano. Este engaño sería completo si los hombres no tuvieran una
particularidad tan destacada como la de que son seres dotados de
inteligencia y, por tanto, con la facultad de percibir la verdad. Sin
embargo, esta última es tan dolorosa que, ante ella, la respuesta
humana no es asumir la condición humana, sino todo lo contrario,
acentuar la negativa a reconocer la triste realidad de la fragilidad
de las personas. A este último aspecto es al que se dedica el
siguiente apartado.
LA AUTOIDEALIZACIÓN
El
modo en que el ser humano evita asumir su propia condición es muy
sencillo: se apoya en el poder de su imaginación para resaltar los
aspectos positivos propios y ocultarse a sí mismo los negativos.
Esta operación mental es natural e instintiva, al ser producto de la
profunda necesidad ya vista de no sentirse tan vulnerable. La
perfección de este camuflaje generado por la mente es tal que “el
hombre es el único animal que miente tan hábilmente como para
engañarse a sí mismo14”.
No
hay nada caprichoso ni pueril en este falseamiento de su realidad por
parte del hombre. Si el ser humano reconociera sus muchas
imperfecciones, no tendría capacidad para protegerse mentalmente del
miedo a morir, lo que le impediría desarrollar una vida normal, ya
que vería amenazas por doquier y no se atrevería a emprender
ninguna acción por el riesgo que pudiera ocasionarle15.
Como expresa Benet en uno de sus libros:
No
somos capaces de pensar en la muerte, ni siquiera en un ámbito
limitado. En nuestro ánimo existe una fe en la pervivencia, una
confianza ilimitada en lo que una vez pasó puede ocurrir de nuevo.
Y luego no es así, la realidad no lo confirma. Sin duda existe en
nuestro cuerpo una cierta válvula defensiva gracias a la cual la
razón se niega a aceptar lo irremediable, lo caducable; porque debe
ser muy difícil existir si se pierde la convicción de que mientras
dure la vida sus posibilidades son inagotables y casi infinitas16.
Del modo en que el hombre no admite sus imperfecciones, un buen
exponente es la vergüenza que siente por su propio cuerpo. El ser
humano, en su mente, crea una idea de perfección propia tan intensa
que, por supuesto, abarca a su mismo cuerpo, negando la evidencia de
la fealdad de éste en la mayor parte de las ocasiones.
El cuerpo humano no es feo porque su naturaleza así lo disponga,
sino porque las personas poseemos en nuestro interior una noción
ideal de cómo debe ser. Como la mayoría de los seres humanos, por
razones de edad, de constitución, de enfermedad, de metabolismo,
etc, nos alejamos de este ideal, la única posibilidad que nos queda
para mantener nuestra autoestima, es ocultar nuestro propio cuerpo.
De ahí la incomodidad que suelen tener casi todas las personas
cuando tienen que exhibirse desnudas. A este respecto, leyendo un
libro hace muchos años, cuyo autor no recuerdo pero que trataba
sobre métodos de tortura, me extrañó enterarme que una de las
prácticas más eficaces para derrumbar la resistencia psicológica
de un detenido era, sin más, privarle de sus pantalones.
Un libro que describe las mentalidades de la última parte de la
Edad Media hace una referencia similar a esta cuestión del pudor en
el siguiente texto, que describe las impresiones que a los
contemporáneos les causaban las crueldades de ese tiempo:
En cuanto al sentimiento del pudor, resalta, por ejemplo, en
lo siguiente: en las peores escenas de matanza y de saqueo déjanse
a las víctimas las camisa o los calzones (...) En el relato de la
crueldad del bastardo de Vauru con una pobre mujer le espanta la
canallada de cortarle los vestidos inmediatamente por debajo de la
cintura mucho más que los restantes martirios17.
El cuerpo no agota, ni mucho menos, los aspectos de sí mismo que el
ser humano trata, por lo general, de ocultar. Todos tenemos en la
cabeza un modelo de persona perfecta y a él intentamos aproximarnos.
Por tanto, queremos ser inteligentes, valientes, guapos, infalibles,
agradables, etc, y, si no fuera porque la realidad es a veces muy
cruel con nosotros y nos descabalga de nuestro trono, nuestra vanidad
haría que nos creyéramos en todo momento los mejores.
Sin
embargo, como se ha dicho, la realidad, de cuando en cuando,
introduce dudas sobre nuestra perfección, como cuando, al cabo de
mucho tiempo, nos ve un amigo de la infancia y nos dice lo mucho que
hemos cambiado, recordándonos que ya se notan en nuestra cara las
señales del tiempo18,
o como cuando un niño, con toda su inocencia, le dice a un hombre o
una mujer obesos que están gordos. O, del mismo modo, la sensación
de sofoco que sufren muchas personas si, de manera imprevista, tienen
que hablar o mostrarse en público, quedando así expuestas al
implacable examen ajeno.
En estos casos, a las personas no les queda más que el disimulo y
la sonrisa forzada, ocultando su disgusto. En otros casos, este
malestar aflora y se manifiesta con acritud, debido a que, con
frecuencia, el ser humano acepta con muy poca deportividad las
críticas que recibe. En efecto, estas últimas le provocan
inseguridad y miedo, y, por tanto, se defiende de estas sensaciones
tan desagradables intentando provocarlas, a su vez, en su censor.
No puede ser de otro modo esta reacción porque cualquier crítica
choca con la imagen ideal que de sí tiene la persona y, en
consecuencia, es percibida como una afrenta. De ahí el gran valor
que tiene el hecho de que una persona, de modo voluntario, admita
algún defecto, sobre todo si este último es grave o muy grave,
porque es el único camino a que ella mismo colabore en su
corrección. Un ejemplo pertinente de esta afirmación es la
importancia que se le da en las asociaciones de alcohólicos anónimos
al hecho de que los propios pacientes se atrevan a reconocer su
adicción.
En
efecto, incluso en casos tan graves como el de padecer males como la
enfermedad del alcoholismo recién citada, el ser humano es capaz de
alcanzar tal blindaje mental sobre sus propios defectos o problemas,
que llega a perder la percepción de que éstos son reales. De ahí
la dificultad que tiene un psicoanalista cuando intenta bucear en la
mente humana para ayudar a su paciente. Estas defensas son tan
poderosas por responder a una necesidad natural ya vista, la de
sentirse protegido ante amenazas y, de esta manera, no criar manías
paranoicas que le impidan actuar y llevar una vida normal19.
De ahí que, hasta cierto punto, tampoco sea bueno que el hombre
confiese sus defectos o pecados con demasiada asiduidad, aunque con
ello se aleje de la verdad.
En
este sentido, hay que admitir que la persona sea, de manera casi
obligada, un ser obligado a permanecer en un estado de inmadurez. A
lo largo de su vida irá ganando en experiencias, irá aprendiendo
cuáles son sus límites, pero nunca podrá reconocerse a sí mismo
en el espejo de sus actos. La visión idealizada de su propio ser le
acompañará a lo largo de su vida y, para la creación de su
identidad, tendrán más importancia sus juicios subjetivos que las
realidades objetivas que acompañen a su vivir.
LA EXAGERADA SUBJETIVIDAD DEL SER HUMANO
Un ejemplo literario que, desde siempre me ha impresionado, de la
profunda visión subjetiva que forma parte de la idiosincrasia del
ser humano, es una descripción del punto de vista de un vagabundo
chino sobre su sociedad. El texto, de finales del siglo XIX, un
momento en que la sociedad china es profundamente jerárquica, con
una clase social dominante muy marcada, la de los mandarines o
letrados, y en el que las posibilidades de mejora social para las
clases inferiores es casi nula, revela hasta qué punto cada
individuo se crea su propio mundo idealizado al margen de la
realidad:
A
Q, por su parte, tenía muy buena opinión de sí mismo; consideraba
a todos los habitantes de Weichuang inferiores a él, incluso a los
dos jóvenes letrados, a quienes estimaba indignos de una sonrisa.
Los letrados jóvenes tenían posibilidades de hacerse más tarde
bachilleres. El señor Chao y el señor Chian eran tenidos en alta
estima por los aldeanos, precisamente porque, aparte de ser ricos,
eran también padres de jóvenes letrados y tan sólo A Q no
mostraba signos de especial deferencia hacia ellos, pensando para sí:
- Mis hijos pueden llegar muchos más alto20.
Este desventurado vagabundo, al que acabarán ejecutando al final
del relato, refleja lo difícil que es intentar analizar el sentir
del ser humano desde criterios objetivos. Si bien es cierto que hay
más posibilidades de ser feliz cuanto más dinero se tiene, o, al
menos, desde que se tiene una seguridad económica cara al futuro,
nada quita, por este profundo subjetivismo del ser humano, que una
persona pobre pueda estar más a gusto con la existencia que lleva
que una persona rica.
Aunque
no sirva para ofrecer una solución definitiva al interminable debate
sobre si el dinero da o no da la felicidad, la explicación del caso
anterior es relativamente fácil. Como es imposible que ningún
hombre alcance la perfección deseada por su imaginación, para
entender el grado de satisfacción consigo mismo, todo depende del
nivel de victimismo que se aplique a sí mismo alguien afortunado21
o de la capacidad de autoengaño que sobre sí tenga un individuo más
desgraciado22.
A esta enorme capacidad de engañarse a sí mismo hace referencia
Vargas Llosa en el siguiente párrafo, en el que relata el modo en
como, el hecho de sufrir unas novatadas, alimenta el ego de los
cadetes de una escuela militar:
Allí lo desnudaron y la voz le ordenó
nadar de espaldas, sobre la pista de atletismo, en torno a la
cancha de fútbol. Después lo volvieron a una cuadra de cuarto y
tendió muchas camas y cantó y bailó sobre un ropero, imitó a
artistas de cine, lustró varios pares de botines, barrió una
loseta con la lengua, fornicó con una almohada, bebió orines (...)
Los muchachos se miraban unos a otros y, a pesar de haber sido
golpeados, escupidos, pintarrajeados y orinados, se mostraban graves
y ceremoniosos23.
Otro texto literario que refleja esta honda percepción subjetiva
propia de la especie humana, en este caso entresacado de un libro al
que acudiré en varias ocasiones, es el siguiente:
Por eso, sea cualquiera la situación de un ser humano, éste se
forma necesariamente un concepto de la vida en que su actividad le
parece importante y bella. Por lo general se cree que el ladrón, el
asesino, el espía y la prostituta deben avergonzarse de su
profesión, reconociéndola como mala. Pero ocurre todo lo
contrario. Los hombres a quienes su destino, sus pecados o sus
errores han colocado en una situación determinada, por inmoral que
sea, se forman unas ideas de ésta que se les figura legítima y
respetable.24
De la falta de sentido crítico hacia uno mismo que tiene el ser
humano, otro buen ejemplo es el fenómeno llamado de la telebasura,
en el que la gente sale en público a contar sus miserias privadas en
programas de televisión. En este caso, se aprecia bien cómo opera
la mente humana, aplicando un doble rasero de forma innata: los
comportamientos que en otras personas se ven censurables, en uno
mismo se entienden por disculpables y se espera la comprensión
ajena. O expresado de forma más rotunda, la capacidad objetiva que
se tiene para juzgar al prójimo, se pierde por completo al analizar
los actos propios. Un fragmento procedente de un libro de novela
negra, género literario que muchas veces desnuda con juicios
certeros los absurdos del comportamiento humano, es revelador de esta
falta de objetividad de la persona hacia sí misma:
Al igual que la mayoría de los italianos
de su edad y formación, Vianello siempre se había creído a salvo
de las probabilidades estadísticas. Por culpa del tabaco se morían
los otros; por comer cosas grasas, el colesterol les subía a los
otros, y sólo los otros sufrían los infartos.25
De este doble rasero innato al ser humano, un breve texto literario
que también es bastante claro a este respecto es el siguiente,
referente a una reflexión de una persona que está ayudando a otra a
cometer un crimen y que, sin embargo, intenta justificar su actuación
ante su propio secuaz:
Esas
palabras las llevaba bien meditadas; pues somos tan insensatos en
nuestro orgullo, que aun en ese momento que obraba como auxiliar de
un criminal me parecía un pensamiento intolerable que mi conducta
apareciese a los ojos de mi cómplice como más baja de lo que en
realidad suponía que era.26
A
este respecto, y continuando con un nuevo ejemplo literario, un
asunto que, desde hace muchos años me ha intrigado, es la capacidad
de muchos escritores de describir los vicios y las pasiones ajenas,
y, al mismo tiempo, no controlarlas en su propia existencia27.
Voy a transcribir el siguiente párrafo, de las experiencias de
Gustave Flaubert, el penetrante autor de Madame
Bovary, en un burdel de Constantinopla:
Aún
luchando con la sífilis, que provocaría que en poco tiempo se le
cayera el pelo y que su madre no lograra reconocerlo cuando por fin
le viera, Flaubert va a un burdel en Estambul (...) en el que las
mujeres son "tan repugnantes" que Flaubert quiere irse de
inmediato. Pero, según lo que él mismo escribe, en ese momento, la
"madame" propietaria le ofrece a su huésped su propia
hija. Se trata de una muchacha de dieciséis o diecisiete años que a
Flaubert le gusta mucho, pero que no quiere acostarse con él. La
gente de la casa obliga a la fuerza a la chica -uno siente
curiosidad por saber qué haría el escritor mientras la
convencían....28
Ante un documento tan expresivo, poco hay que añadir. Con toda la
seguridad, este famoso escritor tenía una idea de sí mismo mejor
que la que refleja este texto. Y, cabe la posibilidad que se
ofendiera gravemente si alguien se atreviera a censurarle su
comportamiento en este burdel. Y, por supuesto, no sería extraño
que Flaubert fuera muy crítico con otra persona si la viera actuar
de un modo tan inmoral como en este episodio donde él había sido
protagonista. Pero, y aquí está la base del comportamiento humano,
a sí mismo no tiene nada que reprocharse, porque la mente se
preocupa de embellecer todas nuestras acciones para liberarnos de
nuestros miedos.
Una
última digresión, antes de acabar este punto, se refiere a la
confianza que las personas depositan en ocasiones, sobre todo en
casos de graves crisis de las sociedades, en personajes salvadores o
providenciales que están por encima del bien y del mal. De esta
actitud, hay numerosos ejemplos a lo largo de la historia, algunos
tan recientes y nefandos como los de Hitler o Mussolini29.
Refiriéndome a uno de los últimos y, aunque no debería meterme en
asuntos políticos, es muy posible que la mayoría de las personas en
el mundo no hayan estado conformes con el liderazgo que ejerció
George Bush sobre el pueblo estadounidense tras los atentados de las
Torres Gemelas. La actitud de depositar una máxima confianza en una
persona es una política peligrosa, debido al fortísimo subjetivismo
propio del ser humano, ya que si éste no encuentra ningún freno
externo, con mayor dificultad lo va a hallar en su interior30.
Sobre este particular, y ya que acabo de citar a Hitler, personaje
que, debido a sus locas ambiciones, llevó a la ruina a Alemania,
reproduzco una radiografía mental suya realizada por uno de sus
generales, Günter Blumentritt:
Debe
tenerse en cuenta que Hitler no era un verdadero estadista. Jamás
consideró la política como la serena persecución de un fin
determinado. La política era un sueño, del cual él era el
soñador, ignorando, por igual, el tiempo, el espacio y los límites
de la potencia alemana, así como que la propia Alemania era sólo
una pequeña parte de las vastas extensiones mundiales.31
EL EGOÍSMO HUMANO
El profundo subjetivismo del ser humano, analizado en el punto
anterior, lleva de una forma casi inevitable, a que las personas sean
muy egoístas. A este egoísmo se llega de dos maneras, por una vía
directa, ya que, al no tener el individuo ninguna capacidad
autocrítica, es habitual que confunda sus intereses con sus
derechos, y, por una vía indirecta, por la desconfianza que, por la
razón antedicha, se tienen unos individuos a otros cuando tienen que
acordar algo en común.
Este segundo aspecto es muy importante, ya que el temor al engaño
es una de las características de la convivencia humana. Incluso en
un compromiso tan fuerte como es el concerniente a formar una
familia, los recelos mutuos raramente desaparecen en los matrimonios
mejor avenidos. Por muy bien que se lleven dos personas casadas, por
mucho que se quieran y se tengan gran confianza el uno al otro, la
realidad de que jamás van a poder entrar en la mente de su pareja
lleva a que en cualquier momento uno de los cónyuges pueda albergar
sospechas infundadas sobre el otro.
Sobre lo argumentado en el párrafo anterior y para entenderlo
mejor, voy a disponer de nuevo de un ejemplo literario, recurso que
me gusta emplear porque pienso que entretiene bastante al lector. En
este caso, lo he extraído de un libro de James Joyce y consiste en
que un marido que tiene una hermosa mujer, a la que admira y quiere
con locura, va con ella a una cena en casa de unos amigos.
En el curso de la cena suena una melodía que a la esposa le
recuerda un antiguo amor, que cree que murió de una pulmonía,
ocasionada por ir a esperarla bajo la lluvia cuando ambos eran
jóvenes. Su marido la nota apenada por este recuerdo y le pregunta
los motivos de su tristeza, que ella cándidamente le cuenta.
Finalizada la cena, tras regresar a su casa y acostarse, los
pensamientos del hombre son los siguientes:
Ella dormía profundamente.
Gabriel, apoyado en un codo, miró por un rato y sin resentimiento su
pelo revuelto y su boca entreabierta, oyendo su respiración
profunda. De manera que ella tuvo un amor así en la vida: un hombre
que había muerto por su causa. Apenas le dolía pensar en la pobre
parte que él, su marido, había jugado en su vida. La miró mientras
dormía como si ella y él nunca hubieran sido marido y mujer. Sus
ojos curiosos se posaron un gran rato en su cara y su pelo: y,
mientras pensaba como habría sido ella entonces, por el tiempo de su
primera belleza lozana, una extraña y amistosa lástima penetró en
su alma. No quería decirse a sí mismo que ya no era bella, pero su
cara no era la cara por la que Michael Furey desafió a la muerte.
Quizás
ella no le dijo todo el cuento…32
En
este caso, que hasta un muerto sirva para despertar sospechas en un
matrimonio que había sido ejemplar hasta ese momento, por lo que se
infiere de la lectura previa del relato, evidencia la fragilidad de
las bases que sustentan la confianza de los seres humanos. Que el
marido incluso cuestione la belleza de su mujer indica de qué modo
se ha roto el encanto que hasta ese momento había entre la pareja
protagonista de la historia de Joyce.
Aunque
en esta historia se manifiestan de forma civilizada, los celos son
una de las manifestaciones más lógicas de la naturaleza humana.
Este aspecto es fácil de entender, si se presta atención a la
conformación de la mente humana. Teniendo en cuenta que la persona
tiene una capacidad desmesurada para engañase a sí misma, ¿qué
engaños no será capaz de perpetrar con su prójimo?. A la vez, como
le resulta imposible leer en la mente ajena33,
el círculo se cierra y la desconfianza puede aflorar en cualquier
momento, por inoportuno que sea. Un ejemplo literario, más radical
que el anterior, del extraordinario poder de los celos es el
siguiente:
¿Cuál
era la idea inicial? Varias palabras acudieron a esta pregunta que yo
mismo me hacía. Esas palabras fueron: rumana, prostituta, placer,
simulación. Pensé: estas palabras deben representar el hecho
esencial, la verdad profunda de la que debo partir. Hice repetidos
esfuerzos para colocarlas en el orden debido, hasta que logré
formular la idea en esta forma terrible, pero indudable: María
y la prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta
simulaba placer; María, pues, simulaba placer; María es una
prostituta34.
Para
quien escribe, que es un apasionado aficionado al ciclismo, otro
asunto en que se aprecia este recelo humano hacia la palabra de su
prójimo, es el descrédito en que ha caído este deporte debido al
dopaje continuado de los ciclistas. Estos últimos hacen frecuentes
manifestaciones públicas afirmando su inocencia, pero, incluso a
ciclistas que dan sensación de la máxima honradez, en estos últimos
años se les ha descubierto haciendo trampa en alguna ocasión. Sobre
el ser humano, por tanto, impera un principio de incertidumbre,
debido al cual, sólo se cree en su palabra, mientras no se pueda
demostrar lo contrario.
Este
problema de la desconfianza es una dificultad con la que se topan a
menudo las personas aquejadas de enfermedades nerviosas cuando acuden
al médico. La práctica médica, en estos casos, se caracteriza por
“la tendencia de tomar en serio los
síntomas del paciente ansioso hasta que la exploración demuestra
que todos los órganos se hallan exentos de lesión. Al paciente se
le explica que todos los síntomas que experimenta son fruto de la
imaginación y que las aprensiones que le atormentan no tienen
ninguna justificación35”.
El medico, pese a toda su ciencia, en muchas ocasiones antepone, a la
hora de hacer su diagnóstico, un recelo natural hacia el
subjetivismo ajeno.
El
ejemplo del párrafo anterior es perfecto para señalar como las
bases de la confianza humana en su prójimo son inevitablemente
frágiles. Esta realidad es muy importante a todos los niveles porque
todas las personas del mundo vivimos en una u otra sociedad, y todas
las sociedades necesitan de unos políticos que asuman las
responsabilidades públicas. Como, por las razones que sean, se
desvelen casos de corrupción o de cualquier abuso de poder similar
por parte de alguno de tales políticos, con rapidez se generará en
el ciudadano común la creencia de que todos los políticos son
inmorales. Y, como tales corruptelas se repitan con cierta
frecuencia, esta creencia se convertirá en una convicción tan
fuerte que resultará difícil de erradicar entre la población, como
ocurre en una gran parte de los países del mundo.
Quizá
esta desconfianza en el prójimo y en la clase política fuera menor,
si el ser humano no tendiera a ser tan egoísta, o, lo que es lo
mismo, tan acaparador de bienes y beneficios. La evidencia de la
tremenda desigualdad de fortunas que existen entre los habitantes de
nuestro planeta corrobora, sin más, esta afirmación. Algunos de los
principales millonarios tienen sólo para sí solos más riqueza que
la que poseen cientos de miles de individuos con menor suerte en la
vida. Y, lo que es un dato más importante, ven esta situación
completamente justa36.
Si
hace un rápido repaso histórico de algunas expresiones, es fácil
comprobar hasta que punto el ser humano es insensible con la suerte
que corre su prójimo. Por ejemplo, la actitud de Malthus de
alegrarse de que haya miseria en el mundo no parece muy humana37.
De modo muy similar, la afirmación de Rilke de que la miseria es una
ocasión de acrecentar la luz interior38.
O la conocida expresión de desprecio
de la zarina hacia su pueblo, en concreto hacia los hambrientos
manifestantes que dan origen a la Revolución de Febrero de 1917: “si
hiciera más frío seguramente se quedarían en sus casas”39.
Mucho más actual es la recomendación del presidente italiano
Berlusconi a los afectados por un terremoto, el cual dejó a muchos
de los ciudadanos de su país sin hogar, de que se lo tomen como un
fin de semana de acampada.
Siguiendo
el repaso empezado en el párrafo anterior a la Historia,
posiblemente el acendrado egoísmo humano aclare la insensibilidad de
muchas de las explicaciones que de los fenómenos históricos dan los
estudiosos. Un muestrario de este tipo de planteamientos faltos de
sentido común puede ser el siguiente: la
defensa de que los siervos medievales eran libres40,
la justificación de que los sufridos campesinos romanos vivían de
un modo desahogado en la Antigüedad41,
la crítica a los explotados obreros ingleses del siglo XIX porque no
sabían ahorrar cuando tenían trabajo42,
la sorpresa de que los conquistadores españoles de América no se
hubieran comportado de manera aún más cruel con los indios43
o el argumento de que la aplicación de la sharia contribuye a
mejorar mucho la condición social de la mujer44.
De
esta escasa capacidad para situarse en la piel ajena que tiene el ser
humano, una de las mejores manifestaciones es el llamado
socialdarwinismo, una corriente de pensamiento de la segunda mitad
del siglo XIX, que justificaba las enormes desigualdades sociales del
momento como la consecuencia de una ley natural, por la que los más
débiles de la sociedad no podían esperar la compasión de los más
afortunados. Pongo este énfasis en el socialdarwinismo porque, es
terrible pensar en que la fase histórica, el siglo XIX, en la que
mayor fe hubo en el progreso y la perfectibilidad humana, trajo
aparejadas teorías eugenésicas que proponían el exterminio de los
seres humanos menos aptos45.
Por
incidir un poco más en la crueldad de esta teoría, el
socialdarwinismo se encuadró en una época de enormes padecimientos
por parte de los obreros46,
de cuya explotación se ha hecho mención en la página anterior.
Tales sufrimientos, sin embargo, debido a esta manera de pensar no
conseguían conmover a los empresarios. Las palabras de un millonario
americano, John D. Rockefeller, reflejan el espíritu del
socialdarwinismo: “El nacimiento de
una gran industria no es más que un ejemplo de la supervivencia de
los más dotados... No hay nada malo en ello. Se trata solamente de
la puesta en práctica de una ley natural y de una ley divina”47.
En
relación con este escaso respeto de las clases superiores hacia los
obreros, de un libro al que haré varias alusiones en estas páginas,
Mi último suspiro,
he entresacado los siguientes párrafos, que reflejan la poca
sensibilidad social del pintor Dalí, procedente de una familia de la
burguesía catalana:
Dalí, como Lorca, tenía un miedo terrible al sufrimiento
físico y a la muerte. Había escrito una vez que no conocía nada
más excitante que el espectáculo de un vagón de tercera lleno de
obreros muertos, aplastados en un accidente.
Descubrió
la muerte el día en que un príncipe que él conocía, una especie
de árbitro de las elegancias mundanas, el príncipe Mdinavi,
invitado a Cataluña por el pintor Sert, se mató en un accidente de
automóvil. Aquel día, Sert y la mayoría de sus invitados se
encontraban en el mar a bordo de un yate. Dalí se había quedado en
Palamós para trabajar. Él fue el primero en ser informado de la
muerte del príncipe Mdinavi. Acudió al lugar del accidente y se
declaró totalmente trastornado.
La
muerte de un príncipe era para él una verdadera muerte. Nada tenía
que ver con un vagón lleno de cadáveres de obreros48.
Para
ir concluyendo con este apartado, voy a contar un
episodio que tiene un nivel más anecdótico que otra cosa, pero que
me resulta una de las mejores muestras de la insensibilidad humana
hacia su prójimo. Me refiero al experimento hecho por los ingleses a
principios del siglo XIX con cuatro indios de la Tierra del Fuego, un
territorio poblado por tribus muy primitivas que vivían en el
extremo meridional de Argentina. Tras haber llevado a estos indígenas
a Inglaterra, se les proporcionó durante varios años una educación
refinada, hasta el extremo de que olvidaron su miseria anterior.
Pero, conseguido este objetivo, los responsables de este experimento
no tuvieron mejor ocurrencia que devolverlos a su lugar de origen,
para ver cómo se adaptaban de nuevo a su entorno. El resultado es
que los convirtieron en seres muy desgraciados, en especial a uno de
ellos, al que los ingleses conocían por “Jemmy Button”, ya
plenamente civilizado49.
De
las razones profundas del exagerado egoísmo humano y de su corolario
de una absoluta falta de percepción de las necesidades ajenas, se
hablará en capítulos sucesivos. En este momento, lo que es en
realidad importante es afirmar que este egoísmo existe, lo que está
fuera de toda duda, y analizar las consecuencias. Si, como les ocurre
a todos los millonarios del mundo, alguien que tienen mil o dos mil
veces más riqueza que otra persona ve esta situación normal, es
lógico pensar que la segunda persona desconfíe de que la primera va
a entender sus reclamaciones de mayor equiparación como justas. Por
tanto, más que un acuerdo para solucionar los problemas comunes, lo
que perseguirá en la vida será también acumular bienes y riquezas.
Como
consecuencia de todo lo dicho hasta este instante, en el ser humano
predomina una apuesta por lo tangible y lo concreto, por la
adquisición de propiedad propia, más que una confianza en las
promesas o en la bondad ajena. Esta actitud no puede, por menos, de
reforzar el egoísmo con lo que se cierra un círculo nefando cara a
la comprensión mutua.
En
definitiva, y retornando al punto de partida, el subjetivismo humano
hace que la persona crea que todo lo que ella hace está bien, ya que
necesita idealizarse. Al perder todo tipo de sentido autocrítico, no
es consciente de su egoísmo. Al ser éste muy acentuado, se provoca
una desconfianza mutua entre las personas que, a su vez, potencia aún
más tal egoísmo, ya que nadie se fía de las buenas intenciones
ajenas, con lo que el individuo sólo confía en sus propios
recursos.
Más
adelante, cuando se analicen las posibles razones por las que el
egoísmo humano no tiene límites, pese a que el hombre es un ser
racional y está dotado de una gran capacidad para disponer de un
pensamiento colectivo, se profundizará en estas cuestiones. El
capítulo siguiente, sin embargo, se dedicará a uno de los factores
que más condiciona la existencia humana, como es la necesidad de
integrarse en un grupo50
para sentirse a salvo.
El ser humano persigue la idealización propia para defenderse
mentalmente del miedo a la muerte. Pero no sería posible este
proceso mental si, acompañándolo, no hubiera otras salvaguardias
que dieran seguridad al individuo de que su existencia está
protegida. La más importante, con diferencia, es la pertenencia a un
grupo humano. Dentro de este último, el individuo se siente más
seguro, porque confía en la principal y a veces única razón por la
que se organizan los grupos humanos, la defensa mutua contra las
agresiones físicas de sus semejantes.
CAPÍTULO SEGUNDO: LA
INCORPORACIÓN A UN GRUPO
EL HOMBRE COMO SER SOCIAL
Una
de las principales presunciones humanas es la gran fe que pone en su
libertad. Al ser humano le gusta soñarse como alguien libre, que, en
cualquier momento, si no está contento con su suerte, puede dar un
puñetazo sobre la mesa y emprender nuevos horizontes en su vida.
Esta creencia anima al hombre en su hacer diario y, quien más, quien
menos, confía en los ases que guarda bajo la manga, aunque esté
pasando por malos momentos.
En la realidad, poner en prácticas estos deseos de libertad no
resulta muchas veces sencillo, porque en el ser humano suele existir
una gran diferencia entre los sueños que su mente alberga y sus
posibilidades materiales de llevarlos a efecto. Acudiendo de nuevo a
una cita literaria, voy a citar el siguiente texto, relacionado con
los anhelos de los inmigrantes que a principios del siglo XX se
acercaban a Barcelona en busca de trabajo, como paradigma de estas
dificultades:
Luego
están los otros, la masa....., ¿comprenden lo que quiero decir? La
masa. La componen mayormente los inmigrantes de otras regiones,
recién llegados. Ya saben cómo viene ahora esa gente: un buen día
tiran sus aperos de labranza, se cuelgan de un tope de un tren y se
plantan en Barcelona. Vienen sin dinero, sin trabajo apalabrado, y
no conocen a nadie. Son presa fácil de cualquier embaucador. A los
pocos días se mueren de hambre, se sienten desilusionados. Creían
que al llegar se les resolverían todos sus problemas por arte de
magia, y cuando comprenden que la realidad no es como la soñaron
inculpan a todo y a todos, menos a sí mismos.51
Un análisis rápido de este texto lleva a la conclusión de que, si
bien, el ser humano tiene, como se ha visto en el capítulo anterior,
una enorme capacidad para autoengañarse, conoce también que hay
unos condicionantes objetivos y que, en soledad, muchas veces sus
propósitos van a ser irrealizables. Por tanto, su instinto le lleva
a agruparse con otros individuos, buscando tanto protección, como
ayuda para solucionar las dificultades de su vida.
El primero objetivo, la búsqueda de protección es una necesidad
imperiosa para cualquier individuo. Por muchos pájaros que una
persona tenga en la cabeza, el deseo de conservar su integridad
física prevalecerá sobre cualquier otra consideración. Y este
deseo de conservación pasa por tener una defensa contra la violencia
indiscriminada que unos individuos puedan ejercer sobre otros.
En
estos momentos, mientras escribo este ensayo, estoy leyendo un libro
que resume la vida de los grandes criminales que ha habido a lo largo
de la historia de la humanidad. Basta leer las sanguinarias hazañas
de algunos de ellos para comprobar que la crueldad es un elemento
presente en muchos seres humanos. Voy a citar un solo ejemplo, que
desconocía y que me ha impactado por su salvajismo, el de la condesa
Báthory, que, según su propio registro, había asesinado a
seiscientas diez mujeres jóvenes. Y no sólo las había asesinado,
sino que lo había hecho con una especial saña y maldad, intentando
infligirles el máximo sufrimiento posible52.
De la capacidad que tiene el hombre para ejercer una crueldad
infinita sobre otros seres humanos, un párrafo muy expresivo por la
crudeza con la que están relatadas unas torturas, es el siguiente:
Entre sesión y sesión de silla eléctrica, lo arrastraban desnudo,
a un calabozo húmedo, donde baldazos de agua pestilente lo hacían
reaccionar. Para impedirle dormir le sujetaron los párpados a las
cejas con esparadrapo. Cuando, pese a tener los ojos abiertos,
entraba en semiinconsciencia, lo despertaban golpeándolo con bates
de béisbol. Varias veces le embutieron en la boca sustancias
incomestibles; alguna vez detectó excremento y vomitó (…)
Cuando este último diálogo con Ramfis, ya no pudo verlo. Le habían
quitado los esparadrapos, arrancándole de paso las cejas, y una voz
ebria y regocijada le anunció: Ahora vas a tener oscuridad, para
que duermas rico., Sintió la aguja que perforaban sus párpados.
No se movió mientras se los cosían (...).
Cuando
le castraron, el final estaba cerca. No le cortaron los testículos
con un cuchillo, sino con una tijera (…) Le acuñaron sus
testículos en su boca, y se los tragó.53
O igual de horripilante:
La
criatura (pues apenas era una niña) había sido torturada hasta
morir por los soldados. No voy a describirle, mi querido Tiedemann,
el estado en que la dejaron, a pesar de que la imagen de aquel pobre
ser destrozado ha quedado grabada de un modo indeleble en mi
memoria. Habían trabajado durante horas, con extremo cuidado, casi
con una especie de amor obsceno, si me permite que lo llame así,
para asegurarle la muerte más dolorosa que pudieran imaginar.
Entonces, advertí, tal ve por primera vez, me da vergüenza
admitirlo, la gratuita capacidad de perversión que hay en el
hombre. Luego me pregunté, y me sigo preguntando ahora, si seres
capaces de cometer actos así contra su prójimo pueden tener
esperanzas de ser perdonados54.
Este tipo de monstruosidades no son corrientes por suerte, pero
existen, y, en consecuencia, el deseo más fuerte de las personas es
que existan mecanismos colectivos de defensa ante las agresiones
procedentes de individuos desequilibrados, violentos o sádicos. De
ahí que, con toda seguridad, la razón más fuerte de crear una
sociedad consista en que esta última sea capaz de garantizar un
orden que imponga castigos a los criminales.
Por otra parte, los seres humanos, por muchos esfuerzos que hagamos
en pro de nuestra domesticación, tenemos un componente primitivo o
animal, que hace que reaccionemos con fiereza si algo o alguien nos
disgusta, de ahí que, para que esta violencia no se multiplique,
también sea muy importante la idea antedicha de la existencia de un
orden que ponga límites a los posibles excesos de unos y otros. Por
tanto, el orden, como principio social, cumple dos funciones básicas,
defender a los individuos pacíficos de la maldad de aquellos más
peligrosos, e intentar evitar que los conflictos entre las personas
se radicalicen.
Sobre la violencia caprichosa que esconde el ser humano, un
documento que, por su elocuencia, siempre me ha llamado la atención
es el siguiente extracto de un libro francés:
Creí que iba a saltar de nuevo. No, se limitó a mover la cabeza,
allí, delante de mí, de derecha a izquierda, con los labios
apretados, y con los ojos intentaba encontrarme de nuevo donde me
había dejado en su recuerdo. Yo ya no estaba allí. Me había
desplazado, también yo, en el recuerdo. En la situación en que nos
encontrábamos, un hombre, un cachas, me habría dado miedo, pero de
ella no tenía yo nada que temer. Yo la podía, como se suele decir.
Siempre había deseado meterle un buen cate a una cabeza presa así
de la cólera para ver cómo dan vueltas las cabezas encolerizadas en
esos casos (…).
Hacía veinte años por lo menos, que me perseguía ese deseo. En la
calle, en el café, en todas las partes donde la gente más o menos
agresiva, quisquillosa y fanfarrona, se pelea. Pero nunca me había
atrevido por miedo a los golpes y sobre todo por la vergüenza que
acompaña a los golpes. Pero aquella ocasión, por una vez, era
magnífica.
“Te vas a ir de una vez”, fui y le dije, sólo para excitarla un
poco más aún, para ponerla a tono.
Ella ya no me reconocía, de hablarle así. Se puso a sonreír del
modo más horripilante, como si me considerara ridículo y muy
despreciable…” ¡Zas! ¡Zas!” Le pegué dos guantazos como para
dejar sin sentido a un asno55.
Para evitar el ejercicio de la violencia entre individuos, el
objetivo de alcanzar un orden que haga más pacíficas las relaciones
entre los seres humanos tendría que tener un carácter universal. El
ideal sería que toda persona, en cualquier circunstancia o lugar, se
sintiera a salvo y protegida. Pero, aunque posible en un plano
utópico, es muy difícil que haya una sola sociedad y un solo
gobierno en el mundo que regule este principio de orden.
Hasta hace pocas décadas, antes de que la revolución tecnológica
acercara física y mentalmente los hombres unos a otros, las
dificultades geográficas y las grandes distancias a recorrer en
función de los medios existentes, impedían pensar en el sueño de
que todos los hombres viviéramos en el mismo estado. Todos los
grandes imperios que se crearon en el pasado, como el persa o el
romano, acabaron teniendo unos límites naturales.
Hoy día, desde una perspectiva ficticia, tal posibilidad es
factible, pero la evolución histórica de cada territorio hace que
los grupos humanos estén muy particularizados y no tengan una
perspectiva global de la humanidad. La consecuencia más grave de que
nunca haya existido una sola sociedad mundial es que las diferentes
sociedades se han hecho la guerra unas a otras, con lo que se ha
creado una nueva fuente de amenaza para la integridad humana.
Esta circunstancia ha añadido una tercera función al principio de
orden, la de defender a los miembros de la propia sociedad de las
potenciales agresiones por parte de otras sociedades. De ahí que sea
raro el país que no tenga un ejército o unas fuerzas militares a
las que confíe la defensa de su territorio y de sus ciudadanos.
En la actualidad, el desarrollo56
del derecho internacional regula tanto las relaciones entre los
países como suele dar garantías jurídicas suficientes a las
personas cuando se trasladan a otros países. Pero, así y todo, como
más seguro está una persona es si puede desenvolver su existencia
en su propio país, porque, de otra manera, puede, en un momento u
otro, encontrarse en una situación de indefensión. Basta recordar
los problemas que pueden llegar a tener muchos emigrantes para hacer
valer sus derechos cuando sufren algún abuso.
Por tocar un tema que es de sobra conocido, muchas prostitutas
procedentes de países pobres que vienen a los países occidentales
engañadas con falsos contratos de trabajo, siendo obligadas por los
proxenetas a ejercer la prostitución, se encuentran con muchas
dificultades para denunciar a la policía sus casos, pese a que en
ellos hay que añadir, por lo general, los agravantes de estar
sujetas a amenazas e intimidaciones.
El ser humano sólo encuentra protección efectiva dentro de los
límites del grupo social al que pertenece, de ahí que para la
inmensa mayoría de las personas sea fundamental integrarse de una
forma incuestionable en éste u el otro grupo humano. Esta ligazón
tan fuerte entre sus miembros también ayuda a desarrollar el otro
aspecto importante en la conformación de una sociedad, la provisión
de ayuda mutua entre las personas que la componen.
Los seres humanos, a pesar de nuestra fuerte vanidad, conservamos un
grado de lucidez suficiente para conocer que necesitamos de la ayuda
de los demás para materializar nuestros sueños. Los individuos, si
no se aprovecharan de la organización social preexistente y de la
fuerte división de trabajo de las sociedades, tendrían muy
limitadas sus posibilidades de mejorar su nivel de vida o
enriquecerse.
He empezado este capítulo haciendo referencia a un apunte literario
sobre la frustración en que caen muchos inmigrantes cuando se
enfrentan a la realidad. Aunque los problemas de los inmigrantes
citados en este texto tienen que, en lo fundamental, con una
estructuración injusta de la sociedad, ya que la citada consistía
en un tipo de emigración interna, sus desgracias reflejan bien la
impotencia a la que está abocado el ser humano cuando tiene que
resolver sus problemas vitales sin encontrar ningún apoyo exterior.
Estas dificultades son aún más acusadas cuando estos
desplazamientos de personas ocurren entre países diferentes, sobre
todo en el caso de no contar los recién llegados con una simpatía
mínima de los naturales del lugar de bienvenida, debido a desconocer
la lengua o las costumbres, o portar rasgos físicos que señalan con
nitidez la diferencia de identidad.
Como
se refleja de un modo claro en una tragedia griega, Las
fenicias, escrita por Eurípides en el
siglo V a.C., la posición de los emigrados muchas veces es muy
difícil:
Yoc.
¿Qué es estar privado de patria? ¿Una desgracia grande?
Pol.
La mayor: la realidad supera las palabras.
Yoc.
¿Cómo es? ¿Qué se hace insoportable para los desterrados?
El
dramaturgo griego se refiere, en estos versos, al poco apoyo social
con el que cuentan los inmigrantes para denunciar las injusticias que
sufren. Esta situación de soledad afecta a los inmigrantes, hasta el
punto de que muchas veces sufren de una enfermedad depresiva que se
tipificado con el nombre de "Síndrome de Ulises", que
lleva este nombre en recuerdo del gran viajero griego de "La
odisea". Este síndrome es consecuencia de que, si el
inmigrante, al llegar al país de acogida se encuentra con que sus
expectativas se ven frustradas, se le revela de golpe todo su
desamparo, al faltarle todo aquello que al hombre le da seguridad en
los malos momentos: la familia, los amigos, la protección legal de
su sociedad, etc. Debido a ello, muchos inmigrantes sufren trastornos
psíquicos y caen en un estado depresivo.
Sin
embargo, y éste es un aspecto que conviene destacar, aunque el
desdichado inmigrante relate sus tristes experiencias a habitantes de
su lugar de origen, éstos pensaran que a ellos no les pasará lo
mismo y tendrán más suerte que su compatriota58.
El ser humano, por su propia estructura mental, incide una y otra vez
en los mismos pecados porque necesita engañarse a sí mismo. Su
imaginación le impulsa a emprender proyectos aventurados, mientras
que los fracasos cosechados le recuerdan la importancia de pertenecer
a una sociedad para recibir la ayuda ajena. Inmersa en esta
dialéctica entre realismo y vanidad se desenvuelve, en una mayoría
de casos, la existencia humana.
LA COLABORACIÓN NECESARIA Y EL RECELO MUTUO
En
la parte final del punto anterior, se había tratado como el ser
humano, a pesar de su inveterada vanidad, comprende que no puede
construir castillos en el aire y que, si quiere materializar sus
muchas ilusiones y fantasías, necesita de la colaboración de las
demás personas. De ahí que los seres humanos no conciban como
posible ningún modo de vida en que su libertad no se vea coartada
por la pertenencia a una u otra sociedad.
Si se
acude al auxilio de la Historia, el relato de cómo se originan las
civilizaciones más antiguas a menudo es similar59:
los colonizadores, tras alcanzar un espacio fértil, en vez de
separarse e ir cada uno por su lado, acuerdan el reparto de las
tareas a efectuar. Gracias a esta división de trabajo, que se va
haciendo cada vez más compleja, se sientan las bases para el
progreso de la sociedad recién creada. Algunos Westerns recogen este
mito, cuando el argumento de la película toma como protagonista a
los integrantes de una caravana de pioneros60
que, llegados a un punto del Salvaje Oeste, deciden levantar un
poblado, repartiéndose entre ellos las tareas de construir las casas
y cultivar los campos.
El hombre es un ser social por necesidad y es consciente de que la
condición previa para que una sociedad prospere es implicarse en el
trabajo en común. Aunque este compromiso muchas veces acaba siendo
obligatorio, porque las sociedades según evolucionan acuden cada vez
más a menudo a métodos coercitivos, parte de una evidencia
absoluta: si no hay trabajo no se genera riqueza, y, si no existe
ésta, no hay posibilidad de una mejora del nivel de vida de las
personas.
Siendo
evidente esta relación entre trabajo y riqueza, también es clara la
tendencia natural del ser humano a la picaresca y al ocio. A pesar de
que muchas éticas sociales, incluida la actual, fundamentada en
destacar al hombre hecho a sí mismo
gracias a su esfuerzo, valoran el trabajo, lo que de verdad quiere la
persona es estar sin trabajar. Esa ilusión tan sostenida en el común
de los mortales de, si toca la lotería, mandar el trabajo a paseo,
así lo demuestra, o el hecho de que siempre se asocia un elevado
status social a la posesión de criados que sustituyan a su amo en la
realización de las tareas más pesadas o ingratas.
Esta
inclinación a la picaresca no puede ser de otro modo si, de nuevo,
se analiza la mente humana. El individuo huirá de todo aquello que
traiga a colación sus limitaciones físicas o le provoque dolor, ya
que le recordará su fragilidad, ocasionándole fuertes e íntimos
temores. De ahí, que para ahogar este miedo, el hombre quiera
mantenerse el mayor tiempo posible en estados de felicidad o de
búsqueda de placer y, por lo general, estos estados son
contradictorios con trabajar, sobre todo si el trabajo físicamente
es muy duro o las condiciones del lugar donde se realiza son
infames61.
Pero, incluso cuando el empleo u oficio del que se disfruta es
cómodo y poco exigente, el trabajador espera con ansiedad cualquier
fiesta que le libere de ir al trabajo, y, por muchas vacaciones que
tenga, nunca le parecerán suficientes. Hay una inclinación natural
en la persona a buscar el disfrute de los sentidos, a través de
sensaciones agradables, o del aumento de los periodos de descanso, o
de permanecer en la postura más relajada posible, y siempre al
servicio de la comodidad del propio cuerpo.
Del rechazo del hombre al trabajo una muestra excelente es la
inscripción que está grabada en un ushebti, una clase de
estatuillas de carácter mágico que acompañaban en sus tumbas a los
difuntos del Egipto de los faraones:
¡Oh,
Ushebti! Cuando llegue mi turno y se me designe para las tareas que
se llevan a cabo en los infiernos.... y sea convocado en cualquier
momento para sembrar los campos, para regar la llanura, para
transportar arena de la llanura oriental a la llanura occidental, tú
dirás en mi lugar: ¡Heme aquí!62
Como
curiosidad, hay una filosofía oriental, basada en la teoría de la
no acción, que expresa de una manera perfecta este apego humano a
la ley del mínimo esfuerzo. Está dentro de la corriente china del
taoísmo y, para los que la siguen, la felicidad absoluta significa
una completa libertad para vivir en un ocio constante. Sus más
eximios representantes fueron los llamados siete
sabios del bosque de bambú que,
“reverenciaban y exaltaban el vacío y
la no acción y desdeñaban los ritos y la ley; bebían vino más de
la cuenta y despreciaban los asuntos de este mundo63”.
Acudiendo de nuevo a una cita literaria, un párrafo extraído de un
libro de Alberto Moravia también refleja bien esta tendencia a la
holganza del ser humano:
Así, pues, estuve un buen rato bajo las sábanas y éste fue el
primer placer que sentí al comienzo de una nueva fase de mi vida,
que en lo sucesivo quería solamente agradable. Para mí, que todos
los días de existencia me había levantado muy temprano, permanecer
en el lecho cómodamente y dejar que el tiempo corriese inútilmente
era, en verdad, un lujo. Durante mucho tiempo me lo había negado,
pero ahora estaba decidida a concedérmelo siempre que me viniera
en gana, y lo mismo pensaba hacer con las demás cosas a las que
hasta entonces había tenido que renunciar por mi pobreza y mis
sueños de una vida normal y familiar.64
O, del mismo tenor, entresacado de un libro de Juan Goytisolo:
La vida debería ser siempre así: el sol, un buen
lecho de hierbas y un tiempo infinito de descanso. ¡Ah! Y una mujer
al lado también. No para nada, entiéndeme. Sino sentirla ahí,
acurrucada contra uno y saber que basta alargar la mano y que tiene
pereza y se duerme… Entonces es maravilloso ver como los otros
trabajan y se afanan (…) Pensar en ellos me ayuda a descansar65.
De los anteriores párrafos literarios, sin dudar se puede extraer la
conclusión de que es una tarea ardua disciplinar a la persona para
que acuda con puntualidad a su lugar de trabajo y no falte a sus
obligaciones laborales. Que las alarmas de los despertadores vengan
preparadas para sonar repetidas veces porque, la primera vez que
avisan, la reacción primera humana es continuar durmiendo, evidencia
este rechazo al trabajo. Posiblemente, hasta la profesión más
envidiada en el imaginario popular por el género masculino, la de
actor de pornografía, vista desde la experiencia de sus
protagonistas sea considerada una actividad a la que renunciarían,
si encontraran otra manera de ganar dinero sin trabajar.
La inclinación que tiene el ser humano a perseguir estados de
placer es evidente, sólo hay que pensar la relevancia del juego en
todas las facetas de la vida, pero quizá la prueba más evidente de
ello es la importancia que en todas las sociedades han tenido y
tienen las drogas. Éstas permiten al hombre evadirse de sí mismo
que, en el fondo, se revela como una necesidad máxima del género
humano. Dicho con un lenguaje vulgar, las drogas ayudan a pasárselo
bien, propósito que, después de todo, es el más perseguido por
toda clase de individuos y que, por lo general, es contradictorio con
el deber de trabajar para la sociedad.
Un nuevo texto literario, entresacado del libro ya citado de Alberto
Moravia, describe bien las sensaciones de desesperación que puede
llegar a sufrir el ser humano cuando se tiene que ver alejado de los
lugares donde hay fiesta y diversión:
Junto
a la puerta, pegado a la muralla, había un parque de atracciones
que, en verano, encendía sus luces y dejaba oír sus músicas.
Desde mi ventana podía ver un poco de través de las guirnaldas de
bombillas de colores, los techos embanderados de los pabellones y la
multitud que se apretujaba en torno a la puerta, bajo las ramas de
los plátanos. Oía a menudo y distintamente las músicas y por las
noches solía quedarme oyéndolas y soñando despierta. Me parecía
que llegaban de un mundo inalcanzable, al menos para mí, y ese
sentimiento me lo reforzaban la angustia y las sombras de mi
habitación. Era como si toda la población se hubiera reunido en el
parque de atracciones y sólo faltara yo. Hubiera querido levantarme
e ir, pero no me movía de la cama y las músicas seguían sonando
impertérritas toda la noche y me hacían pensar en una privación
definitiva por no sabía que culpas que ignoraba haber cometido. A
veces, oyendo aquellas músicas, llegaba a llorar por la amargura de
sentirme excluida.66
La inclinación humana al placer es tan marcada que, por lógica,
provoca el recelo ajeno. En el texto literario siguiente se observa
esta característica tan negativa de la especie humana, que es, sin
embargo, uno de sus rasgos definitorios, incluso en aquellos lugares,
como son los pueblos, cuya vida muchas veces se tiende a idealizar
como propia de personas más sencillas y confiadas:
El
café era malo. Se preguntó qué habría bueno en aquel pueblo,
entre aquella gente pobre y mezquina. Se acusó mentalmente de
despreciar a sus semejantes y ofender a Dios; pero realmente eran
pobres y mezquinos y no debían creer en El asiduamente, aunque le
temieran a la hora de la muerte (…) Pero todo seguía igual; las
mismas mujeres acudían a confesar y leía idéntica desconfianza en
el corazón de los hombres. Al principio, aquello le había hecho
sentir una gran amargura.67
La explicación de esta desconfianza entre los seres humanos es bien
sencilla. Nadie quiere asumir las tareas que dejan sin hacer sus
vecinos y, al mismo tiempo, a toda persona le gustaría que su
prójimo realizara la parte que a él le corresponde del trabajo en
común. Esta contradicción no se resuelve sólo con buena voluntad
porque, debido a su egoísmo, el ser humano es muy parcial y dado a
ser injusto en sus juicios sobre los demás.
Incluso
en el caso de que los seres humanos fiaran su colaboración a un
reparto equitativo de las cargas del trabajo, los conflictos entre
ellos serían constantes. La desconfianza no sólo no desaparecería
sino que se haría aún más dueña de las relaciones humanas, ya que
ninguna persona estaría nunca contenta de la parte proporcional del
trabajo que a ella le correspondería, por justo que fuera el
reparto. Es un defecto muy humano tratar de sacar ventajas de todas
las situaciones y considerar injusto68
cuando no se consiguen tales ventajas.
Como tampoco es posible renunciar a formar una sociedad y a los
beneficios de todo tipo que conlleva el trabajo colectivo, la única
manera de mantener la cohesión del grupo, es darse pruebas mutuas
unos miembros a otros de la sociedad de su implicación en el
proyecto común. O, dicho de otro modo, los seres humanos tienen que
demostrarse mutuamente que no tratan de engañarse, con el fin de que
la unión entre ellos se pueda mantener.
En resumen, el ser humano necesita de la ayuda ajena y le gustaría
que esta colaboración fuera unilateral, o sea, sin
contraprestaciones. Pero, una sociedad, para crear riqueza, se basa
en el trabajo de sus miembros, de ahí el necesario compromiso de
éstos. Esta implicación se consigue de forma dificultosa, con
grandes recelos mutuos entre los hombres, por su tendencia al placer.
Sin embargo, al contrario de lo que pudiera pensarse, esta
desconfianza no conduce a un reparto justo de las tareas, sino a
enormes renuncias y sacrificios de los individuos particulares. A
este último punto se dedica el siguiente apartado.
EL INDIVIDUO SOCIAL PUESTO A PRUEBA
Vivir en sociedad consiste en pasar un examen constante y continuo.
La desconfianza ajena hace que las personas siempre tengan que estar
demostrando que merecen pertenecer a esa sociedad. Como el individuo
no puede renunciar a su pertenencia al grupo, ya que éste es quien
le da protección y cobijo, acabará aceptando de forma natural
muchas renuncias a sus derechos con tal de no ver puesta en duda su
inclusión en el grupo.
Es
curiosa la manera en que, pese al egoísmo intrínseco a todo ser
humano, las sociedades se basan en la vida sacrificada de muchos de
sus miembros69.
Aunque hoy día ha desaparecido la esclavitud de la mayoría de los
estados modernos, me gusta recordar el ejemplo del primer presidente
de Estados Unidos, George Washington, que siendo dueño de una
plantación explotada con trabajo esclavo, dirigió la revolución
contra Gran Bretaña basándose en la defensa de derechos
inalienables del ser humano como la libertad o la igualdad. Esta
paradoja no es tal, si se constata el hecho de que en todas las
sociedades hay una gran parte de la población que vive mal, triste
situación que aquellos que llevan mejor vida ven con naturalidad.
pobreza
El aspecto más resaltable de estos grandes porcentajes de población
que, en todas las sociedades, viven en condiciones malas o
lamentables es que, muchas veces, aceptan este estado sin rechistar
demasiado. Galdós describe muy bien la mentalidad resignada que
muchas veces tienen las clases populares en el siguiente fragmento
literario, que trata de los consejos que da una humilde modistilla a
un muchacho de clase baja que quiere cambiar de estado:
-
Reinita- dije-, en eso te equivocas, porque nosotros deberíamos ser
ricos y no los somos.
-
Todos creerán lo mismo, hijito, y es preciso que alguno esté
equivocado. Pues bien: todas las cosas del mundo concluyen siempre
como deben concluir. No sé si me explico.
- Sí, te entiendo.
-
A mí me han dicho.... no, no me lo han dicho: lo sé desde hace mil
años... yo sé que en el mundo todo lo que pasa es según la ley...
porque chiquillo, las cosas no pasan porque a ellas les da la gana,
sino porque así está dispuesto. Las aves vuelan y los gusanos se
arrastran, y las piedras se están quietas, y el sol alumbra, y las
flores huelen, y los ríos corren hacia abajo y el humo hacia
arriba, porque así es la regla... ¿me entiendes?
-
Lo que es eso todos los sabemos -respondí menospreciando la ciencia
de Inesilla.
-
Bien, muchacho, continuó la profesora: ¿crees tú que una tortuga
puede volar, aunque esté meneando toda su vida sus torpes patas?
-
No, seguramente.
- Pues tú pensando en ser hombre ilustre y poderoso, sin ser noble, ni rico, ni sabio, eres como una tortuga que se empeñara en subir volando al pico más alto de Guadarrama70.
Desde una perspectiva actual, y teniendo en cuenta que es verdad que
los estados suelen tener métodos muy eficaces para silenciar las
protestas sociales cuando éstas ocurren, tales revueltas no se dan,
ni mucho menos, con la frecuencia que la profunda injusticia que hay
en el mundo contemporáneo demandaría. Hay algunas voces
concienciadas que señalan que el abandono y la miseria en que se
encuentra el Tercer Mundo acabarán provocando una revolución social
a nivel planetario, pero es una hipótesis poco clara, porque es una
situación que se arrastra ya muchos años y no hay visos de que esté
germinando ese gran cataclismo. De esta preocupación se hace eco un
diálogo extraído de un libro sobre la India:
- ¿De verdad le pone la pobreza tan nervioso como dice?
- Estoy seguro que va a haber una revolución. Dentro de una o dos generaciones. Esto no puede continuar, la desigualdad de ingresos. Me da escalofríos pensarlo.71
Si
se acude al análisis histórico, se ve que el llamado pueblo sólo
se subleva en situaciones de gran desesperación72.
Los campesinos medievales europeos, que vivieron en un régimen de
gran opresión durante varios siglos, sólo en contadas ocasiones se
levantaron en masa contra la injusticia de su estado73,
siendo el episodio más famoso la llamada Jacquerie. En cuanto a la
Edad Antigua, si se ha hecho famosa la rebelión de los esclavos
dirigidos por Espartaco, es precisamente por su excepcionalidad, al
menos en cuanto a la gravedad de esta revuelta. En el mundo
contemporáneo, que es la época más revolucionaria de la historia
con mucha diferencia, nada hace pensar en que es inminente una
revolución global, a pesar de las grandes masas de población que
viven en condiciones infrahumanas.
Vargas Llosa tiene un libro dedicado a una de estas escasas
rebeliones populares masivas, ocurrida en el interior de Brasil, uno
de los estados del mundo con mayores desigualdades sociales,
cuestión de la que me volveré a ocupar en un capítulo posterior,
ya que en él citaré al movimiento brasileño de los Sin Tierra. En
este libro se observa como a la gente pobre le cuesta rebelarse, pero
una vez tomada esta decisión, reconoce como a su enemigo al orden
constituido, entrando a partir de romper esta barrera mental, en un
estado de gran excitación, como si no creyera el paso que acaba de
dar:
Están
irreconocibles. Hay en ellos desasosiego, exaltación. Hablan a
voces, se arrebatan la palabra para afirmar las peores sandeces que
puede oír un cristiano, doctrinas subversivas del orden, de la
moral y de la fe. ¿Sabéis a quien llaman el Anticristo los
yagunzos? ¡A la República! Sí, compañeros, a la República. La
consideran responsable de todos los males, algunos abstractos sin
duda, pero también de los concretos y reales, como el hambre y los
impuestos74.
Pero,
pese a todos estos ejemplos aislados de revuelta, incluso en los
momentos históricos en que se genera una mayor conciencia social en
las masas, como ocurrió gracias al desarrollo del marxismo en la
segunda mitad del siglo XIX, se ve que es tal el apremio por
pertenecer a su grupo natural,
que los individuos más débiles son
manipulables con facilidad por los más fuertes de su sociedad. Es
triste pensar que, a pesar de todas las promesas mutuas hechas entre
los obreros europeos de mantener su solidaridad por encima de los
intereses de las élites de sus países, llegado el momento de
iniciarse la Primera Guerra Mundial, no tuvieron ningún reparo en
sacrificar estúpidamente su vida y matarse unos a otros75.
A
este respecto, el del modo en cómo las consideraciones
nacionales se imponen a otros tipos de colaboración o amistad,
también es significativo el libro de Julio Verne, Aventuras de
tres rusos y tres ingleses, donde una guerra emprendida
por sus países rompe la colaboración entre varios científicos. Un
fragmento de este libro retrata a la perfección los vínculos casi
sagrados que existen entre los miembros de un mismo grupo frente a
los que, a su vez, unen a los de otro grupo:
Las últimas palabras del coronel Everest produjeron el efecto de un
rayo. La impresión fue tremenda. Todos se levantaron súbitamente.
Sólo estas palabras: “Está declarada la guerra”, habían
bastado para ello. Ya no eran compañeros ni colegas, ni sabios
unidos para la realización de una obra científica, sino que se
medían con la mirada.
LOS PODEROSOS VÍNCULOS ENTRE MIEMBROS DEL GRUPO
En
el apartado anterior he hecho mención en diferentes ocasiones al
modo en cómo la cohesión del grupo no tiene en cuenta las
diferencias económicas. De esta especial y extraña simbiosis que se
da entre ricos y pobres a causa de su común vinculación al mismo
grupo hay mucho que maravillarse, porque es extraño que sea una
relación tan fuerte y difícil de romper, cuando es evidente que
favorece con claridad a unos y perjudica a los otros. En mi caso, y
continuando con referencias a la historia, desde pequeño me ha
llamado la atención la guerra a muerte que emprendieron los
españoles contra los franceses durante la Guerra de Independencia,
en defensa de un rey, Fernando VII, que representaba a un sistema
social, el absolutista, que mantenía a la mayoría de la población
en la más absoluta de las miserias frente al lujo de los
privilegiados77.
Un
fenómeno mucho más reciente en el tiempo que no logró entender,
pese a que soy un gran aficionado al fútbol, es el entusiasmo que
los triunfos de su selección nacional despiertan entre las masas de
un país. Incluso dentro del contexto de una crisis económica como
la actual, el Mundial de fútbol que se celebra este año en
Sudáfrica78
concentra todo el interés de gran parte de la población mundial. Si
estas manifestaciones de identificación colectiva fuera muestra del
orgullo de pertenecer a un estado que trata bien a todos sus
ciudadanos entendería la ilusión de la gente por esta clase de
eventos, pero la pasión por el equipo nacional de fútbol también
es propia de naciones con grandes desigualdades sociales o sumidos en
una crisis económica permanente, como puede ser el caso argentino,
al que cito porque mi esposa es de este país.
El loco comportamiento del hincha de una selección nacional de
fútbol demuestra que no se pertenece a una sociedad sólo por un
motivo racional, sino que los aspectos irracionales, o sea, los
relacionados con la acción del miedo sobre la conciencia del hombre,
son los fundamentales. El amparo que el individuo busca en el grupo
es tan importante que es capaz de renunciar a la justicia e, incluso,
a la verdad con tal de que no se cuestione su pertenencia a dicho
grupo.
En
efecto, la necesidad de formar parte de un grupo lleva a una
actitud muy extendida entre el género humano, la de hacer causa
común entre los miembros del mismo grupo antes que valorar si este
apoyo mutuo es justo o no79.
Por poner un ejemplo, lo ocurrido en Serbia con la detención de
Karadzic, persona muy conocida por ser considerada responsable de una
guerra que asoló una parte de Europa, los Balcanes, en la primera
mitad de los años noventa del siglo XX. Aunque la responsabilidad de
esta persona en el inicio y en la extrema violencia de esta guerra
parece evidente, y pese a que se ha creado un Tribunal Especial para
juzgar a los criminales de este conflicto, la mayoría de sus
conciudadanos, los serbios, se opusieron a que este personaje fuera
extraditado para ser juzgado en el citado tribunal, sito en la ciudad
holandesa de La Haya. A la gran mayoría de los seres humanos les
pasa como a los protagonistas de un libro alemán, que “sólo
reconocían el crimen cuando éste se producía en el partido
contrario”.80
Acudiendo de nuevo a una cita literaria, la dificultad de renunciar a
seguir la opinión de tu grupo, aunque sea por una causa justa, queda
bien reflejada en el siguiente párrafo de Pasaje a la India, donde
el protagonista, un inglés, se ve en el dilema de elegir entre su
conciencia y la fidelidad a su patria:
“-
Hasta pronto; ¿está usted realmente de nuestro lado, contra su
propio pueblo?
- Sí. Completamente.
Fielding sentía tener que tomar partido. Su meta era pasar por la
India sin que le colgaran una etiqueta. De ahora en adelante le
llamarían antibritánico y sedicioso81.”
La
fuerte lealtad existente entre los componentes de un grupo humano
genera fundados recelos sobre su sentido de ecuanimidad, ya que las
personas siempre darán trato de preferencia a los del propio grupo82.
De este doble rasero a la hora de valorar los actos humanos, según
se juzgue a un miembro de tu grupo o a uno de otro, una de las
mejores muestras es la desconfianza hacia los inmigrantes que existe
en todos los países. De modo automático, el incremento de éstos
hace que por parte de los naturales del país se les eche la culpa de
los delitos que existen en la sociedad, porque, ante la duda si los
culpables son delincuentes pertenecientes al grupo o externos a él,
siempre se achacará la responsabilidad a estos últimos.
Un
ejemplo literario clarificador de lo extendido que está la
desconfianza hacia el foráneo, en este caso entresacado de una
sociedad rural, donde los extranjeros son, sin más, los que proceden
de lejos del pueblo, es el siguiente:
Pero
en el pueblo no querían a los extremeños porque estimaban su labor
inútil, impedían el acceso de las ovejas a las colinas y les
atribuían toda clase de vicios. Durante su estancia los nativos
disfrutaban de una absoluta impunidad. Ante cualquier desaguisado la
gente decía: Habrán sido los extremeños83.
Toda
esta falta de autonomía del individuo para tener opinión propia por
encima del interés de su grupo, es lo que hace que tantas veces
acepte una posición subordinada en su sociedad. O, dicho de otro
modo, aunque la organización de la sociedad a la que pertenece sea
profundamente injusta, el individuo perjudicado por ello rara vez se
atreverá a manifestar su descontento ante el temor de que esta
protesta pueda conllevar su expulsión o su marginamiento por parte
de los demás miembros del grupo social al que pertenece.
El
temor principal del individuo es que si expresa una opinión
discrepante y no hace causa común con los otros miembros de su
grupo, con su actitud pueda debilitar a éste. Que, por consiguiente,
esta actitud de rebeldía pueda ser malinterpretada como una traición
al grupo y que éste, en contrapartida, pueda repudiar al rebelde. El
arma terrible que era la excomunión en manos de la Iglesia medieval
es un buen ejemplo del pánico al extrañamiento social que tiene el
ser humano84.
La
famosa y terrible proclama de guerra a muerte contra los españoles
de Simón Bolívar demuestra hasta qué punto la libertad del ser
humano queda condicionada por la vinculación a su grupo:
Españoles
y canarios contad con la muerte aún siendo indiferentes, si no
obráis activamente en obsequio de la libertad de América.
Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.85
También
en las modernas sociedades democráticas, basadas en los derechos
humanos, y, por ello, en la idea de que el individuo puede hacer
valer sus reclamaciones de justicia, el peso de este terror a la
exclusión social se mantiene con fuerza. Si se vuelve a recordar las
grandes bolsas de pobreza que hay en las sociedades desarrolladas, su
mantenimiento se debe en gran medida a la aceptación de su estado
por parte de los individuos que las componen, ya que, potencialmente,
son lo bastante numerosos para ocasionar una gran protesta social y,
al menos en teoría, en un estado democrático tienen cauces para
desarrollarla.
En
resumen, la sacrificada sumisión de grandes contingentes de
individuos se debe a la combinación de dos factores: que la persona
no entienda su existencia si no está englobada en un grupo social y
la desconfianza mutua que se tienen los seres humanos ante sus
respectivas reclamaciones, debido al poco freno interno que tienen
éstas por el subjetivismo humano. El temor consiguiente a que el
egoísmo de los individuos pueda provocar la disolución de la
sociedad lleva a que en cualquier organización social predomine un
principio de orden basado en el sacrificio de sus miembros86.
Este sentido de orden es aceptado de manera natural por la mayoría
de los seres humanos, ya que su más íntima preocupación es la
supervivencia de su grupo social por encima, incluso, de su bienestar
personal87.
Hace
poco, leyendo un libro sobre la construcción de los jardines de
Versalles, una reflexión de su autor me hizo recordar el modo en
cómo el ser humano es capaz de asumir la idea de orden de modo
natural, aunque esconda los mayores horrores y arbitrariedades. El
texto trataba del modo en que Luis XIV sacrificó un regimiento de
sus tropas de élite para crear un lago artificial, en una obra en la
que fallecieron casi todos estos soldados debido a las enfermedades
contraídas. Sin embargo, para el jardinero principal del rey la
tragedia no era tan grande y, como prueba de ello, transcribo de
manera literal las palabras del autor del libro: "Pero Le
Notre era un monárquico incondicional que jamás se cuestionó la
voluntad del rey, y en tanto que católico devoto es posible que
considerase que dichas muertes, que no habían sido causadas
directamente por accidentes, fueran obra de la voluntad divina"88.
Un
ejemplo sencillo contemporáneo de la aplicación de esta supremacía
del principio de orden sobre el interés del individuo se aplica al
campo del empleo. Acerca de las razones por las que la gente trabaja,
hay una verdad evidente, la de que lo hace fundamentalmente para
recibir un salario con el que a atender a sus necesidades básicas.
Por tanto, ya hay un elemento de presión inicial para que los
individuos acepten trabajar si no tienen otras fuentes de ingresos.
Pero
también es cierto que, en las sociedades más avanzadas, el trabajo
se considera, y así debería ser, un medio para alcanzar el
bienestar personal. Sin embargo, gran parte de los miembros de
cualquier sociedad desarrollada acaban aceptando trabajos poco o nada
satisfactorios, tanto en lo personal como en lo económico89.
Para corroborar esta afirmación, basta con acudir a algunas
estadísticas, como los datos de Cáritas sobre el aumento de la
pobreza en España, que indican que muchos trabajadores no consiguen
casi cubrir sus mínimos vitales debido a sus sueldos bajos90.
La referencia siguiente, extraída de un libro ambientado en el sur
de Estados Unidos, intenta tratar con humor este grave problema:
-
Debería alegrarse de que le diese una oportunidad, muchacho -dijo
Lana Lee- . En estos tiempos hay por ahí la tira de chicos de color
buscando trabajo.
- Sí,
y también hay muchos chicos de coló que se hacen vagabundos cuando
ven los salarios que ofrece la gente. A veces, pienso que pá un
negro es mejó sé vagabundo91.
Pese
a estos datos negativos, la persona que encuentra trabajo en un país
desarrollado puede sentirse satisfecha. Pero, más triste es la
situación de quien está sin él, teniendo en cuenta que los
gobiernos de los países principales, desde los años ochenta han
renunciado al objetivo del pleno empleo92.
En épocas de crisis como la actual, estos dramas personales se
agravan, pero no provocan una respuesta social porque las personas no
se apoyan unas a otras, por lo que quien no acepta o sufre una
situación injusta, no sólo no se ve respaldado por su prójimo,
sino que sufre una fuerte presión social en su contra si intenta
rebelarse. Una muestra evidente del predominio de estos
comportamientos es la escasa movilización social en la reciente
crisis económica que ha sufrido el planeta. Como afirma un libro
dedicado a tratar la problemática actual: “Excepto por algunas
protestas y reivindicaciones acaecidas en los últimos dos años, la
población está encajando sin excesivos problemas los cambios que ha
ido experimentando su estándar de vida”93
LA IDEA DE ORDEN
Aunque
el apartado anterior ya se ha finalizado comentado la extraordinaria
importancia que tiene una idea de orden en cualquier organización
social, no está de más seguir incidiendo en este punto. Los estados
democráticos presumen, frente a las dictaduras, de estar basados en
un exquisito respeto a los derechos humanos y que, en consecuencia,
hay en ellos una primacía de estos derechos esenciales sobre
cualquier otra consideración, del tipo que sea. Sin embargo, ningún
estado renuncia a la aplicación de métodos coercitivos contra los
individuos94
y la mejor prueba de ello es la existencia de organismos como los
servicios secretos en todos los países. Uno de sus más tristes
representantes, por la aureola siniestra que emana de ella, es la CIA
estadounidense.
En
las democracias coexisten instituciones o mecanismos encargados de
velar por los derechos del individuo como pueden ser en España el
Defensor del Pueblo, el Tribunal Constitucional o el derecho a la
justicia gratuita, con otro tipo de instituciones encargadas de
reprimir cualquier insubordinación frente al orden social, como
puede ser, siguiendo con el caso español, una policía militarizada,
la Guardia Civil95.
Esta última, por su propio carácter militar, está preparada, ante
todo, para obedecer órdenes, aunque éstas consistan en ejercer la
violencia, que es siempre el camino más eficaz para que las personas
no se atrevan a hacer valer sus derechos.
Quizá la prueba más evidente de la fragilidad de
muchos de los derechos que tiene el individuo se ve en cuando éstos
entran en confrontación con los intereses del estado, dando lugar a
situaciones kafkianas. En este sentido, me gusta
recordar cómo empieza uno de los libros de García Márquez, que
trata de la forma en que el gobierno colombiano convirtió en héroe
a un marinero que sobrevivió diez días en el mar al naufragio de su
barco, y como, cuando este marinero contó la verdadera causa del
naufragio del barco, que derivaba en responsabilidades políticas,
por parte del mismo gobierno se le hizo la vida imposible. El libro
comienza así:
Relato de un náufrago
que estuvo diez días a la deriva
en una balsa sin comer ni beber, que fue
proclamado héroe de la patria,
besado por las reinas de la belleza y hecho rico
por la publicidad, y
luego
aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre96
También en las democracias la verdad oficial no siempre es
coincidente con las realidades de los individuos. En España fue
famoso un caso de un accidente en que estuvieron implicados unos
militares, cuyo avión se estrelló al volver de Afganistán,
muriendo más de sesenta personas. Por las prisas por tapar el
asunto, el gobierno español de aquel momento hizo una repatriación
acelerada de los cadáveres, con muchos fallos en un tema tan
delicado. Cuando las protestas de los familiares por estos errores
empezaron a arreciar, se encontraron de frente con los instrumentos
que emplean los estados para ocultar la verdad, que son muchos y
variados, y muy difíciles de franquear por el individuo perjudicado,
porque el estado, al encarnar la idea de orden, cuenta con el fácil
respaldo del grupo a sus decisiones.
A
veces el cine da un paso adelante y se decide a denunciar casos
reales de este tipo de situaciones kafkianas que sufren los
individuos en democracia. Recientemente, el director norteamericano
Clint Eastwood ha dirigido una película, El intercambio,
en que retrata las peripecias y vejaciones sufridas por una mujer a
la que la policía quiso engañar. Este caso consistió en que a
dicha mujer le secuestraron o le desapareció su hijo; tras la
pertinente denuncia, la policía, para apuntarse un tanto
publicitario acerca de su eficacia, le devolvió un hijo falso.
Cuando la mujer protestó por este inmoral montaje, la policía
recurrió a todo tipo de métodos, incluido el internamiento de la
mujer en una clínica psiquiátrica, para acallar su voz.
Otra
valiente película que denuncia este tipo de montajes que vulneran
los derechos del individuo cuando conviene a las instituciones del
estado se llama En el nombre del padre. En ella
se ve como cuatro irlandeses son acusados de forma injusta de
efectuar un atentado terrorista, en la época de máxima actividad
del IRA, etapa en la que el estado británico tenía necesidad de
demostrar que controlaba la seguridad del país. A pesar de la
evidencia de la falsedad de las pruebas preparadas contra este grupo
de inocentes, todos ellos pasaron largos años en la cárcel, hasta
que se pudo demostrar que no tenían nada que ver con el atentado.
Aunque
sin duda en las democracias no llega a haber la total falta de
escrúpulos que hay en muchas dictaduras a la hora de anular o jugar
con los derechos de los individuos, el principio de orden acaba
imponiéndose en muchos de los casos en que se confronta con éstos.
Sólo en mi vida he tenido que acudir a un juicio como imputado, por
molestar junto a unos amigos a unos patos de propiedad municipal. Fue
una experiencia que me hizo dudar de la calidad de la justicia de mi
país, porque me resultó increíble que habiendo sido detenidos mis
amigos y yo por miembros de la policía nacional, en el juicio se
presentó un policía municipal a testificar en nuestra contra,
asegurando que la detención había sido obra suya97.
Esta
irregularidad o falta de rigor en el proceso, aunque sea en un caso
tan intrascendente como el juicio de faltas que sufrí, me provoca
sudores fríos cuando pienso en los abusos que pueden sufrir personas
que tengan más difícil hacer valer sus derechos, ya que pueden
llegar a encontrarse sin las mínimas garantías procesales. En
efecto, el policía que acudió a mi juicio pensó que sólo con su
testimonio iba a validar la acusación, sin tener en cuenta si era
verdad o no aquello que afirmaba. Me mete miedo pensar que ésta
puede ser una actitud corriente en un policía que, incluso en una
democracia, se siente impune para mentir ante un tribunal.
Esta
actitud irresponsable del citado policía me mete miedo también
porque me recuerda el grado de opresión que puede llegar a sufrir
los individuos si se les demasiado poder a los gobernantes. Cuando
era estudiante, me fascinaba el contraste entre la hermosa utopía
del marxismo98
y su aplicación violenta, que dio lugar a grandes excesos
criminales, quizá los más conocidos los referentes a Stalin. No hay
duda de que el germen de esta aplicación violenta del comunismo
venía en la propia doctrina que daba demasiado poder al estado a
costa de los derechos de las personas99.
Si se
da demasiado poder a unos individuos con respecto a otros y los
primeros encarnan la idea de orden, sintiéndose, en consecuencia,
secundados por el grupo, su subjetivismo será absoluto, y por muchas
maldades que hagan, interiormente se verán legitimados, por mucho
horror que causen sus actos o decisiones. En una ocasión, que estaba
leyendo un libro autobiográfico de una princesa iraní, ésta
describía del modo siguiente cómo justificaba el sha, gobernante
que tenía una buena prensa en occidente por el carácter
modernizador de su política, una cruel represión ejercida sobre sus
oponentes políticos:
No
obstante, todavía recuerdo con horror aquella película que una
noche vino a proyectarle a Echtessassi un grupo de oficiales:
civiles colgados de horcas y militares cayendo bajo la salva de los
fusiles. Horrorizada y escandalizada, me marché corriendo a mi
habitación. Al día siguiente le pregunté al sha cómo había
podido contemplar aquella monstruosidad. Él me respondió:
-
Esos condenados representaban un peligro para la seguridad del
Estado. Era preciso dar un castigo ejemplar...
-
Pero, esa película..., ¡esas imágenes!
Un
tanto violento añadió:
-
Debía demostrar a los oficiales que me la proyectaron que el sha,
pese a desaprobar la violencia y la muerte, debe hacer gala de
firmeza y valor.100
Otra
forma de ver de ver los excesos a los que puede llevar una idea de
orden magnificada se ve desde la perspectiva contraria, de la
anulación completa a la que puede conducir a muchos individuos, que
quedan silenciados, sin voz ni voto. En sociedades marcadas por algún
tipo de pensamiento totalitario, se observa con claridad como desde
la moral se considera correcta esta persecución a la libertad del
individuo.
Por
ejemplo, el ámbito de intimidad y respeto por excelencia en la
mayoría de las sociedades es la familia. Sin embargo, en las
sociedades donde la idea de orden adquiere tintes totalitarios se
fomenta la delación dentro de la familia. La primera vez que me
enteré, con horror, de este tipo de prácticas fue leyendo un libro
sobre los años de gobierno de los Jemeres Rojos en Camboya, uno de
los momentos más siniestros de la historia de la humanidad101.
Tampoco se queda muy atrás el proceso de evangelización de los
españoles en América, como lo revela el siguiente texto, extraído
de las memorias y recuerdos de un religioso español:
Estos
niños que los frailes criaban y enseñaban salieron muy bonitos y
muy hábiles, y tomaban tan bien la buena doctrina que enseñaban a
otros muchos, y demás de esto ayudaban mucho, porque descubrían a
los frailes los ritos e idolatrías y muchos secretos de las
ceremonias de sus padres.102
Ya
que con posterioridad voy a referirme al incesto en una parte
posterior de este mismo ensayo, aprovecho para aludir a uno de los
episodios más asqueantes y, a la vez, más conocidos, de este tipo
de denuncias ilícitas, la manera en que los revolucionarios
franceses indujeron al heredero francés a acusar a su madre, María
Antonieta, de prácticas incestuosas. Como dice Stefan Zweig en una
biografía de esta reina, “ante esta declaración tan espantosa
de un niño que aún no ha cumplido los nueve años, un hombre
sensato, en tiempos normales, habría sentido la más extrema
desconfianza”103,
pero, por desgracia para María Antonieta, que acabó sus días en
la guillotina, para los regímenes políticos tiránicos resulta
válido cualquier procedimiento de descrédito de sus víctimas.
Por
dar por terminada esta cuestión, otros ejemplos de este fomento de
la delación por parte de los poderes oficiales que ahora me vengan a
la cabeza son el legismo chino104,
la corriente de pensamiento en que se apoyó el primer emperador
chino para perpetuar su poder, y el mucho más conocido del
macartismo, fenómeno conocido como la caza de brujas, y que en los
años cincuenta provocó una cadena de delaciones en Estados Unidos,
que afectó de un modo particularmente intenso a Hollywood105,
dejando para siempre desacreditados a cineastas tan importantes como
Elia Kazán106.
Recapitulando
sobre alguna de las cosas afirmadas hasta el momento, la idea de
orden puede volverse opresiva para el individuo porque es tal la
inseguridad de éste, su necesidad de estar integrado en un grupo
humano, que es capaz de las mayores renuncias para que no se puedan
encontrar motivos para excluirlo de él. Del mismo modo, las
incertidumbres que agobian al ser humano hacen que, ante todo, éste
busque seguridad, y prefiera vivir en un mundo injusto que en uno
desordenado. Sobre las razones de la inseguridad humana ya se ha
anticipado la importancia que tiene un factor, el miedo consustancial
a la condición humana. En el siguiente capítulo se desarrollará
otro factor, el temor a caer en un estado animal, que también
contribuye en gran medida a esta inseguridad.
CAPITULO TERCERO: LA ZOZOBRA
ANTE LA LA POSIBILIDAD DE CAER EN UN ESTADO ANIMAL
LA ANSIEDAD POR SER CONSIDERADO PERSONA
El capítulo anterior se ha acabado haciendo referencia a la
inseguridad humana. Hay muchas posibilidades de que esta tara sea uno
de los elementos que mejor definen al ser humano. En casi todas las
ocasiones, al ser humano le gusta representarse como alguien
decidido, lleno de convicciones y dotado de una entereza y valentía
grande a la hora de enfrentar cualquier decisión. A la hora de la
verdad, estas actitudes no suelen ser frecuentes y, en la práctica,
el individuo es un ser fácilmente moldeable y pasivo ante las
circunstancias que le rodean.
Hace
poco tiempo se ha filmado una película, de nombre Resistencia,
que trata de la lucha que emprendieron un grupo de judíos
bielorrusos contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Por
lo general, cuando se vuelve a vista a este siniestro periodo, hay un
énfasis deliberado en resaltar los grupos de resistencia, porque
parece increíble el vacío moral resultante de comparar la extrema
indefensión de las víctimas con la exigencia de autodefensa que
parecería obvia107.
Un ejemplo más realista de la actitud pasiva que tuvieron la
mayoría de las víctimas del Holocausto ante las agresiones que
sufrían es el siguiente:
En Lublin, Polonia, quince policías alemanes se subieron a quince
camiones y fueron hasta un campo donde estaban encerrados muchos
judíos. Se ordenó que subieran treinta personas -hombres, mujeres
y niños- a cada camión. Los llevaron hasta un aeródromo y les
encargaron que cavaran zanjas. Después de cavar, les ordenaron que
se desvistieran, cosa que hicieron. (....) Los policías lanzaron
briznas de paja al fondo de las zanjas. Ordenaron a diez personas
que se metieran en una y se tumbasen. Les dijeron que se estiraran en
direcciones opuestas: cabeza, píes, cabeza, píes.
Después
los policías lanzaron granadas a la zanja, donde explotaron.
Salieron volando trozos de cuerpos. Dispararon a cualquiera que
siguiera vivo después de las granadas. Los hombres vertieron cal y
más paja, y obligaron al siguiente grupo a tumbarse encima de la
primera capa de personas muertas y reventadas. Explotaron más
granadas108.
Quizá alguna de las personas que pueda leer estas líneas pensara
que ella, en este caso, no habría sido tan sumisa y se había
rebelado ante los guardianes alemanes, aunque sólo fuera por
defender su vida o la de su familia. Pero, la persona que pensara así
obviaría un factor esencial, la debilidad de la naturaleza humana,
que transmite indecisión al individuo a la hora de obrar.
Encuadrado en un grupo y bien dirigido, el ser humano es capaz de
las mayores hazañas, como se ve en el caso de los propios judíos,
en la guerra victoriosa que fueron capaces de llevar contra los
árabes apenas unos años después con el objetivo de defender el
naciente estado de Israel. Sin embargo, sin la protección de un
grupo ante la amenaza de otro grupo, el individuo se siente muy
indefenso.
Por descontado, en un ejemplo como el anterior del asesinato de los
judíos en Lublin, la intimidación física es una razón lo
suficientemente seria para entender el triste papel de las víctimas.
Así y todo, parece extraña esta anulación tan intensa del instinto
de supervivencia. Tiene que haber algo más que explique la absoluta
resignación de las víctimas ante su suerte.
Aventurando una explicación, se puede argüir que en el momento en
que se decidió el asesinato de los judíos, éstos ya habían sido
privados de su identidad y rebajados hasta el extremo de ponerse en
duda su propia condición humana. No sé con exactitud la
nacionalidad de las personas asesinadas en Lublin, pero, en el caso
concreto de los judíos alemanes, antes de la Segunda Guerra Mundial,
se había emprendido contra ellos desde hacía varios años una
campaña de humillaciones y ofensas constantes que, sin duda, tiene
que haber hecho mella en su estado de ánimo y en su conciencia.
La
profesión actual de quien está escribiendo es la de profesor en un
instituto de educación secundaria. Aunque hasta el momento ha
evitado sufrir esta clase de episodios en su propia carne, ha
asistido ya a varios casos de compañeros de profesión que han
entrado en una acusada fase depresiva cuando son objeto de modo
reiterado de burlas e insultos por parte de sus alumnos. A este
respecto, he visto perder a algunos de estos profesores toda
confianza en sí mismos y entrar en una especie de letargo, en que de
modo permanente se están cuestionando a sí mismos, como si la culpa
de su situación fuera propia109.
Esta pérdida de autoconfianza lleva a algunos a la resignación,
hasta el punto de acostumbrarse a aceptar las provocaciones y
descalificaciones constantes de sus alumnos. La actitud más normal
en estos casos es rodearse de una muralla de silencio y no comentar a
sus compañeros nada de lo que les sucede en el aula, como si a
través de esta ocultación de la verdad pudieran negar la realidad.
En el caso de los judíos supongo que esta pérdida de autoestima
sería más grave aún si cabe, porque un profesor sabe que, en mayor
o menor medida, está protegido por la ley y la moral pública, pero,
en el caso judío, era justo al contrario, ya que las propias
autoridades e instituciones promovían las agresiones a sus personas.
Es muy posible que muchos judíos hayan llegado a un punto que hayan
desistido de luchar, y de ahí su resignación extrema cuando se tomó
la decisión de asesinarlos.
La conducta del ser humano, debido a su propia complejidad interior,
no se ve sólo afectada por agresiones de tipo físico, sino que es
muy sensible también a ataques de tipo moral. A causa de nuestra
inteligencia, todos los seres humanos nos sentimos distanciados de
los animales, y ciframos nuestra dignidad en que no pueda existir
confusión entre la condición humana y la condición animal.
De
ahí que, cuando contra un individuo se inicia una campaña continua
de insultos, burlas o humillaciones, esta persona se sienta mal e
insegura, debido a que se debilita su confianza acerca de su propia
identidad como ser humano. Y, si hay un factor que en la persona
puede provocar el afloramiento de todos sus miedos es éste, ya que
ve rebajada de modo terminante su confianza en poder resolver los
problemas que afectan a su vida. Como se señala en un libro de
filosofía: “el drama humano consiste
en poder ser bueno, y superior al animal, pero, a la vez, en poder
ser malo, y en este caso inferior al animal”110.
EL HORROR A SER ANIMALIZADO
La duda sobre su condición humana repercute en el hombre causándole
un grave complejo de inferioridad. Y esta duda es fácil provocarla,
ya sea tratándole peor que a sus semejantes, de tal modo que se le
haga sentir que no merece recibir un trato humano, o, empleando otra
estrategia, que es la de resaltar sus particularidades animales. En
este segundo caso, el procedimiento se basa en hacer lo contrario de
lo que espera el ser humano, que confía en que los demás tengan una
visión amable de su persona. Sobre este particular, conviene volver
a recordar la importancia que para el individuo tiene la ocultación
de su parte animal, como ya se ha visto en el capítulo primero al
comentar los intentos de disfrazar su propio cuerpo por parte del ser
humano.
En este sentido, y por citar un testimonio que creo refleja esta
aversión del ser humano a identificarse con los animales, me
remitiré a unas reflexiones de Stevenson tras ver una pelea entre
dos mujeres de las islas Gilbert, en el curso de la cual una de ellas
le mordió la cara a la otra:
Hay
aspectos de nuestra condición y de nuestra historia que vale más
olvidar, y quizá la verdadera sabiduría consiste en no reflexionar
sobre ellos. El crimen, la peste, la muerte, llenan el curso de
nuestros días, y nuestro espíritu está dispuesto a aceptarlos. Por
el contrario, rechaza instintivamente cuanto evoca la imagen de
nuestra raza en su más baja condición, compañera de las bestias,
bestial ella misma, hundida y amontonada en las cavernas de las
edades primitivas111
Acerca de este innato rechazo a nuestra parte animal, es difícil de
creer que a la mayoría de las personas les resulte agradable la
siguiente reflexión:
Gente
cuyo don de observación carece de prejuicios hasta el extremo de no
temer malentendidos, dice que el cerdo doméstico, por su desnudez y
el color de su piel, así como por ciertos rasgos de su ser, tiene
cierto parecido con el hombre. El modo, por ejemplo, de hundirse en
lo sexual, y también su falta de defensa contra la suciedad y su
salud achacosa en general...112
El desprecio por su lado animal es inherente al ser humano pese a
todas las evidencias de que es una parte esencial de su identidad. La
aceptación sin más de este componente animal es considerada una
forma de degradación, porque enfrenta al individuo al lado menos
brillante de sí mismo y en todas las personas existe un alto grado
de autoidealización. Esta deformada percepción propia, por otra
parte, es el rasero sobre el que se comparan entre sí los seres
humanos para no sentirse inferiores unos a otros.
Si se recuerda el ejemplo del vagabundo chino del
primer capítulo, se ve que el ser humano tiene una resistencia
grande, debido a la fuerza de sus estructuras mentales, a ser “menos”
a sus semejantes. Pero, es tan sensible el ser humano al peligro de
ser animalizado, que siempre llega un punto en que esta resistencia
se puede quebrar, si el proceso de degradación de su dignidad es
constante y público. Y, para evitar esta situación, puede llegarse
a un punto de que el ser humano prefiera un condición material peor
a cambio de una mayor tranquilidad psicológica, o sea, acepte perder
en sus condiciones de vida o renuncie a una parte de sus derechos si,
como contrapartida, se le garantiza en la medida de lo posible no
sufrir humillaciones demasiado evidentes o continuas.
Este
punto débil humano es conocido de sobra por los miembros más
poderosos de las sociedades que, tradicionalmente, para mantener esa
posición de privilegio han incidido en los defectos o faltas del
resto de los miembros de la sociedad. Basta citar, por poner un
ejemplo, como en el mundo occidental la religión cristiana y, en
especial, la iglesia católica, han contribuido en gran manera a
crear una sensación constante en el individuo corriente de que su
humanidad se ponía una y otra vez a prueba113.
La inseguridad que acerca de sus ser crea en los hombres conceptos
como el del pecado o el de la penitencia, y el poder que para dominar
las conciencias tenían prácticas como la confesión114
están fuera de toda duda.
Aunque
no referido a la iglesia católica, sino a otra religión, la
zoroástrica, los siguientes párrafos muestra esta relación entre
un status de poder115
y la denuncia de las vergüenzas ajenas:
Por un mago que se sacrifica hay cuarenta que sólo sueñan con el
poder y que no viven más que para conspiraciones e intrigas. Dictan
a todo el mundo cómo vestir, comer, beber, toser, eructar, llorar,
estornudar, qué formula farfullar en cada circunstancia, qué mujer
desposar, en qué momento evitarla o abrazarla, y de qué manera.
Hacen que grandes y chicos vivan en el terror de la impureza y de la
impiedad.
Se
han apropiado de las mejores tierras de cada región, han amasado
riquezas, sus templos rebosan de oro, de esclavos y de grano; cuando
el hambre hace estragos, son los únicos que no la sufren.116
La descripción anterior podría aplicarse con total propiedad a la
iglesia cristiana medieval. Otro extracto literario que traigo a
colación, por su divertido contraste entre la enormidad de la
denuncia y la escasez del pecado es el siguiente, entresacado de un
libro de Isabel Allende:
Nadie se había atrevido a desobedecerle. El sacerdote estaba
provisto de un largo dedo incriminador para apuntar a los pecadores
en público y una lengua entrenada para alborotar los sentimientos.
-¡Tú,
ladrón que has robado el dinero del culto!- gritaba desde el púlpito
señalando a un caballero que fingía afanarse en una pelusa de su
solapa para no darle la cara-. ¡Tú, desvergonzada que te
prostituyes en los muelles!- y acusaba a doña Ester Trueba, inválida
debido a la artritis y beata de la Virgen del Carmen, que abría los
ojos sorprendida, sin saber el significado de aquella palabra ni
adónde quedaban los muelles-. ¡Arrepentíos, pecadores, inmunda
carroña, indignos del sacrificio de Nuestro Señor! ¡Ayunad! ¡Haced
penitencia!117
La
condición animal de las persona, unido al gran poder que tiene su
mente para alterar la realidad, aspecto ya visto con anterioridad al
tratar del subjetivismo, hacen que el individuo sea un ser muy
manipulable, ya que ni él mismo conoce con exactitud que alberga su
interior, resultando fácil crearle mala conciencia. De un conocido
libro de la literatura francesa, Por el
camino de Swann, he extraído el
siguiente párrafo, que habla de lo retorcida que puede llegar a ser
la mente humana, en el instante en que el protagonista reflexiona
sobre la clase de amor que les tiene un familiar:
Nos quería de verdad, y le hubiera gustado llorarnos; y de llegar en
una ocasión en que se encontrara ella bien y sin sudar, la noticia
de que la casa estaba ardiendo, de que ya habíamos perecido todos y
de que pronto no quedaría ni una piedra en píe, dejó alimentar
muchas veces sus esperanzas, porque reunía las ventajas secundarias
de hacerle saborear en un sentimiento único todo su cariño a
nosotros y de causar el pasmo del pueblo presidiendo el duelo,
abrumada y valerosa moribunda, pero en píe…”118
Por todo lo comentado hasta el momento, incluso en las sociedades
contemporáneas más laicas, en las que el individuo no siente las
cortapisas mentales de sociedades pasadas, y en las que incluso se
vanagloria de actos que hasta no hace mucho se considerarían vicios,
el sentimiento de vergüenza sigue estando enraizado con mucha fuerza
en las estructuras mentales de las personas. En los países
occidentales, pocas mujeres se abochornan hoy día de haber tenido
una aventura con un hombre pero, al mismo tiempo, tratarán de dar a
este episodio un contenido romántico, no permitiendo que derive en
una mera manifestación de incontinente deseo sexual.
Pocas personas, por tanto, pueden adoptar el punto de vista de Buñuel
en sus memorias, cuando reflexiona del siguiente modo:
Sólo hacia los sesenta o sesenta y cinco años de edad comprendí y
acepté plenamente la inocencia de la imaginación. Necesité todo
ese tiempo para admitir que lo que sucedía en mi cabeza no concernía
a nadie más que a mí, que en manera alguna se trataba de lo que se
llamaba “malos pensamientos”, en manera alguna un pecado, y que
había que dejar ir a mi imaginación, aun cruenta y degenerada,
adonde buenamente quisiera.
Desde entonces, lo acepto todo, me digo: “Bueno, me acuesto con mi
madre, ¿y qué?”, y casi al instante las imágenes del crimen o
del incesto huyen de mí, expulsadas por mi indiferencia.119
Normalmente el punto de vista de vista humano que predomina es justo
el contrario, el de avergonzarse de los malos pensamientos, como le
ocurre al protagonista de un libro de Tolstoi ya citado:
No había tenido ningún acto reprensible, pero había tenido malos
pensamientos, y era mucho peor, porque éstos engendran aquellos.
Uno puede arrepentirse y no repetir una mala acción, pero los malos
pensamientos engendran toda clase de malas acciones. Éstas no hacen
más que preparar el camino para otras semejantes; en cambio, los
malos pensamientos arrastran irremisiblemente por ese camino.120
El
deseo de no confundir sus dos naturalezas, la humana y la animal,
haciendo prevalecer la primera sobre la segunda, es uno de los
elementos que mejor definen al ser humano, y al que, como se acaba de
decir, muy pocas personas pueden renunciar. Incluso, como está
ocurriendo en la actualidad, cuando muchos gobiernos inciden en los
vicios o los malos hábitos de la juventud, parece claro que más que
un problema real es una estrategia de dominio, similar a la que
empleaba la iglesia católica en el pasado, para hacer dudar a
importantes contingentes de población a la hora de reclamar más
derechos121
o de recibir un mejor trato legal por parte de su sociedad.
Con respecto a este problema recientemente mencionado de los malos
hábitos de la juventud, me es difícil imaginar que haya jóvenes
que, aunque en determinado momento se emborrachen o se ensucien con
una vomitona, no dejen de sentir vergüenza de su comportamiento.
Además, cualquier generalización es siempre injusta, pese a lo
cual, el tratamiento informativo que por lo habitual se da a este
asunto se basa en dramatizar el problema, como si el alcohol y las
drogas fueran un invento de la juventud actual.
LA FAMILIA, EL PROTECTOR DE LA CONDICIÓN HUMANA
Como
se ha repetido en varias ocasiones, el ser humano tiene una clara
preocupación por el que se le reconozca la condición humana y,
aunque a nivel de grupo muchas veces consigue sentirse protegido, no
siempre ve aceptada esta pretensión moral. En efecto, aunque hoy día
las sociedades cada vez se basan más en un concepto universal tan
hermoso como el de los derechos humanos, no por ello, a nivel de
organización de los estados, al individuo se la ha dejado de
considerar poco más que un dato estadístico.
La diferencia entre la sensibilidad que puede tener un estado hacia
un ser humano y la que puede tener la familia de éste se ve claro en
el ejemplo con el que se acabó el apartado anterior, referente a los
vicios de la gente joven. Mientras el estado hace campañas para
criminalizar a la juventud, el joven, en la mayoría de los casos,
encuentra la comprensión o, al menos, la aceptación de su conducta,
por parte de su familia.
La
importancia de la familia para que el individuo sea tratado con mayor
respeto por parte de algunos de sus semejantes es incalculable. Basta
pensar en la penuria en la que quedaban los niños huérfanos en el
pasado, cuando, a pesar de existir instituciones sociales encargados
de su cuidado, estas últimas, los orfanatos, más bien parecían
centros de detención y tortura. Por dar sólo un dato de la terrible
realidad de estos tenebrosos lugares de acogida, entre 1756 y 1760 de
los quince mil niños ingresados en el principal orfanato londinense,
sólo cuatro mil cuatrocientos sobrevivieron hasta la adolescencia.122
El inicio del libro Oliver Twist, en el que se refiere el nacimiento
de este personaje, ejemplifica bien esta desvalidez en la que
quedaban los pequeños huérfanos:
Pero ahora, envuelto en las viejas ropas de percal, encajaba
perfectamente en su lugar: un niño de la parroquia…, huérfano de
hospicio…, humilde esclavo muerto de hambre…, carne de bofetadas
y golpes para el mundo…, desprecio de todos y lástima de ninguno.
Oliver chillaba con ganas. Si hubiera sabido que era huérfano,
abandonado a las pocas compasivas manos de mayordomos eclesiásticos
e inspectores, quizá habría chillado más fuerte123.
En
la actualidad, aunque los asilos para ancianos no se parecen nada en
la inmensa mayoría de los casos a los orfanatos del siglo XIX, una
de las mayores preocupaciones de muchas personas es saber si van a
pasar sus últimos años en uno de ellos. ¿Por qué asusta
tanto a las personas la perspectiva de acabar sus días en un asilo?
Ésta es una institución donde una persona va a recibir los cuidados
básicos y, por tanto, va a estar bien atendida. ¿Por qué entonces
ese miedo124?
A
los seres humanos no nos basta con saber que otra persona va a
atendernos cuando tengamos un problema. Incluso, teniendo garantizada
esta atención, queremos que haya una completa aceptación de
nuestras personas, de modo que en todo momento sintamos que nuestros
cuidadores no nos tienen ningún desprecio hacia nosotros por tener
algún tipo de incapacidad, enfermedad o suciedad, o cualquier otra
clase de tara que acompañan a la naturaleza humana.
En el
siguiente texto, que describe los cariñosos cuidados que recibía un
rey francés medieval por parte de una de sus damas, se aprecia bien
el enorme valor que para el ser humano tiene el hecho de ser tratado
con cariño:
En
ningún momento del día ni de la noche abandonaba Odette de
Champdivers la cámara en la que se encontraba el rey; siempre
estaba allí para ayudarlo, consolarlo, limpiarlo cuando se
ensuciaba y reprenderlo suavemente cuando no quería comer o se
mostraba desabrido con las visitas. Incluso en los periodos de
completa oscuridad mental, de alguna manera aquel demente debía de
ser consciente de que estaba rodeado de un amor totalmente
desinteresado, de que allí se le entregaba día a día lo mejor que
puede tocarle en suerte a un hombre: el cariño que todo lo ve y
todo lo perdona125.
Como
no todos podemos ser reyes, la familia es, por lo general, el ámbito
donde mejor trato humano reciben las personas, aunque, por supuesto,
puede no ser así. Todavía recuerdo con espanto un artículo de
revista donde leí la operación que sufrió una de las hermanas de
John F. Kennedy, una especie de trepanación ordenada por su padre,
que prefería ver a su hija en un estado vegetativo a soportar su
carácter rebelde. O, lo que ocurre en sociedades muy patriarcales
como la kurda, de que, por cuestiones de honor, los menores son
obligados por sus padres a matar a sus hermanas o primas, ya que
ellos reciben condenas menores126.
Sin
embargo, esta deshumanización extrema es inhabitual en el ámbito de
la familia, debido a que en ella suele existir una fuerte solidaridad
interna entre sus miembros. Muchas veces son las familias las que
permiten que el individuo mantenga la fe en la condición humana,
cuando las sociedades en las que vive son injustas o despóticas.
Leyendo un libro sobre la batalla de Stalingrado, en el episodio de
la evacuación forzosa y precipitada de la ciudad, unas líneas que
me conmovieron fueron, en un sistema tan severo y cruel como era el
soviético, las notas que se dejaban los miembros de las familias de
esta población con la esperanza improbable, que raras veces se
concretó, de volver a reencontrarse en otro lugar. Dos ejemplos son
los siguientes:
Mamá,
estamos todos bien. Buscamos a Beketovka. Klava.
En
otro texto literario, también referente a una emigración forzosa,
en este caso debido a la ruina económica de muchos campesinos
estadounidenses con motivo de la Gran Depresión, existe un fuerte
alegato por parte de la madre de uno de sus protagonistas a favor de
la familia. En esta enérgica defensa de la familia se aprecia como
ésta es la institución más segura para garantizar que el individuo
no quede totalmente abandonado a su infortunio:
El
dinero que ganáramos no serviría de nada- dijo-. Lo único que
tenemos de valor es la familia sin dividir. Igual que las vacas de
un rebaño se agrupan juntas cuando los lobos andan al acecho. No
temo a nada mientras estemos aquí todos los que seguimos con vida,
pero no pienso consentir que nos separemos. Los Wilson están con
nosotros y el predicador también. No puedo decir nada si se quieren
marchar, pero si alguno de mi familia quiere dividirnos lo impediré,
con esta barra y todas mis fuerzas- su tono era frío y no admitía
discusión128.
Pero,
la familia no es sólo la institución que más se esfuerza por
ayudar al individuo cuando éste tiene problemas. Incluso en el caso
de que no los tenga o no sean graves, el ser humano necesita escapar
de la tensión de vivir, de ser objeto constante del examen ajeno.
Como se ha comentado en páginas anteriores de este ensayo, al
ser humano le cuesta verse a sí mismo de una manera objetiva y de
ahí el nerviosismo que por lo general le crean las apariciones
públicas, porque en ellas la imagen irreal de sí mismo que ha
generado inconscientemente se enfrenta no sólo a su propio juicio
sino también al ajeno, mucho más exigente.
De
ahí que para los seres humanos, como no pueden volverse eremitas ni
dejar de vivir en sociedad, sea tan importante encontrar ámbitos de
sociabilidad reducida donde se sientan arropados y a salvo de
críticas demasiado severas sobre sí. El grupo de amigos, la pareja,
y, en especial, la familia, se convierten así en la salvaguarda que
permite a la persona escapar a la tensión de sentirse juzgado de
forma permanente.
De
este temor que suelen tener las personas cuando se enfrentan
públicamente al examen ajeno, también llamado miedo escénico,
existe una buena descripción literaria del estdo de nervios que
ocasiona en un libro sobre Mani, el fundador del maniqueísmo, cuando
éste tuvo que acudir a su primera audiencia a la corte del emperador
sasánida:
Luego
una voz gritó su nombre. Se volvió para asegurarse de que había
oído bien. Demasiado tarde porque la puerta estaba ya abierta y una
mano lo empujó. ¡Ay de aquel que hiciera esperar al divino Sapor!
Mani avanzó a lo largo de la alfombra ribeteada que conducía a los
peldaños del trono, pero tenía la sensación de ir a la deriva, de
tan manera había perdido toda la noción de las distancias. El rey
le parecía cercano, como podía serlo el sol de Mardino, cercano
hasta el deslumbramiento, hasta la insolación, y sin embargo, el
camino alfombrado que le llevaba hasta él parecía interminable,
pedregoso, empinado, y lo recorría con una impresión de extremada
lentitud, de ahogo y de opresión 129.
En
consecuencia, la familia cumple una serie de funciones muy
importantes, tanto de tipo material como moral. Si para el ser
humano, como se ha visto en el capítulo anterior, la pertenencia a
un grupo es fundamental porque en él busca tanto protección como
una implicación común en la tarea de generar la riqueza necesaria
para satisfacer las necesidades de los miembros del grupo, sólo en
la familia encuentra sensibilidad hacia sus problemas particulares.
El
ser humano necesita sentirse tratado con cariño, de forma que esté
seguro de que no se verá rechazado por el resto de la comunidad por
culpa de su lado animal. Sólo en la familia el individuo encuentra
el amor necesario para estar seguro de que verá respetada su
condición humana en cualquier circunstancia, tenga los defectos que
tenga su persona.
IDENTIDAD ENTRE CONDICIÓN ANIMAL E
INSOCIABILIDAD
Uno
de los mayores temores que tiene el ser humano es sentir el rechazo
del grupo social en el que se encuadra130.
Uno de los motivos más importantes por el que le puede llegar este
rechazo es porque no acepte las normas de su grupo. Y, con toda
posibilidad, la mayor prevención que tienen las personas unas contra
otras es que algunas de ellas no sean capaces de civilizarse lo
suficiente como para aprender estas normas.
Esta
nueva razón coadyuva a reforzar el temor del individuo a que las
demás personas no reconozcan en él la fuerza de su lado humano o de
su parte espiritual. De ahí que un comportamiento habitual del
hombre sea tanto cultivar aquellas facetas puramente mentales como
tratar de ocultar sus propiedades más primitivas. Estas últimas se
consideran imperfecciones y, como se ha vista en el primer capítulo,
el ser humano hace todo lo posible por negarlas.
El
hombre es un animal que constantemente está fingiendo. Basta pensar
en la compostura con la que todas las personas caminamos por la
calle, el miedo a sufrir un tropezón que nos ponga en ridículo por
poner un ejemplo, para entender esta parte invariable de la conducta
humana. Todas las personas intentamos presumir de ser naturales y, en
cambio, solemos ser seres muy afectados, tratando de poner un velo de
disimulo a aquellas cualidades personales más deshonrosas como la
curiosidad, la torpeza o la fealdad.
Si se
hace un repaso a la cantidad de términos que existen en el lenguaje
para censurar las conductas ajenas es fácil entender lo preocupado
que está el ser humano por refinar sus comportamientos. Ante
cualquier desliz, sabemos que aflorará la crítica fácil en el
prójimo: "Es alguien grosero", "no tiene
educación", "está sucio y desaseado", "no
tiene modales", y tantas y tantas expresiones comunes que se
podrían repetir y que están destinadas a censurar actitudes
humanas.
Esta
presión social que nos imponemos unos individuos a otros se debe al
pavor que sienten las personas ante la posibilidad de que pueda
aflorar el monstruo oculto en cada ser humano. A todos nos causan
terror los comportamientos más elementales de los hombres y sentimos
un rechazo instintivo ante el hecho de estar en contacto con
comportamientos humanos primitivos o salvajes.
Siempre
me acuerdo, cuando era niño, de las pesadillas que sufría a causa
de los relatos que me contaba mi padre sobre aborígenes de la selva
del Amazonas, como la costumbre de los jíbaros de reducir cabezas o,
una historia que nunca se me olvidó, que trataba de la captura de un
explorador y cómo se le asesinó obligándole a comer plátanos. De
las lecturas de esos años tampoco se me olvidaron las descripciones
de las hordas de los hunos, o de las crueldades efectuadas en los
pueblos civilizados por las invasiones mongolas, con montañas de
cabezas cortadas a los prisioneros o la tortura de enterrar vivas a
las personas. En concreto, un libro como Miguel Strogoff y la visión
que aporta de los tártaros, me hizo tener durante mucho tiempo un
gran recelo hacia todos los pueblos de Asia.
La
contraposición entre los seres civilizados y los salvajes, y el
rechazo de los primeros a los segundos, es una manifestación
consustancial a toda persona que presuma de haber recibido una
educación. Esta última transformará en demonios a todos los seres
humanos que considere que no han pasado del estado animal,
considerándoles capaces de toda clase de excesos y sintiendo un
temor irracional hacia ellos. Una descripción decimonónica de la
forma en que Clarín percibía una taberna frecuentada por mineros es
una buena muestra de esta visión deformada:
Paula
padeció mucho en esta época; la ganancia era segura y muy superior
a lo que podían pensar los que no la veían a ella explotar los
brutales apetitos, ciegos y nada escogidos de aquella turba de las
minas; pero su oficio tenía los peligros del domador de fieras;
todos los días, todas las noches había en la taberna pendencias,
brillaban las navajas, volaban por el aire los bancos. La energía
de Paula se ejercitaba en calmar aquel oleaje de pasiones brutales
(...)
La
llamaban la muerta por su blancura pálida; y creyendo fácil
aquella conquista, muchos borrachos se arrojaban sobre ella como
sobre una presa; pero Paula los recibía a puñaladas, a patadas, a
palos; más de un vaso rompió en la cabeza de una fiera de las
cuevas y tuvo el valor de cobrárselo131.
Es
difícil saber lo que hay de cierto en esta descripción de una
taberna minera por parte de Clarín, pero teniendo en cuenta que él
pertenecía a una clase social superior a la de los obreros y que en
su vida habría entrado en un lugar como el que describe, existen
muchas posibilidades de que haya mucho de fabulación en su relato.
En este caso, parece que, por encima de todo, prevalecen los
prejuicios sobre el carácter violento de los mineros.
Hasta
cierto punto es lógico que haya desconfianza en el ser humano hacia
el lado más oscuro y primitivo de su prójimo. Si se desbordan las
pasiones humanas, el hombre pierde todo su autocontrol y es capaz de
grandes violencias, como se ve, sobre todo, cuando ese descontrol se
transmite a una masa humana. En el siguiente párrafo, extraído de
un libro que se desarrolla en el periodo histórico de la Revolución
Francesa y que describe un linchamiento, se ve como los hombres son,
en estados de gran excitación, incapaces de poner freno a actos de
crueldad evidentes:
Lo
tiraron, lo levantaron y se le vio de píe en lo alto de las
escaleras del edificio, luego, de rodillas; enseguida, de píe;
luego, de espaldas. Lo arrastraron, lo golpearon y sofocaron con
puñados de hierba y de paja que cientos de manos le arrojaban a la
cara. Fue arañado y herido mientras jadeaba y sangraba, sin dejar
por un momento de rogar y pedir clemencia. Unas veces podía moverse
él solo, impulsado por una agonía vehemente, cuando la gente le
hacía sitio empujándose unos a otros para que todos pudieran
verlo; otras, fue como un tronco de madera muerta que rodaba a
través de un bosque de piernas. Por fin, llegó a la esquina más
próxima donde colgaba uno de los fatales faroles....132
Este
tipo de crueldad espontánea, donde afloran las peores pulsiones
humanas, es la parte del hombre que más espanta a las personas
civilizadas. Por volver al inicio de este capítulo, donde se
describía una matanza de judíos, los excesos de los ejércitos
alemanes en Rusia durante la Segunda Guerra Mundial, fueron mucho
mayores que los del ejército ruso en Alemania. Sin embargo,
personalmente, me acuerdo, cuando leía sobre estos temas de joven,
que las descripciones de las violaciones y asesinatos masivos
causados entre la población civil alemana por las indisciplinadas
tropas rusas me causaban mayor impacto que las matanzas
indiscriminadas protagonizadas por las disciplinadas tropas alemanas.
Es un
caso parecido al de la Guerra Civil española, en la cual es difícil
asegurar cuál de los dos bandos fue más cruel, pero parece que hay
un mayor grado de exceso en las violencias ocasionadas por las turbas
revolucionarias que en las ordenadas matanzas del ejército de
Franco133.
En un libro que trata de los testimonios contemporáneos a la batalla
de Isandlwana, una enorme derrota sufrida por el ejército colonial
británico frente a una tribu africana, la de los zulúes, es curioso
comprobar cómo las mayores atrocidades fueron cometidas por los
civilizados blancos, que llegaron a volar con dinamita una cueva
llena de mujeres y niños nativos134,
y, en cambio, los zulúes parece que transmiten una mayor sensación
de horror por sus terribles gritos al entrar al combate y sus
atuendos primitivos.
En
uno de los géneros cinematográficos más populares, el Western,
también se aprecia esta paradoja de que aquellos pueblos agredidos y
que desean la paz, al final sean los que aparecen reflejados como los
malos de la película, por la sencilla razón de que encarnan la
figura del salvaje, hacia el que todos los seres civilizados sentimos
el mayor de los pavores. Aunque la imagen de los indios
norteamericanos se ha revisado en las últimas décadas e, incluso,
se ha pasado al otro extremo, llegándose a una gran idealización135,
el estigma de su ferocidad sólo con mucha dificultad se lo van a
poder quitar de encima.
Al
igual que los anteriores ejemplos, se podrían citar otros muchos
similares. El individuo aborrece las manifestaciones primitivas de su
ser y, de ahí, que, para evitar el rechazo ajeno, los hombres traten
de pulir sus comportamientos. No hay mayor pretensión, para toda
persona decente, que tratar de hacer ver a los demás que es
digno de formar parte de la gente de bien o gente civilizada.
El
hombre siente sobre sí esta vigilancia del prójimo y, a la vez la
ejerce, porque el control sobre el lado animal propio y humano parece
también una manera de reducir el subjetivismo ajeno. En apariencia,
una persona que sepa domesticar sus instintos y alcance un grado de
autocontrol propio de sus pasiones, al saber ponerse límites, tendrá
una mayor capacidad de comprender el punto de vista ajeno y será, en
consecuencia, más sociable. De ahí que la mayoría de las morales
que han existido a lo largo de la historia de la humanidad han
incidido mucho en este aspecto de poner frenos internos a las
manifestaciones más primitivas del ser humano.
LA EDUCACIÓN MORAL, OBJETIVO DE LOS GOBERNANTES
La
preocupación del ser humano por ocultar su lado animal, debido al
temor a sufrir el rechazo de su grupo social, se ha convertido en un
asunto tan importante que, en la mayoría de las ocasiones, es
asumido como una de las funciones fundamentales de los dirigentes de
la sociedad, por no decir la principal, en parte debido a que
responde a sus propios intereses de predominio social.
Aunque,
como se ha visto con anterioridad, el objetivo básico por el que el
ser humano se integra en un grupo social es la búsqueda de la
protección, tampoco es un motivo secundario la búsqueda de
aceptación de su condición humana. Ambos propósitos van de la mano
en cuanto que las manifestaciones más evidentes de comportamiento
animal por parte de los hombres son rechazados por sus semejantes.
La
causa de este rechazo es el temor a que una persona que no sea capaz
de controlar sus impulsos más primitivos no sea capaz de aceptar las
normas de convivencia sociales. De ahí que, precisamente, una de las
tareas básicas de los dirigentes de una sociedad sea la
domesticación del conjunto de los miembros de ésta, como forma de
reforzar el entendimiento y la colaboración entre todos los
componentes del grupo social.
Para
lograr este propósito, los líderes sociales, en muchísimas
ocasiones, han recurrido al apoyo de las religiones, que, de este
modo, se encargaban de la educación moral del llamado pueblo. En
Europa occidental, el papel que ha tenido el cristianismo en este
sentido durante muchos siglos, está fuera de duda. Su estricto
control de las conciencias llegó a ser fundamental en muchos países
europeos.
Este
aspecto religioso y puritano ha calado de tal forma en las
mentalidades que incluso ha impregnado en muchas ocasiones los
movimientos de izquierda que han defendido en los dos últimos siglos
una mayor liberalización del pensamiento y, con ello, entre otras
cosas, un papel más activo en la sociedad de la mujeres136.
Los límites de esta liberalización, sin embargo, quedan claros en
el siguiente fragmento de un cuento de los inicios de la literatura
soviética, que es conmovedor por su mojigatería137.
Este cuento está ambientado en el contexto de la guerra civil
ocurrida tras el triunfo de la Revolución de 1917, donde, si bien
las mujeres podían incorporarse al ejército rojo y, debido a ello,
estar rodeadas de hombres, se pretendía que todos éstos iban a ser
respetuosos con ellas:
De
entre los matorrales, arrastrándose por la empinada orilla, las
siluetas de los soldados bajaban con sus cantimploras: durante todo
el día no habían podido acercarse al río y nadie había bebido ni
una gota de agua. Todos conocían ya la terrible orden. Esta noche
era la última para muchos.
-
Bésame- dijo Olga Vischeslávovna, con dulce angustia.
El
dejó con cuidado la cantimplora en el suelo, la atrajo hacia sí -a
ella se le cayó la gorra, se le cerraron los ojos- y la besó en
los ojos, en la boca, en las mejillas.
- Te
haría mi mujer, Olga, pero ahora no estaría bien; tú misma lo
comprendes...138
Incluso
en el momento actual, con la laicización de las sociedades, los
gobiernos no pueden renunciar a este objetivo de educar moralmente a
sus ciudadanos y la prueba más evidente es el nombre de la
asignatura que, como profesor, quien escribe está obligado a
impartir, Educación para la ciudadanía. Como
curiosidad, esta asignatura, promovida por un gobierno socialista, ha
levantado una fuerte polémica con el depositario tradicional de la
moral en España, la Iglesia católica, es de suponer que porque esta
última tiene miedo de que se la prive de una de sus funciones
sociales más importantes139.
El
objetivo declarado de esta asignatura es educar en valores a los
jóvenes españoles. Al mismo propósito responden muchas de las
campañas promovidas desde el estado contra los vicios habituales en
el ser humano moderno, los más importantes el abuso de las drogas,
el tabaco y el alcohol. En resumen, hay una intención de que las
personas aprendan tanto normas de comportamiento como que consigan un
mayor autocontrol interno en su búsqueda del placer.
No
voy a ser yo quien critique tales buenos propósitos del gobierno.
Sin embargo, a veces se echa en falta que, junto a este tipo de
educación, no exista otra, también oficial, en que las personas
sean formadas también en dotarse de una mayor capacidad crítica
ante la sociedad que las rodea. Con respecto a la asignatura
mencionada con anterioridad, Educación para la ciudadanía,
la escuela debería ser una preparación para la vida, y por lo
general, es al revés, ya que introduce al alumno en un mundo irreal,
sólo hecho de buenas intenciones, de manera que cuando acaba la
escolarización, la educación recibida no le permite tener ninguna
idea acerca de sus derechos laborales ni del modo en que debe
ejercerlos para mejorar su bienestar.
Posiblemente
no sea el momento de pedir un retorno de las ideologías, ya que aún
es reciente el extremismo a que han llevado a las masas durante el
siglo XX, pero a veces es de lamentar que no haya cierta politización
de la sociedad, al menos de la gente más joven, a la que habría que
enseñar a defender sus intereses, ya que vivimos en democracia y
tienen que ser participantes conscientes del juego político140.
Mientras
que los gobiernos no pueden renunciar a introducir la educación
moral en la escuela, en cambio son por completo pasivos a la hora de
enseñar a los escolares la complejidad de la sociedad y de los
grupos enfrentados que la conforman. Sería bueno que los jóvenes
supieran lo más pronto posible, y no tuvieran que pasar por el trago
amargo de aprenderlo en carne propia, que "toda valoración
moral es convencional, la ley se funda siempre, y únicamente, en el
interés. Unas veces los poderosos convierten su voluntad en ley,
otras veces los débiles elaboran las leyes para protegerse de los
fuertes".141
O, puesto en clave literaria:
Y hay personas más influyentes y grandes bufetes de abogados que
cobran honorarios de cien mil dólares por conseguir que se rechace
una ley que quería el ciudadano medio pero no los ricos, en razón
de que reduciría sus ingresos. El gran capital es el poder y el gran
poder acaba usándose mal. Es el sistema142.
Acerca
de la pasividad de la juventud actual a la hora de defender sus
intereses, hay una experiencia reciente de mi vida que me ha hecho
gracia por su carácter paradójico. Habiendo acudido a una
manifestación convocada contra un ley que quiere promulgar el
gobierno que retrasa la edad de la jubilación de los sesenta y cinco
a los sesenta y siete, me encontré con que la mayoría de los
asistentes eran gente mayor, a la que no le afecta la medida, y, en
cambio, prácticamente no había gente joven, a la que sí le afecta.
Aunque
insuficiente, no se puede censurar del todo la educación moral,
porque de sobra es sabido los excesos a que puede llevar la ingesta
de alcohol o drogas por ejemplo, o, por citar al enemigo más
perseguido por todas las morales conservadoras, el poder que tiene el
sexo para alterar las conductas humanas. Mientras escribía estas
líneas, hubo un terremoto muy fuerte en Haití, que desorganizó el
país. Esta enorme desgracia provocó que las mujeres haitianas, en
vez de recibir ayuda, quedaran expuestas a sufrir múltiples
violaciones. Una de las peores manifestaciones de esta incontinencia
sexual humana es la pederastia, como refleja el siguiente fragmento
literario:
En
Bangkok, Edgar Hartang estaba sentado con un crío de seis años
sobre sus rodillas. Era una experiencia insólita para el chiquillo,
pero no para E. H. que le hizo cosquillas en una tetilla, se echó a
reír y se quitó las gafas de sol y la peluca. El bueno de E. H. se
lo estaba pasando de miedo.
De
modo similar, basta leer el siguiente párrafo, procedente de un
libro de Henry Miller, para observar cómo el sexo anula los mejores
sentimientos humanos:
Camino
del hotel, la muchacha va tiritando tanto que tenemos que parar e
invitarla a un café. Es una criatura bastante tierna y está de
buen ver. Evidentemente, ya conoce a Van Norden, sabe que no hay
nada que esperar de él salvo los quince francos (…)
Y
entonces empieza a contar una historia de desgracias: que si el
hospital y el alquiler sin pagar y el niño en el campo. Pero no la
exagera. Sabe que tenemos los oídos tapados…. No está intentando
apelar a nuestra compasión; simplemente está cambiando de un lugar
a otro ese enorme peso que lleva dentro. Me gusta bastante. Dios
quiera que no tenga una enfermedad….
(…)
“Siempre cuenta el mismo rollo”, dice Van Norden. “No le dejes
que te inspire lástima. De todos modos me gustaría que hablara de
otra cosa. ¿Cómo cojones vas a despertar la pasión, cuando tienes
a una tía hambrienta en las manos144?
LA IRREDUCTIBLE CONDICIÓN ANIMAL DEL HOMBRE
Como
por desgracia pone de relevancia el fragmento literario con el que se
termina el apartado anterior, la naturaleza animal del hombre es
imposible de erradicar. En este sentido, siempre me ha hecho gracia
la forma que tuvo Marco Polo de señalar la gran población que vivía
en Cambaluc, una ciudad china, haciendo mención que veinte mil
prostitutas trabajaban en ella145.
Por ello, la educación queda restringida a modificar los
comportamientos públicos, ya que nadie quiere que su prójimo piense
de él que es un animal. Esta diferencia entre lo público y lo
privado se aprecia bien en el negocio fabuloso que es el sexo a
través de internet.
Por
citar un ejemplo, basta entrar en una página de internet llamada
www.thebestporn.com para darse cuenta de la magnitud de este
negocio. En esta dirección hay una organización
por categorías de su contenido lo que permite ver con claridad las
locuras sexuales del mundo actual. Entre estas categorías, que en el
momento actual hacen el número de noventa y dos que, a su vez,
incluyen cada una de ellas un alto número de páginas con importante
contenido sexual, las hay de todo tipo. Por citar algunas:
- Ass to mouth: un hombre hace sexo anal con una chica
interrumpiendo su acción cada cierto tiempo para que la mujer le
limpie el pene con su boca.
- BDSM: consiste en ejercitar la crueldad sobre una mujer o sobre un
hombre, uniendo sexo y violencia. Hay categorías similares como
bizarre, femdom, spanking, etc.
- Big cocks: se basa en que una chica haga el amor con hombres que
tienen penes enormes y que suelen ser de raza negra.
- Bukkake: una mujer acepta que multitud de hombres eyaculen sobre
su cara o en su boca en un breve espacio de tiempo.
-
Creampies: el hombre eyacula dentro del
coño o del ano de la mujer y luego la cámara filma como el semen
vuelve a fluir al exterior.
- Deepthroat: el hombre le mete el pene hasta el fondo de la
garganta de la chica, impidiéndole respirar y haciendo generalmente
que le salten las lágrimas.
- Gangbangs: una chica hace el amor de modo simultáneo con muchos
hombres. Suele incluir sexo anal y los hombres acaban eyaculando
sobre ella.
- Golden shower: un hombre o una mujer orina sobre un miembro del
otro sexo.
- Insertions: la mujer se mete todo tipo de objetos por el sexo o por
el ano.
- Mature: aquí el morbo está en ver cómo hacen el amor mujeres de
edad avanzada.
- Pregnant: parecido al caso anterior pero sustituyendo mujeres
mayores por embarazadas.
-
Squirting: se basa en conseguir que la
mujer alcance tal grado de excitación cuando es masturbada por un
hombre que se pueda filmar como expulsa gran cantidad de fluidos
vaginales.
- Swallow: la mujer tiene que tragar el semen del hombre tras hacer
el amor.
En
la relación anterior sólo he puesto algunas de las categorías más
corrientes. Son suficientes supongo para indicar en que tipo de mundo
vivimos donde gran parte del tiempo de los ciudadanos del primer
mundo se gasta en desvaríos sexuales ya que, sino, no tendría
sentido la gran cantidad de oferta que existe en este sentido. Hay
que tener en cuenta que dentro de cada categoría de las citadas con
anterioridad puede haber cientos de páginas y, muchas de ellas, con
miles de fotografías y vídeos de diferentes chicas y chicos. Y
estos desvaríos sexuales no tienen límites definidos, ya que, por
poner un ejemplo, una medida que me impresionó cuando me enteré de
ella era la que existía en el Antiguo Egipto de tener que pasar
cuatro días para entregar los cadáveres de las mujeres bonitas a
los embalsadores, porque entonces ya no corren peligro de que abusen
de ellas146.
También, incidiendo en esta cuestión, y ya que en este ensayo
pongo a menudo ejemplos basándome en textos literarios, es conocido
la importancia que las referencias eróticas tienen para mantener el
interés del lector, hasta el punto que muchos escritores apuestan en
sus libros por un claro sensualismo. Por ejemplo, el extracto
siguiente de un libro cuya protagonista principal es Cleopatra:
Pero
si el Amor sólo podía ir andrajoso a despertar las apetencias del
romano, el sexo se vistió con sus mejores galas para que Cleopatra
recibiese sobre su piel los cobrizos muslos de su capitán egipcio.
Y se entregó a él sin mediaciones del cerebro, sin astucias ni
juegos ni disfraces. Enteramente desnuda como el mundo en su primer
amanecer, abierta como los primeros manantiales, sorprendida como
una virgen que recobrase su virginidad a cada momento que la
perdía147.
Por
todo lo antedicho, es evidente que, por mucha educación moral que
reciba el ser humano, su lado animal siempre está presente. Sólo el
incesto parece que es una de las escasas prohibiciones morales que
realmente es interiorizada por el individuo148,
al menos en una inmensa mayoría de casos. El
protagonista de una conocida novela cuyo argumento es la enfermiza
relación amorosa entre un hombre maduro y la jovencita a la que
adopta, expresa sus remordimientos del siguiente modo:
No he
hecho más que seguir la naturaleza. Soy el fiel sabueso de la
naturaleza. ¿Por qué, entonces este horror del que no logro
desprenderme?149
Apartando a un lado esta cuestión del incesto, que por su gravedad
se sale de la norma general, incluso en aquellas épocas en que las
morales se vuelven muy pacatas la sensualidad humana acaba aflorando
por algún sitio, como se ve en el siguiente extracto, que analiza la
mentalidad burguesa del siglo XIX:
Había
sonado ya la hora de la disciplina de los “instintos”, que se
intentarán desviar o sublimar por toda clase de medios. La mayoría
de los médicos –incluyendo algunos adversarios de la Iglesia
católica- sentará como postulado la grave peligrosidad del acto
sexual, “solo o en compañía”, mientras que la satisfacción de
los sentidos se efectuará a través de la alimentación, verdadera
locura burguesa del siglo XIX. Esta fiesta tomará, por cierto, el
cariz de una ceremonia social cuidadosamente ordenada: “El comensal
al corriente de los usos mundanos no iniciará nunca una
conversación antes de que finalice el primer servicio; hasta ese
momento, la cena es un asunto serio del que resultaría imposible
distraer a la asamblea”. Como una verdadera misa, comporta incluso
el equivalente de la elevación: “Toda frase empezada debe quedar
en suspenso cuando aparece un pavo trufado”150.
De
la hipocresía151
a la que conduce la ocultación de la parte animal del hombre, nada
es más revelador como a los líderes de una sociedad, aquellos que
deberían dar ejemplo, muchas veces se les descubren escándalos
sexuales, como, por citar un hecho reciente, las orgías del
presidente italiano Berlusconi. Por tanto, esta educación queda
limitada por lo general a su función represora, siendo un aviso para
la persona de que se ande con cuidado ya que, si no acepta las normas
morales y no esconde su lado animal152,
puede ser rechazada por el resto de los miembros de la sociedad.
Como ya se ha comentado con anterioridad en este capítulo, esta
función represora da mucho poder a quienes quedan encargados de
velar por las conductas ajenas, ya que pueden utilizarla para rebajar
los derechos ajenos. Las llamadas leyes de Vagos y Maleantes que,
hasta no hace mucho tiempo estuvieron vigentes en España, son un
buen exponente de esto último, ya que tales leyes permitían a la
policía detener a cualquier persona sin ocupación, o sea,
fundamentalmente a los colectivos que, por necesidad, más descuidan
su imagen, como pueden ser los vagabundos153.
Una descripción literaria de la aplicación de estas leyes es la
siguiente:
Y salió encogido pensando en un nuevo caminar.
Hasta que las luces de un los faros de un automóvil le cegaron.
Quiso correr, pero no tuvo tiempo. Antes de hacerlo sintió que
varias manos le agarraban y le tiraban de él. Le llevaron en
silencio a la Dirección General de Seguridad.
- ¿Qué hacías?
- Andar.
- ¿Dónde vives?
- En la calle.
Todos tenían prisa aquella noche. Y le bajaron a
los sótanos del edificio en donde se encontraban los calabozos y
fuera y dentro de ellos guardias y ladrones, y maricas y mendigos. Y
un olor que ahogaba. Abrieron la puerta de rejas de uno de los
calabozos y le empujaron violentamente154.
Por
último, la mayor limitación que tiene esta clase de educación
moral, junto a la consabida de favorecer a unos miembros de la
sociedad en detrimento de otros, es su inutilidad en momentos de
crisis de la autoridad o en situaciones de crisis moral. La conocida
fábula El señor de las moscas trata
de esta fragilidad moral del ser humano que, muchas veces, es sólo
civilizado en sus formas y maneras, ya que, interiormente, tiene poco
control sobre su parte irracional, a no ser en limitados casos como
el ejemplo mencionado con anterioridad de Buñuel. Retornando a los
orígenes de este capítulo, hay que hacerse la triste pregunta de
cuántos buenos padres de familia alemanes habrán participado en las
atrocidades nazis contra los judíos. Las siguientes reflexiones,
sobre las barbaridades efectuadas por el régimen de Stalin contra su
propia población, esconden un mensaje terrible:
Pero, ¿saben que es lo más repugnante en los confidentes y en los
delatores? Lo que hay de malo en ellos, pensaréis.
¡No! Lo más terrible de ellos son sus cosas buenas; lo más triste
es que están llenos de cualidades y de virtudes.
CAPÍTULO CUARTO: LA
CONCIENCIA DE SI
EL
MIEDO A SER MENOS
El
capítulo anterior ha girado en una gran parte en torno a la
preocupación de las personas por ocultar su lado animal y dejar en
claro su condición de seres humanos. Sin embargo, en capítulos
anteriores, se había visto como el ser humano es capaz de grandes
sacrificios y renuncias con tal de sentirse protegido dentro de un
grupo organizado de semejantes.
La
fuerza de los miedos en el ser humano, con la consiguiente conciencia
de su vulnerabilidad, hace que su primera y principal querencia se
oriente a la plena integración en un grupo humano, olvidando, en
origen, cualquier otra reclamación. Esta entrega completa de su
persona al grupo se ve reforzada por un aspecto ya comentado, el
miedo al subjetivismo humano, que se teme pueda llegar a romper la
cohesión del grupo ya formado.
De
ahí, que en todas las personas siempre existe un sentimiento inicial
muy poderoso de desear la salvaguarda del grupo por encima de
cualquier otra consideración. Por esta causa, los seres humanos son
capaces, incluso, de anular gran parte de su individualidad, si con
ello, se sienten más protegidos.
En
los estadios más primitivos de la conciencia humana, es muy posible
que el individuo, si sólo lucha por su supervivencia y, por tanto,
está próximo al estado animal, no llegue a generar la suficiente
individualidad para compararse con sus semejantes y, de este modo, no
pueda apreciar las nociones de lo justo o lo injusto respecto de su
estado. La descripción siguiente, extraída de un estudio sobre la
percepción de sí mismo que tiene un hombre en las culturas más
primitivas, se ajusta a lo que quiero expresar:
Sin
duda, posee un vivo sentimiento interno
de su existencia personal. Las
sensaciones, los placeres y los dolores que experimenta, así como
los actos de los que se reconoce autor voluntario, los relaciona
consigo mismo. Pero no se sigue de ello que se aprehenda a sí mismo
como un sujeto.....156
Pero
las personas, no dejan nunca de ser esto mismo, personas. Y si llega
un momento que alcanzan un nivel de vida suficiente para no sentirse
tan atemorizados ante los peligros de la subsistencia diaria, ya sea
tanto por sus propios méritos como por los beneficios del trabajo en
común resultante de la organización social, sus expectativas
personales crecerán.
Un
texto extraído de un libro de Rómulo Gallegos puede que ayude a
explicar este aumento de las ambiciones humanas en cuanto hay la
esperanza de una mejora en el nivel de vida. Trata de la reacción de
una chica que siempre ha vivido en la miseria, tras recibir el
anuncio de que próximamente cambiará su infeliz vida por otra mucho
mejor:
Por
primera vez, Marisela no se duerme al tenderse sobre la estera.
Extraña el inmundo camastro de ásperas hojas, cual si se hubiese
acostado en él con un cuerpo nuevo, no acostumbrado a las
incomodidades; se resiente del contacto de aquellos pringosos harapos
que no se quitaba ni para dormir, como si fuese ahora cuando
empezaba a llevarlos encima; sus sentidos todos repudiaban las
habituales sensaciones, como si acabase de nacerle una sensibilidad
más fina157.
En el ser humano, superados los estadios más primitivos de la
conciencia, se asiste al crecimiento de la individualidad. Esta
última se desarrolla, en lo fundamental, por dos razones. La primera
de ellas es que, al aportar su esfuerzo al trabajo en común, el ser
humano tiene que renunciar en gran medida a su inclinación al
placer, y como compensación, entiende que debe ser más partícipe
de los beneficios sociales que aquellos que no trabajan. El
resentimiento que por lo general se forma en la sociedad hacia los
vagabundos o hacia grupos sociales marginales, como puedan ser en
España los gitanos, cuando reciben algún beneficio social de
entidad, como la provisión de una vivienda o de una pensión,
refleja bien este espíritu reivindicativo.
La segunda de las razones se debe al deseo humano de diferenciarse
de los animales. Esta distinción sólo se puede hacer con claridad
si las condiciones de vida de las personas están alejadas de un
estado animal. O sea, si la persona puede disponer de vivienda, ropa,
comida abundante, ciertas comodidades y demás rasgos civilizados.
Para solicitar a su grupo estas cosas, la persona tiene que aprender
a valorarse a sí misma, a calcular qué parte de los recursos
generados por su grupo le corresponden a ella.
Por
tanto, la actitud pasiva de las personas cuando los miedos más
primarios predominan en ellas y sólo se preocupan por la
supervivencia, cambia cuando tienen la suficiente confianza para
exigir una mayor atención por parte de sus sociedades hacia ellas.
Este descubrimiento de la individualidad trae consigo una serie de
repercusiones muy importantes, que se irán viendo a continuación.
Como dice Indro Montanelli, "con el
estómago lleno se empieza a pensar en algo que no sea sólo el
estómago"158
En
efecto, en cuanto el hombre toma mayor conciencia de sí, quiere
redefinir un nuevo marco de relaciones con sus semejantes, en el cual
no se tenga que sentir inferior a ninguno de ellos159.
Mientras, si domina en ella el sentimiento de entrega absoluta a su
grupo, la persona acepta una posición subordinada, en cuanto duda de
la justicia o no del trato que recibe, empieza a discutir mucho más
acerca de cuál es el lugar que merece ocupar dentro de la estructura
social.
En consecuencia, se establece un nuevo equilibrio de fuerzas, ya
que, si bien el ser humano mantendrá una gran vinculación con el
grupo y este último en todo momento condicionará su conducta, al
mismo tiempo no querrá percibirse a sí mismo como un ser inferior a
otros seres humanos, porque el sentimiento de valer menos que su
prójimo recuerda al hombre su vulnerabilidad. Y el temor
consiguiente de total indefensión es una sensación de la cual la
mente humana trata de huir.
De ahí que una de las características de los seres humanos, en
cuanto consiguen una mejora en su nivel de vida, es una mayor
preocupación por sus derechos y, en especial, por el de igualdad.
Como consecuencia, en las sociedades contemporáneas, con el aumento
de las clases medias y del nivel de información de estas últimas,
es más difícil para las élites asumir su tradicional papel de
dirigentes de la sociedad, sin enfrentarse a una contestación
mayoritaria del resto de la sociedad.
Es
sabido el modo en cómo las mentalidades de las sociedades han
cambiado mucho en los últimos tiempos. En el capítulo anterior se
ha trascrito un párrafo de un libro de Isabel Allende en que un
cura, desde el púlpito, arremetía de forma grosera contra sus
feligreses. Es difícil de creer que un sacerdote pudiera, hoy día,
humillar de esta forma pública a los asistentes a una ceremonia
religiosa en un país desarrollado. Las últimas veces que he
asistido a misa me extrañó observar la escasa gente que se
arrodilla en los momentos que debería ser preceptivo160.
De
este mayor valor que el individuo se da a sí mismo en la época
contemporánea, una buena muestra es el rechazo que causaron las
primeras pinturas de los impresionistas cuando, con su nueva técnica,
dejaron de representar de forma detallada a las figuras humanas. Como
evoca uno de los propios pintores impresionistas, el francés Camille
Pissarro, los espectadores que contemplaban sus cuadros, ofendidos
por el contenido de éstos, preguntaban: “¿Es
que yo aparezco así por el bulevar? ¿Es que pierdo mis piernas, mis
ojos y mi nariz y me convierto en una especie de bulto informe?”161.
O, perteneciente también a este mismo
periodo en que eclosionaba el impresionismo como movimiento
pictórico, es la polémica que se desató entre los europeos como
consecuencia de la publicación de la teoría de la evolución,
debido al trauma generado en muchas personas al enterarse de que
estaban emparentados con el mono162.
Este
dos ejemplos que acabo de poner de sucesos ocurridos en la segunda
mitad del siglo XIX, sirve para abordar otra cuestión, la dificultad
de determinar en qué momento de la Historia y de qué modo surge en
el individuo esta mayor conciencia de su valor. Parece que ha sido un
proceso muy lento, que en la civilización occidental tiene un
gradual desarrollo a lo largo de la Edad Moderna, desde sus orígenes
en el humanismo renacentista163
hasta su consolidación dentro de un grupo humano tan importante como
la burguesía durante la Ilustración164,
para, con posterioridad, acabar democratizándose en los dos últimos
siglos.
Retrocediendo en el tiempo, es más que posible que en la época
clásica ya existiera un fuerte individualismo en el pensamiento de
muchas personas, de ahí el racionalismo habido en este periodo,
pero, durante la Edad Media, hubo un retroceso en este sentido. Como
explica un libro sobre el pensamiento medieval, analizando la
autobiografía escrita por San Agustín:
En
la actualidad pensamos que una biografía es la descripción de los
acontecimientos de la vida de una persona, de una persona tan útil
e importante que se relata detalladamente lo que de verdad sucedió
(...). En cambio, para comprender lo que Agustín entendía por
autobiografía, estas ideas son poco útiles (...). Su descripción
de los hechos de su vida es un medio para un fin y no un fin en sí
mismo; y el final de las Confesiones es la conversión de Agustín,
su rechazo de sí mismo por Dios165.
Retomando
el hilo del proceso de formación del pensamiento moderno, quien
escribe es historiador de arte y, cuando estudiaba en la universidad,
tenía que aprender nociones como que en el tránsito de la Edad
Media al Renacimiento, el artista comienza a reivindicarse a sí
mismo, empezando a firmar sus obras y a demostrar el orgullo166
que sentía por realizarlas. La enseñanza se completaba con la
contraposición entre el artista renacentista y el artesano medieval,
que sólo vivía para servir a su comunidad y a Dios.
Otra
enseñanza recibida, que trataba de aclarar la anterior, incidía en
los cambios de mentalidad en la esfera religiosa ocurridos a finales
de la Edad Media, aludiendo a una corriente espiritual centroeuropea
del momento, la llamada Devotio Moderna, un movimiento humanista
cristiano cuyos miembros preferían acercarse a Dios de una forma más
individual y menos dirigida de lo que había sido corriente hasta ese
instante dentro de la iglesia católica167.
Continuando con el repaso de estas lecciones de arte, aprendí
también que la aparición y el desarrollo de la burguesía, generó
una sensibilidad artística diferente, como sucede en el arte
holandés del siglo XVII, debido a la cual las personas empezaron a
preferir decorar sus casas con cuadros que reflejaran asuntos más
íntimos y cercanos a su vida diaria y no, como había ocurrido hasta
esa época, con escenas o motivos religiosos.
Estas
modificaciones de la mentalidad se produjeron con lentitud como lo
demuestra una anécdota extraída de la vida del importante humanista
Erasmo de Rotterdam, en la que se ve las fuertes dificultades a las
que se tuvieron que enfrentar, en esos tiempos, las personas que,
conscientes de su valía, se atrevían a romper las rígidas
jerarquías sociales. El episodio es el siguiente: habiéndose
presentado una vez ante el rey inglés Enrique VIII sin dedicarle los
preceptivos versos laudatorios, fue obligado a aceptar la humillante
tarea de escribir un homenaje al monarca que tardó tres días en
tener listo168.
En
la Edad Moderna la rebeldía intelectual aún estaba muy penalizada,
como se ve en el grupo de escritores del siglo XVII llamados
los libertinos, uno de los colectivos que más dificultades pasó,
por la divergencia entre lo avanzado de su pensamiento y la
mentalidad aún predominantemente inmovilista de su época. Su
librepensamiento le costó la vida a alguno de ellos, como es el caso
de Claude Le Petit o Cesare Vanini169.
Es indudable que su libertad de pensamiento contrastaba mucho con las
mentalidades aún conservadoras de su tiempo, como se ve en el
siguiente fragmento de un libro de uno de estos libertinos, en un
texto muy crítico con la concepción patriarcal de la sociedad de la
época y portador de un mensaje tan radical que podría firmar
cualquier activista de Mayo del 68:
Además,
mucho me gustaría saber si vuestros padres pensaban en vos cuando os
hicieron. ¡De ninguna manera! Y, sin embargo, os creéis deudores
de un presente que os hicieron sin pensarlo. Pero, ¡cómo! ¿Por
qué vuestro padre fue un libertino que no pudo resistir los lindos
ojos de no sé qué criatura, porque se la cameló para saciar su
pasión y porque de sus magreos fuisteis vos la hechura, habéis de
venerar a tal voluptuoso?170
En
el siglo XVIII, en que vivieron numerosos filósofos o pensadores que
reflexionaban sobre los derechos humanos, parece claro que ya
numerosas personas tenían una conciencia muy fuerte de su identidad
y de la condición humana en general, ya que es, por ejemplo, el
momento en que el movimiento abolicionista de la esclavitud surge con
una fuerza ya imparable171.
Y que, lo que es más importante, los continuadores de estas personas
consiguieron a lo largo del siglo siguiente172,
sobre todo a partir de la extensión de los principios democráticos,
que muchos países establecieran un marco de relaciones sociales en
que los poderosos ya no tienen autoridad moral para recurrir a la
intimidación con el fin de anular las voces discrepantes.
LA VULNERABILIDAD DE LA CONCIENCIA DE SÍ
Como se ha explicado en la última parte del apartado anterior, para
que se manifieste la conciencia individual es imprescindible que no
pueda ser silenciada de raíz de una forma violenta. Una reflexión
de Buñuel, extraída de sus memorias, me sirve como un buen ejemplo
de lo que quiero expresar:
A
principios de mayo de 1968, yo estaba en París (....) Junto con la
sinceridad y la seriedad de unos, se hacían un hueco la palabra y
el confusionismo de otros. Cada cual buscaba su revolución con su
linternita. Yo no dejaba de repetirme: “Si ésto ocurriera en
México, lo acabarían en dos horas. ¡Y con dos o trescientos
muertos!” (Por cierto, así ocurrió en octubre en la plaza de las
Tres Culturas, muertos incluidos).173
Prosiguiendo
con esta clase de reflexiones, voy a remontarme al capítulo
anterior, que se había iniciado con una alusión a las matanzas de
judíos efectuadas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
En los años previos a este conflicto, fueron muchos los consejos
bienintencionados que recibió Hitler de Gandhi, así como fueron
frecuentes las recomendaciones de este último de aplicar contra el
líder nazi las estrategias de resistencia pasiva que él con tanto
éxito estaba empleando en la India. Para cualquier observador
lúcido, es difícil de pensar que, si Gandhi hubiera sido un judío
alemán, hubiera podido resistir mucho tiempo sin acabar torturado o
asesinado174.
La enorme matanza de la plaza de Tianamen en el año 1989 por parte
del ejército chino es uno de los últimos ejemplos de cómo la
brutalidad represora puede ahogar cualquier manifestación de la
conciencia individual o cívica de las personas.
Una
persona que sufrió las tristes e inhumanas experiencias de pasar por
un campo de concentración soviético, sistema despiadado175
donde las vidas de las personas no valían nada, cuenta, con mucho
sarcasmo, la necesidad de que haya una mínima sensibilidad hacia los
derechos de las personas para que puedan triunfar las reclamaciones
pacíficas:
Aquella fe ingenua en la efectividad de la huelga de hambre nos venía
de las experiencias del pasado, y también de la literatura del
pasado. En realidad, la huelga de hambre es un arma de carácter
puramente moral: sólo puede ser eficaz en un carcelero que conserve
un vestigio de conciencia, de temor a la opinión pública.
Los carceleros de la época de los zares eran bisoños: en cuanto un
preso empezaba a ayunar, les entraba pánico, ¡qué calamidad!, ¡qué
apuro!, y lo mandaban al hospital. Abundan los ejemplos, pero no es
nuestra intención estudiarlos. Resulta francamente ridículo que
Valentinov no tuviera que ayunar más que doce días para obtener el
levantamiento de la detención preventiva (…)176
Sin
embargo, pese a las muchas formas existentes de violentarla, nacida
la conciencia de sí de la persona, es difícil anularla si no es con
la supresión física del individuo. En los momentos en que estoy
escribiendo estas líneas, está en la cartelera de los cines del
mundo una película177
sobre la vida de Nelson Mandela, una persona ejemplar al que, pese a
permanecer detenido durante veintiséis años en unas condiciones de
gran dureza, al estar encerrado en una celda muy pequeña y ser
sometido a trabajos forzados, sus carceleros no consiguieron
doblegar. El ciclo de las revoluciones liberales que se inició en la
Europa occidental a finales del siglo XVIII y que dura toda la
primera mitad del siglo siguiente, también demuestra la enorme
dificultad que es para los gobiernos conseguir erradicar la
conciencia individual de las personas si no es recurriendo a
repugnantes medios de extrema brutalidad.
Con
el objeto de atajar esta amenaza, uno de los principios básicos en
que se basan las democracias modernas es el de que el ciudadano tenga
el mayor número de libertades posibles. La libertad es necesaria
para que el individuo pueda reclamar su derecho a ser igual a sus
semejantes sin temor a sufrir violencias por ello. Como dice un
dramaturgo de la época clásica griega, "propio
de siervos es no decir lo que se piensa"178.
Aunque la libertad por sí misma no garantiza la felicidad del
individuo179,
su ejercicio sin restricciones es, sin duda, una garantía para que
exista un mayor respeto por su persona.
EL SENTIMIENTO DE PROPIEDAD
Mientras
que en el capítulo segundo se trataba la cuestión de cómo grandes
masas de población aceptan una posición subordinada en su grupo
para que éste no les rechace, en el apartado anterior se ha visto la
manera en que el ser humano, según cobra conciencia de sí, quiere
una mayor participación en los beneficios sociales.
Dos párrafos de un libro, Resurrección, escrito por León Tostoi,
al que ya he acudido en varias ocasiones, son buenos ejemplos de
estas dos maneras diferentes de enfocar la sociedad por parte del ser
humano. En el primero, que transcribo a continuación, y que tiene un
mensaje muy similar a un texto de Galdós empleado en el capítulo
segundo, se observa la resignación con la que las clases bajas
aceptan su suerte:
La gente perece y está acostumbrada a su situación. Se han
creado unas condiciones propicias para que el pueblo perezca, como,
por ejemplo, el trabajo que realizan las mujeres, superior a sus
fuerzas, y la falta de alimento para todos, especialmente para los
viejos y los niños. El pueblo ha llegado paulatinamente a ese
estado de cosas y por eso no ve todo su horror ni se queja de él.
También nosotros consideramos que esto es normal.180
En el
siguiente párrafo del mismo libro, se observa, en cambio, como el
ser humano, en cuanto tiene una noción mínima de su derecho, ya no
se conforma con tanta facilidad181.
En este caso, el texto trata de la insatisfacción de unos campesinos
cuando su dueño decide bajarles la renta de los campos en que
trabajan, ya que, en realidad, a lo que ellos aspiraban era a la
propiedad sobre la tierra:
Al
parecer, todo había resultado bien y, sin embargo, experimentaba
constantemente una especie de vergüenza. A pesar de que algunos
campesinos demostraron agradecimiento, veía que no estaban
satisfechos. Después de haberse privado de mucho, no había
conseguido darles lo que esperaban.182
Este último texto trae a colación un nuevo derecho que, tras los
de igualdad y libertad, se manifiesta con fuerza en el ser humano en
cuanto éste toma conciencia de sí. La explicación del derecho de
propiedad es sencilla: la secular desconfianza hacia el prójimo,
juntada al deseo de asegurarse de poder recibir unos beneficios
materiales de su sociedad, hacen que el ser humano se vuelva
extraordinariamente celoso de lo suyo.
Abundando en esta explicación del origen del derecho de propiedad,
la desconfianza hacia el prójimo provoca que el individuo quiera ver
sus bienes muy bien protegidos por las leyes, mientras que el deseo
de ser beneficiario de la sociedad unido a su propio subjetivismo
lleva a que sean excepcionales las veces en que se sienta contento de
su porcentaje de participación de la riqueza de su sociedad, de ahí
que persiga acumular el mayor número de bienes posibles.
Estos dos factores combinados llevan a reforzar el egoísmo del
hombre por lo que la toma de conciencia de sí mismo por parte del
ser humano que, en principio, debería desembocar en una sociedad
mejor por el descubrimiento de dos principios tan hermosos como el de
libertad e igualdad, por lo general degenera en un mayor
individualismo e insolidaridad. Acudiendo de nuevo a la Historia, las
sociedades inspiradas en los ideales de la Revolución Francesa se
basaron en la práctica en la explotación de grandes masas de
población, como les ocurrió a los obreros durante el siglo XIX.
Un ejemplo cualquiera de esta explotación, entre los muchos
testimonios que existen de las infames condiciones de vida de los
obreros de este periodo, es el siguiente, que relata la degradación
física de un niño, obligado a trabajar desde una edad muy temprana:
A
la edad de ocho o nueve años, sus miembros empezaron a dar síntomas
de flaqueza, bajo la excesiva fatiga a la que estaban sometidos....
Se tomaron todas las preocupaciones que su madre viuda se podía
permitir, para impedir que su único muchacho se convirtiese en un
tullido; pero todo fue en vano. Aceites, vendajes de franela,
emplastes y mezclas reforzantes se le aplicaron incesantemente; se
probaron todas las soluciones una por una, excepto la correcta (es
decir, sacarle del trabajo), y fueron descartadas y abandonadas. A
pesar de todos estos remedios, se convirtió por culpa del trabajo
excesivo, en un inveterado tullido de por vida. Sus rodillas no
resistieron y gradualmente se hundieron hacia adentro hasta que los
huesos se tocaron unos con otros183.
Uno de los libros de Sinclair Lewis refleja bastante bien en unos de
sus pasajes la mentalidad egoísta y cerrada de los empresarios de
estos primeros tiempos de la industrialización:
- ¿Le parecen a usted bien las asociaciones obreras?- preguntó
Carol al señor Elder.
-
¿A mí? ¡Ni mucho menos! Ocurre lo siguiente; a mí no me importa
tratar con mis obreros sobre cualquier queja que crean tener, aunque
Dios sabe adónde van a ir a parar estos obreros el día que no
tengan una buena colocación. Sin embargo si vienen a mí lealmente
de hombre a hombre, no tengo inconveniente en escucharlos. Yo, lo
que no puedo tolerar es a ningún forastero, a ninguno de esos
delegados, o como los llamen, que no son más que obreros
ignorantes. ¡No voy a consentir que ninguno de estos individuos
venga a decirme a mí cómo tengo que dirigir mi negocio!184
A este respecto, muchos de los teóricos del movimiento obrero del
siglo XIX clamaron contra la propiedad como la fuente de todas las
injusticias. En este sentido, basta recordar todas las teorías
anarquistas que se desarrollaron en la época, la mayoría de ellas
centradas en la necesidad de la desaparición de la propiedad. E,
incluso, teorías que se alejaban del anarquismo, como las defendidas
por los saintsimonianos, intentaron derribar uno de los pilares del
derecho de propiedad, como es la herencia.
Sin embargo, todos los modelos de sociedad basados en la supresión
de la propiedad privada que se han llevado a la práctica han acabado
fracasando. El más cercano a triunfar ha sido el comunismo, que
sustituía la propiedad privada por la pública, y que en muchos
países tuvo durante bastantes años una influencia absoluta. Pero,
en general, su sostenimiento tanto tiempo fue debido a una política
coercitiva por parte de los estados comunistas más que a un
verdadero entusiasmo de la población por este sistema de sociedad.
Es difícil, por no decir imposible, que pueda triunfar un modelo de
sociedad que renuncie a la propiedad privada. Aunque en origen este
sueño pueda ser muy sugerente, ya que sería hermoso que predominara
una visión social colectiva sobre el individualismo, a la larga
todas las personas que tuvieran alguna valía querrían que se
reconocieran sus superiores méritos y las mayores recompensas
asociadas a ellos. Por tanto, el subjetivismo del hombre, al creerse
generalmente mejor que su prójimo, anula cualquier intento de
concordia racional entre los seres humanos. Es un problema muy
parecido al que ya se ha visto en un capítulo anterior al analizar
la dificultad para repartir con equidad las cargas de trabajo entre
los miembros de la sociedad, ya que el ser humano tiende a considerar
que su sociedad le trata de modo injusto si no consigue un trato de
favor.
Por otra parte, la conciencia de sí hace que el ser humano quiera
asegurarse la huída de la condición animal, cifrando su dignidad en
un nivel de vida digno, no estando seguro de conservar éste si no
puede asegurar sus bienes a través del derecho de propiedad. La
razón de este comportamiento conservador se basa en una evidencia ya
tratada en repetidas ocasiones: los seres humanos desconocemos qué
se esconde en el interior de nuestro prójimo y, por eso,
desconfiamos de sus promesas.
En este sentido, es casi imposible que el ser humano crea en
sociedades basadas en la buena voluntad común de todos sus miembros,
porque, de forma inevitable, siempre queda abierta la puerta del
engaño, o sea, la posibilidad de que alguna persona trame un plan y
se aproveche de la buena fe de los demás. Si el temor al engaño
ajeno ya es una de las propiedades que definen al ser humano, desde
que éste alcanza una mayor conciencia de sí, asocia el miedo al
ridículo a este temor al engaño, o sea, le asusta la posibilidad de
demostrar ser menos inteligente que los demás, si es víctima de
alguna estafa o trampa.
LA RESISTENCIA MENTAL A SENTIRSE INFERIOR
En relación con el contenido de la última parte del apartado
anterior, relativo a la profunda vergüenza que puede llegar a sentir
una persona cuando es objeto de un engaño, y aunque es un texto un
poco largo de transcribir, me gusta recordar la experiencia sufrida
por el protagonista de un libro. La trama de este pasaje se basa en
la manera en cómo, en un hospital italiano, un enfermo se aprovecha
de la ingenuidad de sus compañeros de habitación:
Habías hecho amistad con un enfermo de corazón, quien te había
contado que era un antifascista, perseguido por los fascistas, luego
encarcelado y confinado, lo que le hizo contraer su enfermedad. A la
vuelta del confinamiento había encontrado a su mujer viviendo con
otro hombre y a sus dos hijos en un hospicio. Te había confiado el
cariño que sentía por sus hijos y por la mujer, a la que, a pesar
de todo, seguía amando. Estaba muy enfermo, y era tan pobre que ni
siquiera tenía un traje. Compartíais los cigarrillos y las
nostalgias (...)
Tu
amigo era un joven cordial y expansivo; un día manifestó el deseo
de volver a ver a sus hijos, que se encontraban en el colegio. Como
no tenía con qué vestirse, te ofreciste a procurarle lo necesario
entre los internados en vuestra galería. Me gustaría causar
buena impresión, te dijo él, e, inadvertidamente, te sugirió
lo que deseaba de cada uno. Es decir las mejores prendas de cada
uno. El número 8 le dio el traje; el 22, la camisa y la corbata; el
13, los calcetines; el 7, el sombrero; tú, el abrigo, y tu vecino
de cama, el señor Pepe, que debía operarse aquel día, le entregó
sus zapatos. Así, elegante y emocionado, salió del hospital (...)
A la
noche, tu amigo no regresó, y tampoco al día siguiente, ni al otro.
El número 8, un empleado, le había prestado su único traje (...).
Al número 8, que te recordó que habías salido fiador, le hizo eco
el 22 llamándote cómplice de una estafa. También el 7 alzó la
voz, y el 13, el de los calcetines (...). Al principio te ofendiste
(...)
Transcurrió
el cuarto día, y la mujer del número 8, que había perseguido en
vano el traje de su marido de una dirección a otra, llevó la
noticia: se trataba de un delincuente común, condenado varias veces
por hurto y por robo, y no existían ni la mujer ni los hijos (...)
Te
afectó como si te hubieran dado un golpe interiormente: te subió la
fiebre....185
A
niveles más generales que este caso literario recién citado, los
engaños también existen en el modo de organización de las
sociedades. Volviendo a repasar lo que fue la aplicación práctica
del comunismo, es evidente que en los países comunistas no todas las
personas tenían el mismo nivel de vida, ya que eran muy superiores
los beneficios sociales que recibían los miembros del partido
comunista que los del resto de la población186.
Al final, un sistema basado en una pretensión de justicia social,
también ocasionaba importantes desigualdades.
De
los efectos del engaño masivo que sufría la población de este
país, uno de los que más me llama la atención es la apatía con la
que la población de la antigua Unión Soviética cumplía sus
deberes, al no tener ninguna ilusión a la hora de realizar sus
trabajos o tareas187.
Un viajero que, en los años ochenta visitó este país y lo recorrió
montado en el Transiberiano, dejó escritas sus impresiones sobre
este punto:
Las babushkas quitaban el polvo y fregaban, pero no había
otro tipo de mantenimiento, no sólo en el sentido amplio de que las
tuberías funcionaran o hubiese agua, sino en los detalles: faltaban
los tiradores de los cajones y los pestillos de las ventanas que, de
todos modos, no se abrían; las cerraduras estaban atascadas y las
lámparas no funcionaban o eran un racimo de cables pelados. Las
reparaciones se realizaban con trozos de cinta adhesiva y cuerda. Es
verdad que todo viajero ha de estar preparado para afrontar
incomodidades, pero había grandes facetas de la vida soviética que
a mí no sólo me parecieron simplemente incómodas, sino claramente
peligrosas.188
Este
último párrafo literario trae a escena otro aspecto importante que
desvela el espíritu de propiedad: el ser humano pondrá mucho más
interés y empeño en trabajar si los beneficios van a ser personales
que si el trabajo es a favor de la comunidad. El trabajo es siempre
una actividad que rechaza el ser humano y, si llega un momento en que
se crea una sociedad, como pasa con muchas de las contemporáneas, en
que al individuo no se le puede obligar a trabajar, intentará usar
esta libertad únicamente para conseguir ventajas propias.
De
ahí que las sociedades modernas más desarrolladas basen la
motivación del trabajador en los incentivos materiales, ya
conseguidos de modo inmediato, o, lo que es mucho más frecuente,
manteniéndole en la esperanza de que los conseguirá más adelante.
En efecto, una de las características del mundo contemporáneo es la
confianza de las personas corrientes en que, gracias a su esfuerzo y
su dedicación, pueden progresar en la escala social hasta conseguir
un grado de prosperidad envidiable.
LA CONVICCIÓN EN LAS CAPACIDADES PROPIAS
Una de las características del ser humano, cuando adquiere una
mayor conciencia de sí, es que no le gusta sentirse menos que
ninguno de sus vecinos de especie. A este respecto, basta recordar la
referencia literaria con la que se iniciaba el apartado anterior,
relacionada con la vergüenza que padece cualquier persona que tenga
amor propio cuando es engañada.
Este
no sentirse menos lleva a en primer lugar a que quiera seguridad
sobre el punto de tener un nivel de vida que le impida sentirse
animal. En un apartado anterior de este capítulo se han hecho
alusiones al movimiento obrero. La mayoría de las reclamaciones de
este último fueron de tipo material, o sea, peticiones de mejoras
concretas del nivel de vida de la clase obrera189.
Este tipo de reivindicaciones, en líneas generales, han calado en
las sociedades desarrolladas, al menos en Europa, donde por el
momento se asocian desarrollo personal y protección social.
Pero,
si el ser humano consigue este objetivo mínimo de no tener que
avergonzarse por vivir en un estado indigno, sus deseos de no
sentirse menos, unidos al natural subjetivismo humano, crean el caldo
de cultivo ideal para que la persona desarrolle un importante grado
competitivo con su prójimo190.
En efectos, los seres humanos, sintiéndose todos ellos importantes,
disputarán entre sí los puestos más lucrativos de la sociedad en
la que se integren.
Esta competitividad tiene unas reglas, por supuesto, ya que los
seres humanos viven en sociedad y, como se ha visto en el capítulo
segundo, dan una importancia desmedida al mantenimiento de la unidad
de su grupo por encima de las opciones personales. Por tanto, el ser
humano buscará el equilibrio entre ser beneficioso a su grupo y
tener beneficios para sí mismo.
Para alcanzar estos objetivos, el individuo tratará de recalcar sus
méritos a costa de los ajenos, de manera que la opinión general de
su grupo vea justo que reciba mayores ventajas sociales en términos
de riqueza y propiedad. Esta actitud de resaltar los méritos propios
para conseguir un mejor nivel de vida es natural por la búsqueda de
placer consustancial a la naturaleza humana pero, tras adquirir una
mayor conciencia de sí, el individuo radicaliza su rivalidad con su
prójimo.
Es
en este punto donde, por lo general, se pierde el sentido de ayuda
original con el que se conciben las sociedades. Los individuos no se
agrederán, por supuesto, y mantendrán unas normas de educación
entre ellos para evitar el rechazo ajeno, pero intentarán evitar la
colaboración entre ellos a no ser que tengan un interés propio en
un empeño común. Esta competencia hace que cada ser humano
trate de extraer el máximo de sus recursos, intentando conseguir
todas las ventajas posibles frente a sus rivales. El resultado de
esta lucha es, por tanto, una mentalidad muy calculadora, donde no se
desprecia ninguna posibilidad de obtener una ganancia191.
Esta
mentalidad tan racionalizadora es una característica de la mayoría
de los miembros de las sociedades desarrolladas. Es un racionalismo
un poco ciego, como aquello de que el sueño de la razón produce
monstruos, ya que una de sus manifestaciones más destacadas es la
forma en que muchas familias viven al límite, incrementando sus
deudas de forma constante y siempre dependientes del crédito ajeno.
A otra escala también perniciosa, parece que las crisis periódicas
del sistema capitalista, como la que ocurre en la actualidad, se
deben al afán especulador de las personas más ricas de la sociedad.
Como
uno de los mejores ejemplos de la locura a que puede llevar el exceso
de racionalismo me gusta señalar el hundimiento del Titanic. Este
trasatlántico iba a una velocidad imprudentemente alta por una zona
infestada de icebergs debido a dos razones, la primera que se
consideraba invulnerable a los accidentes y la segunda que sus
constructores querían batir un record de velocidad en el cruce del
océano Atlántico para un barco de su clase. Al final, como es de
sobra conocido, chocó con un iceberg, accidente a resultas del cual
se hundió, y los pasajeros se encontraron con que los propietarios
del barco habían ahorrado en algo tan necesario como los botes
salvavidas, no habiendo suficiente número de ellos para salvar de la
muerte a toda la tripulación y el pasaje.
De
esta mentalidad racionalizadora al máximo da buena cuenta también
el espíritu urbano, que es un fenómeno del mundo contemporáneo.
Hace ya muchos años, viendo un documental sobre Nueva York, me llamó
la atención el modo en que se destacaba la indiferencia que tienen
los habitantes de esta ciudad por todo lo que ocurre a su alrededor,
al ir siempre embebidos en sus propias preocupaciones. Delibes, en
uno de sus libros, describe de manera magistral esta falta de interés
del habitante urbano por la suerte de su prójimo:
El
francés 1959 no quiere crearle cuestiones al vecino, pero tampoco
que éste se las cree a él. Así el hombre se transforma en un ente
hermético, insolidario, y se comprende muy bien que en París uno
pueda encontrarse en 1959 tan solo y en un ambiente tan adverso como
en una isla desierta. En este punto no hablo por hablar. En la
ciudad he encontrado a dos compatriotas modestos que arribaron a
París con la intención de situarse y a quienes por una serie de
circunstancias no salió nadie a esperar a la estación. Ninguno de
los dos sabía una palabra de francés ni tenía un franco en el
bolsillo, aunque sí unas cuantas pesetas que ignoraban dónde
podrían cambiarlas. Pues bien, estos amigos pasaron dos días en
París como en un desierto, buscando una dirección que no
encontraban, sin comer ni beber y durmiendo en un banco de un parque
público. Los transuentes los ignoraban y dondequiera que mostraban
las pesetas eran automáticamente rechazados, sin que nadie tuviera
tiempo de indicarles de alguna manera los pasos a dar para salir del
atolladero192.
Con
respecto a esta deshumanización del ciudadano moderno, en la
contraposición entre las características del mundo rural y el mundo
urbano siempre se oponen el predominio de las relaciones primarias en
el primero frente a las relaciones secundarias, superficiales e
impersonales, del segundo. De la frialdad de este segundo tipo de
relaciones, y de los problemas afectivos que conlleva esta
circunstancia, se hace eco Bertrand Russell en uno de sus libros:
Los
obstáculos psicológicos y sociales que impiden el florecimiento del
cariño recíproco son un grave mal que el mundo ha padecido siempre
y sigue padeciendo. A la gente le cuesta trabajo conceder su
admiración, por miedo a equivocarse; y le cuesta trabajo dar amor,
por miedo a que les haga sufrir la persona amada o un mundo hostil.
Se fomenta la cautela, tanto en nombre de la moral como en nombre de
la sabiduría mundana, y el resultado es que se procura evitar la
generosidad y el espíritu aventurero en cuestiones afectivas. Todo
esto tiende a producir timidez e ira contra la humanidad, ya que
mucha gente queda privada durante su vida de una necesidad
fundamental….193
Es
importante resaltar este aspecto de la importancia que cobran las
relaciones impersonales en las sociedades modernas, porque es difícil
encontrar ayuda en el ser ajeno si no existe ningún tipo de empatía
o comunicación con él. Volviendo a tratar el espíritu urbano, es
obvio que las sociedades de masas modernas hacen imposible que las
personas tengan un trato estrecho, aunque sólo sea porque su gran
número impide que se puedan conocer todas entre sí. El ideal de la
polis de la época clásica, descrito en el párrafo siguiente, es
imposible hoy día:
Lo
mismo sucede respecto de la ciudad: demasiada pequeña no puede
satisfacer sus necesidades, lo cual es una condición esencial de la
ciudad; demasiado extensa (…) ya casi no es posible en ella el
gobierno. (…) El magistrado manda y juzga. Para juzgar los
negocios litigiosos y para repartir las funciones según el mérito,
es preciso que los ciudadanos se conozcan y se aprecien mutuamente.
Donde estas condiciones no existen, las elecciones y las sentencias
jurídicas son necesariamente malas194.
Pero,
si a causa del gran aumento demográfico del mundo actual ya se
produce una inevitable deshumanización, este factor se ve
incrementado por el desarrollo de la mentalidad competitiva citada.
Por citar un aspecto de mi experiencia personal, en mi caso, que me
considero una persona sensibilizada con los problemas de los
inmigrantes, a los que ya he hecho alusión en este ensayo, reconozco
que soy incapaz de pasar de un plano abstracto a un plano concreto.
Si cualquier persona, inmigrante o no, me parara por la calle y me
pidiera ayuda, mi primera reacción sería de rechazo.
Si
nos remitimos a los orígenes de esta falta de espíritu caritativo,
parece que surge con una clase social, la burguesía, que antepuso
los valores de productividad y rendimiento económico a cualquier
otra consideración, consiguiendo imponer sus valores a partir de la
Revolución Industrial195.
Hace años tuve que hacer un trabajo sobre una serie de viajeros
extranjeros que visitaron Asturias en el siglo XVIII y, ya desde
aquel momento, me sorprendió la visión negativa que un clérigo
inglés tenía de la atención a los pobres que realizaba la iglesia
asturiana:
Cuando los pobres enferman hay un cómodo hospital siempre dispuesto
a recibirlos.
¿Pero
imagina el lector que todas estas obras piadosas concluyen con el
pauperismo? Cientos de mendigos cubiertos de andrajos y harapos
hormiguean, sucios, por las calles de la población. Esto demuestra
evidentemente que se aumenta el número y la miseria de los pobres,
por la costumbre de subvenir a sus necesidades. ¿Qué estímulo
tienen para el trabajo? ¿Quién bebe agua de la fuente irá a
sacarla al pozo? ¿Un individuo tiene hambre? Pues en un monasterio
le darán de comer. ¿Esta enfermo? Abierto tiene el hospital que le
recibe. ¿Tiene hijos? Pues no tiene necesidad de trabajar para
sostenerlos, que ellos serán provistos, como él. ¿Es enemigo del
trabajo para buscarse el pan de cada día? Pues se retira al
Hospicio…Suprimid la fuente y cada uno desde luego sacará el agua
del pozo. Cerrad el Hospicio, dad sus fondos a otro destino…196
Esta
forma de pensar tan inhumana, en que la ayuda al prójimo se
considera un error, ha sido trasladada en la actualidad a las clases
medias197
y a la sociedad en general. En todas las facetas de la vida lo que
interesa a las personas es conseguir extraer los máximos
rendimientos. Ejemplos se pueden poner numerosísimos. Basta pensar
en el modo en que las empresas reducen derechos de sus asalariados,
prorrateando pagas extras, intentando asegurarlos por menos de ocho
horas al día, haciendo coincidir días de vacaciones con días de
fiesta, u otras prácticas similares, todo con el objetivo de
sacarles el máximo rendimiento y la mayor ganancia.
O,
por continuar poniendo ejemplos de esta mentalidad tan calculadora,
la manera como muchos establecimientos hosteleros intentan cobrar al
cliente por todos los conceptos: por sentarse en la terraza, por usar
los cubiertos, o incrementando el precio de los postres. O, del mismo
modo, como los pisos que se construyen en la actualidad son cada vez
más pequeños, manteniendo, en cambio, unos precios abusivos.
Qué
decir de la SGAE198,
un organismo español que protege los derechos de autor, que está
adquiriendo muy mala fama por los excesos recaudatorios que comete,
como cuando, en fechas recientes, obligó a los alumnos de un
instituto de secundaria a pagar por representar una obra de teatro de
un autor fallecido hace varios siglos. Otro exceso similar, por parte
de otros organismos también desacreditados, son las comisiones que
los bancos cobraron a las personas que mandaron ayuda a los afectados
por el terremoto de Haití. También resultó socialmente indignante
una noticia que apareció hace un par de años en los noticieros en
torno a la indemnización por daños a su vehículo que reclamaba un
conductor a los padres del ciclista que había atropellado,
provocándole la muerte.
De
este tipo de ejemplos se podrían seguir poniendo muchos, pero no
viene al caso. Lo más importante es resaltar que la mentalidad
competitiva actual produce muchos abusos, pero ello no es óbice para
que las personas la acepten de modo mayoritario. La razón de esta
aparente contradicción es que, volviendo al inicio de este apartado,
ninguna persona se siente inferior a otra y no quiere que la sociedad
le ponga límites, o dicho de otra manera, le corte las alas.
En
efecto, la persona prefiere renunciar a un aumento de las garantías
que impidan posibles abusos sobre ella, que a la posibilidad de que
ella misma, cuando tenga poder sobre sus semejantes, no pueda
ejercerlo con total libertad. Al no sentirse nunca menos que su
prójimo, esta segunda posibilidad de llegar a ser poderoso le parece
factible al ser humano, siempre y cuando le dejen desarrollar todas
sus capacidades sin ponerle trabas jurídicas. De ahí que el
individuo moderno confíe tanto en su voluntad199,
o dicho con otras palabras, en su capacidad de cambiar su suerte.
Por
tanto, y resumiendo las ideas principales de este apartado, desde que
el ser humano toma conciencia de sí desarrolla un fuerte sentido
competitivo, que le lleva a rivalizar con el ser ajeno, el cual
participa también de esta misma mentalidad. Todo ello lleva a una
deshumanización de la sociedad, que es aceptada por el individuo,
porque le cuesta reconocerse en el lado de los débiles y se imagina,
por el contrario, en el de los fuertes.
La
principal consecuencia de todos estos cambios de sentir y pensar del
ser humano es que ya no acepta sin más sacrificarse por el grupo,
renunciando a su bienestar personal. Ello es debido a que, al no
sentirse menos que su prójimo, tratará de que el lugar que ocupa en
la sociedad no le avergüence. Al mismo tiempo, y como veremos en el
capítulo siguiente, no se atreve a poner en riesgo con su
individualismo la fortaleza de su sociedad, de ahí que para
justificar este proceder egoísta trate, por un lado, de demostrar su
utilidad social, generando visiones armónicas de la sociedad en que
todos sus miembros cumplen un papel importante y, por otro, trate de
alejar cualquier sospecha de insociabilidad sobre él, mediante la
autocensura de cualquier tipo de comportamiento animal o primitivo
propio.
CAPÍTULO QUINTO: LA
SOBREPROTECCIÓN QUE SE OTORGA EL INDIVIDUO
LA
BÚSQUEDA DE SER SUPERIOR
El
deseo de elevarse por encima del resto de los miembros de su especie
es uno de los aspectos más comunes del ser humano. A lo largo de la
Historia, todas las sociedades complejas que ha creado el hombre se
han caracterizado por sus fuertes jerarquías sociales. O, expresado
de otro modo, el individuo, en cuanto alcanza algún grado importante
de bienestar y, sobre todo, de poder, intenta hacer nítidas las
diferencias entre su posición privilegiada y la de los miembros
inferiores de la sociedad200.
De este deseo de prevalecer unos sobre otros, hay incluso ejemplos
grotescos, como se ve en la siguiente descripción de Galdós, en la
que se recrea en las rivalidades existentes entre unas mendigas a la
hora de tomar posesión del mejor puesto para pedir a la entrada de
una iglesia:
Como
en toda región del mundo hay clases, sin que se exceptúen de esta
división capital las más ínfimas jerarquías, allí no eran todos
los pobres lo mismo. Las viejas, principalmente, no permitían que
se alterase el principio de distinción capital. Las antiguas,
o sea las que llevaban ya veinte o más años de pedir en aquella
iglesia, disfrutaban de preeminencias que por todos eran respetadas,
y las nuevas no tenían más remedio que conformarse. Las
antiguas disfrutaban de los mejores puestos, y a ellas solas
se concedía el derecho de pedir dentro, junto a la pila del agua
bendita. Como el sacristán o coadjutor alterasen esa jurisprudencia
en beneficio de alguna nueva, ya les había caído que hacer.
Armábase tal tumulto, que en muchas ocasiones era forzoso recurrir
a la ronda o a la pareja de vigilancia. En las limosnas colectivas y
en los repartos de bonos llevaban preferencia las antiguas …201
Otro
texto literario hace referencia a jerarquías más comunes, las
existentes por nacimiento entre las personas de condición noble y
las de condición plebeya. El texto es un fragmento de un libro que
retrata la sociedad austriaca del siglo XIX:
Desconocía las leyes que reinaban entre las autoridades reales e
imperiales de Viena. Pero ahora las iba conociendo. De acuerdo con
estas leyes, los ordenanzas se mostraban adustos hasta el momento en
que sacaba su tarjeta de visita y conocían su categoría; a partir
de ese instante se mostraban serviles.202
El igualitarismo es, sobre todo, un fenómeno moderno. E, incluso, se
puede afirmar que, en su actual conformación democrática, es de
ayer mismo. Hay que recordar que, pese a plantearse ya en el siglo
XVIII, la idea de igualdad tardó en calar en las mentalidades, como
se ve en la existencia del sufragio censitario en gran parte de las
constituciones europeas del siglo XIX o en la permanencia hasta no
hace mucho tiempo de tres categorías de pasajeros en los trenes, con
vagones de primera, segunda y tercera203.
Que el heredero de la corona española se haya buscado una novia
plebeya y, más aún, que se haya casado con ella, sería un
acto inconcebible para nuestros abuelos204.
Tradicionalmente, para los hombres de condición elevada había
existido un desdoblamiento amoroso en que “había respeto hacia
la mujer de igual linaje y descarga del deseo erótico o del amor
carnal en las mujeres de las clases inferiores205”.
Las dudas que le asaltan al bienintencionado protagonista de una
novela realista decimonónica son un buen ejemplo:
Sin otra discusión, la muchacha rompió a andar, y, Rogelio, por
instinto, se colocó a su izquierda, como haría con una dama. A los
diez pasos le pesaba ya su galantería. En primer lugar, menuda
chacota le arrimarían sus compañeros si acertaban a acompañarle
tan cortés a una individua de pañuelo a la cabeza y saya lisa de
merino. En segundo, Rogelio atravesaba esa edad en que un chico
criado algo falderamente, en la casta atmósfera maternal, no puede
evitar una impresión de cortedad penosa cuando trata con mujeres
desconocidas aún. Cierto que las de condición inferior no le
atarugaban tanto... 206
Si nos remontamos en el tiempo, se puede apreciar hasta qué punto el
igualitarismo es un fenómeno nuevo e insólito. Un filósofo de la
Antigüedad como Aristóteles, que veía natural la esclavitud207,
mal comprendería razones como que todos los hombres deben tener
todos los mismos derechos. Si se piensa en la sociedad medieval,
también tenía una organización rígida y desigual, con los
llamados órdenes208,
división que habían calado tanto que, por contar una anécdota,
incluso dentro de los monjes había categorías, pues los monjes de
origen campesino, los llamados conversos en la orden cisterciense,
tenían una posición subordinada con respecto a los monjes de origen
nobiliario209.
Pero
es fuera de la sociedad occidental donde existe el mejor ejemplo de
esta tendencia a codificar las desigualdades sociales. El caso de la
India y su sistema de castas es paradigmático210.
La marginación que sufría la casta inferior, los denominados
intocables, por parte de las castas superiores, demuestra hasta qué
punto es natural para el ser humano sentir desprecio hacia otros
seres humanos menos afortunados.
Como
ejemplo del horror que produce contemporaneamente este sistema de
castas, transcribo a continuación un párrafo de un libro que lo
denuncia, aunque lo hace con un cierto toque sensacionalista, ya que
trata de la agresión sexual sufrida por una mujer de la casta de los
intocables por parte de miembros de una casta superior:
Aunque
grité, chillé y di alaridos, nadie salió de su casa, para
contemplar mi nueva humillación. Esperaron hasta que estar seguros
de que se habían ido los thakures. Todos temían que luego pudieran
citarles de testigos (…)
Nadie acudiría en mi ayuda. Uno de ellos incluso felicitó a mi
madre por haber dado a luz a una chica tan guapa.
-Ha sido muy divertido- me comentó con sorna, cuando ya salían de
la aldea-. Acuérdate de enviarla a vernos de vez en cuando.
Era el peor insulto que podía ocurrírsele. Con aquellas palabras,
lanzadas al aire en el momento en que los vecinos salieron al fin de
su escondite, me marcaba como una perdida a la que tenían en su
poder.
Empecé
a comprender que no era sólo la pobreza lo que nos convertía en
víctimas, sino también haber nacido en una casta inferior.211
Esta
subordinación de unos seres humanos por parte de otros
históricamente se ha potenciado rebajando la condición de los
individuos que ocupan los lugares más bajos de la sociedad, hasta
convertirlos en poco más que animales con forma humana, y sublimando
la condición de los que ocupan los lugares más altos, hasta
acercarlos a los dioses.
Del
primer aspecto es un buen ejemplo, regresando a la India, la
consideración que tenían los intocables como seres impuros, de modo
que todo lo que tocaban lo contaminaban, por lo que, a consecuencia
de ello, un miembro de una casta superior no podía acercarse a los
intocables sin tener luego que efectuar ceremonias de purificación.
Del segundo aspecto un ejemplo es el carácter sagrado que tenían
los reyes o los gobernantes en tiempos pasados.
LA DESACRALIZACIÓN DE LOS GOBERNANTES
Con
respecto a la última cuestión del apartado anterior, prácticas tan
extrañas como la veneración de los excrementos del Dalai Lama212
señalan hasta qué extremo las personas dominantes de la sociedad
tenían una consideración especial por parte del resto. Tocante a
este punto también es significativo el modo en cómo los campesinos
medievales querían tocar al emperador alemán Enrique IV, pese a
estar excomulgado, porque pensaban que, gracias a ello, sus cosechas
serían mejores213.
O, por volver a cuestiones escatológicas, el hecho de que los
cortesanos de Versalles consideraban un gran honor ver a Luis XIV dar
rienda suelta a sus intestinos, como si nada en la figura real
pudiera ser vulgar214.
Acerca
de este tipo de extremada veneración de los dirigentes de una
sociedad, nada mejor que reproducir el siguiente fragmento de un
libro de novela histórica:
Entonces,
como es lógico, el Duque volvía a sufrir el desgarramiento de
vómitos atroces, y como nos había tomado a Baltasar y a mí
especial cariño, nos tocaba a nosotros el privilegio insigne de
sostener, el uno la señoril frente, el otro el áureo orinal,
mientras que los testimonios desfigurados de su última comida
desertaban violentamente el cofre de sus entrañas215.
Esta
sacralización tan exagerada de los gobernantes tiene su razón de
ser, al responder a propósitos que pueden ser considerados
políticos. Es lógico dejar que gobierne o dirija al grupo aquellos
de sus componentes que son mejores o superiores. Por tanto,
conscientes de este requerimiento, las personas que estaban en el
poder era las primeras que se preocupaban de dar una imagen de
majestad, apropiada a su rango. Véase, por ejemplo, el siguiente
texto:
Cuando
el emperador Constancio, el tercer sucesor de Constantino el Grande,
visitó Roma en el año 356, produjo en los habitantes de la ciudad
una impresión de alienígena. Como un “hombre artificial” iba
erguido en su carro de triunfo, inmóvil, con una rígida dignidad
estatuaria. Ningún movimiento de su majestad revelaba participación
alguna en la ceremonia: los aplausos y la admiración de la
muchedumbre resbalaban sobre él. El emperador no buscaba ningún
contacto. 216
El
propósito de este tipo de actitudes graves y solemnes era hacer ver
la distancia enorme que existía entre gobernantes y gobernados, ya
que, como aparece en un libro de arte bizantino, “la
impasibilidad, considerada sobrehumana, era indicio de santidad”217.
Si se ahonda en este comentario de ejemplos provenientes del Imperio
Romano, hay que recordar que en éste fue obligada la divinización
del emperador hasta el ascenso al poder por parte del cristianismo
durante el siglo IV d. C.. El objetivo de esta medida parece claro:
“El culto imperial era, pues, la forma
de expresar la obligada veneración sumisa del pueblo a la persona
del emperador”218.
Siempre
ha sido el sueño de todos los gobernantes que sus decisiones no sean
contestadas por el resto de miembros del grupo que dirigen. Doctrinas
como la de la infalibilidad papal o la importancia que en el pasado
tuvieron los argumentos de autoridad219
demuestran bien este anhelo de los mandatarios de ser
incuestionables. Una estrategia muy frecuente para conseguir este
propósito ha sido la que se está desentrañando en estas líneas,
por un lado elevarse ellos de condición y, por otro, desautorizar al
resto, rebajándoles de condición. De ahí la importancia que tienen
las estrategias para disminuir a la persona y hacerla sentir animal,
a las que ya he aludido en el capítulo tercero.
Sin
embargo, desde que la persona toma conciencia de sí, es más difícil
conseguir que se humille hasta el punto de negarse a sí misma, a no
ser que las presiones en sentido contrario sean excesivas. Más bien,
el cambio que se ha producido en el mundo contemporáneo es el
fenómeno contrario, una democratización del anhelo de ser superior.
La gente corriente, las masas por emplear esta expresión, han
descubierto que los ricos o las clases dirigentes no son seres
especiales, en gran parte debido al aumento de información sobre sus
vicios220,
lo que ha contribuido a desacreditarlos221.
Incluso los líderes religiosos se ven salpicados por frecuentes
escándalos, como le pasa ahora a la Iglesia católica con los
numerosos casos descubiertos de curas pederastas, y ocurrió hace
años con el descubrimiento de los deslices sexuales de algunos
telepredicadores norteamericanos.
La consecuencia de este cambio, en que por un lado hay un descrédito
de las clases superiores y por otro ganan en autoestima las
inferiores, es que, mientras que en las sociedades jerárquicas
antiguas la mayoría de la población aceptaban una posición
sacrificada y sólo una minoría se postulaba a ser superior, en la
actualidad, y como se ha afirmado en el capítulo anterior, todas las
personas o, al menos, un gran número de ellas compiten por
sobresalir.
Para
alcanzar este estado en que se respeta la libertad del ser humano
para ascender en la escala social, se han eliminado muchas de las
barreras o prejuicios que codificaban las sociedades, en especial el
de la diferencia de status según el nacimiento. Otros de estos
prejuicios, sobre todo, los raciales, son más difíciles de
suprimir222,
aunque, como consecuencia de las últimas elecciones presidenciales
estadounidenses ha llegado una persona negra a la presidencia del
país más poderoso del mundo, lo que no puede por menos de
considerarse un hito.
En la actualidad la lucha por situarse socialmente por encima de sus
semejantes, está determinada para el ser humano sobre todo por un
factor esencial, el dinero. La riqueza es lo que condiciona el status
que las personas ocupan en la sociedad y, ante esta evidencia, a
veces, conviene resignarse. Citando a Adam Smith:
Que
el amor al dinero es la causa de todos los males es algo que puede
discutirse. Adam Smith, profeta para muchos de una autoridad sólo
ligeramente inferior a los de la Biblia, pensaba, en 1776, que de
todas las ocupaciones a que hasta entonces se había dedicado el
hombre- guerra, política, religión, diversiones violentas, sadismo
no compensado-, la de ganar dinero era, socialmente, la menos
perjudicial. 223
El
propósito de ganar dinero es, pues, un elemento de relación entre
los seres humanos relativamente civilizado. Incluso, si se lograra
alcanzar un equilibrio entre las ambiciones personales y las
necesidades humanas, podría ser un mecanismo para reducir la
injusticia en el mundo, sin necesidad de que el ser humano tenga que
renunciar a conseguir beneficios propios para mantener la unidad y la
cohesión de su grupo.
Sin
embargo, es difícil que éste equilibrio se consiga de manera
racional, en parte por factores ya citados, como el subjetivismo o el
miedo al engaño, y, en parte, por un factor que se analiza a
continuación, y que introduce un nuevo elemento de distorsión para
que el ser humano tenga un juicio mesurado sobre los límites a los
que debe aspirar en sociedad.
En el
capítulo primero ya se había tocado la cuestión de hasta qué
punto el ser humano es capaz de ser acaparador, sin poner ninguna
medida a su ambición. La posesión de bienes y dinero llega a ser
hasta tal punto una obsesión para aquellas personas que ya disponen
de demasiada riqueza, que este egoísmo sólo se puede analizar si se
aborda desde una nueva perspectiva. En resumen, si el propósito de
ganar dinero por medios pacíficos no un cauce integrador en las
sociedades, se debe a la aparición de un nuevo miedo, por el que el
ser humano casi siempre se deja arrastrar.
EL MIEDO PSICOLÓGICO A LA MUERTE
Se
había empezado este ensayo analizando la cuestión de la fragilidad
humana y el modo en que determina muchos de los comportamientos
humanos, sobre todo el incremento del subjetivismo debido a la
autoidealización que provoca en la persona. De entre todos los
temores asociados a la fragilidad humana, el más evidente es el
miedo a la muerte. Como se afirma en un libro, “hay
que luchar para no morir, porque la muerte no es sino vacío,
negación, nada absoluto, olvido”224.
Sin
embargo, este miedo a la muerte puede permanecer larvado si el ser
humano tiene otras preocupaciones más urgentes, como subvenir a sus
necesidades inmediatas o intentar asegurarse un futuro en que su vida
tenga unas mínimas condiciones de bienestar. En esta lucha diaria
por adquirir un suficiente nivel de vida, muchas veces al ser humano
no le queda espacio para inquietarse por problemas de índole más
metafísico.
Pero,
cuando el ser humano se siente a salvo de cualquier contingencia
material o, dicho de otra manera, no teme a un futuro en que pueda
pasar necesidad, el miedo a la muerte resurge
con mucha fuerza. En efecto, cuando el ser humano está libre de
incertidumbres económicas, es el momento en que se empieza a
preocupar más de su ser. La razón es sencilla: la persona que
objetivamente, debido a la riqueza propia acumulada, no ve amenazado
su bienestar, descubre que su enemigo es ella misma. Su
naturaleza tan vulnerable le hace ser consciente de que la abundancia
en la que vive se puede acabar de golpe y éste es una idea que su
mente no soporta. Es, en estos momentos, donde surge con violencia un
trauma existencial, el miedo a la muerte, que golpea con fuerza su
conciencia.
A
este tipo de temor prefiero denominarle miedo psicológico a la
muerte porque la persona que lo sufre no tiene porque estar en
ninguna situación de riesgo. Simplemente, sabe que, por mucho poder
que acumule, su suerte se puede truncar de golpe y, también, que no
puede escapar a ese destino inexorable reservado a todos los
mortales. Es un miedo, por tanto, irracional, que adolece de toda
cura y remedio. El siguiente párrafo, que describe el estado mental
de la esposa del último zar que existió en Rusia, pienso que
expresa la desesperación de las personas aquejadas por este miedo:
La emperatriz, por el contrario, vive agitada por una angustia
continua. "Me ha contagiado sus aprensiones- reconoce,
asustada, la Virubova-; tiene miedo de algo, está asustada por
alguna cosa, aunque ignora qué cosa pueda ser; todo en ella son
presentimientos y temores225"
No
siempre este temor a la muerte se manifiesta con síntomas tan
evidentes, debido a esa capacidad humana de autoengañarse. Sin
embargo, está casi siempre presente en las personas que tienen un
grado de bienestar alto, porque son las que más tienen que perder si
fallecen. Como explica un misionero que trató de llevar el mensaje
evangélico a las tribus de Nueva Guinea en los primeros años del
siglo XX:
“¿Y
si les queremos exponer modelos de vidas santas, hablarles, por
ejemplo, de esos santos penitentes que dormían en el suelo duro o
en cama de leño, que se abstenían de carne y vino? No les causa
emoción alguna; ellos lo hacen todos los días.”226
A
alguien pobre no le gusta morirse, como es obvio, pero disfruta mucho
menos de la vida que alguien rico, por eso es más normal que a este
último le afecte mucho más la perspectiva horrenda de la muerte227.
De ahí que idee todo tipo de expedientes para evitar pensar en ella.
En efecto, dentro de un comportamiento muy humano, a la persona le
cuesta aceptar una visión fatalista de sí misma, de ahí que busque
fórmulas lo más eficaces posibles de consolación.
Por
lo general, la forma de autoengaño más seguida por la gente
enriquecida es la que se explica a continuación. Para evitar sentir
este vértigo de una caída en la nada cuando se tiene todo, la
persona trata de parecer en todo momento superior a los demás, como
forma de sentirse invulnerable. Creyendo que es diferente a los demás
seres humanos, intenta escapar a la evidencia de que comparten la
misma naturaleza y el mismo destino final. Para ello, busca rodearse
de las sensaciones más exquisitas, vivir siempre en un mundo de
plenitud, que le haga olvidar los aspectos más sórdidos de la
existencia, incluido el temible recuerdo de la muerte.
En
otras palabras, trata de vivir de espaldas a su propio ser, creando
una nueva realidad en la que no se sienta amenazado. Necesita, en su
fuero interno, alejarse de su naturaleza animal o sublimarla, de modo
que se vea a sí mismo como un ser superior, al que no afecten las
leyes de la naturaleza, o dicho con más claridad, necesita sentirse
imperecedero. De ahí, en parte, ese culto a lo bello que se
desarrolla en el ser humano en cuanto alcanza un elevado nivel de
vida, entendida la belleza como la selección de aquellos aspectos
que alejan al ser humano del recuerdo de lo abominable de su
naturaleza. De esta obsesión estética de muchos seres humanos
adinerados es un buen ejemplo el siguiente párrafo literario:
No
tiene usted más que unos pocos años para vivir verdaderamente,
perfectamente, plenamente. Cuando su juventud se desvanezca, su
belleza se irá con ella, y descubrirá usted de pronto que ya no le
quedan triunfos, o tendrá que contentarse con esos pequeños éxitos
que el recuerdo del pasado hace aún más amargos que derrotas. Casa
mes que huye le llevará hacia algo terrible. El tiempo está celoso
de usted y guerrea contra sus lirios y sus rosas. Palidecerá usted,
se hundirán sus mejillas y se apagarán sus ojos. Palidecerá usted
horriblemente.... ¡Ah! Dese cuenta de su juventud mientras la
tiene. No derroche el oro de sus días escuchando a los tediosos que
intentan detener el desesperado fracaso, y defienda su vida del
ignorante, del adocenado, del vulgar228.
Esta
pretensión de huir de la muerte puede sonar a tontería, pero,
cuando se observa el modo en cómo las personas, según van teniendo
riqueza, anteponen sus propios caprichos, por extravagantes que
sean229,
a las necesidades más perentorias ajenas, se entiende mejor. Nadie
nace ciego y sordo para no saber cuando su prójimo necesita ayuda o
cuando reclama justamente unos derechos, pero este miedo a la muerte
condena a los más ricos a perder su lado humano230,
porque su prioridad va a ser la tranquilidad de su espíritu, que
pasa, como se ha dicho, por sentirse en todo momento superior a los
demás. Para entender esta actitud nada mejor que seguir
parafraseando a Oscar Wilde:
Coleccionó de todas partes del mundo los más extraños instrumentos
que pudo encontrar, hasta en las tumbas de los pueblos muertos o
entre las escasas tribus salvajes que han sobrevivido a las
civilizaciones occidentales, y gustábale tocarlos y probarlos (...)
En una ocasión se dedicó al estudio de las joyas, y apareció en
un baile disfrazado de Anne, duque de Joyeuse, almirante de Francia,
con un traje cubierto de 560 perlas. Esta afición le dominó
durante varios años, y, realmente, puede decirse que no le abandonó
nunca (...) Porque aquellos tesoros y todo cuanto él coleccionaba
en su atractiva casa, le servían como medios para olvidar, como
recursos para evadirse por una temporada del temor que le parecía a
veces casi demasiado grande para ser soportado.231
En la
misma línea, el siguiente texto señala la imposibilidad del ser
humano adinerado de marcarse un límite que le permita estar
satisfecho consigo mismo:
Cuando sale por las tardes, antes de ir al Jockey
Club, no sabe de pasos ni de cuadras. Se detiene e los mismos
anticuarios, todos los días, como si por la noche se engrendrara el
desprendimiento entre el objeto y su dueño. Busca lo inhallable, lo
que existe de alguna manera en alguna casa de Buenos Aires. Algún
de marfil o de coral, que le falta a su tetera pompeyana; el Thibon
de Libian aquel, del periodo azul. Después que lo ha conseguido, en
el instante mismo en que se produce el acto carnal entre el objeto y
sus manos, después del dificultoso contacto y la ubicación en su
casa o en Bagatelle, vendrá la tristeza de la realización amorosa.
Y coo un amante desesperado iniciará la búsqueda de algo que
volverá a desear y ansiar con la misma intensidad232.
Una
nueva descripción literaria también colabora a entender la
percepción diferente que tiene la gente privilegiada de la realidad:
Los
señores no son así, claro que no viven ya de cosas ya manipuladas
(...) Son distintos; quizá nos parezcan tan extraños porque han
conquistado algo que todos buscan salvo los santos: poder despreciar
los bienes terrenales a fuerza de poseerlos (...). Ahora les entra
miedo por cosas que nosotros ni siquiera percibimos: he visto a don
Fabrizio, hombre tan serio y tan sensato, enfadarse por un cuello de
camisa mal planchado; y sé de buena fuente que el príncipe de
Láscari no pudo cerrar los ojos toda una noche porque estaba furioso
de que un banquete servido en la lugartenencia no le hubieran
asignado el puesto que le correspondía. Pues bien, ¿no le parece a
usted que esa humanidad que sólo se preocupa por las camisas o por
el protocolo es una humanidad feliz, y por tanto, superior?233
El
ser humano está abocado a desarrollar un fortísimo egoísmo porque,
en su intento por evitar pensar en la muerte, en su búsqueda
desesperada de sobreprotección, sólo le sirven aquellas cosas que
calman de forma momentánea su ansiedad. Ya que a lo largo de estas
páginas he hecho en varias ocasiones referencias a la Iglesia
católica -muchas de ellas negativas, porque reconozco que no soy
nada devoto-, voy a utilizar esta importante institución para
intentar explicar el inmenso alcance de este egoísmo.
Aunque
en la actualidad yo no sea creyente, mi familia sí es practicante, y
una frase recurrente de mi padre, cuando los dirigentes de la
Iglesia no están a la altura de la moral que predican es la de que
“fallan los hombres y no las ideas”234.
Sin entrar en mayores discusiones, ésta es una realidad obvia, pero
que no tiene solución, porque la Iglesia, siempre va a estar
dirigida por personas y, como organismo poderoso que es, estas
personas van a ser importantes, y, en consecuencia, se van a volver
terriblemente egoístas debido a que van a estar afectadas por la
ineludible preocupación por huir de la muerte.
Por
tanto, aunque la doctrina cristiana predique valores como humildad,
mansedumbre, o pobreza, su interiorización por los dirigentes de la
Iglesia va a ser muy difícil porque, como humanos que son, los
aparcarán hasta resolver sus propios temores. De ahí la
contradicción que, a lo largo de la historia, ha existido entre la
moral cristiana y el mal ejemplo dado por la Iglesia con su constante
acumulación de bienes y riquezas. Sólo los miembros de la Iglesia
primitiva, al ser más pobres, parece que escapaban a esta condición
inexorable de intentar protegerse de la muerte.
El
apartado anterior se había terminado haciendo mención al afán de
ganar dinero como una forma de relación entre las personas
relativamente positiva. Pero, si una institución como la Iglesia,
con sus elevados valores, es incapaz de controlar el egoísmo innato
humano, menos lo van a hacer personas cuyo único estímulo es
enriquecerse. De ahí las profundas desigualdades que existen en las
sociedades contemporáneas, a la vez tan prósperas y donde tantas
personas viven en la mayor de las miserias. En este sentido, en
épocas anteriores, la Iglesia fue la primera en condenar la usura235
como uno de los mayores pecados, pero ha sido incapaz de dar ejemplo
por las razones ya explicadas.
Este
dilema de la Iglesia de intentar adecuarse a su doctrina cuando su
posición le impele al egoísmo, trae a escena una nueva cuestión
muy importante. Los miembros más lúcidos de la Iglesia, aunque de
puertas adentro puedan reconocer la hipocresía de algunos de sus
comportamientos, jamás osarán reconocerlo en público, porque, como
personas privilegiadas que son y, que, por ello, mayores beneficios
sacan de la sociedad, no les interesa en absoluto que esta última se
pueda disgregar. Y la mejor forma de no romper una sociedad es que
todos sus miembros mantengan la creencia de no hay nadie que
anteponga su propio interés al del colectivo.
LOS MECANISMOS IRRACIONALES DE COHESIÓN SOCIAL
En
relación con la última afirmación del apartado anterior, pocas
sociedades, por no decir ninguna a no ser en sus estadios más
primitivos, han tenido una conformación igualitaria a lo largo de la
historia236,
lo que no es óbice para que casi todas ellas se hayan basado en
hermosas construcciones mentales. Estas últimas, basadas en
criterios de armonía social, en una inmensa mayoría de los casos
han tenido un carácter claramente irracional, pintando sociedades
idílicas y soñadas, proporcionando con ello visiones muy alejadas
de unas situaciones reales mucho más crudas y tristes.
Por
poner un ejemplo de este contraste entre la imaginación y la
realidad, y ya que en el capítulo tercero he aludido al mito del
buen salvaje, que idealizaba como seres pacíficos y bondadosos a los
pueblos alejados del contacto con la civilización, véase el
siguiente episodio que le ocurrió a una expedición de exploración
portuguesa en las costas sudamericanas:
Moría ya la tarde, y decidieron los portugueses poner sobre la playa
cascabeles, espejos y baratijas y regresar a las naves. Entonces sí
bajaron los nativos. Con un resto de susto agitaron los cascabeles,
y acabaron por reír mirándose en los espejitos. A la mañana
siguiente, los marinos salieron a ver el resultado final de su
política. Los nativos se habían retirado al monte y tenían
encendida una gran hoguera. Ahora eran ellos quienes, por señas,
llamaban a los cristianos (...). Se resolvió enviar un mozo a
parlamentar con ellos. Era un portugués hermoso y esforzado. En
cuanto bajó le hicieron gran círculo en torno. Le miraban, le
tocaban. Parecía que les gustase. De pronto, salió del monte una
mujer blandiendo un terrible garrote, y lo descargó con tal fuerza
sobre la cabeza del mozo, que quedó muerto en el sitio. Veloces,
las mujeres arrastraron el cadáver al monte (…) Al fondo, las
mujeres encendían otra vez la hoguera. Entre las llamas, el
portugués se doró237.
Esta
clase de construcciones mentales, como la recientemente vista del
buen salvaje, tienen un carácter artificial, bebiendo de un
trasfondo imaginario en el que los hombres aceptan un reparto de
tareas equilibrado en beneficio de la sociedad, donde tanto
subordinados como jefes están conformes, y todos se tratan entre sí
con respeto y corrección238.
Son elaboraciones mentales, que justifican sociedades muy desiguales,
y que ya vienen de antiguo, como se ve en el siguiente ejemplo de la
literatura del Egipto de los faraones, en el que un visir egipcio
expone su visión del mundo:
...No
estés orgulloso de tu saber, déjate aconsejar tanto por el
ignorante como por el sabio: no se alcanza el límite del arte, no
hay artista dotado de la perfección. (...) Si conoces a alguien que
discuta en su momento, que sepa dirigir su corazón mejor que tú,
dobla los brazos y encorva la espalda. No arremetas contra él, y él
no te podrá igualar. Podrás humillar a quien habla mal no
mostrándole oposición en su momento, y él será considerado un
ignorante. Tu autocontrol habrá igualado su riqueza. (...) Si eres
un jefe que da órdenes a muchas personas, busca para ti todo tipo
de benevolencia, para que tu mando esté exento de maldad. Es
magnífica la justicia (Maat), perdurable y excelente, no se ve
alterada por el tiempo de Osiris, y se castiga a quien transgrede las
leyes (...)
Observa la verdad, pero no la sobrepases (...)
Se
reconoce a un sabio por lo que sabe, y al noble por su buena acción239.
Aunque
quizá no sea en todos los casos el origen de este tipo de visiones
idílicas, no hay duda que por parte de las élites de cada sociedad,
casi siempre se ha intentado pintar una imagen armoniosa e ideal de
las relaciones entre los diferentes subgrupos que la componen240.
El objetivo se basa en mediatizar cualquier intento de protesta al
orden instituido, haciéndolo aparecer como una muestra de incivismo
absoluta, al estar ya arbitrados cauces pacíficos para lograr la
concordia. O, por decirlo de otra manera, en una sociedad perfecta,
no hay lugar para la protesta241,
porque rompe con la imagen de colaboración necesaria entre los
miembros de esa sociedad.
Este
tipo de construcciones mentales, pese a lo que pueda parecer en
principio por su carácter irreal242,
son muy eficaces ya que dan una tranquilidad psicológica al
individuo corriente, que se siente más seguro si cree que dentro de
su sociedad no pueden existir conflictos. Por lo general, como las
sociedades son desiguales, estas visiones armoniosas han derivado en
algún tipo de paternalismo como se ve en el siguiente texto de un
industrial asturiano del siglo XIX, preocupado ante la aparición de
una mentalidad obrera más reivindicativa:
Cada
uno es indudablemente libre de profesar las opiniones políticas que
crea mejores y no seremos ciertamente nosotros los que en ello
encontremos mal alguno; pero es preciso que cada uno considere su
especial posición antes de tomar en las luchas de los partidos una
parte activa. Ahora bien: todos los que en la industria nos ocupamos
somos ante todo trabajadores, y, por tanto, interesados en que no se
altere el orden público, sin el cual todos los trabajos se
paralizan y el obrero padece más que nadie.... 243
Si se
hace un breve repaso histórico, se ve como estas cosmovisiones
sociales han tenido variadas manifestaciones. Por ejemplo, en China
fue muy característica una sociedad basada en el gobierno de los
letrados, los llamados mandarines, que se han apropiado de la cúspide
social durante largos siglos, apoyándose en una mentalidad, la
confucioniana, acorde a sus intereses244.
Este gobierno de sabios ha sido también la pretensión de muchos
pensadores europeos, como Platón o Tomás Moro245,
aunque en la sociedad occidental nunca se ha llevado a efecto246.
En
otros casos, han sido los militares quienes han creado una sociedad a
su medida, como fue la situación de la Esparta clásica, o son los
religiosos quienes tienen un papel dominante, como en el caso de la
casta sacerdotal budista en el Tíbet o como parece pudo ser la
enorme influencia de los druidas en la sociedad celta. O, también
puede existir un predominio combinado de ambos estamentos, militares
y religiosos, como ocurrió en la sociedad feudal europea.
En el
mundo contemporáneo occidental dos ideologías han sido las que más
modelos de sociedad han generado, el liberalismo y el comunismo.
Ambas sirven para apreciar estas características mencionadas de
predicar una sociedad perfecta. En el liberalismo
se da una impecable sintonía entre el interés individual y el
colectivo, mientras que en el comunismo, aunque parte de una
situación de confrontación, se llega también a un estado ideal de
sociedad con la superación de la lucha de clases.
Ambos sistemas pretenden ser más racionales que los anteriores, en
el sentido de que, con ellos, parece que todos los miembros de la
sociedad deberían sentirse favorecidos de pertenecer a ella, sin que
existan las enormes desigualdades sociales de antaño. Sin embargo,
este propósito es en gran medida un espejismo, ya que los contenidos
irracionales siguen siendo predominantes en ellos. En efecto, como
cualquier cosmovisión anterior, se aprovechan de que al ser humano
le interesa ante todo situarse en un mundo ordenado, así como
conocer el lugar que ocupa en él.
Desde
la caída del Muro de Berlín el comunismo se percibe como un sistema
fracasado, sin embargo, el liberalismo sigue teniendo un gran
predicamento, ya que encaja a la perfección con la creencia de
muchos individuos pertenecientes a las clases medias de que pueden
subir de status gracias a su esfuerzo247.
Tales individuos, mayoritarios en las sociedades desarrolladas,
confían en la cosmovisión liberal porque les proporciona la ilusión
del ascenso social, sin tener que renunciar a hacerlo dentro de una
sociedad ordenada y bien estructurada. En este sentido, que tales
pretensiones de mejora muchas veces no se materialicen, hasta cierto
punto no tiene excesiva importancia mientras se crea en ellas.
En efecto, si las élites sociales tradicionalmente han podido
imponer una idea de armonía o sociedad perfecta irreal, esta
circunstancia ha sido posible porque, debido a la fragilidad humana,
el individuo está de manera insistente y constante persiguiendo
seguridades o de verdades, sobre todo en el plano mental. De ahí el
importante papel que en el pasado han jugado las religiones en las
sociedades, ya que las personas prefieren confiar en un sistema
comprensible de ordenamiento de la realidad en la que viven que
cuestionarse esta última a todo momento.
LAS VERDADES PREVIAMENTE CONSTRUIDAS
Los
seres humanos somos muy dogmáticos. Nos interesan los conocimientos
cerrados porque son aquellos que nos aportan mayor seguridad. De ahí
que la flexibilidad mental no sea una de las cualidades más alabadas
de la especie humana, siendo sus miembros capaces de eternizarse en
eternas discusiones sobre cuestiones irrelevantes. A las personas, en
cuanto entran en posesión de un conocimiento o de una verdad, les
cuesta mucho renunciar a ella248.
Como expresa de modo magistral un escritor francés, “La
tentación del profesor -y de todo hombre sin duda- está en la
ambición de tener siempre razón, de decir triunfalmente la última
palabra249”.
De esta forma de proceder tan común en los seres
humanos, en la que importan más los prejuicios que las capacidades
de razonamiento y observación250,
es fácil dar buenas muestras, como la corriente de pensamiento
surgida en algunas iglesias protestantes, llamada creacionismo, en la
que se niega la teoría de la evolución251.
O, del mismo modo, voy a traer a escena un texto de principios de los
años setenta, en que por parte de la izquierda europea había una
idealización de un sistema tan inhumano como fue la China maoísta,
donde, en aquel momento, estaba en pleno auge la llamada Revolución
Cultural:
Con
la toma del poder por los revolucionarios chinos se introduce una
nueva estrategia en la manera de enfocar los problemas de la ciudad,
e incluso de concebir el papel que en la nueva sociedad debía
desempeñar la ciudad, para corregir los defectos y el significado
que ha tenido la ciudad china en el transcurso de su historia (…)
Parece
que todas estas medidas han tenido, en conjunto, un éxito notable.
Unos veinte millones de emigrantes rurales ingresaron al campo en
los últimos años. Solamente en 1958 y 1959, al inicio de esta
campaña, fueron liberados en Pekín 360.000 metros cuadrados
de oficinas, que fueron transformadas en viviendas, y que se sumaron
a los 3.660.000 metros cuadrados de viviendas construidas en esa
misma capital durante los primeros años de la revolución.
En
materia de higiene, sanidad, servicios públicos (que son gratuitos)
y acercamiento a la cultura, se han hecho grandes progresos. En las
ciudades ha disminuido la delincuencia, y la prostitución y los
fumadores de opio han desaparecido.252
Cualquiera
que haya leído sobre la salvajada que fue la Revolución Cultural,
con su cúmulo innumerable de muertes y humillaciones253,
con toda seguridad no tendrá una visión tan optimista de la China
de Mao como la del texto anterior. En la época en que se escribió
ya había suficiente información para conocer los excesos del
régimen comunista chino, pero, en líneas generales, al ser humano
le importa poco ejercer su sentido crítico si ya tiene la guía de
una verdad superior. Como afirma John Stuart Mill, en la introducción
de un libro en que pugnó inutilmente por defender la igualdad de las
mujeres, ya que en su época se daba por descontada la inferioridad
del sexo femenino:
Pero
sería grave equivocación suponer que la dificultad que he de vencer
es debida a la inopia o a la confusión de las razones en que
descansan mis creencias; no, esta dificultad es la misma que halla
todo el que emprende luchar contra un sentimiento o una idea general
y potente. Cuanto más arraigada está en el sentimiento una
opinión, más vano es que la opongamos argumentos decisivos; parece
como que esos mismos argumentos le prestan fuerza en lugar de
debilitarla254.
La
referencia anterior a la prevalencia de una verdad superior sirve
para introducir otra cuestión importante: cada grupo humano cree que
su forma de concebir su sociedad es la mejor. De ahí que cada
individuo sienta que sus valores son superiores a los de otros
colectivos humanos255.
Este etnocentrismo ha servido también por lo general a las élites
de cada sociedad para imponer una concepción de ésta adecuada a sus
propósitos de predominio256,
ya que los valores sociales, una vez aceptados, son difícilmente
cuestionables porque se sienten por la persona como parte de su
propia identidad257.
Del
modo en que muchas veces las clases dominantes consiguen empapar con
sus valores al resto de la población un buen exponente es lo que
ocurría en la España de la Edad Moderna. En un momento en que la
mayoría de la población tenía que trabajar duramente para salir
adelante, las personas que más estimación tenían por la sociedad
eran las pertenecientes a la aristocracia, clase social que vivía en
la holganza y despreciaba el trabajo manual258.
De ahí, que, como se refleja de forma literaria con el hidalgo que
desempeña el papel de tercer amo del Lazarillo de Tormes, muchas
personas preferían, para no ver disminuido su status social,
disimular su pobreza antes que ponerse a trabajar259.
Otro
ejemplo de como los valores sociales son aceptados como una especie
de cheque en blanco, con escasa capacidad crítica, es la forma en
que sirven para tergiversar la comprensión de la realidad. Por
ejemplo, en las sociedades contemporáneas occidentales, donde el
valor por excelencia es la libertad, se caen en peligrosos
reduccionismos cuando se trata de comprender culturas ajenas. Véase,
por ejemplo, el análisis de un historiador sobre las guerras entre
los griegos y los iraníes del siglo V a.C.:
Asimismo,
el conflicto existente entre los espartanos y el resto de los
griegos, por un lado, y la hueste persa, por otro, no fue sino el
que existía entre la libertad y la esclavitud.260
Poner
a los griegos como defensores de la libertad, cuando la sociedad
griega era esclavista es una gran paradoja261,
y se explica en gran medida porque los occidentales englobamos a los
griegos dentro de nuestra tradición cultural, mientras que los
persas nos suenan a gente extraña, oriental, a la que es más fácil
atribuir defectos.
Esta
consideración de los valores propios como superiores no es baladí,
porque unida a la creencia en que se pueden crear modelos perfectos
de sociedad, da lugar a grandes deformaciones de la percepción de la
realidad que pueden camuflar flagrantes abusos. Continuando con la
historia antigua, a Atenas se la considera la primera democracia
existente, pero este hecho no disculpa su política imperialista, que
fue justificada en su momento por sus dirigentes en base a su
superior modelo de estado.
Contemporáneamente,
para un crítico de la política exterior norteamericana, “derribar
la tiranía en Irak fue algo más que un intento estadounidense de
asegurarse la hegemonía en Oriente Medio: fue el comienzo de una
nueva especie de imperialismo guiado por los principios liberales de
los derechos humanos262”.
Por desgracia, y como es de sobra conocido, pese a estos grandes
principios, la intervención norteamericana en Irak tuvo un carácter
muy negativo, generando un enorme aumento de la inseguridad y del
desgobierno para la mayoría de la población.
EL DESEO DE ASOCIACIÓN CON LOS MEJORES
Dejando
por el momento aparcada la importante cuestión de la formación de
interesados sistemas de valores, otro aspecto clave para entender la
aceptación por parte de la mayoría de la población de valores o
concepciones sociales que muchas veces no les interesan, es que a les
personas les gusta verse reflejadas en los miembros más importantes
de su sociedad. Por el subjetivismo humano, a todos nos gusta
imaginarnos como gente importante y, como pocos son los elegidos que
lo pueden conseguir, los demás buscan alguna forma de identificación
con ellos.
La
admiración y la envidia que despiertan los millonarios o los famosos
entre el resto de la sociedad son proverbiales. Incluso los miembros
de la clase de la burguesía, que es en la que surgió y se
desarrolló la mentalidad actual igualitaria, pretendieron durante la
mayor parte de la Edad Moderna y gran parte de la Contemporánea
imitar a la nobleza en su estilo de vida. Como se afirma en la página
de Antehistoria dedicada a la burguesía: hasta en la sociedad
inglesa -donde, pese a todo, la sociedad era más fluida y las
oportunidades de la burguesía mayores que en el Continente- era el
modo de vida noble, el modelo que todos, comerciantes, industriales o
coloniales afortunados trataban de imitar, aportando incluso detalles
extravagantes263.
Hoy
día, aunque el espíritu igualitario está mucho más asentado entre
el conjunto de la población y la democracia se ha convertido en el
modo de gobierno por excelencia, el deseo de asociación con los
miembros más sobresalientes de la sociedad sigue siendo uno de los
anhelos más fuertes del común de los mortales. La única diferencia
estriba en que, por el mayor espíritu reivindicativo de la gente
corriente, las personas importantes suelen cuidar mucho su imagen, y
no se comportan ya de modo tan despreciativo como, a menudo, en el
pasado lo hacían los ricos con los pobres264.
En un libro que relata bien la miseria, tanto real como moral, de la
España anterior al desarrollismo de los años sesenta del siglo
pasado, se aprecia bien en qué consistían este tipo de actitudes
despóticas:
y así
un día y otro, hasta que una tarde, al cabo de semana y media de
salir al campo, según descendía Paco, el Bajo, de una gigantesca
encina, le falló la pierna dormida y cayó, despatarrado, como un
fardo, dos metros delante del señorito Iván, y el señorito Iván,
alarmado, pegó un respingo.
¿será
maricón, a poco me aplastas?
pero
Paco se retorcía en el suelo, y el señorito Iván se aproximó a él
y le sujetó la cabeza,
¿te
lastimaste, Paco?
Pero
Paco, el Bajo, ni podía responder, que el golpe en el pecho le dejó
como sin resuello, y tan sólo, se señalaba la pierna derecha con
insistencia (…)
y el
señorito Iván,
¿qué
no te tiene? ¡anda! no me seas aprensivo, Paco, si la dejas enfriar
va a ser peor,
Mas
Paco, el Bajo, intentó dar un paso y cayó,
no
puedo, señorito, está mancada, yo mismo sentí como tronzaba el
hueso,
y el
señorito Iván,
también
es mariconada, coño, y ¿quién va a amarrarme el cimbel ahora con
la junta de torcaces que hay en las Planas?265
Este
tipo de actitudes, hoy día, son condenables, al menos públicamente,
ya que las personas han aprendido a reaccionar ante los desprecios
con una mayor viveza. Hoy día resultaría incomprensible, como
ocurría muy a menudo en el pasado, que un rico golpeara o maltratara
a sus criados266.
Es más, tiene la obligación de hacerles un contrato en regla y
respetar sus derechos laborales, al menos en teoría. Por tanto, el
poderoso debe mantener una actitud de respeto aparente hacia su
inferior que nada tiene que ver con el desprecio que durante la Edad
Media las clases nobles sentían hacia los campesinos, los cuales
conformaron la mayor parte de la población mundial hasta el siglo
XIX. De este menosprecio da buena cuenta el texto siguiente:
El
campesino es el productor principal del mundo cristiano, esto no se
pone en duda, pero el trabajo no le pertenece y su condición tiene
que ser la de servir con sus manos. Es así como piensan hasta el
siglo XIII los dueños del suelo e incluso los de las ideas: para los
goliardos, pese a estar enfrentados al orden social, el campesino es
un ladrón, un animal; para los obispos y abades son unos descarados
cuando reclaman un bien; para Rutebeuf unos apestosos que el diablo
no querría tener en el infierno; en las novelas y los poemas
cantados ante los nobles se les llama feos, repelentes y codiciosos
y feroces267.
Pero, pese al mayor cuidado en las formas, las diferencias sociales
siguen existiendo y, por ello, se conserva intacto el deseo de
asociación con los famosos por parte de la gente corriente que se
observa, entre otros muchos aspectos, en el modo en que muchas
personas disculpan la evasión de impuestos de las personas famosas.
Hace poco, quien escribe entró en un foro de Internet donde una
chica había planteado la pregunta de que en qué país pagaba
impuestos el piloto de Fórmula 1, Fernando Alonso. A esta muchacha
le llegaron respuestas airadas de todas partes, basadas en el
argumento de que Fernando Alonso era un campeón del que teníamos
que sentirnos orgullosos todos los españoles y que no había que ser
mezquinos con él. Al final, me quedé sin saber la verdad.
Para acabar este apartado, este deseo de asociación con los miembros
más destacados de la sociedad encaja de un modo perfecto con la
teoría liberal, hoy día dominante, de que para cualquier persona es
relativamente factible llegar a convertirse en millonaria. Esta
creencia tan arraigada hace que muchas personas corrientes piensen
como si ya fueran ricos y corran, por ello, riesgos económicos que
no debieran. A este respecto, la crisis histórica más importante
del sistema capitalista, la de la bolsa de Nueva York en 1929, fue
debido en gran medida a esta irresponsabilidad. A ella hace
referencia el siguiente extracto literario:
Por tercera vez en lo que iba de mañana, Giannini suscitó la
cuestión de los pequeños inversores. Preguntó a García si
especulaba.
- No, señor.
- ¿Por qué?
- Muy sencillo. Si un fulano con mucha pasta le vienen mal dadas, puede soportarlo. Pero uno como yo se quedaría arruinado para toda la vida. Si quiero jugar, voy a las carreras.
- ¿Qué harías respecto a las personas modestas que están jugando en Bolsa?
García respondió en seguida.
EL CONCEPTO DE HONOR
La
superior consideración que tiene la gente importante o famosa para
el resto de la sociedad ha hecho que, tradicionalmente, los miembros
más destacados de la sociedad hayan creado un espíritu de cuerpo,
que se ha traducido en un concepto un tanto vago como es el del
honor. En efecto, al sentirse como seres superiores, y los demás
aceptarlos en gran medida como tal, sus relaciones se guían por unos
códigos propios, en gran medida basados en valores diferenciados a
los del resto de la sociedad.
Hoy
día, por supuesto, han desaparecido los duelos de honor y muchas
manifestaciones de este espíritu elitista, en que bajo este cultivo
aparente de cualidades honorables: sinceridad, valentía,
caballerosidad, cortesía269,
se escondía la búsqueda de patrimonialización de la verdad. O,
dicho en otras palabras, la gente importante buscaba que su palabra
valiera más que la de la gente corriente, que es una de las mejores
maneras de que su posición privilegiada no sea discutida.
Por
haber leído repetidas veces cuando era joven el libro de El
padrino de Mario Puzo, no puedo evitar, cuando escucho la palabra
honor, pensar en los graves y ceremoniosos asesinos retratados en
este libro que, para justificar su actuación al margen de la ley,
creaban unos códigos de conducta más civilizados que los del
resto de la sociedad. Un ejemplo es el siguiente extracto del libro:
Este había aprendido del mismo Don el arte de la negociación. Nunca
te enojes, le había dicho miles de veces. No profieras
amenaza alguna. Razona con la gente. El arte del razonamiento
consistía en ignorar todos los insultos, todas las amenazas; algo
así como poner la otra mejilla. Hagen había visto al Don sentado en
una mesa de negociaciones durante ocho horas, tragando insultos,
tratando de persuadir a un hombre testarudo para que cambiara su
punto de vista sobre determinado asunto. Al final de las ocho horas,
Don Corleone había levantado las manos en señal de desesperanza, y
dirigiéndose a los otros hombres de la mesa, habia dicho: Es
totalmente imposible razonar con este individuo, y, seguidamente,
levantándose, había salido de la habitación. El individuo
testarudo había palidecido de terror. Alguien corrió a convencer al
Don para que regresara a la mesa de negociaciones. El acuerdo se
había realizado, pero dos meses más tarde, el individuo testarudo
aparecía mortalmente herido en su barbería favorita270.
Las
personas que amparan sus actuaciones con los códigos de honor buscan
conseguir una autoridad moral que disculpe sus malas acciones. En la
actualidad, este crédito mayor de unas personas con respecto a otras
es un aspecto que ha desaparecido de las sociedades, al menos en sus
manifestaciones más extremas. Es difícil imaginar hoy día una
situación en que la prensa no pueda desvelar las miserias de alguien
importante, sólo porque está persona está por encima del bien y
del mal, como ocurría en el pasado con los gobernantes y las clases
superiores en general271.
Sin embargo, y como se ve en el caso de los políticos, a pesar de
poder sospecharse su posible engaño a la opinión pública- y aquí
me viene a la cabeza la última guerra de Irak, iniciada con un
pretexto inexistente, las llamadas armas de destrucción masiva-, las
cualidades externas de una persona siguen pesando mucho a la hora de
creer en sus palabras. De ahí que, para los personajes públicos,
sea tan importante el manejo de las formas272.
Por
tanto, el concepto de honor no ha desaparecido273,
sino que se ha hecho más sutil. Por la conformación actual
democrática de las sociedades no está bien visto que nadie presuma
de códigos diferentes al resto274,
pero sigue siendo una herramienta útil para contar con una mayor
credibilidad resaltar unas facetas humanas en detrimento de otras.
Las facetas que se resaltan son aquellas que alejan al ser humano de
su parte animal275
y, con ello, aparentemente, de su parte egoísta y antisocial. De ahí
que la persona que quiera ser bien considerada por el resto, por lo
general resaltará su lado espiritual y altruista.
Como
en unas páginas más atrás he hecho referencia en un par de
ocasiones a la guerra de Irak, las siguientes frases proceden de un
discurso de quien la promovió, el presidente norteamericano George
Bush: “la supervivencia de la libertad en nuestro suelo depende
cada día mas del éxito de la libertad en las tierras de otros. La
mejor esperanza de paz para nuestro mundo es la expansión de la
libertad en todo el mundo276.”
En principio, unas palabras tan hermosas poco casan con una guerra
tan horrible, hecha en defensa de la libertad277,
pero, como ya decía un pensador del siglo XVIII, La Rochefocauld,
“muchas veces se hace el bien para poder hacer impunemente el
mal”278.
A
veces, este tipo de estrategias son muy eficaces. A mí me gusta
recordar la figura de la princesa inglesa, Lady Di, tristemente
fallecida en un accidente de coche que, a pesar de ser una persona
manirrota, que gastaba a manos llenas y llevaba un tren de vida
fastuoso279,
logró las simpatías de su pueblo por su aparente
amor hacia la gente corriente y por sus obras de caridad. En
otros casos, como el ya citado de George Bush, es más difícil que
el engaño sea tan completo280.
LA LÓGICA DE LOS DOBLES JUICIOS
En
la última parte del apartado anterior se ha tratado un concepto, el
del honor, por el que unos seres humanos pretenden que su testimonio
o palabra valga más que el del resto. Ello nos introduce ante una
demanda bastante corriente, que afecta a cada persona y que se
acentúa en la que es poderosa: el deseo de que la fuente de verdad
no sean los hechos, sino ella misma.
Esta
pretensión irracional se explica porque el ser humano se siente más
seguro cuando lleva la razón, ya que de este modo parece tener mejor
controladas las posibles amenazas que se ciernen sobre su persona. En
el fondo, es un problema que tiene su origen en la fragilidad de la
condición humana, particularidad que, ya se ha dicho, da la clave
para entender muchos de los comportamientos aparentemente
inexplicables del ser humano, tanto de los provocados por los miedos
más primarios, como de los derivados del que he catalogado de miedo
psicológico a la muerte.
Esta
aspiración del individuo de validar su criterio por encima de la
percepción objetiva nos retrotrae al subjetivismo analizado en el
primer capítulo, y hace que, sin ser consciente de ello, el ser
humano aplique raseros diferentes al juzgarse a sí mismo y al juzgar
a los demás. O, dicho de otra forma, a estos últimos es capaz de
juzgarlos con mayor objetividad que a sí mismo. Por tanto, lo que el
ser humano ve justo para los demás, por lo general no le ve de igual
modo aplicado a su persona, de ahí, por ejemplo, la facilidad del
ser humano para caer en un comportamiento corrupto si tiene la
ocasión281.
Sobre
este particular, a mí me gusta pensar, ya que estoy escribiendo este
ensayo con vistas a presentarlo a algún concurso, si aceptaré con
objetividad que no sea premiado cuando llegue el momento en que el
jurado emita su veredicto. Es más que posible que no acepte una
decisión negativa con ecuanimidad, porque los seres humanos tendemos
a ver sólo las virtudes y las cualidades de las obras que hacemos y,
por lo habitual, nos negamos a reconocer sus defectos. Supongo que mi
reacción natural, si la obra premiada no es el ensayo que yo he
escrito, será mostrarme suspicaz y pensar que el ganador ya contaba
con el favor previo del jurado.
La
capacidad del ser humano para alterar la verdad, debido al poder de
su imaginación, ya se ha visto en el primer capítulo. En éste lo
que mayormente interesa es el modo como este aspecto se radicaliza
en el ser humano que ha desarrollado un fuerte egoísmo, debido a su
ansiedad de huir de la muerte por la mejora en su nivel de vida. A su
vez, el análisis de este punto sirve para entender el deseo humano
de buscarse privilegios y conseguir una situación jerárquica
favorable.
Es
obvio que una persona hace un análisis diferente de su sociedad o de
la situación en que se encuentra en ella según las cosas de la vida
le vayan mejor o peor. No es lo mismo pasar por la misma coyuntura
desde una situación de mayor poder que desde otra de más
indefensión como se ve el siguiente texto literario, que trata de un
médico de un psiquiátrico que primero hace recomendaciones a un
paciente y, luego, cuando él está a su vez internado en el mismo
sitio, no entiende sus mismas razones anteriores. En el primer
fragmento se observa el razonamiento del médico antes de su
internamiento:
-
¿Por qué me tiene aquí?
- Porque está enfermo.
- Sí, estoy enfermo. Pero docenas y cientos de locos se pasean en
libertad porque, en su ignorancia, no saben distinguirlos de los
sanos. ¿Por qué estos desgraciados y yo hemos de estar aquí por
todos, como cabezas de turco? Usted, el practicante, el inspector y
toda la canalla del hospital están moralmente muy por debajo de
nosotros. ¿Por qué hemos de permanecer recluidos nosotros y no
ustedes? ¿Dónde está la lógica?
- El
sentido moral y la lógica no tienen nada que ver con esto. Todo
depende de la llamada casualidad. Aquí están los que fueron
recluidos y los que no están se pasean libremente, eso es todo.
En el hecho de que yo sea médico y usted un enfermo mental no
intervienen para nada la moral ni la lógica, es simple casualidad
(…)282
En el
siguiente fragmento ya se ve como el médico, tras su internamiento y
en conversación con uno de los enfermeros, ya no es capaz de ver las
cosas del mismo modo que en el pasado, siendo, en cambio, el
enfermero el que adopta su anterior punto de vista:
Andrei
Efímich se acercó a la puerta y la abrió, pero inmediatamente
Nikita se puso en píe de un salto y le cerró el paso.
- ¿A dónde va? ¡No se puede salir! –dijo- ya es hora de dormir.
- Es sólo un momento; quiero dar una vuelta por el patio –explicó
Andrei Efímich.
- No se puede, no está permitido. Usted mismo lo sabe.
Nikita
cerró la puerta de un portazo y la sujetó apretando con la espalda.
- ¿Qué daño voy a causar a nadie si salgo? –preguntó Andrei
Efímich- ¡No comprendo! ¡Nikita, debo salir! –añadió con voz
trémula - ¡Necesito salir!
- No escandalice; eso no está bien- dijo Nikita sentenciosamente (…)283
Esta
doblez es una característica del ser humano no sólo por su
subjetivismo, sino porque, cada aumento de su nivel de vida, contra
lo que pudiera pensarse, no le de mayor seguridad en sí mismo, sino
todo lo contrario, acentúa su inseguridad, de ahí que trate de
incrementar su poder284.
Los hombres queremos vivir y vivir mejor, de ahí que muchas veces
anulemos la sensibilidad hacia los requerimientos ajenos, si ello
puede suponer un cambio que nos perjudica en nuestras ambiciones. De
ahí que el ser humano, al acostumbrarse a ver más justas sus
pretensiones que las del prójimo, llegue a ver normal cualquier
situación en que él no se vea perjudicado de forma directa.
El
mayor freno a este egoísmo no es tanto la razón como el deseo de no
aparecer ante los demás como un ser antisocial, de ahí que, a
título individual, y volviendo al concepto citado con anterioridad
de honor, por parte de la persona se cultiven aquellos aspectos más
idealistas del hombre, ya que contribuyen a disimular los egoístas285.
También la sociedad por lo general promueve una educación moral,
como ya se ha visto con anterioridad, para impedir la ruptura social.
En este sentido, normalmente la juventud, todavía no tan enseñada
por la vida, es más romántica o parece contener un mayor deseo de
justicia, mientras que, con el paso de los años, los gestos
desinteresados se van volviendo cada vez más escasos.
De
este cambio de proceder, voy a poner un nuevo ejemplo literario
dividido en dos fragmentos, en los que se ve el
cambio operado en el protagonista de un libro, un empresario de la
Francia del siglo XIX. El primero se corresponde a sus pensamientos
cuando aún era joven y el segundo a su forma de obrar cuando ya ha
asumido todas las responsabilidades de dirigir la empresa familiar.
Se
había acostumbrado a considerar como camaradas, o jefes, a los seres
en quienes su abuelo vio siempre sólo proveedores, clientes u
obreros; y por eso los clasificaba ahora según el valor o la
inteligencia que demostraban, y no –como corresponde a un Quesnay-
por su crédito o por su trabajo (…)286
- Es fácil decirlo, señor Quesnay; se conoce que no está usted en
el interior del asunto. Cuando le corre prisa una pieza le cuelga
usted el cartelito: “Urgente”… Y, en los lavaderos se meten
cuatro piezas a la vez en una máquina, y no hay más remedio que
quitar el cartelito …
- Pues no hay que sino volvérselo a poner enseguida.
- ¿Y si cae en manos de uno a quien le dé igual o no sepa leer?
Habría que andar tras ellos todo el santo día. En la tintorería,
si le pedimos un gris a un hombre que ha preparado sus cubetas en
azul o verde, ¿cree usted que va a interrumpirlo todo por una sola
pieza? Reconozca que estaría mal que lo hiciera.
Suspiró fatigado y nervioso.
- “En el fondo – pensó Bernardo- tiene razón”. Pero lo que
dijo en voz alta fue:
-
Todo eso me es por completo indiferente, señor Leclerc. Necesito las
piezas. Lo demás le incumbe a usted287.
Esta
contradicción entre los ideales que muchas veces se tienen cuando no
se ha entrado de lleno en la lucha por la vida y el mayor pragmatismo
existente cuando se asumen responsabilidades, se refleja en las
reflexiones del terrateniente protagonista de un libro, Resurreción,
al que ya he hecho mención varias veces en este texto:
Ahora que se había convertido en un gran propietario, tenía
que elegir entre renunciar a sus dominios, como lo hiciera diez años
atrás con las doscientas desiatinas de tierra de su padre, o
reconocer tácitamente como falsas y erróneas sus antiguas ideas.
Le
era imposible hacer lo primero porque no tenía ningún otro medio de
subsistencia. No quería volver al ejército y, por otra parte,
estaba acostumbrado a llevar un tren de vida a todo lujo y
consideraba que no podía ser de otro modo288
Dando
por finalizado ya a este capítulo, y resumiendo las principales
cuestiones tratadas, si el doble rasero es característico del ser
humano debido a su innato subjetivismo, la mejora en su situación
económica no le lleva a una capacidad de relativizar sus miedos y
ser capaz de ayudar al prójimo, sino todo lo contrario. Según más
poder tenga la persona, va a tratar de usarlo para asentar su
posición y crearse nuevos privilegios. Sólo el miedo a ser
rechazado por la sociedad, hace que el individuo introduzca en su
comportamiento algunos elementos compensatorios, con los que trata de
ganar el crédito suficiente para seguir beneficiándose de su
pertenencia a la sociedad. Pero, en ningún caso, sus renuncias a
favor de la sociedad, supondrán que se arriesgue a una merma real de
su poder, ya que su objetivo prioritario será siempre seguir
aumentando éste.
CAPITULO SEXTO: LOS ASPECTOS
IRRACIONALES COMO FRENO A LAS BUENAS INTENCIONES
DEMASIADOS
FACTORES IRRACIONALES EN LA MORAL
A lo
largo de los capítulos anteriores se han tratado varios de los
principales factores que afectan al comportamiento humano, su
fragilidad, su necesidad de estar integrado en el grupo, el miedo a
la animalización, la aparición de la conciencia de sí y el que he
denominado el miedo psicológico a la muerte.
De
todos ellos, sólo se puede considerar que coadyuva a crear una
sociedad más racional el correspondiente a la conciencia de sí,
pero con bastantes matices, porque, aunque está detrás de una mejor
definición de los derechos humanos, también provoca un aumento de
los conflictos y de la desconfianza hacia el prójimo debido a la
mayor conciencia de su valía por parte del individuo.
No
todos los elementos irracionales anteriores son por completo
negativos, y la prueba es que muchas sociedades humanas han
funcionado a lo largo de la historia con bastante éxito. Pero, si se
entiende por la sociedad deseada aquella que más se acerca a un
trato justo a todos sus miembros, de forma que todos ellos vivan en
la mejor situación posible y que a todos se les reconozcan sus
méritos, sean éstos mayores o pequeños, hay que decir que el
hombre todavía no ha creado una sociedad que se acerque a estas
apetecidas pretensiones.
Es
muy complicado que el hombre mejore la sociedad hasta el punto de que
ésta se base sólo en principios de justicia porque, para ello,
tendría que interiorizar una comprensión de su prójimo que es,
salvo raras excepciones, imposible. Y lo es por los factores ya
mencionados: la fragilidad humana, al reforzar la imaginación,
conduce al subjetivismo; la necesidad de estar integrado en el grupo
debilita la opinión personal, ya que el individuo seguirá el
criterio de su grupo, aunque moralmente sea censurable o incluso le
perjudique; el miedo a la animalización aumenta la inseguridad del
individuo; la conciencia de sí incrementa la competitividad entre
las personas, y, por último, el miedo psicológico a la muerte lleva
a que el egoísmo humano se acentúe en extremo.
De
estas trampas mentales el ser humano es consciente, de ahí que, como
consolación, trate de basar las sociedades en los principios más
ideales posibles porque, a falta de realizaciones concretas, se
ilusiona con utopías. Como se ha visto en el capítulo anterior,
éstas, aunque falsas, también son útiles para mantener la cohesión
social. Al menos, marcan un nivel de referencia moral para los más
poderosos289.
Estos
últimos, por su parte, también tratan de disimular su egoísmo,
para evitar el rechazo ajeno, cultivando valores morales, aunque
éstos, más que en un contenido social, por lo general se basan en
una búsqueda de refinamiento espiritual de la persona, al
aprovecharse de la asociación existente entre la condición animal y
la falta de sociabilidad290.
Hoy día, entre los poderosos, también ha pasado a ser importante el
cultivo de una imagen más respetuosa con el resto de la sociedad,
porque, tras el ciclo de las revoluciones ocurrido durante la Edad
Contemporánea, la posibilidad de su expulsión de la sociedad se ha
vuelto real291.
Esta
disociación mencionada en el párrafo anterior entre valores morales
y valores sociales es una necesidad en el ser humano, porque mientras
su irracionalismo le impele el egoísmo, tampoco puede arriesgarse a
no tener moralidad, ya que esta falta le ocasionaría el rechazo
social. De ahí que el ser humano sea una combinación de luces y
sombras, donde, a veces predominan en sus comportamientos las facetas
más egoístas y otras veces las más nobles. En todo caso, estas
últimas generalmente tienen más un sentido de justificación
personal que de reforma social.
Esta
dualidad humana queda bien reflejada en el siguiente texto, extraido
de uno de los libros más conocidos de la literatura universal:
Pese
a mis dos caras no era, en manera alguna, un hipócrita; las dos
personalidades eran auténticas en mí; no era más sincero cuando
ignoraba las restricciones y me llenaba de oprobio que cuando
trabajaba, a la luz del día, para ampliar mis conocimientos o para
aliviar la miseria y el sufrimiento. Sucedió así, que el derrotero
de mis estudios científicos, que se encaminaba directamente a los
místico lo trascendental arrojo fuerte luz sobre la conciencia de
perenne lucha entre mis dos personalidades. Cada día, y desde ambas
facetas de mi inteligencia, la moral y la intelectual, me acercaba
firmemente a esa verdad a causa de cuyo descubrimiento parcial he
sido condenado a tan espantosa suerte: la de que el hombre en
realidad no es uno, sino que verdaderamente son dos292.
O, de
modo muy similar, extraido de un libro ya citado varias veces en
estas páginas, El otoño de la Edad Media, se hace un breve
análisis psicológico de un político de la última parte del
Medievo:
¿Habrá
que sospechar detrás del rostro del donante de la Madona del
canciller Rolín un ser hipócrita? Ya hemos hablado de la
enigmática coexistencia de pecados como la soberbia, la codicia y
la lujuria con una seria religiosidad y una intensa fe en caracteres
como Felipe de Borgoña y Luis de Orleans293.
Debido
a esta dicotomía humana, es muy difícil predecir el comportamiento
del ser humano, siempre sujeto a sorpresas inesperadas. En mi caso,
que soy muy aficionado a leer libros sobre la historia de la mafia,
uno de los aspectos que más me llama la atención de este tema, es
el cambio de actitud que tuvo el famoso escritor italiano Sciascia,
que, durante muchos años estuvo denunciando con valentía a esta
organización criminal, y, en cambio, cuando una serie de jueces se
dedicaron a perseguirla con firmeza y sin complicidades, se opuso,
con toda su reconocida autoridad moral, a las actuaciones de estos
esforzados jueces. Un historiador aventura la explicación siguiente
a este incomprensible comportamiento de Sciascia:
En
la época que redactó su ataque a los jueces antimafia, Sciascia
estaba mortalmente enfermo. Durante muchos años de soledad había
dedicado todas las sutilezas de su arte a comprender las pautas del
pensamiento mafioso, y ahora se resentía de toda la retórica
antimafia que tanto abundaba. Pero la polémica de Sciascia era algo
más que el arrebato de un hombre díscolo y moribundo. Era la voz
de la desconfianza que varias generaciones de sicilianos parecían
sentir tanto frente a la Mafia como frente al Estado italiano294.
Sea
cual sea la explicación más acertada sobre el proceder de Sciascia,
su caso expone bien la variabilidad característica del ser humano.
La moral, tal como está planteada, no entra en contradicción con la
falta de sensibilidad hacia los problemas ajenos. La moral viene a
ser como una política personal de cada individuo en que trata de
demostrar que es más espiritual que su vecino, o sea, que es menos
animal que él. Pero, alcanzado este objetivo, se esconden enormes
vacíos éticos.
De
ahí que personas tan piadosas como San Bernardo de Claraval puedan
predicar, con la mejor buena fe, una cruzada295,
o, algunos de los líderes de los países del Tercer Mundo en la
lucha por la liberación de sus pueblos hayan acabado siendo
personajes en extremo corruptos, véanse los casos de Sekú
Turé de Guinea o Houphouët Boigny en Costa de Marfil296.
El caso de estos últimos es especialmente sangrante, pues, tras
denunciar la explotación de las potencias coloniales, han creado en
sus países sistemas de gobierno muy injustos, convirtiéndose en
auténticos ladrones de sus conciudadanos.
Estos
líderes corruptos citados, con toda seguridad habían profundizado
en el estudio de nociones como justicia y libertad en el momento
previo a ocupar el poder297,
cuando aún estaban inmersos en la lucha anticolonial, pero, ello no
quita que con posterioridad se hayan convertido en seres asociales.
Ello es una muestra de que la educación moral298
es incapaz de cambiar el lado irracional humano, más bien puede
fortalecer algunas de sus manifestaciones. En efecto, por lo general,
el deseo de perfeccionamiento espiritual de los hombres suele
ocultar una intención de sentirse superior a otras personas, y de
ahí a creerse con más derechos que ellas no hay más que un paso
que, en la mayoría de las ocasiones, se traspasa.
Como
ejemplo de la última afirmación del párrafo anterior, sirve el
siguiente pasaje literario en que se refleja el orgullo de una mujer
culta, virtuosa y casta, cuando un peticionario le pide que interceda
por una prostituta:
Asaltado
por una nueva y terrible duda, Filamón se dispuso a esperar su
regreso. "¿Rebajarse hasta ese extremo? ¿Poner en peligro su
pureza?". ¿Y si esa actitud fuera el corolario de la filosofía
de Hipatia? ¿Y si el egoísmo, el orgullo y el fariseísmo fueran
los únicos frutos de su forma de ver las cosas? ¿Acaso los
resultados no saltaban a la vista? ¿Cuándo había observado un
gesto, oído de su boca una palabra de compasión a favor de los
afligidos, de los pecadores? ... Perdido en tales consideraciones
andaba cuando regresó Teón con una carta en las manos.
De
Hipatia a su distinguido discípulo.
(...)
No soy tan inhumana para reprocharte semejante ruego, igual que nada
tengo que decir de ella por ser lo que es. Debe seguir su propia
naturaleza. ¿Quién podría echarle en cara que el destino haya
dado en dotar a tan hermoso animal de un espíritu tan grosero y
terrenal? ¿Por qué habría nadie de compadecerse de ella? Polvo es
y, y al polvo volverá299.
Ya que el capítulo tercero lo había empezado aludiendo a una
matanza de judíos polacos, me sirve para recordar que una de las
mejores muestras de que la educación superior no va encadenada a la
moral es la de Hans Frank. Este personaje, que fue gobernador de
Polonia en época de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra
Mundial, era un hombre muy culto que, sin embargo, en el ejercicio de
su poder se mostró despiadado. Estas son algunas de sus reflexiones
en esa época:
En
cuanto a los judíos, debo decir francamente que de un modo u de otro
hay que acabar con ellos (…) De todos modos, habrá emigración de
los judíos, ¿qué sucederá con los judíos? Señores, debo
pedirles que resistan a la compasión. Debemos destruir a los judíos
donde los encontremos… Hay en el Gobierno General cerca de tres
millones y medio de judíos… No podemos fusilar a tres millones y
medio de judíos ni podemos envenenarlos. Pero debemos hacer por
erradicarlos de algún modo (…)300
La
cultura o la superioridad espiritual no son, ni mucho menos,
sinónimos de mayor moralidad, por lo menos entendida como
preocupación por la suerte del ser ajeno301.
A veces, existen contrastes realmente interesantes entre las obras de
algunos artistas que emanan belleza y su vida personal turbulenta y
pendenciera. Un caso que me llama la atención, más ahora que hace
poco tiempo que he vuelto de un viaje por Granada, es el de Alonso
Cano, una persona tan delicada en sus trabajos como monstruosa en su
vida privada.
Si
se acuden a ejemplos de la prensa actual se puede seguir apreciando
esta dicotomía característica del ser humano. Hace pocas fechas ha
dimitido un senador norteamericano, que se destacaba en la política
estadounidense por perseguir a homosexuales, al confesar que él
también era homosexual. O, un episodio del mismo tenor,
recientemente, en un control de alcoholemia la policía ha cazado
a un político español, vocal de la comisión de antialcoholemia del
Congreso de los Diputados.
Las actitudes morales, los aparentes perfeccionamientos espirituales
de una persona, no conllevan, ni mucho menos, que sea posible tener
una mayor fiabilidad o confianza en el individuo que las cultiva.
Tampoco, cuando se desvelan casos como los reflejados en el párrafo
anterior, hay que pensar de modo automático en términos de
hipocresía. Guste o no, en el ser humano existe una incapacidad para
ser completamente bueno. Por un lado, quiere evitar que se le
considere un animal, de ahí que quiera ser un ser moral y, por otro,
su egoísmo le impele a buscar reforzar su parcela de poder, de ahí
que tantas veces entren en contradicción sus ideales y sus
actuaciones.
Todo lo anterior no es óbice para que el ser humano siga confiando
en la moral, entendida como conjunto de ideas que impiden la
disolución de la sociedad. Sin embargo, a la mayoría de los hombres
tampoco les interesa una concepción moral basada en una justicia
extrema, porque, en el fondo, lo que persiguen las personas, es una
idea de la sociedad subordinada al interés propio. Ya sea a través
de un golpe de fortuna o resultado del esfuerzo puesto en un empeño
determinado, todo ser humano aspira, sin la menor duda, a convertirse
en un privilegiado.
CONFUSIÓN ENTRE DERECHOS Y PRIVILEGIOS
Tanto
el último apartado del capítulo anterior, como el primer apartado
de este capítulo, son diferentes formas de abordar un problema
crucial, la imposibilidad de que el ser humano quiera, en realidad,
recibir el mismo trato que su vecino. Sólo reclamará con visos de
sinceridad una mayor justicia cuando se encuentre en una situación
de opresión o maltrato, pero, si la ventaja está de su lado, no
entenderá la reivindicación ajena, por objetiva que sea ésta.
En
consecuencia, si hay una razón poderosa que dificultad la
construcción de una sociedad justa para todos los seres humanos, es
la interpretación interesada que éstos hacen de sus derechos. La
visión que las personas tienen de sus derechos es egoísta y nada
generosa, ya que, si viven mal, les sirven para reivindicar una
mejora en sus condiciones de vida, y si viven bien, les sirven para
que nadie intente frenar su afán de lucro.
Una
muestra de lo expresado en el párrafo anterior es la facilidad que
tiene una persona para trazar un análisis diferente de la sociedad
que la rodea según las cosas de la vida le vayan mejor o peor. Si su
situación vital es buena, la persona tenderá a deslegitimar
cualquier muestra ajena de descontento en torno a la realidad social
que opera a su alrededor. Sin embargo, si pasa por una coyuntura
vital negativa, tratará de exagerar sus problemas para poder llegar
a la sensibilidad ajena.
La
explicación de este comportamiento es sencilla. Mientras la persona
padezca de escasez o sufra penurias, sus reclamaciones pasarán
porque la sociedad sea más justa con todos sus miembros. E, incluso
puede llegar a creerse en estos momentos alguien en posesión de la
verdad, y mejor persona que aquellos que sólo piensan en acumular
poder y riquezas. Pero, en cuanto consigue asegurar su prosperidad,
su única ambición pasa a ser, a su vez, la de poseer más bienes y
la de ganar más dinero.
En este sentido, no hay un tránsito definido en la mente humana de
una reclamación racional de mayor justicia a un deseo irracional de
poseer más y más bienes. Mientras el hombre tiene miedo a sufrir
necesidad, sólo piensa en la protección que le puede dar el grupo;
en cuanto está amparado por éste, entonces pasa a desear un
reconocimiento de sus derechos y una mejora material de su
existencia; y, en cuanto asegura esto último, su objetivo es
acumular poder para así sentirse invulnerable y olvidar su futura y
segura muerte. Y, por último, este anhelo de poder llega a ser tan
acuciante, por la necesidad generada de sentirse un ser superior, que
ve lícito muchas veces recurrir a la fuerza para mantenerlo.
En
el capítulo cuarto, había hecho mención de una película,
Invictus, dedicada a un episodio de la vida de Nelson Mandela,
inmediatamente posterior a su liberación de la cárcel y su
proclamación como presidente de su país tras el fin del predominio
blanco en Sudáfrica. Aparte del contenido de esta película, que no
es demasiado relevante, en ella se reflejaban las ansias de justicia
de la población negra tras muchos años de marginación y opresión
por parte de la población blanca. Cualquiera que haya leído sobre
lo atroz que fue el sistema racista del apartheid302
comprenderá el deseo de la población negra de resarcirse de las
ofensas y daños sufridos.
Sin embargo, a lo largo de toda la película aparece un Mandela
conciliador con la población blanca y cuyo único objetivo es la
reconciliación. Sin duda, resulta más fácil esta última si
previamente se está del lado de quien se ha aprovechado de una
situación injusta que, si es al revés, y se ha tenido que sufrir
muchos años en silencio a causa del miedo. El propio Mandela había
pasado muchos años en la cárcel, tras una detención y un juicio
arbitrarios. ¿Por qué este énfasis de Mandela en anular sus
propios sentimientos de desagravio y los de los suyos?
Hay varias razones de peso. En primer lugar, que cualquier tentativa
de eliminar el poder económico de los blancos por la fuerza llevaría
de forma inevitable a una guerra civil en el país y al consiguiente
desastre económico de éste. Pero, también, cualquier rápida
medida legislativa que abogara por un mejor reparto de la riqueza se
encontraría con la oposición de los blancos por muy justo que fuera
su planteamiento. Tanto las clases medias blancas como las clases
ricas se negarían a cualquier concesión, a las primeras porque les
entraría el miedo a ser menos y a las segundas porque necesitan
tener trato de favor para sentirse seguras.
Ambas
reacciones conducirían a una resistencia violenta a las medidas
redistributivas, de ahí que Mandela no haya tenido más remedio que
acudir a una política reformista muy gradual, con la que no
despierte temores irracionales de los poseedores de dinero303,
ya que un análisis pragmático de la realidad dice que este último
es necesario para el desarrollo de un país y hay que contar con la
colaboración de quienes disponen de él.
No hay duda de que esta postura de Mandela tuvo que ser frustrante
para las personas de raza negra que siempre habían vivido en la
miseria y que, con el cambio de régimen, esperaban una mejora de su
situación económica. Todavía hoy día, casi veinte años después,
existen unas bolsas de pobreza enormes en el seno de la sociedad
sudafricana, pero, al menos, ésta no se ha desintegrado en el caos
como les ha pasado a otros países africanos. Pero esta última razón
es poco consuelo para el sudafricano que no ha pasado de pobre en
todos estos años.
Para
Mandela, que parece una persona buena y ejemplar, con toda la
seguridad tuvo que ocasionarle un dolor profundo adoptar la postura
conciliadora que se vio obligado a seguir en sus años de ejercicio
del poder. Fue elegido por millones de personas que esperaban de él
que mejorara su suerte y no pudo hacerlo porque las reformas o
cambios profundos de la sociedad hubieran provocado una reacción
violenta de otras personas. Como dice Torrente Ballester en uno de
sus libros, “la estrategia contra el
statu quo
no puede ser de violencia porque la provoca; pero la otra, la del
asedio lento, tropieza con la impaciencia, con la urgencia”304
No sé hasta qué punto el caso de Mandela es equiparable al del
presidente brasileño Lula da Silva. Este último, procedente de la
clase obrera, llegó al poder hace unos años en Brasil, posiblemente
el país del mundo donde la riqueza esté distribuida de modo más
injusto, y también ha optado por una política reformista. Saco a
escena a este presidente brasileño porque tengo frescas las imágenes
de un documental que emitió la televisión sobre el colectivo
llamado los Sin Tierra, en que se recogía la profunda y lacerante
miseria que existe en el campo en este país sudamericano.
En
este documental, aparte de la pobreza del campo brasileño, en que
muchos de sus moradores vivían como esclavos, se reflejaba también
la postura rígida e inflexible de los hacendados brasileños, que no
sólo no se preocupaban de mejorar las condiciones de vida de los
campesinos, sino que recurrían a la violencia para atajar sus
reclamaciones de mayor justicia. Entre otras cosas, el documental era
un muestrario de los numerosos asesinatos que se ejecutaron por parte
de sicarios desde que empezó el movimiento de protesta de los Sin
Tierra. Como aparece en un libro ya citado, que pone las siguientes
palabras en la boca de un poderoso “siempre
es posible pagar a la mitad de los pobres para que maten a la otra
mitad”.305
A este respecto de la violencia desatada por los terratenientes
brasileños contra los campesinos, habitualmente se tiende a
considerar como algo normal el odio de los más pobres hacia los
ricos por lo injusto de su situación. Pero, en estos planteamientos
de la cuestión social no se valora el hecho contrario, que los más
ricos también pueden llegar a estar llenos de odio hacia los más
pobres si ven amenazada su posición. Manuel Azaña ya advertía este
fenómeno:
Los impulsos ciegos que han desencadenado sobre
España tantos horrores –escribió- han sido el odio y el miedo.
Odio destilado, lentamente, durante años en el corazón de los
desposeídos. Odio de los soberbios, poco dispuestos a soportar la
insolencia de los humildes306.
En
un análisis de una situación de esta clase es fácil caer en un
maniqueísmo, en el que, por volver al asunto anterior, los
hacendados son los malos y los campesinos los buenos307.
Indudablemente, los primeros se comportan de forma inhumana y cruel
con los segundos, pero esta cerrazón no deja de ser una respuesta a
sus propios miedos. Seguramente muchos de ellos son personas buenas,
pero el miedo a descender de su status hace que no tengan ninguna
flexibilidad mental, y sean incapaces de ceder parte de sus riquezas
en beneficio ajeno308.
Al igual que, por ejemplo, me pasa a mí a otro nivel más modesto,
cuando alguien necesitado me pide limosna, por lo general no se la
doy, y aunque me queda la sensación de poder hacer más por él, soy
incapaz de rectificar mi decisión. Y, si esa persona que me pide
limosna insistiera en ello con malos modos, sólo conseguiría
provocar mi irritación309.
Todas
estas digresiones sirven al fin de mostrar como el lado irracional
humano, su tendencia al egoísmo, dificultan la construcción de una
sociedad más justa, incluso cuando llegan al poder gobernantes que
despiertan una esperanza razonable en las personas necesitadas. Sin
embargo, estos gobernantes, si no caen en la mera demagogia, están
atados de píes y manos para adoptar muchas de las medidas que
desearían, porque chocarían con la postura de las clases altas de
la sociedad, que asumen como derechos sus privilegios y, por tanto,
no están dispuestos a renunciar en ningún momento a ellos310.
De
forma muy parecida, en plena crisis económica, uno de los hechos que
más indigna a los ciudadanos de a píe de mi país, España, es el
modo en que el gobierno dio unas ayudas muy cuantiosas a los bancos
sin ponerles ningún tipo de condición. Pero, es tal miedo de los
gobernantes a ofender a los poderosos así como su necesidad del
dinero de éstos311,
que “aunque pueda ser meritorio
prohibir que ineptos ejecutivos que conducen sus empresas a la
quiebra reciban un apretón de manos en su despedida, observaremos
que no se efectúa de manera sistemática un control individual sobre
las firmas individuales o bancos”.312
De
este mismo gobierno español, aunque podría ser extrapolable a
muchos otros gobiernos del mundo, otra actuación ante la crisis que
también demuestra su debilidad ante los poderosos es el miedo a
introducir impuestos a las rentas altas313.
Por el contrario, en una de sus últimas medidas ha decidido una
rebaja salarial a los funcionarios que afecta directamente a quien
escribe y que, de forma innegable, también demuestra otro de los
asertos de estas páginas que, aunque España sea una democracia y,
por tanto, un estado que se funda en el respeto a los derechos del
individuo, estos últimos pueden ser disminuidos para los más
débiles si está en juego la supervivencia del grupo.
Incidiendo en el punto anterior, también es revelador para entender
las mentalidades humanas modernas el éxito que entre el resto de los
trabajadores ha tenido la medida de bajar el sueldo a los
funcionarios, también trabajadores por otra parte. Por un lado, a
las personas de clase media les cuesta no imaginarse que puedan
llegar a ser poderosas o ricas, de ahí que no quieran tocar los
privilegios de las clases altas, por otro lado, no quieren ser menos
que sus semejantes, de ahí que no les guste que otras personas de su
misma condición social tengan mayor seguridad en sus condiciones de
vida.
LA INSEGURIDAD HUMANA
La recién citada rigidez mental de las clases altas de la sociedad,
su dificultad para repartir parte de su riqueza pese a que,
objetivamente, no supondría ninguna merma grande en su nivel de
vida, sirve para asomarse a una cuestión clave que, en la práctica,
hace inviable la edificación de sociedades humanas más justas. Esta
cuestión es la inseguridad que va unida a la condición humana.
Ya en diferentes momentos de las páginas anteriores se han dado
varias razones que explican esta inseguridad tan típica de cada
individuo de la especie humana: su fragilidad física, su
desconocimiento de las intenciones reales ajenas, su miedo a ser
animalizado o el que he llamado miedo psicológico a la muerte. Todas
estas reacciones coadyuvan a que el ser humano tenga una serie de
comportamientos irracionales característicos, por ejemplo, su
dependencia de la opinión mayoritaria de su grupo, debido a ser
incapaz de discrepar de éste por temor a quedar aislado.
Pero existe otro comportamiento fundamental propio de la especie
humano derivado de su inseguridad. En el capítulo anterior ya he
hecho mención a una conducta muy típica del ser humano, que es la
de preferir, a la hora de emitir un juicio, guiarse por los
prejuicios ya hechos que por su capacidad de observación.
El lado irracional es mucho más determinante y tiene mayor
influencia en la conducta humana que el lado racional. Para cualquier
persona es una necesidad tener en su cabeza las claves para
comprender la realidad circundante, aunque tales claves estén faltas
de cualquier justificación seria o sean imposibles de probar o
demostrar. El ser humano requiere conocer sistemas de explicación de
la realidad para sentirse más seguro; si éstos pueden tener una
base científica mejor, de otro modo, es válido cualquier modelo que
sea lo suficientemente completo para dar respuesta a las preguntas
más acuciantes del ser humano sobre la vida y la muerte y que, a ser
posible, pinte una sociedad sin conflictos internos.
En
torno a esta cuestión, es curioso como, a día de hoy, y después de
varios siglos de extraordinario cambio social debido al desarrollo
científico, aún son pocas las personas capaces de renunciar a
Dios314,
por mucho que la existencia de éste sea indemostrable315,
y muchas menos, las que son capaces de renunciar a una concepción
armoniosa y ordenada de su sociedad, aunque todas las ideologías
que, a lo largo de la historia, ha ideado el ser humano han
demostrado la falsedad de sus principios en el momento de su
aplicación. Ni el cristianismo, ni el comunismo, ni el liberalismo o
el confucianismo, por poner varios ejemplos, han conseguido crear un
mundo más justo.
De
la importancia que tienen los prejuicios para determinar la conducta
humana me parece muy acertado el siguiente ejemplo. En la actualidad
existe una obsesión por la limpieza316,
asociada a la higiene y a la salud; en cambio, durante la Edad
Moderna, la creencia era diametralmente opuesta y los europeos
pensaban que bañarse era malo para la salud, así que vivían
inmersos en la más absoluta de las inmundicias, llenos de piojos y
mugre. Como explica un libro dedicado a esta cuestión, que reproduce
una recomendación médica del siglo XVI:
Conviene
prohibir los baños, porque, al salir de ellos, la carne y el cuerpo
son más blandos y los poros están más abiertos, por lo que el
vapor apestado puede entrar rápidamente hacia el interior del
cuerpo y provocar una muerte súbita, lo que ha ocurrido en
diferentes ocasiones317.
Se
pueden citar otros muchos ejemplos de conductas humanas por completo
irracionales318,
lo que no quiere decir que los hombres que las practican sean menos
inteligentes, sino que necesitan de determinadas creencias o
supersticiones para obrar con mayor seguridad en la vida319.
Entre algunas de las más curiosas está la costumbre que tenían los
marineros ingleses en el siglo XVIII de ponerse pendientes porque
pensaban que, gracias a ello, se les mejoraba la vista320
o la fe que tenían los soldados del ejército ruso durante la
Segunda Guerra Mundial en que, si sus novias les permanecían fieles,
ellos no sufrirían daños en la guerra321.
O, del mismo tenor, la creencia en el siglo XVI de que la
zarzaparrilla era eficaz contra la sífilis322
y la superstición medieval de que no se envejece en el tiempo en que
se tarda en oír misa323.
Continuando
con esta relación de despropósitos, también es mencionable la
barbaridad que cometió en el siglo XIX una tribu sudafricana, los
xhosas, de matar todo su ganado por recomendación de sus profetas,
que les habían dicho que, de este modo, ganarían la guerra que
tenían contra los europeos324.
Este último caso sirve para introducir una de las creencias ilógicas
más conocidas, el carácter sagrado de las vacas en la India325,
un país históricamente sometido a frecuentes hambrunas, como la
descrita en el capítulo primero, que renuncia a una reserva de carne
tan importante como es el ganado vacuno.
Si la inclinación del ser humano a dejarse llevar por
comportamientos irracionales es ya de por sí algo inevitable, esta
circunstancia se ve reforzada por un factor conductual
imprescindible, producto de la combinación de dos fuerzas opuestas
que actúan sobre toda persona. Por un lado, todo individuo está
descontento de la fragilidad de su condición, o sea, cada persona se
siente en algún momento infeliz al estar sujeta a la tensión
existente entre la visión idealizada de sí misma y la más cruda
realidad de su completa indefensión. Por otro, la forma más
inmediata de eludir esta zozobra vital es evadirse mentalmente de
ella, a través de estímulos sensoriales tan intensos o placenteros
que hagan al individuo olvidarse o burlarse de sus miedos. Sin
embargo, este recurrir a la magia de las sensaciones es penalizado
por la moral, ya que acerca al ser humano a su lado animal, cuando,
interiormente, el hombre persigue lo contrario, alejarse de su
condición animal.
De
ahí que, por un lado, la ingesta de drogas o muchas de las prácticas
sexuales estén sancionadas moral, e incluso legalmente326,
mientras que, por otro, son los elementos de la vida que mayor
fascinación ejercen sobre el individuo. Pero, incluso, aunque se
contenga dentro de los límites de la moral, la mayoría de los
individuos están a la búsqueda de encontrar sensaciones catárticas,
que les hagan olvidar sus angustias diarias327.
Para un autor que estudia los efectos de las drogas, “volar,
esquiar, hacer paracaidismo y escalar son, a causa de sus sensaciones
internas y de sus peligros externos, actividades en cierto modo
análogas a las experiencias con LSD”328.
Esta
doble pulsión humana, que, por una parte, impele al ser humano a
reforzar su parte espiritual, y, por otra, busca estimular la máximo
las sensaciones físicas de su cuerpo, lleva a los individuos a
grandes contradicciones internas, de las que es un buen exponente la
confusión entre sexo y misticismo que se dio en la España del Siglo
de Oro, donde los místicos trataban de llegar a Dios a través de un
lenguaje de connotaciones eróticas329.
Incluso, para determinados colectivos humanos, como los seguidores
del tantrismo, de los misterios dionisiacos de la antigüedad o la
secta rusa de los khlystos, a la que pertenecía Rasputín, el acto
sexual conducía a Dios. Un autor analiza las creencias de los
khlystos del modo siguiente:
Pero hay que tener en cuenta que el dios de los filósofos es pocas
veces dios de amor, como el de los creyentes. No corre el riesgo de
suscitar ese ardor pasional que, a pesar de la pureza de su objeto,
se ve precisado a utilizar el lenguaje e incluso las emociones del
amor profano. No conoce el peligro erótico que bordea, en sus
principios, el intenso amor de Dios.
Es
fácil imaginar todas las locuras que los materialistas y los
psiquiatras se han apresurado a deducir de esta comparación que se
impone. Su común esfuerzo tiende a presentar como un idéntico
sentimiento sexual todas las variedades del amor, incluso las que
conducen a las austeridades del claustro. La verdad es que un
estudio científico de nuestra vida emocional demuestra, por el
contrario, que para expresar nuestros sentimientos más diversos sólo
disponemos de una reducida cantidad de reacciones orgánicas330.
Esta profunda divergencia entre el deseo de no ser animalizado y el
deseo de disfrutar de las sensaciones más plenas, no puede por menos
de aumentar la confusión interior de la persona y, con ello, la
inseguridad humana, potenciando sus inconvenientes. El principal de
estos últimos es que la inseguridad humana facilita que sean sobre
todo criterios irracionales los que guíen las conductas humanas, lo
que refuerza los comportamientos egoístas, debido a que el ser
humano se contenta con explicarse la realidad que le rodea, antes que
responsabilizarse de su mejora.
Por último, y para cerrar este apartado, otra consecuencia de la
inseguridad humana, que ya se había anticipado en el capítulo
anterior, son los procesos de asociación con los miembros más
importantes de su sociedad. El divismo de algunos grupos musicales o
de algunos futbolistas, que, cuando acuden a algún lugar, se
producen verdaderas peleas entre sus seguidores por acercarse o,
incluso, por tocarles, demuestra la necesidad humana de proyectarse
en otro ser superior.
En mi caso, que soy un apasionado seguidor del ciclismo, como ya he
dicho en el primer capítulo, cuando veo una etapa de montaña, me
espanta el modo en que tienen los aficionados de tocar a los
ciclistas en el momento en que éstos realizan el máximo esfuerzo,
corriendo el riesgo claro de tirarlos. Pese a todas las
recomendaciones en sentido contrario, sin embargo, los aficionados
persisten en este comportamiento, al superponerse el deseo irracional
de comunión con sus ídolos a las más elementales normas de
educación.
Esta continuada falta de aceptación de sí mismo por parte del
hombre ayuda a fortalecer una característica humana ya vista, la
recurrente disolución de su individualidad en el grupo, ya que éste
último por lo general dispone de personas famosas o destacadas con
las que asociarse. A su vez, dentro de esta función proyectiva, el
individuo se puede identificar con los líderes políticos de su
grupo, de ahí a veces el enorme ascendiente o carisma de éstos, ya
que muchas personas se sienten totalmente identificadas con ellos. De
ahí que, incluso en los tiempos actuales, donde la mayor información
contribuye a poner límites a los excesos de los gobernantes, éstos
tengan la adhesión incondicional de muchos de sus gobernados.
Esta
ciega devoción tiene su razón de ser. Al proyectarse en los líderes
políticos de su sociedad, el individuo espera recibir de ellos la
fuerza y la esperanza que le hagan sentirse más protegido. En cierta
forma, si el líder da una imagen de fortaleza, el individuo se
sentirá fuerte también. Por tanto, cuanta más sensación de poder
proyecte el líder, mayor seguridad tendrá el individuo, que se
sentirá partícipe de ese poderío mostrado331.
En la actualidad, el caso más claro es la función de liderazgo que
ejerce el presidente de los Estados Unidos entre sus ciudadanos.
Con
respecto a esta cuestión, hay que recordar que el enorme peso que
tenía la religión en las sociedades antiguas provenía de servir
para reforzar la autoridad de los gobernantes, al crearse vínculos
directos entre éstos y divinidades todopoderosas332.
El culto a la personalidad, tan característico de algunos estados
dictatoriales donde el gobernante adquiere condición divina de
hecho, también va en esta línea, como se ve en siguiente ejemplo de
la Rusia soviética:
El
culto al Jefe llega hasta su divinización (...). Pravda,
del 28 de agosto del mismo año, publica la traducción de un poema
uzbeco que atribuye al Jefe la creación del mundo:
¡Oh, gran Stalin! ¡Oh, Jefe de los pueblos!
Tú que hiciste nacer al hombre,
Tú que fecundas la tiera,
Tú que rejuveneces los siglos,
Tú que haces florecer la primavera,
(...)
Tú, esplendor de mi primavera, oh, tú,
El Salmo 90 de la Biblia expresa en un lenguaje alegórico todas las
inquietudes que perturban al ser humano y su necesidad de confiar en
un ser superior, sea humano o, como ocurre en el caso de este salmo,
divino:
No temerás terrores por la noche, ni flecha voladora por el día,
ni en la tiniebla peste invasora, ni azote que devasta a mediodía,
Caigan mil a tu lado, y diez mil a tu diestra; a ti no ha de
alcanzarte (...)
Pues Yahveh constituye tu refugio, has hecho del Altísimo tu asilo.
A ti no ha de alcanzarte la desgracia, ni a tu tienda acercarse plaga
alguna (...)
Andarás sobre el áspid y la víbora, hollarás al león y al
dragón.
“Pues a mí se adhirió, he de librarle; le ampararé, pues veneró
mi nombre.
Me invocará y le responderé; en la desgracia yo estaré a su lado;
le rescataré y le daré honra.
Le saciaré de dilatados días y le haré
contemplar mi salvación334
Esta
serie de referencias al poder otorgado por el conjunto de la
población a los líderes políticos de una sociedad, conduce de
nuevo a una situación, ya examinada en la parte final del capítulo
anterior, relativa a la manera en que los vínculos sociales, por
encima de las declaraciones morales, se rigen por relaciones de
poder335.
La inseguridad humana conduce a, por un lado, desear que su sociedad
sea la más fuerte, dando carta blanca a sus dirigentes, y, por otro,
como se va a ver a continuación, a desear construir su propia
parcela individual de poder.
LA IDEA DE PODER
La
proyección mental de muchas personas corrientes en el líder de su
sociedad refleja aquello que, en el fondo, desearíamos la mayoría
de los seres humanos. Nuestra mayor aspiración sería tener a
nuestro cargo un montón de servidores incondicionales que nos
siguieran y ayudaran en la realización de nuestros propios anhelos o
necesidades. Un poco a la manera de los reyes o soberanos antiguos,
cuyos deseos eran órdenes336.
Esta ilusión no es posible a no ser en unos pocos casos de
individuos muy afortunados o poderosos. Ello no quita, que,
inclinadas al egoísmo, las personas tratemos de influir en los demás
para que hagan lo que deseamos. Todos nuestros temores se alían para
que intentemos superarlos a través de tener poder sobre nuestro
prójimo.
Hay
diferentes formas de forzar la voluntad ajena, las tres más
importantes son: tener algún tipo de autoridad legal, emplear la
fuerza física o usar de condicionamientos morales. Todas ellas
pueden ir juntas o por separado. El primer caso es propio de los
gobiernos, ya que las personas que dirigen la sociedad suelen
reservarse el derecho a la intimidación física337
así como marcar las pautas morales, amén por supuesto de detentar
la autoridad. En este caso, las relaciones entre gobernantes y
gobernados se suelen basar en un principio de gratitud338,
ya que los primeros concentran tanto poder que a los segundos no les
queda más que estar agradecidos de que no se les trate mal, a
sabiendas de la existencia de una moral basada en el concepto ya
visto de honor, la cual permite que una actuación despótica pueda
ser ocultado con una declaración amable.
Para entender las diferencias que existen entre una relación de
gratitud entre gobernados y gobernantes, frente a un compromiso real
de los segundos hacia los primeros, un documento apropiado son las
siguientes palabras, entresacadas de una autobiografía ficticia de
Nerón:
Otro combate se desarrolló este año, entre el
Senado y yo, a propósito de los impuestos. En esta ocasión quise ir
demasiado rápido, sometiendo a consideración del Senado un proyecto
que aspiraba a suprimir inmediatamente todos los impuestos
indirectos. El pueblo, agobiado por la rapiña de los recaudadores de
impuestos, bien que se merecía un regalo así. Todo el Senado montó
en cólera, y me hicieron retroceder (...) Juntos, pues, fueron
vencidos el emperador y los más pobres. Como compensación, hice que
distrubuyeran entre el pueblo cuatrocientos sestercios por persona. Y
yo recibí las alabanzas del Senado por mi generosidad339.
Aunque la soberanía popular propia de los regímenes políticos
contemporáneos tendría que haber invertido las relaciones de
gratitud tradicionales, ya que los gobernantes deberían estar
agradecidos de ser elegidos por los ciudadanos, en la práctica no es
así. Del modo en que funciona el sentido de gratitud en democracia,
nada mejor que acudir de nuevo a una descripción literaria:
El pueblo elige, pero la maquinaria del partido
domina, y las maquinarias del partido, para ser eficaces, necesitan
mucho dinero. Alguien se lo tiene que dar, y ese alguien, ya sea
individuo, grupo financiero, sindicato o cualquier otra cosa, espera
cierta consideración a cambio340.
De
ahí que, para no depender sólo de la gratitud ajena, las personas,
al menos desde que cobran conciencia de sí, traten de estar en el
lado de los poderosos, de ahí los mecanismos de rivalidad ya
comentados en el capítulo cuarto, en que los individuos o las
empresas compiten entre sí por sobresalir341.
Saben que de otro modo, cuando ocurra, como es el caso actual con la
crisis económica, un problema social a gran escala, ellos serán los
encargados de sacrificarse por su grupo.
Sobre
estas diferencias de trato que da la sociedad al individuo
dependiendo de su status previo, uno de los ejemplos más espantosos
fue el modo en cómo durante la Primera Guerra Mundial, mientras
cientos de miles de soldados británicos morían o quedaban mutilados
en los campos de batalla, los explosivos que usaban su enemigo,
Alemania, eran fabricados con un producto, glicerina, que los
alemanes compraban a los industriales británicos, que así se
enriquecían342.
Este
deseo tan fuerte de prosperar hace que las personas tratemos de
aprovecharnos de nuestro prójimo, con el objeto citado de sentirnos
menos vulnerables. Para ello, la forma de manipulación más usual es
tratar de tener algún tipo de control sobre sus pensamientos,
aprovechándose de los miedos compartidos por todos los seres
humanos. Sólo así se entiende esa preocupación que siempre ha
tenido la iglesia cristiana por salvar las almas, mecanismo de poder
que llega a ser tan enrevesado que, a veces, justifica el asesinato
de un individuo si, con ello, se puede hacer algo por su alma. Así
se entienden las dudas que le asaltan al cura protagonista del
fragmento literario siguiente, procedente de un libro ambientado en
el contexto de la represión de los vencidos en la Guerra Civil
española343:
Quizá de aquella respuesta dependiera la vida de Paco. Lo
quería mucho, pero sus afectos no eran por el hombre, sino por
Dios. Era el suyo un cariño por encima de la muerte y la vida.
Y no podía mentir.
-
¿Sabe usted dónde se esconde? – le preguntaban a un tiempo los
cuatro.
Mosén
Millán contestó bajando la cabeza. Era una afirmación. Podía ser
una afirmación. Cuando se dio cuenta era tarde. Entonces pidió que
le prometieran que no lo matarían. Podrían juzgarlo, y si era
culpable de algo, encarcelarlo, pero no cometer un crimen más. El
centurión de la expresión bondadosa prometió. Entonces Mosen
Millán reveló el escondite de Paco344.
Otras
veces, el intento de sometimiento ajeno se efectúa a través del
proceso de denigrar o animalizar al ser ajeno. Es un tipo de
estrategia que han sufrido mucho las mujeres a lo largo de la
historia a causa de su obligada elección entre el modelo de Eva y el
modelo de la Virgen María, debido a lo cual, a la mujer sólo le
quedaba elegir entre ser perfecta, lo cual es poco menos que
imposible, o ser una pecadora, que era la degradación a la que
quedaban condenadas la inmensa mayoría de las mujeres. Véase el
texto siguiente de Virginia Woolf en que denuncia esta injusta
situación:
Es
muy posible que si el profesor recalcaba con algún énfasis la
inferioridad de la mujer, le interesaba menos esa inferioridad que
su propia superioridad. Eso es lo que él estaba protegiendo de un
modo atolondrado y a gritos, porque para él era una joya de gran
valor. Para ambos sexos la vida es ardua, difícil, una lucha
perpetua. Exige coraje y fuerza gigantesca. Sin esa confianza somos
como niños en la cuna. ¿Y cómo elaborar con más rapidez esa
imponderable calidad, que sin embargo es tan preciosa? ¿Pensando que
los demás valen menos que uno? Pensando que uno tiene alguna innata
superioridad sobre los demás: dinero, o rango, o la nariz recta, o
el óleo de un abuelo por Rommey; porque los artificios patéticos
de la imaginación del hombre no tienen fin. De ahí que para un
patriarca que debe conquistar y gobernar, la importancia enorme de
sentir que muchísima gente – medio género humano es por
naturaleza inferior a él345
Por supuesto, la forma más obvia de tener poder sobre los demás es
disponiendo de mayores bienes y riquezas que ellos, de forma que no
se dependa materialmente de otras personas, y, por el contrario, haya
individuos a los que se pueda comprar, ya de modo directo, o por la
devolución de favores que, con carácter previo, se les ha hecho.
Esta última forma es la que mejor se integra con el egoísmo
consustancial al ser humano ya que este último, según mejora
económicamente, se vuelve más acaparador, y para no sufrir el
rechazo social por su codicia o avaricia, necesita de crear una red
de apoyos sociales entre personas dependientes de él.
Todos
estos mecanismos de dominación conducen a una situación obvia, que
es que no dejan espacio ni lugar para atender a posibles
reclamaciones de una mayor justicia social, lo que hace que el ser
humano sepa que puede quedar abandonado a su suerte en momentos de
apuro346.
La posibilidad de esta circunstancia, como es lógico, no le hace
gracia y hará lo posible por evitarla imitando los peores
comportamientos ajenos. Llegados a este punto, conviene repasar las
razones últimas de la extensión de estas conductas agresivas: el
miedo al subjetivismo ajeno, la prioridad del grupo sobre el
individuo, la competitividad entre personas para no ser menos, el
egoísmo propio del ser humano que se sitúa en el miedo psicológico
a la muerte, etc.
Por
otra parte, también hay un importante factor mental que favorece que
el ser humano priorice una visión egoísta sobre otras
consideraciones éticas o sociales. Este factor es la convicción
social de que quién está arriba o ha escalado puestos en la
sociedad es que ha hecho méritos para ello347.
Dicho, en otras palabras, el dinero santifica y pocas veces se mira
el origen de las grandes fortunas, por lo que la persona que consigue
volverse poderosa siempre se gana la admiración o la envidia ajena.
Quizá no haya nada más abominable que el tráfico de esclavos y,
sin embargo, el rey inglés Jorge III, al contemplar el tren de vida
de un hacendado esclavista, “se quedó
asombrado del lujo de la carroza de uno de estos potentados indianos,
y confesó apesadumbrado que él nunca podría poseer una parecida”348.
Esta
falta de sentido crítico hacia los motivos reales por las que una
persona hace dinero o es poderosa es también lo que provoca que se
establezcan, entre las élites, redes sociales por las que se
favorecen mutuamente los miembros que las componen. Incluso en las
sociedades democráticas actuales, en las que tanto se exalta el
mérito como la forma de promoción del individuo, en la realidad,
para ocupar una buena posición social, cuentan sobre todo las
influencias que se tengan. Son famosos en este sentido los llamados
Corps franceses, colegios de los que salen la mayoría de los altos
funcionarios franceses y también es conocida la manera en que los
más importantes cargos del Civil Service, la burocracia ministerial
inglesa, proceden de las universidades de Oxford y Cambridge349.
Profundizando
un poco en esta cuestión, es un hecho conocido el modo en que el
acceso a la información útil determina en numerosas ocasiones el
éxito que las personas tienen o dejan de tener en sus proyectos. Y
este tipo de información privilegiada no suele estar abierta o ser
fácilmente accesible al gran público. Está claro que, para una
persona corriente hubiera sido más difícil la investigación
siguiente, que un almirante estadounidense emprendió para dar con
las causas del hundimiento de un acorazado de su país, el Maine,
tragedia que estuvo en el origen de una guerra, la ya citada del año
1898 entre Estados Unidos y España:
Para
ciertos conocimientos sobre experiencia naval norteamericana,
consulté al vicealmirante Edwin Hooper, director de Historia Naval.
El vicealmirante Julien LeBourgeois, presidente del Naval War
College, me consiguió los planes de esta institución para el caso
de una guerra con España. Dado mi interes por los aspectos del
derecho internacional, el almirante LeBourgeois pidió al profesor
William Mallison, que entonces ocupaba la cátedra Charles H.
Stockon de Derecho Internacional, que investigara ciertas
cuestiones. El contraalmirante B. R. Inman, director de inteligencia
naval, mandó traducir los documentes españoles y franceses. El
vicealmirante John Boyes, director de telecomunicaciones navales, y
el teniente general Lewis Allen, director de la National Security
Agency, fueron capaces de encontrar versiones descifradas de mensajes
claves350.
Este
tipo de redes elitistas es otra razón que contribuye a que la
persona entienda que la sociedad está guiada por relaciones de
fuerza antes que por principios de justicia, e intente adecuarse a
ello. Además, este ejemplo recién expuesto del almirante
norteamericano también refleja otra de las ventajas de tener poder,
la cual es relevante sobre todo a niveles de autoestima. Una persona
que tiene poder, emite órdenes que deben obedecer sus subordinados,
lo que le evita realizar muchas tareas desagradables. Esta
circunstancia, por supuesto, le permite cultivar mejor su imagen, o
sea, autoidealizarse, lo que, cara a los efectos mencionados de huir
de la parte animal, siempre hace que la persona se sienta mejor
consigo mismo. Con respecto a este punto, resulta irrefutable que no
es la misma postura la de un general que manda a sus soldados a la
batalla y que puede considerar a la guerra como una actividad heroica
y hermosa, que la del soldado que tiene que matar físicamente al
enemigo, que verá en el combate algo sucio y siniestro.
Sobre
esta diferente visión, según te ensucies o no al realizar
una actividad desagradable o cruel, existe un libro que diferencia
entre el punto de vista de los aviadores que bombardeaban a las
ciudades durante la Segunda Guerra Mundial, que no se sentían mal
por hacerlo, y el de los soldados de infantería que sí veían
cuando mataban y, por tanto, tenían remordimientos351.
Citando palabras textuales de este libro, en el ser humano “toda
huella de comportamiento decente, sin embargo, desaparece tan pronto
como se interpone entre los contendientes una moderada distancia”352.
Un diálogo que se produce en lo alto de una noria entre dos
personajes de El último hombre
es clarificador a estos efectos:
- ¿Víctimas?- preguntó-. No seas melodramático,
Rollo. Mira ahí abajo- prosiguió, señalando a través de la
ventana a la gente que se movía como moscas negras en la base de la
noria.-. ¿De verdad podrías sentir lástima si una de esas manchas
dejara de moverse para siempre? Hombre, si te dijera que podías
conseguir veinte libras por cada mancha que se detuviera, ¿de verdad
me dirías que me que quedara con mi dinero sin una vacilación? ¿O
calcularías de cuántas manchas podrías prescindir sin problemas?
Libres de impuestos, oye353.
Por último, el poder, la sensación de ser superior a otra persona
y que la suerte de esta última depende de tus decisiones es siempre
una sensación muy agradable, porque, al sentirse superior a tu
prójimo, el individuo llega a olvidar sus propias limitaciones,
mitigándose sus terrores internos. Como reflexiona un general turco
del siglo XV, al condenar a trabajos forzados a unos condenados:
Mientras
escribía estas palabras que aludían al túnel, experimentó la
familiar sensación del poderoso que tiene en su mano precipitar a
alguien en el abismo. El pensamiento de que algún otro pudiera
disponer asimismo de su propia suerte, en lugar de refrenarlo, lo
fortalecía en la actitud contraria354.
Del mismo tenor son los recuerdos de un juez ruso, haciendo balance
de su vida:
…y
le agradaba tratar afablemente, casi en píe de igualdad, a las
personas que dependían de él, le agradaba dar a entender que él,
capaz de aplastarlas, las trataba amistosamente, con sencillez. Pero
estas personas no eran entonces muchas. Ahora, en cambio, como juez
de instrucción, Ivan Ilich sentía que todos, todos sin excepción,
hasta las personas más graves y satisfechas de sí mismas, estaban
en sus manos, y que sólo escribir ciertas palabras en papel
timbrado bastaba para que ese hombre grave y satisfecho de sí mismo
compareciese ante él en calidad de acusado o testigo, y que, si no
le invitaba a tomar asiento, el otro permanecería de píe ante él
y debería contestar a sus preguntas355.
CONCLUSIONES
A lo largo de todas las páginas anteriores se han analizado
diferentes cuestiones que tratan de las relaciones que se generan
entre las personas que componen una sociedad. Se ha partido de los
miedos propios de cada individuo para ir analizando de manera
sucesiva diferentes temas que informan sobre su conducta, como pueden
ser su necesidad de sentirse parte de un grupo, su miedo a ser
animalizado, la aparición de la conciencia de sí o el modo en que
la mejora de su situación económica refueza su egoísmo.
Finalmente, ha habido un último capítulo dedicado a determinar como
el conjunto de fuerzas irracionales que actúan sobre cada persona
difuminan en gran medida todas sus potenciales buenas intenciones.
Pese a predominar en las páginas anteriores una lectura general
negativa sobre el ser humano, hay que reconocer que, desde la
aparición de una conciencia de sí en grandes masas de población,
sin duda se ha avanzado en la construcción de sociedades más
justas, al menos entre los países más desarrollados que existen en
la actualidad. En estos últimos, grandes contingentes de población
viven con un más que aceptable nivel de vida, situación que
previamente nunca se había dado en la historia de la humanidad.
Tal mejora no quiere decir que a nivel de individuo haya habido
ninguna importante reforma moral. Los cambios han sido debidos a que
las personas corrientes o comunes han abandonado su posición pasiva
tradicional y han adoptado una posición más activa, tanto a la hora
de reclamar sus derechos, como en el momento de no resignarse sólo a
aceptar los peores trabajos de la sociedad.
Sin embargo, son demasiadas las trampas que pone la moral a la
construcción de una sociedad más justa, para pensar que una
evolución permanente en esta dirección pueda ser consistente. Una
prueba de este aserto es el hecho de que, si en la actualidad las
clases medias están retrocediendo en algunos de los derechos
alcanzados con anterioridad, es debido al surgimiento de un fuerte
individualismo entre sus miembros, postura que les hace olvidar
cualquier noción básica de solidaridad y que acaba siendo
perniciosa para sí mismos. A esta situación se refiere un libro,
que describe el estado económico de los jóvenes españoles. Éstos
se sienten atrapados por los bajos salarios pese a su alta
preparación, y, por ello, están aquejados de un enorme nivel de
amargura interior, pero, al mismo tiempo, no tienen ninguna capacidad
para cambiar su sino:
Nadie
puede negar, ni los defensores más encarnizados del mileurismo, que
aún así, una mayoría de ellos se conforma con quejarse, o con
verter ácidos comentarios anónimos que no solucionan conflictos
reales: como individualistas convencidos, no han desarrollado la
capacidad de crear grupos de presión, y las acciones en solitario
poco consiguen356.
Las citadas trampas de la moral se basan en que está planteada de
tal modo que el cultivo del lado espiritual humano sirve para ocultar
su egoísmo, debido a que existe una asociación entre el ser social
y el ser refinado, por el que este último aspecto tiene más valor
para establecer una valoración moral de un individuo que la
evidencia de los posibles actos egoístas que cometa tal persona.
Esta característica de la moral hace que el ser humano tengo muy
poco sentido crítico hacia sí mismo, lo que no hace más que
reforzar su subjetivismo natural.
En
consecuencia, si la moral no sirve para corregir más que en una
mínima medida los comportamientos humanos357,
y el hombre es, de por sí, tan proclive al egoísmo, poca esperanza
queda de una implicación sincera y real de los seres humanos en un
proyecto común de mejora de la sociedad. Es indudable que no todas
las personas son unos monstruos y que hay una cantidad de ellas muy
importante en que predominan las facetas buenas sobre las malas,
pero, hasta esta clase de seres bondadosos, por su inseguridad, se
pueden dejar arrastrar por otros individuos que sí muestran peores
intenciones.
Precisamente,
y acerca de esta escasa esperanza de que se produzca un cambio social
por intermediación del individuo, las morales han incidido siempre
en la idea contraria, para ellas clave, del perfeccionamiento
individual como la vía para la construcción de mundos más justos.
En realidad, si la sociedad ha evolucionado a mejor en estos tres
últimos siglos es debido a que, diferentes grupos humanos, primero
la burguesía y con posterioridad la clase obrera, han defendido sus
intereses escudándose en principios universales de justicia, sin
que, al mismo tiempo, estos grupos hayan llegado a a ser lo
suficientemente poderosos para poder anular de manera definitiva las
reivindicaciones ajenas358.
En este sentido, no ha ocurrido la misma situación que durante los
primeros siglos de nuestra era, en la que los apologetas cristianos,
durante la época de persecución de la Iglesia por parte de los
emperadores romanos, eran unos apóstoles de la tolerancia y, en
cuanto se hicieron con el poder, los cristianos prohibieron el
ejercicio de las otras religiones359.
Por
tanto, la edificación o construcción de una sociedad más justa,
por la propia personalidad del ser humano, es siempre una realización
muy condicional, y sometida a frecuentes retrocesos. Sólo en la
competencia entre los diferentes grupos humanos, como todos ellos
apelan a principios universales de justicia para que la sociedad
admita sus reclamaciones, es posible un cambio a mejor. De otro modo,
hay que admirar la lucidez del escritor y filósofo inglés John
Stuart Mill, que refiriéndose a las masas trabajadoras, decía que
“si se conforman con disfrutar de un
mayor nivel de vida mientras dure, pero no aprenden a reclamarlo,
retrocederán a su viejo nivel de vida360”
En este sentido, y es un punto que ya he tratado con anterioridad,
uno de los mayores inconvenientes que existe en las sociedades
actuales más avanzadas para continuar en la senda del desarrollo de
los derechos sociales es que, al creer que éstos están
garantizados, el individuo ha perdido la conciencia colectiva
necesaria para defenderlos. El descrédito en el que han caído los
sindicatos, al menos en la sociedad española, es una buena muestra
de estas actitudes.
Por desgracia, previsiblemente habrá que esperar a una fuerte caída
en el nivel de vida de la población para que ésta reaccione de
forma generalizada, y eso sólo en el caso de que el temor de volver
a un estado de animalización predomine sobre el señuelo de llegar a
ser poderoso. Quizás, si se llega a este punto, la gente vuelva a
aprender a unirse para protestar. Como me gusta citar a los Sin
Tierra, transcribo a continuación una de sus instrucciones sobre la
ocupación de tierras de los latifundistas, básica para entender la
diferencia entre la protesta individual y la grupal:
Si
la ocupación, en vez de colectiva, fuera una acción individual, el
campesino sería tildado de criminal o de delincuente, pero como es
una reacción en grupo y organizada, la sociedad adopta, por lo
general, otra posición.361
La pasividad de las clases medias y bajas es aún más deprimente si
se tiene en cuenta que los integrantes de las clases altas sí suelen
tener más conciencia de clase para defender con rigor sus intereses.
Como intuye el escritor Raymond Chandler:
Todos los ricos pertenecen al mismo club. Cierto,
existe la competencia; competencia dura, sin contemplaciones, en
materia de circulación, fuentes de noticias, relatos exclusivos.
Siempre que no perjudique el prestigio, los privilegios y la posición
de los propietarios. De lo contrario, desciende la tapadera362.
Dejando de lado la tristeza que me produce la pérdida de derechos
sociales que en la actualidad está habiendo en las sociedades
avanzadas, este retroceso social evidencia que la creencia en un
progreso constante de las sociedades humanas, por medio del cual
éstas caminan hacia la edificación de un mundo mejor, hay que
ponerla en duda, o más bien, como hace el siguiente autor, negarla
por completo:
Las
más habituales de estas narraciones son las teorías del progreso,
en las que se postula que el crecimiento del conocimiento hace
posible que la humanidad avance y mejore su situación. Pero, en
realidad, la humanidad no puede avanzar ni retroceder, porque la
humanidad como tal no puede actuar: no existe ninguna entidad
colectiva que esté dotada de intenciones o fines, sino únicamente
unos esforzados y efímeros animales con sus propias pasiones e
ilusiones individuales.363
Como uno de los mejores exponentes de lo difícil que es creer en la
perfectibilidad humana, reproduzco el siguiente texto, entresacado de
un libro que ya había utilizado con anterioridad, al referirme a la
persecución contra los judíos en la Segunda Guerra Mundial. El
texto es el siguiente:
Helmuth Von Moltke estaba en una reunión del Ministerio de
Exteriores en Berlín con veinticuatro hombres más. Debatían un
decreto legal que expropiaría las propiedades de los judíos
deportados. Veinticuatro de los veinticinco querían aprobar el
decreto; Moltke estaba en contra.
Los
hombres eran camaleones, escribió Moltke a su esposa: “En una
sociedad sana, parecen sanos, en una enferma, como la nuestra,
parecen enfermos. Y en realidad no son una cosa ni la otra. Son mero
relleno364.
Para ir finalizando este ensayo, voy a citar las palabras de un
filósofo chino, de nombre Siun Tsé, poco creyente en las bondades
humanas, que afirmaba lo siguiente:
Consideremos, pues, la naturaleza humana. Desde su nacimiento los
hombres se convierten en la presa del deseo de poseer. Si obedecen a
esta pasión, el resultado es un cúmulo de disputas y de conflictos
que reducen a nada la consideración y la tolerancia mutuas. Desde
su nacimiento los hombres están animados de envidia y odio. Si
obedecen a estas pasiones se originan violencias y muerte que
reducen a la nada la fidelidad y la confianza recíprocas365.
O, de forma muy similar, debo señalar la visión negativa que de
las sociedades humanas tenía Jonathan Swift que, aunque referida a
un modelo de sociedad aristocrática, poco ha cambiado, en esencia,
en la actual sociedad democrática, a tenor de la escasísima
valoración que tienen los políticos actuales entre la población
que gobiernan:
Quedé
disgustado muy particularmente de la historia moderna; pues habiendo
examinado con detenimiento a las personas de mayor nombre en las
cortes de los príncipes durante los últimos cien años, descubrí
cómo escritores prostituidos han extraviado al mundo hasta hacerle
atribuir las mayores hazañas de guerra a los cobardes, los más
sabios consejos a los necios, sinceridad a los aduladores, virtud
romana a los traidores a su país, piedad a los ateos, veracidad a
los espías; cuántas personas inocentes y meritísimas han sido
condenadas a muerte o destierro por secretas influencias de grandes
ministros sobre corrompidos jueces y por la maldad de los bandos;
cuántos villanos se han visto exaltados a los más altos puestos de
confianza, poder, dignidad y provecho; cuán grande es la parte que
en los actos y acontecimientos de cortes, consejos y senados puede
imputarse a parásitos y bufones....366
No sé si hay que llegar a tener estas visiones tan tremendistas y
negativas del ser humano, ya de otro modo sería imposible creer en
la convivencia entre los hombres y habría, como decía Hobbes, que
delegar todo el poder en una autoridad fuerte que, simplemente,
pusiera orden, aunque con ello se volviera a caer en la trampa de
confiar en un ser superior como salvador de la sociedad. En cambio,
sí pienso que muchas veces la falta de confianza en una reforma
integral de los comportamientos egoístas humanos, que en tantas y
tantas ocasiones provoca la confusión aparente de la hipocresía con
la moral, hace entender posturas de tipo existencialista.
En mi caso, reconozco que me encanta esta corriente de pensamiento
debido a su preferencia por retratar perdedores, que faltos de
idealismo, al menos no son completamente cínicos. En concreto, me
fascina el comienzo de un libro francés, que reproduzco a
continuación para dar ya por cerradas estas páginas, con la
esperanza de que su lectura haya resultado entretenida:
Hoy,
mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del
asilo: “Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame”.
Nada quiere decir. Tal vez fue ayer.
El
asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel.
Tomaré el autobús de las dos y llegaré por la tarde, así podré
velarla y regresaré mañana por la noche. He pedido a mi patrón
dos días de permiso que no me podía negar con una excusa semejante.
Pero no parecía satisfecho. Llegué incluso a decirle: “No es
culpa mía367”.
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IRAZAZÁBAL, Pablo J., Robert F.
Kennedy. Sueño roto, en La aventura de la
historia. Nº 101.
KRAUSE, Marianne, Madrid, 1900:
la ciudad de la miseria, en Historia 16. Nº
101.
ORTEGA, Ana Lucía, Una cubana
para España, en Hº 16. Nº 337.
PÉREZ SEGURA, Javier, Au revoir,
Balthus, en Descubrir el arte. Nº 25.
STORCH DE GRACIA, José Jacob, La
Acrópolis de Atenas, en Descubrir el arte.
Nº 30.
WURFAT, Ramy,
Las rutas del expolio. Latinoamérica, en
Descubrir el arte. Nº 42.
INTERNET:
HTTP://ONGMANIA.ORG/INFORME-FOESSA-LA-POBREZA-EN-ESPANA
WWW.EUROPARL.EUROPA.EU/NEWS/PUBLIC/FOCUS_PAGE/008-86242-281-10-41-901-20101008FCS86210-08-10-2010-2010/DEFAULT
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WWW.EL
UNIVERSAL.COM/ESTAMPAS/ANTERIORES/030405/ENCUENTROS3.SHTM
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN PAG. 2
CAPÍTULO PRIMERO: EL
MIEDO, LA PRINCIPAL OBSESIÓN HUMANA
LA
VULNERABILIDAD DEL HOMBRE PAG. 5
LA
AUTOIDEALIZACIÓN PAG. 11
LA
EXAGERADA SUBJETIVIDAD DEL SER HUMANO PAG. 14
EL EGOÍSMO HUMANO PAG. 19
CAPÍTULO SEGUNDO: LA INCORPORACIÓN A UN GRUPO
EL HOMBRE COMO SER SOCIAL PAG. 26
LA COLABORACIÓN NECESARIA Y EL RECELO MUTUO PAG. 33
EL INDIVIDUO SOCIAL PUESTO A PRUEBA PAG. 38
LOS PODEROSOS VÍNCULOS ENTRE MIEMBROS DEL GRUPO PAG. 42
LA IDEA DE ORDEN PAG. 48
CAPÍTULO TERCERO: LA
ZOZOBRA ANTE LA LA POSIBILIDAD
DE CAER EN UN ESTADO ANIMAL
LA ANSIEDAD POR SER
CONSIDERADO PERSONA PAG. 54
EL HORROR A SER ANIMALIZADO PAG.
57
LA FAMILIA, EL PROTECTOR DE LA
CONDICIÓN HUMANA PAG. 63
IDENTIDAD ENTRE CONDICIÓN ANIMAL E
INSOCIABILIDAD PAG. 68
LA EDUCACIÓN MORAL, OBJETIVO DE LOS
GOBERNANTES PAG. 72
LA IRREDUCTIBLE CONDICIÓN ANIMAL DEL
HOMBRE PAG. 77
CAPÍTULO CUARTO: LA CONCIENCIA DE SÍ
EL
MIEDO A SER MENOS PAG. 82
LA VULNERABILIDAD DE LA CONCIENCIA DE
SI PAG. 89
EL SENTIMIENTO DE PROPIEDAD PAG.
92
LA
RESISTENCIA MENTAL A SENTIRSE
INFERIOR PAG. 96
LA
CONVICCIÓN EN LAS CAPACIDADES PROPIAS PAG. 99
CAPÍTULO QUINTO:
LA SOBREPROTECCIÓN QUE SE OTORGA
EL INDIVIDUO
LA
BÚSQUEDA DE SER SUPERIOR PAG. 105
LA
DESACRALIZACIÓN DE LOS GOBERNANTES PAG. 109
EL
MIEDO PSICOLÓGICO A LA MUERTE PAG. 113
LOS
MECANISMOS IRRACIONALES DE COHESIÓN SOCIAL PAG. 119
LAS
VERDADES PREVIAMENTE CONSTRUIDAS PAG. 124
EL
DESEO DE ASOCIACIÓN CON LOS MEJORES PAG. 129
EL
CONCEPTO DE HONOR PAG. 133
LA
LÓGICA DE LOS DOBLES JUICIOS PAG. 137
CAPITULO SEXTO:
LOS ASPECTOS IRRACIONALES COMO FRENO
A LAS BUENAS
INTENCIONES
DEMASIADOS
FACTORES IRRACIONALES EN LA MORAL PAG. 142
CONFUSIÓN
ENTRE DERECHOS Y PRIVILEGIOS PAG. 149
LA
INSEGURIDAD HUMANA PAG. 155
LA
IDEA DE PODER PAG. 163
CONCLUSIONES PAG.
171
BIBLIOGRAFÍA PAG.
177
ÍNDICE PAG.
193
1
Dante identifica a este Papa bajo la imagen de un anciano que “por
cobardía, llevo a cabo la gran renuncia”, en José Luis
González-Balado, Los Papas, Madrid, Acento Editorial, 1996,
pag. 52. Son muy escasos los mandatarios que, de modo voluntario y
sin sufrir presiones externas, han renunciado al poder a lo largo de
la Historia. Entre los más famosos, están los casos de Carlos V o
Diocleciano. Algo menos conocidos son los casos del rey español
Felipe V o del rey aragonés Ramiro II “El monje”. Más
corriente es el caso de mandatarios que se aferran al poder y,
aunque estén seniles, no lo quieren abandonar. Ejemplos recientes,
que me vengan a la memoria, son los casos de Franco, Brézhnev y
Juan Pablo II. Con respecto a esto último, entre los soberanos
antiguos son muy escasos los que siguieron el ejemplo del importante
rey Askia del estado de Songhai, que, viéndose viejo, dimitió en
el año 1528, viviendo aún catorce años más, en AAVV, La
antigüedad: Asia y África. Los primeros griegos, Madrid,
Historia Universal. El País, Tomo III, 2004, pag. 284. Esta escasez
de reyes que dimiten es lo que explica el aprecio popular que tienen
aquellos que lo hacen, como es el caso del monarca inglés Eduardo
VIII, aunque, muchas veces en lo personal, como es el caso de este
personaje, de claras inclinaciones filonazis, no merezcan tal
aprecio.
2
Por citar dos ejemplos históricos, los líderes británico y
francés que firmaron el acuerdo de Munich con Hitler han sido
considerados débiles e ingenuos por la posterior crítica
histórica, y la valoración que tiene el pueblo norteamericano de
la presidencia de un hombre tan apaciguador como Carter es bastante
negativa.
3
Son palabras puestas en boca de Plinio el Viejo por su sobrino,
Plinio el Joven, en María Esperanza Torrego, Plinio el Viejo.
Textos de Historia del Arte, Madrid, Visor, 1987, pag. 12.
4
Estas referencias tienen un carácter un tanto arbitrario ya que,
como es obvio, en gran medida se guían por mis gustos e
inclinaciones personales. Espero que, por lo general, sean atinadas.
Los siete libros a los que más me he referido en las páginas
siguientes son Resurrección, de León Tolstoi; Humo
humano, de Nicholson Baker; El otoño de la Edad Media,
de Johan Huizinga; Mi último suspiro, de Luis Buñuel; El
choque de los fundamentalismos. Cruzadas, yihads y modernidad,
de Tariq Alí; Introducción a la antropología histórica de
Lucy Mair y El largo adiós, de Raymond Chandler.
5
Lobsang Rampa, El ermitaño, Barcelona, Ediciones Destino,
2004, pag. 99.
6
Erich M. Remarque, Sin novedad en el frente,
Madrid, Biblioteca de Selecciones del Reader´s Digest, 1969, pag.
316. Esta cuestión toca de lleno a mi familia debido a que uno de
mis abuelos perdió la razón como consecuencia de la amputación de
una de sus piernas.
7
Este tipo de desgracias son tan inexplicables para el ser humano que
en las sociedades primitivas, cuando ocurrían, se buscaba la causa
en un acto de brujería o demoniaco: los zande saben desde luego
que si le cae a uno encima un árbol el golpe le matará, pero se
preguntan: ¿Por qué habría de caer sobre mí?, en Lucy Mair,
Introducción a la antropología social, Madrid, Alianza
Universidad, 1986, pag. 236.
8
Una reacción de aprensión semejante debía de sufrir Unamuno ante
el paisaje castellano porque, como se explica en una biografía
suya, Unamuno va encontrando en este
paisaje los signos de una acomodación a sus propias preocupaciones.
La eternidad, la trascendencia, la espiritualidad encarnan en estos
llanos, en los que el hombre se siente solo y acongojado frente a
una inmensidad que le sobrepasa y le intimida, en
Luciano González Egido, Miguel de
Unamuno, Valladolid, Junta de Castilla
y León, 1997, pag. 82.
9
Julio Manegat, Ellos siguen pasando, Barcelona, Plaza&Janes,
1979, pags. 159 y ss.
10
C. S. Lewis, Esa horrible fortaleza, Ediciones Orbis, Buenos
Aires, 1986, pag. 178.
11
En Journal de la
santé du roi Louis XIV de l'année 1647 à l'année 1711 (1862), en
http://www.archive.org/details/journaldelasant00fagogoog.
El texto se corresponde a la
parte del diario médico del año 1694.
12
Th. Van Baaren, Las religiones de Asia, Barcelona,
Enciclopedia Esencial, 1967, pag. 122. Este propósito del padre de
Buda recuerda a la Edad de Oro de Hesiodo, un periodo feliz donde
los hombres “vivían sin preocupaciones y sin trabajar,
alimentándose sólo de granos, frutas silvestres y la miel que
goteaba de los árboles, bebiendo leche de oveja y de cabra; nunca
envejecían, bailaban y reían mucho; la muerte no era para ellos
más terrible que el sueño”, en Robert Graves, Los mitos
griegos, Barcelona, RBA, 2009, pag. 44. Añado este comentario
porque en el capítulo cuarto se dedicará un apartado a los modelos
ideales de sociedad que inventa el hombre por su necesidad de
sobreprotección.
13
En mi caso, la preocupación por la pérdida de la juventud me llegó
después de leer una biografía sobre el poeta griego Kavafis, un
hombre traumatizado por esta cuestión. Está obsesión también
está presente en otros intelectuales, por ejemplo, Hemingway se
negaba a afrontar la vejez y la muerte, hasta el punto que para
evitarlas optó por el suicidio, en AAVV, La Guerra Civil
Española y la Segunda Guerra Mundial. 1936-1945, en Historia
Universal. Tomo XVIII, Larousse, 2005, pag. 3349. Para el
importante artista francés Balthus el paso del tiempo se ha
convertido en una de las paranoias más graves del hombre actual, en
Javier Pérez Segura, Au revoir, Balthus, Descubrir el arte.
Nª25, pag. 47. A esta cuestión se volverá más adelante, cuando
se trate la obsesión contemporánea por la belleza del cuerpo
humano.
14
Robert Ardrey, La evolución del hombre: la hipótesis del
cazador, Madrid, Alianza Editorial, 1981, pag. 16.
15
Esta necesidad del hombre de ocultarse información para atreverse a
actuar, es similar a esa creencia popular de que, si las personas
supiéramos la composición de muchos de los alimentos prefabricados
que comemos, ni nos atreveríamos a probarlos. Hay un libro de
principios del siglo XX, La
jungla, de Upton
Sinclair, que denunciaba las prácticas fraudulentas de las empresas
cárnicas a la hora de maximizar beneficios. Basado en este libro
existe un entretenido cómic, cuyas descripciones del trabajo en una
fábrica no tiene desperdicio:
Por ejemplo, no se prestaba ninguna atención a lo
que se cortaba para salchichas. Era carne almacenada en grandes
pilas en habitaciones por cuyas goteras se filtraba agua, y por las
que corrían miles de ratas. Los trabajadores les ponían pan
envenenado y morían, por lo que las ratas, la carne y el pan se
metía en la trituradora.
Peter
Kuper, La jungla,
Barcelona, Editorial Norma, 2006, pag. 11. Sobre la capacidad humana
de autoengaño es interesante un libro que se ocupa a fondo de este
tema: Daniel Goleman, El
punto ciego. Psicología del autoengaño,
Barcelona, Plaza&Janes, 1997.
17
Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid, Alianza
Universidad, 1984, pag. 443.
18
Las siguientes observaciones son de uno de los protagonistas de un
libro de Benedetti, al reencontrarse, después de muchos años, con
un antiguo amigo:
El
adolescente alto, nervioso, bromista, se ha convertido en un
monstruo panzón, con un impresionante cogote, unos labios
carnosos y blandos, una calva con manchas que parece de café
chorreado, y unas horribles bolsas que le cuelgan bajo los ojos y
se le sacuden cuando ríe.
En
Mario Benedetti, La
tregua, Madrid,
Biblioteca el Mundo, 2001, pag. 35.
19
Por ejemplo, una de las razones que se aducen para explicar el
enorme descenso de la población indígena en América Central y del
Sur tras la conquista española es la llamada “desgana vital”,
la pérdida del deseo de vivir de los indios como consecuencia
tanto del traumatismo asociado a la conquista como de la profunda
transformación de su estilo de vida, en Bartolomé Bennassar, La
América española y la América portuguesa (siglos XVI-XVIII),
Madrid, Editorial Sarpe, 1986, pag. 100. Se calcula que desapareció
entre dos terceras partes y tres cuartas partes de la población
nativa tras la llegada de los españoles, Héctor Anabitarte,
Bartolomé de las Casas, Barcelona, Ediciones Castell, 1992,
pag. 16.
20
Lu Sin, La verdadera historia de A Q, Barcelona, Salvat,
1971, pags. 23 y 24.
21
De este victimismo se pueden poner muchos ejemplos, como el de
Felipe II considerar que la realeza es una esclavitud, en Jaime
Contreras, Los Austrias Mayores (1516-1598), en Historia
de España, Tomo VI, Madrid, El Mundo, 2004, pag. 211. O el de
los ricos criollos opinar que “su suerte es más desgraciada
que la del esclavo más mísero”, en Nelson Díaz, La
Independencia Hispanoamericana, Madrid, Historia 16, 1999, pag.
178. O, por citar un ejemplo más reciente, los prósperos
estudiantes universitarios norteamericanos de los años sesenta
considerarse una clase explotada, en Pablo J. Irazazábal, Kennedy
y la Alianza para el progreso, en Historia del siglo XX, T.
25, Madrid Hª16, 68.
22
Sobre este tema hace la siguiente observación un escritor italiano,
que reflexiona sobre la envidiada sociedad sueca de los años
sesenta:
Además, ¿en que´consiste
la verdadera felicidad? ¿Es más feliz un meridional que canta
despreocupadamente aunque no tenga pan para dar a sus hijos, aunque
no haya recibido instrucción, aunque no tenga ninguna seguridad
para el futuro, o un sueco sumido en sus propias reflexiones, que ve
continuamente el mundo a través de un cristal oscuro, pero que no
tiene preocupación alguna por los hijos, por la carrera, por la
vejez?
En Enrico Altavilla, Suecia. Infierno y paraíso, Barcelona,
Círculo de lectores, 1970, pags. 9 y 10.
23
Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, Buenos Aires,
Seix Barrall, 1972, pags. 48 y 49.
24
León Tolstoi, Resurrección, Madrid, Alianza Editorial,
2009, pag. 223.
25
Donna Leon, Vestido para la muerte, Barcelona, Planeta
Agostini, 2006, pag. 96.
26
Karl Gjellerup, El peregrino Kamanita, Madrid, Ediciones
Rueda, 2002, pag. 131. Con respecto a la idea reflejada en este
texto, relacionada con el modo en que los criminales disculpan sus
delitos, es también elocuente la visión que de la mente de los
mafiosos sicilianos tenía un prefecto de policía italiano, Cesare
Mori:
El factor más notable, el que causa mayor perplejidad a quien
estudie la psicología del mafioso típico, es su firme convicción
de que no está obrando mal. Mientras obedezca la ley de la omertá-
ya sea que cometa chantajes, robos o asesinatos- seguirá siendo
para sí, lo mismo que para sus hermanos, un hombre honrado. Estará
en paz con su conciencia.
En, AAVV, Los grandes libros de Selecciones, México,
Reader´s Digest, 1962, pag. 218.
27
Es un caso similar al de los médicos, cuya profesión los debería
hacer más conscientes de los peligros del tabaco, y, al parecer,
son un colectivo que cuenta con un alto índice de fumadores.
28
Orhan Pamuk, Estambul, ciudad y recuerdos, Barcelona,
Debolsillo, 2008, pag. 334.
29
Los grupos humanos tienen una clara inclinación histórica a ser
gobernados por un solo individuo, llámese rey, emperador, tirano o
dictador. Esta peligrosa predisposición humana es una cuestión que
debería preocupar debido a la crisis actual, ya que ésta puede
provocar que llegue al poder un político demagogo e irresponsable.
Hay que recordar que personajes como Hitler o Napoleón III han
salido triunfadores de elecciones democráticas. Dentro de la
historia de España, del predicamento que tienen estas soluciones
autoritarias merece la pena citar a Joaquín Costa que, ante una
crisis muy fuerte ocurrida en el estado español en el año 1898,
debida a la corrupción imperante, propuso como medida fundamental
la llegada al poder de un “cirujano de hierro” que
regenerase y modernizase el país. Por desgracia, esta clase de
propuestas anticiparon la llegada al poder de varias dictaduras
militares en España a lo largo del siglo XX, en Feliciano Montero y
Javier Tusell, El reinado de Alfonso XIII, en Historia de
España, Tomo XIV, Madrid, El Mundo, 2004, pag. 75. Como
reconocía el más prestigioso militar argentino de todos los
tiempos, “la presencia de un militar afortunado, por más
desprendimiento que tenga, es temible para los estados”, en
Eduardo García del Real, José de San Martín, Barcelona,
Ediciones Castell, 1990, pag. 195.
30
En un libro dedicado al análisis del último golpe de estado que
hubo en España, en el año 1981, se hacía una semblanza de uno de
los políticos más importantes de ese periodo, Adolfo Suárez, que
quedaba retratado en la siguiente frase: “como todos los
políticos puros, se acababa creyendo lo que decía”, en
Javier Cercas, Anatomía de un instante, Barcelona, Círculo
de lectores, 2009, pag. 131. O, en un retrato psicológico de un
dictador argentino, Juan Manuel Rosas, se describe así la acción
de su pensamiento: “su mecanismo psíquico no admite distancia
entre el pensamiento y el acto. Sospecharse de que un hombre tiene
intención, suponerla realizada, darlo por probado y castigarse,
todo es instantáneo”, en Manuel Gálvez, Vida de Juan
Manuel de Rosas, Buenos Aires, Editorial Claridad, 2007, pag.
270.
31
Siegfried Westphal, Batallas decisivas de la Segunda Guerra
Mundial, Barcelona, Editorial Inédita, 2007, pag. 67.
32
James Joyce, Los Muertos en Dublineses, Barcelona,
Salvat, 1972, pags. 182 y 183. El libro citado con anterioridad de
Daniel Goleman alude al modo en que, incluso los matrimonios mejor
avenidos ignoran los secretos del otro, y cómo, para mantener la
relacion, tienen una cautela mutua en que "ella no comenta
nada sobre las miradas que él dirige a las muchachas en la playa y
él nunca menciona sus sospechas de que en ocasiones ella finge sus
orgasmos": Daniel Goleman,, op. cit.., pag.
223.
33
No hay nada más enigmático que el pensamiento de otro ser humano,
incluso en los casos en que la personalidad parece más noble y
diáfana, podía ser un buen compañero y tener excelentes
cualidades: pero era así; nunca se podía saber lo que pasaba en
sus adentros, en Pär Lagerkvist, Barrabás, Barcelona,
Círculo de lectores, 1962, pag. 27. O, como reflexiona Koestler en
su autobiografía, la mayoría de los hombres son así. Aunque
son incapaces de guardar un secreto que se refiera al mundo de los
hechos, son unos perfectos conspiradores cuando se trata de defender
el mundo de sus fantasías, en Arthur Koestler, Flecha en el
azul, Madrid, Alianza Editorial, 1973, pag. 51. En un
imaginativo libro, cuyo protagonista es una máquina que es capaz de
leer los pensamientos, se hace de ella la siguiente publicidad
cuando su autor quiere ponerla a la venta en grandes cantidades:
Pero Psiky es más fácil de recordar para el gran público... al
lado de una joven, sueña un hermoso muchacho:“¿Te desea? Sólo
Psiky lo sabe”. En el matrimonio: “¿Qué ha hecho hoy mi mujer¿
¿Me dice la verdad? Sí, porque Psiky la vigila...”
En André Maurois, La máquina de leer los pensamientos,
Barcelona, Plaza&Janes, 1985, pag. 91.
34
Ernesto Sábato, El tunel, Madrid, Unidad Editorial, 1999,
pag. 113.
35
Lluís Daufí, La enfermedad, hoy, Barcelona, Biblioteca
Científica Salvat, 1994, pag. 170.
36
A este respecto, hay que matizar que en estos casos no es fácil
concretar una definida responsabilidad moral ya que el egoísmo
aspira al bien de la persona implicada y no pretende en sí mismo el
daño de nadie, aunque en muchas situaciones tiene el efecto
colateral de dañar a otros, en D. Daiches Raphael, Darwinismo
y ética, en AAVV, Un siglo después de Darwin, Madrid,
Alianza Editorial, 1969, pag. 219. Como afirma Susan Sontag,
conviene hacer una reflexión acerca de como la riqueza de
algunos quizá implique la indigencia de otros, en Susan Sontag,
Ante el dolor de los demás, Madrid, Punto de lectura, 2004,
pag. 117.
37
AA.VV, El fin del antiguo regimen. 1789-1820,
en Historia Universal.Tomo XIII,
Larousse, 2005, pag. 2357.
39
Elena Hernández Sandoica, Las condiciones revolucionarias,
en Historia del siglo XX, T. 6º, Madrid, Hº 16,
1997, pag. 24.
40
Robert Brenner, Estructura de clases
agraria y desarrollo económico en la Europa preindustrial,
en El debate Brenner,
Barcelona, Editorial Crítica, 1988, págs., 28 y 29. El autor alude
a la obra de dos historiadores, D. C. North y R. P. Thomas, The
Rise and Fallo f the Manorial System: A Theoretical Model.
41
Julio Mangas, La agricultura romana, Cuadernos Historia 16,
Madrid, Historia 16, 1997, págs 23 y ss.
42
A. A. Zvorikine y S. V. Chukardin, La Revolución Industrial,
en Historia de la Humanidad, Tomo XII, UNESCO, Barcelona,
Editorial Planeta, 1977, pág., 304.
43
Francisco Morales Padrón, Los conquistadores de América,
Madrid, Editorial Espasa, 1974, pag. 79.
44
Chris Horrie y Peter Chippindale, ¿Qué es el Islam?,
Madrid, Alianza Editorial, 1995, pag. 89. De la falta de respeto del
Corán por la mujer, basta reproducir algunos de sus versos:
Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres porque Alá los ha
hecho superiores a ellas y porque gastan sus bienes para
mantenerlas. Las mujeres virtuosas son obedientes. Cuidan, en
ausencia de sus maridos, lo que Alá les ha ordenado cuidar.
¡Amonestad a aquellas de quienes temáis que se rebelen, dejadlas
solas en el lecho, pegadles! Si os obedecen, no hagáis más en su
contra. Alá es omniscente y sabio.
El Corán (4.34).
45
Sobre estas cuestiones del socialdarwinismo, véase Donald G. Mac
Rae, El darwinismo y las ciencias sociales, en AAVV, Un
siglo después de Darwin, Madrid, Alianza Editorial, 1969, pag.
169 y ss.
46
La desigualdad social de la época se refleja perfectamente en el
texto siguiente, que forma parte de una biografía de Chaplín:
Por
esta época Londres era, sin duda, la ciudad más importante del
mundo, e Inglaterra, la dueña de un imperio colosal. Pero nada de
eso se reflejaba en los barrios pobres del East End, la orilla este
del río Támesis. Este es un barrio pobre, de trabajadores que van
sobreviviendo en unas condiciones de vida insalubres que merman su
salud y sus fuerzas.
En
Manuel Matji, Charles Chaplin,
Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 18.
47
Stephen Crane, El rojo emblema del valor, Madrid, Editorial
Anaya, 1981, pag. 212. De la inmisericorde moral burguesa de esta
época también dan buena cuenta las siguientes palabras de
Concepción Arenal, “consideramos inevitable cierta cantidad de
dolor en la colectividad como en el individuo, y contraproducente y
peligroso sustraerse a la ley del sufrimiento”, en Marianne
Krause, Madrid, 1900: la ciudad de la miseria, Historia 16.
Nº 101, pag. 22.
48
Luis Buñuel, Mi último suspiro, Barcelona, Plaza&Janes,
1982, pag. 181.
49
Elvajean Hall, Argentina. Pueblo y costumbres, Barcelona,
Editorial Sayma, 1992, pag. 118. El barco encargado de devolver a
estos indios fueguinos a su lugar de origen fue “el Beagle”, el
mismo en el que Darwin dio la vuelta al mundo, reuniendo los datos
necesarios para desarrollar su famosa teoría de la evolución. El
propio Darwin dejó anotado el desagrado que le causó este
experimento, sobre todo la triste suerte del nativo ya citado, “pero
el propio Jemmy nos miraba con aire contrito y a buen seguro hubiera
estado encantado en regresar junto a nosotros”, en Charles R.
Darwin, Viaje de un naturalista, Barcelona, Ediciones Salvat,
1972, pag. 107.
50
Entiendo la palabra grupo en este caso en un sentido social. No sé
cual es la mejor definición que se puede emplear, por lo que voy a
reproducir una tomada de un libro de antropología en la que grupo
significa un conjunto o cuerpo social con existencia permanente,
un conjunto de personas reunido de acuerdo con principios
reconocidos, que tienen intereses y normas comunes, loas cuales
fijan los derechos y obligaciones de los miembros del grupo en su
relación mutua y en relación con dichos intereses, en Lucy
Mair, op. cit. pag. 21.
52
Alain Monestier, Los grandes casos criminales, Madrid,
Ediciones del Prado, 1992, pag. 61.
53
Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo, Madrid, Santillana,
2001, pags. 464 y ss.
54
John Banville, Copérnico, Madrid, El país. Novela
Histórica, 2005, pag. 159.
55
Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Madrid, El
País. Clásicos del siglo XX, 2003, pags. 533 y 534. Esta
violencia escondida que tiene el ser humano se expresa también de
forma impecable en uno de los personajes de un libro de Coetze
cuando, disgustado por la conversación que está teniendo con una
niña y su madre, “siente rabia sobre todo contra esta niña, a
la que por su misma mansedumbre desearía descuartizar miembro a
miembro”, J. M. Coetze, El maestro de Petersburgo,
Barcelona, Debolsillo, 2000, pags. 24 y 25.
56
Este desarrollo del derecho internacional es una conquista histórica
relativamente reciente, que comienza con el proceso de conquista y
colonización de América, con las dudas sobre su licitud por parte
del dominico Francisco de Vitoria, que es el primer pensador que
defiende que “todos los hombres tienen el dercho de gobernarse
por sí mismos”, en Santiago Olmedo Bernal, El dominio del
Atlántico en la Baja Edad Media, Salamanca, Sociedad V
Centenario del Tratado de Tordesillas, 1995, pag. 325.. No hay duda
que fue una enorme aportación ya que, como se explica en un libro
que estudia esta época, “ni a Colón, ni a Fernando, ni a
Isabel, les había pasado por la imaginación el que no existiese
derecho a disponer de los salvajes”, en Germán Arciniegas,
Amerigo y el Nuevo Mundo, Madrid, Alianza Editorial, 1990,
pag. 169. Como se explica en un libro cuyo contenido versa sobre la
conquista de las Canarias, inmedietamente anterior a la de América:
Su
modo de vida, tan alejado en cualquier aspecto de lo que en el
occidente europeo bajomedieval se tenía por común y lógico, les
privaba de ser considerados soberanos de la tierra en la que
habitaban. Su único derecho era el de recibir la fe cristiana, y
aparejada con ella la forma de vida y pensamiento de quienes les
instruyen. La resistencia a una y otras les aparta de toda
consideración y justifica cualquier medida que con ellos se tome.
Esa es la lógica subyacente en todo el proceso conquistador y lo
que puede explicar las atrocidades que tantas veces le acompañan.
En Demetrio Castro Alfín, Historia
de las islas Canarias. De la prehistoria al descubrimiento,
Madrid, Editorial Nacional, 1983, pags. 137 y 138.
57
Luis Gil, Censura en el mundo antiguo, Madrid, Alianza
Editorial, 2007, pags. 63 y 64
58
Hay muchas historias trágicas en la emigración contemporánea,
basta con recordar los enormes riesgos que existen en montar en una
patera para llegar desde África hasta Europa o en atravesar la
frontera desértica entre Estados Unidos y México. Personalmente la
historia que más me conmovió, que no sé si está basada en un
hecho real, es un relato llamado Hombres en el sol, del
escritor palestino Gasan Kanafani. En este relato se cuenta la
muerte por asfixia de tres emigrantes palestinos que intentan
atravesar la frontera entre Irak y Kuwait dentro de la cisterna de
un camión durante el tórrido verano iraquí. De tenor más
optimista son los recuerdos de Joseph Joanovici, un judío rumano
que, tras emigrar a Francia en los años veinte, consiguió
convertirse en millonario, “No tenía ni un
céntimo en el bolsillo, ni una palabra de francés en mi
vocabulario, pero durante toda la travesía, efectuada en la
cubierta de los paquebotes, me decía que en Francia todo iría
mejor”, Charles Baudinat, El
misterioso monsieur Joseph, en AAVV,
Los grandes enigmas de la Guerra Fría.
III, Madrid, Artes Gráficas
Mateu-Cromo, 1969, pag. 124.
59
Generalmente, en este tipo de relatos, los dioses acuden al auxilio
de los hombres, como se ve en el siguiente mito inca:
Según la tradición más familiar a los estudiosos
europeos, hubo un tiempo en que las antiguas razas del continente
estaban sumergidas en una barbarie deplorable, en que adoraban casi
sin distinción a todos los objetos de la naturaleza, hacían de la
guerra una diversión y se alimentaban de la carne de sus
prisioneros. El Sol, que era la luz y el padre a la vez, del género
humano, tuvo piedad de su condición y envió a dos de sus hijos,
Manco Cápac y Mama Oello Huaco, para constituir en sociedad a los
indígenas y enseñarles las artes de la vida civilizada.
En
William H. Prescott, El
mundo de los incas,
Barcelona, Círculo de lectores, 1974, pag. 7.
60
El nombre de algunas de estas películas no deja lugar a dudas,
“Caravana de Oregon”, dirigida por James Cruze; “Caravana
de pioneros”, dirigida por William Deaudine; “Caravana de
paz”, dirigida por John Ford, o “Caravana del oeste”,
dirigida por Lew Landers.
61
Sobre estos aspectos,
más adelante, en el capítulo quinto, se hará referencia al
tradicional desprecio hacia el trabajo manual por parte de las
clases privilegiadas.
62
Kurt Lange, Pirámides, esfinges y faraones, Ediciones
Destino, Barcelona, 1998, pag. 184.
63
Luigi Pareti, Las religiones y la evolución de la filosofía,
en Historia de la Humanidad, Tomo IV, UNESCO, Barcelona, Editorial
Planeta, 1977, pag. 271.
64
Alberto Moravia, La romana, Ediciones GP, Barcelona, 1973,
p. 128.
65
Juan Goytisolo, Duelo en el paraíso, Barcelona, Editorial
Salvat, 1971, pag. 30.
66
Alberto Moravia, La romana, op. cit.. , pag. 14.
67
Jesús Fernández Santos, Los bravos, Barcelona, Editorial
Salvat, 1971, pag. 104.
68
La envidia es uno de los pecados más extendidos en el ser humano y
no siempre está justificada. Sobre esta cuestión, me gusta
recordar la función que tenía la brujería en las sociedades
primitivas como mecanismo nivelador. El siguiente texto, que
describe una ceremonia zulú, es lo suficientemente expresivo:
En ciertos momentos, el tono de la salmodia subía y bajaba (…)
Las hechiceras fueron infiltrándose entre las filas, y cada vez que
aumentaba el volumen de la cantinela había un nuevo muerto. A
sabiendas o no, los zulúes estaban sacando a relucir su envidia,
porque las víctimas eran siempre gente rica o inteligente.
En Alan Scholefield, Gran elefante, Madrid, Biblioteca de
Selecciones del Reader´s Digest, 1969, pag. 280. De modo similar,
aplicado a la sociedad tradicional rural asturiana, “las brujas
atacaban al macho, a la mula, al niño gordo y bien criado, a la
moza joven y guapa de buena casa y a la que exhibía demasiado sus
atractivos, en fin, a todo lo que se podía envidiar”, en
Adolfo García Martínez, Grupos sociales marginados. Los
vaqueiros de alzada, en Historia de Asturias, Oviedo,
Editorial Prensa Asturiana, 1990, pag. 574.
69Si
se consultan libros sobre la historia de España, es fácil
encontrar citas de la penuria con la que vivieron la mayoría de los
españoles en el pasado. Por ejemplo, para la sociedad bajomedieval
son claras las siguientes palabras, por
lo demás el límite que separaba a la “gente menuda” del
tenebroso mundo de los menesterosos era muy etéreo, por lo que
fácilmente podía ser rebasado, en
Julio Valdeón, Los
orígenes históricos de Castilla y León,
Valladolid, Editorial Ámbito, 2009, pag. 94.
O,
en uno de los muchos libros dedicados al estudio de
la sociedad española del siglo XVI, se hace el siguiente
comentario, que retrata la total aceptación por las masas populares
de su bajo nivel de vida:
De esa forma era tan fácil llegar a la pobreza en aquellos
tiempos, salvo para la minoría de los grandes linajes, que se
hallaban a resguardo de tales vaivenes de la fortuna. Así se puede
comprender con qué naturalidad se admitía al mendigo, dado que
pocos eran los que se sabían a resguardo de tal contingencia.
En Manuel Fernández Álvarez, La sociedad española en el Siglo
de Oro, Madrid, Editorial Gredos, 1989, pag. 57.
70
Benito Pérez Galdós, La corte de Carlos IV, Madrid, Espasa
Calpe, 2008.
71
V. S. Naipaul, India, Barcelona, Editorial Mondadori, 2003,
pags. 28 y 29.
72
El famoso aventurero inglés, Lawrence de Arabia,
en uno de sus libros, que describe sus experiencias como recluta en
el ejército británico, trata con ironía esta cuestión:
Transcurridas seis semanas, había agrias protestas
en la barraca; sugestiones de que tendríamos que hacer esto o
aquello para defender nuestros derechos. ¿Rebeldes de nuevo? ¡Ni
por pienso! Creo que hace cientos de años que la Cámara de los
Comunes de Inglaterra no ha tenido un agravio que no se purgara con
rezongos
En
T. E. Lawrence, El
troquel, Madrid,
Alianza Editorial, 1975,
pag. 113.
73
“Hasta la crisis Bajomedieval, hubo escasas revueltas en el
campo europeo a lo largo de la Edad Media”, en Julio Valdeón,
Los campesinos medievales, Madrid, Cuadernos de Hª16, 1996,
pag. 29.
74
Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo, Barcelona,
Plaza&Janes, 1986, pag. 56.
75
Habían adoptado el acuerdo de mantener la paz en un congreso de la
II Internacional celebrado en Basilea en 1912. Sobre los intentos de
parar la Primera Guerra Mundial, es significativa la tregua
espontánea que se dio en la Navidad de 1914 entre los soldados de
los ejércitos contendientes ya que demuestra que, si las personas
no estuvieran encuadradas en grupos, no tendrían tanta voluntad de
luchar entre ellas. Sobre esta tregua, véase Chistian Carion, Feliz
Navidad, Saint Andreu de Llavaneres, Editorial Malabar, 2007.
76
Julio Verne, Aventuras de tres rusos y tres ingleses,
Barcelona, Editorial Antalbe, 1981, pag. 105.
77
AAVV, Asturias y la Ilustración, Oviedo, Consejería de
Cultura, 1996, pag. 57. Acerca de estas ciegas lealtades de los
gobernados a sus gobernantes, un episodio de la historia que me
fascina es el modo heroico en cómo la población paraguaya siguió
al dictador Solano López a una guerra suicida contra sus países
vecinos. En esta contienda murió más de la mitad de la población
paraguaya. Para esta guerra, llamada de la Triple Alianza, véase
Eugenio Pereira Salas, La América española, en Historia
de la Humanidad, Tomo XIV, UNESCO, Barcelona, Editorial Planeta,
1977, pag. 88. También es cierto que, a veces, cuando los regímenes
políticos son excesivamente opresivos, se encuentran con la
indiferencia de la población cuando son atacados, que no acude en
su socorro. En este sentido, destaca el rápido derrumbe del estado
visigodo tras el ataque musulmán, en José Luis Martín, La Alta
Edad Media, en. Historia de España, Tomo III, Madrid. El
Mundo, 2004, pag. 260.
78
Al final, este Mundial fue ganado por la selección de fútbol de mi
país, España, confirmando todo lo que ya está expuesto: pese a la
crisis española, y pese a la política de recortes sociales
emprendida por el gobierno a consecuencia de ella, los españoles
compartieron una exaltación común, como si el hecho del triunfo de
España cambiara en algo la penosa situación por la que pasan.
79
David Mamet, en uno de sus libros, describe muy bien esta actitud
tan típica del ser humano:
Ese hombre que está ahí fuera, como tú has dicho, que por los
intereses del grupo al que pertenece –o espera, espera un segundo:
por la necesidad de no ser excluido, de no estar fuera del grupo,
eso es-, se abstiene de hacer aquello que lo condenaría al
ostracismo.
En David Mamet, La vieja religión, Madrid, Biblioteca el
Mundo, 2003, pags. 64 y 65.
80
Ernst Jünger, Sobre los acantilados de mármol, Madrid,
Biblioteca el Mundo, 2003, pag. 56. De esta parcialidad es un buen
exponente el famoso Juicio de Nuremberg, en el que se juzgó a los
criminales nazis y, en cambio, se pasaron por alto los crímenes
efectuados por los países vencedores de la guerra. O, si se
recuerda el acuerdo de paz que puso fin a la anterior guerra
mundial, el Tratado de Versalles, que fue denostado por los alemanes
por considerarlo abusivo, y que, en cambio, era mucho menos
humillante que la paz impuesta por los propios alemanes a los rusos
el año anterior en el Tratado de Brest-Litvosk.
81
E. M. Forster, Pasaje a la India, Madrid, Biblioteca el
Mundo, 2002, pag. 188. Una actitud parecida a la del protagonista de
este extracto literario, y ya que acabo de utilizar el ejemplo de
una personalidad serbia, es la postura de los soldados italianos de
no considerar justa su ocupación de Yugoslavia durante la Segunda
Guerra Mundial, en Arnold J. Toynbee, La Europa de Hitler,
Madrid, Sarpe, 1985, pag. 239. Por desgracia, este tipo de
posicionamientos no son corrientes.
82
Con respecto a este punto, me resulta significativa una reflexión
entresacada de un libro procedente de la literatura inglesa del
siglo XIX y que alude a las históricamente difíciles relaciones
entre ingleses e irlandeses:
Y aunque los descendientes de Phaudrig vivían, la apelación
ante los tribunales ingleses dio como resultado que la herencia
pasara a manos del inglés. Siempre ha ocurrido lo mismo cuando se
ha tratado de litigios entre ingleses e irlandeses.
En William Thackeray, Las aventuras de Barry Lyndon,
Barcelona, Ediciones B, 1991, pag. 15. Otra muestra significativa de
esta actitud arbitraria, que atañe a los mismos grupos humanos, es
la respuesta de los industriales de Birmingham a las quejas sobre el
carácter defectuoso de sus armas, más peligrosas para quien las
usaba que para el enemigo, “los manufactureros de Birmingham
protestaron diciendo que sus armas de fuego, aunque no eran
perfectas, no ofrecían peligro alguno para quien las usara y que
debían utilizarlas los soldados, si no los ingleses, al menos los
irlandeses”, en Maxine Berg, Comercio y creatividad en el
Birmingham del siglo XVIII, en AAVV, Mercados y manufacturas
en Europa, Barcelona, Editorial Crítica, 1995, pag. 168.
83
Miguel Delibes, Las ratas, Barcelona, Ediciones Destino,
1984, pag. 85.
84
Del efecto de la exclusión social en las personas, un episodio
recurrente que me viene a la cabeza es el drama de un guerrero
espartano, Aristodemo, que se retiró por estar medio ciego de la
batalla de Las Termópilas, en la que murieron sus compañeros,
siendo acusado de cobardía. Tal fue el efecto del vacío social que
le hicieron sus amigos que, en la siguiente ocasión que tuvo de
entrar en combate, literalmente se suicidó, atacando el primero al
enemigo. Véase Philip de Souza, De Maratón a Platea,
Barcelona, RBA Coleccionables, 2009, pags. 77-79.
85
Manuel Fernández Avello, Bobes, Oviedo, ALSA, 1982, pag. 75.
De cómo en determinadas ocasiones, en que los odios son profundos,
la vinculación al grupo tiene que ser ciega, también es revelador
la causa principal de las sentencias a muertes dadas por los
consejos de guerra del bando franquista en la Guerra Civil española,
que es la de no sumarse a la rebelión, en José María Zavala, Los
horrores de la Guerra Civil, Barcelona, Debolsillo, 2004, pag.
266. En una biografía novelada sobre la tragedia de uno de los
militares perdedores de este conflicto se asiste al siguiente
diálogo, en el momento en que está sufriendo el consejo de guerra:
-
Con arreglo a la nueva concepción jurídica usted no es un
prisionero, sino un rebelde.
- ¿Por
qué? ¿Por luchar contra la rebeldía soy un rebelde? Eso es una
contradicción absurda.
En José Luis Olaizola, La guerra del general Escobar,
Barcelona, Editorial Planeta, 1983, pags. 194 y 195. El abandono que
sufrieron por parte del gobierno francés los soldados argelinos que
lucharon por Francia en el conflicto entre 1954 y 1962, los llamados
harkas, también es un buen reflejo de lo injustos que son los
criterios para valorar a un individuo si no está plenamente
identificado con un grupo. A estos soldados Argelia los exterminó
por traidores, mientras que Francia no hizo nada por salvarlos de la
muerte.
86
A este respecto siempre me ha llamado el modo en cómo muchas
sociedades antiguas se organizaban en torno al principio de
responsabilidad colectiva a la hora de hacer frente a las
obligaciones con el estado, sobre todo las impositivas. Por citar
algunos ejemplos, los collegia, agrupaciones de personas del mismo
oficio, en el Bajo Imperio Romano, en Narciso Santos Yanguas, La
decadencia de Roma, en AAVV, El ocaso de Roma, Madrid,
Ediciones Arlanza, 2000, pag. 86. O, en el caso bizantino, la
responsabilidad colectiva era la base de la unidad aldeana, en
Robert Fossier, La sociedad medieval, Barcelona, Editorial
Crítica, 1996, pag. 253. En China, el sistema de responsabilidades
colectivas tenía carácter fiscal, penal y social, en Isabel
Cervera Fernández, La China antigua, en AAVV, China y
Sudeste asiático, Madrid, Arlanza, 2000, pag. 31. En este
sentido, uno de los mayores privilegios conseguidos por los
campesinos españoles fue “la liberación de los habitantes de
las poblaciones de la obligación de responder colectivamente por
los delitos cometidos dentro del término de su localidad cuando no
fuese habido el delincuente”, en Luis G. de Valdeavellano,
Curso de Historia de la Instituciones españolas, Madrid,
Biblioteca de la Revista de Occidente, 1973, pag. 417.
87
No hay mejor ejemplo que las crueles penas con las que se castigaban
los delitos de las clases bajas en el pasado, que estas últimas
aceptaban para no romper el orden social, los padres fueron
condenados a morir, junto con otro hermano por ser los autores del
robo referido, pero sobre todo por ser pobres, ‹‹les fue forzoso
pagar con la vida lo que no se pudo con la hacienda››, en
Manuel Peña Díaz, Los pícaros, en Marginales.Los
olvidados de la historia, Barcelona, Círculo de lectores, pag.
92.
88
Ian Thompson, Los jardines del rey Sol, Barcelona,
Editorial Belacqva, 2006, pag. 275.
89
Situación que al menos en la Unión Europea se puede agravar en un
futuro ya que el Tratado de Lisboa ya no reconoce el derecho a una
remuneración adecuada y digna, en
www.voltairenet.org/article161494.html. Esta clase de leyes
comunitarias son también un buen ejemplo de hasta qué punto los
deseos del individuo están subordinados a un principio de orden, ya
que, como se afirma un libro dedicado al análisis de la Unión
Europea, “actualmente los ciudadanos europeos no pueden alabar
ni culpar a nadie por una ley comunitaria buena o mala”, en
Marcel Scotto, Las instituciones europeas. Le Monde,
Barcelona, Salvat, 1995, pag. IX.
90
Citando palabras textuales de un artículo de Internet que
reflexiona sobre los datos aportados por Cáritas en sus informes
anuales, la precariedad laboral fomenta las situaciones de
pobreza transitoria que acontecen en España, en
http://ongmania.org/informe-foessa-la-pobreza-en-espana. O, un
informe reciente del Parlamento Europeo, elaborado por la portuguesa
Ilda Figueiredo en que alerta sobre el número creciente de pobres
con trabajo, en
www.europarl.europa.eu/news/public/focus_page/008-86242-281-10-41-901-20101008FCS86210-08-10-2010-2010/default
p001c008_es.htm
91
John Kennedy Toole, La conjura de los necios, Barcelona,
Editorial Anagrama, 2009, pag. 79.
92
Políticas económicas que son otro ejemplo de cómo los intereses
del grupo, en este caso el objetivo de los países de no tener una
inflación alta, se superponen a los del individuo, al que se le
abandona un tanto a su suerte. Es el concepto de tasa de paro
natural, por el que se acepta que un 5% de la población pueda estar
sin trabajo.
93
Santiago Niño Becerra, El crash del 2010, Barcelona,
Debolsillo, 2010, pag. 122.
94
Incluso en el caso en que un gobierno actúe de este modo, muchas
veces tiene que dar marcha atrás, como le ocurrió a la I República
española que, tras abolir las quintas, se encontró enfrentada a
una situación de caos, con una guerra en Cuba, una sublevación
carlista y otra cantonalista. En consecuencia, para recuperar el
orden, tuvo que recurrir de nuevo al ejército. Para estas
cuestiones, véase José Manuel Cuenca Toribio, La I República,
Madrid, Cuadernos de Historia 16, 1996. Sobre estos aspectos del
orden, hay que recordar que fue el fracaso del general ruso Korvilov
en restaurar la disciplina del ejército ruso lo que condujo a la
ruina del sistema democrático en este país al permitir el triunfo
revolucionario, en G. Katkov y H. Shukman, La Rusia de Lenin.
Mito y realidad de un coloso, Barcelona, Ediciones Nauta, 1971,
pag. 83. El mayor defecto de las teorías anarquistas ha sido
siempre el no poder articular un modelo alternativo de sociedad en
la que sea posible renunciar a todo tipo de imposición sobre el
individuo. Por desgracia, hay que convenir en que, una sociedad
sin poder coactivo es algo generalmente imposible, en J. G.
Davies, Los cristianos, la política y la revolución violenta,
Santander, Editorial Sal Terrae, 1977, pag. 187.
95
Sobre esta cuestión del mantenimiento de un sentido represor en
cualquier modelo de estado, un dato revelador es que la Ley de Orden
Público creada en el régimen democrático de la Segunda República
española pudo ser luego utilizada por el régimen dictatorial de
Franco sin efectuar demasiados cambios, en Juan Manuel Covelo López,
Herencia republicana en la legislación franquista, en Hº
16, Nº 330, pag. 77.
96
En Gabriel García Márquez, Relato de un náufrago,
Barcelona, Mondadori, 1994, pag. 3. De las situaciones kafkianas, en
que el individuo está por completo desprovisto de derechos ante el
poder del estado para falsear la verdad, una de las más
impresionantes es la suerte ocurrida con los rusos condenados a
trabajos forzados en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial que,
tras su liberación, fueron castigados, a su vez, por Stalin, al
considerárseles traidores, en Guadalupe Gómez Ferrer, Nuevas
fronteras y traslados de población, en Historia del siglo
XX, T. 19, Madrid, Hª 16, 1998, pag. 110 y en Alexandr
Soljenitsin, Archipiélago GULAG, Barcelona, Plaza&Janes,
1973, pag. 77. Una situación parecida la describe Canetti:
Muhammad Tughlak, el Sultán de Delhi, tenía varios planes que
superaban en grandiosidad a los de Alejandro o Napoleón: entre
ellos, la conquista de China por la travesía del Himalaya. Puso en
píe un ejército de 100.000 jinetes. El año 1337 este ejército se
puso en marcha: pereció cruelmente en la alta montaña. Sólo
lograron salvarse diez hombres. Ellos regresaron a Delhi con la
noticia de la desaparición de todos los otros. Estos diez hombres
fueron ejecutados por orden del sultán.
En Elías Canetti, Masa y poder, Madrid, Alianza Editorial,
1995, pag. 238.
97
Un episodio idéntico lo relata Daniel Goleman, op. cit..,
pag 315. Esta indefensión del individuo ante la ley es la razón de
que muchas veces las personas duden a la hora de ayudar a una
persona metida en problemas con la policía, incluso en el caso de
que se encuentre herida, cuestión a la que atañe el siguiente
fragmento literario:
- No puedes tocarlo...lo prohíbe la ley – le dijo con énfasis
el cónsul, que ahora parecía querer alejarse tanto de la escena
como le fuera posible, aunque tuviera que ser en el caballo del
indio-. En provecho tuyo. De hecho es una ley sensata. De otro modo
podrías llegar a convertirte en cómplice después de cometido el
crimen.
En Malcolm Lowry, Bajo el volcán,
Madrid, Biblioteca el Mundo, 2002, pag. 276.
98
Transcribo las siguientes palabras de una biografía de Stalin, que
no tienen nada que ver con lo que en realidad ocurrió:
Es indudable que Lenin y sus
compañeros afirman con la mayor sinceridad que quieren hacer de la
dictadura del proletariado una verdadera democracia, en cuyo seno
cada hombre y cada mujer ejercerá un poder directo. No existirá
policía alguna, ningún ejército, ningún cuerpo de funcionarios
distintos del pueblo. Estos últimos serán colocados bajo el
control del pueblo, elegibles y revocables en todo momento…
En
AAVV, Stalin, Barcelona, Ediciones Castell, 1991, pag. 70.
99
En el capítulo siguiente haré referencia al movimiento
abolicionista, otro ideal hermoso que también tuvo consecuencias
dramáticas. La primera sociedad contemporánea que aplicó la
igualdad entre blancos y negros fue la francesa tras la Revolución
de 1789. Alejo Carpentier, en uno de sus libros refleja lo que
supuso esta ansiada libertad para los negros en las Antillas
francesas:
Por lo pronto, Víctor Hugues decretó el trabajo obligatorio.
Todo negro acusado de perezoso o desobediente, discutidor o
levantisco, era condenado a muerte. Y como había que llevar el
escarmiento a toda la isla, la guillotina se dio a viajar...
En Alejo Carpentier, El siglo de las luces, Marid,
Biblioteca el Mundo, 2001, pag. 138.
100
Soraya, El palacio de las soledades, Ediciones Martínez
Roca, Madrid, 1992, pags. 172 y 173.
101
En esta clase de procedimientos incriminatorios fueron maestros los
regímenes comunistas. En la antigua Unión Soviética, por ejemplo,
el gobierno ruso puso a un palacio moscovita el nombre de Pavlik
Morózov, un muchacho de catorce años que denunció a su padre, que
acabaría ejecutado, por ser un enemigo del “pueblo”. El delito
de este desgraciado padre era ser amigo de los kulaks, una clase de
campesinos enriquecidos que a principios de los años treinta fue
perseguida por Stalin, en Annie Kriegel, Los grandes procesos en
los sistemas comunistas, Madrid, Alianza Editorial, 1984, pag.
81. Un historiador francés explica este tipo de comportamientos
usando otras palabras diferentes a las mías, al decir que son
propios de las sociedades donde la libertad individual se sacrifica
a intereses superiores que, en el caso comunista, era la razón de
estado, véase Jean Baptiste Duroselle, Europa. De 1815 a
nuestros días, Barcelona, Labor, 1975, pag. 83. Un científico
de la Unión Soviética dedica un capítulo de uno de sus libros a
explicar las estrategias que tenían que utilizar los intelectuales
soviéticos para burlar la censura, tan fuerte en este tipo de
sociedades represoras. El capítulo se llama Lectura entre
líneas, en Leo S. Klejn, La arqueología soviética.
Historia y teorías de una escuela desconocida, en Barcelona,
Editorial Crítica, 1993, pags. 125-139.
102
Fray Toribio Benavente "Motolinía", Historia de los
indios de la Nueva España, en Ricardo Piqueras, La conquista
de América. Antología del pensamiento de Indias, Ediciones
Península, Barcelona, 2001, pags. 145 y 146.
103
Stefan Zweig, María Antonieta, Barcelona, Editorial
Juventud, 1954, pag. 405.
104
AAVV, El mundo de la Grecia clásica 450 a. C.- 27 a. C., en
Historia Universal. Tomo III, Larousse, 2005, pag. 475.
105
Para Orson Welles, “La caza de brujas supuso un golpe casi
mortal para la libre creación artística y arruinó Hollywood”,
en AAVV, El mundo después de la Segunda Guerra Mundial. La
reconstrucción de Europa, en Historia Universal. Tomo IX,
Barcelona, Ediciones Castell, 1991, pag. 2474.
106
Este cineasta es otro buen ejemplo de un aspecto comentado en el
capítulo anterior, de cómo algunos intelectuales son capaces de
describir las pasiones y vicios humanos, y no reconocerlos en uno
mismo. En el caso de Elia Kazán me impresionó, desde que leí su
libro América, América, el modo en que fue capaz de
describir la degradación moral de su protagonista, Stavros.
107
Nicholas de Lange, El pueblo judío, Barcelona, Círculo de
lectores, 1990, pag. 130.
108
Nicholson Baker, Humo humano, Barcelona, Mondadori, 2009,
pag. 368.
109
Es una situación parecida a la
comentada en el capítulo primero cuando se hizo referencia a la
desgana vital de los indios tras la conquista española, pero ahora
por motivos de índole moral y no como consecuencia de sufrir daños
físicos, al operar la conciencia a un nivel superior, de mayor
identidad propia.
110
Alejandro Díez Blanco, Los grandes problemas filosóficos,
Valladolid, Editorial Casa Martín, 1954, pag. 237. También, de
modo similar, pero con otras palabras lo expresa un libro de novela
histórica, “el martirio del hombre, que se debate entre el
animal y Dios”, en Hella S. Haase, La ciudad escarlata,
Madrid, El País. Novela Histórica, 2005, pag. 317. Un pensamiento
muy parecido lo expresa un escritor medieval catalán, “el
hombre ha sido creado en el medio, para que estuviera más abajo que
los ángeles y más arriba que las bestias, y para que tuviera algo
en común con lo superior y con lo inferior, o sea: inmortalidad con
los ángeles y mortalidad de la carne con las bestias, hasta que la
resurrección repare la mortalidad”, en
Bernat Metge, El sueño,
Barcelona, Ediciones Planeta, 1985, pag. 5.
111
Robert Louis Stevenson, En los mares
del sur, Barcelona, Ediciones B, 1999,
pag. 285. De este rechazo del hombre a su ser animal, no hay mejor
exponente del modo en que los supervivientes de un accidente de un
avión uruguayo en los Andes pasaron de héroes a villanos en un
instante, cuando se descubrió que, para poder sobrevivir, habían
tenido que efectuar actos de canibalismo con sus compañeros muertos
en el accidente, “un periodista
argentino sugería constantemente que los más fuertes habían
matado a los más débiles para procurarse alimento”,
“un periódico chileno publicó la
historia bajo el título Que
Dios los perdone”, en Piers Paul
Read, ¡Viven!,
Barcelona, Editorial Noguer, 1974, pag. 314.
112
Alexander Lernet-Holenia, El conde de Saint- Germain,
Barcelona, Ediciones GP, 1974, pag. 39.
113
Para verificar este particular, basta comprobar el concepto que del
ser humano transmitía el Papa Inocencio III a sus contemporáneos:
El horror al hombre, formado de asquerosísimo semen;
concebido con desazón de la carne, nutrido con sangre menstrual,
que se dice es tan detestable e inmunda, que con su contacto no
germinan los frutos de la tierra y sécanse los arbustos.
Tomado de Johan Huizinga, op. cit., pag. 310. En mi caso,
que he recibido una educación católica, la historia que más me
impresionó de niño acerca de estos macabros aspectos fue la la
conversión de San Francisco de Borja, después de tener que
acompañar en un largo viaje el cuerpo de una hermosa mujer,
verificando, antes de enterrarla, la podedumbre de su cadáver,
como había que destapar la caja para dejar constancia que allí
estaba el cuerpo de la soberana, este hombre ve toda la
descomposición horrorosa de la muerte en esta hermosísisma figura
de mujer y esto le ocasiona una repugnancia, un desdén del mundo,
tan extraordinario, que renuncia a su riqueza, a su poder, a su
nombre, entra en religión, en Arturo Uslar-Prieti, Valores
humanos. II, Madrid, Editorial Mediterráneo, 1964, pag. 56.
114
La confesión tiene que estar apoyada en alguna divinidad
omnisciente que todo lo conoce, hasta el interior del pensamiento
humano y sus actos más secretos. A menudo ocurre que, como los
individuos no están cometiendo constantemente maldades, la
confesión es un acto vacío de contenido, y de marcado carácter
rutinario, como se describe en el siguiente texto:
- Me acuso de algunas impaciencias.
Era una señora quien hablaba.
- Pido perdón, también, por todos los pecados de mi vida, en
especial de haber hecho cosas feas...
Era un muchacho de saludable aspecto.
- Y de dar malas respuestas a mi madre.
Ahora hablaba una chica (...)
A las dos horas de aquel ejercicio, Francisco se sentía flotar
en media del aburrimiento, por más que hacía esfuerzos a fin de
mantenerse atento. Era poco amigo de echar discursos en el
confesionario. No conocía a aquellas gentes. Sentía que no
deseaban de él otra cosa que la absolución por vía rápida. Y él
se la administraba a uno tras otro.
En José Luis Martínez Vigil, Los curas comunistas,
Barcelona, Círculo de lectores, 1968, pag. 68. La importancia de la
confesión en el ministerio cristiano queda extraordinariamente
reflejada en el libro de Graham Greene, El poder y la gloria.
Su protagonista, un sacerdote fugitivo de la justicia, cae en una
emboscada de sus perseguidores por cumplir con el deber de confesar
a un individuo.
115
Como generaliza un libro dedicado a su estudio, “la religión
ha actuado y actúa como clave en los mecanismos de sustentación de
privilegios de todo tipo”, en Francisco Diez de Velasco, Breve
historia de las religiones, Madrid, Alianza Editorial, 2006,
pag. 13.
116
Amin Maalouf, Los jardines de la luz, Madrid, Alianza
Editorial, 2000, pag. 249. En un libro al que haré varias
referencias en estas páginas, Tariq Alí hace la siguiente
descripción de la imaginería popular de su tierra, Pakistán, que
tanto contrasta con la aureola de prestigio que los occidentales
creemos que los religiosos tienen en el mundo musulmán, “el
mulá de ficción de los narradores de cuentos y de los espectáculos
de marionetas que viajaban de pueblo en pueblo era un bribón
consumado, lascivo y codicioso, que se valía de la religión para
satisfacer sus deseos y ambiciones” en Tariq
Alí, El choque de los
fundamentalismos. Cruzadas, yihads y modernidad,
en Madrid, Alianza Editorial, 2002, pag. 39. En la siguiente página
de Internet, http://publicalpha.com/la-otra-historia-del-tibet,
se hace un breve repaso de todas las salvajadas que caracterizaban
al gobierno de los monjes budistas en el Tíbet, que desmiente por
completo la visión idealizada del budismo como una religión que
produce hombres buenos y justos.
117
Isabel Allende, La casa de los espíritus, Barcelona,
Plaza&Janes, 1992, pags. 10-11.
118
Marcel Proust, Por el camino de Swann, Madrid, Unidad
Editorial, 1999, pag. 104. De los tortuosos caminos de la mente,
otro buen ejemplo es el experimento realizado por Gandhi de
acostarse en la misma cama con su sobrina, mucho más joven con él,
ambos desnudos, con el fin de probar su capacidad para resistir la
tentación sexual, en Rosa Herranz, Mohandas Karamchand
Gandhi, Madrid, Ediciones Rueda, 1995, pags. 116 y 118.
Parece que esta prueba ascética de acostarse con una mujer más
joven era frecuente durante la Edad Media entre los santos
cristianos, recibiendo el nombre de pugna carnis, en Robert
Fossier, op..cit., pag. 183.
119
Luis Buñuel, op. cit..,
pag. 171. Como afirma un libro de psicología, la capacidad
de “decirlo todo”, es decir, de pensar y sentir sin
tapujos todos los pensamientos, sin que importe lo aborrecibles que
sean, no libera monstruos terribles, sino que crea una personalidad
bien aislada y equilibrada, en Jane G. Goldberg, El lado oscuro
del amor, Barcelona, Círculo de lectores, 1997, pag. 343.
120
Leon Tolstoi, op. cit., pag. 426.
121
Sobre esta clase de políticas, con frecuencia me viene a la cabeza
una entrevista televisiva a John Wayne en la que, habiendo
preguntado el entrevistador a este actor sobre cuál era su opinión
sobre la concesión de todos los derechos a los negros, dijo que él
estaría de acuerdo si los negros supieran comportarse como
personas. Con relación a este asunto, la explicación que da un
estudioso a la tardía concesión de la independencia al Congo Belga
es que los belgas negaban los derechos políticos a los africanos
“basándose en la concepción francesa de democracia de que un
hombre no puede ejercer su libertad si previamente no se ha librado
de la pobreza y de la falta de educación”, en Philippe
Lemarchand, Atlas de África, Madrid, Acento Editorial, 2000,
pag. 65.
122
Marvin Harris, Caníbales y reyes, Madrid, Alianza Editorial,
1987, pag. 248.
123
Charles Dickens, Oliver Twist, Madrid, Anaya, 1999, pag. 21.
124
De la fuerza de este miedo, una evidencia es el modo en cómo muchas
novelas de crimen y terror se ambientan en residencias destinadas al
cuidado de las personas mayores. Un ejemplo es el siguiente:
Su
cama había sido cuidadosamente abierta, el camisón había sido
sacado del armario y extendido incitantemente encima del colchón
de satén; las zapatillas estaban en el suelo, al lado de la cama.
En Alpenstand se trataba a los huéspedes con toda clase de
miramientos y, sin embargo, la habitación a la luz de la lámpara,
el silencioso terreno de estacionamiento, el extraño y aislado
hotel, habían comenzado ya a adquirir
una atmósfera de espanto.
En
Lucille Fletcher, ...Y dado por muerto,
Madrid, Biblioteca de Selecciones del Reader´s Digest, 1964, pag.
387.
125
Hella S. Haase, El bosque de la larga espera, Barcelona,
Plaza&Janes, 2005, pag. 290.
126
Christiane Bird, Mil suspiros, mil rebeliones. Un recorrido por
el Kurdistán iraquí, Barcelona, Ediciones B, 2005, pag. 413.
127
Willian Craig, La batalla de Stalingrado, Barcelona,
Editorial RBA, 2005, pag. 74.
128
John Steinbeck, Las uvas de la ira, Madrid, El país.
Clásicos del siglo XX, 2002, pags. 245 y 246. De la importancia de
la familia como elemento protector del individuo cuando éste vive
sumido en la pobreza habla bien una de las razones fundamentales que
están detrás del rápido crecimiento demográfico que existe en
los países en vías de desarrollo, en palabras de un demógrafo
“los programas de planificación familiar no han tenido éxito
en muchos países en vías de desarrollo porque los hijos son
necesarios al constituir una seguridad social para sus ancianos
padres”, en Paul R. Ehrlich y Anne H. Ehrlich, La explosión
demográfica. El principal problema ecológico, Barcelona,
Biblioteca Científica Salvat, 1993, pag. 219.
129
Amin Maalouf, op. cit.., pag. 207.
130
Supongo que en este tipo de anhelos de ser aceptado por su grupo
está el fundamento de la reinserción de los delincuentes, a los
cuales, dándoles una oportunidad de llevar una vida decente,
intentan ser dignos de ella. Con respecto a esta cuestión, me gusta
recordar un episodio de la historia antigua, en el que el general
romano Pompeyo, tras haber llevado una dura y victoriosa guerra
contra unos piratas de Asia Menor, en vez de exterminarlos, les
otorgó tierras, convirtiéndoles en civilizados campesinos. Una
reseña de este episodio está en Francisco Bertolini, Historia
de Roma, Madrid, Edimat Libros, 1999, pag. 275.
131
Leopoldo Alas "Clarín", La regenta, Madrid,
Colección Austral, 2004, pag. 456.
132
Charles Dickens, Historia de dos ciudades, Madríd, Cátedra,
2004, pag. 325.
133
Dentro del análisis de una guerra civil argentina, en la que
también existió un predominio del elemento popular en uno de los
bandos enfrentados, un autor hace la siguiente reflexión: “^Parece
que el federal es más sanguinario que su enemigo. ¿Más odio?
Acaso más plebeyismo. En las guerras a muerte hay más sangre del
lado del pueblo, tal vez porque en el pueblo todo es instintivo,
infrarracional”, en Manuel Gálvez, op. cit., pag. 396.
134
Carlos Roca, Zulú. La batalla de Isandlwana, Barcelona,
Inédita Editores, 2004, pag. 201.
135
Basada en el mito del buen salvaje, difundido por Rousseau,
que pinta a los seres primitivos como criaturas virtuosas, amables,
ingenuas y confiadas. Este mito refleja una de las paradojas del
hombre al que, por un lado, le asusta el lado salvaje humano y, por
otro, no quiere admitirlo como una característica plenamente
humana, “no quiere oír, y no se lo reprocho, que somos seres
humanos porque durante millones de años matamos para vivir”,
en Robert Ardrey, op. cit., pag. 72. En el caso de los indios
norteamericanos, su magnificación suele atribuírse al libro de D.
H. Lawrence Mañanitas Mexicanas, en Alberto Cardín,
Movimientos religiosos modernos, Barcelona, Salvat, 1986,
pag. 32. Uno de los documentos contemporáneos más repetidos para
justificar su idealización es la carta que escribió un jefe de una
tribu india llamado Seattle al presidente norteamericano Frankin
Pierce. Esta carta es una verdadera proclama ecológica y
conservacionista. Uno de sus fragmentos es el siguiente:
No sé,
mas nuestro modo de vida es distinto del de ustedes. La sola vista
de sus ciudades llena de tristeza los ojos del piel roja. Tal vez
sea que el piel roja es un salvaje y no comprende nada...
No
existe un lugar pacífico en las ciudades blancas, ni hay un sitio
donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en
primavera o el zumbido de los insectos. Quizá esto también se deba
a que soy un salvaje y no entiendo nada
Pero,
después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede
escuchar el adorable lamento del chotacabras ni las discusiones
nocturnas de las ranas en el filo de un estanque?
En Mayne Reid, Oceola, el gran jefe de los semínolas,
Bilbao, Editorial Legasa, 1980, pag. 37.
136
Por ejemplo, Lenin rechazó las teorías del amor libre impulsadas
por la primera mujer que fue comisaria del pueblo, Alexandra
Kollontái, tras la toma de poder por parte de los bolcheviques en
1918, en AAVV, La Europa de entreguerras 1918-1936, en
Historia Universal, Tomo XVII, Larousse, 2005, pags. 3070 y
3071. A esta oposición se refiere Sciascia en uno de sus libros:
- Es una cosa tan sencilla hacer el amor…¿Qués el amor? No
hay otra cosa entre un hombre y una mujer. Es como tener sed y beber
(…)
- Esto de la sed y el beber no es nuevo.
- Es de una revolucionaria rusa, pero Lenin, ¿se acuerda?,
planteó la cuestión del vaso; se negaba a beber en el vaso en que
hubieran bebido otros. Más bien reaccionario, ¿no le parece?
- Puritano, yo diría puritano. Todos los revolucionarios lo
son.
En Leonardo Sciascia, Todo Modo, Madrid, El País. Clásicos
del siglo XX, 2003, pags. 58 y 59.
137
Siempre me ha llamado la atención el caso de una importante
comunista española del siglo XX, Dolores Ibárruri, que fue una
mujer piadosa en extremo durante su juventud, sustituyendo con
posterioridad este fervor religioso por el fanatismo comunista. De
un converso así es fácil esperar que sea conservador en terrenos
morales. Para esta cuestión, véase Adrian Shubert, Historia
social de España, Madrid, Nerea, 1991, pag. 208. Sobre otro
adepto comunista, uno de los más importantes traidores de la
historia reciente, hay un libro que describe su conversión a la fe
comunista con los siguientes trazos, es posible que fuera en
aquellos años placenteros cuando Fuchs, sintiendo más que nunca el
vacío que en su espíritu había dejado la perdida fe cristiana, se
asió con mayor afán al ideal comunista que la sustituyó, en
Charles Baudinat, El hombre que entregó a los rusos la bomba
A, en AAVV, Los grandes enigmas de la guerra fría,
Madrid, Artes Gráficas Mateu-Cromo, 1970, pag. 120.
138
Alexéi N. Tolstoi, La víbora, en Cuentos rusos,
Barcelona, Salvat, 1970, pag. 125. Sólo tras Mayo del 68 parece que
las sociedades occidentales han aprendido a relativizar algunas de
sus muchas represiones mentales tradicionales. Como se dice en un
libro de historia contemporánea, este movimiento “cuestiona
fuertemente el paternalismo autoritario de los padres vencedores del
fascismo que, paradójicamente, había llenado la vida cotidiana de
tabúes y represión social o sexual”, en Fernando García de
Cortázar, Breve historia del siglo XX, Barcelona, Galaxia
Gutenberg, 1999, pag. 347.
139
Hasta qué punto la función moral en España es patrimonio de la
Iglesia se ve en el segundo tercio del siglo XIX, época en que los
gobiernos liberales españoles expropiaron enormes cantidades de
bienes de la Iglesia, para así reducir su poder y, en cambio, la
enseñanza religiosa se siguió considerando por estos mismos
gobiernos la fundamental para educar al pueblo español, en
Juan-Sisinio Pérez Garzón, Crisis del feudalismo y revolución
burguesa, en Crisis del Antiguo Régimen. De Carlos IV a
Isabel II, Madrid, Hª16, 1982, pag. 101.
140
Es paradójico el modo en cómo ahora los españoles que vivimos en
democracia nos hemos despolitizado, fenómeno que se da sobre todo
en la juventud, y que era el objetivo que tenía el dictador que nos
gobernó con anterioridad, que quería sustituir la política por
la administración. Para este propósito de Franco, véase
Stanley G. Payne, El fascismo, Madrid, Alianza Editorial,
2001, pag. 34.
141
Alejandro Díez Blanco, op..
cit.., pag. 21. Como se
dice en un libro dedicado a estas cuestiones, “el
derecho es sólo aquello que las instituciones legales han decidido
en el pasado. Por ejemplo, si han decidido que los trabajadores
pueden cobrar compensación por las lesiones ocasionadas por la
negligencia de un compañero de trabajo, entonces, esa es la ley. Si
han decidido lo contrario, esa es la ley entonces”,
en Ronald Dworkin, El imperio de la justicia,
Barcelona, Editorial Gedisa, 1988, pag. 19.
142
Raymond Chandler, El largo adiós, Madrid, El País, 2002,
pag. 377. Este párrafo sintetiza bien la realidad indiscutible de
que los miembros más poderosos de una sociedad tienen una enorme
capacidad de influencia en la elaboración de los leyes. Las razones
de su intervención son evidentes, “la redistribución de la
renta perjudica a los privilegiados y, como éstos ocupan el poder,
pueden impedir que se lleve a cabo”, en José Luis Sampedro,
Conciencia del subdesarrollo, Barcelona, Salvat, 1972, pag.
112.
144
Henry Miller, Trópico de Cáncer, Madrid. El País. Clásicos
del siglo XX. 2002, pags. 164 y 165.
145
Marco Polo, Libro de las maravillas, Madrid, Ediciones Anaya,
1983, pag. 210.
147
Terenci Moix, No digas que fue un sueño, Madrid, Bibliotex,
2001, pag. 169. Un descubrimiento que me sorprendió mucho sobre la
literatura erótica fue la importancia que ésta tuvo en la
Ilustración, cuando los recuerdos que yo tenía de la escuela eran
que los escritores de este periodo eran muy aburridos, a causa de su
tono didáctico y moralizante. A este respecto, de la literatura
pornográfica de la España Ilustrada, es gracioso el título de un
libro Arte de putas, atribuido a Moratín, en Roberto
Fernández Díaz. La economía en el siglo XVIII: agricultura,
industria y comercio en el siglo de las reformas, en Historia
de España, Tomo IX, Madrid, El Mundo, pag. 620.
148
Para la cuestión de la condena generalizada del incesto por parte
de las sociedades humanas, véase David. P. Barash y Judith Eve
Lipton, El mito de la monogamia. La fidelidad y la infidelidad en
los animales y en las personas, Madrid, Ediciones Siglo XXI,
2003, pag. 318, Francisco Diez de Velasco, op. cit., pag. 40
o Lucy Mair, op. cit., pags. 88 y 90. En esta última cita se
añade la opinión del importante antropólogo Malinowski, para el
que la prohibición del incesto señala la transición de la
naturaleza -la vida de los animales- a la cultura, el modo de vida
peculiar de los hombres. El incesto está detrás del horror que
causa la costumbre faraónica de desposarse con sus hermanas o
hijas, o los posibles amoríos de César Borgia y Lucrecia Borgia.
También conviene indicar que el incesto tiene que haber sido una
prohibición necesariamente respetada a causa del hacinamiento y la
promiscuidad con la que durante muchos siglos vivieron las clases
bajas. En el siguiente fragmento literario se describe una situación
de esta clase:
En
el suelo de esta reducida habitación había un gran colchón
cuadrado. Por un lado entraban los cuerpos del Muecas y de su
consorte, por el otro lado los más esbeltos de sus hijas núbiles
(…). Pero seguían durmiendo los cuatro juntos en el colchón
grande por varios motivos: porque los cuatro cuerpos juntos
elevaban la temperatura de la cámara estanca...
En
Luis Martín-Santos, Tiempo
de silencio,
Madrid, El País. Clásicos del siglo XX, 2003, pag. 69.
149
Vladimir Nabokov, Lolita, Madrid, Biblioteca el Mundo, 1999,
pag. 126.
150
Roger-Henri Guerrand, Historia de la higiene urbana,
Valencia, Edicions Alfons el Magnanim, 1988, pag. 199.
151
De la hipocresía que existe sobre los aspectos sexuales humanos,
una frase que me despierta una sonrisa es la siguiente: “El
sexo es la única actividad humana en la que el profesional tiene un
estatus inferior al del aficionado”, tomada de Sylvia de
Béjar, Tu sexo es aún más tuyo, Barcelona, Planeta, 2007,
pag. 28. Por ejemplo, en el libro mencionado en una nota anterior
sobre Cleopatra, ésta recibe clases de una prostituta para poder
seducir a Marco Antonio. También, desde que lo leí, me ha llamado
la atención el modo en cómo en la España del Siglo de Oro, en
teoría tan católica, los maridos prostituían a sus mujeres:
Prosigue
Piñeyro, luego de contar varios casos de maridos traficantes con
sus mujeres:
“Y
la verdad es que los tales maridos lo saben bien y disimulan, porque
son las fincas que más les rinden y las dotes de las que viven. Y
así es que en Castilla eso se tiene por cosa corriente; y no es tal
o cual marido, los más nada gastan en joyas y vestidos para sus
mujeres, que se los saben ganar: las mozas, ya con palabras, ya con
obras...”
Tomado
de José Deleito y Piñuela, La mala vida en
la España de Felipe IV, Madrid, Alianza
Editorial, 1998, pag. 32. O, de este mismo periodo, es paradójico
el hecho de que las casas de prostitución estaban controladas por
las cofradías religiosas, situación que da mucho juego literario
para tratarla con ironía, como se ve en Bartolomé Bennassar, El
galeote de Argel, Madrid, El País, 2005,
pags. 39 y 40, o en Miguel Delibes, El
hereje, Barcelona, Ediciones Destino, 1999,
pag. 99.
152
En un libro de tono lúdico, que retrata las reacciónes de los
asistentes a un juicio donde se encausa a un escritor de libros
pornográficos, se hace alusión a este permanente camuflaje de
nuestos pensamientos sexuales:
Bien,
bien... No tenía más remedio que cortar este tipo de pensamientos.
Tal vez había sido la lectura de los libros de Claude lo que le
hacía pensar así. Y el oír todas esas palabras en el tribunal,
todas aquellas descripiciones sexuales... Bien podía ser que, en
este sentido, la acusación tuviese razón. Pero, si quería ser
honrado consigo mismo, y no había razón para no serlo pues estaba
solo y nadie- a Dios gracias- era capaz de leer sus pensamientos,
tenía que reconocer que esas ideas eran en él relativamente
frecuentes.
En
Linda Dubreuil, El
pornógrafo,
Barcelona, Ediciones Actuales, 1978, pag. 172
153
En cierta forma, los vagabundos son los antisistema por excelencia y
de ahí el recelo que siempre han despertado en las autoridades.
Aunque no soy experto en estas cuestiones, fácilmente me vienen a
la cabeza nombres de colectivos que han sido perseguidos por su vida
errante como los goliardos medievales, los vaqueiros, que era un
pueblo de la tierra donde he nacido, Asturias, o el caso mucho más
conocido de los gitanos. Sobre estos últimos, en la actualidad en
algunos países como Francia se está procediendo a la expulsión de
alguno de sus colectivos, en concreto los de origen rumano.
154
Enrique Castro, Hombres made in Moscú, Barcelona, Luis de
Caralt, 1963, pag. 96.
155
Vasili Grossman, Todo fluye, Barcelona, Debolsillo, 2010,
pag. 99.
156
Lucien Levy-Bruhl, El alma primitiva, Barcelona, Ediciones
Península, 2003, pag. 22.
157
Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, Buenos Aires, Colección
Austral, 1968, pag. 82.
158
Indro Montanelli, Dante y su siglo, Barcelona, Plaza&Janes,
1964, pag. 113. O, en palabras de otro estudioso, “la libertad
comienza más allá de la necesidad”, en Raymond Aron,
Ensayo sobre las libertades, Madrid, Alianza Editorial, 1974,
pag. 41.
159
En este sentido, una curiosidad histórica es el modo en cómo en
los inicios de la Revolución Francesa, algunos grupos
revolucionarios radicales querían imponer la obligatoriedad del
tuteo, para acabar con los tradicionales tratamientos de respeto
hacia los miembros de las clases superiores, en Jean-Pierre Bois, La
Revolución Francesa, Madrid, Historia 16, 1999, pag. 115.
160
Que los musulmanes sigan postrándose en la oración es lo que hace
que sean tenidos por especialmente piadosos por los descreídos
habitantes de los países europeos, en Francisco Diez de Velasco,
op. cit., pag. 186.
161
Ernst Gombrich, La historia del arte, Londres, Phaidon, 2008,
pag. 522.
162
Esta polémica cuestión viene bien explicada en Herbert Wendt, Tras
las huellas de Adán, Barcelona, Editorial Noguer, 1962, pags.
271 y ss.
163
Algún historiador retrotrae su origen en el siglo XII, donde
empieza a germinar un incipiente humanismo:
A partir del siglo XIII, el
hombre y el cristiano empezaron a representar dos categorías del
todo distintas. Lo que se aplicaba al uno no tenía necesariamente
porque aplicarse al otro. El vacío dejado por el hombre renacido
(el cristiano) se llenó al despertar el hombre natural de un sueño
de siglos.
En Walter Ullmann, Historia del pensamiento político en la Edad
Media, Barcelona, Editorial Ariel, 1983, pag. 159.
164
Como afirman dos autores dedicados al estudio de este movimiento
cultural, “en este siglo caracterizado por la soberanía de la
razón, se entabló un combate generalizado contra el dogmatismo”,
en A. Schönberger y H. Soehner, El rococó y su época,
Barcelona, Salvat, 1971, pag. 15. Más adelante, haré mención a
que este siglo es el periodo en que se comienza a cuestionar
intensamente los argumentos de autoridad, casi sagrados hasta ese
momento.
165
William R. Cook y Ronald Herzman, La visión medieval del mundo,
Barcelona, Vicens-Vives, 1985, pag. 98. Para la mentalidad medieval,
“el mayor pecado ante los ojos de los hombres y de Dios es
querer salir de su estado. El deseo de ascenso social debe
desterrarse de la sociedad”, en Pedro de Santidrián, Tomás
de Aquino, Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 17.
166
El concepto de gloria, que “se considera el instrumento más
poderoso del arsenal humanista”, en André Chastel, El
humanismo, Barcelona, Salvat, 1964, pag. 13.
167
Aparece una nueva piedad en la que la vida interior cuenta más que
la celebración litúrgica, en Julio Valdeón, Historia general
de la Edad Media. Siglos XI al XV, Madrid, Mayfe, 1971, pag.
301.
168
Juan Elliot y Javier Moncayo, Enrique VIII, en Historia y
Vida. Especial Número 500, pag. 63. Como dice Umberto Eco, sólo en
el siglo XVIII el artista se libera de la humillante dependencia del
mecenazgo, en Historia de la belleza, Barcelona, Lumen, 2005,
pag. 252. De la sumisión a que obligaban este tipo de dedicatorias
véase, por ejemplo, la que hace Cervantes al duque de Béjar al
inicio del Quijote:
En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a
toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las
buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al
servicio y las granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, al abrigo del
clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento
que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su
protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso
ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las
obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose
parecer seguramente en el juicio de algunos que, no conteniéndose
en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y
justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de
Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la
cortedad de tan humilde servicio.
En Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha, Barcelona, Salvat, 1916, Tomo I, pag. 3. De la rabia
ocasionada por tener que rebajarse de este modo ante los grandes por
parte de los intelectuales, el documento más relevante es la
llamada Historia secreta de Procopio, historiador oficial de
Justiniano que, si bien, en sus escritos oficiales alababa a éste y
a su mujer Teodora hasta extremos serviles, en la Historia
secreta se vengaba con párrafos tan elocuentes como el
siguiente:
Teodora se reunía con diez o doce amigos y se entregaba a ellos
sucesiva y repetidamente en varias posiciones, y no teniendo
bastante con ellos llamaba a sus criados y esclavos, y aún éstos
no eran suficientes, pues podía ser abatida por el cansancio pero
satisfecha por todos…
En Joseph M. Walker, Historia de Bizancio, Madrid, Edimat,
2004, pag. 131.
169
Louis Gottschalk, Católicos y protestantes en Europa
(1500-1775), en Historia de la Humanidad , Tomo VIII,
UNESCO, Barcelona, Editorial Planeta, 1977, pag. 355. De esta
necesidad de encontrar un equilibrio entre la propia dignidad y las
presiones sociales es un buen ejemplo el llamado humanismo
cortesano, oportunista y adulador, de la segunda mitad del siglo
XVI, explicado en José Luis Beltrán y Doris Moreno, Renacimiento,
Madrid, Ediciones Arlanza, 2000, pag. 71. Los científicos también
tuvieron difícil en esta época encontrar este equilibrio, como lo
prueban las condenas por parte de la Inquisición a Galileo o
Vesalio, teniendo que retractarse el primero y muriendo a causa de
la penitencia impuesta el segundo, para este segundo caso, véase,
Fernando Martínez Laínez, Miguel Servet, Madrid, Editorial
Hernando, 1977, pag. 68. Un caso también trágico de un intelectual
condenado por la Inquisición, en este caso consumándose la pena de
la condena a la hoguera es el de Giordano Bruno. Aunque esta muerte
en sí ya es horrible, lo que más me impactó cuando leí el final
de este hombre, fue la brutalidad realizada con él previamente para
que no pudiera hablar y defenderse: “un carcelero fue hacia
Bruno, y mientras otros dos le inmovilizaban la cabeza, le sujetó
la lengua con dos largos pinchos. Uno de ellos le atravesaba la
lengua horizontalmente, mientras que el otro le fue clavado a través
de los labios”, en Michael White, Giordano Bruno. El hereje
impenitente, Buenos Aires, Ediciones B, 2001, pag. 175.
170
Cyrano de Bergerac, El otro mundo o los estados e imperios de la
luna, Madrid, Anaya, 1987, pag. 108.
171
En mi caso, de este siglo me gusta recordar el movimiento de los
cuáqueros que, “con mayor conciencia civil, se oponían a toda
forma de violencia, a la guerra, a la pena de muerte y a la
esclavitud”, en Alberto Tenenti, La Edad Moderna. Siglos
XVI-XVIII, Barcelona, Editorial Crítica, 2000, pag. 265. Entre
ellos sobresale la figura de Anthony Benezet (1713-1784), que
“también fue pionero de otros movimientos reformistas, como el
de la educación de las mujeres y el del tratamiento más justo para
los indios”, Carson I. A. Ritchie, Comida y civilización,
Madrid, Alianza Editorial, 1994, pag. 168.
172
Una serie de frases, tomadas del mismo autor, resumen estos cambios
habidos a lo largo del siglo XIX; “la vida política interior
se caracteriza por la continuación de los combates a favor de los
derechos de los pueblos y de la constitución, en los que persisten
vitalmente las acciones consecutivas de la Revolución francesa (…)
Se plantea, cada vez con mayor importancia la cuestión social. Ha
conducido a una lucha de clases para obtener la igualdad política
de derechos y la mejora material de la clase trabajadora (…)
Indiscutiblemente fue ganando en importancia el pensamiento
democrático en la vida política de Europa”, en Paul Diepgen,
Historia de la medicina, Barcelona, Labor, 1925, pags. 142 y
142.
173
Luis Buñuel, op. cit.., pag. 122.
174
Como afirma correctamente un autor, el éxito de Gandhi se debió
al hecho de que los británicos tuvieron conciencia, en J. G.
Davies, op. cit., pag. 198. Pese a ser contemporáneo a los
éxitos de Gandhi, el caso coreano es un buen ejemplo del fracaso de
las tácticas de resistencia pasiva. Corea fue anexionada por Japón
en el año 1910, invasión frente a la que muchos coreanos, en señal
de protesta, decidieron suicidarse. Tal sacrificio fue en vano, ya
no que sirvió para rebajar un ápice la brutalidad de la ocupación.
Estos hechos son tratados en Pilar Cabañas Moreno, Corea, en
AAVV, Japón y Corea, Madrid, Ediciones Arlanza, 2000, pag.
28.
175
Al carácter inhumano de la sociedad soviética ya me he referido en
anteriores ocasiones. En el siguiente texto se relatan las
dramáticas experiencias personales de un campesino ruso perseguido
por la policía política, contadas por él mismo:
Cruzando el campo por noche, llegué a casa, y de noche volvía
a marcharme. Cogí a mi hermano más pequeño y me lo llevé a
regiones más cálidas. No teníamos nada para comer. En Frunse
encontramos una banda de vagabundos, alrededor de un caldero de
alquitrán. Me dirigí a ellos: “Escuchad, descalzonados: Os dejo
a mi hermanito como aprendiz, para que le enseñéis a salir
adelante en la vida” Ellos le recogieron...
En Alexandr Soljenitsin, Un día en la vida de Iván
Denisovitch, Barcelona, Luis de Caralt, 1963, pag. 99.
176
Alexandr Soljenitsin, Archipiélago GULAG, Barcelona,
Plaza&Janes, 1973, pag. 346.
177
Su nombre es Invictus y está dirigida por Clint
Eastwood.
178
Cita de Eurípides, tomada de Luis Gil, op cit.., pag. 39.
Hay muchos ejemplos históricos del modo en que se pueden silenciar
las voces de protesta. Personalmente, uno de los que más me gusta,
porque me encanta la historia del imperio bizantino, es como durante
el proceso de feudalización que se da en este último a partir del
siglo XIII, los campesinos, acostumbrados a un régimen de mayor
libertad, acudían a los tribunales públicos para defender sus
derechos, siendo asesinados por sus nuevos señores cuando exponían
sus quejas, en AAVV, Historia de Bizancio, Barcelona,
Editorial Crítica, 2001, pag. 207.
179
Como asegura un estudioso de la época antigua, “la esclavitud
puede ser preferida a una libertad carente de recursos en la que la
supervivencia es difícil”, en Juan Manuel Roldán y Juan
Santos Yanguas, Hispania romana. Conquista, sociedad y cultura
(siglos III a. C- IV d. C), en Historia de España. Tomo
II, Madrid, El Mundo, 2004, pag. 422.
180
León Tolstoi, op. cit., pag. 322.
181
Para Alexis de Tocqueville, un importante estudioso de la Revolución
Francesa, ésta se produjo, no por un empeoramiento de las
condiciones de vida de las clases populares, sino, justo por lo
contrario, ya que, según la prosperidad iba llegando a los
campesinos, éstos empezaron a ver los privilegios feudales como
vejatorios e intolerables, en George Rudé, Europa en el siglo
XVIII. La aristocracia y el desafío burgués, Madrid, Alianza
Editorial, 1978, pag. 302. En este sentido, es famosa una de las
frases de este intelectual francés, el momento más peligroso
para un mal gobierno es aquel en el que intenta reformarse, ya
que cualquier relajación de la opresión hace que las personas se
den cuenta de la desigualdad social que sufren y luchen por corregir
esta situación injusta. Por poner un ejemplo histórico, se
considera que las reformas puestas en marcha por Gorbachov,
destinadas en principio a mejorar el sistema soviético,
desestabilizaron a éste del tal modo que provocaron su derrumbe, en
Julio Aróstegui y otros, El mundo contemporáneo: historia y
problemas, Barcelona, Editorial Biblos-Cátedra, 2001, pag. 542.
182
Leon Tolstoi, op. cit., pag. 304.
183
John Rule, Clase obrera e industrialización, Barcelona,
Editorial Crítica, 1990, pag. 214. A las infames condiciones de
vida de los obreros del siglo XIX ya se hizo referencia en este
ensayo, cuando en el primer capítulo se trató la corriente
filosófica del socialdarwinismo.
184
Sinclair Lewis, Calle mayor, Barcelona, Ediciones GP, 1965,
pag. 52.
185
Vasco Pratolini, Crónica Familiar, Barcelona, Salvat, 1971,
pags. 126 y ss.
186
“Hacia 1934 la relación entre los ingresos más altos y los
más bajos era de 29 a 1”, Vladimir Boukovski, La Unión
Soviética. De la utopía al desastre, Madrid, Ediciones Arias
Montano, 1991, pag. 163. Para lo que es corriente en una sociedad,
tampoco esta desigualdad de ingresos es tan acusada, pero sí niega
la visión de la sociedad soviética como una sociedad igualitaria.
Un escritor italiano se toma el asunto con ironía en las siguientes
líneas, en que pone en boca de un imaginario Lenin las siguientes
palabras:
Nosotros hemos cambiado únicamente la clase que fundaba su
hegemonía sobre este sistema. Eran sesenta mil nobles y tal vez
unos cuarenta mil grandes burócratas; en total, cien mil personas.
Hoy se cuentan cerca de dos millones de proletarios y de comunistas.
Es un progreso, un gran progreso, porque los privilegios son veinte
veces más numerosos, pero el noventa y ocho por ciento de la
población no ha ganado mucho en el cambio.
En Giovanni Papini, Gog, Barcelona, Ediciones G. P., 1965,
pag. 141. En la conocida sátira sobre la Unión Soviética,
Rebelión en la granja, esta desigualdad se resume en el
mandamiento final que rige la vida de la granja:
Todos los animales son
iguales, pero unos animales son más iguales que otros.
En George Orwell, Rebelión en la granja, Barcelona,
Ediciones Destino, 1996, pag. 181. A este respecto, es reveladora la
tesis del Comité Central del Partido Comunista de la Unión
Soviética en el año 1967, “la introducción de una
distribución pareja, minaría los intereses materiales de los
hombres en activo en los resultados del trabajo y en el fomento de
su nivel intelectual, cultural y profesional”, en Giovanni
Blumer, La revolución cultural china, Barcelona, Ediciones
Península, 1972, pag. 77.
187
Como se explica en un libro escrito por alguien que vivió desde
dentro el sistema soviético, “no funcionó bien con la
socialización de las propiedades. Al eliminar los intereses
individuales, la gente fue dejando de trabajar”, en Leo S.
Klejn, op. cit., pag. 113.
188
Paul Theroux, En el gallo de hierro, Barcelona, Ediciones B,
1997, pag. 61.
189
Por citar un exponente histórico de en qué consistió exactamente
este tipo de lucha, en España el Tribunal Supremo fijó en 1893 que
la huelga no debía considerarse delito si era utilizada para lograr
mejoras salariales, en Javier Paniagua, Anarquistas y
socialistas, Madrid, Historia 16, 1999, pag. 143.
190
Como ejemplo de esta actitud vale la estrategia con la que Hitler
rompió la tradicional solidaridad obrera: al llegar al poder fue
introduciendo el trabajo a destajo entre los proletarios, de tal
modo que rápidamente fomentó el individualismo entre éstos, en
Alexandra Minerbi, Atlas ilustrado del nazismo, Madrid,
Susaeta Ediciones, 2003, pag. 72.
191
Por ir señalando algún ejemplo de este comportamiento, este año
ha habido un colapso en los aeropuertos europeos debido a la
paralización del tráfico aéreo por la erupción de un volcán
islandés. Ante las dificultades de muchos viajeros para volver a su
lugar de origen, muchos taxistas se han aprovechado de la situación,
cobrando precios abusivos por trasladar a estas personas a sus
hogares. Un caso parecido, son las onerosas tarifas que imponen los
cerrajeros cuando tienen que abrir la cerradura de casas cuyos
propietarios sufireron el descuido de salir de su domicilio sin
llaves.
193
Bertrand Russell, La conquista de la
felicidad, Madrid, El País. Clásicos
del siglo XX, 2003, pag. 175. De los efectos extremos de esta falta
de afectividad, ya que se producía incluso dentro de su familia, a
mí me gusta recordar la personalidad de Madame Curie. Esta mujer,
privada del cariño materno, ya que su madre, afectada de
tuberculosis, no podía besar a sus hijos, tuvo durante toda su vida
un carácter seco, que no admitía ningún gesto de tuteo, cariño o
familiaridad hacia su persona, véase Carmen Herranz, Marie
Sklodowska Curie, Madrid, Ediciones
Rueda, 1995, pags. 10-11 y 147-148.
194
Aristóteles, Política, Madrid, Espasa Calpe, 1999, pags.
162 y 163.
195
Un historiador francés describe este proceso del modo siguiente: El
concepto de “Estado providencia” correspondiente al Antiguo
Régimen es sustituido por el de “Estado policía”, cuya única
finalidad consiste en asegurar el orden, la propiedad y la libertad
económica, en André Corvisier, Historia Moderna,
Barcelona, Editorial Labor, 1986, pag. 391.
196
Joseph Townsend, Viaje por Asturias, Oviedo, Imprenta de
Uría, 1874, pags. 24 y 25. Uno de los más terribles exponentes de
esta mentalidad inmisericorde con el prójimo es la ley inglesa Poor
Law Amendment que en 1834 instauró el trabajo forzado para los
niños indigentes, en AAVV, El siglo de las naciones. 1820-1862,
en Historia Universal. Tomo XIV Larousse, 2005, pag. 2533.
197
Como se afirma en un libro que estudia la mentalidad de los sectores
sociales intermedios del sur de Italia, éstos “se consideran
explotados, además de por el capital, por las clases parasitarias”,
en Francesco Alberoni, Escenario de poder, en AAVV, La
nueva Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1997, pag. 92.
198
Sociedad General de Autores Españoles.
199
Para muchos estudiosos, el culto a la voluntad es la base de la
cultura moderna, en Stanley G. Paine, El fascismo, Madrid,
Alianza Editorial, 2001, pag. 108.
200
De ahí la desconfianza que entre las élites han generado
tradicionalmente fiestas como los carnavales, en las que hay una
subversión y una burla de las estructuras sociales admitidas. Ya en
la Roma antigua el Senado intentó prohibir las bacanales porque
eran fiestas que ignoraban las barreras sociales, en Fabio Bourbon y
Anna María Liberati, Roma antigua. Grandes civilizaciones del
pasado, Barcelona, Editorial Folio, 2005, pag. 114. Un ejemplo
literario de la censura del carnaval es el siguiente:
Por el peso y la influencia de este cambio de banda, todo el
mundo parecía un poco arrepentido del carnaval. Aquel año los
predicadores tomaron como bandera de escándalo del pasado
“paganismo”, la muerte de la pobre Antonia, “esa santa criada
de la virtuosa doña Carmén”. Su muerte se achacaba a los
“desafueros báquicos de la fiesta demoniaca”…
En F. García Pavón, El carnaval, Madrid, Selecciones del
Reader´s Digest, 1968, pag. 187.
201
Benito Pérez Galdós, Misericordia, Madrid, Editorial
Cátedra, 1997, pags. 73 y 74. Con respecto a estas disputas
jerárquicas entre personas de condición social humilde, un aspecto
que desde siempre me ha llamado la atención de las sociedades
antiguas era que los esclavos podían poseer esclavos, véase, por
ejemplo, para la sociedad asiria, J.F. Rodríguez, A. Ibáñez y L.
Abad, Los asirios, Madrid, Cuadernos de Historia 16, 1995,
pag. 20. Del mismo modo, para la sociedad babilónica, J. M.
Roberts, Historia antigua. Desde las primeras civilizaciones
hasta el Renacimiento, Barcelona, Blume, 2005, pag. 97.
202
Joseph Roth, La marcha Radetzky, Barcelona, Círculo de
lectores, 1993, pag. 361 Sobre la rigidez y sinsentido a que, a
veces, conduce el protocolo, un buen ejemplo es la muerte de Felipe
III, ocurrida, al parecer, a causa de que a ninguno de los presentes
le correspondía retirar un brasero cercano al rey, cuyo calor
contribuyó a agravar el estado de salud del monarca español, en
AAVV, Rebeldes. Los olvidados de la historia,
Barcelona, Círculo de lectores, 2004, pag. 107.
203
Basta leer una descripción de la sociedad española de principios
del siglo XX para comprender la lentitud de los cambios sociales:
Como es obvio, las diferencias sociales eran
abismales en aquella época, empezando por el vestido. El paisaje
humano de los años 10 mantenía en el atuendo unas distancias
insuperables. La gente bien se vestía de levita, chaqué o
americana y se cubría con flexible, chistera o canotier, según el
tiempo. Los menestrales iban de chaqueta, pañuelo blanco al cuello
y bombín, y los proletarios, con blasón, alpargatas y gorra o
boina.
En Rafael Abella, Los
españoles de principios de siglo, en
Madrid, Historia Universal del siglo
XX. T. 3, Historia 16, 1997, pag.
50.
204
Un ejemplo de las dificultades para realizar matrimonios desiguales,
fechado a finales del siglo XIX, es la historia de amor del heredero
del imperio austrohúngaro, Francisco Fernando, catorce años
antes, día tras día, tras una larga contienda familiar, política
y protocolaria, el archiduque había conseguido de su tío, el
emperador, autorización para casarse con la mujer que amaba, Sofía
Chotek de Choktowa. La Corte y el Consejo privado supeditaron el
matrimonio para la boda a una condición: tiene que ser matrimonio
morganático. Sofía no sería emperatriz y debía renunciar en
nombre de sus futuros hijos al derecho de sucesión. La novia, en
efecto, no era de sangre real, en Claude Guillaumin, Sarajevo:
dos disparos que causaron millones de muertos, en AAVV, Los
grandes enigmas de la Primera Guerra Mundial.I, Madrid,
Artes Gráficas Mateu-Cromo, 1968, pag. 27.
206
Emilia Pardo Bazán, Morriña, en Morriña. La última
Fada, Barcelona, Editorial Salvat, 1972, pag. 28.
207
Por citar una referencia a esta cuestión, véase John Stuart Mill,
La esclavitud femenina,
editorial De la luna, 2001, pag. 43. A vueltas con el tema
tratado en el capítulo tercero del miedo a ser animalizado por
parte del ser humano, es significativa la afirmación siguiente: “El
deseo de convertir a hombres en animales es el impulso más potente
de la esclavitud”, en Elías Canetti, op. cit., pag.
381.
208
Consistía en la división en tres clases de personas, dos de ellas
privilegiadas, la nobleza y los eclesiásticos, y una tercera sobre
la que descargaba todo el trabajo, los campesinos. Quien mejor
definió en su momento esta división tripartita es un monje
medieval, Adalberón de Laón, en una obra titulada Carmen ad
Robertum Regem, en Emilio Mitre, Historia de la Edad Media.
Occidente, Madrid, Editorial Alambra, 1988, pag. 190.
209
Jean-Francois Leroux Dhuys, Las abadías cistercienses. Historia
y arquitectura, Könemann, 1999, pag. 74.
210
De la implantación de las castas en la sociedad india es
paradigmático el modo en que los jesuitas, llevados por la
intención de evangelizar este país, se adaptaron a él,
generándose enormes diferencias sociales entre los jesuitas de una
casta superior y los de una casta inferior, hasta el punto que el
más destacado de los primeros, Roberto de Nobili, se negaba a
predicar a las castas inferiores, en Henry Chadwick, La iglesia
cristiana. Veinte siglos de historia, Barcelona, Círculo de
lectores, 1990, pag. 123. También los judíos que vivían en la
India, en un similar proceso de adaptación, crearon su propio
sistema interno de castas, en Nicholas de Lange, op.. cit.,
pag. 42. Otro sistema de castas bastante desarrollado es el que los
españoles impusieron en su imperio, con claras connotaciones
racistas. Como afirmaba Humboldt, “en América, la piel más o
menos blanca decide la clase que ocupa el hombre en la sociedad”,
en Nelson Martínez Díaz, op. cit., pag. 31.
211
Devy, La reina de los bandidos, Barcelona, Ediciones B, 1996,
pag. 260. Si en la sociedad occidental, como se comentó en una nota
anterior, a principios del siglo XX, había tres categorías de
pasajeros, en la India, debido a la división en castas había hasta
ocho: AAVV, Locomotoras de colección.La historia del
ferrocarril, Madrid, Club Internacional del Libro, 2002, pag.
122.
212
John Gregory Bourke, Escatología y civilización, Barcelona,
Círculo Latino, 2005, pag. 72.
213
George Duby, La época de las catedrales, Madrid, Cátedra,
2008, pag. 28 y Marc Bloch, La sociedad feudal, Madrid,
Ediciones Akal, 1986, pag. 398.
215
Manuel Mújica Láinez, El laberinto, Madrid, El País.
Clásicos del siglo XX, 2003, pags. 153 y 154.
216
Wilhelm Ziehr, Esplendor del mundo antiguo, Barcelona, Mundo
Actual de Ediciones, 1978, pag. 181.
217
Tania Velmans, Frescos y mosaicos, en Bizancio. El
esplendor del arte monumental, Barcelona, Lunwerg Editores,
1999, pag. 13.
218
Juan G. Atienza, Monjes y monasterios españoles en la Edad
Media, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1992, pag. 31.
219
En las sociedades contemporáneas, se ha sustituido en gran medida
este concepto de autoridad por el de credibilidad, debido a la mayor
capacidad de cuestionamiento de la realidad que tienen las personas
en la actualidad, en José María López Piñeiro, Víctor Navarro y
Eugenio Portela, La Revolución Científica, Madrid, Alba
Libros, 2006, pag. 57. Esta crítica a los argumentos de autoridad
cobra fuerza desde el siglo XVIII, como lo demuestran las siguientes
palabras del padre Feijoo, “a mí me sucedió mil veces, en
diferentes materias, leyendo este o aquel autor de los más clásicas
notar alguna sentencia a que me era imposible conformar el
entendimiento, por hallarla opuesta a lo que claramente me dictaba
la razón, sin que por eso dejase de conocer y confesar que en lo
general la ciencia del mismo autor era muy superior a la mía”,
en Carmen Martín Gaite, El proceso de Macanaz. Historia de un
empapelamiento, Barcelona, Debolsillo, 2000, pag. 34.
220
Una de las mayores diferencias sociales entre las personas
adineradas y las personas corrientes, es que las primeras se suelen
divertir de un modo más privado y discreto y, por tanto, sus
excesos no están tan a la vista. Esta circunstancia no es óbice
para que cada vez sean mejor conocidos. A este respecto, socialmente
se ha establecido una relación entre la cocaína y las fiestas de
los famosos. Sobre los adictos de esta droga, pese al pacto de
silencio que existe entre la gente importante, corren muchas
leyendas urbanas, que no viene al caso reproducir, pero que, por su
mera existencia, contribuyen al descrédito de tales personas.
Acerca de esta asociación entre la cocaína y la gente bien, hay
un libro bien documentado, Tim Madge, Polvo blanco. Historia
cultural de la cocaína, Barcelona, Ediciones Península, 2002.
Del carácter real de las fiestas privadas de la gente importante,
es revelador el breve texto siguiente, que describe un prostíbulo
destinado a políticos sirios:
¡El
club ése es de locura! Es increíble que haya una cosa así en
Damasco. Fuera los tíos prohíben que nos toquemos, y besarnos,
por supuesto, ni hablar; y dentro están ellos y se permiten la más
alocada vida parisién...
En
Rafik Schami, Un puñado de estrellas,
Barcelona, Círculo de lectores, 1990, pag. 232.
221
Ya se ha hecho mención en un capítulo anterior a las orgías de
Berlusconi, ejemplo recurrente puesto en este ensayo. El descrédito
de los gobernantes debido a sus excesos sexuales es un cambio
importante con respecto a tiempos pasados, en que se los disculpaba
como faltas menores. Como se afirma en un libro sobre la época de
Felipe IV, “el buen pueblo español era indulgente con las
debilidades de señores y poderosos”, en José Deleito y
Piñuela, op. cit., pag. 22. A este respecto resulta
revelador el papel privilegiado que tenían en la corte francesa las
amantes del rey. De un libro dedicado a este tema, el aspecto más
chocante me resultó el hecho de Luis XV tuvo como amantes sucesivas
a cinco hermanas, las Nestlé, a las que compartió en su lecho
algunas veces, Juan Manuel González Cremona, Amantes de los
reyes de Francia, Barcelona, Editorial Planeta, 1996, pags.
199-204. En cambio, en la actualidad, los políticos que no pueden
reprimir su deseo sexual están obligados a ocultar sus
infidelidades, que son conocidas con posterioridad, como en el caso
del presidente estadounidense John. F. Kennedy, en David. P. Barash
y Judith Eve Lipton, op. cit., pag. 323. De la necesidad de
discreción actual, nada más revelador que la función que tenían
los guardaespaldas de este presidente durante sus desenfrenos en la
Casa Blanca, “mientras, los servicios de seguridad tenían que
estar ojo avizor para controlar los movimientos de la primera dama,
y más de una vez las fiestas tuvieron que interrumpirse para la que
la señora Kennedy no sorprendieses a su marido en actividades que
poco tenían que ver con su labor presidencial”, en Marta
Rivera de la Cruz, Fiestas que hicieron historia, Madrid,
Ediciones Temas de Hoy, 2001, pag. 78.
222
En el imaginario diálogo siguiente, extraido de un libro ambientado
en la Sudáfrica de los años ochenta, se ve la fuerza de los
prejuicios raciales:
- Sé que está mal nuestro modo de tratar a los negros, pero en el fondo de mí siento que ellos no serían capaces de administrar el país tan bien como nosotros. Sé que es un prejuicio, pero no puedo evitar sentirlo.
- ¿Y no cree que si les hubieran dado a los negros más oportunidades, mejor educación y mejores empleos, serían capaces de hacer las cosas?
- Sí, estoy segura de que sí, pero cuando uno mira a los otros países africanos y ve cómo han estropeado todo.
En
Iain Finlay, Misión
en Azania,
Barcelona, Editorial Pomaire, 1980, pag. 171.
223
John Kenneth Galbraith, El dinero, Barcelona, Ediciones
Orbis, 1983, pag. 12.
224
Genevieve Chauvel, Saladino.
El unificador del Islam, Madrid, El
País. Novela histórica, 2005, pag. 64.
225
Gilbert Marie, El asesinato de Rasputín, Barcelona,
Ediciones Urbión, 1983, pag. 32.
226
André Dupeyrat, Veintiún años con los papúes, Barcelona,
Labor, 1965, pag. 44.
227
Posiblemente el gran número de depresiones actuales, que es uno de
los fenómenos más característicos del mundo contemporáneo, tenga
que ver con el aumento general del nivel de vida de la sociedad. En
un libro ya citado, dedicado al estudio de la próspera sociedad
sueca de los años sesenta, se hace la siguiente reflexión:
O porque las enfermedades mentales aumentan en todas partes (“la
nuestra -ha escrito alguien- es una generación de locos”), o
porque esa nueva y controvertida rama de la Medicina ejerce una gran
atracción, lo cierto es que el sofá del psicoanalista,
ingrediente número uno de la curación, corre el riesgo de
convertirse en el mueble más importante del decorado mental de los
escandinavos.
En Enrico Altavilla, op. cit., pag. 95.
228
Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, Barcelona, Salvat,
1970, pag. 31. En este fragmento literario aparece una peligrosa
obsesión por la belleza del cuerpo humano, de la que, hoy día,
participa gran parte de la población que, vive, como consecuencia,
en un estado de permanente inseguridad. Como se dice en un libro que
refleja este problema en las mujeres brasileñas, “la
importancia que se concede a la juventud las aterroriza cuando
aparece la primera arruga” AAVV, Brasil, Colección Pueblos
y naciones, Madrid, Editorial Planeta, 1987, pag. 67. Hoy día,
para ocultar estas arrugas, se recurre a la cirugía estética. En
el pasado se recurría a procedimientos aún más agresivos, como el
que parece que condujo a la muerte a la décimotercera duquesa de
Alba, la contemporánea de Goya, que se maquillaba con productos que
contenían componentes venenosos, en Carmen Güell, La duquesa de
Alba, Madrid, La esfera de los libros, 2004, pag. 203 y ss. A
modo de curiosidad, un inglés del siglo XVII, sir Kenelm Digby,
“habiendo tomado por esposa a una mujer de extraordinaria
belleza, Venetia Anastasia, pretendió conservarle su juventud
sometiéndola a un régimen especial, consistente en jóvenes
capones alimentados con serpientes. Venetia murió joven”, en
Jean Rostand, El correo de un biólogo, Madrid, Alianza
Editorial, 1986, pag. 102. Mucho más horroroso es el sistema
utilizado para mantenerse joven de la ya citada condesa Báthory,
que se bañaba en la sangre de chicas jóvenes, a las que
previamente desangraba, en Renzo Vitalini, Brujas,
hombres lobos y vampiros, Barcelona,
Editorial G.R.M., 2007, pags. 109 y ss.
229
En la siguiente página de internet, por ejemplo, se reproducen
algunas de las extravagancias de los millonarios: www.el
universal.com/estampas/anteriores/030405/encuentros3.shtml.
230
Generalmente, los más ricos justifican las críticas a su egoísmo
basándose en el argumento de que existe un rencor injustificado
hacia ellos, producto de la envidia que generan. Quizá no les falte
algo de razón, pero ello no descarta su avaricia. Por ejemplo, el
impuesto que el gobierno alemán impuso a las grandes fortunas
alemanas es llamado por los afectados el 'Impuesto de la
Envidia'. Según su punto de vista, que ellos paguen más
impuestos para que los más desfavorecidos tengan sanidad o
educación es una cuestión de envidia, no de justicia social, Para
esta cuestión, véase
http://comunidad.terra.es/forums/thread/12830867.aspx. Abundando
en esta cuestión, también son interesantes unas manifestaciones de
Rainero de Mónaco en el año 1999, cuando su estado estaba siendo
investigado por su condición de paraíso fiscal: “El
Principado se ha convertido en un asunto que marcha bien, y por
culpa de este éxito, suscitamos la envidia y los celos de otros”,
en María Eugenia Yagüe, Los Grimaldi, Barcelona,
Plaza&Janes, 2005, pag. 278.
231
Oscar Wilde, Ibid. Ibid.,
pags. 127 y 132. Sobre el tipo de coleccionista obsesivo
reflejado en este párrafo, el caso real más conocido es el del
magnate William Hearst, cuya vida sirvió como fuente de inspiración
para la película Ciudadano Kane, dirigida e
interpretada por Orson Welles. De la rentabilidad del tráfico
ilegal de objetos históricos o artísticos, da cuenta el dato de
que, por ejemplo, en Sudamérica es la segunda actividad ilícita
más rentable, por detrás del narcotráfico, en Ramy Wurfat, Las
rutas del expolio. Latinoamérica, Descubrir el arte. Nº 42,
pag. 47. El caso más escandaloso de robo del patrimonio histórico-
artístico habido en los últimos años ha sido el del Museo de
Bagdad, tras la conquista de esta ciudad por los estadounidenses.
233
Tomaso di Lampedusa, El gatopardo, Madrid, Unidad Editorial,
1999, pag. 141.
234
A este respecto me encanta el comentario de un religioso,
protagonista de un libro decimonónico: “la iglesia
católica es la única culpable de que haya herejes e incrédulos-
solía decir-, pues si un solo día nos comportásemos como se nos
ha enseñado, todo el mundo se convertiría antes de caer la noche”,
Charles Kingsley, Hipatia de Alejandría, Madrid, Ediciones
Edhasa, 2009, pag. 688.
235
En la Edad Media, por ejemplo, estaba condenada por el Derecho
Canónico, en Robert Fossier, op.. cit,, pag. 292. Todavía a
principios del siglo XIX, se prohibió a los eclesiáticos de la
América española prestar a interés, práctica habitual en ellos
debido a lo exiguo de sus sueldos, en Manuel Lucena, Breve
historia de Latinoamérica, Madrid, Editorial Cátedra, 2007,
pag. 58. La Iglesia, hoy día, ha olvidado estas restricciones, como
se ve en el modo en cómo hay que pagar entrada para entrar a ver
muchas catedrales. En mi caso, como turista, entiendo este punto de
vista, pero a los miembors de mi familia, que son creyentes, esta
obligación les molesta bastante.
236
Un episodio histórico que me fascina es el ocurrido en la Persia
sasánida cuando un soberano, Kavadh, apoyó un movimiento social,
el mazdakismo, que predicaba un mejor reparto de la propiedad y las
riquezas, véase Peter Brown, El mundo en la Antigüedad tardía.
De Marco Aurelio a Mahoma, Madrid, Taurus, 1989, pag. 197.
Finalmente este rey volvió a una postura más natural y reprimió
el movimiento social que primero había impulsado, sabedor de que le
podía costar el trono. A este respecto, de la historia antigua de
Roma me gusta recordar el episodio del patricio Manlio Capitolino,
que, cuando con su patrimonio quiso liberar de la prisión a los
deudores plebeyos, fue condenado a muerte como reo de alta traición
por los de su propia clase social, en Odön Von Horvath, Juventud
sin Dios, Madrid, Editorial Espasa, 2000, pag. 58. Quizá el
temor a correr una suerte similar explique el espectacular cambio
de timón de Lutero, sobre el que los campesinos alemanes, en su
revuelta de 1525, habían puesto tantas esperanzas de que les
ayudara a mejorar su estado, confiando en que la reforma religiosa
acarreara una reforma social y que, sin embargo, en una famosa
carta, tomó el partido de los poderosos, incitándoles a la masacre
de los sublevados:
Por eso a aquel a quien le sea posible debe abatir, estrangular,
matar a palos, en público o en privado, igual que hay que matar a
palos a un perro rabioso, y pensar que no puede hallarse nada tan
venenoso, nada tan nocivo y diabólico como un sedicioso.
En James Atkinson, Lutero y el nacimiento del protestantismo,
Madrid, Alianza Editorial, 1971, pag. Pag. 277.
237
Germán Arciniegas, op. cit.,, pag. 235. Este episodio
demuestra que los pueblos primitivos, si bien no siempre son
salvajes sin ningún tipo de principios, tampoco conviene
idealizarlos antes de conocer sus costumbres reales.
238
Una transposición perfecta de este ideal es el siguiente fragmento
de un libro de José Saramago:
... pero en el mismo momento en que iba a abrir la boca para
pronunciar la frase consabida, No sé cómo he de agradecerle, el
jefe se volvió de espaldas, al mismo tiempo que pronunciaba una
palabra, una simple palabra, Cuídese, fue lo que dijo en un tono
que tenía tanto de condescendiente como de imperativo, sólo los
mejores jefes son capaces de unir de forma armoniosa sentimientos
tan contrarios, por eso cuentan con la veneración de los
subordinados.
En José Saramago, Todos los nombres, Madrid, Punto de
lectura, 2000, pags. 160 y 161.
239
María Cristina Guidotti y Valeria Cortese, Atlas ilustrado del
Antiguo Egipto, Madrid, Susaeta Ediciones, pags. 66 y 67.
240
Por ejemplo, y aunque más adelante volveré a tratar el tema de la
tradicional subordinación de la mujer, no creo que ninguna mujer
moderna ratificase la visión que del papel femenino en la sociedad
tenía Fray Antonio de Guevara en el siglo XVI, que recuerda mucho,
a su vez, la postura que sobre la mujer tiene El Corán, ya
reproducida en el capítulo primero:
Qué placer es ver a una mujer levantarse por la mañana, andar
revuelta, la toca desprendida, las faldas prendidas, las mangas
alzadas, sin chapines en los píes, riñendo a las mozas,
despertando a los mozos y vistiendo a sus hijos! ¡Qué placer es
verla hacer su colada, cocer su pan, barrer su casa, encender su
lumbre, poner su olla, y después de haber comido tomar su
almohadilla para labrar o su rueda para hilar!
En
Ricardo García Cárcel, Las culturas del Siglo de Oro,
Madrid, Historia 16, 1999, pag. 217.
241
De ahí que, históricamente, en la mayoría de las sociedades los
castigos hacia los disidentes hayan sido terriblemente crueles,
porque, con su actitud rebelde, ponían en peligro la armonía de la
sociedad. Por ejemplo, el escarmiento dado al autor de un atentado
contra el rey español Fernando el Católico:
El rey declaró que perdonaba a su asesino, por amor de Dios y
de su Santísima Madre, y pidió que se le pusiese en libertad. Pero
el consejo, sin que el rey supiese nada, decidió otra cosa. Porque,
aunque estuviese loco, poseído del diablo y fuese idiota, convenía
que muriese y que su castigo fuera cruel y ejemplar. Por tanto, lo
subieron a una carreta, atado a un leño, y lo pasearon por las
principales arterias de Barcelona; y cada una de estas calles se le
arrancó un miembro …
En Bartolomé y Lucile Bennassar, 1492, ¿Un mundo nuevo?,
Madrid, Editorial Nerea, 1992, pags. 110 y 111. El mayor peligro de
las visiones armónicas estriba en que, al castigarse duramente la
discrepancia, fácilmente derivan en regímenes totalitarios. De
ahí, por ejemplo, la degeneración ya comentada del marxismo en el
momento de su aplicación práctica.
242
Este carácter irreal a veces llega a extremos increíbles, como la
ya citada Edad de Oro descrita por Hesiodo, o la descripción
siguiente de lo que iba a ser la Era del Espíritu Santo, predicha
por Joaquín de Fiore durante la Edad Media: “Nuevas órdenes
religiosas, no contaminadas por la riqueza y el poder, señalarían
el camino hacia ella, las jerarquías desaparecerían para ser
reemplazadas por comunidades, y entraría en una era de sabiduría
contemplativa, de paz y amor e iluminación universal”, en
Geoffrey Ashe, Merlín. Historia y leyenda de la Inglaterra del
rey Arturo, Barcelona, Crítica, 2007, pag. 44.
243
Luis García San Miguel, Las clases sociales en la Asturias del
siglo XIX, en Historia de Asturias, Tomo VIII, Oviedo,
Ediciones Ayalga, 1981, pag. 108.
244
De la desigualdad de la sociedad china, nada más característico
que los rasgos de su derecho: falta de derecho civil, la existencia
de una ley penal draconiana aplicada al pueblo y la existencia de un
código de honor para los privilegiados, en AAVV, El mundo chino:
religiones, pensamiento filosófico y jurídico, en Historia
de la humanidad, Tomo VI, UNESCO, Barcelona, Planeta, 1977, pag.
150.
245
Éste es el creador de la palabra utopía, procedente del título de
una obra literaria que escribió, en la que proyectó una sociedad
pacífica y comunista. Como todo ideal, también escondía un lado
siniestro, como la aplicación de la pena de muerte a los adúlteros,
o la aceptación de la eutanasia para ahorrar al estado la
alimentación de bocas inútiles. Para estas cuestiones, véase José
Luis Beltrán y Doris Moreno, op.. cit.., pag. 77.
246
Y no es porque no haya sido el deseo perenne de los intelectuales
europeos, como se ve en las siguientes líneas, “en una buena
ordenación de las cosas públicas, la masa es la no que actúa por
sí misma. Tal es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida,
influida, representa, organizada -hasta para dejar de ser masa, o,
por lo menos, aspirar a ello-, pero no ha venido al mundo para hacer
todo eso por sí. Necesita referir su vida a la instancia superior,
constituida por las minorías excelentes”, en José Ortega y
Gasset, La rebelión de las masas, Madrid, El País. Clásicos
del siglo XX, 2002, pag. 158.
247
Estos planteamientos impregnan de tal modo las mentalidades que, hoy
día, parece que si alguien alcanza el éxito tiene que ser
partiendo de cero para que se le reconozca el mérito. En las
biografías este modelo del hombre hecho a sí mismo es muy
frecuente y, a veces, lleva a contradicciones porque, ni mucho
menos, todos los grandes hombres tienen orígenes humildes. Por
ejemplo, leyendo en una ocasión una biografía de Le Corbusier, en
una de sus primeras páginas se afirmaba lo siguiente, pintando a la
familia del arquitecto como la de un artesano humilde:
Una grave crisis acosa al taller del señor Jeanneret (…) Pero
la familia, pese a ello, podrá llevar una decorosa existencia, sin
privaciones.
En Adrián García Jiménez, Le Corbusier, Barcelona,
Ediciones Castell, 1992, pag. 20. Sin embargo, unas páginas más
adelante, cuando el arquitecto, aún joven y casi desconocido,
necesita financiación para una revista, no hay problemas para
conseguir el dinero:
Hay un grupo de hombres de negocios suizos en París,
relacionados con su padre, que no pueden negarle su contribución.
Los reúne en un almuerzo (…). A los postres ya ha conseguido su
propósito. En el bolsillo tiene cheques que suman 10000 francos.
En Adrián García Jiménez, Ibid. Ibid., pag. 60. Como
anécdota sobre esta cuestión, está el aprendizaje para la vida de
Robert Kennedy que, si bien vendía periódicos, lo hacía en el
Rolls de su familia, en Pablo J. Irazazábal, Robert F. Kennedy.
Sueño roto, en La aventura de la historia. Nº 101, pag. 42.
248
A este respecto, por poner un ejemplo de esta rigidez, es curioso el
modo en que, históricamente, “los cristianos reservaron una
intolerancia especial para el hereje que profesaba una fe casi, pero
no del todo, idéntica a la ortodoxia”, en Anthony Storr,
La agresividad humana,
Madrid, Alianza Editorial, 1985, pag. 101.
250
Uno de los casos más claros de esta actitud ciega fue la
presuntuosa creencia española, debida a su pasado glorioso, de que
iban a ganar la guerra a los estadounidenses en el año 1898, cuando
la superioridad militar de estos últimos era aplastante. Los datos
de la principal batalla de esta guerra, la de Santiago, son
elocuentes, 326 muertos, 215 heridos y 1720 prisioneros españoles,
frente a una baja norteamericana. Estos datos están tomados de
Jesús Díaz, La rendición de Santiago, en AAVV, Memoria
del 98. De la guerra de Cuba a la Semana Trágica, Madrid, El
País, 1997, pag. 137. Otro ejemplo militar de esta clase de
insensatez, en la que se aprecia el modo en que el ser humano es
incapaz de aprender de la experiencia si está muy imbuido de una
convicción ocurrió durante la Guerra de los Cien Años, en el
curso de la cual los caballeros franceses habían sufrido dos
derrotas enormes, Crezy y Poitiers, frente a los arqueros ingleses a
mediados del siglo XIV, pero, a pesar de ello, tan convencidos
estaban de su superioridad militar que volvieron a plantear una
batalla similar, Azincourt, frente a los mismos enemigos a
principios del siglo siguiente, con la consecuencia de sufrir una
nueva y tremenda derrota. Como dice un libro de historia de Francia:
“habían pasado sesenta años desde la gran batalla de
Poitiers, más aún desde Courtrai y Crécy, y en esas batallas no
habían estado los caballeros franceses de ese momento (…). Así
las lecciones de cuatro grandes batallas fueron olvidadas”. En
Isaac Asimov, La formación de Francia, Madrid, Alianza
Editorial, 1982, pags. 204 y 205. Incluso después de Azincourt,
“fueron necesarios nuevos desastres en Verneuil y Rouvray antes
de que los franceses aprendieran a enfrentarse a la táctica
inglesa”, en Geoffrey Regan, Historia de la incompetencia
militar, Barcelona, Editorial Crítica, 2007, pag. 68.
251
Pese al enorme desarrollo científico de Estados Unidos, hay zonas
de este país, en las que existe una fuerte implantación de estas
corrientes fundamentalistas cristianas, donde en las escuelas no se
enseña a los niños ninguna teoría científica que ponga en duda
el relato bíblico, en Francisco Diez Velasco, op. cit., pag.
206.
252
Juan Maestre Alfonso, La pobreza en las grandes ciudades,
Barcelona, Biblioteca Salvat, 1973, pags. 136 y 137. Esta visión
equivocada del régimen de Mao es aún más sorprendente porque en
esta época ya eran sobradamente conocidos los crímenes previos de
Stalin y resulta sorprendente que se continuara con esta
idealización del sistema comunista. Otros dos ejemplos de esta
visión idealizada de la China maoísta en plena efervescencia de la
Revolución Cultural se encuentran en Juan
Rastrilla, Dos versiones del sistema
socialista: URSS y China, en Geografía
Humana y Económica, Madrid, Ediciones
SM, 1978, págs. 263 y ss. así como en J. de Otto, Los
Regímenes Políticos, Barcelona,
Biblioteca Salvat, 1973, págs. 138 y 139.
253
La Revolución Cultural fue un proceso por el que bandas de
adolescentes, los llamados guardias rojos, se dedicaron a intimidar
y agredir a cualquier persona que no estuviera fervorosamente a
favor de las consignas de Mao. En este proceso hubo una enorme
destrucción de patrimonio y cultura china, estimándose que las
víctimas rondan alrededor del millón de personas, en John King
Fairbank, Historia de China. Siglos XIX y XX, Madrid, Alianza
Universidad, 1990, pag. 361. Un periodista inglés describe este
fenómeno histórico del siguiente modo:
Fue una época de caos y crueldad
indiscriminada. Bandas de centenares de miles de guardias rojos
adolescentes invadieron Pekin y tomaron la calle imponiendo la ley
de su ideario. Era entonces espectáculo habitual ver personas
mayores con letreros colgados al pecho y a la espalda exponiendo sus
“crímenes” o tocados con gorros cónicos de zopencos; adultos
a los que es escupía, se insultaba y se pegaba.
En Edward Behr, El
último emperador, Barcelona, Planeta,
1987, pag. 14.
255
La mejor critica que se puede hacer de estas posturas cerradas, en
las que se minusvaloran las costumbres ajenas, viene bien resumida
en las siguientes líneas, la mayoría de nosotros nos limitamos
a considerar que esto demuestra la inferioridad de otras naciones, y
somos pocos los que llegamos a aprender que, a los ojos de otras
naciones que dan por consabidas otras reglas, somos nosotros los
inferiores, en Lucy Mair, op. cit., pag. 10.
256
Por destacar uno de los efectos de este tipo de imposiciones
morales, una de las mayores dificultades que tenían los obreros
medievales para conseguir encontrar eco en sus reivindicaciones de
mejores salarios era que chocaban con el ideal cristiano de pobreza,
Viktor Rutenburg, Movimientos populares en Italia. Siglos XIV-XV,
Madrid, Ediciones Akal, 1983, pag. 230.
257
Un ejemplo moderno, para el que la sensibilidad occidental es
especialmente impresionable es la discriminación que sufren las
mujeres en el mundo musulmán. En cambio, muchas de éstas
reaccionan ante las restricciones religiosas a su vestimenta,
considerando que “la moda occidental obliga a las mujeres a
vestirse con ropa incómoda e indecorosa que las convierte en
objetos sexuales y las despoja de toda decencia y dignidad”,
en John L. Esposito, El Islam. 94 preguntas básicas, Madrid,
Alianza Editorial, 2004, pag. 132.
258
Esta forma de pensar es una herencia de la mentalidad nobiliaria
medieval que, a su vez, proviene de los prejuicios de la época
clásica, en la que el trabajo manual se asociaba a tareas propias
de esclavos. En la Edad Media esta postura elitista se reforzó por
la condena que hacía la Iglesia del trabajo por considerarlo
consecuencia del pecado de Adán y Eva. Como curiosidad, pongo a
continuación unas observaciones hechas sobre el comportamiento que
tiene un noble medieval tras haber robado a unos viajeros, en las
que se aprecia el poco valor que este aristócrata le da al dinero
porque, como se dice coloquialmente, “no lo gana con el sudor
de su frente”:
Ese dinero que le quema las manos, que por otra parte ni quiere
tocar con ellas, encargando a su escudero que lo tome entre las
suyas. Este dinero que sirve para el placer caballeresco, que el
caballero gasta con el corazón alegre, que se avergonzaría de
ahorrar. Poco importa cómo fue adquirido. Guillermo arrambla, por
tanto, con los ahorros con absoluta buena conciencia. No más que
esto, las piezas de dinero, desviándolas de un mal uso para
utilizarlas de la única forma que no sea maloliente: para
derrocharlas en una fiesta.
Texto tomado de George Duby, Guillermo el Mariscal,
Barcelona, Ediciones Altaya, 1996, pag. 53. De la mentalidad de no
valorar el trabajo manual, para la España de la Edad Moderna, un
episodio que me gusta recordar son las dificultades que tuvo un
pintor tan extraordinario como Velázquez para conseguir su
ennoblecimiento, pese a contar con el favor real. Sobre esta
historia, véase Jonathan Brown, que considera que “fue una
victoria pírrica” porque no logró modificar la consideración
social de los artistas, en La edad de oro de la pintura en
España, Madrid, Ediciones Nerea, 1991, pag. 145. De la
conservación de estos prejuicios hasta tiempos recientes, un
excelente ejemplo es el modo en que, durante los años treinta del
siglo pasado, el príncipe español Alfonso de Borbón perdió gran
parte de su vida social tras convertirse en un hombre de negocios,
en Ana Lucía Ortega, Una cubana para España, en Hº 16. Nº
337, pag. 53.
259
Esta actitud tan poco utilitaria se extendió como la peste durante
la Edad Moderna en España, “A partir del
siglo XVI, los comentaristas han sido virtualmente unánimes al
considerar el creciente desdén que en España se sentía hacia las
labores manuales, como resultado del infortunado anhelo de nobleza
entre amplios sectores de la población”, en
César Ballester, Benito Pérez Galdós,
Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 166.
260
Paul Cartledge, Termópilas, Barcelona, Editorial Ariel,
2008, pag. XII. Entre los historiadores anglosajones es muy habitual
esta asociación entre griegos y libertad, y persas y tiranía. Por
poner otro ejemplo, véase el análisis que de la batalla de Maratón
hace William Weir, en 50 batallas que cambiaron el mundo,
Barcelona, Editorial Inédita, 2008, pags. 15-24.
261
Esta apropiación indebida de principios morales me trae a la
memoria la denominación de democracias que tenían los sistemas
comunistas del este de Europa. Como se afirma en un libro cuyo
contenido versa sobre la Segunda Guerra Mundial, “Al final,
después de la guerra, se descubrirá que en torno a la mesa de
Yalta la delegación soviética usaba un lenguaje distinto que el de
ingleses y americanos. Stalin y Molotov hablaban de fascistas
queriendo aludir a demócratas, y aludían a los demócratas
hablando de comunistas”, en AAVV, La Segunda Guerra
Mundial, Tomo VI, Madrid, Editorial Sarpe, 1978, pag. 2084. Del
mismo lenguaje equívoco participa la llamada democracia orgánica
del régimen dictatorial de Franco, “basada en un sufragio
corporativo que representaría los auténticos intereses de la
nación”, en Raymond Carr, España, de la dictadura a la
democracia, Barcelona, Editorial Planeta, 1979, pag. 26. Esta
perversión de la palabra democracia se debe a que en el mundo
contemporáneo las sociedades necesitan organizarse en sistemas que,
aunque sea sólo formalmente, tengan en cuenta al pueblo. Se ha
llegado al punto que, como afirma un autor, “muchos pueblos
califican lo que les gusta, o aquello a lo que están habituados,
con el término democrático, y llaman no democrático a lo que les
disgusta o les resulta poco familiar”, en Owen y Eleanore
Lattimore, Breve Historia de China, Madrid, Espasa, 1996,
pag. 193.
262
John Gray, Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de
la utopía, Barcelona, Paidós, 2008, pag. 216.
263
www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/2025.htm.
Es curioso como el Setecientos, el momento justo anterior a la
Revolución Francesa, el hecho histórico que va a cambiar el modelo
de sociedad, se revela como “un gran siglo
nobiliario, en cuyo transcurso la aristocracia alcanza las mayores
cimas de refinamiento del Antiguo Régimen, crea una verdadera
civilización aristocrática”, en Carlos
Martínez Shaw y Marina Alonso Mola, La Ilustración,
Madrid, Ediciones Arlanza, 2000, pags. 24 y 25. De esta imitación
de la nobleza, a un nivel más modesto, durante la Edad Moderna
participaban hasta los campesinos más humildes, como describe un
contemporáneo:
En
Labourt, los aldeanos y aldeanas más miserables se hacen llamar
señor y señora de tal casa, que son las casas que cada uno de
ellos tiene en su aldea, aun cuando sólo constara de una pocilga de
puercos…
En Pedro
García Martín, Los campesinos del siglo
XVI, Madrid, Cuadernos Historia 16, 1995,
pag. 19.
264
Este es un cambio que se produjo con mayor rapidez en los Estados
Unidos que en Europa. Un observador francés, Alexis de Tocqueville,
que viajó al primero de los países en el siglo XIX observó con
sorpresa el hecho de que “incluso los ciudadanos más ricos
prestan mucha atención a no diferenciarse del pueblo”, en
Angel Bahamonde y Ramón Villares, El mundo contemporáneo.
Siglos XIX y XX, Madrid, Taurus, 2001, pag. 92.
265
Miguel Delibes, Los santos inocentes, Madrid, Unidad
Editorial. El mundo, 1999, pags. 67 y 68.
266
Un ejemplo cualesquiera es la costumbre que tenía el Gran Duque de
Alba de forrar a sus pajes con almohadones y disparar contra ellos
con una ballesta, en Fernando Martínez Laínez y José María
Sánchez de Toca, Tercios de España. La infantería legendaria,
Madrid, Editorial Edaf, 2007, pag. 207. Los frecuentes raptos de
cólera de los amos hacia sus criados quedan bien descritos en el
siguiente pasaje:
Aquel imbécil me irritó cierto día más que de costumbre.
Alcé la mano para golpearlo; desgraciadamente tenía entre los
dedos un estilo, que le vació el ojo derecho. Jamás olvidaré el
aullido de dolor…
En Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, Barcelona,
Ediciones Edhasa, 1986, pag. 188. También eran frecuentes los
abusos sexuales a los criados, como se reconoce tácitamente en las
siguientes líneas de un libro que analiza la sociedad inglesa del
siglo XVIII, “En general parece que la protoindustrialización
trajo algunas mejoras para la vida de las mujeres (..) Las chicas
podían quedarse con la familia hasta que se casaban, lo cual
reducía las posibilidades de que fuesen explotadas sexualmente por
un patrono”, en Maxine Berg, op. cit., pag. 201. Sobre
este particular, son de destacar los llamados malos usos en la época
medieval, o sea, derechos a ejercer abusos legales que tenían los
señores sobre los campesinos durante este periodo. Uno que resulta
especialmente sangrante es aquel que, en caso de adulterio de la
mujer del campesino, el señor tenía derecho a quedarse con la
mitad de los bienes del campesino cornudo. Sobre éste y otros malos
usos, véase Luis G. de Valdeavellano, op .cit., pag. 253.
Una situación extrema de los abusos de los amos a los criados era
el asesinato de los sirvientes de los reyes sumerios con el fin de
ser enterrados con sus soberanos cuando éstos morían, en C.W.
Cerán, Dioses, tumbas y sabios, Barcelona, Ediciones
Destino, 1959, pag. 280.
268
Gordon Thomas y Max Morgan-Witts, El
día en que se hundió la bolsa,
Barcelona, Plaza&Janes, 1983, pags. 150 y 151. En el libro El
guardián entre el centeno hay un
diálogo similar en que también se aborda con lucidez la dilatada
brecha que existe entre las diferentes clases sociales:
- La vida es una partida, muchacho. La vida es una partida y hay que vivirla de acuerdo con las reglas del juego.
- Sí, señor. Ya lo sé. Ya lo sé.
De partida, un cuerno. Menuda partida. Si te toca del lado de
los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo
reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo donde está la
partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada.
En J.
D. Salinger, El guardián entre el centeno, Madrid, Alianza
Editorial, 1989, pag. 15.
269
Estos códigos de honor se aplicaban sobre todo en el campo de
batalla, pretendiendo a través de ellos, dotar de nobleza a una
actividad tan innoble como la guerra, punto de vista que, tras el
desarrollo del pacifismo, ha perdido toda credibilidad. Una de sus
últimas manifestaciones se dio en la aviación de la Primera Guerra
Mundial, donde hubo un espíritu deportivo entre los contendientes,
no olvidándoseme nunca el episodio que aparece en una película
dirigida por Roger Corman sobre el piloto alemán Barón Rojo en
que, éste, tras haber recibido una orden del alto mando alemán
para pintar con colores de camuflaje los aviones de su escuadrilla,
los pintarrajeo con los colores más estridentes que encontró
porque no entraba en su código militar esconderse del enemigo. De
lo engañoso de estos códigos de honor, me gusta recordar lo que
fueron las teorías del amor cortés medievales, elaboradas por
aquellos mismos brutales caballeros para los que la violación era
un acto casi natural. No hay mejor ejemplo para este último aserto
que la tormentosa vida de Sir Thomas Malory, acusado entre otras
cosas de numerosas violaciones, y que, sin embargo, es el autor de
La vida de Arturo, libro del siglo XV que es uno de los
catecismos del amor cortés. Ricardo Corazón de León es otro
conocido ejemplo de esta dualidad entre la poética amorosa medieval
y el reprensible comportamiento real. Sin embargo, pese a la falacia
de la imagen del caballero medieval honrado, valiente y cortés,
ésta ha tenido tanto éxito que la propia palabra caballero
prefigura una persona bien educada y de comportamiento intachable.
Esta falsa idealización de los caballeros medievales me recuerda
mucho la mitificación posterior de los piratas durante el
Romanticismo, uno de cuyos mejores ejemplos es “La canción del
pirata” de José de Espronceda, pese a que, “el pirata
romántico y extravagante es el que aparece en los libros; el
original, en cambio, era, con pocas excepciones, un cobarde y un
asesino”, en Philip Gosse, Historia de la piratería,
en
www.antorcha.net/biblioteca_virtual/hitoria/pirateria/epilogo.html.
270
Mario Puzo, El padrino, Barcelona, Ediciones Orbis, 1983,
pags. 66 y 67.
271
Aunque la censura empieza a desaparecer en algunos países, como es
el caso inglés, a partir del siglo XVII, estas opacidades no
empiezan a dejar de ser sagradas hasta finales del siglo XIX. Un
buen ejemplo del cambio operado en esta época es el llamado caso
Dreyfus, un montaje del ejército francés que condenó sin pruebas
a un oficial judío acusándole de traición, y que gracias a la
acción de la prensa, pudo la verdad salir a la luz, aunque con
muchas dificultades. Como se refleja en un libro que se ocupa de
esta cuestión, en el proceso de Dreyfus “no era el hombre lo
que estaba en juego, sino, por encima de su persona, un mito, un
símbolo, una cierta forma de concebir la autoridad del ejército y
su preeminencia sobre el poder civil, una cierta idea de la
República y su evolución, AAVV, El caso Dreyfus,
Madrid, Ediciones Urbión, 1983, pag. 11. De una forma u otra, pese
a todos los avances democráticos en este terreno, sigue siendo muy
difícil enfrentarse a una mentira avalada oficialmente, como es el
caso ya citado en el capítulo segundo del engaño a los familiares
de los militares españoles fallecidos en un accidente de aviación
cuando regresaban de una misión en Afganistán, o el escándalo de
los curas pederastas en la Iglesia católica. En un libro ya citado
de Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, se hace
referencia a la dificultad que hoy día tienen los fotógrafos para
documentar las guerras recientes, como las de Irak y Chechenia, y
así poder mostrar las atrocidades que ocurren allí.
272
De ahí, por ejemplo, el escándalo político ocasionado en su
momento en Estados Unidos por las infidelidades cometidas por el
presidente Bill Clinton con una becaria, Mónica Lewinsky. Hoy día,
a los dirigentes políticos se les perdona por parte de la opinión
pública mucho menos sus aventuras sexuales que en el pasado aunque,
a veces, lo sigan intentando, como es el caso ya mencionado varias
veces en estas páginas de Berlusconi. En la actualidad, tienen un
dilema abierto entre el deseo de poder y el deseo sexual que no
existía con anterioridad. A muchos políticos les gustaría volver
a los tiempos pasados y que les atendieran tan bien como en el
episodio que se describe a continuación:
Verónica Franco fue- ella sí que con toda seguridad- una de
las meretrices más famosas de Venecia y, a la vez, un importante
miembro de los círculos literarios y artísticos de la ciudad. Su
celebridad en todos los sentidos era tanta, que en 1574, durante una
visita de Enrique III de Francia, los dirigentes de la Serenísima
República la eligieron a ella para que el monarca pasara una noche
en su compañía: hermosa, refinada y culta…
En Ángeles Caso, Las olvidadas. Una historia de mujeres
creadoras, Barcelona, Editorial Planeta, 2005, pag. 115.
273
Del modo en que el honor de los poderosos sigue siendo un elemento
vigente para ocultar la verdad, un horrible ejemplo es el hecho de
que el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU está formado
actualmente por países como China, Arabia Saudí, Libia, Mauritania
o Rusia, países donde el respeto a los derechos humanos brilla por
su ausencia. En el segundo capítulo he puesto el ejemplo de una
represión cruel del Sha sobre sus opositores iraníes. A pesar de
la crueldad de este personaje, la Primera Conferencia de Derechos
Humanos de la ONU fue organizada bajo su mandato en Teherán en
1968.
274
Basta recordar la desconfianza que generan entre la población
instituciones como la masonería o el Opus Dei, por su carácter
secreto y cerrado. Sobre esta última hay una literatura tan
negativa, que permite que se hagan alusiones sobre ella como la
siguiente que, en su contexto, sirve para caracterizar a un mafioso:
“Sal Scacchi era miembro del Opus Dei, la feroz organización
secreta, de extrema derecha y anticomunista, compuesta por obispos,
sacerdotes y leales esbirrios como Sal”, en Don Winslow, El
poder del perro, Barcelona, Editorial Mondadori, 2010, pag. 431.
275
Como se ha tratado en el capítulo tercero, es una aspiración de la
gente corriente alejarse del estado animal como signo de
civilización y sociabilidad. Hoy día nadie disfrutaría de una
comida como eran las de la Edad Media en que todo el mundo eructaba,
se limpiaba con la manga o comía con los dedos. Pero, por desgracia
queda abierta una puerta para que los buenos modales o la educación
no sea más que una máscara hipócrita, cuando el refinamiento no
es más que una estrategia para ocultar las malas intenciones. De
ahí, por citar un aspecto de la sociedad moderna, la obligación
que tienen los comerciales de ir de traje y corbata, como manera de
inspirar confianza en el cliente.
276
Estas hermosas palabras fueron parte del discurso que hizo George
Bush en la ceremonia de inauguración de su segundo mandato como
presidente de los Estados Unidos. Como dijo la revolucionaria
francesa Manon Roland en una famosa frase, justo antes de subir al
patíbulo en el año año 1793, “Libertad, ¡qué de crímenes
se cometen en tu nombre!, en Antonio Monclús, El pensamiento
utópico contemporáneo, Barcelona, Ediciones CEAC, 1981, pag.
13.
277
Una parodia terrible de estas guerras “justas” puede
verse en la proclama que Hank, el protagonista de Un yanqui en la
corte del rey Arturo, hace a sus soldados después de masacrar a
sus enemigos:
SOLDADOS, CAMPEONES DE LA IGUALDAD Y LA LIBERTAD (...) El
conflicto fue breve y redundó en gloria vuestra. Esta resonante
victoria no tiene par en la historia, al haberse llevado a cabo sin
pérdida alguna de nuestra parte (...) Con la nación ya hemos
terminado; en adelante nos ocuparemos exclusivamente de los
caballeros. Los caballeros ingleses pueden ser aniquilados, pero no
conquistados. Somos conscientes de lo que se avecina. Mientras uno
solo de estos hombres siga con vida, nuestra tarea no habrá
terminado, y la guerra no se dará por finalizada. Los mataremos a
todos.
En Mark Twain, Un yanqui en la corte del rey Arturo, Madrid,
Anaya, 1989, pags. 366 y 367.
278
Francois de La Rochefocauld, Máximas, Barcelona, Editorial
Planeta, 1984, pag. 27. A este respecto, ya que este escritor
pertenece a la Edad Moderna, un dicho irónico de esta época era,
“no dejes tu bolsa en manos de un moralista, porque encontrará
razones para quedarse con ella”, en Ana Jáuregui, Pascal,
Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 8.
279
Un recuerdo imborrable que tengo de mi adolescencia, a consecuencia
de leer la prensa del corazón, es el prurito de esta princesa de no
repetir nunca el mismo vestido en sus actos públicos, pese al
enorme gasto que tal exigencia suponía para el erario público
inglés.
280
De cómo la apariencia de moral personal puede llevar a engaño
sobre el talante real del individuo, reproduzco las siguientes
palabras de un libro:
Asistía a la cena un profesor de teología alemán, un tal
Julius Richter, hombre apaciguador. Dijo que la oleada de
antisemitismo alemán pasaría. “El canciller Hitler es un hombre
muy responsable, muy inteligente- dijo Richter-. No bebe; no fuma;
lleva una vida rigurosamente moral. Podemos estar seguros de que
Hitler no permitirá que semejantes cosas duren mucho tiempo”
En Nicholson Baker, op..
cit.., pag. 40.
281
Ahora mismo, mientras escribo, en los informativos son frecuentes
las noticias sobre los casos de corrupción habidos en España en
los años previos, que fueron numerosos y descarados. Retomando el
concepto de honor es irritante el modo en cómo estos políticos
corruptos se sienten agraviados por las acusaciones, haciéndose las
víctimas. Conocen perfectamente que la sociedad les reconoce una
consideración mayor que a los delincuentes comunes, aunque sus
robos sean mucho más cuantiosos. La escasa pena que suelen tener
los delitos económicos también abunda en esta diferencia de grado
entre los delincuentes, pese a un teórico igualitarismo legal. No
deja de ser sonrojante que le pueda caer la misma pena de cárcel a
un mantero por vender películas en la calle, que a alguien que se
ha apropiado ilícitamente de varios millones de euros. Aún sin
caer en el terreno del delito, que las personas son incapaces de
asumir la idea de igualdad se ve en otros muchos ejemplos, como que,
en la reciente crisis mundial, los ejecutivos de las grandes
empresas siguieran subiéndose el sueldo, o, que, el gobierno
español recientemente haya propuesto una medida, retrasar la
jubilación hasta los sesenta y siete años para que el trabajador
común consiga el pleno de derechos económicos, cuando a un
diputado le bastan ocho años cotizados para tener el mismo premio.
Aunque siempre se acude a ese gran consejo de mandar predicando con
el ejemplo, el ser humano, pudiendo elegir, prefiere el privilegio.
Historias como la del presidente tanzano, Nyerere, que, tras
gobernar numerosos años se retiró con unas propiedades de sólo
seis vacas y huerto, son escasas. Este último caso se refiere en
AAVV, Africa Oriental. Colección Pueblos y naciones, Barcelona,
Editorial Planeta, 1988, pag. 122. No creo que muchos políticos
quisieran seguir la propuesta que hizo en su día el líder
laborista británico Bevan que pedía que los representantes
llevaran una vida muy semejante en todo los representados, en Javier
Tusell, La revolución posdemocrática, Oviedo, Ediciones
Nobel, 1997, pag. 220.
282
Antón P. Chejov, La sala Nº 6, en Narraciones,
Barcelona, Editorial Salvat, 1970, pag. 37.
283
Antón P. Chejov, Ibid. Ibid., pag. 63.
284
En palabras de Montesquieu, en esta evolución “hay que acusar
al hombre cada vez más ávido de poder a medida que va teniendo más
y que no desea todo sino porque ya posee mucho”, en André
Jardin, Historia del liberalismo
político. De la crisis del absolutismo a la Constitución de 1875,
México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pag. 34.
285
El mejor ejemplo que se me ocurre de este tipo de dobleces es la
situación que se daba en la España de primeros del siglo XX, en
que mientras la derecha conservadora exaltaba los valores del
patriotismo para continuar con la guerra que España tenía en
Marruecos, sus hijos evitaban tener que ir a esta sangrienta guerra
gracias a un oportuno sistema de redención en metálico. Para este
asunto, véase Feliciano Montero y Javier Tusell, op. cit.,
pag. 267. Una semblanza de un importante general francés del siglo
XVII, el Príncipe de Condé, refleja a la perfección estas dos
caras, la pública y la privada, “este gran
general había despertado siempre la admiración de Cristina. Condé
tenía todas las cualidades que la reina admiró siempre; ambición,
orgullo, audacia y valor. Condé, en el fondo de su alma, era un
hombre cruel, avaro y mezquino”, en
Natacha Molina, Cristina de Suecia,
Barcelona, Ediciones Castell, 1990, pag. 58.
288
Leon Tolstoi, op. cit., pag. 28.
289
Por ejemplo, en el pasado, aunque la Iglesia católica, pese a sus
principios éticos, no ha dado lugar a sociedades justas, ha
cumplido un papel paliativo de los mayores excesos, como hizo al
patrocinar las Treguas de Dios en la Edad Media, basadas en el
principio de que “ningún cristiano mate a otro cristiano”,
en Marc Bloch, op. cit., pag. 429. También es destacable el
papel que cumplieron religiosos como Las Casas en la mejora del
trato dado a los indios tras la conquista de América, al menos en
el plano legal, con la promulgación de las llamadas Leyes Nuevas.
Sobre este último aspecto, el de las iniciativas tomadas por los
misioneros para proteger a los indios, algunas de ellas muy
interesantes, como la de los hospitales-pueblos de Vasco de Quiroga,
hay un apartado específico en John Lynch, Monarquía e Imperio:
el reinado de Carlos V, Madrid, El País, 2007, pag. 410 y ss.
Contemporáneamente, la Teología de la Liberación ha continuado
con esta línea cristiana de defensa activa de los más débiles.
Aunque en otro orden de cosas, de la manera en que los principios
morales de las religiones determinan el comportamiento de los
individuos quizá uno de los ejemplos más evidentes es la monogamia
de los reyes cristianos frente a la poligamia de los gobernantes de
otras civilizaciones. Acerca de este punto, siempre me ha hecho
gracia el modo en que algunos reyes medievales cristianos intentaron
esquivar esta prohibición. Uno de los casos más destacados es el
del emperador Federico II que contaba con un harén, en Ingo F.
Walther y Norbert Wolf, Obras maestras de la iluminación,
Madrid, Editorial Taschen, 2005, pag. 172. Para ilustrar la
mentalidad de estos reyes, no hay nada más explícito que las
siguientes palabras, “los placeres de la mesa y de la cama, la
caza, la violencia, una vida en suma, a la que a duras penas pone
freno el sentimiento religioso”, en Manuel Fernández Álvarez,
op. cit., pag. 95.
290
El libro de Frankenstein es el mejor ejemplo literario del modo en
que el carácter monstruoso de un ser determina su rechazo social.
También es muy habitual que, en el arte del cómic, a los malvados
se les representen con rasgos bestiales, por ejemplo, en Dick Tracy,
“las más increíbles deformaciones físicas buscan su
correspondencia en alguna específica perversidad moral”, en
Juan Antonio Ramírez, Crecimiento y desarrollo de la cultura
visual de masas, en AAVV, Historia del arte, Madrid,
Editorial Anaya, 1995, pag. 862. Acerca del asunto tratado en el
capítulo anterior de la identificación de los griegos con la
libertad y los persas con la tiranía, un película producida
recientemente sobre la batalla de las Termópilas, inspirada en un
cómic, caracteriza a los griegos como seres bellos y esculturales y
a los persas como seres monstruosos y siniestros. La película se
llama 300 y su director es Zack Snyder.
291
Sólo hay que pensar en la gran cantidad de reyes europeos que han
perdido su corona en los últimos siglos a manos de su propio
pueblo, muchos de ellos sufriendo un final trágico. De estos
últimos los más conocidos son Carlos I de Inglaterra, Luis XVI de
Francia y Nicolás II de Rusia. Aunque fuera del territorio europeo,
también es muy famoso el caso de Maximiliano de México.
Actualmente son una minoría los países europeos que siguen
conservando la monarquía como forma de gobierno. Que recuerde son
los siguientes: España, Holanda, Bélgica, Reino Unido, Dinamarca,
Noruega y Suecia.
292
Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr.
Hyde, Barcelona, Ediciones Byblos, 2006, pag. 197.
294
John Dickie, Cosa Nostra, Madrid, Mondadori, 2007, pag. 417.
295
Este santo, el abad principal de la orden monástica de los
cistercienses, predicó a favor de la segunda cruzada, pero, en un
difícil juego de equilibrios entre esta campaña a favor de una
guerra y la natural vocación monástica pacífica y de retiro del
mundo, se opuso en todo momento que los monjes cistercienses se
sumaran a la cruzada, pese al deseo de muchos de ellos de hacerlo,
en Hans Eberhard Mayer, Historia de las cruzadas, Madrid,
Ediciones Istmo, 2001, pag. 135.
296
Micheline Rousselet, Los terceros mundos. Le Monde,
Barcelona, Ediciones Salvat, 1996, pag. 157.
297
Es característico, por ejemplo, el caso de Kenneth Kaunda,
presidente de Zambia, que, antes de su llegada al poder su ideario
se basaba en el pensamiento de Gandhi, en la fe que ponía éste en
el hombre común y en la no violencia, véase Elspeth Huxley, El
desafío de África, en Historia de los descubrimientos y las
exploraciones, Tomo XI, Bilbao, Ediciones Moratón, 1978, pag.
155. Ello no fue óbice para que durante muchos años gobernará su
país de modo autoritario y corrupto.
298
Aunque siempre he puesto grandes esperanzas en luchar por una
sociedad más justa, hace ya bastantes años que, desde la lectura
de un libro sobre los terroristas anarquistas de finales del XIX,
tan ejemplares en su conducta moral, perdí mucha de la fe que tenía
en los idealistas. El libro es El agente secreto y de él
expongo el siguiente extracto, que refleja el pensamiento íntimo de
uno de estos santones anarquistas:
Destruir la fe pública en la legalidad era la fórmula
imperfecta de su pedante fanatismo; pero el convencimiento
subconsciente de que el marco de un orden social establecido no
podía ser destruido, en forma efectiva, sino por alguna forma de
violencia colectiva o individual. Él era un agente moral, y esa
idea no se cuestionaba en su imaginación. Al ejercer como tal, en
un reto despiadado, se procuraba a sí mismo las apariencias de
poder y prestigio personal.
En Joseph Conrad, El
agente secreto,
Madrid, Biblioteca el Mundo, 2003, pag. 88. Continuando con el
cuestionamiento de los idealistas, recuerdo la fatuidad que
tenía en aquella ya lejana mi primera vocación de escritor, en la
que, por un lado, aspiraba a que mis escritos servirían a la causa
de conseguir un mundo más justo y, por otro, de modo más
inconfesado, esperaba que despertarían la admiración de románticas
y guapas chicas, que sentirían auténtica adoración por mí. Era,
sin duda, un sueño demasiado hermoso.
299
Charles Kingsley, op. cit.,
pags. 537 y 538. Un episodio muy similar, de un cura que
quiere ayudar a una prostituta y se encuentra con la prohibición
para hacerlo de su superior, un piadoso deán, lleva a las
siguientes reflexiones del cura, “Él pensaba en el deán: un
santo, sí, pero sin entrañas; de la especie sin entrañas...”,
en Francois Mauricac, Los ángeles negros, Barcelona,
Plaza&Janes, 1967, pag. 53. De este tipo de soberbia por creerse
superior espiritualmente, el mejor exponente es el mito cristiano de
Lucifer, del ángel caído a causa de su orgullo. También en el
libro Thais, de Anatole France, se representa la enorme vanidad que
llega a desarrollar un santo estilita.
300
AAVV, La Segunda Guerra Mundial, Tomo VII, Barcelona,
Editorial Sarpe, 1978, pags 92 y 93.
301
Por recordar un ejemplo puesto en el primer capítulo, la postura de
Dalí de considerar excitante un accidente de un tren lleno de
obreros.
302
Es un sistema racista, iniciado en el año 1948, y que se basaba en
tres leyes básicas, la Population Registration Act aseguraba la
pureza de la raza blanca- con la ayuda de una Junta facultada para
examinar piel, uñas y cabellos-; la Group Areas Act prescribía el
asentamiento de blancos y negros en zonas residenciales separadas, y
la Bantu Educaction Act perpetuaba la educación separada con una
carga inherente de desigualdad entre las razas. En Anthony Sampson,
Negro y oro. Sudáfrica: magnates, revolucionarios y “apartheid”,
Barcelona, Ediciones Grijalbo, 1988, pag. 77.
303
En un libro dedicado al pensamiento del padre Las Casas, figura
histórica que tanto abogó por la defensa de los derechos de los
indios frente a su explotación por los españoles, se afirma
textualmente, para explicar el fracaso de los esfuerzos de este
religioso, que sus planes de reforma eran utópicos porque no
medían bien la resistencia ciega de los intereses privados a todo
cambio que discuta su privilegio, en M. Bataillon y A. Saint-Lu,
El padre Las Casas y la defensa de los indios, Barcelona,
Editorial Ariel, 1974, pags. 10 y 11.
304
Gonzalo Torrente Ballester, Cuadernos de la romana, Barcelona,
Ediciones Destino, 1987, pag. 246.
305
Santiago Becerra, op.. cit.., pag. 52. De modo parecido, y
citado textualmente de un libro sobre la Edad Media, “siempre
hay plebe dispuesta a aliarse con la facción más retrógrada”,
en Indro Montanelli, op . cit., pag. 143.
306
Tomado de Javier Tusell, Guerra y dictadura. La guerra civil, la
posguerra y el fin del aislamiento internacional (1936-1951), en
Historia de España, Tomo XVI, Madrid, El Mundo, 2004, pag.
84.
307
Caer en un maniqueísmo en una situación de injusticia siempre es
una tentación equivocada. Si los campesinos pasaran a ser
hacendados y los hacendados a campesinos intercambiarían su papel
de víctimas y verdugos con la mayor naturalidad. Por poner un
ejemplo de este intercambio de situaciones, aunque sea a nivel de
grupo, en este ensayo he aludido varias veces al holocausto judío
durante la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, hoy día, los judíos
se comportan con gran crueldad con los palestinos, olvidando su
propio pasado de pueblo perseguido. Cuando se ocupa una posición de
fuerza, ni siquiera el sufrimiento pasado ayuda a las personas a ser
más humanitarias. Incluso, cuando se trata de personas de parecida
índole social, suele haber un grado importante de insolidaridad
entre ellos, como ocurrió en el periodo colonial entre los obreros
europeos y los de los países colonizados. Por ejemplo, el gobierno
del Frente Popular francés, llegado al poder en 1936, se negó a
alterar la estructura colonial existente, en Tariq Alí, op.
cit., pag. 153. De este tipo de casos hay numerosos, por
ejemplo, en la Segunda República española, etapa en que los
obreros consiguieron aumentar sus sueldos dentro de una coyuntura de
aumento del desempleo, esta medida “hizo aún más patético el
contraste entre trabajadores empleados y desempleados”, en
Julio Gil Pecharromán, La Segunda República, Madrid,
Historia 16, 1999, pag. 60. O, remontándose a la historia antigua,
un historiador atribuye el fracaso de una reforma social en Roma, a
“los egoísmos del proletariado romano, cuyos cofrades del
Lacio y de la península le importaban un comino”, Indro
Montanelli, Historia de Roma, Barcelona, Plaza&Janes,
1985, pag. 152.
308
Aunque con ello se ganen el odio ajeno y tengan que vivir
permanentemente con guardaespaldas, como les pasa a las clases altas
sudamericanas, siempre amenazadas de sufrir secuestros o robos. Esta
transformación del miedo psicológico a la muerte propio de los más
ricos en miedo físico real, debido al aumento de la delincuencia
que trae la pobreza extrema, tiene su reflejo en la literatura
sudamericana, como se ve el siguiente fragmento de un libro, que
trata de las desdichas de una joven hacendada, tras sufrir una
violación por parte de uno de sus antiguos servidores:
Y fue él mi esclavo, mi perro, el que se alzó contra mí. Me
besaba, me arrancó la ropa con sus manos horribles. ¡Dios mío!
¡Dios mío! Le pegó candela a mi casa, a mis tierras, me destruyó
todo, se sació en mi cuerpo. Después, ¿qué podía hacer yo en el
mundo? Huir.
En Arturo Uslar Prieti, Las lanzas coloradas, Madrid,
Cátedra, 1993, pag. 276. Otro ejemplo de la presencia de este miedo
en la literatura sudamericana es el siguiente, “por primera vez
solo en la tenebrosa mansión de sus mayores, apenas si podía
dormir en la oscuridad, por el miedo congénito de los nobles
criollos de ser asesinados por sus esclavos durante el sueño”, en
Gabriel García Márquez, Del amor y otros
demonios, Barcelona, Círculo de
lectores, 1995.
309
Ante las personas menesterosas, la reacción normal de la gente que
disfruta de mejor posición social suele ser de rechazo, más que de
compasión. A esta circunstancia hace alusión el siguiente
fragmento literario:
El
nuevo alcalde de Damasco está enviando a sus policías a la caza de
mendigos. Damasco tiene que quedar en medio año vacío de
mendigos. (....) He escrito que el nuevo alcalde me parece
verdaderamente tonto: en vez de perseguir a la pobreza, persigue a
los pobres.
En
Rafik Schami, op. cit.,
pag. 153.
310
Como afirma un especialista en estas cuestiones, “la economía
sensata refleja las necesidades de la gente opulenta y respetable”,
John Kenneth Galbraith, op. cit., pag. 105.
311
Esta dependencia de los poderosos es tan grande que, pese al
discurso igualitario de las izquierdas, muchas veces sus gobiernos
adoptan políticas de signo contrario. Ni siquiera cuando cuentan
con un gran apoyo popular, los gobernantes de izquierda, se atreven
a desafiar a los poderes económicos. En España, el partido
socialista ganó las elecciones de 1982 con una mayoría aplastante
de votos. Pese a ello, y como afirma un libro de historia no sin
acritud, “con el pretexto de Europa, los socialistas se deciden
a practicar abiertamente la política neoliberal que siempre
desearon aplicar y se ganan el aplauso de la banca y los
empresarios”, en Fernando García de Cortázar, Álbum de
la Historia de España, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1995,
pags. 157 y 158. Tal falta de autonomía de los gobiernos lleva a
que muchos veces hay una clara imbricación entre los poderes
políticos y económicos, por poner un ejemplo antiguo, “de las
85 personas que desempeñaban un papel esencial en la Administración
Eisenhower, 68 tenían intimas relaciones con los ambientes de
negocios”, en Elías Díaz, Estado de derecho y sociedad
democrática, Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1979, pag.
128.
312
Charles P. Kindleberger, El orden económico internacional,
Barcelona, Editorial Crítica, 1992, pags. 69 y 70. En España,
además, este tipo de situaciones de ineptitud empresarial o
bancaria, en las que no existe ninguna responsabilidad social es
ahora evidente porque Díaz Ferrán, el presidente de la patronal de
empresarios, y, por tanto, quien representa a este colectivo, ha
llevado a la quiebra recientemente a varias empresas.
313
Para los privilegiados el objetivo de no pagar impuestos es una de
sus aspiraciones más notables. Basta recordar que la causa
fundamental de la Revolución Francesa fue la resistencia del clero
y la nobleza a pagar impuestos. Modernamente, con los paraísos
fiscales, este objetivo casi lo tienen conseguido. Es proverbial, en
este sentido, la fuga de capitales que se da en los países
sudamericanos. Como curiosidad histórica, me llama la atención el
sistema que tenían los más ricos de evadir impuestos al principio
de la Edad Media, que era fundando iglesias propias, al estar éstas
exentas de contribuciones, en Javier Rodríguez Muñoz, El
cristianismo en la vieja Asturia, en La monarquía asturiana.
Nacimiento y expansión de un reino, Oviedo, Editorial Prensa
Asturiana, 2004, pag. 77.
314
Reproduzco a continuación un divertido diálogo de un libro de
Gabriel García Márquez:
- “¿Es lo último que puede decirme?”
- “La ciencia no me ha dado los medios para decirle nada más”, le replicó el médico con la misma acidez. “Pero si no cree en mí le queda todavía un recurso: confíe en Dios”.
El marqués no entendió.
- “Hubiera jurado que usted era incrédulo”, dijo.
El médico no se volvió siquiera a mirarlo:
- “Que más quisiera yo, señor”:
En
Gabriel García Márquez, opus.
cit., pag. 70
315
Ni siquiera los místicos, en el curso de sus éxtasis más
profundos, son capaces de describir a Dios, en Rudolf Otto, Lo
santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid,
Alianza Editorial, 1980, pag. 60 y ss. Sobre este tema, transcribo a
continuación unas líneas de un libro muy conocido que, en su
momento, tuvo una gran difusión porque abordó de manera sencilla
muchas de las cuestiones metafísicas: “En Inglaterra existe
una asociación especial para los escépticos. Hace muchos años
prometieron un sustancioso premio económico a la primera persona
que les pudiera mostrar un modesto ejemplo de algo sobrenatural.
Pero hasta ahora no se ha presentado nadie”, en Josten
Gaarder, El mundo de Sofía, Madrid, Ediciones Siruela, 1994,
pag. 579. Aunque este razonamiento también se puede aplicar en
sentido contrario, “y había seguido cursos de apologética; a
cualquier objeción dirigida contra las verdades reveladas, yo sabía
oponer un argumento sutil: no conocía ninguno que las demostrara”,
en Simone de Beauvoir, Memorias de una joven formal,
Barcelona, Círculo de lectores, 1993, pag. 164.
316
Sobre esta manía moderna por la limpieza, y aunque son de un libro
que ya leí hace muchos años, me quedaron grabadas, debido a su
falta de sentido, las siguientes líneas de un libro de Sinclair
Lewis, “y bebía mucho más vino del que una madre
norteamericana le permite beber a uno de esos niños tan higiénicos
que tenemos en nuestro país”, en Sinclair Lewis, Este
inmenso mundo, Barcelona, Salvat, 1973, pag. 88.
317
Georges Vigarello, Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo
desde la Edad Media, Barcelona, Ediciones Altaya, 1997, pag. 22.
Los hombres de la Edad Moderna tenían miedo de ser contagiados por
la peste si se bañaban. El caso es que, para los españoles que
conquistaron Centroamérica, que eran tan sucios que los mayas
tenían que perfumarlos para poder acercarse a ellos, esta
convicción se tuvo que confirmar, ya que contagiaron múltiples
epidemias a los indios, mucho más limpios. Para esta cuestión,
Hugh Thomas, La conquista de México, Barcelona, Editorial
Planeta, 2004, pag. 149.
318
La Edad Media europea dio mucho juego en este sentido con asuntos
como el culto a las reliquias o los llamados juicios de Dios. Un
cronista árabe describe así el horror que le causó la
contemplación de uno de estos últimos:
Habían instalado una enorme cuba llena de agua. Al joven
sospechoso, lo ataron, lo colgaron por los omóplatos de una cuerda
y lo arrojaron al agua. Si era inocente, decían, se hundiría con
el agua y lo sacarían tirando de esa cuerda. Si era culpable, no
conseguiría hundirse en el agua. El desdichado, cuando lo echaron a
la cuba, se esforzó en llegar hasta el fondo, pero no lo consiguió
y hubo de someterse a los rigores de su ley. ¡Dios los maldiga! Le
pasaron entonces por los ojos un punzón de plata al rojo y lo
cegaron.
En Amin Maalouf, Las cruzadas vistas por los árabes,
Barcelona, Editorial Altaya, 1996, pag. 151.
319
De hasta qué punto lo irracional puede predominar sobre lo
racional, uno de los mejores exponentes que me vienen a la memoria
es como “alrededor de 1800 eran bastante habituales los
experimentos con pacientes vivos, pero después de la defunción los
dirigentes del hospital y del gobierno sólo permitían la
experimentación con el muerto en casos muy especiales”, en A.
J. Dunning, Extremos. Reflexiones sobre el comportamiento humano,
Barcelona, Círculo de lectores, 1994, pag. 127. No deja de ser
chocante que se pueda hacer daño a una persona viva por razones
científicas, pero no se pueda profanar su cadáver por cuestiones
religiosas.
320
Roy Adkins, Trafalgar. Biografía de una batalla, Buenos
Aires, Editorial Planeta, 2005, pag. 115.
321
Anthony Beevor, Berlín. La caída: 1945, Barcelona,
Editorial Crítica, 2005, pag. 342.
322
Carlo M. Cipolla, La odisea de la plata española, Barcelona,
Editorial Crítica, 1999, pag. 48. De modo parecido, en la
Inglaterra victoriana se creía que acostarse con una virgen curaba
la sífilis. En una novela ambientada en este periodo se hace la
siguiente reflexión, por parte de un personaje enfermo de sífilis:
Sabía también que la relación con una virgen no gozaba de
aceptación universal como cura de la enfermedad venérea. Muchos
hombres juraban que la experiencia curaba; pero otros rechazaban la
idea. Se argüía a menudo que el fracaso respondía al hecho de que
la joven en cuestión no era una virgen auténtica.
En Michael Crichton, El gran robo del tren, Valencia,
Círculo de lectores, 1975, pag. 134.
323
Johan Huizinga, Ibid. Ibid., pag. 218.
324
Esta decisión tuvo la consecuencia fatal de que los miembros de
este pueblo se murieron de hambre. Este episodio histórico se
describe en Stanley Trapido, Dos ejemplos de asentamiento en el
hemisferio austral, en Historia de la humanidad, Tomo
XIV, UNESCO, Barcelona, Editorial Planeta, 1977, pag. 166. Este
episodio también viene reflejado en Elías Canett, op.. cit.,
pags. 189 y ss.
325
La falta de sensibilidad de los ingleses hacia las creencias
indígenas de la India les costó sufrir una sublevación terrible,
la llamada revuelta de los cipayos del año 1857. Véase, Daniel R.
Headrick, Los instrumentos del imperio. Tecnología e
imperialismo europeo en el siglo XIX, Barcelona, Ediciones
Altaya, 1998, pag. 81. De esta falta de sensibilidad que tenían los
ingleses hacia los nativos en la primera mitad del siglo XIX, un
extracto literario que resulta divertido es el siguiente:
...al momento de partir le regalé un poco de opio creyendo que
en su calidad de oriental debía conocerlo y, en efecto, su
expresión me persuadió de que así era. No obstante, me sentí un
poco consternado cuando de pronto le vi llevarse la mano a la boca y
echárselo todo entre pecho y espalda, dividido en tres pedazos que
no hicieron sino un bocado. La cantidad bastaba para matar a tres
soldados de caballería con sus respectivos caballos; me quedé algo
inquieto por la pobre criatura, mas ¿qué podía hacer? (...) No
podía, desde luego, violar las leyes de la hospitalidad ordenando
que le echasen mano para obligarle a tomar un vomitivo, con lo cual
creería espantado que le íbamos a sacrificar a algún ídolo
inglés. No, evidentemente no había nada que hacer; el hombre se
despidió; me sentí preocupado unos días, pero, como nunca oí que
se encontrase el cadáver de un malayo…
En Thomas de Quincey, Confesiones de un inglés comedor de opio,
Madrid, Cátedra, 1997, pags. 171 y 172.
326
Del tremendo poder de seducción que tienen las drogas sobre el ser
humano, nada es más revelador que, pese a estar prohibidas en la
mayoría de los países, es uno de los mayores negocios mundiales.
El fracaso de los Estados Unidos a la hora de prohibir el consumo de
alcohol en la década de los años veinte lleva a un experto en la
cuestión a la siguiente reflexión, “…el negocio de las
drogas ilegales depende de consumidores que están dispuestos a
violar la ley por su propia cuenta. La experiencia de la prohibición
debería haber demostrado ampliamente hasta qué punto los
ciudadanos, en otras circunstancias respetuosos con la ley, están
dispuestos a saltársela”, en Tim Madge, op. cit.,
pag. 150.
327
Como se afirma en un conocidísimo libro de literatura inglesa, “la
realidad, por utópica que sea, es algo de lo cual la gente siente
la necesidad de tomarse unas vacaciones”, en Aldous Huxley,
Un mundo feliz, Barcelona, Plaza&Janes, 1976, pag. 16.
328
Peter Laurie, Las drogas, Madrid, Alianza
Editorial, 1984, pág., 194.
329
Antonio Fernández Luzón, Visionarios
y místicos, en Herejes.
Los olvidados de la historia,
Barcelona, Círculo de Lectores, 2004, pag. 408.
331
En parte, gracias a este sentimiento de empatía de la población
con su líder es posible entender las brutales represalias
israelíes, cuyo ejército forma parte de una sociedad democrática,
como respuesta a los atentados palestinos. O la manera en que Putin
se convirtió en una figura clave de la política rusa, cuando
dirigió con firmeza, o mejor dicho con crueldad, la violenta
reacción del estado ruso a una serie de cruentos actos terroristas
de los chechenos. En un libro de novela histórica se hace la
siguiente caracterización de la actitud correcta de una reina
después de que las tropas de su ejército ganen una batalla:
Pisaba fuerte y sin dudar sobre aquella fúnebre alfombra aún
caliente sin detenerme ante algún que otro quejido bajo mis
borceguíes (...). A punto estuve de detenerme a atender a los
heridos, pero no lo hice (...) En el campo de batalla nunca una
reina debía demostrar debilidad ante los enemigos.
En Almudena de Arteaga, Catalina de Aragón, Madrid, La
esfera de los libros, 2009, pag. 154. A este respecto, los líderes
políticos tienen la obligación de dar la sensación de mantener el
control de las situaciones a las que se enfrentan, de ahí que,
cuando admiten su incapacidad, por sensata y sincera que sea esta
postura, reciban fuertes críticas. Un ejemplo de esto último,
referido a la historia de España, es la ingenua actitud del
político socialista Indalecio Prieto, que cuando era ministro de
economía de la Segunda República Española, cometió el error de
admitir que no tenía soluciones para los males económicos del
estado español, en Jordi Palafox, Atraso económico y
democracia, Barcelona, Editorial Crítica, 1991, pag. 290.
332
Como se refiere en un libro que estudia el arte sumerio, “que
los dioses sean intercersores y mediadores esa es la constante
obsesión. El hombre, aunque sea un rey, no puede aproximarse por sí
mismo, al píe del trono de las potencias celestes de alto rango, si
no llega acompañado y presentado por una divinidad tutelar y
personal”, en André Parrot, Súmer, Madrid, Editorial
Aguilar, 1963, pag. 230.
333
Víctor Serge, El
destino de una revolución, Barcelona,
Los libros de la frontera,
2010, pag. 162.
334
AAVV, La Biblia, Tomo III, Madrid, Editorial Miñón, 1970,
pag. 1106.
335
Si se repasa la historia política de la humanidad hay muchos casos
de acuerdos poco éticos entre gobernantes. Un ejemplo
extraordinario es el pacto que firmaron Hitler y Stalin en el año
1939, que causó sorpresa y rabia generalizada en su momento, “se
sentía indignado por la alianza y la complicidad de los dos
compadres totalitarios, que unos meses antes pasaban por ser
enemigos irreconciliables”, en Julian Gorkin, El asesinato
de Trotsky, Barcelona, Círculo de lectores, 1973, pag. 17. De
la adhesión ciega que consiguen los líderes sociales y, siguiendo
con este mismo ejemplo histórico, es revelador el siguiente texto:
la primera noticia del pacto entre Hitler y Stalin la comunicó al
mundo la United Press y, “un importante rotativo comunista de
Copenhague comentaba la noticia de la United Press haciendo observar
que todo eso no era otra cosa que una artimaña propagandística del
insidioso e infame, harto conocido por todos, llamado Joseph
Goebbels. Dos días más tarde la redacción del mismo
periódico celebraba la conclusión del pacto germano-soviético
como la jugada maestra del genial José Stalin, padre del pueblo
ruso”, en H. S. Hegner, El Tercer Reich, Barcelona,
Plaza&Janes, 1963, pag. 426.
336
Hay innumerables ejemplos del despotismo terrible que ejercían en
el pasado los soberanos. En mi caso me gusta recordar la costumbre
sádica que tenía el zar Iván el Terrible de clavar en la cabeza
los tocados de quien no se descubría rápidamente en su presencia,
por la valentía que tuvo un embajador inglés, Jerome Bowles, de
negarse a hacerlo. Este episodio viene relatado en Nathalie
Ettinger, El continente asiático, en Historia de los
descubrimientos y las exploraciones. Tomo X, Bilbao, Ediciones
Moretón, 1978, pag. 24. Desde que era pequeño, y leía en la
prensa las atrocidades de Bokassa, siempre me han impresionado la
brutalidad de los gobernantes africanos. Un ejemplo de sus
crueldades es el siguiente episodio:
Por este tiempo había yo penetrado distintas veces en el
recinto real, y, por consiguiente, había tenido ocasión de conocer
las costumbres de la corte. Entre ésta, una de las que se había
repetido casi todos los días, por increíble que parezca, desde que
había tomado posesión de mi nueva residencia, era la de llevar
una, dos o tres de las mujeres del palacio a la casa de las
ejecuciones, maniatadas y arrastradas por uno de los guardias de
corps. Estas pobres mujeres, durante el trayecto, solían clamar
desesperadamente y, sin embargo, estos gritos desgarradores no
lograban conmover ni un alma, y nadie se atrevía a salvarlas,
aunque algunos comentaban privadamente su belleza.
En J. H. Speke, Diario del descubrimiento de las fuentes del
Nilo, Tomo II, Madrid, Espasa Calpé, 1999, pag. 44.
337
Cualquier autoridad pública persigue monopolizar la fuerza física,
incluso en una sociedad como la azteca, cuyos ritos religiosos
incluían un desprecio total a la vida humana, “el soberano
tenía el poder de dar muerte, por lo que aquel que se tomaba la
justicia por su propia mano era condenado a muerte, por usurpar el
poder del rey”, en José Alcina Franch, Los aztecas,
Madrid, Alba libros, 2006, pag. 97.
338
Una prueba evidente de este tipo de relación es la preferencia que
tienen los políticos o los mandatarios por la realización de
grandes obras, más que por la resolución de los problemas
particulares de los ciudadanos. De este modo, pueden demostrar que
ellos hacen más por la sociedad que el resto de las personas, que
deben estarles agradecidos, por tanto, de estas obras. La afición
que tradicionalmente han tenido los reyes por construir ciudades
entra en este capítulo, pienso principalmente en Alejandro Magno,
pero también en los soberanos asirios que, al llegar al poder
edificaban una nueva capital, o en el Gran Mogol Akbar, o en los
faraones Akenatón o Ramsés II, o en el visigodo Leovigildo. Como
dice un artículo de revista dedicado al arte clásico griego,
“Pericles supo comprender la importancia de la arquitectura
como arma de propaganda política”, José Jacob Storch de
Gracia, La Acrópolis de Atenas, Descubrir el arte. Nº 30,
pag. 66. Sobre este tipo de empresas faraónicas, un dato que me
conmocionó es el de que, en la construcción de San Petesburgo, por
parte de Pedro el Grande, murieron o enfermaron más de 150.000
trabajadores, en Juan Manuel Carretero, Pedro el Grande,
Madrid, Cuadernos de Historia 16, 1996, pag. 12. Otro dato
escalofriante similar es que en uno de los cementerios cercanos al
canal de Panamá hay enterrados 56000 trabajadores que murieron
durante su construcción, en Roland Gööck, Maravillas del
mundo, Barcelona, Círculo de lectores, 1968, pag. 234. El
moderno empeño de algunos países en organizar acontecimientos como
las olimpiadas también se pueden incluir en esta clase de
actuaciones políticas, sobre todo, cuando se hacen en países
pobres, donde contrasta el despilfarro de este tipo de eventos con
el nivel de vida de la población. Uno de los ejemplos más
siniestros del papel que juegan este tipo de acontecimientos para
disimular las injusticias es el uso que hizo la dictadura militar
argentina del Mundial de fútbol de 1978, que sirvió para ocultar
las torturas y los excesos represivos de este régimen.
341
El modo en que esta competencia esconde elementos claros de fuerza,
en los que el objetivo es, o aspirar al monopolio, o a establecer
acuerdos entre los más fuertes para anular a los más débiles, se
ve en el siguiente párrafo de un libro de economía:
La desregulación de la energía en California no funcionó de la
manera en que sus defensores pretendían. Se había vendido mediante
el slogan habitual del libre mercado: reducir la regulación da
rienda suelta a las fuerzas de mercado, las fuerzas de mercado
conducen a una mayor rentabilidad, la competencia garantiza que los
beneficios de estas fuerzas de mercado irán a parar a los
consumidores. En cambio, sólo dos años después de la
desregulación, los precios se elevaron drásticamente …
En Joseph. E. Stiglitz, Los felices 90. La semilla de la
destrucción, Madrid, Punto de lectura, 2005, pag. 394.
342
Marc Ferro, La Gran Guerra (1914-1918), Madrid, Alianza
Editorial, 1984, pag. 236.
343
Éste fue un periodo especialmente siniestro, con abundancia de
odios y violencias, en que, como afirma un libro dedicado a su
estudio, “una buena parte del clero se implicó sin reservas en
la trama de informes, denuncias y delaciones que mantuvo vivo el
funcionamiento cotidiano de ese sistema de terror”, en Julián
Casanova, La Iglesia de Franco, Barcelona, Editorial Crítica,
2005, pag. 19. Este indigno comportamiento de muchos religiosos ha
servido de inspiración literaria para bastantes escritores
españoles contemporáneos, como es el caso de dos libros que he
leído recientemente, Julio Llamazares, Luna de lobos,
Madrid, Editorial Cátedra, 2009, pags. 150-155, y Alberto Méndez,
Los girasoles ciegos, Barcelona, Editorial Anagrama, 2009,
pags. 152-155.
344
Ramón J. Sender, Réquiem por un campesino español, Madrid,
El país. Clásicos del siglo XX, 2003, pags. 116 y 117. La
mentalidad del cura de este fragmento es similar a la de los
conquistadores españoles de América, cuyo comportamiento cruel
resultaba paradójico para los indios, en su criterio son
bondadosos: nos matan para salvarnos, para impedir que continuemos
sin el beneficio de la fe, en Abel Posse, Daimón,
Barcelona, Editorial Argos Vergara, 1981, pag. 50. O, de la misma
manera, y recordando un asunto anterior, la concepción de San
Bernardo de Claraval de que la participación en una cruzada era una
tarea penitencial, la cual servía para liberar de pecados las almas
de los cruzados, en Hans Eberhard Mayer, op. cit., pag. 134.
En estos casos, existe, en palabras de un famoso intelectual alemán,
“una oposición abismal entre la conducta que sigue la máxima
de una ética de fines últimos- esto es, en términos religiosos:
el cristiano hace el bien y deja al Señor los resultados- y la
conducta de quien actúa siguiendo una ética de la responsabilidad
que dice: debemos responder por las consecuencias previsibles de
nuestros actos”, en Max Weber, El sabio y la política,
Córdoba, EUDECOR, 1966, pag. 95.
345
Virginia Woolf, Un cuarto propio, Madrid, Biblioteca Woolf.
Alianza Editorial, 2003, pag. 41.
346
De este falta de atención a las necesidades humanas debido a la
obsesión humana por acumular poder, el dato más destacado es la
facilidad que tienen las sociedades para encontrar dinero destinado
a armamento y la dificultad para destinar este dinero para usos
sociales. Por poner un ejemplo ya antiguo, toda la ayuda
estadounidense al exterior del año 1989, se correspondía a un
tercio del coste de uno de los sofisticados bombarderos de este
país, en Paul E. Ehrlich y Anne H. Ehrlich, op.. cit.., pag.
236.
347
Es un proceso mental similar a la creencia calvinista de que la “la
ganancia y el éxito son signo de predestinación divina”, en
Fernando Martínez Laínez, op.. cit.., pag. 114.
348
Carson I. A. Richtie, op..cit..,
pag. 170. Sobre el ascenso social conseguido gracias a negocios
inmorales, una anécdota curiosa es la demanda por difamación que
puso el pirata inglés Sir Henry Morgan al autor de un libro que
describía sus crueldades, ya que “en
el libro se presentaba a Morgan como un perfecto monstruo por el
cruel tratamiento inflingido a sus prisioneros, pero aunque ésto le
ofendió, lo que de verdad causó su irritación fue que se pusiera
en conocimiento de los lectores su origen humilde…”,
en Philip Gosse, Quien es quién en la
piratería, Sevilla, Editorial
Renacimiento, 2003, pag. 14. Ante el requerimiento del gobierno
chino para que los ingleses dejaran de introducir opio en China,
negocio que había aumentado en un 6000% el número de drogadictos
en este país, la respuesta de la Cámara de los Comunes también es
reveladora del modo en que los principios éticos no son los que
determinan los criterios de valoración social, consideramos
inoportuno abandonar una fuente de ingresos tan importante como el
monopolio de la Compañía de Indias en materia de opio,
en Francesc Freixa i Santfeliu, El
fenómeno droga, Barcelona, Editorial
Salvat, 1984, pag. 11. Con posterioridad, la indecencia del gobierno
inglés llegó al extremo de declarar una guerra a China, cuando
este país quiso proteger la salud de su población prohibiendo la
importación de más droga.
349
Veáse, AA.VV, Francia,
Colección Pueblos y Naciones, Madrid, Editorial Planeta, 1989,
págs. 83 y 84 y, para el caso inglés, Wilfried Rörhrich, Los
sistemas políticos en el mundo,
Madrid, Alianza Editorial, 2001, pág. 19. Del modo en cómo
funcionan estas redes elitistas de poder, un destacado exponente es
el episodio ocurrido a un miembro de una poderosa familia
paquistaní, de rancia tradición conservadora, el cual, a pesar de
afiliarse al partido comunista, su familia seguía garantizándole
el escaño que consideraban suyo, todo dentro, por supuesto, de un
sistema electoral corrupto. Este episodio ocurrió en el año 1947,
tras la independencia del Pakistán y viene contado en Tariq Alí,
opus cit.,
pag. 34.
351
Tanto de la brutalidad de la guerra como de los remordimientos que,
en ocasiones, acompañan a los soldados, un buen reflejo es el
siguiente fragmento literario, que describe el ensañamiento de los
soldados de un tanque alemán hacia un soldado ruso:
Por mi periscopio veo a un soldado ruso que salta de un agujero y
se lanza elegantemente hacia el cráter siguiente. Automáticamente,
le apunto y le lanzo una corta ráfaga de ametralladora. Las balas
remueven la tierral a su alrededor, pero ninguna le toca. Al
acercarse nuestro tanque, sale del segundo agujero y alcanza el
siguiente, corriendo como una liebre. De nuevo las balas hacen
hervir la tierra a su alrededor. (...)
El sujeto acaba de zambullirse en otro cráter.
Apunto el lanzallamas y lanzo un chorro de fuego a ras del suelo.
Luego me vuelvo hacia El Viejo y digo riendo:
-Si después de esto se levanta...
-¿Tú crees? -replica El Viejo-. Mira por el
periscopio.
Nunca he visto cosa semejante. Negro de grasa, pero
indemne, el soldado corre con nuevos ánimos y se mete en una casa.
Porta, Stege, Pluton y El Viejo ríen con todas sus fuerzas. Ahora
se ha convertido en una cuestión de honor para mí el suprimir a
aquel pobre diablo. Rocío la casa hasta que se incendia...
Cuestión de honor. ¿Cómo pude hacer tal cosa?
En Sven Hassel, La
legión de los condenados, Barcelona,
Plaza&Janes, 1987, pags. 231 y 232.
353
Graham Greene, El tercer hombre, Madrid, El País, 2004, pag.
120.
354
Ismaíl Kadaré, El cerco, Madrid, Alianza Editorial, 2010,
pag. 158.
355
Leon Tolstoi, La muerte de Ivan Ilich, Barcelona, Salvat,
1969, pag. 30.
356
Espido Freire, Mileuristas.
Retrato de una generación, Barcelona,
Editorial Ariel, 2006, pag. 124. Hay que confiar que esta amargura
no les lleve en el futuro a optar por soluciones de tipo radical,
como ha ocurrido en el mundo musulmán con gran parte de los jóvenes
universitarios que, víctimas de su falta de expectativas, han
optado por la vía del integrismo, en Ignacio Montes Pérez, Los
orígenes medievales de la ideología radical islámica,
en www.scribd.com/doc/196023/LOS-ORIGENES-MEDIEVALES-DE-LA-IDEOLOGIA
o en Micheline Rousselet, op. cit., pag. 151. En este
sentido, es sorprendente como gran parte de los terroristas suicidas
musulmanes tienen un elevado nivel de formación. Del nivel de
frustración que puede alcanzar una persona que desciende
bruscamente en su nivel de vida, me impresiona un libro, La
embriaguez de la metamorfosis, de Stefan Zweig, que cuenta el
modo en que una muchacha pobre, que durante un tiempo es invitada a
llevar un tren de vida muy alto, tras retornar a un estado de
pobreza decide recurrir al delito para recuperar su bienestar
perdido.
357
Como se resume en una reflexión de uno de los personajes de La
dama de las camelias, ”...semejante
a esos usureros que roban a miles de individuos y que creen
rescatarlo todo al prestar un día veinte francos a algún pobre
diablo que se muere de hambre sin exigirle interés y sin pedirle
recibo,” Alejandro Dumas, La
dama de las camelias, Espasa Calpe,
Madrid, 1998, pag. 111.
358
Del modo en cómo los principio morales son superados por el ansia
de poder, un buen ejemplo es el modo en cómo durante la Primera
Guerra Mundial los países de la Entente, con imperios coloniales,
trataban de justificar su superioridad moral sobre su enemigo con
argumentos que defendían el principio de las nacionalidades. Pero,
al comprobar que esta política daba alas a las reivindicaciones de
independencia de sus colonias, pronto dieron marcha atrás, en Marc
Ferro, op. cit., pag. 185.
359
Luis Gil, op..cit..,
pags. 244 y 362. Como dice otro libro dedicado a esta
cuestión, “si hubo personas que recomendaron tolerancia y una
pacífica coexistencia, éstos fueron rápidamente excluidos. Los
cristianos estaban preparados para tomar el poder…”, en
Arnaldo Momigliano, Historiografía pagana y cristiana en el
siglo IV, en AAVV, El conflicto entre paganismo y
cristianismo en el siglo IV, Madrid, Alianza Editorial, 1989,
pag. 96. La autora del libro citado recientemente sobre la situación
de la juventud española, describe así su sorpresa ante el egoísmo
de la generación que protagonizó Mayo del 68, “pasará a la
historia como una generación sorprendentemente opresora, si se
tiene en cuenta su origen liberal”, Espido Freire, op.
cit., pag. 20.
360
E. A. Wrigley, Cambio,
continuidad y azar. Carácter de la Revolución Industrial inglesa,
Barcelona, Editorial Crítica, 1992, pag. 37. A este respecto, me
gusta poner el ejemplo de los campesinos del este de Europa que,
tras haber conseguido un régimen de libertad en la última parte de
la Edad Media, a partir del siglo XVI vuelven a caer en la
servidumbre, en AAVV., La segunda
servidumbre en Europa central y oriental,
Madrid, Ediciones Akal, 1980, pag. 97 y ss. Aunque a un nivel
diferente, hoy día entre los miembros de las clases medias de los
países desarrollados hay una conciencia general de que se está
retrocediendo en el nivel de vida, “los
padres hoy en día ya no piensan que sus hijos alcanzarán
condiciones de vida mejores que las suyas, lo que es una situación
desconocida desde hace un siglo”,
Sami Naïr, Las heridas abiertas,
Madrid, Punto de lectura, 2002, pag. 72.
361
Marta Harnecker, Sin Tierra. Construyendo movimiento social,
Madrid, Siglo XXI, 2002, pag. 88. Ya que en el capítulo tercero he
hecho una breve referencia a los sofistas, uno de éstos, Licofrón,
fue el primero en demostrar filosóficamente una reflexión obvia,
como es el hecho de que la única manera que tienen los débiles de
hacerse fuertes es unirse entre sí. Para esta cuestión, véase
Claude Mossé, Las doctrinas políticas en Grecia, Barcelona,
A. Redondo editor, 1971, pag. 30.
366
Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Madrid, Espasa Calpe,
1998, pag. 159.
367
Albert Camús, El extranjero, Madrid, El País. Clásicos del
siglo XX, 2002, pag. 7.
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